Capítulo 14: Cangrejo ermitaño
Cuando llegué a casa estaba reventada. Tanto que me acosté directamente sin ducharme ni cenar. A ver, había que comprenderlo, el día había sido muy largo. Dormí de un tirón, incluso cuando me levanté por la mañana, tuve la vaga sensación de que no me había movido de postura en toda la noche. O si no, no le encuentro explicación aparentemente lógica a la sensación de hormigueo que tenía en brazos y piernas, indicio de que estaban dormidos.
Nada más levantarme me fui a mi diminuta ducha. Qué triste no tener dinero ni siquiera para un apartamento con cuarto de baños en condiciones. Por más que había limpiado las losas de las paredes con estropajos de los duros y con productos químicos súper fuertes de los que te dejan inconscientes como los respires demasiado, no se iba lo negro que había en el hueco entre losa y losa. Decidí pensar, como todos los días, que eran como el mármol, que cuanto más oscuro, más caro y más calidad.
Una vez limpia, me vestí, me volví a recoger el pelo en una trenza y me puse la lentilla. Y salí camino del trabajo con mi mochila ya preparada con todas las cosas que necesitaba para pasar el fin de semana en casa. Casa. Qué bien sonaba esa palabra.
Eran las 8.30. Esperaba llegar en media hora. Aunque me retrasé hablando con mi madre. Me llamó a móvil echándome en cara que desde el miércoles no hablaba con ella. Y que aquella vez no contaba como conversación porque le dije que hablábamos luego que estaba ocupada entonces. Mía culpa. Estaba en el suburbano cuando me llamó. La cobertura era de pena, y se cortaba a veces. Que mujer, no acierta nunca, que inoportuna es, aunque creo que eso es una característica que se desarrolla en las mujeres cuando sus hijos empiezan a crecer. Cuando por fin me bajé y salí a la calle, la llamé yo. Y después de intentar explicar con toda mi paciencia, lo que había pasado, le dije que no había nada nuevo en mi vida, y que estaba de camino al trabajo. Principalmente hablamos eso, porque luego me pasó con papá y Alex. No quise decirles que esa tarde iba a ir a verlos, quería que fuese sorpresa.
En el trabajo le conté a Karem todo mi día de ayer. Desde el enfrentarme a Bryce hasta la reacción del hombre del hospital. Le dije también que ese día, Shelby y yo pasamos a ser amigas oficialmente. Lo único que me dijo es que no me fiara mucho de ella…
-Tía, lo que me cuentas de la Shelby esa es muy sospechoso. –Dijo poniendo cara de circunstancia.
-¿Por qué? –dije yo poniendo cara de circunstancia también.
-Porque no es normal que se lleve toda la semana ignorándote, y cuando no tiene más remedio que hablarte por necesidad porque no entendía algo, te diga lo de ser amigas íntimas cuando le sacas la conversación sobre el G4. Esa creo que quiere sacar algún beneficio de “vuestra amistad”.
-Tía, no me digas eso, que yo estoy muy ilusionada. –Ella me estaba diciéndome a la cara lo que con tantas fuerzas había intentado ocultarme a mí misma. Pero es que tenía que aferrarme a algo en aquel sitio. Aunque fuera un clavo ardiendo en un precipicio rocoso.
-Valeria, sabes que te he cogido muchísimo cariño en esta semana que hemos pasado juntas. Que pienso que eres incluso mejor persona que otras a las que conozco de hace muchos años, y te valoro por eso. Por eso no quiero que pienses que intento meter cizaña entre tú y ella. Ojalá me equivoco. Pero las amigas íntimas que siempre se apoyarán no surgen de la primera conversación.
-Mmmm, tienes razón. Iré con más cuidado, pero lo hecho está hecho. Y que me he enfrentado al grupo más poderoso de toda la Uni y tal vez de todo NY y EEUU, es algo que no puedo cambiar. Y que quiero confiar en Shelby a toda costa para no sentirme completamente sola en aquel lugar aunque ello me cueste una posible decepción, tampoco lo puedo cambiar. –Estaba empezando a ver la cruda realidad.
