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Refranero

martes, 20 de mayo de 2014

Capítulo 67: Cicatrices

Capítulo 67: Cicatrices

Estábamos en su aparcamiento privado. Llegando al coche.

-Quiero conducir yo. -También me sorprendí a mí misma oyendo mi voz proponiéndole eso a Bryce. ¿Había desafiado a la muerte y la había mirado directa a los ojos y por eso ya no le tenía miedo? No le encuentro otra explicación al hecho de querer conducir por primera ver un Hummer, lo más parecido a un tanque en locomoción permitida para un permiso de conducción tipo B, habiendo cogido un coche en los ratitos libres que no lo usaba mis padres. O tal vez no quería volver a mirar a los ojos a la muerte, ya la había mirado suficiente en la ida al aeropuerto y en la vuelta al suelo. No quería reconocer que tal vez es porque seguía avergonzada por lo que le había dicho antes a Bryce, y bajo la excusa de que estaba conduciendo y no me molestase, evitar una conversación o un momento en la que pueda volver a pillarme desprevenida. De cualquier modo, me apoyé decidida sobre la puerta del conductor, haciendo ver que no sería fácil hacerme cambiar de idea.
-Venden muy buenas inyecciones de adrenalina en el mercado negro, no tenemos por qué desafiar a la muerte. -¿La cara burlona de Bryce era de <me voy a meter un rato con ella pero al final le voy a dejar el coche>? ¿O era de <voy a intentar sonreír a ver si le sienta un poco menos mal el no rotundo>? Él en cambio, se había apoyado con un codo en el techo del coche, como si estuviese poniéndose cómodo para la batalla que se iba a librar por el manejo de aquella máquina.
-Ah, entonces según tú no la hemos desafiado pasando a escasos centímetros de coches en arriesgados adelantamientos a 200 km/h ni en la caída de 5000 metros? -El sarcasmo era palpable.
-¿Nunca has visto un programa en la tele que dijese que las imágenes que ibas a ver a continuación estaban realizadas y supervisadas por profesionales y que no se os ocurriese hacerlo en casa? -Empezaba a decantarme por el segundo tipo de sonrisa. -Pues yo soy el profesional que lo realiza, y tú la que tiene un poco de suerte y se conforma con ver cómo lo hace de cerca y no desde casa. -Su arrogancia no era palpable... su arrogancia palpaba.
-Pues entonces consígueme ahora una inyección de adrenalina. -Jugaría a la niña caprichosa y consentida, si ver que no me pueda dar una cosa, tendrá que ceder a la otra.
-Pues entonces quiero uno de los besos que me debes. -Oh. Ahí se que me dejó en shock. Le había dado la llave que abría la puerta, y la estaba intentando abrir. Con toda mi sangre fría le respondí imperturbable.
-Eso que me propones es un indecente soborno.
-No pretenderás que acepte un suicidio seguro sin llevarme antes una última voluntad. -Y su sonrisa de seguridad y firmeza se me clavó como un puñal a mi capacidad para mantener la puerta cerrada.
-Te aseguro que te sabría mucho mejor si saliese de mí, que haciéndome sentir obligada.
-Te aseguro que me sabría mucho mejor dejarte el coche con un beso, que a palo seco. Además, no te estoy obligando, te lo estoy proponiendo.
-Me lo estás proponiendo aprovechándote de la situación, sabiendo que quiero el coche a toda costa.
-A toda costa no. Te rehusas a besarme. -Y para echarle leña al fuego, levantó la mano y con las llaves colgando, me las mostró balanceándolas. Evidentemente sin perder sus arrogante sonrisa. No sé que vio en mi cara, que encendió el coche apretando el botón desde el mando a distancia. -¿Qué me dices? -Lo miré muy frustrada, con furia y odio. Hubiese berreado como una niña caprichosa no consentida. Pero me contuve.
-Que me voy a echar una siesta en los asientos traseros. -Y le di la vuelta al coche por el capó para entrar por la puerta trasera que no estaba ocupando Bryce con sus musculado costado.
-Jajajajajaja. ¿Esta es la variante de me enfado y no respiro? ¿Me enfado y me duermo? Jajajajajaja. -Y se montó en el asiento del conductor y arrancó todavía riéndose. Yo me puse el cinturón de seguridad del centro y me tendí con la cabeza mirando hacia el respaldo del asiento, justo detrás del asiento del copiloto.

Gilipollas... Él y yo... Yo por haber metido la pata después de sobrevivir a la muerte. Y él por jugar conmigo. ¡Pues él se lo pierde! Mi excesiva frustración me hizo descubrir el motivo por el que quería conducir temerariamente. Y es que necesito chutes de adrenalina para desinhibirme y sacar lo que llevo dentro. Que soy fiel a mí misma con la mente en caliente, y que me fallo constantemente con la mente fría. El problema es que me muero por besarlo, pero me mata no tener controlada la situación, no tener controlada mi vida.

Con Aaron no pasaba así. Lo quería, lo adoraba, era el dios de la religión monoteísta que sólo yo profesaba. Pero con él, yo estaba segura de tener el control de mí misma.

¿Y cuál de los dos es amor? Está claro que los quiero a los dos. ¿Pero también amo a los dos? Y a todo esto... ¿Qué es el amor?

Si tengo que guiarme por las definiciones de amor, estoy enamorada de los dos. Siempre siento cocodrilos en el estómago cuando los veo. Me descubro de mal humor a mí misma si no están. Y enseguida se me pasa todo cuando aparecen, aunque tenga el peor de los días encima, ese pasa a ser un buen día. Tiemblo cuando la situación se me va de las manos, y mucha veces no sé que decir. Me quedo embobada mirándolos, admirando lo perfectos que son y cuánto me encantan. El sonido de sus voces es el mejor sonido del planeta. Y su tacto me quema debajo de la piel. Me vuelvo loca con sólo olerlos. Y me quedo totalmente bloqueada cuando me sonríen como sólo ellos saben. Cuando me miran directamente a los ojos, me quedo en blanco, no puedo pensar. Y si me abrazan, me dejan totalmente indefensa...

Si tengo que guiarme por cómo lo describen los que han estado enamorados de verdad. Sólo estoy enamorada de uno. Y la respuesta es tan obvia, que ni quiero pronunciarla en mi mente. Todos los que han estado enamorados y hablan de amor, hablan de un amor que supera a toda razón. Razón y amor parecen ser enemigos eternos. Agua y aceite. Imanes del mismo polo. Agua y fuego. O queda uno, o queda otro, pero no los dos... Mis padres se aman con locura y viven perfectamente en la razón... Aunque mi madre dejó todo lo que tenía por quedarse en España con mi padre... Y mi padre ha dejado todo lo que tenía en España por venirse a Estados Unidos con mi madre... ¿Se pueden cometer locuras con razón? ¿Se puede amar sin que nadie que no sea uno mismo ocupe el primer lugar en tu vida? ¿Tomar las decisiones por lo que más le gustaría a uno mismo y no por lo que más le gustaría a la persona amada? Si eso es amor, mis padres se aman así. Si eso es amor, es el motivo por el que le tengo miedo amar. Porque no puede permitir que mi felicidad dependa de otra persona. Porque con Aaron no tengo miedo, porque con Bryce... Y me sumí en la inconsciencia.

Cuando volví a la consciencia, era de noche. No sé por qué me desperté, ni tenía frío ni me dolía nada por haber dormido en una postura incómoda. Sería una de esas veces en las que simplemente, dejas de tener sueño. Me percaté de que me había cambiado de postura en algún momento de mi descanso, porque ahora miraba hacia el respaldo del asiento del copiloto. Me fui a mover para incorporarme y reparé en que Bryce estaba en el asiento del conductor, reclinado hacia detrás, casi tumbado, y dormido de lado hacia mí. ¿Se habría quedado dormido mirándome? ¿Me habría estado mirando como lo estoy mirando yo ahora a él? No pude dar respuesta a esas preguntas, me quedé absorta estudiando todos los rasgos de su cara y pensando en lo tierno que está. Miraba su boquita abierta, escuchaba su respiración calmada, estudiaba su expresión de paz y parecía la persona más inocente de este planeta. Se me había ido toda la rabia del cuerpo.

