Capítulo 31: Estampida de elefantes
Leo y Liam se quedaron un rato más. Siguieron metiéndose conmigo y yo mandándolos lejos. Vi cómo a Alan había empezado a caerles bien estos chicos. Incluso él se les unió en sus gracias. Si es que Dios los cría y ellos se juntan.
-Bueno, chica guerrera. –Dijo Liam. –Este y yo nos vamos yendo. Que hemos quedado con unas chicas para jugar a cierto juego donde hay que moverse con cuidado, estar pendiente de los demás, vigilar las espaldas, estar preparado para atacar y si te dan te dolerá mucho.
-Liam… Creo que somos bastantes mayorcitos aquí como para que digas esas cosas en clave…
-¿Qué cosas? –Respondió con cara de interesante.
-Pues eso, quedar con chicas para hacer…eso… -Me negaba a decirlo, es lo que él esperaba. –No lo voy a decir, ¡eso es lo que quieres que haga!
-¿Decir paintball? –Leo fue el que respondió, también quería intervenir en la broma… Los dos vieron mi cara de O_o y volvieron los tres a reírse a mi costa. En cierto punto era gracioso, pero ya se estaba volviendo pesado…
-Pues lo dicho, ya te veremos por la Uni. Y ten cuidado con Bryce, hasta que no se desquita a lo grande, no vuelve a ser él, y todavía no ha habido que lamentar grandes pérdidas. –Ahora Leo se puso serio. Y cuando se ponía así, debía ser grave de verdad. -A parte de venir a ver cómo estabas, veníamos también a avisarte de eso, ni siquiera nosotros dos podemos pararlo cuando se pone así. Sería como intentar parar una estampida de elefantes.
Los despedí a los dos en la puerta y se fueron.
-Valeria, no temas por lo que te han dicho de Bryce…-Empezó a hablar Alan cuando volví al dormitorio. Y lo corté antes de que siguiera.
-Alan, me encanta pasar tiempo contigo, pero creo que es hora de que deje de esconderme en los descansos. Si Bryce ha perdido la razón, tendrá que volverle en algún momento, y no quiero sentirme una cobarde. Es mi decisión. –Le dije muy seria, como auto convenciéndome a mí misma.
-Como quieras. Aunque tienes razón. Yo también he estado descuidando a mis amigos estos días. Pero me pasaré algunos a verte. –Y sonrió.
-¡Por supuesto! –y sonreí con él.
Al momento se fue, dijo que tenía que estudiar. Por la noche, vinieron a verme Ashley y Karem. Me encantaba Ashley, la conocía de dos días y ya me había cogido afecto suficiente para preocuparse por mí. Era una persona maravillosa, y Karem también. Las dos se merecían encontrar a otro hombre fantástico en sus vidas, aunque Ashley ya lo tenía.
Las dos llegaron casi al mismo tiempo, con comida que habían comprado para prepararme la cena. Tras una pequeña disputa graciosa y sin malicia, las dos decidieron cocinar para mí. Había que verlas trastabillando en la cocina. Parecían muy compenetradas. Ashley preparaba canapés suculentos y Karem estaba liada con los fogones, luego se cambiaron los roles.
-¿Puedo entrar a ver como vais? –Dije desde el sofá del salón. Estaba viendo la tele porque no me dejaban entrar para verlas o ayudarles.
-¡No! –Gritaron al compás desde la cocina. -¡Es sorpresa! –Volvieron a coincidir. Jajaja, qué graciosas las dos.
-¡Pues acabad pronto porque me muero de hambre! –Y era cierto. Mis tripas sonaban sin parar. Pasaron cinco minutos y hubo respuesta desde la cocina.
-Cierra los ojos Valeria, -dijo Ashley. –No quiero que veas nada hasta que no esté todo puesto sobre la mesa. –Tuve que hacerme caso.
-Ya puedes abrirlos. –Dijo Karem. Miré hacia la mesa y -¡¡TACHÁN!! –Me vi a las dos con los brazos abiertos mostrándome su obra de arte. Había de todo en la mesa, desde delicatesen de Ashley hasta platos comunes de Karem.
-¡Hala! Está genial, se ve todo riquísimo. –Me invitaron a sentarme, me echaron la silla hacia atrás, y cuando ya estaba sentada, hacia delante. Probé un bocado, estaba riquísimo. –Como dicen en mi tierra, ¡esto está de lujo!
