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Refranero

martes, 17 de septiembre de 2013

Capítulo 66: Gravedad

Capítulo 66: Gravedad

Yo seguía asimilando la idea de saltar desde 5000 metros... cuando llegamos a los 5000 metros.

-¿Preparada para saltar?
-No.
-¿Preparada para mi salto?
-Tampoco.
-Estonces estás preparada.

No supe por qué dijo que estaba preparada si no lo estaba ni para saltar ni para su salto, hasta que soltó las manos del borde del portón de la avioneta. Ninguno de los dos saltó. Nos dejamos caer. Para lo que tenía que estar preparada era para los 9,8 newtons de fuerza de aceleración que empezaron a empujar de nosotros hacia el suelo. En esa milésima de segundo que tardé en darme cuenta, me hice a la idea de saltar desde 5000 metros. Soy de las personas que no asimilan algo hasta que lo está viviendo. No obstante, podría ser peor, podría ser de las que siguen sin asimilarlo aunque lo estén viviendo.

Bryce estaba a mi espalda y yo estaba en su pecho. Atados por correas. El paracaídas salvador unido a su cuerpo. Empezamos a descender, aumentando de velocidad, cada vez más rápido. Nuestros corazones latiendo acelerados, tal vez el mío más que el suyo. Cortábamos el aire a más de 200 km/h. No me hacía especial ilusión con toda una carrocería blindada protegiéndome de todo golpe, y ahora me encontraba en la misma situación pero sin ninguna protección. Unida por unas inertes correas al hombre que llevaba una lona atada a unas cuantas cuerdas metidas en una bolsa de tela. Cerré los ojos y abrí la boca para chillar como una posesa, sólo que no llegué a gritar ni a abrir la boca como una posesa, el aire a 200 km/h se colaba por mis labios e intentaba atravesarme el cráneo intentando perforar mi pared bucal. Pero me alegré de ello. Eso me permitió cerrar la boca y abrir los ojos. No tragarme nada que pueda ir pululando y ver todo lo que ocurría a mi alrededor. Las gafas protectoras me lo permitían, impedían que alguna molécula gaseosa pudiera entrar o salir de ellas. Aunque poco podía ver. Las imágenes desaparecían tan rápido como aparecían. Aunque tampoco había que ver, sólo cielo azul desplazándose a mi alrededor.

Me di cuenta de que sentía mucho frío. A esa altura es normal, supongo. Y el viento se colaba por mi ropa, o lo intentaba. Me había abrochado el belcro de las mangas y de los bajos del pantalón, y aún así se las arreglaba para colarse y hacerme tiritar. Me costaba respirar. ¿Sería porque el miedo le impedía a lo que sea que hace que la respiración sea automática o porque a esa altura la presión parcial del oxígeno es muy pequeña?Intenté dejar mi miedo a un lado. Sentir el cuerpo de Bryce pegado al mío me tranquilizaba cantidad. Pero el agujero negro que tenía en el estómago no desaparecía. Seguía sintiendo mis vísceras chocar con la cara interna de mi espalda. Intenté llevar a cabo las instrucciones que Bryce me dio cuando estábamos aún en la avioneta, mientras nos poníamos el arnés: <no abras la boca, no cierres los ojos, disfruta de todas las sensaciones. Y no veas, mira.> Esas escuetas y concisas palabras. Dejé de ver par empezar a mirar. Las imágenes seguían apareciendo y desapareciendo borrosas, pero yo ahora miraba, no veía.

Parecía que desde esa altura podía ver la curvatura de la superficie esférica de la Tierra. Podía ver el océano Atlántico, la ciudad de Nueva York, pequeños pueblos de alrededor, carreteras secundarias, puntitos de colores circulando por ellas, campo, el río Hudson... todo a tamaño de ridícula maqueta. E iba descenciendo más... Central Park empezó a aparecer como un pequeño rectangulito verde ante mis ojos, adiviné la Estatua de la libertad como uno de los puntitos de la desembocadura del río, ¿ese punto reluciente por la luz del sol es el Empire State Building? Miré hacia donde podría estar OakVille. ¿Estará entre esa maraña de casitas entrelazadas mi casa? ¿Mi madre mirándome a través de la ventana? ¿Desde aquí podríamos vernos? No me di cuenta de cómo nos acercábamos al suelo si no fuera porque las cosas iban apareciendo con mayor nitidez ante mis ojos, porque mi campo de visión desde que dejamos la avioneta seguía abarcando la misma cantidad de tierra, no era capaz de adivinar la distancia a la que me encontraba del suelo. Me parecía estar igual de cerca todo momento.

