Capítulo 60: Las ocho en punto
-¿Que me has
estado esperando? Acabamos de vernos hace veinte minutos, Aaron. –Que era el
tiempo exacto que había entre la estación de metro y su casa. Estaba extrañada,
y podía notarse en mi voz.
-Exacto, y es el
tiempo que me ha llevado ducharme, arreglarme y llegar hasta aquí para
esperarte. –Dijo como si lo raro de la situación fuese el poco tiempo que ha
tardado en llegar y no el hecho de que acabábamos de vernos. -¿Por qué te
extraño tanto siempre que vaya a buscarte? Ya hemos tenido esta conversación
antes. –Sí, lo recordaba. Mi problema es que asociaba que asociaba su excesiva
falta de interés a todo lo que le rodeaba con que lo tuviera por todo.
-Sí, ya. Pero
aunque fueras la persona más dedicada en cuerpo y alma en este mundo por mí, me
resultaría raro que tras vernos hace un momento sin ningún plan, ahora vengas
con uno de repente.
Podía parecer que
estaba hablando en plan reproche o alterada. Pero justo que ahora que me había
determinado por luchar por Bryce, aparecía su hermano en mi camino como si el
destino me estuviera queriendo decir a través de sus señales incomprensibles
que Aaron era el elegido. O tal vez no existen señales ni destino. Son
casualidades a las que la gente se aferra para buscar motivos que apoyen a
aquello que quieren o que les sirva de razón para no hacer algo que temen.
-Antes no tenía
un plan ni ahora tampoco. Sólo he venido porque me apetecía verte. –Me frustraba.
No entendía por dónde quería ir… Al menos me alegraba que quisiera verme…
-¿Y antes no te
apetecía verme? –Era una extraña conversación que tener a través de la
ventanilla de un coche.
-¿Por qué tantas
preguntas? No todo está calculado ni planeado como en tu cuadriculada mente.
Los impulsos existen y cambian continuamente. –Sí, pero lo que él no sabía en
su maravillosa respuesta que me había dejado sin saber qué decir, es que en mi
vida, a pesar de todo el orden que le pongas, se desordenada sola, y mucho. Así
que quedaba disculpada si quería encontrarle el orden a todo. –Cuando estabas
allí estaba bien, cuando te fuiste sentí que quería verte de nuevo. –Aaron me
había estado mirando todo este tiempo, pero al ver que no respondía continúo
hablando. No sabía que mi silencio era causado porque estaba pensando sobre lo
que dijo. Es lo mismo que me pasa con Bryce. Cuando sé que está, estoy bien,
pero cuando sé que no está, quiero verlo. Y no me refería a estar de cuerpo
presente, físicamente.
-Es interesante
ver cómo funciona tu mente. –Fue toda mi respuesta al cabo de un rato de dura
meditación conmigo misma. Un rato en el que nos habíamos estado mirando todo el
tiempo directamente a los ojos. Mirándolo sin verlo. Yo tenía la mirada perdida
en mis pesquisas.
-Es interesante
no ver cómo funciona tu mente. –Fue toda su respuesta al cabo del rato de dura
meditación conmigo misma. Estaba sonriendo divertido por mi afirmación. A mí me
hizo gracia la suya. Aaron, sus ideas, yo, mis cacaos mentales y nuestras
conversaciones raras que hacen que olvide todas mis preocupaciones.
-Aaron, yo tengo
cosas que hacer hoy. –Cuando se pasó el mágico momento, volví a la cruda
realidad. Mi realidad…
-Ya lo sabía.
Tienes que repasar para el supuesto examen de mañana. Mi intención era
acompañarte con el coche hasta casa. –En toda la conversación, no había
cambiado su postura. –Si no te importa, claro. –Lo había olvidado por completo…
Cuando quería decir “cosas que hacer” me refería a un tour “especial” por la
ciudad. ¿Cómo salía yo ahora de esto? Algo que no sea mentirle pero tampoco la
verdad… ¿Y si simplemente le decía que no? No podía… De pronto vi una expresión
de desilusión en su cara. Y me sentí mal. Estaba tardando demasiado en
responder y pensaría que no quería estar con él… -Estás preocupada. ¿Verdad?
Hoy no estás como siempre. –Dijo tal cual. Con su rostro de resignación.
-¿Por qué lo
dices? –De pronto, me percaté de que yo también estaba preocupada. Cómo de
contagiosas pueden ser las emociones…
-Intentas
disimularlo actuando como siempre. Pero cuando no te das cuenta,
inconscientemente no puedes evitar perder esa fachada de absoluta normalidad.
–Yo seguía mirándolo. Me estaba quedando alucinada. No me había dado cuenta de
eso pero ahora que lo decía, llevaba más razón que un santo. ¿Era el único que
me lo había notado o no?–No digo que estés fingiendo. Sólo que tú misma te
obligas a continuar como si nada y a actuar como si nada te preocupara. Sin
embargo, la mente humana no puede controlarlo todo al 100% todo el tiempo. A
veces las emociones sobrepasan el poder de las personas para ocultarlas. Es
como llenar de agua un vaso con agujeros. Se va derramando pequeñas cantidades
a medida que se va llenando. Y cuando no eres consciente, dejas salir tu
verdadero estado. - Mi única reacción era mirar seriamente. Aquello me estaba
sobrepasando. Sabía que sus silencios eran la espera de mi respuesta. Pero no
sabía qué decir. –Estás demasiado pensativa hoy. Te metes en tu mundo más de lo
normal. Y cuando algo te preocupa, te preocupas por todo, con importancia o sin
ella. Porque el cerebro tiene el “modo preocupación” encendido. Por eso le has
dado tanta importancia al hecho de que viniera a verte habiéndote visto hace un
momento. –Acababa de decirme su psicoanálisis sobre mí. Y eso que era sólo el
de mi estado de ánimo de hoy. Ni quería imaginarme el de personalidad.
