Capítulo
66: Gravedad
Yo
seguía asimilando la idea de saltar desde 5000 metros... cuando
llegamos a los 5000 metros.
-¿Preparada
para saltar?
-No.
-¿Preparada
para mi salto?
-Tampoco.
-Estonces
estás preparada.
No
supe por qué dijo que estaba preparada si no lo estaba ni para
saltar ni para su salto, hasta que soltó las manos del borde del
portón de la avioneta. Ninguno de los dos saltó. Nos dejamos caer.
Para lo que tenía que estar preparada era para los 9,8 newtons de
fuerza de aceleración que empezaron a empujar de nosotros hacia el
suelo. En esa milésima de segundo que tardé en darme cuenta, me
hice a la idea de saltar desde 5000 metros. Soy de las personas que
no asimilan algo hasta que lo está viviendo. No obstante, podría
ser peor, podría ser de las que siguen sin asimilarlo aunque lo
estén viviendo.
Bryce
estaba a mi espalda y yo estaba en su pecho. Atados por correas. El
paracaídas salvador unido a su cuerpo. Empezamos a descender,
aumentando de velocidad, cada vez más rápido. Nuestros corazones
latiendo acelerados, tal vez el mío más que el suyo. Cortábamos el
aire a más de 200 km/h. No me hacía especial ilusión con toda una
carrocería blindada protegiéndome de todo golpe, y ahora me
encontraba en la misma situación pero sin ninguna protección.
Unida por unas inertes correas al hombre que llevaba una lona atada a
unas cuantas cuerdas metidas en una bolsa de tela. Cerré los ojos y
abrí la boca para chillar como una posesa, sólo que no llegué a
gritar ni a abrir la boca como una posesa, el aire a 200 km/h se
colaba por mis labios e intentaba atravesarme el cráneo intentando
perforar mi pared bucal. Pero me alegré de ello. Eso me permitió
cerrar la boca y abrir los ojos. No tragarme nada que pueda ir
pululando y ver todo lo que ocurría a mi alrededor. Las gafas
protectoras me lo permitían, impedían que alguna molécula gaseosa
pudiera entrar o salir de ellas. Aunque poco podía ver. Las imágenes
desaparecían tan rápido como aparecían. Aunque tampoco había que
ver, sólo cielo azul desplazándose a mi alrededor.
Me
di cuenta de que sentía mucho frío. A esa altura es normal,
supongo. Y el viento se colaba por mi ropa, o lo intentaba. Me había
abrochado el belcro de las mangas y de los bajos del pantalón, y aún
así se las arreglaba para colarse y hacerme tiritar. Me costaba
respirar. ¿Sería porque el miedo le impedía a lo que sea que hace
que la respiración sea automática o porque a esa altura la presión
parcial del oxígeno es muy pequeña?Intenté dejar mi miedo a un
lado. Sentir el cuerpo de Bryce pegado al mío me tranquilizaba
cantidad. Pero el agujero negro que tenía en el estómago no
desaparecía. Seguía sintiendo mis vísceras chocar con la cara
interna de mi espalda. Intenté llevar a cabo las instrucciones que
Bryce me dio cuando estábamos aún en la avioneta, mientras nos
poníamos el arnés: <no abras la boca, no cierres los ojos,
disfruta de todas las sensaciones. Y no veas, mira.> Esas escuetas
y concisas palabras. Dejé de ver par empezar a mirar. Las imágenes
seguían apareciendo y desapareciendo borrosas, pero yo ahora miraba,
no veía.
Parecía
que desde esa altura podía ver la curvatura de la superficie
esférica de la Tierra. Podía ver el océano Atlántico, la ciudad
de Nueva York, pequeños pueblos de alrededor, carreteras
secundarias, puntitos de colores circulando por ellas, campo, el río
Hudson... todo a tamaño de ridícula maqueta. E iba descenciendo
más... Central Park empezó a aparecer como un pequeño
rectangulito verde ante mis ojos, adiviné la Estatua de la libertad
como uno de los puntitos de la desembocadura del río, ¿ese punto
reluciente por la luz del sol es el Empire State Building? Miré
hacia donde podría estar OakVille. ¿Estará entre esa maraña de
casitas entrelazadas mi casa? ¿Mi madre mirándome a través de la
ventana? ¿Desde aquí podríamos vernos? No me di cuenta de cómo
nos acercábamos al suelo si no fuera porque las cosas iban
apareciendo con mayor nitidez ante mis ojos, porque mi campo de
visión desde que dejamos la avioneta seguía abarcando la misma
cantidad de tierra, no era capaz de adivinar la distancia a la que me
encontraba del suelo. Me parecía estar igual de cerca todo momento.
El
aire poco a poco se fue tornando menos frío. Todavía no era cálido.
