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Refranero

sábado, 21 de enero de 2012

Capítulo 42: Acción de (des)Gracias

Capítulo 42: Acción de desgracias
Uptown girl - Westlife
Por suerte, la tienda de regalos que había visto, estaba cerca de casa. A unos 10 minutos andando. Cuando entré, me quedé fascinada. Era una tienda de tres plantas. Por fuera engañaba mucho, parecía una tienda mediana, no conté con que las plantas de arriba pertenecieran al de la tienda… Por lo menos eso no es así en España. Menos mal que iba con tiempo, porque estuve mucho rato allí, ¡y sólo con la primera planta! Y lo gracioso es que miraba cosas para mí y no para Alan. Me di cuenta de eso cuando volviendo al mundo real y no al de los sueños donde imaginamos tener todas esas cosas que nos enamoran, caí en la cuenta de que no había estado buscando el regalo de Alan… Error.


Cada planta era temática. La primera era de curiosidades. Objetos poco vistos pero muy molones. Había desde cajitas de esparto multicolores para guardar cosas, pasando por pinzas de la ropa con cristalitos de color y perchas para colgar la ropa con forma de espalda. ¡Era todo tan cuco :3! Al final compré para mí un juego de platos y vasos de diseño por sólo 20$. Por los bordes aparecía un arcoíris y por el centro el símbolo hippie y flowers power por todos lados. Lo sé, tengo que admitirlo, era un gasto innecesario ¡¡pero es que no pude resistirme!! Las flores y los colores me miraban poniéndome ojitos y me hablaban diciéndome que los comprara. ¿Quién puede negarse a flores y barras del arcoíris hablantes? Parecía que uno con mirar esa vajilla ya se sentía colocado. 
La segunda planta era una chocolatería. Empezó a hacérseme la boca agua. Sólo por respirar debían cobrarte, y caro... Había todo tipos de chocolates con frutos secos, formas y cubiertas repartidos entre más de 50 casilleros. Además de tartas, dulces, pasteles y piruletas de todo tipo. Aquella planta parecía Chocolatelandia. Sólo faltaba el conejo de pascua repartiendo huevos de chocolate…Tuve que salir rápidamente de allí o me gastaría toda la paga del mes en segundos.


La tercera planta era algo ya más formal y sobrio. No tan colorida ni sabrosa…A ver, hablando en plata, no era para niños pequeños…Sí, lo reconozco, me dejo llevar fácilmente por las cosas coloridas y cucas…y monas…y simpaticonas…y graciosas…y coloridas…y, y, y,…aunque sean infantiles…Pensé que esa era la planta adecuada para Alan. Era la librería, todo un paraíso de libros para los amantes de la lectura. Estuve pensando sobre qué comprarle. Sabía que le encantaba leer. Los escasos cinco años de nuestra infancia que pasamos juntos, fueron más que suficiente para saberlo. Estaba entre novelas, libros de psicología o matemáticos. Era difícil porque en todo ese tiempo, no averigüé qué tipos de historias le gustaba. Novelas había de muchos tipos, y seguramente no acertaría, soy de las que tienen una probabilidad del 50% para acertar o equivocarse, se equivoca. Yo me decantaba más entonces por los libros de análisis, siempre le habían gustado, por eso estaba entre la psicología y las matemáticas, que no me atrajeron nunca.
Finalmente elegí el de psicología. Si le gusta aprender curiosidades, creo que entendería mejor las de psicología. Al menos yo las entendería mejor. Aunque también podía tomárselo a mal y pensar que le compraba ese libro porque creería que estaba loco o que lo necesitaba como auto-ayuda… ¡Bah! ¡Sin pensar sin pensar! Decidí dejarlo a la suerte. Iba a preguntarle a qué hora cerraban la tienda a la chica que estaba ordenando la estantería de libros, debía ser una trabajadora de allí. Si era una hora par, cogía matemáticas, si era una hora impar, psicología.
-Perdone un momento. –Dije acercándome a ella tímidamente. A mí preguntar siempre me había dado mucho corte. Pero esto era una urgencia. Si no me daba prisa no llegaría a tiempo para coger el autobús. La chica se giró a mirarme. Estaba subida en un taburete porque no llegaba a las zonas más altas. -¿Podría decirme a qué hora cierra la tienda? ¿Por favor?
-Uy. Lo siento, pero no lo sé. –Sin comentarios…- Yo es que no trabajo aquí. Sólo estaba buscando un libro de los que empiezan por L. –Zas. Si me daba vergüenza preguntar a la propia dependienta, mucho más equivocarme y preguntar a quién no era… Aunque por lo menos, no era yo la única que se vio apurada, la chiquilla respondió con apuro también por dejarme tirada.
-¡Oh! ¡Perdona! Te había confundido con una. –Dije con una sonrisa amigable pero algo nerviosa.
-No pasa nada mujer. –Me devolvió la sonrisa mirando desde arriba. Era muy mona, no me había fijado antes. Tenía el pelo negro y corto. Un aspecto bastante gracioso. Como además era bajita, parecía una duendecilla.
Me fui entonces al mostrador de esa planta. Que es lo que debería haber hecho desde el principio. Pasa que por “ahorrar tiempo”, decidí preguntarle a esa “dependienta” que me pillaba más cerca. Esta vez no pregunté con vergüenza, ya había metido la pata suficiente y se me había pasado. La mujer estaba tecleando en el ordenador, me respondió sin ni siquiera apartar la mirada de la pantalla para mirarme. Definitivamente la otra simpática chiquilla se merecía mucho más el puesto de trabajadora allí que esta mujer. <A las 8 de la tarde>. Le faltó estar mascando chicle y haciendo pompas y explotándolas, para terminar con su imagen de pasota total. Me había caído muy mal, por eso decidí no hacerle caso y coger el de matemáticas. Que vale, que si la otro hubiese sido una trabajadora de allí, por muy simpática que fuese, no me diría que cerraban a las nueve, pero por lo menos le hubiera echo caso…

Decidí por último tirar por la vía fácil. Y esta vez fácil de verdad. Porque las anteriores me habían llevado por la larga y difícil. Se me había olvidado en qué mano tenía cada libro. Así que opté por coger la izquierda. No sé, siempre me había dado buen rollo, que aunque soy zurda, no lo había elegido por eso, simplemente que me gusta más la izquierda porque siempre ha tenido una connotación negativa respecto la derecha, era como adoptar o apadrinar una mascota. Si salía el de matemáticas, me aguantaría y conformaría. Lo prometo. Pero la casualidad y la buena suerte jugaron de mi lado, y en mi mano izquierda tenía psicología. ¡Uee! Si hubiese estado sola, habría hecho un baile para celebrarlo, pero no era la ocasión adecuada. Pagué y salí de la tienda sin entretenerme más tiempo, convencida de que le encantaría mi regalo. Y si no lo estaba 100%, por lo menos me sentía bien por saber que era lo más bueno y adecuado que había encontrado, y eso me tranquilizaba. Además, nada como un ticket de regalo para calmar mi inquietud.

El camino a la estación lo hice entre corriendo, salteando gente por el metro, descargando mi nerviosismo moviéndome mucho mientras esperaba, e intentando tranquilizarme. Si no cogía un autobús pronto, iba a perder medio día. Miré el horario en casa, salían cada dos horas. Yo tenía que coger el de las 12.00 para llegar allí a la hora de almorzar. Ese era el plan. Pero eran las 11.30 y todavía estaba en el metro. Debí haberme entretenido menos en la tienda. Pero a ver,  mis impulsos estaban demasiados reprimidos desde anoche, tenía que liberarlos de alguna forma o no sabría de lo que podría ser capaz de llegar a hacer. Cuando por fin llegué a la parada de la estación de autobuses, salí corriendo como alma que llevaba el diablo, sólo para llegar a tiempo a la taquilla para comprar mi entrada y darme en la cara con que no quedaban, que todos los autobuses estaban llenos… ¡Toma! ¡Qué bien! ¡Lo que yo quería! #ModoironíaON.
Bueno, ya que estaba allí, compraría el pasaje para el de las 14.00. La mujer de la taquilla, más maja que la de la librería como de aquí a Madrid, aunque con chicle incorporado, me dijo que estaban agotadas. Vaya… Compraría entonces las de las 16.00. Agotadas también. En fin… Entonces las de las 18.00. Ni una plaza libre… ¡¿Es que todo el mundo se había puesto de acuerdo para viajar a Waterbury hoy?! ¡Y eso que salían cada vez cuatro autobuses…! ¡¿Tanta gente había emigrado de allí a Nueva York?! Estaba ya por preguntarle si podía viajar en el maletero, pero no pensé que fuese muy conveniente. ¡Incluso veía más rentable alquilar una bicicleta y pedalera hasta allí, total, llegaría a la misma vez que si salía ahora de aquí…! Por lo menos había UNA plaza libre a las 20.00. ¡Viva! ¡Iba a poder viajar para estar con mi familia el día de Acción de Gracias! Porque ya pensaba que no podría… Pues nada, me guardé el billete en el único sitio donde nunca jamás se me perdería. Bueno, el único no… pero sí el más higiénico y accesible. El escote. No por nada…, sino porque llevaba chaleco de cuello alto. Porque el bolso no era nada seguro en esta ciudad Pero tuve que ir al cuarto de baño de la estación para metérmelo, no quería causar ningún escándalo…

Si no me hubiese entretenido en la tienda aquella o hubiese comprado los billetes con antelación, no me hubiese ocurrido esto. Pero bueno, No había otra solución, el tren no iba a coger porque se salía de mis posibilidades. Ahora tendría que avisar a mi madre de que iba a llegar a la hora de cenar y si tenía suerte y no había atasco. Decidí enviarle un mensaje, no quería enfrentarla directamente. Cobarde. Lo sé, pero con las madres, eso se permite. Todo el mundo lo ha hecho alguna vez. Tenía que probar a ver si colaba y no llamaba. <Mamá, hay overbooking en los autobuses que van a Waterbury, sólo había una plaza y es a las 8. Si queréis, podéis empezar sin mí.> Enviar. Enviando mensaje. Mensaje enviado. Bien. Guardé el móvil y me puse a pensar en qué podía hacer en esas ochos horas que me quedaban. Pero no me dio tiempo a empezar a pensar. Primero porque me distraje por el camino antes de llegar a eso, y segundo porque la respuesta de mi madre fue de récord. Y lo gracioso es que su respuesta fue en modo de llamada. Vaya, no había colado lo del mensaje. Al menos tenía que intentarlo.