-Impresionante.
–Y tras un silencio sin saber con qué continuar pero disimulado en que quería
darle énfasis al asunto, se me ocurrió decir un disparate. Como siempre.
–¿Seguro que estás estudiando Astrofísica y no Psicología? Vaya. Dices que es
interesante no ver cómo funciona mi mente pero la has descrito al detalle. –Me
había aterrado todo lo que había dicho de mí. No en sí por lo que había dicho,
sino porque lo hubiera descubierto. -Cuando se te ve en modo pasota en plan
<Me da igual. No estoy interesado en los
problemas de otras personas> cualquiera diría que estás analizándolo todo. –Y
repetí las palabras que me dijo el primer día que nos conocimos en el estanque
de las carpas. Estaba molesta y respondí a la defensiva. Me arrepentí al
segundo después, antes de ver su mirada de desilusión. -¿Y dices que mi mente
es cuadriculada y que necesita tenerlo todo planeado? ¿Que los impulsos
existen? Por supuesto que sí, pero no es eso lo que te movió a buscarme. Al
final si habías venido aquí con un motivo. Y es tu inusual preocupación de hoy
por mí. Al final sí tenía yo razón en extrañarme. –Si me hubiera mordido la
lengua en ese momento habría muerto envenenada.
-Eso eran otros
tiempos. –Vi en su mirada que estaba dolido. Y eso me dolió a mí más que a él.
Le había hecho daño con mis imprudentes palabras. A él. A mi Aaron. Mi rayo de
Sol. –Sólo te había preguntado si estabas preocupada, y era porque me habías
preocupado a mí. –Hablaba seguido. Ahora no hacía pausas para ver mis
respuestas. -Y al ver que no respondías te he explicado por qué lo pensaba. No
te he pedido que me lo contaras porque puede ser algo privado, pero si no
querías hacerlo podrías habérmelo dicho tranquilamente. No me habría molestado.
–Cerraba el entrecejo mostrando desagrado además de decepción. -Parece que tu
asombro al verme hoy aquí y otros días que he ido a buscarte, radica en esas
palabras que dije una vez a una chica a la que todavía no conocía. Van a
perseguirme para siempre. ¿No? –Yo seguía mirándolo. Cada palabra que decía era
la pura verdad, y por eso dolía por duplicado. Sí, era cierto, desde ese día en
el que me despreció por completo, he cogido ese miedo a su rechazo y el asombro
a su dedicada atención en mí. Pero era algo que no podía evitar. Tenía que
acostumbrarme, tal y como dije hace tiempo, a ver como normal que se interesara
por mí. –Y no, no lo analizo todo. Aprendí hace tiempo a no hacerlo, se
descubren cosas que es mejor no saber. Analizo lo que me importa. Pero parece
que yo no le importo a lo que me importa. -¿Qué podía decir? ¿Por qué no me
mordí la lengua antes de decir todas esas barbaridades? Ah sí, porque habría
muerto envenenada… ¿Pero por qué no esperé a calmarme y después hablar? Él
había venido con todas sus buenas intenciones y yo se las había roto a base de
martillazos. –Y sigues sin decir nada… Mirándome en silencio y pensando. Sin
saber qué cosas pasan por tu cabeza. Porque es a eso a lo que me refiero cuando
digo que no sé cómo funciona tu mente. A no saber las cosas que piensas. –El
chico introvertido se estaba abriendo a mí. Era lo que siempre había deseado.
Pero ahora deseaba que no hubiera tenido que hacerlo. Otro deseo más que se
cumple en un modo que me hace querer que no se hubiera cumplido. Iba a tener
que ponerles nombres. <Deseos malcumplidos>. Aaron dejó de mirarme,
perdimos el contacto visual después de todo ese tiempo. Agachó la cabeza
mirando hacia abajo. Caviló unos segundos y reaccionó arrancando el coche,
quitando el freno de mano, pulsando el embrague y metiendo primera. -Había
venido aquí porque me apetecía verte. No mentía cuando te lo dije. –Levantó el
pie del embrague, el coche salió andando y lo vi alejarse.
¿Qué coño estoy
haciendo con mi vida? ¿Por qué pierdo a las personas que quiero? Era mi culpa.
Yo tenía la culpa de todo. Si no me hubiera ido al metro sola y dejado a Bryce
allí, no habría habido ningún problema entre los dos y no me habría dejado. Si
no hubiera abierto el pico Aaron no se habría sentido dolido. ¿Por qué había
respondido tan a la defensiva? Él no me había estado atacando. En ese momento
me sentía más mierda que nunca. Abatida y destrozada me senté en el bordillo de
la acera que Aaron había dejado libre con su coche. La gente me miraba pero a
mí me daba igual. ¿Por qué no había respondido? ¿Por qué no había dicho ni una
palabra a lo que Aaron había dicho? Porque me había quedado totalmente en
blanco ante las verdades como puños que había estado diciendo. Porque soy un
desastre y tonta de remate. ¿A quién quería engañar? ¿Esperaba ir de ruta
turística por los McDonald’s de Nueva York y encontrarme tranquilamente a Bryce
comiendo un McFlurry en uno de ellos? Ni que esto sea una comedia romántica en
la que todo acaba bien… Lo cómico y lo romántico del asunto están ahí luchando
por el primer puesto de <lo que más escasea>. ¡Y más! ¡Era mi vida!