Me fascinaba que una chica como Ashley, heredera de la Corporación Godmes, que siempre habría tenido señoritas a su servicio, haya aprendido a cocinar tan bien, sabiendo que en el futuro también tendría señoritas que lo hicieran por ella. De Karem me esperaba lo estupenda que era, pero había cogido ya una concepción tan negativa de las niñas ricas, que todo lo relacionado con Ashley me parecía increíble. Y me encantaba que ella y Karem hubiesen conectado tan bien de esa forma. Nos pasamos toda la noche riéndonos. Incluso hicimos una fiesta de pijamas y empezamos a hablar de chicos. Ashley contó muchas anécdotas que tuvo de seguidores extremistas que la estuvieron persiguiendo, y Karem de historias amorosas de sus amigas. Yo tenía poco que contar, pero lo que más me sorprendió fue que ellas nunca habían tenido novio. Lo tuve que preguntar varias veces porque no me hacía a la idea. Ashley, la envidia de la diosa de la belleza, y Karem, una belleza latinoamericana de ojos negros y rasgados, cabello largo y ondulado y con un cuerpazo impresionante, ambas el triple de mujeres que yo, y no habían tenido novio nunca. De mí lo comprendía, pero no de ellas.
Pasamos la noche dormidas las tres en mi cama de matrimonio. Hice bien al elegir ese apartamento amueblado con una cama tan grande. Porque lo que le faltaba al piso de espacio, lo tenía la cama. Al día siguiente, nos levantamos las tres, y nos separamos en la puerta principal, cada una tiraba por un sitio distinto. Quedamos en volver a repetirlo algún día no muy lejano. Ese día, decidí ponerme la lentilla de color marrón en el otro ojo. Había dormido con la de color verde, para que Ashley y Karem no se dieran cuenta, y tenía el ojo muy mal. Bryce había hecho bien en comprármela de ese color. Me preguntaba qué le había pasado para ponerse así y no volver a visitarme.
En la Uni me encontré con Shelby.
-¡Valeria! ¿Qué te ha pasado estos días? He estado muy preocupada por ti. –Dijo con cara de preocupación.
-He estado enferma con fiebre, gripe creo que era. Y tienes mi número de teléfono, podrías haberme llamado. –Se lo eché en cara, ya no quería que Shelby siguiera riéndose en mi cara, poniéndose de súper buena amiga y no haciendo nada por mí. Ahora que tenía a Ashley, Karem Alan, Leo, Liam y Aaron como amigos, me había dado cuenta de muchas cosas.
-No me acordaba. –Dijo después de un tiempo en que hizo como que pensaba para acordarse de algo. –Lo siento de todas formas. Me alegro de que estés mejor. –Y se fue. No sé adonde, ni me importaba.
Las clases pasaron si mayor dilación. La normalidad había vuelto a la Uni. ¿Me habría retirado Bryce la tarjeta roja? Parecía ser que sí. En el descanso, me dirigía al estanque, quería pasar mi tiempo con Aaron. Pero cuando iba por el pasillo, vi como una gran multitud de gente corría hacia una misma dirección. < ¡Por aquí! ¡Mirad venid es por aquí! > ¿Qué pasaba ahora? ¿Es que lo raro en este lugar es que no haya problemas? Me abrí paso entre la gente como pude. Y por fin logré ver qué era lo que estaba pasando.
-¡Me has tocado la espalda con tu hombro! –Era Bryce. Estaba acosando a un joven. El chico estaba tirado en el suelo, bocabajo, y Bryce tenía su pierna apoyada sobre su espalda. Estaba echado hacia adelante en una postura desafiante.
-¡Lo siento! ¡No fue intencionadamente! ¡Perdóname! –El chico lloraba. Tal y como me dijeron Aaron, Leo y Liam; Bryce estaba totalmente ido, pude verlo en sus ojos.
-¡ESO NO ME VALE! –Ahora trasladó el pie de su espalda y lo puso sobre su cabeza de un golpe. Ni en sus peores enfados contra mi lo había visto así. Sentí mucho miedo. Ni siquiera yo podía hacer nada por evitarlo. Realmente me sentía miserable, me había unido al grupo de gente que sólo se limitaba a observar como torturaba a los demás. ¿Pero que podía hacer yo contra ese demonio con la fuerza de un tsunami?