-¿Sí? –dije con miedo. Ahora me tocaría  escuchar todo el repertorio de mi madre. Y lo peor es que el 80% sería sobre la repetición de lo primero que ha dicho…
-¡Valeria Spinoza! –Ojú, chungo, sólo me llamaba por el apellido cuando algo le molestaba mucho. -¿Cómo que vas a llegar sobre las diez y media? ¡Te dije que fueras temprano a la estación y no con el tiempo justo! ¡Seguro que te has entretenido por ahí! –Efectivamente, estaba molesta. Hablaba en un tono de voz bastante alto.
-Vale, sí, tienes razón, pero aparte de eso, todo está lleno porque la gente compra los billetes con antelación. –Mi voz sonaba cansada. De esas veces en que nos hartamos de nuestras madres y nos parecen muy pesadas. Y eso que había dicho pocas palabras, pero sabía cuando se ponía así.
-¿Y? Mira Alan. ¡Toma ejemplo de él! ¡Está aquí desde ayer por la noche! –Vaya con Alan. Como se notaba que no estaba en Biomedicina por sorteo, se veía que era bastante avispado. –¡Y no vino antes por esperarte! Me dijo que te estuvo llamando al móvil varias veces por la tarde para quedar los dos juntos para veniros en su coche, pero que no lo cogiste ninguna vez. ¿Dónde leches lo tenías? -¿Al móvil? Aquí se me escapaban un par de cosas. La primera es que yo no había recibido ninguna llamada suya. La segunda es que ¿cómo tenía mi móvil? ¿Llevaba algún cartelito donde lo publicaba o algo?
-Mamá, estaba trabajando en la tienda, y no sé si lo sabes, pero allí la batería y el cero tienen mucho en común. –Se lo explico mejor, por si no lo entiende. –Que los dos son nulos. –Yo mientras seguía dándole vuelta a lo de las llamadas…Vale, ya no le estaba dando más vueltas, ya caí en la cuenta, lo había dicho yo misma. La cobertura era nula. Al salir fuera y ver que tenía 20 llamadas perdidas de un número desconocido, pensé que eran todas del mismo número, y no me fijé en que eran distintos. Fallo técnico. Me separé el teléfono un momento de la oreja para comprobarlo, total… mi madre tampoco estaba diciendo nada demasiado importante, y efectivamente, estaba en lo cierto, había dos números diferentes…Vaya, no podría haberme dado cuenta antes. Si es que soy un caso. –Mamá, no te lo tomes tan a pecho, si llego un poco más tarde, que más da, no te aflijas por todo. Lo importante es la cena, y a esa hora estaré. No te preocupes tanto. –Dije sin haberla escuchado lo que dijo en todo ese tiempo. Total, ya lo sabía… Eso sí, quería preguntarle la última duda que tenía, que también se me había encendido la bombillita. -¿Fuiste tú la que le diste mi número a Alan?
-Bueno, pues a ver si es verdad y estás aquí a la hora de cenar. Porque queríamos salir toda la familia a comer fuera y ahora tú no estás y no lo vamos a poder hacer, porque…bla, bla, bla. –Desconecté. Cuando se enrollaba así, no había manera de pararla, sólo había que esperar a que terminase y se quedara “tranquila” por haberlo dicho todo. Creo que hoy no iba a enterarme de cómo había conseguido Alan mi móvil. Aunque me lo imaginaba, seguramente había sido mi madre que lo llamó para decirle que nos viniésemos juntos. Lleva queriendo juntarnos desde siempre.
-Que sí mamá, que sí. Venga, ya nos vemos luego. Lo siento, dale un beso muy grande a papá y a Alex y disculpadme por favor. La próxima vez seré más precavida. –Dijo cortándola. Que la solución para que no me diera la repasata, fuese esperar, no implicaba que estuviese dispuesta a ello..
-Ok, no estoy dispuesta a que me des el día. - Pero al parecer, este corte mió funcionó. Vaya, ¿no había funcionado nunca y ahora sí? Interesante. –Me voy que están llamando al teléfono de casa. –Zas. Pues no, no era por mí, sino porque la estaban llamando. Bueno, ya habría alguna primera vez en que mi corte funcionase.

Mi madre y yo nos despedimos. Colgué. Bien, volvamos a lo que estaba pensando antes…Jmmmm. ¿Qué estaba pensando antes? Bah, hice por recordarlo pero no tuve éxito. Entretanto me entretuve mirando a lo guapo y apuesto que era el revisor de billetes de los autobuses… El uniforme le sentaba genial. Y el pantalón no le hacía ninguna arruga por la zona del trasero. Le encajaba a la perfección… ¡No! ¡Estoy desvariando! Seguía teniendo muchos impulsos reprimidos. Más me valía seguir liberándolos o me jugarían malas pasadas. Y ahí fue cuando recordé en lo que estaba pensando antes. En qué hacía durante esas ochos horas. Decidido, me iría a un centro comercial que había por allí. La estación de autobuses en la que estaba, Port Authority, que estaba en 8th Avenue, estaba un poco lejos de Malls, el centro comercial más famoso de Nueva York y al que estaba deseando ir pero nunca había tenido tiempo desde que vine. Bah, tenía 8 eternas horas por delante. Estaba a punto de gastar todo el dinero de mi tarjeta del metro…Bah, por una vez...

Malls era gigante, inmenso, enorme, nada comparado con el centro comercial más grande y fácil de perderse que cualquier otro que hubiese podido ver en España. Con cuatro plantas llenas de tienda y dedicadas exclusivas para la moda. Había firmas y marcas de todas clases. No sé para qué querían la 5th Avenue teniendo unos cuantos centros comerciales como este por ahí… Como tenía unas seis horas por delante, descontando el tiempo que tardo en ir de aquí a la estación y el tiempo de antelación con el que tengo que estar, me tomé la visita con tranquilidad, parándome en cada cosa que mereciera la pena pararme. Leches, tanto es así, que en todo ese tiempo que tuve, no terminé de vérmelo todo entero. No sé si es que fue con demasiado detenimiento, que creo que no, porque no me compré nada porque no llevaba dinero suficiente, o porque era excesivamente grande. No quería ni imaginar la de energía que podía consumir con tantas luces y calefacción.

Comí en uno de los locales del centro de comida rápida. Pero eso de rápida sería en prepararse, porque en conseguirla sería comida lenta. No recuerdo cuánto tiempo estuve esperando en la cola, porque incluso la gente comía de pie porque no había sito para sentarse de lo abarrotado que estaba aquello. Lo gracioso, es que comí allí porque era el único sitio de módico precio que no estuviese excesivamente lleno. Eso sí, carteles de súper modelos, había por todas partes. Empecé a coger complejos que no había tenido antes. Bueno sí, pero que los olvidaba y no sacaba hasta que me mostraba delante del espejo y ver que mis expectativas puesta en esa prenda, se quedaban en meras expectativas fallidas. Bah, yo no tenía la culpa, la culpa la tenía la sociedad y sus cánones de belleza. Incluso al maniquí le sentaba mejor una sencilla camiseta o unos simples pantalones.

Cuando iba ya camino de la salida para ir tranquilamente a la estación sin muchas prisas, me topé con mi mayor enemigo en lo referente a no perder tiempo…Una tienda de complementos. No pude evitar pensar <cinco minutos y salgo> al igual que tampoco pude evitar que fuesen algo más de cinco minutos… Me paré más tiempo porque encontré colgantes para los móviles. Pensé que era un buen momento de adornar el mío con algo. En la Uni, todo el mundo lo tenía con pegatinas, lunares hechos con pintauñas, cristales brillantes… y yo con el mío triste, solo y soso. El problema es que había demasiados colgantes, claro, son tan pequeños y ocupan tan poco espacio comparado con otras cosas, que había una pared llena. Y la pared no era precisamente pequeña…

Así acabé corriendo de nuevo, para no variar, camino de la estación de metro. Pero valió la pena la media hora que pasé allí. Había encontrado algo fantástico. Algo con lo que conseguiría una grata sonrisa, alegrar el día y crear un recuerdo especial. Si para conseguir eso tenía que dejarme la vida corriendo o tal vez chocándome con alguien que me metiera en problemas, me cayera en alguna obra de la calle o me atropellara un coche, correría el riesgo. Además, tenía puntos a mi favor, porque para no perder más tiempo en el cuarto de baño para sacar el ticket del sujetador, me estuve metiendo la mano por el chaleco hasta llegar a él y sacármelo, mientras iba corriendo por la calle. Bah… la gente de aquí esta acostumbrada ver personas extrañas de todo tipo, no iba a asustarse por ver a una chica metiéndose mano a sí misma mientras corría por las calles. Pero afortunadamente, no pasó nada de eso y llegué a tiempo, más bien tendría que decir que llegué con el tiempo justo y el corazón en la boca, para coger el autobús. Cuando estuve dentro sentada y todo en orden, le envié un mensaje a mi madre diciéndolo que acababa de salir y que llegaría sobre las 10 y media.