Me parecía imposible que se hubiese podido quedar dormido en ese espacio tan pequeño para él pero tan grande para mí. Su cuerpo estaba enclaustrado en aquel asiento. Aunque creo que su postura encogida era la suya propia para dormir.

Y pensando en encogimientos y enclaustramientos, sentí la imperiosa necesidad de salir afuera y estirar las piernas. Tal vez por eso me había despertado repentinamente. Miré por la ventanilla. Desde ella sólo se veían luces lejanas. Mucha oscuridad y mucho silencio reinaba fuera. ¿Dónde diablos estaba? Abrí la puerta del coche, que tenía el pestillo echado, y se coló un aire helado por la rendijita que quedó, no fui capaz de abrirla del todo. Eso hizo que se me apeteciese mucho más quedarme dentro observando a Bryce dormir, más que nada porque la calefacción estaba puesta y se estaba muy calentito allí; pero fui a mover las piernas para acomodar mi nueva postura erguida y me di cuenta de que se me había quedado la derecha dormirda. Al parecer, me había estado clavando la cosa esa donde se abrocha el cinturón de seguridad. Debía entonces llevar bastante tiempo durmiendo de esa postura. ¿Qué hora era? Miré el reloj de mi muñeca, no sin antes llevarme un rato pensando en cual lo tenía puesto. Todavía estoy lenta. Las tres de la mañana. Eran las seis cuando nos fuimos a montar al coche. Llevaba durmiendo nueve horas... ¿Nueve horas clavándome el bicho ese en la pierna? Ahora sí sentí como una urgencia el salir de ahí corriendo, tenía que comprobar que seguía conservando la movilidad. La necesidad de saber dónde diablos estábamos y por qué estábamos aquí, era ya secundaria.

Y eché a caminar. En círculos, alrededor del coche. La pierna me arrastrA, le mando la orden de moverse pero sólo me responden unas pocas fibras musculares que no tienen fuerza suficiente para levantar todo su peso. Y en ese intento por moverla, siento unos hormigueos horribles que me hacen no querer volver a intentarlo... Aunque ya no tenía la imperiosa necesidad de despertar a mi pierna, sino de entrar en calor. Y entré en calor intentando correr con las pocas fibras musculares que respondían a mi llamada de emergencia, pero a costa de mi nariz y mi boca, que se enfriaron mucho para calentar el aire que llegaba a mis pulmones. Nunca se puede tener todo en esta vida. A veces hay que sacrificar cosas para conseguir lo que de verdad queremos... Demasiado filosófico me estaba quedando eso para una conclusión que había sacado de un dolor de garganta por respirar por la boca mientras corro alrededor del coche donde Bryce duerme porque se me ha quedado una pierna dormida y no quiero alejarme mucho porque la luminosidad es bastante nula en este lugar que no sé cual es.

Y así, inmersa en mis tonterías, me comí a Bryce, y él a la puerta del Hummer. Este hombre no tenía nada mejor que abrirla y salir cuando yo iba a pasar corriendo por ahí con la pierna medio recuperada, porque unos minutos antes, y lo hubiera podido evitar, más que nada porque seguía arrastrando la pierna.

-¡Vaya! ¡Sí que tenías ganas de verme! -Me tenía abrazada, como si hubiese ido corriendo hasta él con un gran entusiasmo por abrazarlo.
-¡Idiota! ¡Lo has hecho a posta! ¡No has podido no verme corriendo alrededor del coche! -Me aparté de él con un empujón de desprecio y lo miré acusativa. Me crucé de brazos mientras seguía sacudiendo la pierna, todavía no se me había despertado.
-¡Pero mírate! ¿Qué haces? ¿Qué tipo de demonio te ha poseído ahora? -Se reía divertido. Yo lo miré molesta, sin parar de mover la pierna, por supuesto, no iba a dejarme influenciar por lo que él dijese.
-¿Y a ti qué te importa? -Le escupí las palabras. ¿Por qué siempre me tiene que poner de mala leche? Sé que no estamos en ninguna competición, pero me da mucho coraje caer en todas sus trampas.
-Hombre, pues me importa, casi me arrancas de cuajo la puerta del coche. -La cerró y se cruzó de brazos, serio por mi reacción. Ahí me di cuenta de que me había pasado.
-Y casi me matas a mí de un susto. No comparemos las posibles pérdidas. -Relajé el tono y la expresión. Dejé de mover la pierna como una tonta y descrucé mis brazos.
-Bueno... No te creas que hubieras sido la más importante. Recuerda que preferí quedarme sin el beso antes que prestarte el coche. -Recuperó su expresión normal. Eso me alivió bastante. No se había molestado.
-Bueno... No te creas, que la decisión de no dártelo fue mía.
-Creo que no hablamos del mismo beso... -Se colocó un dedo en el labio inferior, cerca de la comisura, y miró hacia arriba, haciéndose el pensativo. Porque después me miró victorioso. Esta batalla ya la tenía ganada él, siempre me mira así cuando no tengo nada que hacer.
-¿Entonces? -Pero ahora me había dejado intrigada.
-¡Sí claro! Si te lo digo, entonces no me lo darás. -Se apoyó de costado como antes, con su brazo descansando en borde del techo del coche, y él sobre el brazo.
-¡Venga ya! ¡Pero si ya has renunciado a él! ¡Ya lo perdiste! ¡Preferiste conducir el coche! -Empecé a pegarle puñetazos cariñosos en el brazo. Se quedó unos instantes pensando lo que iba a decir. Yo le di un último empujoncito verbal. -Si no te lo iba a dar de todas formas. -Y me separé un paso hacia atrás para mirar panorámicame su expresión de indignado. Eso sí que fue un gustazo. 8D
-Eso ha dolido, eeh. -Y se llevó las manos al corazón y se encogió de golpe, como si le hubiese clavado una espada en el pecho. Empezó a tirarse al suelo de rodillas, haciéndose como que se caía al perder todas sus fuerzas... Será teatrero... Me apoyé suavemente en su espalda, con cuidado de no echar demasiado peso sobre sus tobillos, me anclé de su cuello con mis brazos y pegué mi mejilla a la suya.
-Más me ha dolido a mí que no confíes en mi capacidad de conducción. -Le dije flojito. Él se levantó de repente y entonces sí que quedé colgando de su cuello. El tobillo lo tendría jodido, pero no veas cómo le funcionan las rodillas... Me enredé como pude con sus piernas a su abdomen, ni siquiera llegaba a su cintura, su espalda era tremenda. Y eso me gustaba. Pero él no agarró mis piernas para que no me cayese... ¡Será!
-Valeria. Mi niña... -Y no sé cómo lo hizo. Prometo que no tengo ni idea. Pero me giró 180º sobre su eje y me colocó de frente a él. Lo juro de verdad que no lo sé. Y ahí sí me agarró para que no me cayese, colocó sus brazos cruzados debajo de mi culo. Yo me encontré a mí misma rodeándolo con los míos. -Que todavía no sepas que nosotros los hombres no prestamos ni nuestro coche, ni nuestra moto, ni nuestra chica... -Yo vi aquella una situación muy peligrosa. Me lo veía venir. Apoyé mi cabeza en su hombro, me acurruqué en su cuello y lo apretujé contra mí un poco más. Así me ahorraba verme en situaciones comprometidas de las que seguramente no sabría cómo salir bien.
-Madre mía... ¡Cómo me has hecho la cobra! ¡Y eso que no había intentado nada todavía! -Me soltó en el suelo con cuidado y me miró indignado. Jo... con lo bien que estaba yo allí arriba... :(
-Pero a que nadie nunca te lo ha hecho con tanto estilo como yo. ¡Eeeh! -No se me ocurrió otra cosa mejor que decirle... la verdad. Demasiado que acerté a hablar, si se había dado cuenta de mi estrategia, había notado por mi voz lo nerviosa que estaba sin duda.
-A mi es que nadie antes me había hecho la cobra, hasta que llegaste tú. -Vale...
-Siempre hay una primera vez para todo. -Ya se me había ido el nerviosismo. Ahora estaba en plan OC.
-¡Pero mírala! Se molesta porque está pensando ahora en todas las chicas con las que me he morreado, pero yo no me puedo molestar porque no me quiere besar. -Subió la voz un par de decibelios. Sí que estaba molesto. Pero molesto porque yo estaba molesta, no porque no PUDIESE besarlo. Yo lo miraba seria, ya no estábamos de broma. -Madre mía cómo estás hoy... El otro día estabas ovulando. ¿Hoy qué? ¿Estás hormonando? ¿Voy a tener que aprenderme tu calendario menstrual? -Yo lo miraba con la cara de un niño que está siendo reprochado por su madre. Aunque pareciese una broma, no lo era. Lo decía molesto de verdad. Se sentó en el suelo y apoyó su espalda en la puerta del coche. Agachó la cabeza, dejando caer su mirada en el suelo. Bajo varios decibelios su tono de voz. -No quiero un beso tuyo a toda costa, sabía que no ibas a acceder a darme uno para conducir el coche, eres demasiado orgullosa para ello. Y aunque por un punto extraño, de esos raros que te dan a veces, hubieses aceptado, igualmente no lo hubiese permitido. Primero porque no lo quería así, no me lo hubieses dado porque quisieses dármelo, sino porque querías el coche, y segundo, porque no iba a dejártelo igualmente. -Guardó silencio un momento. -Y lo del otro beso era una chorra sin gracia. El supuesto beso que me hubieses dado como agradecimiento por haberte prestado el coche y que sí hubiese salido de ti, de dentro, pero al que renuncié por no acceder a dejártelo. -Me mataba cuando se ponía tan triste por mi culpa. -No sé de verdad qué problema tienes...