Aunque... ¿Qué esperaba en pleno diciembre? Demasiado que la tela
del mono me mantenía a temperatura que permitía la vida humana.
Dejé ese estúpido pensamiento y me abandoné. No sabía cuáno
tiempo llevábamos bajando ni cuánto nos quedaba. Cerré los ojos un
segundo, y cuando los abrí, sentí que volaba. De hecho, estaba
volando. Extendí mis brazos, antes pegados a mi cuerpo, alcé la
barbilla y me sentí ave. El sonido del viento me ensordecía por
completo. Molesto por ser interrumpido por mi brusca y fugaz
aparición, se quejaba. Yo, una intrusa pertubando su orden,
deshaciendo sus planes de desplazamiento, separando para siempre a
las moléculas amigas que viajaban juntas, desordenando todo a mi
paso, había aparecido para irme sin despedida. Incluso sentí un
poco de pena. No mucho. Atravesar nubes es demasiado guay como para
dedicar mucha atención a otra cosa. Lo sabía porque de pronto
empezaba a estar rodeada de niebla y de repente no. Y también porque
respiraba agua casi. Mi pelo, más vivo que nunca, me acariciaba
violentamente. Algún que otro rizo se escapaba rebelde para ondear
muy rápido muy poco recorrido.
Cuando
estaba ya totalmente ida, en un estado parecido al nirvana,
sintiéndome libre como el ave que escapó de su prisión y puede al
fin volar, Bryce inició sus maniobras de actuacción. Para mi
sorpresa, realizamos un giro de 180º grados hacia la derecha. Los
dos empezamos a caer de espaldas, yo sobre él. Ahora sí podía
gritar, el aire no entraba en mi boca. Me di el gusto de gritar como
una auténtica loca. Pero aquello duró unos escasos segundos.
Terminamos el giro hacia la derecha hasta la posición inicial. Ahí
ya tuve que cerrar la boca. Bryce, con los brazos extendidos, empezó
a dar bandazos, meciéndonos de un lado a otro. Me estaba mareando.
Empezó a encogerse, yo a inclinarme hacia delante. De pronto
estábamos cayendo en picado, bocabajo. La velocidad de bajada podía
rozar los 300 km/h en ese momento. Ahí tambié pude gritar, me
desquité los pocos instantes que duramos así. Volvimos a nuestra
posición inical con una vuelta de campana. Ahí ya estaba yo
totalmente acurrucada. Con mis brazos unidos en el pecho, las piernas
encogidas y los ojos nuevamente cerrados. Bryce me tocó el brazo con
su mano, buscando mis manos. Me dejé llevar, odiándolo mucho pero
segura de él. Entrelazó sus dedos con los míos. Estiré mis
piernas y las puse en contacto con las suyas. Los dos extendimos los
brazos. Los dos abrimos las piernas.
En
ese momento, éramos uno. Dejé de prestar atención al viento, al
frío, al paisaje, al nudo en el estómago, al cosquilleo del pelo
rozándome. Todos mis sentidos se centraron en sentir el cuerpo de
Bryce pegado al mío. Los dos arriesgando la vida juntos, confiando
el uno en el otro, dejando la vida en otras manos. Cualquier mal
movimiento, cualquier error, cualquier imprecisión, podría
desviarnos hacia una corriente de aire, dañar el paracaídas o
hacernos caer girando sin control, incapaces de volver a la
estabilidad del equilibrio, de manejar la situación. Ahi sólo
existíamos él y yo. Ya no tenía más miedo. El mundo observándonos
bajo nosotros. Sintiéndonos dueños de todo. Sintiéndonos más
unidos que nunca. Cuando caes... mientras estás cayendo, nada
importa. Ni lo que hay esperándote abajo ni lo que has dejado
arriba. Y otra vez, sintiéndome en un estado superior al nirvana,
sintiéndome más libre que el ave que decidió volver a su prisión
después de escapar para al fin volar, Bryce volvió a actuar.
Destrenlazó sus dedos de la mano derecha de mi mano derecha, y se
separo de ella. Me entristecí, pero la tristeza duró poco, le dio
paso al shock. Tiró de algo y el paracaídas se desplegó. En un
abrir y cerrar de ojos, estábamos en vertical, bajando cada vez
menos rápido, pero no lento.
Menudo
susto que me llevé con el tirón tan repentino y brusco que nos pegó
al extenderse del todo y atrapar aire en su interior. Sentí que el
corazón se me paraba ahí. De hecho, creo que se me paró. Tuve que
darme unos leves golpecitos para volver a sentirlo latir al galope.