El trayecto lo pasé escuchando música de mi mp3. Sí, un mp3 de los antiguos. Sí, todo el mundo tiene iPods de última generación. Sí, ¿y qué? Yo sólo quería escuchar música, y con mi mp3 al que le tenía un gran cariño, podía. Al final me quedé dormida jugando con el móvil al juego de snake, sí, está pasado de moda, pero mi móvil no daba para más y mi economía tampoco. Me desperté porque una amable mujer me movió delicadamente el hombro para avisarme. Eso pensé nada más recobrar la conciencia, en verdad es que era mi compañera de viaje que tenía su asiento al lado de la ventana, y no podía salir conmigo sentada. Ya veía yo muy raro que alguien en esta ciudad se preocupase por otra persona que no fuese uno mismo…

Me levanté tan deprisa para no seguir haciendo esperar a la mujer que casi me choco con alguien, porque no miré al pasillo. Cogí mi bolsa con el regalo y mis platos y vasos, y salí del autobús para coger otro… El 140 que me llevaría a Oakville. Menos mal que casualmente estaba en la estación en ese momento, así no tuve que perder más tiempo. El trayecto en el último autobús se me hizo más corto de lo que pensaba. Sería porque estaba cantando. Y efectivamente, a las diez y media en punto estaba yo llamando a la puerta de mi casa. Ni siquiera preguntaron quién era antes de abrir. Alan apareció al otro lado del umbral y me abrazó por sorpresa. Eso sí que no me lo esperaba.

-Pensé que nunca escucharía el sonido de tus nudillos golpear contra la puerta. –Vaya, eso le había quedado muy bonito. Y me estrechó contra su cuerpo a la vez que lo decía. –Feliz día de acción de gracias. –Dijo soltándome.
-Feliz Día de Acción de Gracias. –Dije sonriéndole.
-¡Mirad a quién tenemos aquí! –Y se echó a un lado de la puerta para dejarme paso mientras gritaba hacia adentro para anunciar mi llegada. Mi familia dejó de hacer lo que estaba haciendo en ese momento. Mi padre, Alex y tío Jack dejaron de estar colocando la mesa, y mi madre y tía Helen dejaron de estar trasteando en la cocina. Todos empezaron a aplaudir a la vez. Incluso mi abuelo que estaba sentado en el sofá. ¿Se habían puesto de acuerdo o es que aquí todos están cortados por la misma tijera?
-¡Hombre! ¡A buena hora! –Dijo mi padre acercándose a mí para abrazarme. Hacia tiempo que no nos veíamos. Desde el primer fin de semana cuando las clases empezaron.
-Desde luego hermana… ¡cada día estás más fea! –Mi maravilloso hermano se unió al abrazo.
-Vaya, no puedo decir lo mismo de ti, ¡tu fealdad está en un grado no empeorarle! –Dije despeinándolo con la mano que me quedaba libre. Porque Jack, Helen y mi madre también se habían unido. ¡Cómo me encantan los abrazos en masa! Porque además todos empezábamos a movernos de un lado para otro diciendo ñoñerías, y es una escena que siempre me ha hecho gracia.
-¿Qué llevas en esa bolsa? –Me preguntó Alan cuando el abrazo concluyó. Se refería a la bolsa del libro de psicología.
-¡Am! ¡Top secret! –Dije poniendo la bolsa detrás de mí. – ¡Tendrás que esperar hasta después de la cena, como es tradición en mi familia! –Y colgué la bolsa del perchero y me acerqué al sofá a saludar a mi abuelo.
-¡Hola abuelo! –Estaba muy contenta por verlo. Es una de esas personas que te llenan de ternura cada vez que las ves. Por eso nos abrazamos tan tiernamente. Incluso nos quedamos unos segundos balanceándonos.
-¡Ya estaba por salir a buscarte porque no venías! Porque antes estaba cayendo una… –Jajaja, el pobre, en su juventud había sido Almirante General. No tenía ni idea sobre qué se hacía en ese puesto, sólo que como siempre había tenido entendido por lo que me había dicho mi madre y él, era uno que tenía mucha responsabilidad, más o menos como el segundo de abordo. Pero ahora mi abuelo estaba mi incapacitado, eso sí, fuerzas y energía no le faltaban. Se hubiera levantado del sofá para abrazarme, pero un militar tiene que guardar siempre una compostura muy firme…
-¡Por supuesto! Tú solo, no necesitas a nadie más. –Dije de cachondeo. Los dos nos reímos.

Fui a la cocina, mi madre y tía Helen me echaron al momento, no quería que les entorpeciera, cuando en realidad sólo estaban charlando de sus cosas… el pavo estaba en el horno y nada más que había que esperar. Me fui entonces de nuevo al salón, estaban viendo un partido de fútbol americano, pasaba de verlo. Así que al final salí a la terraza a ver las estrellas. Quería estar un rato sola. Sola para pensar en mis cosas. Y cuando digo cosas, me refiero a pensar en Bryce y lo que habíamos vivido desde el miércoles hasta hace unas horas. De camino a la terraza, tuve que subir las escaleras. Oí como mi madre le pedía a gritos a mi padre desde la cocina que fuera a cortar el pan, y él le respondía con un <ya voy> que no era ya, sino después. Interesante, cuando yo salgo, terminan de hablar las mujeres y ya puede entrar la gente a la cocina…

Cuando salí por fin, me di cuenta de que no podía ver las estrellas. Estaba nublado, lo sabía porque podía ver la Luna brillar detrás de las nubes.. Vaya, realmente me apetecía verlas. Al momento apareció Alan, no lo noté, no hizo ruido, simplemente lo vi cuando se puso a mi lado. No dijimos nada durante un rato. Sólo nos quedamos allí, los dos solos, mirando no sé que cosa, sin hablar, él en sus pensamientos y yo en los míos. Es algo que le agradecí, no me gustaba que me interrumpiesen. Pero mientras analizaba la situación, me interrumpió. Yo estaba observándolo mirar al cielo.

-Una pena que no podamos ver las estrellas. –Dijo girándose para mirarme.-Esperaba que al salir de la noche de Nueva York, volvería a verlas de nuevo, pero está nublado porque acaba de llover hace poco. Pensaba en ir a buscarte a la parada, pero escampó. –¿Esa parte la dijo como desilusionado?
-Sí, es una lástima. –Dije apoyando los codos sobre la baranda y la barbilla sobre las manos. Yo también vine con esa ilusión.
-Ayer te llamé varias veces para decirte si querías que nos viniésemos juntos en mi coche. ¿Dónde tenías el móvil? No hacía la llamada. –Vaya forma de cambiar de tema. Pasando de uno profundo a uno de curiosidad.
-En el trabajo. Allí no hay cobertura. –Le respondí sin dejar de mirar a la Luna. Quería ver cómo las nubes, arrastradas por el viento, pasaban a lo largo de ella, y con suerte, la harían visible. Pero no era así, no corría ni una pizca de aire.
-Vaya, no lo sabía. Por eso no fui a buscarte. Pensaba que estabas en otro sitio. Llamé al telefonillo de tu casa pero tampoco estabas. Esperé un rato más pero nunca llegaste. –Anda. No tenía ni idea que eso estuviese ocurriendo mientras yo estaba con Bryce a lo mejor todavía en el parque.
-Sí, digamos que el miércoles fue un día intenso. –Y tan intenso. El que más de mi vida hasta ahora con diferencia. Yo seguía sin mirarlo, estaba empecinada en ver la Luna. ¿Creería que no quería enfrentar su mirada por cualquier motivo?
-Bueno, pero ahora estamos los dos aquí. Solos. Bajo una noche nublada. –Hubiera quedado genial decir estrellada, pero desgraciadamente no lo era. Ahora sí me incorporé para mirarlo. No sabía adonde quería llegar. -¿Tienes los ojos marrones? –Vaya, se había dado cuenta. Observador incluso de noche y sin luz. Pero no preguntaba con asombro, era más como una pregunta introductoria de un momento.
-Sí. –Nos quedamos un rato mirándonos.

No me preguntó por qué habían pasado de ser verdes a marrones. Creo que eso era lo que menos le interesaba en ese momento. Lentamente empezó a aproximarse a mí. ¿Qué iba a hacer? Con cuidado de mis reacciones, puso su mano en mi hombro, como si quisiese evitar que me fugara. No creo que fuese a besarme… Alan, mi Alan, mi amigo de la infancia, él no podía sentir algo por mí después de 11 años sin vernos. Pero su cabeza empezó a descender a mi altura. Su mirada era muy intensa, no me apartaba los ojos ni un segundo. No quería pensar que mis sospechas fueran ciertas, y como prefería quedarme con la duda, preferí detenerlo en aquello que fuese a hacer. Tenía puestas todas las alarmas.

