adelgazar

Refranero

viernes, 16 de diciembre de 2011

Capítulo 15: Sentencia de muerte

Capítulo 15: Sentencia de muerte

Llamé a la puerta. Era extraño, era la primera vez que lo hacía en mi vida. Antes, siempre había entrado con las llaves, pero ahora no las tenía, ya no vivía allí en el significado estricto de la palabra. Me puse en posición para sorprenderlos, es decir, con un brazo levantado y el otro estirado en diagonal hacia abajo. Y cuando abrieron la puerta, grité “¡SORPRESA!” con todo mi entusiasmo. Abrió la puerta un hombre. Pero no era mi padre el hombre que la había abierto. Era otro. Zas, en toda la boca Valeria.
-¿Valeria? ¿Eres tú? ¡Estás preciosa! ¡Cuánto tiempo! ¿Te acuerdas de mí? –No, no me acordaba de él. Pero no iba a decírselo descaradamente…
-Pues… ahora mismo…-Ojú, ¿ahora como salía yo de este apuro? Con lo vergonzosa que soy yo para estas cosas… Aunque me jodía aún más porque me sonaba su cara un montón.
-¡Jack Thompson! ¡El padre de Alan! –dijo súper animado. Qué alegría de hombre. Qué vitalidad. Además no había cambiado nada desde entonces. Alego en mi favor que no me esperaba que el estuviera en mi casa ni mucho menos abriese la puerta.
-¡Ostras! ¡Tito Jack! Ahora caigo ¡Cuánto tiempo! –Y nos dimos uno de esos típicos abrazos entusiastas de reencuentro. No era mi tío, pero como si lo fuese. Mi madre era hija única y los múltiples hermanos de mi padre estaban todos distribuidos por medio mundo. -¿Y Alan? ¿Ha venido?
-Oh, Alan no ha podido venir. Pero pasa, pasa. Sentémonos y hablemos más tranquilos junto a la estufa.

Entré en casa, mi madre vino corriendo hacia a mí para darme un abrazo fuerte, mientras gritaba por el camino que por qué no la había avisado antes. Me hizo mucha ilusión el recibimiento, hasta que terminó las últimas palabras de la frase justo al lado de mi oreja. Mi padre estaba en el cuarto de baño, salió corriendo hacia mí con las manos mojadas de no haberse parado a secárselas, mientras se subía la cremallera del pantalón, todo eso al tiempo que gritaba mi nombre. Se sumó al abrazo fuerte. En ese momento apareció mi hermano bajando las escaleras. Sólo hacía una semana que no nos veíamos, tampoco se puso muy pletórico de verme. Pero el tío Jack y la tía Helen le dijeron que se sumaran los tres. Y como mi hermano se apunta hasta a un bombardeo, se unió. Ya eran 6 personas en un abrazo fuerte. Ni los Teletubbies eran tan empalagosos como nosotros en ese momento. Pero en fin, eran estas pequeñas cosas las que me hacían extrañar tanto a mi familia, eso, y el Spanglish chapurreado con el que nos comunicábamos.

Mi madre, nada más terminar el abrazo, no pudo evitar preguntar lo que preguntaría cada madre. “¿Has comido o te pongo de comer?” Le dije que ha me había comido una ensalada en la estación en un bar de comida rápida. Y respondió lo que respondería cada madre. “Eso no es comida Valeria, voy a apartare un poco de lasaña que ha sobrado”. Y no me pareció mal la idea. Junto con el bocadillo pocho precocinado que despreciaron las dichosas ardillas, esa ensalada era de lo más seco que había probado. Mientras yo comía, todos nos pusimos a hablar alrededor de la mesa.