El aire poco a poco se fue tornando menos frío. Todavía no era cálido. Aunque... ¿Qué esperaba en pleno diciembre? Demasiado que la tela del mono me mantenía a temperatura que permitía la vida humana. Dejé ese estúpido pensamiento y me abandoné. No sabía cuáno tiempo llevábamos bajando ni cuánto nos quedaba. Cerré los ojos un segundo, y cuando los abrí, sentí que volaba. De hecho, estaba volando. Extendí mis brazos, antes pegados a mi cuerpo, alcé la barbilla y me sentí ave. El sonido del viento me ensordecía por completo. Molesto por ser interrumpido por mi brusca y fugaz aparición, se quejaba. Yo, una intrusa pertubando su orden, deshaciendo sus planes de desplazamiento, separando para siempre a las moléculas amigas que viajaban juntas, desordenando todo a mi paso, había aparecido para irme sin despedida. Incluso sentí un poco de pena. No mucho. Atravesar nubes es demasiado guay como para dedicar mucha atención a otra cosa. Lo sabía porque de pronto empezaba a estar rodeada de niebla y de repente no. Y también porque respiraba agua casi. Mi pelo, más vivo que nunca, me acariciaba violentamente. Algún que otro rizo se escapaba rebelde para ondear muy rápido muy poco recorrido.

Cuando estaba ya totalmente ida, en un estado parecido al nirvana, sintiéndome libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar, Bryce inició sus maniobras de actuacción. Para mi sorpresa, realizamos un giro de 180º grados hacia la derecha. Los dos empezamos a caer de espaldas, yo sobre él. Ahora sí podía gritar, el aire no entraba en mi boca. Me di el gusto de gritar como una auténtica loca. Pero aquello duró unos escasos segundos. Terminamos el giro hacia la derecha hasta la posición inicial. Ahí ya tuve que cerrar la boca. Bryce, con los brazos extendidos, empezó a dar bandazos, meciéndonos de un lado a otro. Me estaba mareando. Empezó a encogerse, yo a inclinarme hacia delante. De pronto estábamos cayendo en picado, bocabajo. La velocidad de bajada podía rozar los 300 km/h en ese momento. Ahí tambié pude gritar, me desquité los pocos instantes que duramos así. Volvimos a nuestra posición inical con una vuelta de campana. Ahí ya estaba yo totalmente acurrucada. Con mis brazos unidos en el pecho, las piernas encogidas y los ojos nuevamente cerrados. Bryce me tocó el brazo con su mano, buscando mis manos. Me dejé llevar, odiándolo mucho pero segura de él. Entrelazó sus dedos con los míos. Estiré mis piernas y las puse en contacto con las suyas. Los dos extendimos los brazos. Los dos abrimos las piernas.

En ese momento, éramos uno. Dejé de prestar atención al viento, al frío, al paisaje, al nudo en el estómago, al cosquilleo del pelo rozándome. Todos mis sentidos se centraron en sentir el cuerpo de Bryce pegado al mío. Los dos arriesgando la vida juntos, confiando el uno en el otro, dejando la vida en otras manos. Cualquier mal movimiento, cualquier error, cualquier imprecisión, podría desviarnos hacia una corriente de aire, dañar el paracaídas o hacernos caer girando sin control, incapaces de volver a la estabilidad del equilibrio, de manejar la situación. Ahi sólo existíamos él y yo. Ya no tenía más miedo. El mundo observándonos bajo nosotros. Sintiéndonos dueños de todo. Sintiéndonos más unidos que nunca. Cuando caes... mientras estás cayendo, nada importa. Ni lo que hay esperándote abajo ni lo que has dejado arriba. Y otra vez, sintiéndome en un estado superior al nirvana, sintiéndome más libre que el ave que decidió volver a su prisión después de escapar para al fin volar, Bryce volvió a actuar. Destrenlazó sus dedos de la mano derecha de mi mano derecha, y se separo de ella. Me entristecí, pero la tristeza duró poco, le dio paso al shock. Tiró de algo y el paracaídas se desplegó. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en vertical, bajando cada vez menos rápido, pero no lento.