-Alan…-Dije colocando una mano en su pecho y empujando hacia adelante para apartarlo de mí. Cada vez estaba más cerca.
Él no era Bryce. Yo ahora estaba totalmente entregada a él, y además de que no sentía nada por Alan, mucho menos iba a fallar a mi chico. Mi chico… repetí esas palabras en mi mente, sonaban tan bien…  Pero Alan hico caso omiso, siguió adelantando y yo retrocediendo. Por Dios, ¡que pase algo que evite que nuestra relación cambie! Y Dios me escuchó, pero de nuevo, lo que había deseado se cumplió de una manera en la que no deseaba. La luz se fue. Literalmente, hubo un apagón. Lo supe porque la calle dejó de estar iluminada, las ventanas de las casas dejaron de emitir luz y entre ellas, la mía. De repente se oyeron dos tipos de gritos. Dos eran de dolor, uno más seco y otro más desgarrado, lo supe porque uno era de hombre y otro de mujer. El otro tipo de grito era de sobresalto por el imprevisto de la luz.

Así aproveché para salir de aquella situación. Él reacción también ante los gritos, y entramos los dos en la casa. Él sacó su móvil para alumbrar el camino, por lo que no me hizo falta a mí sacar el mío. Llegamos abajo en un momento, sólo para descubrir que mi madre se había quemado sacando el pavo del horno porque se había derramado el caldo por la mano, y que mi padre se había hecho un corte en el dedo al estar partiendo el pan. Si es que lo que no pase en mi familia… Allí abajo, en la primera planta, estaba todo muy agitado. Tío Jack buscando rápidamente un botiquín para asistir a mi padre en no sé qué lugares remotos de la cocina. Tía Helen iba corriendo con Alex a buscar velas y linternas. Mi madre salió corriendo a yo no sé donde, seguramente a echarse algo en la quemadura.

Alan y yo permanecimos de pie mirando sorprendidos el extraño panorama. Mi abuelo era el único que permaneció tranquilo, sereno y en calma. Vaya, pues sí que tenían sangre fría los militares, pues sí. Eso sí, todos iban gritando corriendo de un lado para otro. Era un momento de esos que se graban en tu mente y sientes que si alguien de fuera te viera en ese momento, te morirías de vergüenza ajena. Eso sí, que fuera un momento de esos, no implicaba que lo fuera para mí también. Porque yo empecé a reírme a carcajada limpia, y si alguien nos hubiese visto, me reiría aún más. Alan me miró con cara de “¿qué le pasa a la loca esta también?” pero eso sólo aumentaba mis ganas de seguir riendo. Realmente era una escena muy cómica.

Cuando se acabó mi ataque súbito de risa, las cosas todavía no se habían normalizado. Mi padre discutía con tío Jack sobre si debía echarse o no alcohol en la herida mientras Alex los iluminaba con una linterna y aprovechaba para meter baza entre ellos.

-Antonio, échame cuenta, tienes que echarte alcohol para desinfectar la herida. –Decía tío Jack mientras acercaba el bote de alcohol al dedo sangrante de mi padre, el cuál tenía papel de cocina enrollado, intentando parar la sangre. Que guasón el tito. La iluminación parcial que tenían no era suficiente para mostrar la expresión de su cara en la que, a duras penas, intentaba disimular la risa con una sonrisa. Él no estaba preocupado por la herida, ¡él lo que quería era escuchar a mi padre quejándose por el dolor! Qué hombre este… Aunque no lo culpo de nada, ¡yo también quería oírlo!
-¡Que no! ¡Que con el mercurio es suficiente! –Mi padre ya un poco cabreado ante la insistencia de tío Jack, le apartaba la mano con el bote hacia otro lado.
-¡Venga ya papá! ¡Que no es plan de que te des de baja por una heridita de nada mal curada! –Mi hermano era el otro que no se escapaba. Sabía que se reía, no porque le viese la cara, porque estaba de espaldas a mí, sino porque veía como vibraba la luz de la linterna con la que los enfocaba. Si no fuera porque lo conocía perfectamente, pensaría que se había puesto de acuerdo con el tío para chinchar a papá.
-¡Mira el niño este que disfruta viéndome sufrir! –Mi padre y su intento por defenderse. – ¡Si eres tú el primero que se niega en echarte alcohol en las rodillas cuando las traes en carne viva porque te las has sollado jugando al fútbol! –Mi padre 1 – Tío Jack y Alex 0. Al final su intento de defensa, no se había quedado solo en el intento.
-¡Helen! ¡Baja! ¡No busque más que la otra linterna esta aquí detrás del espejo del cuarto de baño de abajo! –Escuché de fondo a mi madre gritando desde lejos apurada, aunque hablaba tan fuerte, que la escuchaba como si estuviese a mi lado. ¿Por qué no lo cogía ella misma ya que estaba al lado? Pero yo seguía mirando a los tres estos.

Pero de repente mis ojos pasaron a otra escena. Escuché un golpe que captó mi atención. Al momento escuche dos exclamaciones. Reconocí que la que era de dolor pertenecía a tía Helen. Se había golpeado contra algo, y creo que sabía con qué con total seguridad. Y no podía ser otra cosa, que en la cara, con el espejo, que también era la puerta de un armarito para la pared que teníamos sobre el lavabo. Lo sabía porque mi propia madre se había golpeado con él innumerables veces. Era como una especie de costumbre o tradición de cada pocas mañanas. Mi madre es de las que caen varias veces con la misma piedra, era ya tanta la frecuencia, que ni lo consideraba que fuera algo normal. Y es que llego a pensar que incluso hasta les coger cariño a esas piedras, porque no me explico por qué no las aparta del camino para no volver a tropezarse… Pero lo de tía Helen sí era normal, en la oscuridad no podía calcular bien cuánto iba la puerta a acercarse a su cara. La segunda exclamación era precisamente de mi madre, por el susto que se habría llevado al escuchar gritar a tía Helen.

Vale, ya sé por qué ella no había cogido la linterna ella misma, y es que estaba dentro untándose la pasta de dientes en la mano sentada en el váter, no había caído antes en eso cuando la vi corriendo, imagino que ahora sí, tras presenciar auditivamente la escena. Imagino que con las prisas se habría puesto a buscar el dentífrico a tientas antes que esperar a encontrar algo con qué alumbrarse. Pero ahora que ya se lo estaba echando, cayó en la cuenta de pedir luz. Y le tocó a tía Helen ir en su ayuda para después nosotros ir en la suya. 

-¡¡Pero que te ha pasado chiquilla!! –Como lo esperaba, mi madre hablaba desde lejos y la escuchaba como si estuviese a mi lado.
-Mi nariz… -A tía Helen la escuché con dificultad, debía estar tapándosela y cubriéndose la boca a la vez sin querer.
-¡Ay mujer! ¿Por qué no tienes más cuidado? ¿Te has dado un golpe con la puerta del armario? –La voz de mi madre sonaba angustiada.
-¡¿Y a ti que te parece?! No fui con más cuidado porque iba con prisa a buscar la linterna con lo apurada que me llamaste. –Jajaja. Cierto, tía Helen tenía toda la razón. Pero su voz no sonaba acusativa, no le estaba echando en cara nada a mi madre. Sonaba sorprendida todavía. Noté como una figura se movía a mi lado. Me asusté por un momento, pero miré rápido a ver quién era, y no con muchos problemas, divisé que era Alan, iba camino del cuarto de baños para ver que le había pasado a su madre.
-¡Valeria! ¡Ven! ¡Échame tú el alcohol ya que vas para médica! –Oops, con el jaleo me había olvidado de mi padre, el cual seguía liado con Alex y Jack. Apuesto cualquier cosa a que ninguno de los tres se ha enterado de lo que había pasado. Mi padre no me llamaba porque fuera médica, me llamaba porque dentro de lo poco que se fiaba de mí, siempre una un escalón más que de lo que se fiaba de los otros dos. Desde que era pequeña, siempre me había estado picando con mi padre. Él habría ganado la batalla anterior en al que quedaron 1-0, pero la guerra la habían ganado Alex y Tío Jack.
-¿Estás seguro? –Para chincharlo, lo miré con una sonrisa diabólica. –El alcohol va a hacer lo mismo te lo eche quién te lo eche. –Y acompañé la expresión de mi cara con una risa malévola también.
-¡Noooooo! ¡Dioooos! ¡¿Pero qué he hecho para merecerme esto?! ¡Que alguien me salve! –Y empezó a mirar al techo, haciendo como el que mira al cielo, para implorar ayuda en tono de broma. Me encanta mi padre cuando se pone a hacer el paripé. Jajaja.
-¡Niño! ¡Quieres dejar de decir tonterías! ¡Que no está la cosa para reírse! –Se escuchó a mi madre desde el cuarto de baños. De verdad… esta mujer está en todo. Llego a pensar a veces que sus orejas son móviles, y que se mueven de un lado para otro dependiendo de para donde le indique la antena que tenía en la cabeza y que la informaba de conversaciones ajenas. Eso sí, su intento de cortarnos el rollo, sirvió para aquello para lo que había servido siempre, para aumentarlo. Seguimos haciendo el paripé como si nada. Alex colocó la linterna en su boca y ayudó a tío Jack a sujetar a mi padre para que no se moviera. Y mientras yo le aguantaba la mano a duras penas para echarle el alcohol.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Auch! ¡Auch! ¡Ah! –Mi padre se quejaba en tono burlón. Sabía que en verdad le escocía la herida. Pero es de los que piensan que si las cosas se tienen que hacer sí o sí, mejor hacerlas por el camino más llevadero. Y lo acompañaba en esa opinión. ¿Y qué camino más llevadero que el de la broma, la guasa, la juerga y el chiste? Mi familia era peculiar, pero fantástica.