¿Espera que me fuera bien y se cumplieran mis expectativas aunque luchara hasta
el final? Crucé los brazos sobre mis rodillas flexionadas y escondí mi cara en
el hueco que quedaba. Acababa de desmoronar toda mi vida en un segundo. Se me
humedecieron los ojos de pura desesperación. Pero me aguanté. No iba a llorar. Empecé
a odiarme a mí misma. ¿Cómo podía haberle dicho eso a Aaron? Ni siquiera lo
sentía, creía o pensaba.
Me puse de pie de
sopetón. Me sequé las lágrimas con el puño de la camisa, me di un par de
palmaditas en la cara para recomponerla y tomé la decisión de ir a buscar a
Bryce McDonald’s por McDonald’s. Sí. Iba a ser una pérdida de tiempo. Y sí, no
iba a servir para nada. Pero no, no podía dejar de luchar por lo que quería. No
hace falta poner mucho empeño para que mi vida se hundiera, ya lo hace ella solita ayudada por mí. Por
eso si decidía dejar de lado las pocas cosas buenas que tengo ella, se
convertiría en un total caos. Vale, no esperaba encontrarme a Bryce y lo sabía.
Sabía que lo haría para nada. Pero tenía que empezar a recuperar esa filosofía
de vida luchadora que tanto me había caracterizado y que había perdido minutos atrás.
Lo necesitaba si no quería acabar más miserable todavía. Tomé el metro a la
primera estación con McDonald’s que conocía.
De las
probabilidades que había de que desde ayer por la noche Bryce siguiera
necesitando un McFlurry, que se lo estuviera comiendo en el mismo edificio y no
en otra parte, pues la idea de pedirlo para llevar y tomárselo en el coche
camino a otro sitio era una idea muy probable, que fuera a la hora a la que yo
entrara en el McDonald’s y coincidiendo en ese entre los más de veinte que
podía tener la ciudad, el de la estación que había seleccionado era el más
improbable de todos. Primero y principal porque nunca se le ocurriría tomárselo
allí. Aquel sitio bajo tierra hacía que tus ideas se sintiesen también
aprisionadas y no fluyeran con tranquilidad. Tanto hormigón armado por encima
es lo que tiene. O a lo mejor era eso lo que quería Bryce, no pensar. Pero
aunque lo quisiera, no iba a ser ese. Decidí ir allí a pedir un mapa de todos
los que había en la ciudad. Y así fue, cuando llegué me puse a la cola a
esperar. Tenía prisa. A las nueves tenía que estar en casa cuidando de mis
vecinos. Eran las cinco menos diez. Tenía casi cuatro horas antes de remprender
el camino de vuelta. No tuve que esperar mucho. No estaba muy lleno. O no era hora
punta o la gente piensa lo mismo que yo sobre los efectos de toneladas y
toneladas de hormigón armado.
Un joven con acné
y gafas me atendió. Le dije que buscaba un mapa con todas las sucursales
repartidas por la ciudad. Muy amablemente y con extremada dedicación, me
respondió algo que me molestó mucho. Tenía el mapa justo al lado, tras el
cristal de una vitrina con publicidad sobre menús y regalos de la tienda. Me
señaló incluso saliendo del mostrador dónde se situaba el tablón. Bien,
empezamos bien. Le di las gracias, y antes de girarme por completo para ir
hacia allí, mi inteligencia mostró que todavía quedaba un poco de ella en mí.
Le pedí antes de atender a otro cliente que si tenía una copia para dármela.
Tras pensar unos segundos, respondió pidiéndome que lo esperara. Y se fue a un
cuartillo donde se guardan recipientes, utensilios de cocina, bolsas y demás
menesteres. Al momento apareció con un mapa. <Que no se entere mi jefe>.
Dijo sonriendo de lado a lado. Qué majo. Le devolví mi intento fallido de mejor
sonrisa y nos despedimos. Una vez afuera, cogí un boli que llevaba conmigo
siempre y me puse a planear el recorrido.
Veinticinco
McDonald’s tenía Nueva York en total. Todos ellos repartidos entre Bronx, Brooklyn, Manhattan, Queens, y Staten Island. Yo estaba en
Queens pero mi casa está en Manhattan. Empezaría por Queens. Si me daba tiempo
de verlos todos, continuaría por los de Manhattan. Y así fue como comenzó mi
búsqueda. Con un mapita de niños chicos, buscando algo que sabía que sería un
completo fracaso y en una cuenta contrarreloj. A veces hay que luchar por algo
que está perdido solo para quedarnos tranquilos con nosotros mismos y saber que
no lo conseguimos por falta de esfuerzo. Que también podría decir, ¿y yo que
sé? ¿Y si por casualidad me lo encuentro? Sí, era posible, por eso luchaba,
porque en el fondo sabía que no todo era imposible. Pero ya de por sí tenía que
ir haciéndome a la idea para no llevarme un palo mayor después. Ya recibo
demasiadas desilusiones al día como para otra más por culpa de engañarme a mí
misma.
Uno tras otro
iban desapareciendo del mapa. Escondidos tras la tinta de mi boli y a veces
desaparecidos tras romper el papel de tacharlos con demasiada fuerza. Rabia
reprimida lo llamaría yo. Preguntaba a los trabajadores si habían visto a Bryce
Domioyi. Era más fácil dar su nombre que du descripción física. Absolutamente
todas las personas a las que pregunté, lo conocían. Pensarían que era una fan
loca que no tenía otra cosa mejor que hacer que buscarlo a ciegas por la ciudad
preguntando sin dar un palo al agua. Me daba igual lo que pensaran. Últimamente
me daban igual muchas cosas. A veces iba andando de uno a otro y otras usaba mi
vale mensual para usar el metro. Mis ánimos iban decayendo y mi cansancio
haciéndose notar. Necesitaba una ducha y un plato de comida. Si iba a otro que
me quedaba no me daría tiempo de aquello. Pero si no iba al que me quedaba no
me lo perdonaría después de haber estado visitándolo todos, uno por uno, en
todo el distrito de Queens. Así que decidí no echar por tierra todo el trabajo
de mi tarde por un simple pensamiento de remordimiento, pues no sé como lo
hacen, pero las simplicidades malas acaban ocultando a las grandezas buenas.