-¡BRYCE! –Leo y Liam aparecieron al otro lado de la multitud. Por dios, que pudiesen hacer algo para solucionarlo. -¡Es suficiente, lo vas a matar!
-¿Y qué diferencia habría en este mundo con una lagartija menos? –Ahora la voz suya era calmada y pausada. Daba aún más miedo que cuando gritaba. Con esos ojos que no puedo describir, parecía poseído.
-Está fuera de sí. –Dijo Leo entre murmullos. Pude enterarme. Estaban a mi lado.
-No hay nada que podamos hacer ahora. No creo que ni Valeria pueda pararlo. –Liam estaba siendo realista. Aunque me tranquilizó pensar que alguien pensaba como yo. Que no podría detenerlo. Al menos mi sentimiento de culpabilidad disminuyó.
-¡¿Y tú que coño miras con esa sonrisita, eh?! –Dijo ahora dirigiéndose a un chico que estaba escondido entre la multitud. Lo había visto antes, no se estaba riendo… O Bryce alucinaba, o sólo buscaba excusas para desatar su ira. -¡Porque no me gusta nada! –Y lo cogió por el cuello, lo levantó una cuarta del suelo sin esfuerzo ninguno y lo lanzó escaleras abajo.
-Debemos agradecer a Dios que por ahora se está controlando un poco. –Dijo Liam. ¿Controlándose? ¿En serio? Pues no me gustaría verlo sin control. Nunca pude imaginar que la gravedad del asunto era tal cuando me avisaron antes en mi casa.
Bryce miró un momento hacia donde yo estaba. Sus ojos literalmente me traspasaron con la mirada. Me entró un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Daba auténtico pavor. Y volvió a mirar hacia el frente con la misma expresión ida. Pasó a mi lado disolviendo la multitud a su paso, que se retiraban para dejarlo pasar. Y acabado el espectáculo, fui al sitio donde me dirigía desde primer momento. El único lugar donde encontraba mi paz interior. El estanque. Aunque Aaron no estaba cuando llegué. Me tumbé en la orilla, sobre las piedras blancas pulidas, y me dediqué a mirar las nubes pasar por encima de mi cabeza. Que Aaron no estuviese allí, no quitaba que el lugar perdiera su poder tranquilizador.
Cerré los ojos, estaba empezando a quedarme dormida. Allí era todo tan tranquilo, el sonido del viento, el del agua, las ardillas jugueteando, los pájaros. Me sentí elevarme sobre el suelo. De repente algo me hizo sombra. Una nube habría tapado el sol. Pero me dio por abrir los ojos y vi una cara que me observaba con expresión alegre.
-Aaaaaaah. –Me asusté mucho, no me lo esperaba. Me incorporé de repente y nos chocamos de frente.
-Auch. Bruta. –Dijo poniéndose una mano en la frente.
-Oops. Lo siento. Pero que sepas que la culpa es tuya. ¿Cómo se te ocurre aparecer así? –Aunque el golpe había dolido. No quise ponerme la mano en la cabeza para no darle la razón respecto a lo de bruta. –Lo que pasa es que eres un nenaza. -Ya había empezado a bromear con él. Me encantaba tomarle el pelo como el me lo tomaba a mí.
-¿Así cómo? ¡Si no he dicho nada! ¡Sólo te estaba mirando! –Sólo me estaba mirando. Sonaba demasiado bonito como para llevar una intención sentimental.
-Bah. Sigo pensando que la culpa es tuya. –Me hice la obstinada.
-Como quieras, yo seguiré pensando que eres una bruta. –Dijo mientras se sentaba a mi lado. Cada segundo a su lado, era un precioso regalo del destino.
El resto del tiempo lo pasamos los dos tumbados mirando el cielo y cómo el viento se llevaba las nubes. No necesitábamos decir nada, el momento era perfecto así, no había un silencio incómodo, había un silencio que hablaba por sí mismo. Hablaba de felicidad. El timbre tocó, y los dos continuamos allí, embelesados. No sabía lo que pensaba él, aunque sí sabía lo que pensaba yo. Que el timbre no debió tocar nunca.
-Yo voy a clases. ¿Te vienes? –Dije incorporándome. La obligación me llamaba. Me habían pagado la beca de estudios para ESTUDIAR, evidentemente, y no debía mal aprovecharla, sería egoísta por mi parte.