Cuando los accidentados  se mejoraron de sus accidentes. Nos sentamos todos alrededor de la mesa junto con mi abuelo, que por lo bajini, también se había estado riendo. Lo gracioso, es que para no gastar la pila de las linternas, pusimos unas velas que nos alumbrasen; pero la cosa no queda ahí, cuando decía que era gracioso, no lo decía por las velas en sí, sino por el color de estas. Eran negras, y para rematar, dos. Esto era un evidente silogismo:

Todos reunidos, de noche, no hay luz porque misteriosamente se ha ido
Lo único que nos alumbra, son dos velas negras titilantes
Por tanto, mi padre y tío Jack van a empezar a contar historias de “terror”

Y mi conclusión acertó de lleno. Tardaron el tiempo de ver a Alex yendo hacia ellos con las dos velas en las manos, para empezar. Supe que actuarían así, no por costumbre, nunca antes había pasado algo parecido, es sólo que me los conozco ya a los dos.

-Bueno familia, ¿sabéis como se pasa el tiempo en estos casos? –Mi padre comenzó a hablar en un tono de voz siniestro. Mirando hacia los lados muy rápidamente.
-¿Cómo? –Y siempre hay un inocente de turno que pica. En este caso, tía Helen. Mi madre ya le tenía pilladas las vueltas a papá.
-¡Contando historias de miedo! –Y tío Jack contestó por mi padre en un tono de voz parecido al de malvado psicópata de las películas, mientras agitaba los brazos para acompañar la expresión de su cara. No se habían puesto de acuerdo los dos, es sólo que tenían una especial conexión mental para estas cosas.
-¡Venga ya! ¡Con lo grandes que sois y os vais a poner a contar historias de miedo! –Tía Helen salió en su defensa, pero ya había caído en la trampa, pero como sabía ya que era demasiado tarde, lo dijo en tono de broma también. Aunque ciertamente, esas palabras eran más propias de mi madre. Todavía hoy me sigue pareciendo extraño que en un ambiente familiar y relajado, se le vaya el sentido de la madurez que tanto intenta imponer.
-La primera, trata sobre el osito de peluche con ojos de botones que está guardado en la juguetería de una vieja viuda diabólica. -Y como sabíamos todos, tanto mi padre como tío Jack siguieron a su bola. Y como también sabíamos todos, no hay nada más aterrador en el mundo que ¡un osito de peluche con ojos de botones!  

Y contaron la típica historia del niño que va a la juguetería, compra el muñeco escondido y olvidado que nadie quiere y ve como en su casa empiezan a ocurrir cosas extrañas. Aunque iban improvisando, se notaba porque cuando uno se quedaba pillado sin saber qué decir, el otro salía a su encuentro continuando la historia. Y así sucesivamente fueron apareciendo en la historia, la hija del guarda de un instituto, la esposa que fue  asesinada brutalmente por su marido, los niños huérfanos, algún que otro fantasma o monstruo. Jason y Freddy Crueger, como no,  no pudieron faltar, como tampoco faltó la puerta cerrada a través de la cual sale mucha luz… Era como un popurrí de historias típicas de terror, eso sí, infundía de todo menos miedo, más que nada pasamos un buen rato divirtiéndonos, porque llegó un momento en que ya la historia era interactiva, y cada uno metía en ella a quien quisiera. Mi hermano como no… también hizo su propia adaptación…

-Y en ese momento, cuando abrieron la puerta, apareció…-Alex dejó unos segundos de expectación. Cogió la vela negra que tenía más cerca y se la acercó a la cara para imponer más, o intentarlo. Finalmente habló -¡Valeria! –Y me miró con cara de poseído. –¡Estaba girando su cabeza como si fuera la niña del exorcista! Y además estaba pronunciando palabras en un lenguaje satánico. -Ea, ya tuvo que hacer la gracia. ¡Pues ahora era mi turno de participar!
-¡Exacto! Aparte de que es día no estaba yo muy católica, ¡estaba conjurando una maldición para Alex! –Ahora me tocó a mí coger la vela negra y mirarlo con mala cara. -¡Quería que tuviera una muerte lenta y dolorosa por haber destripado al osito de peluche! –Y le acerqué la vela, no demasiado, rápidamente para asustarlo.
Dio un respingo hacia atrás. Bien, había funcionado.

Mi padre hizo por continuar con la historia, pero no lo dejamos, empezamos todos a gritar de alegría cuando vino la luz en ese momento. ¡Por fin! Tenía hambre, mucha, ¡quería comerme el pavo de una vez! Empezamos todos a pegar botes en el sofá y a celebrarlo como quien celebra año nuevo. Pero nuestra dicha acabó de repente, con la poca luz que nos proporcionaba la vela, no nos habíamos dado cuenta, pero la habitación se había llenado de humo. Tampoco nos dimos cuenta del olor hasta que tío Jack nos paró para decirlo.

-¡Escuchadme un momento! –Y esperó a que estuviésemos calmados. -¿no oléis a quemado? –y caímos en la cuenta. Con la alegría no lo habíamos notado. Pero tenía razón, olía a quemado. ¿De dónde venía ese humo?
-Emma, ¿tú sacaste el pavo? –tía Helen cortó el silencio.
-Yo no…iba a hacerlo cuando se fue la luz…-Vale, duda resuelta, nos habíamos quedado sin pavo. Las dos salieron corriendo a la cocina sólo para encontrarse con que el pavo estaba chamuscado. Lo sacaron del horno, abrieron las ventanas y encendieron el extractor. Al momento ya estábamos todos allí reparando en la gravedad de la asunto y lo que se podía recuperar del pavo. ¿Veredicto? Teníamos que buscarnos una comida alternativa.
-¿Pero no dejaste la puerta abierta cuando te quemaste al ir a sacarlo? –Preguntó papá casi en tono de reproche.
-Sí. ¿Quién la cerró? –Mi madre respondió.
-Me declaro culpable. –Tío Jack apareció por detrás y levantó la mano a modo de señalarse a sí mismo. –La vi abierta y sólo se me ocurrió cerrarla, como la luz se había ido… No caí en que el horno guarda muy bien el calor. –Y miró al suelo cabizbajo. Se le vía preocupado por el accidente.
-¡Bueno! No pasa nada, podemos ir a algún restaurante de por aquí. Yo no me acuerdo de donde están pero seguro que vosotros sí. –Dije quitándolo importancia al asunto y mirando a tía Helen. La cual me hizo mucha gracia, no pude contener la risa. Tenía un chichón en la frente enorme.
-¡¿Qué pasa?! ¿¡Qué tengo?! –Dijo mirándonos a todos a la cara. NO nos habíamos dado cuenta antes con la celebración, pero ahora era muy muy evidente, tanto que salía de evidente. Jajaja.
-Cari, no te ofendas, que te lo digo desde el cariño, -tío Jack se acercó a ella con lentitud, en ademán cariñoso, -pero ¿me dejas que te llame a partir de ahora mamá rinoceronte? –Y todos nos unimos a sus carcajadas. Y tía Helen la primera. No tardó mucho tiempo en darse cuenta, sólo el que tardó su mano en subir a su frente y palpársela.
-¡Por supuesto! Papá rinoceronte. –Dijo acercándose a él y cogiéndolo el culo, aunque no té como desvió su dirección para no cogerle otra cosa. ¡Si es que están hechos el uno para el otro! Pasado el momento de las risas, nos pusimos a hacer un recuento de las cosas que teníamos. Nada de comida precocinada, nada de nada, nulo, cero. Si es que mi familia es demasiado saludable… Sólo teníamos pan de molde, queso en lonchas, botes de tomate frito triturado y barras de chóped, entre otras cosas. Aunque era gracioso como todos nos pusimos a abrir despensas y el frigorífico muy excitados por encontrar algo y luego después del “recuento” desilusionarnos todos a la vez. Era como si fuéramos títeres y alguien nos manejara a todos por igual.
-Bueno, ¿y no tenemos el número ese del restaurante al que queríais ir? –Alan preguntó buscando una alternativa. Todos empezaron a mirarse las caras. Vale, pregunta resulta, no tenían ni idea del número. –Vale, pues me ofrezco a ir allí y ver si hay sitio, y os llamo si lo hay. ¿Quién viene conmigo? –Y ahí sí me miró a mí en vez de al resto. Creo que tenía que darme por aludida.
-Venga, yo voy contigo. A mí no me importa. –Y era cierto, no me importaba dar un paseo nocturno.
-¡Vale, yo voy también! –Y Alex se unió a nosotros. ¿Creía haber visto una mirada de desilusión en la cara de Alan?

Y después del protocolo que se sigue a eso, tal como asegurarse de saber dónde está el restaurante, cómo nos vamos a comunicar si por llamada o llamada perdida y la súper necesaria orden de mi madre sobre no separarme de ellos en ningún momento y evitar calles oscuras, ya estábamos listos para partir. ¡Ah! Tampoco pudo faltar el <abrígate>. Alex y Alan cogieron gabardinas para la lluvia y yo mi trenca. El camino lo pasamos hablando sobre las posibles causas del apagón y esquivando charcos del suelo. Mi teoría era una sobrecarga por todas las familias que había hoy reunidas; la teoría de Alex era un fallo técnico. Alan apoyaba más mi teoría. Victoria :D . Así, pasamos el tiempo hasta llegar en unos 10 minutos hasta el restaurante. El cuál, por suerte, estaba abierto, pero por desgracia, estaba lleno.