Así emprendí mi camino al último McDonald’s que visitaría por hoy.
Entré
esperanzada. Creyendo que en la mesa más apartada y escondida encontraría a
Bryce dándole vueltas con su cuchara a un McFlurry derretido hecho nata líquida.
Con su doble de chocolate y su doble de galletas. Inocente… Lo busqué por todo
el local como había estado haciendo todo ese tiempo con las otras sucursales y
no encontré nada más que a desconocidos. Era un McDonald’s muy grande y
espacioso. De varias plantas. Con detalles en madera que contrastaban con su
decorado ultramoderno. Estaba abarrotado. Era uno de los más céntricos. El
barullo de la muchedumbre lo inundaba todo. Largas colas interminables. Se
notaba que se aproximaba la hora de cenar. La hora punta de los comercios que
venden comida rápida. Nada de nada. Incluso se me ocurrió entrar en el servicio
de caballeros. ¿Qué clase de trastorno tengo? Algo que no había hecho en los
demás y podía haberse costado todo mi trabajo en vano pero que seguía siendo
una idea disparatada.
Suspiré abatida y
me derrumbé de nuevo. Me había llevado toda la tarde preparándome para este
momento de desilusión y aun así estaba siendo superior a mis fuerzas. Me senté
en un escalón de las escaleras. A un lado para dejar paso. O mi intento de
preparación había sido un fracaso total y rotundo como mi búsqueda de hoy. O mis
emociones eran demasiado para ser controladas. Tenía ganas de llorar. Podría
haberme escondido del mundo como antes sentada en el bordillo de la acera. Pero
si me levantaba y andaba por la calle, me obligaba a guardar la compostura. Y
fue lo que hice. No podía permitirme derrumbarme. Sólo estaba pasando por una
mala racha. Tal y como vine, me fui. Piqué mi tarjeta del metro y en treinta y
cinco minutos ya estaba frente a la puerta de mi casa. Abrí el portal y comencé
a subir las escaleras. Sin ganas de cuidar a niños. Eran las nueve menos cinco.
Tenía cinco preciados minutos para descansar. Subía cada escalón lentamente,
demasiado. La vida me pesaba, y las piernas aún más. Tanto, que cuando estaba a
un tramo por ver al fin mi puerta al final de las escaleras, no levanté la
pierna lo suficiente y mi pie chocó contra el escalón. Pegué un bocazo hacia
delante en el que no me dejé los dientes por milagros de mis actos reflejos.
Porque poner las
manos a tiempo con tanta velocidad no era algo que pudiera hacer yo por
decisión propia. Me quedé tendida bocabajo en la escalera. Con el borde de los
escalones clavándose en mis huesos. Era lo que menos dolía en ese momento. Ni
siquiera grité asustada al caerme. Irónicamente, no tenía motivos para
levantarme ni morales ni físicos. No hasta dentro de cinco minutos al menos.
Incluso los fríos y duros escalones me parecían más acogedores que mi casa
vacía. Si iba a pasar cinco minutos de relax antes de cuidar a los niños,
prefería pasarlos ahí. Contra el frío mármol del suelo. Pero una vez más, lo
que quería volvió a no poder ser. Que frustrante es mi vida. Una voz que no
acabé de reconocer pronunció mi nombre desde el rellano donde se encuentran
todas las puertas de mi bloque. ¿Por qué no me dejan disfrutar de mi desgracia
a gusto? Que sí, que es lo normal por hacer cuando encuentras a una persona
tirada en unas escaleras, inmóvil. Pero también podría no haber habido nadie allí.
Aunque eso era ya pedirle demasiado a mi vida.
-Valeria. ¿Estás
bien? –Dijo la voz de uno de los culpables de mis tormentos desde arriba de la
escalera. La reconocí al momento. ¿Cómo no lo averigüé antes? Era su
inconfundible voz. La preciosa voz de Aaron con mágico poder curativo sobre mis
heridas.
Alcé la cabeza y
lo vi. Apoyado en el reposabrazos de ladrillo de la escalera a le que quise
llegar y no pude. Mirándome desde arriba. Indeciso sobre si bajar o quedarse
allí. Mirándome sin ningún ápice de desilusión o dolor. Como un ángel de la
guarda. Lo que él dijo una vez. Escondí de nuevo el rostro entre los escalones.
Comencé a llorar. Se me escapaban las lágrimas de los ojos abriéndose paso
hasta el final de mi cara sin posibilidad a que pudiera hacer algo para
contenerlas. Había estado reprimiéndome mucho tiempo y ahora las emociones
aparecieron todas de golpe. En oleadas fatales que me dejaban extasiadas. Aaron
tenía razón, otra vez. No se pueden controlar las emociones al 100%. Nuestro
vaso se va llenando hasta que se colma. Y el mío tiene fugas por todas partes.
Pero ahora es que se había volcado por completo.
-Lo siento. He
sido un tonto. Perdóname. –Dijo cuando le aparté la mirada. No quería que viere
el río de lágrimas que venían a continuación. Ahora lloraba con un llanto
incontrolable. Sentía como al coger aire, lo hacía con congoja. ¿Por qué había
venido? Si es que no me lo merezco. Me sentía miserable. No merecedora de él.
-¿Por qué lloras? Es por el golpe, ¿verdad? –Comentó en broma, forzando el tono
para que se notara. Quitándole importancia al asunto como si nada hubiese
pasado. Bajó hacia donde yo estaba y cuidadosamente me levantó. Yo más lloraba.