¿Y ahora que hacía yo? Me senté a su lado, con cuidado, como si pudiese espantarlo e irse. Pegué mi brazo a su brazo, y sin pensarlo, le di un beso en la mejilla. En realidad estaba buscando su cuello, pero estaba demasiado inaccesible para mí, ya tuve que levantar demasiado el culo del suelo para llegar hasta su cara con mis labios.

-Me pongo muy nerviosa cuando pienso en que puedas besarme. -Se lo dije mirando hacia el suelo también. No me atrevía a decírselo a la cara, aunque no me estuviese mirando. Ipsofactamente, él movió su cabeza y me miró. Con los ojos muy abiertos, sorprendido. Tenía que quitarle hierro al asunto. Aquello había quedado demasiado sentimental para mí. -Y siento que pierdo el control, y no puedo aguantarlo, y la única manera de recuperarlo es evitándote. Aunque luego me siento muy miserable. -Y le regalé una sonrisa torcida. -Pero tú no puedes no ponerme nerviosa, y yo no podré evitarte siempre. -Y es la verdad. Espero que con haberle adelantado que algún día no tendré fuerzas para resistirme, sirva para que no siga enfadado conmigo, al menos por ahora. 

Bryce me miró con expresión de querer decirme muchas cosas pero no saber por cuál empezar. Y no era para menos, acababa de confesarle el efecto que tiene en mí. Bueno, el 1% del efecto que produce en mí. Pero yo ya estaba exhausta por toda esta confesión, no podía aceptar más liberación, tenía que escaparme con algo.

-Bueno, ¿dónde estamos? -Y de la creadora del movimiento de la cobra anticipado al inicio del beso, llega en primicia, el triste cambio de tema con una pregunta que se debería haber hecho hace media hora. Bryce giró la cabeza de un lado a otro en señal de reprobación. Seguro que estaba pensando en qué podría hacer conmigo.
-En el aeropuerto. -Se incorporó y se colocó de pie frente a mí con las manos metidas en los bolsillos, después de desistir a sacarme más cosas. El vaho que salía de su boca le escondía la cara. Eso no me gustaba. -Vine aquí para coger el primer avión a muy lejos cuando desaparecí esa noche en el portal de tu casa. Pero no me fui. -Oh, quería irse de verdad... ¿Qué diablos pasa que quería escapar de ese modo? -Estuve esos días practicando paracaidismo, por eso estaba todo preparado cuando vinimos hoy, porque ya me esperaban. Era el único mometo del día en el que despierto, no pensaba. Porque el resto del tiempo, pensaba mucho. -Se colocó de perfil, mirando hacia el suelo y empezó a darle ligeras pataditas al suelo, como si quisiera patear con cuidado pequeñas piedrecitas. -Pensaba en ti, pensaba mucho en ti. Y en mí también. - Me dolía el cuello de mirarlo, pero temía moverme y hacerle perder el hilo. Lo que decía era muy importante para mí. -Pensaba que podría irme y volver después de resolverlo fuera de donde pudieses encontrarme. Y si no lo resolvía... pues bueno... no sé que iba a hacer. Tal vez te enterases algún día cuando alguien supiese de mí. -¿Qué demonios es que no pensaba decírselo ni a su familia? Ni al G4... -Pero no podía irme y dejarte así. Aunque creo que lo que no podía era irme y dejarte, en sí. -Sonrió sombríamente y se agachó frente a mí. Ni siquira así tenía su cabeza a la altura de la mía. Pero ya no tenía que levantar tanto el cuello. -Y eso es todo. Ya, pase lo que pase, te lo tengo que decir, porque te lo prometí. -Le comía por dentro llevar todo el peso en sus hombros. Pero se negaba a compartirlo conmigo. Y yo tenía que callar. -Eso sí, descubrí este sitio. Se ven unas puestas de sol impresionante. Y como estamos justo donde empieza la pista de aterrizaje, justo en el centro, se ven aviones pasar a escasos 25 metros de altura. -Y su sonrisa torcida a la derecha, escondió una expresión de tristeza.
-Idiota... Me dijiste que si alguna vez desaparecías, te buscase en un McDonalds. Y vas y te quedas merodeando por el aeropuerto... -Me levanté un poco para darle un toque en mitad de su frente con el dedo índice, acusándolo.
-Jajajajajaja. ¡Cierto! Que me buscaste por todos los McDondals del distrito de Queen. ¿Pero en que cabeza cabe? Con todos los que hay, ¿íbamos a coincidir en el mismo momento en el mismo si hubiera estado en alguno? ¡Estás reloca! -Ahora se reía con la frescura de una fuente. Yo notaba el calor en mi cara de la sangre que se me había subido por la vergüenza.
-¿¿¡Cómo te has enterado!?? -Vamos... ya si me dice que tiene contactos con los dependientes de los McDonalds, me lo creo. Pero bueno, me quedaba feliz si eso lo alegraba y le hacía olvidar lo que llevaba dentro, aunque fuese por unos instantes.
-Me lo dijo Aaron. -Oh, recuerdo que habló con él, pero no sé que le dijo... Si se saltó la parte de que estuvimos por la noche los dos solos en mi cama... Se me pusieron los vellos de punta. -Pero no me preguntes cómo lo averiguó él. No estaba el momento para hacer preguntas secundarias. -Y lo soltaba tan pancho. Una conversación de las serias de verdad, sabiendo que le pone loco lo que siento por Aaron, y lo suelta tal cual. A saber de qué hablaron... Estaba empezando a tener mis dudas.
-¿Y de qué hablasteis? -Me acerqué a él, interesada. Él se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Uh, esto iba para largo.
-De ti. -Ah, pues no, ha sido bastante corto. -Me dejó algunas cositas claras. -Y tras un momento de silencio, para dar énfasis tal vez, soltó la bomba. -Le gustas. -Lo dijo tan pancho. Yo no daba crédito ni a lo que decía ni a cómo lo decía. -No me lo ha dicho. Por supuesto. Pero lo sé. -Bryce dejó de sonreír y se puso serio, pero no mucho, eso hubiera sido darle demasiada importancia al tema. -Aaron nunca ha tenido interés por nadie. O por lo menos no lo ha mostrado. No en el sentido protegerlo a toda costa. -Aaron ese día estaba muy enfadado consigo mismo porque se había ido y me había dejado sola después de nuestra discusión a la salida de su casa. No se lo perdonaba a sí misma, y mucho menos se lo perdonaba a Bryce. -No veas lo enfadado que estaba porque me había ido y te había dejado sola. Nunca habíamos reñido por otra persona. Sencillamente porque nunca ninguno de los dos habíamos estado tan interesados en una misma persona. -Esas no son razones suficientes para que piense que le gusto. Que no se haya lanzado no es suficiente para negar una posibilidad, hay mucha gente que no es capaz de lanzarse, yo entre ellos. Pero nunca me ha mirado con los ojos con los que yo lo miraba. -Hace un mes no soportaba la idea de que pudieses estar enamorada de él. No la aceptaba. Y ahora no es que la acepte más. Sigo sin aceptarla. No obstante, sé que mientras yo esté, él no tiene nada que hacer. -Lo dijo convencido. No convenciéndose. No. Convencido.