Karem me abrazó. Vio mi cara angustiada y sin alegría. Sabía qué tenía que hacer en esos momentos. La quería mucho. En esa semana me había demostrado escuchando mis pequeños problemas, todo lo que muchas personas en España no habían podido conseguir en 10 años. Ella era como un maravilloso oasis de paz en el desierto de mi vida. En ese momento supe que ella nunca me defraudaría. Era como una de esas personas que no tienes que tratarlas durante mucho tiempo para darte cuentas de lo valiosas que se han convertido para una. Y es por eso que me sentía tan bien con ella. Como si no tuviéramos que contarnos las cosas para saber cómo estaba cada una. Como si hubiera una conexión especial entre nosotras. Y lo notaba en que mi estado de tensión desaparecía cuando estaba a su lado. Como si al acercarme a ella, me cubriera su propia burbuja de sensación de seguridad y que todo está bien mientras estuviera junto a ella. Estaba realmente feliz por haberla encontrado. Era como si el destino hubiera decidido portarse bien conmigo y darme un respiro en el complicado panorama que se me presentaba.
-Valeria. Venga, no te desanimes. Sé que harás lo correcto en cada momento y que eres fuerte. Me lo has demostrado diciéndome que le plantaste cara a Bryce y que no te desanimaste cuando el desgraciado del hospital te contestó así. Confía en ti misma. Porque me parece que confío yo más en ti que tú.
Y tenía razón. O yo era un libro abierto, o nuestra relación era muy especial.
Me despedí de ella hasta el próximo lunes. Cogí mi macuto y salí camino de Connecticut. Me esperaban unas dos horas de viaje en autobús. Compré el ticket en la estación y me senté en mi asiento del autobús con mi mp3, dispuesta a que el camino no se me hiciera muy largo. Cuando llegué a la estación de autobuses Waterbury, cogí otro que me llevara hasta Oakville. El 140 era. Era un autobús de estos públicos de cercanías que subvenciona el Estado. Al momento llegué a mi pueblo de la infancia. Me acordaba perfectamente del camino a casa, pero el pueblo había cambiado mucho. Los pequeños puestos que conocía habían desparecido para dar cabida a lujosas tiendas. Cómo cambia todo, pensé.
En el camino a casa me acordé de muy buenos recuerdos, aunque sólo hubiese tenido 10 años para crearlos. Nos mudamos a España cuando yo tenía esa edad. Mi abuela paterna se puso enferma. Y como los demás hermanos de mi padre viven en países extranjeros debido a que tuvieron que emigrar buscando trabajo, fuimos nosotros, los que nos mudamos allí. Que ya lo sé, nosotros también estábamos en un país extranjero, pero mi padre es muy madrero, y mi madre está locamente enamorada de él. Así que fuimos a España. Lo que más echo de menos de aquellos 10 años era jugar con el hijo del compañero de trabajo de mi padre, Alan. Era súper buenísima gente y no le importaba jugar conmigo teniendo un año más que yo. Porque verdaderamente, nunca he tenido mucha suerte con los compañeros de clase que he tenido. Todos se metían conmigo por mi ojo… dichosos críos ¿no les enseñan sus padres a ser buenos con los demás? Aunque eso es ya agua pasada, ahora usaba lentillas y tampoco es que pueda decir que he creado grandes amistades a excepción de Karem. Y no por falta de intentarlo. Qué triste… si fuera una persona antisocial lo comprendería, pero más esfuerzos que hago, no creo que pueda hacer. Tsss, y ahora volvía a EEUU con 21 dispuesta a comerme el mundo. Cómo pueden cambiar las cosas en una semana… Ojalá tenga un día libre para llamar a Alan y así vernos. Necesitaba sentir que mantengo buenos recuerdos. Porque seguro que hasta un cangrejo ermitaño tiene recuerdos bonitos, de alguna manera, de su antigua concha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario