Capítulo 15: Sentencia de muerte
Llamé a la puerta. Era extraño, era la primera vez que lo hacía en mi vida. Antes, siempre había entrado con las llaves, pero ahora no las tenía, ya no vivía allí en el significado estricto de la palabra. Me puse en posición para sorprenderlos, es decir, con un brazo levantado y el otro estirado en diagonal hacia abajo. Y cuando abrieron la puerta, grité “¡SORPRESA!” con todo mi entusiasmo. Abrió la puerta un hombre. Pero no era mi padre el hombre que la había abierto. Era otro. Zas, en toda la boca Valeria.
-¿Valeria? ¿Eres tú? ¡Estás preciosa! ¡Cuánto tiempo! ¿Te acuerdas de mí? –No, no me acordaba de él. Pero no iba a decírselo descaradamente…
-Pues… ahora mismo…-Ojú, ¿ahora como salía yo de este apuro? Con lo vergonzosa que soy yo para estas cosas… Aunque me jodía aún más porque me sonaba su cara un montón.
-¡Jack Thompson! ¡El padre de Alan! –dijo súper animado. Qué alegría de hombre. Qué vitalidad. Además no había cambiado nada desde entonces. Alego en mi favor que no me esperaba que el estuviera en mi casa ni mucho menos abriese la puerta.
-¡Ostras! ¡Tito Jack! Ahora caigo ¡Cuánto tiempo! –Y nos dimos uno de esos típicos abrazos entusiastas de reencuentro. No era mi tío, pero como si lo fuese. Mi madre era hija única y los múltiples hermanos de mi padre estaban todos distribuidos por medio mundo. -¿Y Alan? ¿Ha venido?
-Oh, Alan no ha podido venir. Pero pasa, pasa. Sentémonos y hablemos más tranquilos junto a la estufa.
Entré en casa, mi madre vino corriendo hacia a mí para darme un abrazo fuerte, mientras gritaba por el camino que por qué no la había avisado antes. Me hizo mucha ilusión el recibimiento, hasta que terminó las últimas palabras de la frase justo al lado de mi oreja. Mi padre estaba en el cuarto de baño, salió corriendo hacia mí con las manos mojadas de no haberse parado a secárselas, mientras se subía la cremallera del pantalón, todo eso al tiempo que gritaba mi nombre. Se sumó al abrazo fuerte. En ese momento apareció mi hermano bajando las escaleras. Sólo hacía una semana que no nos veíamos, tampoco se puso muy pletórico de verme. Pero el tío Jack y la tía Helen le dijeron que se sumaran los tres. Y como mi hermano se apunta hasta a un bombardeo, se unió. Ya eran 6 personas en un abrazo fuerte. Ni los Teletubbies eran tan empalagosos como nosotros en ese momento. Pero en fin, eran estas pequeñas cosas las que me hacían extrañar tanto a mi familia, eso, y el Spanglish chapurreado con el que nos comunicábamos.
Mi madre, nada más terminar el abrazo, no pudo evitar preguntar lo que preguntaría cada madre. “¿Has comido o te pongo de comer?” Le dije que ha me había comido una ensalada en la estación en un bar de comida rápida. Y respondió lo que respondería cada madre. “Eso no es comida Valeria, voy a apartare un poco de lasaña que ha sobrado”. Y no me pareció mal la idea. Junto con el bocadillo pocho precocinado que despreciaron las dichosas ardillas, esa ensalada era de lo más seco que había probado. Mientras yo comía, todos nos pusimos a hablar alrededor de la mesa.
-Bueno tío Jack, no me dijiste que ha sido de Alan. –Dije para dirigir la conversación por donde a mí me interesaba. Porque se había tornado un poco… vergonzosa. Jack había comentado lo distinta que estaba y mis padres empezaron a decir lo “guapa” que estaba y demás.
-Pues está en Nueva York, estudiando en una universidad privada de élite, la “Uni” creo que la llaman. – ¿Uni? Esa es la misma universidad a la que yo iba. No podía ser, no lo había visto. Tal vez estaría en otro campus. –Es lo que le estaba diciendo a tus padres antes. En este tiempo que no hemos estado juntos, he amontonado una importante fortuna y nos podemos permitir lujos como ese, aunque como ves, seguimos siendo los mismos de siempre. Nada más nos enteramos de que estabais de vuelta, no paramos un momento en venir a veros.
-Es cierto no nos has dicho en qué trabajas ahora Jack, -dijo mi madre.
-Pues cuando os fuisteis, me despidieron de la empresa porque estaban haciendo recortes. Así que me puse de acuerdo con mis hermanos y montamos una empresa de autobuses turísticos. Nos fue bien, y nos abrimos paso al mercado con barcos para dar tours por el río y después con helicópteros para vistas aéreas de la ciudad. En Nueva York. Nos ha ido realmente bien, no puedo quejarme. Si es que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. –Ojalá pudiera decir yo lo mismo.
-Volviendo al tema de Alan, entonces él va la misma universidad que yo. Aunque yo no estoy allí por nuestra maravillosa economía. Es que me han dado una beca en España para estudiar aquí. Pero no lo he visto, ¿qué es lo que está estudiando?
-Biomedicina. –Dijo tía Helen. Hala, para eso había que ser muy inteligente, no lo estudia cualquiera. Lo mío era Medicina, más de operar y pasar a la acción. Lo de él era investigar en laboratorio curas de enfermedades.