-No, voy a quedarme un rato más. La clase de hoy es la repetición de la práctica individual del otro día que a los demás no les dio tiempo de realizar. –Dijo mientras continuaba mirando al cielo y con una mano acariciaba a una ardilla.
-Ok. Ya nos vemos otro día. Hasta luego. –Y salí de allí. Con todo mi pesar.
Las tres últimas clases transcurrieron con normalidad. Shelby y yo nos hablábamos como siempre. No se había molestado por mi comentario ni yo con ella. Luego rectifiqué, pensé que a lo mejor había estado muy ocupada y no se había acordado, o realmente había olvidado que tenía mi número. No debía juzgar a la gente tan a la ligera. Le pedí disculpas por lo dura que había sido antes. Y ella me devolvió la sonrisa.
A la salida. Iba yo andando por la calle de camino al trabajo. Fui a mirar la hora en el móvil y me percaté de que no lo tenía. Maldición. ¿Y si lo había perdido? No podía permitirme usar el dinero de mi salario para comprar un móvil nuevo… Tenía que hacer memoria y ver dónde podía estar. No era un grandioso móvil, a ningún rico de la Uni que tiene que tener la última tecnología punta en teléfonos podía interesarle. ¿Y si me lo había dejado en el estanque? Fui a mirar allí. Y efectivamente, no me había equivocado, allí estaba mi móvil. Sólo que no donde lo dejé. Estaban en las manos de Bryce, que estaba sentado en el banco incómodo, y lo que estaba lanzando al aire y cogiéndolo al vuelo.
-Hola. –Me dijo sonriendo. Pero su sonrisa era diabólica. Y sus ojos tenían la misma expresión de antes. Pero quise hablarle con total normalidad.
-Me has asustado, no te esperaba. ¿Qué haces aquí? –Pregunté como quien no quería la cosa. Pero no dijo nada, siguió mirándome de esa forma totalmente salvaje y descontrolada. –Venía a coger mi móvil. ¿Me lo das por favor? –Y no hubo respuesta.
Tanto silencio me daba miedo, ni siquiera podía escuchar el agua del estanque. Seguía mirándome igual que antes, era como si el tiempo se hubiese parado, el momento se me hizo eterno. Se levantó del banco, y empezó a andar hacia mí. Yo empecé a retroceder hasta que di con la espalda en el tronco de un árbol. Maldición. ¿Quién había plantado ese árbol ahí? Ahora estaba acorralada.
-Realmente me has tomado por un tonto. ¿No es cierto? –Dijo mientras alargaba los brazos a cada lado de mi cuerpo, para evitar que me escapase. –Te lo voy a hacer pagar.
-¿De qué hablas? –No sé si se notaba en mi voz que estaba temblando. Era la primera vez en mi vida que temblaba de miedo.
-Te he visto hoy aquí con Aaron. Estás enamorada de él. No lo niegues. –No gritaba, hablaba muy calmado, pero se notaba que estaba intentado controlarse. Aun así, lo temía más a él que a un toro descontrolado.
-No tengo por qué responder a eso. –Dije mirando hacia otro lado. Era la segunda vez que salía este tema. La primera fue en mi casa, y lo hizo en modo de pregunta. Esta era una afirmación. ¿Era eso por lo que estaba así? –Y quita tus manos, me estoy enfadando.
-Has estado jugando conmigo. –Empezó a reírse irónicamente, mirando hacia el suelo para que no viese la expresión de su cara. Este chico era muy peligroso. ¿Vería como se movían mis piernas por el temblor?
-¡Yo no he jugado con nadie! ¡En ningún momento te he dado esperanzas de ningún tipo! ¡Todo te lo has imaginado tú! –Y cierto, nunca le había dicho nada. Tal vez me mal interpretó por aquellas veces que no puse oposición a sus besos. Pero de ahí a quererlo, había una gran distancia. Y sentía mucho herirlo, pero en el corazón no se manda. -¡Y suéltame ya! ¡O gritaré pidiendo ayuda! ¡Puedo gritar muy fuerte!
-Me las vas a pagar. –Estaba fuera de sí. No escuchaba lo que le decía. No entraba en razones. Estaba perdida. – Inténtalo, sabes que nadie en este lugar te ayudaría. Nadie tiene el valor de oponerse a mí en esta universidad. Ni siquiera el decano.