-Perdone, ¿podríamos reservar mesa para esta noche? –Dijo Alan muy amablemente al metre.
-Lo sentimos mucho, pero las mesas que están ocupadas están reservadas con bastante antelación –y aumentó el tono de voz en esa parte como si lo estuviera echando en cara- para toda la noche. Además, creo que ustedes tres estarían más cómodos en una hamburguesería. –Y acabó la frase con una amplia hipócrita sonrisa. ¿¡HAMBURGUESERÍA?! Vale, este hombre me caía mal. Tal vez se creía que éramos tres niñitos que no pintábamos nada allí, pues muy bien, que sepa que no iba a perder sólo los clientes esta noche, por mí, perdía los ocho que éramos en total para siempre.
-De acuerdo, gracias por su atención. –Concluyó Alan. Y los tres salimos desilusionados para fuera antes de que el metre pudiera decirnos <a ustedes>, aunque tenía mis serias dudas sobre si lo diría.
–Me suenan las tripas…-dijo Alex sentándose en el poyete de la entrada del restaurante y apoyando los codos sobre sus rodillas para sujetarse la cabeza por las mejillas.
-¿Y habrán pizzerías hoy abiertas? Ya sé que no es comparable a la comida de una cena de una noche especial, pero mejor eso que no comer nada. –Alan siempre tenía ideas para todo.
-Oyes, ¡pues no es mala idea! Tú sabes que a esta gente le encanta todo, podemos ir a encargarlas y sorprenderlos cuando lleguemos.
-Vale, pero una cosa rápida que me estoy desnutriendo. –Mi hermano seguía cabizbajo, hablaba mientras seguía mirando al suelo. ¿Tanta prisa que tenía y no hacía por levantarse? Interesante.
-Pues va a ver que esperar un momento. Porque yo tengo que ir al servicio. –Dijo Alan dirigiéndose de nuevo hacia dentro del restaurante. –Me han entrado ganas ahora. Lo siento, ¡perdonadme la vida! –Los dos lo miramos con mirada asesina, mis tripas sonaban tanto, que parecían un tablao flamenco. Y cuando se giró para mirar hacia delante, tuvo que esquivar a una familia que iba saliendo afuera, pero evitó una colisión para provocar otra mayor…se colocó en el camino de un camarero que transportaba una bandeja llena de bebidas y platos, el cuál no iba mirando por dónde iba, por lo que no vio a Alan y no pudo apartarse. Pero menuda pelotera que cogió el metre. El camarero no se atrevía a echarle nada en cara, porque él era realmente el culpable. Alex y yo lo habíamos presenciado todo.
-Lo siento. –Dijo Alan mirándose la ropa para ver cuánto de manchada estaba. A continuación se puso a recoger los desperdicios junto con el camarero.
-¡Oiga! ¡Señor! ¡De lo siento nada! ¡Debe pagar todo lo que ha tirado! –Abandonó su puesto tras la mesita y fue corriendo hasta la escena. Estaba como ido, casi se le notaba la vena en el cuello como me suele pasar a mí cuando estoy muy muy cabreada. -¡Porque es usted el que lo ha tirado!

Menudo espectáculo estaban dando, todo el restaurante, y casi que hasta los de la primera y segunda planta, estarían escuchando o presenciando la escena. Alan miró hacia arriba agachado desde el suelo. Este chico era demasiado bueno como para enfrentase a nadie aunque él lleve la razón. Además de que lo sabía, podía notarlo en su cara de angustia. Creo que debía entrar en acción, porque además de las palabras que dijo el metre antes, seguía hablando, relatando y gritando como un grillo negro al que se le oye pero no se le escucha.

-No, no, no. ¡Oiga usted señor! Aquí mi amigo no tiene culpa de que el camarero no haya ido mirando por dónde iba y no se haya apartado del camino para no chocarse con él. –Y le toqué el hombro a Alan en una seña para que se incorporase.
-Perdone señorita, está usted muy equivocada…-no dejé terminarlo.
-Sí, sí, perdonado está usted si se da cuenta de su error. –Y lo miré con expresión impositiva y nada titubeante.
-Lo primero es que él no tenía por qué estar ahí. –Y giró la cabeza para mirarlo acusativamente. Lo que me faltaba ya. Ahora iba a vetarnos el paso.
-¿Ah sí? ¿Y con qué derecho nos dice usted eso? A nosotros nos había echado nadie ni nadie nos había impedido el paso. Yo puedo entrar aquí con buenas intenciones como cualquier otro cliente y como cliente que es él también. –Y para parecer más convincente, empecé a señalarlo con un dedo. Vamos, ¡él a mí! ¡Ja! Yo me había enfrentado a toda la Uni y demás matones, y no iba a venirme ahora un metre antipático a llamarme la atención sin razón. –Además, suponiendo que la culpa hubiera sido de él. ¡Usted nos ha tratado como unos críos cuyo sitio debía ser una hamburguesería! ¡Ha tenido la poca vergüenza de mentirnos y decirnos que todas las mesas estaban reservadas para toda la noche cuando no es así! ¡Y encima se ha portado como un maleducado dando semejante espectáculo y gritando como un loco cuando podría haber hecho las cosas por el camino pacífico! –Cogí aire, había dicho todo eso de golpe y ahora me faltaba. –Pues que sepa que por educación, antes no nos quejamos por desplante. Incluso podría poner una carta de reclamaciones al restaurante por su mala educación, pero creo que ya tendrá suficiente con los clientes que va a perder o con la mala fama que se va a ganar. Porque antes íbamos a pedir mesa para OCHO personas. Señor… -Y me paré a mirar el nombre que aparecía en la placa que tenía colgada del pecho a modo de pin. -…Black Cricket – ¿Black Cricket? ¿Grillo negro? ¡Jajaja! Empecé a reírme interiormente, puse toda mi fuerza de voluntad en no exteriorizarlo y seguir mostrando seriedad, pero no pude y tuve que salir rápidamente de allí. Bajé al fin mi dedo acusador y miré a Alan para decirle que nos fuéramos y así lo hicimos.

Ni siquiera reparé en mirar a la gente al salir, seguramente nos estaría criticando por el espectáculo que acabábamos de dar, pero me daba igual, o no decía todo lo que tenía que decir, o reventaba. Lo único en lo que me fijé fue en la cara del metre. Era de irritación total. Bien, si era de una de esas personas que se irritan con facilidad, ahora le había dado motivos. Pero para mi sorpresa, la gente del restaurante empezó aplaudirnos, me giré, el camarero me guiñó el ojo. Vaya, se daba un cierto aire a Bryce, podría haber dicho Aaron, pero aparte de ser también físicamente, tenía algo en la mirada que me hacía sentir igual que cuando estaba con Bryce. No sé, era una sensación extraña que reconocí porque era la misma. Ese momento raro me cortó mi sentimiento de victoria y minuto de gloria. Decidí quedarme con que también me daba la razón a mí, pero por no jugarse el puesto, había decidido hacerme ese guiño antes que aplaudir como los demás.

-Venga, a qué esperáis, vamos a la pizzería más cercana. –Y salí andando por el primer camino que vi sin mirar a mi hermano y a Alan.
-Por ahí no es. –Zas. Es lo que tienen las decisiones precipitadas. Esperaba recordar más cosas del pueblo…Y me giré para seguir a Alan, que ya había emprendido el camino.
-¡Joder Valeria! ¡Qué barbaridad como te pones cuando te entra la vena! -¿La vena? ¿Esta vez también se me había notado? Vaya, con el comisario de la policía noté como la sangre me circulaba a presión por ella. Ahora no. Me toqué el cuello. Estaba normal y corriente.
-¿A qué vena te refieres? –Dije mirándolo con mi cara de interrogación.
-Nada, es una forma de hablar…-Dijo tan pancho mi hermano sin ni siquiera parar a mirarme. Jmmmmm.
-¡En eso tiene razón! ¡Vamos, tienes que sacar el temperamento de tu abuelo… porque si no, no me lo explico! –Alan se giró para mirarme con una sonrisa burlona. –En ciertos momentos llegué a temer por mi vida y por las del resto del restaurante. Jajaja.
-¡Mira! ¡No me toquéis lo que no tenéis que tocarme! ¡Eeeeh! –Dije de broma pero con su respectivo tono de indignación.
-¡Oh! Que va que va, ¡dios me libre te tocarte nada! –Desgraciado mi hermano… Salí corriendo para cogerlo y darle tal vez una colleja. Pero el muy…digamos simpático, me vio y salió a correr para que no lo cogiera. Iba mirando hacia atrás y no vio el árbol con el que se chocó. Ni siquiera hice por ocultar mi risa.
-¡Jajaja! ¡Eso es el karma! ¡Tú te metes conmigo y ahora pagas por ello! –Dije señalándolo con el dedo
-¡Idiota! –Dijo tapándose la mejilla con las manos. -¡Me está saliendo sangre! ¿Y si me deja cicatriz? ¡Mañana tendré que ir con un parche al instituto! –Se había enfadado conmigo. Pero yo no tenía culpa de que se hubiese chocado, que vale, que yo era la causa iniciadora por empezar a perseguirlo, pero si no hubiera sido porque él no miraba hacia delante mientras corría, no hubiera pasado, así que él era el causante final y culpable.
-¡Jajaj…! –Y mi risa se  cortó súbitamente. Un coche pasó por mi vera y por encima del charco que también estaba a mi lado, casualmente. ¿Consecuencia? Me había salpicado y mojado por completo. Ahora la risa que se escuchaba no era la mía. Eran la de Alan y Alex al unísono.
-¿¡Qué jajaja decías jajaja del karma jajaja?! –Me atrevía a jurar que a ambos se les salían las lágrimas por la risa. Menudas carcajadas, y pensaba yo que mi risa era escandalosa… si no nos había escuchado ya medio vecindario, calentito.