Menudo susto que me llevé con el tirón tan repentino y brusco que nos pegó al extenderse del todo y atrapar aire en su interior. Sentí que el corazón se me paraba ahí. De hecho, creo que se me paró. Tuve que darme unos leves golpecitos para volver a sentirlo latir al galope. Bryce devolvió su mano derecha a mi mano derecha y me rodeó con sus brazos. Me encontré abrazada a mí misma y a él abrazado a mí, con su cabeza escondida en mi cuello, en mi pelo. Bajábamos, ya sí lentamente. Podía ver nuestra sombra en el suelo haciéndose cada vez mayor.Todavía nos quedaban muchos metros. Mi corazón dismiyó su frecuencia de latido y yo me relajé. O estaba empezando a tolerar el chute de adrenalina que llevaba acumulando desde que dejé la avioneta o me había extasiado por completo y esta es la sensación última al desmayo. Creo que lo segundo, porque si no, no sé cómo me atreví a decirlo...

-Bryce, te quiero... -La repentina rigidez que adquirieron los músculos de Bryce ante la sorpresa activaron algo en mí. Empecé a absorberla, tanta adrenalina circulando por mis venas me estaba haciendo perder el control de mí misma en todos los sentidos. Al final no fui capaz. -... decir algo. -Silencio. Los músculos de Bryce seguían tensos todavía, tensos como el mármol. Y los míos flácidos por completo. -Gracias.

Fue todo lo que alcancé a decir. Bryce por fin disminuyó su tono muscular y se relajó. No dijo nada. Sólo me dio un cariñoso apretón, estrujándome más acurrucada por él, protegiéndome del frío, del miedo, de mí. Eso hizo que fuera incapaz de pensar, y fue lo que más agradecí. Enfrentarse a todo lo que me puede inundar en un momento te deja hecho polvo. Seguimos descendiendo un rato en silencio, dejándonos llevar por el viento. Aterrizamos sobre una gran explanada de hierba seca con total éxito.Tal y cómo me explicó Bryce cuando el suelo estaba ya demasiado cerca, extendí las piernas frente a mí formando un ángulo de 120º. La gravedad se encargó de que mis talones encontrasen el suelo sobre el que derrapar. Bryce no podía hacerlo por su pie derecho, y no es buena idea usar sólo una pierna. Todo dependía de mí. Y lo hice muy bien. Las botas de montaña protegieron mis pies en todo momento. Fue una experiencia muy excitante. Saber que todo dependía de mí, me hizo guardar la calma como nunca antes en todo el descenso, bueno... eso, y ver lo cerca que estaba el suelo. Aunque aterrizáramos revolcándonos por la tierra, ya estábamos fuera del peligro de muerte. Cuando todo acabó, y empecé a prestar atención a mi alrededor y no sólo a hacerlo bien, me di cuenta de que Bryce estaba sentado sobre el suelo y yo delante de él, rodeada por sus piernas, que las había puesto más arriba que las mías durante el aterrizaje para asegurarse de no tocar el suelo con ellas. Me invadió un golpe de euforia y empecé a chillar como no lo había hecho en todo el viaje.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!!!! ¡MENUDO SUBIDÓN! ¡QUÉ FLIPE! ¡¡¡GUAUUUUU!!! ¡DÍOS MÍO! ¡NUNCA ANTES HABÍA EXPERIMENTADO UNA SENSACIÓN PARECIDA A ESTA NI EN UNA DÉCIMA PARTE! -Seguía flipando en colores. Colores en fluorescente y con purpurina. Estaba pegando botes en el suelo agitando los brazos muy rápido, moviendo la cabeza al compás. Bryce me puso una mano en ella y me la sujetó para que no la moviese. Casi me da un tirón en el cuello al parármela tan bruscamente.
-¡Estáte quieta! ¡Llevo todo el camino comiéndome tus pelos! -Gritó irritado.
-¡Serás borde! -Me giré un poco para mirarlo enfadada. -¡Qué culpa tendré yo!
-Qué manía con la culpa... Nadie te ha echado la culpa... -Empezó a desbrocharse el arnés de mala gana. Sin mirarme. Yo me quedé sentada en el suelo, no iba a hacer lo mismo que él.
-Pero lo pago igual. -Lo miré levantarse con trabajo. Miró al cielo y empezó a hacer aspas con las manos, llamando a la avioneta para que viniese a recogernos antes de tiempo, supongo. Porque ya debería saber que tenía que recogernos allí. Me quedé mirándolo desde el suelo. Tenía que alzar mucho el cuello para verlo, pero lo perseguía con la mirada esperando que me mirase. No lo hacía. Me harté. El cuello empezó a dolerme. -¿Pero qué te pasa ahora? -Me levanté indignada, sin quitarme el arnés ni nada.
-Me pones de mal humor. -Empezó a andar cojeando, alejándose de mí. Poca a poco. Lo miré indignada. Todavía no me había mirado a la cara desde que quería que lo hiciese. Lo vi alejarse, esperando en vano que se girara en algún momento, esperando lo que tenía que decir a eso. Me volví a hartar. Salí corriendo hacia él, arrastrando el paracaídas conmigo. Iba a tardar más en quitarme el arnés, con lo apretado que lo llevaba, que en llegar a él ralentizada por la fricción.
-¡¿En serio?! ¿¡Todo eso por el pelo?! -Me estaba haciendo realmente daño en los hombros por tirar del pesado paracaídas. ¿Cómo puede pesar tanto un cacho de tela? -¡Venga ya! -PLAF. Me caí al suelo ipso facto. No iba corriendo tan rápido, pero me pilló pisando una piedra a la vez que el paracaídas se quedaba detenido enganchado a algo. Menos mal que llevaba guantes y un mono de tela anti arañazos, mi piel quedó intacta, pero el golpe me lo llevé y eso no hubo nada que me lo quitase. Ahí al menos conseguí que Bryce se dignase a mirarme. No era de la forma en que lo hubiese preferido, pero me valía.
-Sí, por todo el pelo que tienes en la lengua y que te impide hablar con sinceridad! -Empezó hablando muy sereno y acabó alterado, con la voz alzada. Me clavaba la mirada dolido. No podía verlo, pero lo sentía. Si me costaba mirarlo a la cara sentada, mucho más tendida. Me cogió de las manos y me ayudó a ponerme de pie sin esfuerzo, sólo en mantener el equilibrio. -Ibas a decirme <te quiero>, y lo transformaste en un <te quiero decir algo> -Me lo dijo ya sí clavándome la mirada directamente a la cara una vez que me había puesto de pie y me sostenía por mí misma. Quería que me mirase, pero así me estaba intimidando mucho. -No pienses que no me he dado cuenta. -Se quedó callado, mirándome expectante, esperando mi respuesta. ¿Y qué le decía ahora?
-Quédate con que lo siento, no con mi intento fallido de decirlo. -¿Se lo estaba diciendo sin decírselo? Ni siquiera sé cómo me atreví a dárselo a entender. No se lo estaba diciendo tal cuál, pero si lo estaba haciéndolo saber. Bryce me miró frustrado. Ya no me clavaba su mirada, ahora parecía derrotado. Dado por vencido.
-Qué voy a hacer contigo... -Lo dijo suspirando. Sacando todo el aire de sus pulmones. Qué voy a hacer yo conmingo... Me encogí de hombros ingenuamente. Bryce giró la cabeza de un lado a otro. Indignado.