-¡SOCORROOOOOOOOO! –Ni siquiera sabía si vendrían a ayudarme o no. En ese momento, yo tampoco pensaba. Mi medidor de analizar las cosas con calma ahora marcaba cero. Bryce alargó el brazo y le dio un puñetazo al árbol que le hizo una hondonada de varios centímetros de profundidad. Increíble. Aunque mi medidor marcaba cero, lo que acababa de ocurrir era demasiado evidente como para que se le escapase a mi comprensión. Estaba en peligro.
-¿Lo entiendes ahora? –Dijo llevándose el puño a la boca, y chupando la sangre que le salía a borbotones.
Era una completa escena de película de terror. Y lo peor, es que yo era la protagonista que salía mal parada. Pero utilicé el factor sorpresa. Lo empujé hacia atrás, lo aparté y empecé a correr. Iba sin dirección, tantas emociones en mi pequeña cabecita habían colapsado mi capacidad de decidir con inteligencia. Realmente estaba tan nerviosa, que hasta mis pies se liaron y caí al suelo de bruces. Me hice daño en manos y rodillas, que empezaron a sangrar porque caí sobre grava, pero eso no era lo peor. Lo peor era que Bryce ya estaba allí, lo noté por el escalofrío inconsciente que me entró por todo el cuerpo. Porque realmente no había hecho ningún ruido, ni al correr, ni al respirar. Me giré sobre mí misma, aún seguía en el suelo. Y lo vi allí de pie. Mirándome muy seriamente, por lo menos ahora sabía que me miraba y que no me traspasaba. Se me erizaron los vellos. Empezó a andar lentamente hacia a mí. Y yo a retroceder arrastrándome por el suelo.
-No-no te acerques a mí. –Pero hizo caso omiso, siguió avanzando. -¡Aléjate! –Dije ya llorando.
Estaba aterrada, aterrorizada, no había manera de describir ese sentimiento. Ni siquiera sentí la ínfima parte de miedo cuando me encontré con los cinco chicos aquel día tras mi intento de denuncia en la policía. Ellos no tenían la expresión de Bryce. El cuál se echó sobre mí de un sobresalto y me inmovilizó de pies y manos. No podía deshacerme de su lazo. Leo tenía razón, no podía hacer nada cuando se ponía así, sería como intentar parar una estampida de elefantes descontrolados. Ahora comprendo por qué ellos no hicieron nada por pararlo antes en el pasillo. Si Bryce derrotó a cinco tíos sin recibir ningún rasguño, ¿qué podían hacer dos?
-¡NOOOOO! –La voz se me quebró, mis lágrimas no paraban se salir. Aparté mi cara hacia un lado, la suya se estaba aproximando mucho a la mía. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a besarme? No quería que fuese de este modo. Las otras veces que me dejé, la situación era diferente, no estaba siendo forzada.
Y me besó. Pero fue un beso muy tierno, no era para nada violento. Sin embargo, no se lo devolví, pero lo que él hizo valió por los dos. Mostró tanta dulzura, me tenía agarrada por las manos, pero me soltó de una y empezó a acariciarme. Deshizo el lazo del uniforme y empezó a besarme por el cuello, lentamente, como si fuera la cosa más delicada de este mundo.
-Para…–Le dije. Pero volvió a ignorarme. Lo que hizo fue pasar su mano de mi cuello, que ya tenía los botones desabrochados, hacia debajo de mi falda. Se me vino a la mente la sonrisa especial de Aaron. En un momento como ese, sólo podía pensar en él. –Bryce. Para por favor. No sigas… –La voz se me quebró de nuevo entre sollozos. Y esta vez paró. Me miró, y vi en sus ojos que entró en razón, su mirada ya no era la de antes, sus ojos asesinos habían desaparecido, ahora estos mostraban sorpresa, arrepentimiento, decepción, tristeza… Si la mirada también pudiera quebrase, la suya estaba rota en mil pedazos en el suelo.
-No llores. –Dijo trasladando su mano hasta mi cabeza. Yo me giré y puse de lado. No quería verlo. Por mucho daño que me hubiese hecho con sus actos imprudentes, su mirada me dolía en lo más profundo del corazón. Le había hecho daño y lo sabía. Sin querer le había dado falsas esperanzas. Él me besó en el pelo, con mucha dulzura. –No temas, no voy a hacerte nada más. No llores más, me partes el corazón. –Y permanecimos así unos momentos. Al parecer, había podido parar al final la estampida de elefantes.