Me llevé las manos a la cara para tapármela. No quería que me viera llorar. Nos
sentamos en los escalones. Uno al lado del otro.
-¿Por qué has
venido? No me lo merezco después de todo lo que te dije. Lo siento Aaron. Lo
siento mucho. –Me costaba hablar, me había entrado una especie de hipo que me
dificultaba las cosas. –Me impresionó mucho todo lo que dijiste. Me sentí
desarmada e indefensa al ver que habías traspasado mi coraza y por respondí a
la defensiva. –Él mientras yo hablaba, fue quitando con cuidado las manos de mi
cara. Como si yo fuera un cervatillo asustado y cualquier movimiento brusco
pudiera obtener una mala reacción por mi parte. Me miraba entornando los ojos,
levantando levemente la comisura de los labios en una sonrisa tierna y cálida.
Casi ni se notaba. –No pienso nada de lo que dije. Hablé sin pensar. Diciendo
lo primero que se me venía a la mente. Atacando viendo que no podía defenderme.
Pero de verdad que no pienso nada de lo que dije. Ni lo siento tampoco. –Dije
secándome las lágrimas que seguían cayendo mejilla abajo. Estaba muy
arrepentida. Mucho. De pronto, se echó sobre mí y me resguardó en su pecho con
sus brazos. Comenzó a acariciarme el pelo de arriba abajo, calmando mi llanto.
Intentando llenar mi corazón de paz. Yo también lo abracé.
-Todo eso que me
has dicho ya lo sabía. Te conozco. Además. ¿Crees que había adivinado todo tu
estado anterior y no averiguaría el siguiente? La culpa es mía por haberme ido
molesto y haberte dejado sola sabiendo que no lo decías de verdad. –Hablaba tan
calmado que hasta mi llanto incontrolable controló. Ya no lloraba, ya no salían
lágrimas, sólo quedaba ese estúpido hipo de extraña procedencia. Yo lo apretaba
fuerte con mis brazos. Temiendo que volviera a irse.
-Deja de echarte
la culpa. O te mojo no solo la camisa, sino hasta los calcetines. –Amenacé
bromeando. Me ponía enferma que dijera eso cuando la única culpable de todo
aquí era yo.
-Jajaja. Jajaja.
Ya ha vuelto la Valeria que tanto me gusta. –Su risa era tan despejada y limpia
como un día soleado y sin nubes. Aquello amansaba a las fieras.
-Estaba
preocupada por Bryce. Anoche me dejó y no se nada de él desde entonces. –Me
apetecía sincerarme, no lo hice obligada para hacerle sentir importante o
parecido. Lo dije cuando dejó de reírse. No quería cortarle su momento de
diversión. De pronto tensó todos los músculos de su cuerpo. Sólo por una
milésima de segundo. Como por acto reflejo. Incluso me pareció una imaginación
mía.
-Él está bien. No
te preocupes. Sabe cuidarse. Aparecerá cuando le apetezca aparecer. Siempre ha
sido así por mucho que se le buscase. –Dijo mirándome directamente a los ojos.
Dejamos de abrazarnos tras su repentina tensión. Eché de menos el hueco tan
perfecto que hacían sus brazos para que yo me resguardara.
-Si ya lo sé.
–Agaché la cabeza. –No estoy preocupada por su integridad física. Si con él no
pueden ni las fuerzas especiales del ejército. El problema es lo que tiene en
la cabeza para no querer aparecer. –Y sabía que Aaron sabía cuál era el real
motivo de mi preocupación. Pero ni él quería tocar el tema ni yo tampoco. Sólo
lo dije porque me apeteció. Un impulso es como Aaron lo llama. Me puse de pie
frente a él, un escalón más abajo. –Pero gracias a ti ya eso no me preocupa. He
aprendido que si algo no tiene solución, no tengo por qué preocuparme porque no
hay nada que pueda hacer, y si la tiene, se solucionará. –Y le dediqué mi
sonrisa más exclusiva. Lo miraba a los ojos mientras leía todos sus perfectos
rasgos faciales. A pesar de tener la misma cara de su hermano, no pensaba en
Bryce cuando lo miraba. Ninguno me recordaba al otro. Era como comparar el aceite
y el vinagre. Parecidos, sí, pero sólo de vista.
-Guau. No sabía
que fuera didáctico y todo. –Dijo cambiando de postura, apoyándose sobre sus
brazos.
-Uno nunca se ve
bien a sí mismo con claridad. –Y en ese justo momento de miradas cómplices
entre Aaron y yo. Raquel, mi vecina, salió de su casa para llamar a la puerta
de la mía con el interruptor. Rompió toda la magia y la conexión eléctrica del
timbre también. Lo supe, porque de pie, desde mi sitio, se podía ver la puerta
de mi casa. Miré el reloj, las nueve y cinco. Oops. Ya era la hora. Subí
corriendo las escaleras pasando por al lado de Aaron y le salí al encuentro.
-Estoy aquí
afuera Raquel. Acabo de llegar ahora mismo. Siento la tardanza. –Aaron se
levantó de las escaleras y caminó hacia nosotras.
-Ah, no pasa nada
mujer. Mira, he dejado ahí en la cocina unos flamenquines hechos a mano, porque
aquí en América no se come de eso, listos para que los frías. Cuando sean las
nueve y media se los fríes si no te importa. –Hablaba y hablaba. Como a todas
las vecinas, le gusta charlar. –Ya están duchados como el otro día. A las diez
y media tú los acuestas y si te piden un cuento, en la estantería a mano
derecha entrando en el cuarto de los dos, hay un montón de libros. Si te piden
uno en concreto se los les, si no, cualquiera está bien. Ya se los saben todos.