Sin comentarios… Vale, hoy había sido un día completito. La luz se va y provoca que mi madre se queme la mano, mi padre se corte con el cuchillo, tía Helen se golpee con un armario en la cabeza y le salga un súper chichón, por culpa de tío Jack nos quedamos sin pavo, Alan acaba con la ropa manchada de comida y bebida porque se choca con un camarero, Alex se hace una raja en la cara al chocarse con un árbol y yo acababa mojada de agua sucia por el salpicón de un coche. Parecía que la única que se había salvado esta noche era yo, pero fue un sentimiento que duró pocos segundos. ¿Algo más? Y empezó a llover de nuevo. Vale, no he dicho nada. Las cosas siempre pueden ir a peor. Cuando pararon de reírse a mi costa mientras los miraba con cara de “no tiene gracia”, ofrecieron de irnos a casa e improvisar algo allí o cogería un resfriado si nos deteníamos en alguna pizzería. Un detalle de su parte. Porque ellos con sus gabardinas para la lluvia estaban muy preparados…no como una servidora con su trenca permeable.

Así llegamos a casa a tiempo para descubrir que estaban sirviendo pizza en al mesa del comedor. ¿Alguna explicación? Vale, no había caído, pero teníamos los ingredientes necesarios para prepararlas y ninguno se había dado cuenta cuando investigamos por toda la cocina en busca de comida. Con el pan de molde, las lonchas de queso, el tomate frito triturado y las barras de chóped teníamos para hacer lo que en mi casa se conoce por PanPizza. Guay. ¿Por qué no nos habían avisado?

-¡Bienvenidos! –dijo tía Helen mientras llevaba las bandejas de la cocina al comedor.
-¿¡Pero que has hecho que te has puesto así Valeria!? –mi madre había tardado una milésima de segundo en mirarme desde la cocina y salir para ver cómo estaba. No se le escapaba una.
-Una historia muy larga… ¿Hay agua caliente? Quiero ducharme… -Dije con desgana mientras me secaba los pies en la alfombra de la entrada.
-Sí, voy a encender el termo, coge algo de ropa de mi armario y no tardes mucho. –Dijo camino de la cocina para encenderlo. Bien, no se había parado más en interrogarme, menos mal, porque me ponía de mal humor cada vez que lo hacía ya además con cosas que no merecían la pena. Pero tenía mucha hambre y el olor a pizza era cada vez mayor, me fui rápidamente de allí y entré en la ducha tras coger la ropa.

Quince minutes justos tardé. Lo sé porque cuando entré, sonó el reloj avisando de que eran las 11.30 y cuando salí sonó para anunciar las 11.45; sí, tenemos uno de esos relojes que marcan los cuartos. Era la segunda vez que me duchaba ese día. Y tal y como había supuesto, cuando terminé de ducharme, todo el mundo había terminado también su comida… No me habían esperado… pero no los culpo, con el hambre que teníamos todos, era comprensible. Eso sí, me habían guardado cuatro rebanadas de PanPizza ¡menos mal! ¡De dos bolsas enteras de pan de molde se habían dignado a dejarme cuatro por lo menos!

-¡Bueno Valeria! ¡¿Y qué problemas tienes tú con los grillos negros?! Jajaja–Y tío Jack anunció mi llegada nada más verme aparecer por las escaleras. Su voz de socarrón era inconfundible. Ya les habrían contado a Alex y Alan lo que pasó.
-¡Ofu! ¡Cuando empiezan a silbar no hay quien los pare! –Dije cogiendo mis PanPizza y llevándomelos a la cocina para calentarlos.
-¡¿Cómo quieres que te llamemos a partir de ahora?! ¡¿La insecticida o la veneno?! Jajaja. –Continuó mi padre. ¡Si es que a estos dos les faltaba ser familia! Y todos empezamos a reírnos al compás.
-No sé no sé, creo que “la veneno” ¡me da más prensa! – dije ya sentándome en el sofá con mi comida calentita. Se habían apartado Alan y tía Helen para dejarme sitio. Y otra tanda de risas. Parece mentira como, dependiendo del ambiente y la gente, unas mismas palabras pueden hacer tanta gracia en una situación o parecer una auténtica chorrada en otro.
-¡Vamos, cualquier día te vemos de portera de discoteca o guardaespaldas del presidente! –Alex como no, también tenía que participar. Eso sí, su arte, aunque especial, lo tenía.
-¡O de legionaria! –Mi abuelo tampoco podía faltar, que fuera una persona seria no quita que no se le ocurran sus cosas divertidas y de vez en cuando no las diga.

Y así, derivando de un tema a otro, como el que empieza a hablar súper heroínas y acaba inventándose la historia del día de acción de gracias, llegó el momento del brindis. Yo ya había terminado de comer, me había quedado bastante satisfecha con las cuatro porciones, todo hay que decirlo, habían hecho bien en dejarme sólo cuatro, entre tema y tema.

-¡Familia! Me llena de orgullo y satisfacción –empezó tío Jack a hablar de cachondeo, -poder pasar todas los accidentes extraños del mundo, si son con vosotros. –Levantó la copa de vino, nadie tenía la misma bebida, cambiábamos todos, pero daba igual, un brindis es sólo un gesto simbólico. –Hoy doy gracias por lo que sea que ha hecho que podamos volver a reunirnos todos como en los viejos tiempos, y porque nuestra amistad no se murió hace 11 años ya. –Ahora adquirió un tono serio. Si es que este hombre cuando se pone serio, sabe decir palabras muy bonitas. -¡Por la siguiente cena de Acción de Gracias! –y todos brindamos. -¡¡O de desgracias!! –y la risa floja hizo que se derramaran algunas gotas de distintos tipos de bebida, sobre la mesa.

Mi madre con la pasta de dientes en la mano, que todavía no se la había quitado, mi padre con la venda en el dedo, tía Helen con el chichón en la frente, Alan con su ropa todavía manchada, Alex con su tirita cubriendo el arañazo de su cara, tío Jack con un cardenal en la muñeca, lo vi cuando estiró el brazo para brindar y se le encogió el jersey, y yo físicamente todavía entera. Todos entrando en contacto por medio de sus vasos en una amistad que podía superarlo todo. Un lazo de unión irrompible. ¿El amor tendría una unión tan fuerte también o mas? Y me acordé de Bryce en ese momento en vez de Aaron. Hoy había sido un día extraño en todos los sentidos, desde que entró el día a las 00.00 hasta ahora que ya era viernes, el reloj marcó justo en ese momento las 00.00.

-¡Bueno y ahora la tanda de regalos!  -¡Cierto! ¡Con todo lo que había pasado ya se me había olvidado! Todos nos movimos de la mesa para ir a buscar los respectivos regalos. Incluso mi abuelo había participado. Qué gracioso él. Fui al perchero donde había colgado la bolsa con el libro y se la di. Los demás estaban haciendo lo mismo. El tiempo que tardó en verlo se me hizo eterno. ¡Por favor! ¡Que Alan le gustara mi regalo!
-¡Tachán! –El regalo no estaba en vuelto, con las prisas se me había olvidado, por eso cuando le di la bolsa y lo sacó, tuve que improvisar algo, y fue lo primero que se me ocurrió junto con un movimiento de brazos para presentarlo.
-¡Anda! ¡Me encanta! –Dijo súper ilusionado. Yo me ilusioné aún más con su comentario. Todo el esfuerzo y tiempo empleado para encontrar un regalo ideal, había merecido la pena. – ¡El libro es genial! -¿Cómo lo sabía? –El problema es que ya me lo compré y leí hace tiempo… -Y dijo este último con una sonrisa para no desilusionarme del todo. Pero no lo consiguió. Si antes mi barra de felicidad marcaba 10, ahora iba por 0 y descendiendo… Y cierto, al final se cumplió mi deseo de que le gustara o incluso le encantara, es más, le gustaba tanto, pero tanto tanto, que ese libro ya se lo había comprado… Una vez más, un deseo se me cumplía pero no como yo quería. ¿Tanto hay que especificar para desear cosas en la cabeza? -¡Oh! ¡Venga ya! ¡No me mires con esa carita de triste que me pones a mí también!
-Jo… con la ilusión que yo tenía y el tiempo que me había quitado… -Ciertamente, tanto tiempo tanto tiempo, que por entrar en la tienda donde lo compré, me entretuve tanto que no quedaron después entradas libres para mí para el autobús… -Mira, en la bolsa viene el ticket... te puedo decir dónde es y descambiarlo… -Agaché la mirada y me puse a mirar el suelo.
-Valeria, escúchame –y me alzó la cara por la barbilla delicadamente, -como no me gusta ver la desilusión en tus ojos, vas a ir tú, me vas a comprar el libro que con el que a lo mejor estuviste discutiendo si comprarme ese o no, y me lo darás.
-¿Por qué? ¿Y si vuelvo a equivocarme? –Y fruncí el ceño.
-No te equivocarás, estoy seguro. Mira, has acertado con este libro, ¡realmente me encanta! Por eso sé que sabrás escoger bien. –Y sonrió ampliamente. Me convenció. Él confiaba en mí y yo esta vez esperaba  no defraudarlo.
-Ok, el lunes te lo doy en la Uni. –Y sonreí junto con él.