Bryce devolvió su mano derecha a mi mano derecha y me rodeó con sus
brazos. Me encontré abrazada a mí misma y a él abrazado a mí, con
su cabeza escondida en mi cuello, en mi pelo. Bajábamos, ya sí
lentamente. Podía ver nuestra sombra en el suelo haciéndose cada
vez mayor.Todavía nos quedaban muchos metros. Mi corazón dismiyó
su frecuencia de latido y yo me relajé. O estaba empezando a tolerar
el chute de adrenalina que llevaba acumulando desde que dejé la
avioneta o me había extasiado por completo y esta es la sensación
última al desmayo. Creo que lo segundo, porque si no, no sé cómo
me atreví a decirlo...
-Bryce,
te quiero... -La repentina rigidez que adquirieron los músculos de
Bryce ante la sorpresa activaron algo en mí. Empecé a absorberla,
tanta adrenalina circulando por mis venas me estaba haciendo perder
el control de mí misma en todos los sentidos. Al final no fui capaz.
-... decir algo. -Silencio. Los músculos de Bryce seguían tensos
todavía, tensos como el mármol. Y los míos flácidos por completo.
-Gracias.
Fue
todo lo que alcancé a decir. Bryce por fin disminuyó su tono
muscular y se relajó. No dijo nada. Sólo me dio un cariñoso
apretón, estrujándome más acurrucada por él, protegiéndome del
frío, del miedo, de mí. Eso hizo que fuera incapaz de pensar, y fue
lo que más agradecí. Enfrentarse a todo lo que me puede inundar en
un momento te deja hecho polvo. Seguimos descendiendo un rato en
silencio, dejándonos llevar por el viento. Aterrizamos sobre una
gran explanada de hierba seca con total éxito.Tal y cómo me explicó
Bryce cuando el suelo estaba ya demasiado cerca, extendí las piernas
frente a mí formando un ángulo de 120º. La gravedad se encargó de
que mis talones encontrasen el suelo sobre el que derrapar. Bryce no
podía hacerlo por su pie derecho, y no es buena idea usar sólo una
pierna. Todo dependía de mí. Y lo hice muy bien. Las botas de
montaña protegieron mis pies en todo momento. Fue una experiencia
muy excitante. Saber que todo dependía de mí, me hizo guardar la
calma como nunca antes en todo el descenso, bueno... eso, y ver lo
cerca que estaba el suelo. Aunque aterrizáramos revolcándonos por
la tierra, ya estábamos fuera del peligro de muerte. Cuando todo
acabó, y empecé a prestar atención a mi alrededor y no sólo a
hacerlo bien, me di cuenta de que Bryce estaba sentado sobre el suelo
y yo delante de él, rodeada por sus piernas, que las había puesto
más arriba que las mías durante el aterrizaje para asegurarse de no
tocar el suelo con ellas. Me invadió un golpe de euforia y empecé a
chillar como no lo había hecho en todo el viaje.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!!!!
¡MENUDO SUBIDÓN! ¡QUÉ FLIPE! ¡¡¡GUAUUUUU!!! ¡DÍOS MÍO!
¡NUNCA ANTES HABÍA EXPERIMENTADO UNA SENSACIÓN PARECIDA A ESTA NI
EN UNA DÉCIMA PARTE! -Seguía flipando en colores. Colores en
fluorescente y con purpurina. Estaba pegando botes en el suelo
agitando los brazos muy rápido, moviendo la cabeza al compás. Bryce
me puso una mano en ella y me la sujetó para que no la moviese. Casi
me da un tirón en el cuello al parármela tan bruscamente.
-¡Estáte
quieta! ¡Llevo todo el camino comiéndome tus pelos! -Gritó
irritado.
-¡Serás
borde! -Me giré un poco para mirarlo enfadada. -¡Qué culpa tendré
yo!
-Qué
manía con la culpa... Nadie te ha echado la culpa... -Empezó a
desbrocharse el arnés de mala gana. Sin mirarme. Yo me quedé
sentada en el suelo, no iba a hacer lo mismo que él.
-Pero
lo pago igual. -Lo miré levantarse con trabajo. Miró al cielo y
empezó a hacer aspas con las manos, llamando a la avioneta para que
viniese a recogernos antes de tiempo, supongo. Porque ya debería
saber que tenía que recogernos allí. Me quedé mirándolo desde el
suelo. Tenía que alzar mucho el cuello para verlo, pero lo perseguía
con la mirada esperando que me mirase. No lo hacía. Me harté. El
cuello empezó a dolerme. -¿Pero qué te pasa ahora? -Me levanté
indignada, sin quitarme el arnés ni nada.
-Me
pones de mal humor. -Empezó a andar cojeando, alejándose de mí.