–Si tienes alguna duda sobre algo me llamas sin problema. Ya sabes cuál es mi
número. Yo ya les he dado las buenas noches a los dos y no tengo que llamar
después. Que allí en el hospital los móviles no dejan usarlos, tengo que salir
fuera. –Y paró de hablar, pensando en qué más decir. La corté antes de que se
le ocurriera otra cosa. Aaron ya estaba a mi lado por entonces, llevaba un rato
allí ya. Escuchando divertido todo lo que decía. Raquel hablaba en un español
muy rápido y con mucho acento canario. ¡Al fin descubrí de dónde era! ¿Habría
entendido Aaron todo perfectamente? Ahora le preguntaría.
-Sí, no se
preocupe. Yo me encargo de todo. Vaya tranquila. –Y sonreí amablemente. Raquel
se quedó tranquila.
-Muchas gracias
cariño. No sabes cuánto te lo agradezco. –Y me plantó dos besos, uno en cada
mejilla. A su veintipico años tenía modos de señoras mayores. –Hasta luego. –Y
la vi saludando a Aaron al pasar junto a él sin reparare en el cacho pivón que
él era. Vaya, pues sí que tenía ganas de ver a su hermana. Y lo comprendía. Si
fuera mi hermano no sé lo que haría. Mi Alex. Cuando nos quedamos solos en el
rellano con la puerta de su casa abierta, miré a Aaron y él me miró a mí.
-¿Has entendido
todo lo que ha dicho? Mira que ha hablado muy rápido y con acento muy marcado.
–Le pregunté en inglés. No se esperaba que le preguntara eso, pero no mostró
ningún indicio se asombro. Estaría acostumbrado a mis puntos que no tienen nada
que ver.
-Claro. He pasado
dos años de mi vida en España. Si no he cogido suficiente fluidez en el idioma
entonces habría estado desperdiciando el tiempo. –Respondió en español. Me
quedaba con la boca abierta escucharlo hablar mi idioma, al que estoy
acostumbrada desde siempre, con nada de acento inglés. ABSOLUTAMENTE NADA. Era
neutro, como los de las noticias del telediario.
-Pero seguro que
te sientes más cómodo hablando inglés. –Sé que soy muy pesada por cómo los
gemelos hablan español, pero es que me sigue fascinando.
-Si tengo fluidez
en ambos, no tengo por qué sentirme más cómodo en uno que en otro. Aunque por
costumbre elijo inglés. Pero si quieres puedo hablar contigo siempre en
español. Si te sientes más cómoda tú. –Seguía hablando español. Y yo seguía
flipando en colores. –Y cierra la boca de una vez. ¡No es tan sorprendente! ¡Me
ofende tanto asombro! ¡Parece que no me veas capaz de hacerlo! –Dijo apartando
la mirada a la puerta. Los dos niños habían aparecido en el umbral de la
puerta, asomados detrás de ella. Fui hacia ellos, los hice salir y me agaché a
su lado. Poniéndole una mano en los hombros a cada uno.
-Hoy será mejor
que hables español toda la noche. Te presento a Rafael y Mario. –Dije golpeando
cariñosamente el hombro de cada uno al nombrarlos. –Él es Aaron.
-Encantado. –Dijo
Aaron levantando la mano desenfadadamente. Los niños respondieron tímidamente.
Era la primera vez que me parecieron monos.
-Tengo que
quedarme haciendo de canguro. –Lo miré suplicante. Pidiéndole con los ojos que
se quedara.
-Lo pillo, lo
pillo. De todas formas esto facilita las cosas. Pensaba quedarme de todas
formas después de todo el tiempo que he estado esperando. Mejor por las buenas
que por las malas. –Y me guiñó un ojo. Me volví a quedar embobada mirándolo.
-Pues eso. Toma,
me entrando en casa con los niños, yo voy a recoger la cena. ¿Os parece bien?
–Y miré a los niños esperando su aprobación. Se encogieron de hombros tras
mirarse mutuamente. Les daba igual. Bien, no era una aprobación pero tampoco
una reprobación. Suficiente. Saqué las
llaves del bolsillo de los vaqueros y se la pasé a Aaron volando por el aire.
Las cogió al vuelo, como no podía ser de otra manera. –Es la que no es serrada
pero tiene agujeros. –Sí, una llave rara. Una cerradura rara. Pues se metía
horizontalmente y de con cualquiera de las dos caras.
Aaron no tuvo que
buscar mucho. Sólo había tres llaves. La del portal, la del buzón y la de la
puerta. Yo pasé al interior de la casa de mi vecina. Directa a la cocina a
cogerlos flamenquines. Estaban en un tupperware en el frigorífico. No me fue
muy difícil encontrarlo. Estaban en un sitio visible. Tanto que casi me doy de
boca con el envase al abrir la puerta. Había tres flamenquines. Uno para cada
niño y otro para mí. Qué detallista es esta mujer. Y cuánto me encantaba que lo
fuera. Pero, ¿qué iba a cenar Aaron? Y entonces me llegó la iluminación divina.
Algo que hice bien en todo el día. Preparar empanadas de sobra para retrasar el
momento de llamar a Bryce. Seguro que le encantaban. Me habían quedado muy
buenas. Y revisando que las llaves de la casa estaban también en mis bolsillos,
cerré la puerta con el cerrojo que se cierra al cerrar la puerta. Llamé al
timbre de mi propia puerta, algo que pensé que nunca haría, y Aaron apareció al
otro lado demasiado pronto para una persona que se encontrara en el salón.
-Has tardado
tanto que les ha dado tiempo de cenar y todo. No podían seguir esperando.
-¿Quéeeeeeeeeeee?