Y yo había sacado varias cosas de lo que había dicho. Recalcó el <mientras yo esté>. Ese <mientras> dejaba ver la posibilidad de no estar. La inminente posibilidad de que desaparezca. Tal vez para siempre. Y eso lo aterra. Porque está convencido de que estando él, yo no podría abrir mi puerta a Aaron. Pero está convencido también de que es una puerta que yo nunca cerré del todo, y que se puede volver a abrir en el momento en el que el se vaya. Se me encogió todo por dentro. Demasiadas confesiones en esta cita van ya. Pero yo seguía convencida de que por mucho que yo abriese la puerta a Aaron, yo seguiría siendo para él su hermanita pequeña, y él mi sobreprotector hermano mayor.

-¿Entonces no te tomaste ni un triste McFlurry en todos esos días? ¿Ni siquiera uno para que pueda sentirme mejor al pensar que mi búsqueda no fue tan fracasada después de todo? -¿Es que tenía algo mejor que decirle a todo lo que me había contado?
-Ah, guay. Yo te abro mi corazón y los secretos que más me cuesta sacar, y tú sigues preocupada por tu conformismo personal. -Se echó hacia atrás, apoyando sus manos en la fría y húmeda hierba, cansado. -Pero no puedo enfadarme contigo. Me gustó demasiado todo lo que hiciste. -Y ocultó su sonrisa alzando la cabeza y mirando al oscuro cielo. Yo también lo miré. Las estrellas se veían preciosas. Tridimensionales. Unas más cercas que otras nos observaban luminosas. Me dio el impulso y lo hice. Me senté en el hueco que dejaban su largas piernas cruzadas, y recosté mi espalda en su pecho.
-Bueno, pero no te acostumbres. Que después de comprobar la credibilidad de lo que dices, como me digas que la próxima vez te busque debajo de mi cama, ni haré el esfuerzo por mirar. -Y como un gatito que busca calor, me acurruqué dentro de su chaquetón, que lo llevaba desabrochado. Era muy calentito. Aunque más bien, estaba muy calentito. Bryce irradia mucho calor.
-Jajajaja. Eso es porque sería bastante creíble que estuviese ahí debajo. Jajajaja. Te llego a decir cualquier locura, como que estaré robando un banco, y te veo visitándolos todo y preguntando si últimamente han sufrido un atraco a mano armada. Jajajaja. -Notaba las vibraciones del pecho de Bryce riéndose contra mi espalda.
-Muy problamente. Jajajaja. -Me abrazó por detrás y los dos reímos a la vez. Pero no al compás. Su pecho chocaba con mi espalda, y mi espalda con su pecho. Había escuchado su risa. Lo había mirado reírse. Pero nunca lo había sentido riéndose. Me sorprende cómo el más mínimo matiz me parece algo maravilloso si es de él.
-Pero sí, sí me tomé un McFlurry. Con Oreo y extra de sirope de chocolate.

Al final, acabamos en mitad del comienzo de la pista de aterrizaje, sin tocarla, justo en el borde. Tumbados en el suelo, contemplando el cielo. La hierba mojada nos arruyaba con la gélida brisa que por allí corría. Cada vez sentía más el descenso de la temperatura. Y cada vez notaba más el frío. No quería irme de allí, quería seguír tumbada a su lado, mirando el espectacúlo que sobre nosotros acaecía, quería seguir sin preocuparme por la vida. Pero no podía. Temblaba levemente, todavía no había empezado a castañearme los dientes, pero conocía mis reacciones fisiologícas, y todo indicaba a que en breve empezarían su baile. ¿Qué hago? Si le digo a Bryce que tengo frío, quizás diga que volvamos al coche. Pero yo no quiero perderme este momento. Aunque... ¿en el coche nos recostaríamos en los asientos traseros y él me acurrucaría con sus brazos mientras me revuelve el pelo? Dios... eso parece más bien el pensamiento de un gatito... Y en esa escena no pintaba mucho Bryce. Giré la cabeza para mirarlo, buscando algún indicio que pudiera indicarme que él también tenía frío, pero no fue así. Bryce descansaba sobre la hierba mojada y era acariciado por la gélida brisa sin pertubarse por las inclemencias de la intemperie. Como si llevase haciéndolo toda la vida. Me convencí de que quería seguir estando así. Y convencida seguía cuando empezaron a castañearme los dientes. Me molesté en disimularlo para que no se diese cuenta, para que no viese en esa situación y quisiera que dejésemos de estar así. Pero mi convencimiento se desvaneció cuando quise mover los dedos de mis pies y no pude. Me preocupaba mucho más mi ausencia de respuesta fisiológicas al frío, que mis respuetas. Me incorporé cuando el siguiente avión aterrizó satisfactoriamente.

-Bryce, tengo mucho frío. -Casi me muerdo la lengua con el castañeo de mis dientes.
-¿Y qué quieres que le haga? No puedo cambiar el tiempo. -Respondió resuelto. Le di un manotazo en el brazo.
-Impertinente. -Dije con a penas un hilo de voz.
-¿Entonces por qué me lo dices? No creo que se por el interés de informarme. -Hablaba de modo que parecía que intentaba adivinar mis intenciones a la misma vez que revelaba lo que iba descubriendo sobre ellas. -Quieres que te preste mi abrigo, pero si lo hago, entonces yo pasaré frío. -Yo me quedé mirándolo sin saber qué decir. No era posible que dijese todas esas impertinencias y se quedase tan pancho. -No me mires así, que lo decía para picarte.

Bryce se incorporó también y empezó a quitarse con trabajo los botones del chaquetón. Él también debía tener los dedos entumecidos y estaba aguantando el tirón como yo para no desperdiciar el momento. Sonreí interiormente. Tenía los músculos de la cara demasiado engarrotados para la poca fuerza que podía ejercer en ese momento. Bryce se puso de rodillas frente a mí y me pidió que yo hiciera lo mismo. Cuando terminó por desabrocharse el último botón, me envolvió con sus brazos y yo quedé totalmente cubierta por él y su chaquetón. ¿Cómo no se quemaba ahí adentro? Desprendía más calr que un radiador. Como una necesidad, moví lentamente mis brazos por debajo de los suyos para abrazarlo también. Sentí que él era la persona más cálida del universo. Esa noche no había luna. No era testigo de lo que hacíamos. Esa noche no nos espiaba. Nadie vio cómo yo, dentro del chaquetón de Bryce con el propio Bryce dentro, lo empujé para dejarnos caer sobre la hierba y yacer acurrucada a su pecho, protegida por sus brazos.

Y amaneció. Hacía mucho frío. A esas horas, la Tierra ya había liberado todo el poco calor que había ido guardando durante el día con las escasas radiaciones solares que le llegaban desde esta latitud. Bryce bocarriba, yo de costado, su brazo en mi espalda, el mio en su pecho. El hueco que formaban sus costillas derechas con su brazo, era el lugar más cómodo del mundo. Sólo me movía para mirar hacia los aviones que pasaban a pocos metros del suelo donde yacíamos, con un sonido totalmente ensordecedor. De esos que te dejan pitidos en los oídos. Aquello era impresionante. Se me erizaban todos los vellos del cuerpo cuando pasaban. El estómago se me encogía y el corazón se me paraba por un segundo. Era lo mismo que sentí cuando la avioneta se acercó hacia nosotros a tanta velocidad apuntándonos con las aspas aun a mayor velocidad. Pero con unas cuantas más de toneladas de peso y unos cuantos más de decibelios. Y con la sensación de inmutable seguridad.

En demasiado poco tiempo, empezaron a aparecer los primeros rayos de luz iluminando el cielo cuando todavía no había aparecido el astro rey. El mar empezó a aparecer frente a mis ojos. Reflejando los tímidos rayos que le llegaban. Había estado todo el tiempo frente a mis ojos y no lo había visto hasta ahora. Realmente esa noche había sido muy oscura. Comprendí entonces por qué de vez en cuando soplaba una fría brisa que revolvía los cabellos. Pero a la Tierra le llevaría todavía un buen rato volver a calentarse un poco.