En ese momento la avioneta apareció en mi visión por el rabillo del ojo, se acercaba a mucha velocidad hacia nosotros. Sobrevolando la superficie sin tocarla pero arrancando las hierbitas del suelo por el aire que chupaba. Creando una gran escandalera a su paso. Los dos miramos hacia ella. La hélice del morro giraba precipitándose hacia nosotros, tan rápido que formaba un círculo gris en el que no se podían distinguir las aspas. Desplegó las ruedas, que pronto tocaron el suelo con un gran estrépito, creando una ola de polvo a su paso. Se paró a escasos dos metros de donde nos encontrábamos, despeinándonos, metiéndonos arenilla en los ojos, dejándonos paralizados. Todo duró un suspiro, pero fue casi tan intenso como toda la bajada en caída libre.

Me parece bien que algo inesperado interrumpa los momentos en los que ninguno de los dos sabe qué decir, pero dentro de una cierta lista de cosas medianamente aceptables. O que por lo menos no pongan en riesgo a nuestra capacidad de resistir paradas cerebrovasculares. Bryce reaccionó antes que yo, se acercó a mí y me desaflojo los cierres del arnés para que yo terminara de quitármelo. No terminé de quitármelo, él solo cayó al suelo por su propio peso. Ninguno dijimos nada al piloto sobre su temerario manejo de la avioneta. Si es que en verdad nos gusta vivir al límite... En un momento ya estábamos sobrevolando los cielos en dirección a lo que suponía debía ser el aeropuerto. Eso sí, el viaje de vuelta lo pasé relatándole al piloto lo fantástica que había sido la experiencia. Era incapaz de mirar a Bryce después de lo que dije. Sé que se dio cuenta, no se le escapa una, y menos una tan evidente. Sobre todo por el excesivo entusiasmo que ponía en relatarle el viaje al desconocido piloto, y lo esquiva que estaba con él. Pero mejor que se de cuenta y lo deje estar a que no e intente algo.

Es triste pero... ahora que la gravedad me atraía a ras de suelo y tenía la mente fría para pensar y actuar, no estaba tomando mejores decisiones que cuando tenía la mente en caliente atraída por la gravedad a ras de cielo. 

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