-Claro… así no lo había visto antes. A ver si me paso algún día en un descanso por su campus y lo saludo. Tengo muchas ganas de verlo.
-Y el también. Cuando lo llamamos ayer por teléfono para decirle que estabais aquí, casi pude verlo saltar de alegría a través del teléfono. –Jajaja, yo también me lo había imaginado. Más buena gente mi Alan.
-Oh, oh, ¡esto huele a amorío! A ver si Valeria va a responder con el paso de los años al amor no correspondido de Alan… -dijo mi hermano.
-¡Alex! No te inventes cosas. Alan y yo éramos muy buenos amigos sólo.
Y todos nos echamos a reír. Adoraba ese ambiente. Ese era el calor de un hogar. Hogar que no sabía que pronto echaría más de menos que nunca.
A la mañana siguiente desayunamos todos juntos como en los viejos tiempos. Y como en los viejos tiempos, Alex se peleaba con mi padre por monopolizar el mando de la tele mientras mi madre intentaba arreglar el asunto cogiéndolo ella y viéndose lo que ella quería. Por lo menos, se acababa la discusión si no había otra opción. Parecía que hacía un siglo de aquel tiempo. Porque en España vivíamos en un piso, no en una casa con jardín como es costumbre tener por aquí en Estados Unidos. Y en nuestro piso sólo había una tele, y era en la salita, no en la cocina, donde solíamos desayunar por separado. Después salí con Alex a visitar al abuelo. Se puso la mar de contento de verme. Y como es típico de decir de las personas cuando hace mucho tiempo que no la ves, dijo que había cambiado mucho y que estaba muy guapa. Pasamos la mañana allí. Se le veía realmente contento, lo sé porque estaba silbando. Mi abuelo sólo silbaba cuando estaba muy muy contento. Tristemente, desde que murió mi abuela hace 5 años, no creo que lo hubiera hecho mucho. Antes de irnos cuando llegó la hora de comer, nos despedimos con un fuerte abrazo, y prometí volver a verlo en cuanto pudiera. De vuelta a casa la conversación con mi hermano se tornó interesante.
-Oye Alex, ¿le has echado el ojo a alguna chica del instituto de aquí? –pregunté maliciosamente. Y me miró con cara de haber visto un perro verde. Con él siempre hablaba en español, que entendía inglés perfectamente, pero llevaba más tiempo viviendo en España que los seis años que pasó aquí.
-¿Por qué lo preguntas? ¿Le has echado tú el ojo a alguno en la Uni y quieres intercambiar informaciones? –Preguntó maliciosamente también. Como se notaba que éramos hermanos… Pensábamos igual.
-¿Yo? Que va… yo voy allí a estudiar, ¡inteligente! No a buscar novio como tú. –Dije con retintín para contraatacar.
-Ya…ya…claro… Y yo soy Caperucita Roja, no te digo…Venga ya gorriona, que nos conocemos, tú a mí no me la das. Seguro que te has fijado y en más de uno seguro. –Desgraciado el niño este. Me sacaba 4 años y sabía más que yo. Desde luego que se defendió del contraataque y envió un nuevo bombardeo.
-Pues mira sí. Les he echado el ojo a varios. Pero ninguno merece la pena como persona. En esa universidad son todos unos estirados que se creen más que nadie. Bueno qué, ahora tienes que decirme tú.
-Sabía yo que tú le habías echado el ojo a unos cuantos… -Dijo en tono picarón.
-Oye, oye ¿qué quieres decir con la indirecta esa? Mira que nos conocemos. –Me estaba vacilando mi propio hermano menor. Qué poca autoridad tengo… y quería yo cambiar el modo de actuar del G4. Pobre inocente y su intento fallido…
-¿Yo? Nada Jajaja. Nah, que eso, que no he querido fijarme en ninguna. Porque el año que viene tendré que mudarme a la universidad como tú, y no podré volver a verlas a ninguna. –Dijo en tono de resignación.
-Cierto, tienes razón. Los amores no dan nada más que problemas. –Dije yo haciéndome la entendida.
-¡Venga ya! ¡Qué vas a saber tú! Si todavía no tienes novio ni lo has tenido antes. – ¡Será desgraciado el niño este! ¡Cómo le daba la vuelta a la tortilla para conseguir ser lo que yo intentaba parecer!
-¡Y qué sabrás tú los líos que te tenido yo por ahí! ¡Mira el nota haciéndose el interesante!
Y nos echamos a reír los dos. Qué alegría volver a vivir por unos momentos los antiguos recuerdos… Cuando llegamos a casa, comí, me quedé el rato de la siesta. Sí, en mi casa se tenía costumbre de siesta. Mi madre me dio dinero para pagar el autobús. Me despedí de ellos con todo el pesar de mi corazón. Les prometí volver tan pronto como me fuera posible. Y me marché camino de la parada de autobús disputa a no disgustarme y empezarlos a extrañar demasiado pronto.
Al día siguiente cuando me desperté, me arreglé como todos los días para ir a la Uni. Con la mente puesta en el fin de semana tan bueno que había pasado no pensé ni si quiera en que las consecuencias de mis actos deliberados con Bryce el otro día traerían coincidencias tan prontas. Pero ahí estaba. Cuando llegué a la Uni, mi sentencia de muerte colgaba en forma de tarjeta roja sobresaliendo por una de las rendijas de la taquilla.