-Te traje para ver anochecer, pero te quedaste dormida de verdad. -Yo ya no seguía ocupando chaquetón a Bryce. Ahora estabámos sentados con las piernas agarradas al pecho. Mirando amanecer.
-Mejor presenciar un comienzo que un final. ¿No? -Lo miré contenta. Estaba contenta. Y él se contentó por mi contento.
-Sin duda alguna. -De las pocas veces que estamos de acuerdo. Aquello sí que era digno de ver, y no un amanecer en el mar.
-¿Y cómo no me despertaste? -Lo miré a los ojos. Me embrujaban más que el amanecer en el mar.
-Iba a hacerlo. No me daba pena. -Vaya... Que bien ha empezado... -Pero cuando me di cuenta, el sol ya se había puesto, y ya no tenía sentido despertarte. -Ajam... No lo ha mejorado... Aunque... ¿Qué esperaba? ¿Que de su boca saliesen bellas palabras que me encandilasen y convirtieran este momento en algo romántico? Voy a chincharlo un poco.
-Entonces, si no te diste cuesta, no fue porque no llegases a tiempo aquí. -Me hice la pensativa, pero sabía perfectamente lo que iba a decir a continuación. Es sólo por darle un poco de drama al momento. -¡Seguro que fue porque te quedaste como un bobo mirándome dormir! -Me levanté y me eché sobre su espalda con impulso, empujándolo hacia delante, hacia sus rodillas. Apretándolo fuerte, jugando con él a las peleas.
-¡Ah! ¡Estúpida! ¡Mi tobillo! -Oh. Le había clavado los pies en el suelo y le había doblado el tobillo a un lado por mi impulso. Me aparté rápidamente. Avergonzada. Al fin le hago una muestra de cariño y la chafo...
-Oye... ¡Que tampoco hay que ser tan desagradable! -Ni me preocupé por ver si le había hecho demasiado daño. Podría haber gritado por prisa para que me quitase pero sin haber insultado. Me senté cruzando las piernas a medio metro de él, ya no tocaba su brazo con el mío. Ni lo miré a la cara. No me apetecía contacto alguno con él hasta que se me pasase el mosqueo.
-Bueno. Está bien. La próxima vez diré el insulto que tú quieras. ¿Cuál te gusta más? ¿Bruta? ¿Bestia? -Lo dijo poniendo voz de simpático fingido hipócritamente mientras se acariciba el tobillo con cuidado. Tan mono él...
-¡Oh! ¡Qué detalle por tu parte! Dejáme pensar... -Me hice otra vez la pensativa. -Mmmmm.... ¿Que tal un ¡VETE A LA MIERDA!? -Y me levanté indignada, decidida a marcharme a otra parte. No sabía adonde ir, pero sí en donde no quedarme.

Prefería ponerme en mitad de la pista, impedir el aterrizaje de un avión e ir a la cárcel por conducta temeraria y riesgo de daños colaterales, que seguir un segundo más a su lado. Pero no conseguí moverme de donde estaba más que dos paso. Bryce me impidió dar el tercero. Cuando me giré, tuve que mirar hacia abajo, estaba tirado en el suelo, con su pecho apoyado en la húmeda hierba y el brazo totalmente extendido hacia mí, agarrando con su mano fuertemente su tobillo.

-No te vayas. Te he perdonado aunque no me hayas pedido perdón. -.... Así desde luego que no lo arregla. Indignada todavía. Tiré con desprecio y fuerza de mi pierna hacia arriba para deshacerme de su gancho. Pero no pude. Y eso que lo intenté con ganas siendo consciente de su fuerza... -O vuelves, o te tiro. -Dijo desafiante. Mirando deseoso de que decidiese no volver para así darse el gusto de tirarme. ¿Qué hacía ahora? Al menos me daba a elegir cómo quería tragarme mi orgullo. ¿Me lo tragaba aceptando su amenaza y haciendo lo que é quería? ¿O siendo tirada al suelo por él?
-Como me tires, te destrozo el otro tobillo. Tendrás que ir en silla de ruedas una temporada. -Lo miré desafiante. Mi amenaza era ridícula, pero al menos le daba a entender así que me estaba poniendo de muy mala leche. Igual temía más un cabreo mío que quedarse inválido. En serio... todo es muy absurdo. ¿Es que existen otras parejas que vayan a ver atardeceres y amaneceres y acaben amenazándose con lesiones físicas?

Y no me dio tiempo a reaccionar. Bryce empujó de mi tobillo hacia él. Yo hice un movimiento en acto reflejo para no caerme. Y no me caí. Di una zancada con mi pierna libre y la puse por delante a tiempo, flexionando mi rodilla a lo corredor de carreras que se pone en posición para la salida. Pero Bryce volvió a entrar en acción. Me cogió de la muñeca y tiró de mí hacia él. Mi cuerpo adelantó a mi rodilla flexionada y ya no tenía nada con lo que evitar mi caída. No podía poner la otra pierna por delante, a pesar de que ya la tenía libre, porque ya estaba demasiado cerca del suelo y no me daba tiempo. En mi pérdida del control de mi cuerpo, me giró con sus manos con diestra maestría y me colocó bocarriba. No llegué a caer. Me acunó con sus brazos y acabé sentada en su regazo. Le había dado tiempo de ponerse cómodo y todo durante todo eso.

Mi cara a un palmo de la suya. Clavándome los ojos como nunca antes. Tal vez la cercanía hacía que yo lo sintiese con más intensidad. Era la segunda vez que en el día hacía lo que quería con mi cuerpo sin yo poder evitarlo. Me frustaba mucho. Me recordaba mi excesiva debilidad y su excesiva supremacía. Quien tenía el control a cada momento. Del que dependía todo. Yo así no me sentía con Aaron.

-Sí. Tenías razón. No vi cómo se ponía el sol porque preferí quedarme como un bobo mirando cómo dormías. Memorizándote para cuando no te tenga frente a mí. - El corazón se me iba a escapar del pecho. Estaba mareada por la respiración tan superficial y agitada que tenía. Nos quedamos un rato mirándonos así. Deseándonos en silencio.Tampoco me sentía así con Aaron. La vida con Bryce es muy intensa, la vida con Aaron es muy tranquila. Y yo acababa de descubrir que necesito adrenalina para vivir.

No sé que era, si la luz del sol que aparecía tímido por el horizonte e iluminaba su cara, las sombras que se formaban en ella por los rayos de sol que no podían llegar a todo él, o el tono rojizo del amanecer, pero me pareció más atractivo que nunca. Nos quedamos bastante rato así. Mirándonos sin decir nada. Estudiando las líneas que formaban su precioso verde iris. Escuchando de lejos los aviones que tan cerca aterrizaban. Olvidando la brisa helada que cortaba la piel. Ignorando el sonido de las olas del mar. No fue hasta entonces cuando yo de verdad disfruté del amanecer.