–Dije incrédula. Imposible. No había tardado tanto. Apenas tres minutos.
-Jajaja. Que es
broma. Te lo crees todo. Anda. Que están viendo la tele. –Y abrió la puerta de
par en par, echándose a un lado para dejarme pasar cortésmente, tendiéndome el
brazo y todo.
-Bah. En verdad
no me lo habría creído. –Y pasé de largo haciéndome la longui.
-Valeria, eres
una de las personas a las que se le nota todo. Solo hay que fijarse un poco. Lo
has intentado pero no ha colado. Jajaja. –Y cerró la puerta a mi espalda. A él,
a su modo, también le gusta divertirse a mi costa. Y me encantaba.
-Bueno chicos,
voy a ir haciendo la cena que cuando esté lista ya serán las nueve y media.
–Pasé por al lado de ellos en el salón. Pero ni se giraron a mirarme. Estaban
inmersos en los dibujos de la tele. Como siempre. Estaban viendo Bob Esponja en
versión original. Al menos aprendían inglés. –Ojalá mostrarais un mínimo de
interés cuando os hablo… -Me quedé parada, con el tupper de flamenquines en las
manos, esperando algo positivo por su parte. Nada. –Bueno no, así está bien.
Porque siempre que mostráis algo de interés es para reíros de mí. –Iba a seguir
hacia la cocina resignada, pero Aaron que estaba acomodado ya en el sillón me
paró.
-¿Qué te pasa con
ellos? –Preguntó divertido. Claro, verlo de fuera resultaba gracioso.
-No terminamos de
conectar. Por decirlo de alguna manera. Somos unos engranajes que no engranan.
Unas piezas de puzzle que no encajan. Un tornillo y una tuerca de diferentes
grosores. Un abrelatas de diestros para una mano de zurdos. Una mezcla de agua
y aceit… -Y ahí me cortó.
-Ella es una
pieza de Tetris y nosotros de Lego. –Aclaró Rafael desde el sofá mirándome
divertido. Había dejado de prestar atención a la tele para prestármela a mí.
-Ella es una
carátula protectora para la Game Boy y nosotros somos una Nintendo. –Mario se
unió a nosotros para compartir a analogías. Flipo con los niños. Eso sí, tenía
que reconocer que su gracia tenían. Incluso me parecieron adorables usando
ejemplos de juegos para niños de su edad a pesar de tener una mentalidad tan
avanzada. Pero sólo me lo parecieron. Y muy poco tiempo.
-Jajaja. Vale,
vale. He captado el mensaje. Jajaja. –Se estaba riendo. No sabía si por los
peculiares ejemplos o por mi situación con ellos en general. En fin. Pronto
todos estábamos riéndonos. Sentí que mi relación con los niños se estrechaba
gracias a la presencia de Aaron.
-En fin. Aaron.
–Los niños volvieron a la tele y yo a mis asuntos. –Voy a hacer de cenar.
¿Querrías probar mis empanadas caseras de pescado? Las he hecho yo esta
mediodía. –Y lo miré angelicalmente para que aceptara.
-Claro. Estoy
muerto de hambre. No como nada desde ayer por la noche. La hora del almuerzo se
me pasó durmiendo. –Y tan mono como siempre, se puso una mano en la tripa y
empezó a girarla en círculos.
-¿Es normal ese
desbarajuste en las comidas en ti? -¿Entendería esa palabra en español? Es muy
coloquial.
-Sí. Entre los
otros desórdenes más que tengo. –Y me dedicó una sonrisa torcida. –Creías que
no iba a entender esa palabra. ¿No? –Este chico es la leche. No falla una. –Por
tu cara averiguo que sí. Jajaja. –Y volvió a reírse divertido. Él solo.
-¿Pero cómo lo
sabías? –Estaba sorprendidísima.
-Todo se trata de
leer el lenguaje corporal. Y con lo expresiva que tú eres, es muy sencillo. No
lo puedes evitar, no lo intentes, es espontáneo e innato. Que seguro que se te
ha pasado por la cabeza. –Este tío lee la mente. Fijo.
-¿Cómo lo haces?
Quiero aprender. –Dejé los flamenquines en el frigorífico de mi casa en un
visto y no visto y volví al salón. Aquello prometía y podría llevarme rato.
Incluso Rafael y Mario estaban atendiendo. Sin duda esto era más interesante
que una esponja de mar que fríe hamburguesas debajo del agua.
-Sólo observas y
deduces. No hay un truco infalible. En tu caso antes. Dijiste la frase tan
campante, y cuando te paraste a pensar sobre lo que habías dicho, dejaste la
mirada perdida en el infinito. Frunciste el entrecejo. Y justo después
empezaste a mirarme expectante. Deseando que respondiese. Como llevas con la
misma monserga del idioma desde hace mucho tiempo, no me costó deducir que era
eso. –Y con su cara de suficiencia, nos lo explicó tal cual. Había usado la
palabra “monserga”. Ni yo la uso. Este chico me sorprende por momentos.
-Y sí, sé que te
ha sorprendido que haya dicho “monserga”. Levantaste las cejas y abriste los
ojos más de lo normal en el momento en el que lo dije. –Retiro lo dicho. ESTE
CHICO ME DEJA ATÓNITA POR MOMENTOS.
-¡Dios! ¡Es
impresionante! ¿Por qué me haces esto? Ahora cada vez que hable contigo voy a
estar sintiéndome muy observada, pensando que calculas y analizas cada cosa que
hago o digo. ¡Quiero intimidad en mis pensamientos! ¡Sal de ellos! –Y para
hacer más el paripé, me llevé las manos a la cabeza y empecé a moverla como si
estuviera loca. Los niños me miraron como si estuviera loca. Bien, un punto
como actriz. O tal vez me miraban como si estuviese loca porque quería imitar a
una loca.