-Bueno tío Jack, no me dijiste que ha sido de Alan. –Dije para dirigir la conversación por donde a mí me interesaba. Porque se había tornado un poco… vergonzosa. Jack había comentado lo distinta que estaba y mis padres empezaron a decir lo “guapa” que estaba y demás.
-Pues está en Nueva York, estudiando en una universidad privada de élite, la “Uni” creo que la llaman. – ¿Uni? Esa es la misma universidad a la que yo iba. No podía ser, no lo había visto. Tal vez estaría en otro campus. –Es lo que le estaba diciendo a tus padres antes. En este tiempo que no hemos estado juntos, he amontonado una importante fortuna y nos podemos permitir lujos como ese, aunque como ves, seguimos siendo los mismos de siempre. Nada más nos enteramos de que estabais de vuelta, no paramos un momento en venir a veros.
-Es cierto no nos has dicho en qué trabajas ahora Jack, -dijo mi madre.
-Pues cuando os fuisteis, me despidieron de la empresa porque estaban haciendo recortes. Así que me puse de acuerdo con mis hermanos y montamos una empresa de autobuses turísticos. Nos fue bien, y nos abrimos paso al mercado con barcos para dar tours por el río y después con helicópteros para vistas aéreas de la ciudad. En Nueva York. Nos ha ido realmente bien, no puedo quejarme. Si es que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. –Ojalá pudiera decir yo lo mismo.
-Volviendo al tema de Alan, entonces él va la misma universidad que yo. Aunque yo no estoy allí por nuestra maravillosa economía. Es que me han dado una beca en España para estudiar aquí. Pero no lo he visto, ¿qué es lo que está estudiando?
-Biomedicina. –Dijo tía Helen. Hala, para eso había que ser muy inteligente, no lo estudia cualquiera. Lo mío era Medicina, más de operar y pasar a la acción. Lo de él era investigar en laboratorio curas de enfermedades.
-Claro… así no lo había visto antes. A ver si me paso algún día en un descanso por su campus y lo saludo. Tengo muchas ganas de verlo.
-Y el también. Cuando lo llamamos ayer por teléfono para decirle que estabais aquí, casi pude verlo saltar de alegría a través del teléfono. –Jajaja, yo también me lo había imaginado. Más buena gente mi Alan.
-Oh, oh, ¡esto huele a amorío! A ver si Valeria va a responder con el paso de los años al amor no correspondido de Alan… -dijo mi hermano.
-¡Alex! No te inventes cosas. Alan y yo éramos muy buenos amigos sólo.

Y todos nos echamos a reír. Adoraba ese ambiente. Ese era el calor de un hogar. Hogar que no sabía que pronto echaría más de menos que nunca.

A la mañana siguiente desayunamos todos juntos como en los viejos tiempos. Y como en los viejos tiempos, Alex se peleaba con mi padre por monopolizar el mando de la tele mientras mi madre intentaba arreglar el asunto cogiéndolo ella y viéndose lo que ella quería. Por lo menos, se acababa la discusión si no había otra opción. Parecía que hacía un siglo de aquel tiempo. Porque en España vivíamos en un piso, no en una casa con jardín como es costumbre tener por aquí en Estados Unidos. Y en nuestro piso sólo había una tele, y era en la salita, no en la cocina, donde solíamos desayunar por separado. Después salí con Alex a visitar al abuelo. Se puso la mar de contento de verme. Y como es típico de decir de las personas cuando hace mucho tiempo que no la ves, dijo que había cambiado mucho y que estaba muy guapa. Pasamos la mañana allí. Se le veía realmente contento, lo sé porque estaba silbando. Mi abuelo sólo silbaba cuando estaba muy muy contento. Tristemente, desde que murió mi abuela hace 5 años, no creo que lo hubiera hecho mucho. Antes de irnos cuando llegó la hora de comer, nos despedimos con un fuerte abrazo, y prometí volver a verlo en cuanto pudiera. De vuelta a casa la conversación con mi hermano se tornó interesante.

-Oye Alex, ¿le has echado el ojo a alguna chica del instituto de aquí? –pregunté maliciosamente. Y me miró con cara de haber visto un perro verde. Con él siempre hablaba en español, que entendía inglés perfectamente, pero llevaba más tiempo viviendo en España que los seis años que pasó aquí.
-¿Por qué lo preguntas? ¿Le has echado tú el ojo a alguno en la Uni y quieres intercambiar informaciones? –Preguntó maliciosamente también. Como se notaba que éramos hermanos… Pensábamos igual.
-¿Yo? Que va… yo voy allí a estudiar, ¡inteligente! No a buscar novio como tú. –Dije con retintín para contraatacar.
-Ya…ya…claro… Y yo soy Caperucita Roja, no te digo…Venga ya gorriona, que nos conocemos, tú a mí no me la das. Seguro que te has fijado y en más de uno seguro. –Desgraciado el niño este. Me sacaba 4 años y sabía más que yo. Desde luego que se defendió del contraataque y envió un nuevo bombardeo.
-Pues mira sí. Les he echado el ojo a varios. Pero ninguno merece la pena como persona. En esa universidad son todos unos estirados que se creen más que nadie. Bueno qué, ahora tienes que decirme tú.
-Sabía yo que tú le habías echado el ojo a unos cuantos… -Dijo en tono picarón.
-Oye, oye ¿qué quieres decir con la indirecta esa? Mira que nos conocemos. –Me estaba vacilando mi propio hermano menor. Qué poca autoridad tengo… y quería yo cambiar el modo de actuar del G4. Pobre inocente y su intento fallido…
-¿Yo? Nada Jajaja. Nah, que eso, que no he querido fijarme en ninguna. Porque el año que viene tendré que mudarme a la universidad como tú, y no podré volver a verlas a ninguna. –Dijo en tono de resignación.
-Cierto, tienes razón. Los amores no dan nada más que problemas. –Dije yo haciéndome la entendida.
-¡Venga ya! ¡Qué vas a saber tú! Si todavía no tienes novio ni lo has tenido antes. – ¡Será desgraciado el niño este! ¡Cómo le daba la vuelta a la tortilla para conseguir ser lo que yo intentaba parecer!
-¡Y qué sabrás tú los líos que te tenido yo por ahí! ¡Mira el nota haciéndose el interesante!