-¿Por qué para tener un momento lindo tenemos que haber sobrevivido antes a un intento de matarnos? ¿Por qué no podemos ser una pareja normal? -No lo dije agobiada. La respiración ya estaba calmada, y el mareo había desaparecido. Mi corazón siguió a su bola. Y mi mente no me permitía grandes pensamientos. Estaba centrada en memorizar su cara, para cuando no lo tenga frente a mí. No pensaba que podía ser más perfecta hasta que sonrió para sí por lo que había dicho.
-Porque ni tú ni yo somos normales. -Habló con tanta paz, que las moléculas de aire que vibraron por el paso de las ondas del sonido de su voz, se sintieron agradecidas por haber sido perturbadas. Y en ese momento, no pude evitar estornudar. Giré como pude la cabeza hacia el otro lado y las partículas de aire que yo perturbé no se sintieron agradecidas ni de lejos. Sentí los brazos de Bryce amortiguando mis bruscos y estrepitosos movimientos. -Y porque tú no puedes vivir sin estropear un lindo momento, como tú los llamas. Jajajaja. -Y se echó a reír. Disfrutando del momento.
-Pues tú también los estropeas, chaval. -Dije limpiándome con la manga de mi gabardina. -Además, yo no los estropeo. Les doy vidilla. Si no lo hiciese, nos acabaríamos olvidando de ellos. Piénsalo. En unos años, nos acordaremos que vimos cómo salía el sol en la pista de aterrizaje del aeropuerto donde horas antes estuvimos cogiendo una avioneta para hacer paracaidismo, pero de qué estábamos hablando si no hubiera sido por este estornudo. -Bryce me miró levantando una ceja. Excéptico. Poniendo esa cara de <ya está desvariando otra vez> que Liam y Leo saben poner tan bien.
-Deberías comer más productos ecológicos. O por lo menos, no los más baratos que encuentres. Tanto transgénico y tantos químicos no le sientan bien a tus neuronas. -Dijo totalmente convencido. 
-...................................................................................................... -Lo que hay que aguantar. -Voy a intentar olvidar que me has llamado loca y pobre en mi intento por volver a crear un momento lindo. -Lo miré entrecerrando los ojos, acusándolo con la mirada. Le sudó. Se echó a reír. Por mi cara probablemente.
-Jajajajaja. Bueno, viendo que no podremos volver a crearlo, vamos a desayunar. Tengo hambre. -Definitivamente, si había alguna posibilidad de que la magia volviese, acababa de matarla. -E igual aparecen unos mariachis cantando rancheras y entregándonos claveles mientras comemos. Tal vez así te me motives de nuevo. -Y me sacó la lengua. Me dio el impulso de cogérsela con la punta de mis dedos a modo de pinzas. Y no iba yo a reprimirlo. Se la agarré y apreté un poco, sin hacer daño, sólo para que no pudiese moverla. Él la metió para adentro rápidamente, abrió la boca y me mordió con cuidado los dedos. No me dolía. Nos quedamos mirándonos así unos segundos antes de reaccionar. En esa extraña posición. Yo sin sacar mis dedos y el sin aflojar la mandíbula.
-¿Piensas soltarme antes del desayuno? ¿O tal vez ya para la comida? -Le dije sin prisas. Demotrándole que no me perturbaba lo que hacía.
-Yo no te estoy impidiendo que los saques, si los sigues teniendo metidos, es porque tú quieres. -Habló con mis dedos todavía en su boca. Me hacía cosquillas el movimiento de sus dientes, su lengua y sus labios en mi piel.
-Te estaba tomando la temperatura. No tienes fiebre. Sólo un par de decimillas. -Y saqué los dedos de su boca. Me los limpié en un pañuelo que llevaba en el bolsillo. Todo muy profesionalmente. Tenía que disimular que ciertamente no los saqué porque no quería. No me apretaba como para no poder sacarlos.
-¿Vamos a comer? -Me levanté y lo miré desde arriba. Él seguía sentado mirándome con cara de <eres tremenda...> mientras negaba con la cabeza.
-Anda... tira para el coche... Que me tienes contento hoy. -Le sonreí simulando cara de angelito inocente. -No creo que tenga que recordarte que conduzco yo.-Intentaba levantarse, buscaba la manera más cómoda o que requiriese menos esfuerzo, sin doblar su tobillo.
-Mira, iba a ayudarte a levantarte, pero ya no quiero. Podrías haberte ahorrado el recordármelo. -Me indigné. Y me crucé de brazos, como buena indignada. Bryce cogió algo del suelo que no llegué a ver y lo guardó en su puño ofreciéndomelo. Puse mi mano debajo y me dejó caer una piedra.
-Anda, ayúdame a buscar más. -Dije barriendo el suelo con su mirada. Interesado en lo que hacía.
-¿Para qué quieres piedras? -Pregunté intrigrada.
-Para que te las metas en la boca, a ver si hay suerte y te atragantas. -......................... Y dicho esto, se levantó en cero coma con una ágil maniobra. -Lo que hay que aguantar... Negándose a darme una ayuda que yo no le había pedido como venganza porque no acepto un capricho suyo. -Se sacudió el culo, se agachó a recoger las muletas y echó a andar sin esperarme, refunfuñando.

Si comparamos su poder para disimular, con el mío, siento vergüenza... ¡Con que estilazo ha pasado de estar buscando la manera de levantarse, a una piedra que meterme en la boca! Y yo haciéndome la que medía su temperatura con los dedos metidos en su boca... Me había quedado tan sorprendida por ese <zas> tan inesperado, que no había espacio en mí para albergar molestia. Pero claro, yo no le iba a decir todo esto. Me quedé allí, absorta mirando la piedra en mi mano. Había perdido esta batalla, no podía decir ya nada.

-Oye, que si no te gusta esa. Te puedo buscar otra. -Bryce se giró varios metros de distancia de mí. Lo miré. Estaba parado esperándome. Con su cara de pillo. Y una disimulada expresión de disculpa. Como si se hubiese pasado con ese comentario y me hubiera afectado tanto que me había dejado incapaz de reaccionar. Me guardé la piedra en el bolsillo. Me daba pena tirarla. Y eché a andar a su lado.
-No te pases. Que para atragantarme con ella no sé, pero para tirártela la cabeza sí me gusta. -Caminábamos adecuando el ritmo a su ritmo. Tranquilos. Sin querer irnos de allí en verdad.
-¿Y tú quieres ser doctora? ¿Tratando así a los convalecientes? -Era un reproche-queja-broma.
-Tú no eres un paciente mío. -Intenté defenderme. Claro que a los pacientes los trataría con amor. Pero no me salía esa dulzura con él. No me la inspiraba, lo siento.
-Ni espero serlo nunca. -Respondió cortante. No nos habíamos mirado en todo el camino, pendiente del suelo, que estaba lleno de piedras que se deslizaban unas con otras y resvalaban.
-Oye, ¿qué insinúas? Yo voy a ser una buena doctora. -Lo miré defensiva.
-Mal pensada. No puedes dejar de mal pensar. -Me miró acusativo. -Lo decía porque no quiero tener que necesitar nunca de doctores. -Negaba con la cabeza en signo de desaprobación.
-¡Hombre! ¡Pues si me mandas a meterme piedras en la boca a ver si hay suerte y me atraganto, permíteme que de vez en cuando mal piense!
-Y bien merecido que lo tienes. No te preocupas en absoluto por mí, y encima me vienes amenazando. -Ahí si se le vio dolido de verdad. Me puse seria.
-Pero si es sólo un esguince... Sólo hay que guardar reposo. Poco a poco va mejorando... -Lo miré, hablando con la boca pequeña. No le había preguntando cómo seguía, ni siquiera después de hincarle el pie en la tierra. Igual le dolía mucho...
-No es sólo un esguince. -Dijo sin entonación ninguna.

No me lo dijo reprochando mi falta de preocupación. Aunque me hubiese sentido mejor si así lo hubiera hecho... Me fijé en su pie. No tenía bendas. Era una bota bastante ancha de plástico duro y rígido que le inmovilizaba el tobillo hasta la espinilla. Sabía que existían a modo de yeso. Pero eran muy caras, pues por dentro están hechas de un material que amolda las presiones y da calor, así acolchadito. ¿Cómo no había me había fijado antes en eso? No me había percatado hasta ahora.... Me inundó un gran sentimiento de culpabilidad, por haberle provocado todo esto y por no haberme preocupado más por él...

-Lo siento... -Agaché la cabeza, totalmente culpable. Ni mirarlo a los ojos podía.-Pensaba que todo iba bien... Comprendo que puedas estar enfadado conmigo.
-Bueno, es comprensible teniendo en cuenta lo fuerte que soy. Cualquiera pensaría que me recupero en seguida y vuelvo a estar como un toro en nada. No te culpo. -Lo miré. Necesitaba ver con qué cara hablaba e intuir con qué sentimiento lo pensaba. Simuló cara de orgulloso y disimuló cara de decepcionado.
-¿Y qué es? -Me atreví a preguntar finalmente. Tímida, avergonzada de mí misma.
-Nada que no pueda aliviarse si me preparas un rico desayuno. -Concluyó con una gran sonrisa. Este Bryce... cuánto más intenta hacerme sentir mejor, peor me siento. Pero no podía desanimarme. Lo desanimaría a él. Obvié el hecho de que no me lo había explicado, porque era lo que quería él, que lo pasase por alto.
-Me parece bien. ¡Redimiré mi culpa haciéndote unas deliciosas tortitas! -Y le sonreí ilusionada por cocinarle. Realmente me gustaba esa idea, aunque se hubiese autoinvitado.
-Genial. Ya estoy deseando. -Puso expresión de felicidad ante la noticia de comer comida rica teniendo tanta hambre, y nos montamos en el coche después de admirar un poco más todo lo que nos rodeaba. Otro avión aterrizaba, y no podíamos perdérnoslo.