Poca a poco. Lo miré indignada. Todavía no me había mirado a la
cara desde que quería que lo hiciese. Lo vi alejarse, esperando en
vano que se girara en algún momento, esperando lo que tenía que
decir a eso. Me volví a hartar. Salí corriendo hacia él,
arrastrando el paracaídas conmigo. Iba a tardar más en quitarme el
arnés, con lo apretado que lo llevaba, que en llegar a él
ralentizada por la fricción.
-¡¿En
serio?! ¿¡Todo eso por el pelo?! -Me estaba haciendo realmente daño
en los hombros por tirar del pesado paracaídas. ¿Cómo puede pesar
tanto un cacho de tela? -¡Venga ya! -PLAF. Me caí al suelo ipso
facto. No iba corriendo tan rápido, pero me pilló pisando una
piedra a la vez que el paracaídas se quedaba detenido enganchado a
algo. Menos mal que llevaba guantes y un mono de tela anti arañazos,
mi piel quedó intacta, pero el golpe me lo llevé y eso no hubo nada
que me lo quitase. Ahí al menos conseguí que Bryce se dignase a
mirarme. No era de la forma en que lo hubiese preferido, pero me
valía.
-Sí,
por todo el pelo que tienes en la lengua y que te impide hablar con
sinceridad! -Empezó hablando muy sereno y acabó alterado, con la
voz alzada. Me clavaba la mirada dolido. No podía verlo, pero lo
sentía. Si me costaba mirarlo a la cara sentada, mucho más tendida.
Me cogió de las manos y me ayudó a ponerme de pie sin esfuerzo,
sólo en mantener el equilibrio. -Ibas a decirme <te quiero>, y
lo transformaste en un <te quiero decir algo> -Me lo dijo ya sí
clavándome la mirada directamente a la cara una vez que me había
puesto de pie y me sostenía por mí misma. Quería que me mirase,
pero así me estaba intimidando mucho. -No pienses que no me he dado
cuenta. -Se quedó callado, mirándome expectante, esperando mi
respuesta. ¿Y qué le decía ahora?
-Quédate
con que lo siento, no con mi intento fallido de decirlo. -¿Se lo
estaba diciendo sin decírselo? Ni siquiera sé cómo me atreví a
dárselo a entender. No se lo estaba diciendo tal cuál, pero si lo
estaba haciéndolo saber. Bryce me miró frustrado. Ya no me clavaba
su mirada, ahora parecía derrotado. Dado por vencido.
-Qué
voy a hacer contigo... -Lo dijo suspirando. Sacando todo el aire de
sus pulmones. Qué voy a hacer yo conmingo... Me encogí de hombros
ingenuamente. Bryce giró la cabeza de un lado a otro. Indignado.
En
ese momento la avioneta apareció en mi visión por el rabillo del
ojo, se acercaba a mucha velocidad hacia nosotros. Sobrevolando la
superficie sin tocarla pero arrancando las hierbitas del suelo por el
aire que chupaba. Creando una gran escandalera a su paso. Los dos
miramos hacia ella. La hélice del morro giraba precipitándose hacia
nosotros, tan rápido que formaba un círculo gris en el que no se
podían distinguir las aspas. Desplegó las ruedas, que pronto
tocaron el suelo con un gran estrépito, creando una ola de polvo a
su paso. Se paró a escasos dos metros de donde nos encontrábamos,
despeinándonos, metiéndonos arenilla en los ojos, dejándonos
paralizados. Todo duró un suspiro, pero fue casi tan intenso como
toda la bajada en caída libre.
Me
parece bien que algo inesperado interrumpa los momentos en los que
ninguno de los dos sabe qué decir, pero dentro de una cierta lista
de cosas medianamente aceptables. O que por lo menos no pongan en
riesgo a nuestra capacidad de resistir paradas cerebrovasculares.
Bryce reaccionó antes que yo, se acercó a mí y me desaflojo los
cierres del arnés para que yo terminara de quitármelo. No terminé
de quitármelo, él solo cayó al suelo por su propio peso. Ninguno
dijimos nada al piloto sobre su temerario manejo de la avioneta. Si
es que en verdad nos gusta vivir al límite... En un momento ya
estábamos sobrevolando los cielos en dirección a lo que suponía
debía ser el aeropuerto. Eso sí, el viaje de vuelta lo pasé
relatándole al piloto lo fantástica que había sido la experiencia.
Era incapaz de mirar a Bryce después de lo que dije. Sé que se dio
cuenta, no se le escapa una, y menos una tan evidente. Sobre todo por
el excesivo entusiasmo que ponía en relatarle el viaje al
desconocido piloto, y lo esquiva que estaba con él. Pero mejor que
se de cuenta y lo deje estar a que no e intente algo.
Es triste pero... ahora
que la gravedad me atraía a ras de suelo y tenía la mente fría para
pensar y actuar, no estaba tomando mejores decisiones que cuando
tenía la mente en caliente atraída por la gravedad a ras de cielo.