Y nos echamos a reír los dos. Qué alegría volver a vivir por unos momentos los antiguos recuerdos… Cuando llegamos a casa, comí, me quedé el rato de la siesta. Sí, en mi casa se tenía costumbre de siesta. Mi madre me dio dinero para pagar el autobús. Me despedí de ellos con todo el pesar de mi corazón. Les prometí volver tan pronto como me fuera posible. Y me marché camino de la parada de autobús disputa a no disgustarme y empezarlos a extrañar demasiado pronto.

Al día siguiente cuando me desperté, me arreglé como todos los días para ir a la Uni. Con la mente puesta en el fin de semana tan bueno que había pasado no pensé ni si quiera en que las consecuencias de mis actos deliberados con Bryce el otro día traerían coincidencias tan prontas. Pero ahí estaba. Cuando llegué a la Uni, mi sentencia de muerte colgaba en forma de tarjeta roja sobresaliendo por una de las rendijas de la taquilla.

Capítulo 14: Cangrejo ermitaño

Capítulo 14: Cangrejo ermitaño
Cuando llegué a casa estaba reventada. Tanto que me acosté directamente sin ducharme ni cenar. A ver, había que comprenderlo, el día había sido muy largo. Dormí de un tirón, incluso cuando me levanté por la mañana, tuve la vaga sensación de que no me había movido de postura en toda la noche. O si no, no le encuentro explicación aparentemente lógica a la sensación de hormigueo que tenía en brazos y piernas, indicio de que estaban dormidos.
Nada más levantarme me fui a mi diminuta ducha. Qué triste no tener dinero ni siquiera para un apartamento con cuarto de baños en condiciones. Por más que había limpiado las losas de las paredes con estropajos de los duros y con productos químicos súper fuertes de los que te dejan inconscientes como los respires demasiado, no se iba lo negro que había en el hueco entre losa y losa. Decidí pensar, como todos los días, que eran como el mármol, que cuanto más oscuro, más caro y más calidad.
Una vez limpia, me vestí, me volví a recoger el pelo en una trenza y me puse la lentilla. Y salí camino del trabajo con mi mochila ya preparada con todas las cosas que necesitaba para pasar el fin de semana en casa. Casa. Qué bien sonaba esa palabra.
Eran las 8.30. Esperaba llegar en media hora. Aunque me retrasé hablando con mi madre. Me llamó a móvil echándome en cara que desde el miércoles no hablaba con ella. Y que aquella vez no contaba como conversación porque le dije que hablábamos luego que estaba ocupada entonces. Mía culpa. Estaba en el suburbano cuando me llamó. La cobertura era de pena, y se cortaba a veces. Que mujer, no acierta nunca, que inoportuna es, aunque creo que eso es una característica que se desarrolla en las mujeres cuando sus hijos empiezan a crecer. Cuando por fin me bajé y salí a la calle, la llamé yo. Y después de intentar explicar con toda mi paciencia, lo que había pasado, le dije que no había nada nuevo en mi vida, y que estaba de camino al trabajo. Principalmente hablamos eso, porque luego me pasó con papá y Alex. No quise decirles que esa tarde iba a ir a verlos, quería que fuese sorpresa.
En el trabajo le conté a Karem todo mi día de ayer. Desde el enfrentarme a Bryce hasta la reacción del hombre del hospital. Le dije también que ese día, Shelby y yo pasamos a ser amigas oficialmente. Lo único que me dijo es que no me fiara mucho de ella…
-Tía, lo que me cuentas de la Shelby esa es muy sospechoso.  –Dijo poniendo cara de circunstancia.
-¿Por qué? –dije yo poniendo cara de circunstancia también.
-Porque no es normal que se lleve toda la semana ignorándote, y cuando no tiene más remedio que hablarte por necesidad porque no entendía algo, te diga lo de ser amigas íntimas cuando le sacas la conversación sobre el G4. Esa creo que quiere sacar algún beneficio de “vuestra amistad”.
-Tía, no me digas eso, que yo estoy muy ilusionada. –Ella me estaba diciéndome a la cara lo que con tantas fuerzas había intentado ocultarme a mí misma. Pero es que tenía que aferrarme a algo en aquel sitio. Aunque fuera un clavo ardiendo en un precipicio rocoso.
-Valeria, sabes que te he cogido muchísimo cariño en esta semana que hemos pasado juntas. Que pienso que eres incluso mejor persona que otras a las que conozco de hace muchos años, y te valoro por eso. Por eso no quiero que pienses que intento meter cizaña entre tú  y ella. Ojalá me equivoco. Pero las amigas íntimas que siempre se apoyarán no surgen de la primera conversación.
-Mmmm, tienes razón. Iré con más cuidado, pero lo hecho está hecho. Y que me he enfrentado al grupo más poderoso de toda la Uni y tal vez de todo NY y EEUU, es algo que no puedo cambiar. Y que quiero confiar en Shelby a toda costa para no sentirme completamente sola en aquel lugar aunque ello me cueste una posible decepción, tampoco lo puedo cambiar. –Estaba empezando a ver la cruda realidad.