A la vuelta, Bryce pisó menos el acelerador, respetó los límites de velocidad. Teníamos la radio puesta, la música era lo único que ocultaba el gran silencio que si no hubiera sido por ella, reinaría en toda la cabina del coche. Cada uno inmerso en sus pensamientos sobre el otro. Codo con codo, pero ausentes, pensando cada uno en la persona que ni recordaba que tenía al lado. Poco a poco, las sucesivas canciones nos fueron arrancando la voz y la tristeza. Irónicamente <Scar tissue> empezó a sonar y no pudimos evitar no cantar. Cicatrices que teníamos él y yo. Cicatrices que nosotros mismos nos hicimos y que nos hicimos el uno al otro.

Aparcamos el coche cerca del río y fuimos caminando hasta mi casa. No recordaba el frío que hacía fuera del coche, me golpeó de golpe cuando abrí la puerta. No podía darle la mano a Bryce o cogerme de su brazo, pero me valía con caminar a su lado.

-¿Voy a tener que subir las escaleras hasta tu piso porque tú no quieres montarte en el ascensor? -Y se rompió el silencio.
-¿Y que tiene que ver que yo no quiera usar el ascensor con que tu tampoco quieras?-Lo miré extrañada y pregunté excéptica. Me miró evidente.
-Parece que te gusta que te regalen el oído... -Puso los ojos en blanco mientras giraba la cabeza hacia el frente. Yo me mantenía en una completa interrogación. -Te he dicho que no quiero perderme nada de ti, si está en mi mano. -Dijo sin mirarme.
-Desde luego, porque en tu pie no. Jajajajaja. -Chiste malo. Me arrepentí justo después de decirlo. Bryce puso mala cara y siguió caminando en silencio. ¿Por qué está tan delicado por el tema del pie? En otro contexto, me habría respondido devolviéndome el golpe bajo.
-Por fa Bryce, no me hagas elegir entre hacerte subir las escaleras o meterme en el ascensor. Es como si te diera a elegir entre pintarte las uñas de rosa o los labios de rojo. -Me miró arrugando la cara por la extraña comparación. Normal. Intenté explicarme mejor. -Sería horrible cualquiera del los dos.
-Subiría las escaleras aunque fuese en una silla de ruedas. -Facepalm. Obstinación nivel: y como me pongas otro impedimento, te diré que lo haría hasta arrastrándome siendo tetrapléjico. -A ver, que sabía que teníamos poco tiempo del que posiblemente nos quedaba, para estar juntos. Pero de ahí a poner en riesgo sus límites físicos... había un buen trecho.
-Pues ni voy a montarme en el ascensor, ni voy a ir a una cafetería, que no tengo dinero como para permitirme esos lujos ni tanta cara como para dejar que seguir permitiendo que todo me salga gratis contigo. -Para obstinada, también yo.
-Tranquila, ya me había hecho a la idea de subir andando. -Volvía a hablar sin mirarme. ¿Por qué siempre que nos toca despedirnos se pone tan sombrío?

Y efectivamente. Subimos andando. Ninguno dijo nada más sobre el tema desde que concluyó, de hecho, ninguno dijo nada más sobre nada más. Le abrí la puerta de casa en silencio, y entró en silencio. Se dejó caer en el sofá sin hace fuerza con las rodillas para amortiguar la caída. Suspiró y cerró los ojos con la respiración un pelín acelerada. Se quedó así un rato hasta que decidió poner las muletes en algún sitio más recogido. Yo puse la radio en la cocina y decidí animarme con las canciones que saliesen. Pero todas eran deprimentes, así que tuve que cambiar de cadena en varias ocasiones. Me llevé todas las cosas a la mesa del salón e hice allí la masa y la batí. Se me ocurrió la idea y me pareció genial, así Bryce estaría junto a mí todo el tiempo, o eso pensaba hasta que lo vi. Estaba luchando con todas sus fuerzas por mantener los párpados abiertos. Pero no lo conseguía. Me pareció muy gracioso y me pareció muy angustioso también. Nunca había visto a Bryce cansado. Sin fuerzas sí, la gripe que cogió por esperarme cuatro horas bajo la nieve no era para menos. Pero nunca cansado. ¿Qué diablos había pasado estos días? Y yo orgullosa sin querer saber nada de él...

De repente, sacó fuerza de voluntad de donde no la había, sacudió la cabeza y se levantó para ir al baño y lavarse la cara con agua fría. Se despertó más haciendo memoria por recordar dónde había dejado las muletas, que en sentir el agua congelada en las sensibles terminaciones nerviosas de la piel de su cara. Y eso que tenía las muletas bajo sus pies, en el suelo. Me rompía el alma verlo así. Él siempre ha podido con todo. Lo que sea que le estaba pasando, lo estaba dejando sin energías, y eso me disgustaba mucho, porque yo debería cargar con algo de su carga. Sólo podía prepararle un desayuno riquísimo. Cuando volvió, yo ya estaba echando la leche en la harina del bol.

-Lo siento. No dejes que me duerme. No puedo usar como argumento para convencerte, que me enfadaré mucho contigo. Porque tu sentimiento de satisfacción por haber hecho lo que pensabas que debías hacer, superaría al de desagrado por mi enfado. Pero sí puedo usar como argumento infalible que me enfadaré mucho conmigo mismo, y me lo estaré reprochando durante mucho tiempo, y eso sí que no te gustaría. -Oh. Me quedé impresionada. Tenía toda la razón. Nunca permitiría que se auto culpase por algo que fuese el caso que fuese, o era culpa mía o podría haberlo evitado.
-Está bien, está bien. Entonces te voy a poner a trabajar para que no te duermas. Pásame los huevos. -Y me los pasó. Se sentó en el sofá, pero está vez no en el centro, sino en el borde, al lado de mi silla. -¿Quieres azúcar? -Y me respondió entregándome el paquete de azúcar. -Voy a poner a calentar la sartén. Ve batiendo tú la masa. -Le entregué el bol, me levanté y me fui para la cocina cargando con las cosas que ya no servían para guardarlas. Cuando ya dejé todo listo, me asomé por la puerta para observarlo en secreto. Estaba con el bol apoyado en el regazo, descansando la espalda en el respaldo del sillón, peleándose con el batidor y la masa, totalmente entregado a la causa, poniendo todo su empeño. Me pareció lo más tierno del mundo. Me miró súbitamente, como si hubiese descubierto que alguien lo miraba a escondidas sin su permiso. Que era justo la realidad.
-¿Voy bien así? -Me preguntó interesado de verdad en la ciencia del batido de masas.
-Vas perfecto. Pero deja de pelearte con la mezcla, trátala con amor. -Me miró excéptico.
-Lo traduciré por un: trátala con delicadeza. -Agachó la cabeza y siguió en su oficio. Esta vez con movimientos lentos y suaves. Ains... Qué Bryce este. -Puedes volver y sentarte a mi lado. Te prometo que no te pegaré con el batidor ni te volcaré el bol encima. -Me miró sonriente. Animado. Me encanta verlo así. Ese sí era mi Bryce.