Me puse a buscar a la persona que tenía que regalarme, ya que parecía que Alan no era porque todavía no había dicho nada. Y resultó que fue tío Jack. Lo supe porque cuando lo miré, estaba con los brazos abiertos en plan abrazo y con una bolsa en la mano.

-¡Ahijada! –dijo muy fuerte mientras hacía un gesto con los brazos para que le devolviera el abrazo.
-¡Padrino! –grité con él mientras me acercaba corriendo a abrazarlo. Y empezamos a apretarnos fuertemente por la espalda, incluso me levantó en peso y empezó a dar vueltas y yo a girar alrededor, como un tío vivo. Jajaja, me encanta este hombre. Al final de unas cuantas vueltas ya me puso en el suelo. Estaba un pelín mareada. Pero se me pasó al momento.

-¡Mira lo que te ha comprado tu tío! –Y me ofreció la bolsa. ¡Estaba muy entusiasmada!  La abrí al momento. Había una pequeña caja envuelta en papel de regalo rojo brillante. ¡¿Qué será qué será?! La abrí rompiendo y llevándome todo a mi paso y ¡me encontré con que era un mp4 de última generación! La marca era iPod y parecía ser táctil. ¡¡TÁCTIL!! ¡Nunca había tenido antes nada táctil! ¡Qué ilu! Y encima hoy en el autobús de camino aquí había pensado en lo antiguo que estaba mi mp3… ¡Parecía como una conexión mental o algo! Eso sí, el otro no iba a tirarlo. Le tenía mucho cariño como para eso.
-¡Waaaa! ¡¡¡TÍOOO ME ENCANTA!!! –Dije saltando y lanzándome después contra él para abrazarlo de nuevo. Eso sí, al momento después de mi euforia, me vino la tristeza. Él se había gastado un pastón enorme en el regalo y yo le había regalado a su hijo un simple libro… Jo, pero si no tenía dinero para comprarme ni a mí misma nada parecido… -Tío Jack… no puedo aceptarlo. –Dije tristemente mientras me soltaba de su abrazo.
-¿Qué? ¿Por qué? ¡Como no me digas que tu religión no te lo permite no hay excusas que valgan! –Y frunció el ceño mientras me dijo estas palabras.
-Es que yo sólo he podido regalarle a Alan un libro… y tú te has gastado tanto dinero en mi regalo…No es justo…-Miraba al suelo, no quería mostrarle mi mirada de desilusión.
-¡Valiente tontería! Valeria mírame –y alcé la cabeza para hacerlo. Cuando se ponía serio, había que obedecer a todo. -¡¿Qué es lo que importa?! ¿¡El regalo en sí y la felicidad de la otra persona que lo recibe!? –Me miraba fijamente a los ojos. Era su gran capacidad de convicción. Por eso había llegado tan lejos en su propia compañía hasta ser un nuevo rico, cuando antes había sido un simple obrero como mi padre. Él tenía carisma y lo estaba experimentando ahora mismo.
-El regalo y la felicidad de la otra persona al verlo. –Dije con la boca pequeña.
-¿Y qué crees que le haría más ilusión a Alan? ¿Ver qué has acertado en escoger un libro que le guste y comprobar que lo conoces suficiente como para encontrar lo que quería… o gastarte un montón de dinero en algo que no le haría la misma ilusión? –Su mirada seguía siendo intensa.
-Lo primero…
-¡Pues eso! ¡Los regalos no se miden por el dinero que cuestan sino por el efecto que crean en la otra persona! ¡A ti te ha hecho ilusión mi regalo y a Alan el suyo! ¡Pues ya estáaaaa! –Y ahí sonrió. Y a mi me convenció. Cierto, llevaba últimamente dándole mucha importancia al dinero. Una importancia que nunca antes le había dado. Creo que juntarme con la high-class del país me está afectando… -¡Que el dinero no da la felicidad! -Mi tío tenía en eso más razón que un santo.
-¡Te quiero tío Jack! –Y volví a lanzarme a su cuello para abrazarlo. El entusiasmo había vuelto a mí. <Y yo a ti sobri> Respondió. Sobri… era el apodo cariñoso que siempre me había dicho pero que hasta ahora no me acordaba de que me lo decía.

El resto de la familia también se emocionó mucho con sus regalos. Mi abuelo le había regalado a Alex toda la equipación fútbol del equipo al que estaba apuntado junto con él balón firmado por todos los jugadores de su equipo favorito, el New York Jets. Mi padre le tocó regalarle a su suegro, vamos, lo que viene a ser mi abuelo, aunque decir suegro sonaba como a la típica relación mala entre yerno y suegro cuando ellos se llevaban como padre e hijo también. La cuestión es que le regaló la maqueta de un barco para que lo construyese, realmente a mi abuelo le apasionaba todo eso de montar maquetas, tenía múltiples barcos metidos en una botella decorando su casa y construidos por él. Y es que mi abuelo siempre había tenido constancia, paciencia y buen pulso para esas cosas. Por esas cualidades también había llegado al puesto al que había llegado en las fuerzas armadas. Eso sí, siempre fue muy callado, tanto secreto que guardar lo hacía una persona misteriosa. Pero esta vez no era otro barco en una botella, era el mismísimo Titanic, la caja era enorme, gigantesca. Pero estaba segura de que no le llevaría mucho tiempo, porque entre todo el que tenía libre, cuanto le gustaba hacer eso y la dedicación que le daba, le daba dos semanas como mucho. Y supe que el regalo le encantó, se vio un atisbo de agradecimiento y alegría en su normalmente seria cara.

Tía Helen recibió el regalo de Alex. El cuál, teniendo poca idea sobre sus gustos y también por todo el tiempo que había pasado desde entonces, le regaló algo que a cualquier mujer le gustaría. Un vale para una sesión de balneario que incluía un recorrido por distintas piscinas y unos masajes. Y acertó, tía Helen se veía súper emocionadísima. Los dos se abrazaron tan felices. Me enternecí al verlo. Me sentía tan feliz en este ambiente tan familiar. Llegué a sentir miedo por que algo lo cambiase. Bah… pamplinas mías, el cerebro es tonto, en nuestra absoluta felicidad, siempre duda de que no haya nada malo. Tío Jack recibió el regalo de mi madre. Era la edición limitada y exclusiva de todos los discos y álbumes de los Rolling Stones. En el centro comercial en que trabajaba mi madre como dependienta, que su puesto fuera bajo, no significaba que no pudiera hacerse de contactos con los que reservar las ediciones limitadas. A mi tío siempre le había encantado ese grupo, desde que se compró su Harley Davidson hace años atrás ya, siempre salió con grupos moteros rocanroleros al máximo. Y claro, a falta de no tener dinero para comprarle algún accesorio para su adorada moto custom, que era todo carísimo, le compró aquello que había estado buscando pero que por falta de tiempo, nunca había podido hacerlo a fondo para encontrarlo.  Realmente mi tío era muy sabio, con un regalo que llegaría a los 50$ más o menos, lo había hecho realmente feliz que con otro que hubiese costado de 200$ en adelante. Y mi madre además había tenido la suerte de regalarle algo que no tenía, todo hay que decirlo.

A tía Helen le tocó regalarle a mi padre. Y fue nada más y nada menos que un portátil. ¡Un portátil! Él que habíamos tenido siempre, bastante viejo ya, me lo quedé yo para trabajar y estudiar cuando nos mudamos de nuevo a EEUU. Está en mi apartamento. Él pobre no tenía dinero para comprarse uno nuevo y había tenido que resignarse a estar sin él. Aunque eso le había venido bien, ahora en su tiempo libre hacía deporte en vez de estar sentado frente a la pantalla. Pero ver películas, que era lo que más le encantaba, dejó un gran vacío en él. Eso sí, ahora tendría que contratar línea a internet, un gasto más para ser el segundo mes de acomodación y adaptación al lugar y disminuir el estrago económica que había ocasionado el viaje en nuestra cuenta corriente. Tardaría un poco más en poder volver a ver películas, pero al menos ya sabía que podría.

Mamá recibió el regalo de Alan. Era un chaquetón largo. Era deslumbrante. Era color camel oscuro y tenía un estampado de rayas a modo de falda escocesa en color gris y diferentes tonos de marrón claro. Me encantaba incluso hasta a mí. Y cuando dijo la marca, me quedé aún más impresionada, ¡Era un Versace! Le tenía que haber costado un pastonazo. Eso sí, mi madre, que siempre había soñado con llevar ropa de marca pero que nunca había podido, se sintió emocionada, se veía en sus ojos brillantes. Él y ella se abrazaron en un abrazo muy cálido. Los gritos de ilusión y alegría de mi madre llenaban toda la sala. Realmente, todos los regalos fueron un éxito total y rotundo. Eso sí, se me pasó por la cabeza pensar que a los ricos, las pequeñas cosas son las que más lo emocionan, a y los pobres, las caras a las que no pueden acceder. Pero daba igual, la felicidad, tal y como había dicho tío Jack con sus sabias palabras, no se mide por el dinero.

La noche también fue un éxito muy especial, tantas desgracias no habían podido acabar con nuestro entusiasmo, buen rollo, alegría y  ganas de bromear y pasarlo bien. Era la mejor cena de Acción de (des)Gracias que había vivido nunca antes, con diferencia.

-¡Abrazo en masa! –Dijo mi padre a grito pelado. Y todos nos fuimos corriendo a obedecerlo. Nada mejor como un abrazo colectivo en familia para terminar un día perfecto.