Karem me abrazó. Vio mi cara angustiada y sin alegría. Sabía qué tenía que hacer en esos momentos. La quería mucho. En esa semana me había demostrado escuchando mis pequeños problemas, todo lo que muchas personas en España no habían podido conseguir en 10 años. Ella era como un maravilloso oasis de paz en el desierto de mi vida. En ese momento supe que ella nunca me defraudaría. Era como una de esas personas que no tienes que tratarlas durante mucho tiempo para darte cuentas de lo valiosas que se han convertido para una. Y es por eso que me sentía tan bien con ella. Como si no tuviéramos que contarnos las cosas para saber cómo estaba cada una. Como si hubiera una conexión especial entre nosotras. Y lo notaba en que mi estado de tensión desaparecía cuando estaba a su lado. Como si al acercarme a ella, me cubriera su propia burbuja de sensación de seguridad y que todo está bien mientras estuviera junto a ella. Estaba realmente feliz por haberla encontrado. Era como si el destino hubiera decidido portarse bien conmigo y darme un respiro en el complicado panorama que se me presentaba.

-Valeria. Venga, no te desanimes. Sé que harás lo correcto en cada momento y que eres fuerte. Me lo has demostrado diciéndome que le plantaste cara a Bryce y que no te desanimaste cuando el desgraciado del hospital te contestó así. Confía en ti misma. Porque me parece que confío yo más en ti que tú.

Y tenía razón. O yo era un libro abierto, o nuestra relación era muy especial.

Me despedí de ella hasta el próximo lunes. Cogí mi macuto y salí camino de Connecticut. Me esperaban unas dos horas de viaje en autobús. Compré el ticket en la estación y me senté en mi asiento del autobús con mi mp3, dispuesta a que el camino no se me hiciera muy largo. Cuando llegué a la estación de autobuses Waterbury, cogí otro que me llevara hasta Oakville. El 140 era. Era un autobús de estos públicos de cercanías que subvenciona el Estado. Al momento llegué a mi pueblo de la infancia. Me acordaba perfectamente del camino a casa, pero el pueblo había cambiado mucho. Los pequeños puestos que conocía habían desparecido para dar cabida a lujosas tiendas. Cómo cambia todo, pensé.

En el camino a casa me acordé  de muy buenos recuerdos, aunque sólo hubiese tenido 10 años para crearlos. Nos mudamos a España cuando yo tenía esa edad. Mi abuela paterna se puso enferma. Y como los demás hermanos de mi padre viven en países extranjeros debido a que tuvieron que emigrar buscando trabajo, fuimos nosotros, los que nos mudamos allí. Que ya lo sé, nosotros también estábamos en un país extranjero, pero mi padre es muy madrero, y mi madre está locamente enamorada de él. Así que fuimos a España. Lo que más echo de menos de aquellos 10 años era jugar con el hijo del compañero de trabajo de mi padre, Alan. Era súper buenísima gente y no le importaba jugar conmigo teniendo un año más que yo. Porque verdaderamente, nunca he tenido mucha suerte con los compañeros de clase que he tenido. Todos se metían conmigo por mi ojo… dichosos críos ¿no les enseñan sus padres a ser buenos con los demás? Aunque eso es ya agua pasada, ahora usaba lentillas y tampoco es que pueda decir que he creado grandes amistades a excepción de Karem. Y no por falta de intentarlo. Qué triste… si fuera una persona antisocial lo comprendería, pero más esfuerzos que hago, no creo que pueda hacer. Tsss, y ahora volvía a EEUU con 21 dispuesta a comerme el mundo. Cómo pueden cambiar las cosas en una semana… Ojalá tenga un día libre para llamar a Alan y así vernos. Necesitaba sentir que mantengo buenos recuerdos. Porque seguro que hasta un cangrejo ermitaño tiene recuerdos bonitos, de alguna manera, de su antigua concha.