-Bobo. No puedo llevarme el hornillo al salón. Si no, te freiría las tortitas ahí mismo.-Me acerqué hasta él y le cogí con cariño el bol de las manos. Me fijé en que las tenía muy agrietadas por el frío. -Vas a tener que intentar sobrevivir sin mí el tiempo que tarde en freirlas. Prometo que no tardaré mucho. -Le saqué la lengua juguetona y me la mordí. Me fui a la cocina y vertí con un cucharón lo que sería la primera tortita. Fui yo la que se sorprendió esa vez y se giró súbitamente al notar de repente una presencia en su espalda. No me había dado cuenta antes por estar cantando la canción que estaba sonando en la radio.
-No me vale con sobrevivir. Yo quiero vivir. -Y ahí estaba, apoyado sobre el marco de la puerta y casi rozando con la cabeza el borde superior, con sólo una muleta, y desentonando por completo con la mediocridad de todo a su alrededor.
-Eres masoquista. -Dije con una sonrisa en mi cara, volviéndome a la sartén.
-No, masoquista sería si me quedase en el sofá luchando inútilmente por no dormirme y perder el tiempo sin ti. -Era la tercera o cuarta vez que me hacía ver cuánto le urgía robarle tiempo al tiempo para estar conmigo. Me giré solemne y seria para que me respondiese, y lo hiciese con sinceridad.
-Bryce, sé que estás preocupado por eso que pasa y que no me quieres decir, que tal vez no podamos vernos más, o no como antes. E intento no decirlo porque sé que quieres que estemos como siempre, como si no pasase nada, porque no me lo quieres decir precisamente por eso. Pero este cansancio y esta desesperada forma de aprovechar minutos escasos, está empezando a preocuparme de veras. -Puse las manos en jarras y lo miré afligida. Bryce suspiró y agachó la cabeza. Se quedó unos instantes en silencio y habló.
-Me tienen que operar. -Contuve la respiración. ¿Me estaba diciendo aquello que no me había querido decir? Si me lo había estado ocultando... Si me he estado evitando pensarlo... No, ni siquiera ahora quiero pensarlo. -No es nada peligroso ni grave, es del pie. -Levantó la cara, me miró y vio mi expresión de horror. Tenía que tranquilizarme, no era ninguna enfermedad de vida o muerte. Solté todo el aire de los pulmones que había estado conteniendo. -Pensaba que el dolor al caminar era por el tobillo sólo, pero no, era también por el pie. Me había negado a ir al hospital porque estaba convencido de que no era más que un esguince, pero me salieron grandes hematomas y me dolía mucho. No he podido dormir a causa de eso. -Hizo una pausa. -Fui al hospital, me hicieron radiografías y vieron que tengo una fractura en estallido del calcáneo. - Lo había visto en clases. El astrágalo quiebra al calcáneo por compresión, como si estallase en varios pedazos. Tiene muy mal pronóstico y sólo tiene tratamiento quirúrgico. -Me iban a operar hoy mismo. Pero me negué. Creo que te puedes imaginar por qué. -Porque no podría ir conmigo a la montaña. Porque no sabe si podremos volver a estar así cuando vuelva de la montaña. Porque tal vez sólo teníamos hoy para estar juntos. Por eso hoy íbamos a hacer todas las cosas en una misma cita, que se deberían repartir en varias.

No era justo que él cargarse con todo el sufrimiento de la inminencia de lo que podía pasar mientras yo me dedicaba a no pensarlo mucho para no sufrir por algo que sólo existiría en mi mente hasta que él me lo dijese. Y aunque no era relativamente grave, no dependía su vida de esa operación, seguía igual de horrorizada. Horrorizada por ver cuánto se tuercen las cosas cuanto más deseo que vayan bien. Horrorizada porque, ni siquiera en esta situación, soy capaz de decirle cuánto pienso en él cuando no está, lo miserable que me siento cuando estamos mal, cuánto me gusta que me pique, lo loco que se pone mi corazón cada vez que toca, o lo en blanco que se queda mi mente cuando me mira; cuánto adoro su parte tierna y sincera... Decirle sólo cuánto lo necesito...

-Claro. ¡Porque querías probar mis deliciosas tortitas! -Apoyé el peso en una pierna, alargué con entusiasmo el brazo donde tenía la espátula en la mano, y lo dije con vigorosidad. De alguna forma tenía que disipar la tristeza...
-Pues como no vuelvas a ellas, en vez de deliciosas van a ser ceniciosas. -Y volvió la sonrisa a su rostro. Si tenía que quemar hasta las cortinas de la cocina para volver a verla, lo hubiera hecho. Me volví rápido a la sarté y le di la vuelta, las pompitas ya estaban por toda la tortita, que había ganado consistencia.
-¡Mira listo! ¡Está doradita! ¡En su punto! -Me giré para mirarlo reprochante, ofendida por su falta de confianza en mi capacidad culinaria. Se acercó lentamente, cojeando, seguía con una sola muleta, y se asomó a mirar. Reprimió una carcajada para no reírse en toda mi cara.
-Vale. Pero esa te la comes tú. -Y se fue riendo por lo bajini a sentarse en el único taburete que había en toda la cocina. Yo preferí no hacer comentarios al respecto y seguí a lo mío, no sin antes no quedarme tranquila tras haberle dedicado una asesina mirada. Estaba doradita, lo había hecho para meterse conmigo. Jmmm.

Me llamó lenta. Se quejó de que tenía hambre. Me volvió a llamar lenta. Y lo siguiente que pronunció fue la exigencia de ir comiendo las que iba haciendo y tuviesen mejor. pinta. Usé mi lado dialogador y comprensible e intenté hacerle ver que la espera sería recompensada con un gratificante desayuno sentado cómodo en el salón, comiendo los dos a la vez. Sólo le quitó la idea de comer en la cocina mientras yo cocinaba, porque siguió metiéndome prisa. Finalmente, por no escucharlo, le di un plato y le puse en la encima de al lado una bandeja con todo lo que podía echarle a la tortita. Y al final, no sé cómo, acabamos los dos comiendo en la cocina. Él sentado en el taburete, con el plato sobre sus muslos, y yo sentada con las piernas cruzadas frente a él, con el plato en otra bandeja apoyada sobre mis rodillas. Y fue genial. Parecíamos tan unidos rompiendo los convencionalismos sociales y las costumbres. Y era aun más genial cómo él se agachaba o yo me elevaba para darnos de probar nuestras propias combinaciones. Queso philadelphia con mermelada de arándanos, miel con rodajas de plátano, chocolate fundido, mermelada de albaricoque... y un riquísimo zumo de maracuyá que compré en el súper. En realidad, estaban más esponjosas las tortitas que comí en la casa de Ahsley, pero sin duda, estas fueron las que más disfruté.

-Ahora vuelvo. -Dije una vez que estuve segura de tener fuerza suficiente para levantarme. Bryce ni siquiera tenía fuerzas para decir algo. Comer con tanta gula y glotonería deja a uno agotado.

Volví con un bote de crema para las manos. Hunté crema en las mías y cogí las manos de Bryce. Las estuve mirando e inspeccionando. Estaban más agrietadas de lo que pensaba, y era por el frío. Y tenía durezas por culpa de soportar todo su peso sobre las muletas. Eché más crema en la palma de mis manos y empecé a deslizarlas por las suyas, hidratándolas, calentándolas, suavizándolas. Bryce dejó de tener las manos caídas y empezó a moverlas por las mías. Ninguno de los dos cerró los ojos, yo no podía perderme nada de él, y él no quería perderse nada de mí. Después de un rato comiéndonos a manoseos, acabamos con los dedos entrelazados, yo apoyada sobre su pierna izquierda y mi cabeza recostada en su regazo.

-Debes hidratarte las manos al menos dos veces al día, o llegará un momento en el que no podrás usar las muletas por todo lo que te dolerán. -Tenía los ojos cerrados, ahora sólo quería concentrarme en mis manos unidas a las suyas, y en su voz.
-No pienso estar mucho tiempo con las muletas. -Pero si van a operarle... ¿Puede salir caminando ya después de los días de recuperacón?


-Y te quedarán cicatrices. -Lentamente, con sumo cuidado, me apartó el pelo del cuello, me bajó el cuello alto y me besó en él. Fue como un roce cálido. Ascendió acariciando su mejilla con la mía, suavemente, y me volvió a besar en la mejilla. Fue como otro roce, pero menos cálido. Dudó sobre cual sería su próximo destino, y se decidió por volver a dejar al aire besar sus labios. Afortunado el aire de mi cocina. - Las cicatrices de la piel son las huellas de historias emocionantes o descuidos tontos. -Fui ahí cuando me di cuenta de que besó mis cicatrices. La de la vara metálica afilada que me hizo una línea en el cuello, y la solladura de la mejilla que me hizo la bala. Una historia, para mí parecer, no muy emocionante. Mi corazón palpitó casi tan rápido ahora cuando recorrió mi piel con su labios rozándome y besándome por el camino, que cuando pensaba que iba a morir degollada. Y en los dos casos me quedé igual de petrificada. -Las cicatrices son memoria. Y yo no quiero olvidar nada. Porque lo que soy es lo que recuerdo.