-Jajaja.
¡Peliculera! Te cuento esto porque sé que con lo que se te va a ti la olla, no
te vas a acordar dentro de cinco minutos. –Cierto. Ahí tenía mucha razón. Pero
esto era demasiado impactante. Tal vez tardara seis. O siete u ocho. Minutos
digo. –Y no te observo más de lo que he hecho siempre. Y dijo <se te va la
olla>. ¿Dónde había aprendido tanta jerga? Si es en su país y no se
relaciona con nadie que no sea de su círculo de amigos, ¿en un país extranjero
como se las arregló para aprender tanto slang? Y vi la respuesta delante de mis
ojos tras formular mi duda. Observando. Sé que Aaron es muy observador, pero
nunca pensé que hasta tal punto. –No te comas la cabeza. Ya te dije que me
sorprende no ver cómo funciona tu mente. A pesar de todo, nunca consigo saber
lo que piensas de verdad. –Dijo resignado. Antes hablaba echado hacia adelante,
durante su clase magistral. Ahora se echó hacia atrás.
-Pero eso pasa
con todo el mundo. Nadie puede meterse en la mente de nadie por muy bien que se
le de leer el lenguaje corporal. –Que no se quitara mérito ninguno, porque lo
tenía todo. Miré a Rafal y Mario de reojo. Asentían inconscientemente dándome
la razón.
-Ya lo sé. Pero a
pesar de que siempre intento prever tus actos, te puedes otorgar el honor de
ser la persona que más ha sorprendido de todas las que he conocido. Tu mente va
como a otra radiofrecuencia. Como si todas las mentes funcionaran en una misma
sintonía y la tuya fuera cambiando cada segundo de AM a FM. –Dios, no podía
haberme definido mejor. Cada segundo cambiaba toda la visión de mi vida. Puedo
estar totalmente convencida de algo y al segundo después estarlo de lo más
opuesto a lo primero. –Por eso me cuesta tanto saber lo que piensas a cada
momento. Así que puedes estar tranquila. Tu intimidad mental sigue estando
protegida. –Y me guiñó otra vez el ojo. Moría de amor. ¿Por qué es tan
perdidamente perfecto? Aaron siempre ha sido y siempre será mi oasis de paz.
-Gracias, ya me
siento más tranquila sabiendo que no puedes leerme la mente y averiguar dónde tengo enterrado el cadáver.
–Respondí irónicamente.
-Jajaja. No te
preocupes. Si lo supiera, no iría a desenterrarlo. –Dijo siguiéndome el juego.
Los niños nos miraban como a un par de tarados. Y acertaban en ello.
-No era esa
exactamente mi preocupación. Pero bueno. Voy a hacer la cena. –Y me levanté de
la silla de la mesa que había colocado mirando hacia Aaron.
-¿Ves? A eso me
refiero cuando digo que no sé nunca a qué atenerme contigo. Te rebelo eso y tú
te preocupas del cadáver que tienes escondido. Dejándome totalmente intrigado
con lo que piensas al respecto. –Vi frustración en su mirada. No lo hice a
posta. Me salió solo. Seguro que me propongo confundirlo y me vuelvo un libro
abierto.
-Hay un momento
en la vida de una persona, que tiene que empezar a diferenciar lo que es
importante o no. Y los asuntos legales que te pueden mandar a chirona siempre
lo son. –Imité un tono solemne intentando darle credibilidad a mi discurso
improvisado. Respondí asomada detrás del marco de la puerta de la cocina. Los
niños ya no nos miraban. Habían desconectado de nuestras paranoias hace rato
ya. Son inteligentes.
-No puedo
contigo… -Y agachó la cabeza girándola de un lado a otro.
Mientras iba
friendo los flamenquines y las empanadas, Aaron preparaba la bandeja con los
cubiertos, las servilletas, los platos y los vasos con bebidas. Se había
empeñado en ayudarme y no pude evitarlo. Yo no soy buena convenciendo y él no
es bueno dejándose convencer. En venganza, no le dije donde se encontraba nada,
y tuvo que ir descubriendo dónde ser guardan las cosas por la cocina. Fui yo la
que preparó la comida y con suerte, él ya estaba hasta cogiendo el aceite y la
sartén cuando estaba sacando los flamenquines del frigorífico. No me esperaba
que supiera cocinar, pero tampoco me sorprendió. Me sorprendo ya tanto con él
que ya no me sorprende que me sorprenda. Sí, era extraño pero ocurría así.
Parecíamos un matrimonio joven y con niños pero que se compenetra genial. Ese
tiempo estuve pensando en lo diferente que es Aaron a como se deja ver y como
es en realidad. Aunque imagino que como es normal en mucha gente. Solo con la
diferencia de que su caso es más sorprendente.
Cuando te cruzas
con él por un pasillo, en todo el tiempo que pude observarlo antes de entablar
algún tipo de contacto con el G4, era el típico chico que va metido en su mundo
y pasa de todo lo que hay afuera de él. Andaba con la mirada perdida, las manos
en los bolsillos y la mente volando lejos. En la vida te daría por pensar que
en realidad está observando todo su alrededor y procesando la información. O
tal vez cuando lo ves disperso lo está realmente y no se fija en lo de fuera.
Recordé que dijo que aprendió a no analizarlo todo porque se descubrían cosas
que es mejor no saber. Seguramente sea por eso que pasa tanto tiempo en su
interior. Aunque la verdad es que ahora no sé si lo hace o no, siempre que lo
he visto ha sido estando conmigo. Y cuando está conmigo no está con la mirada
perdida y la mente en otro lado. Aaron no es del tipo de persona que finge
estar ido pero controlándolo todo desde la ignorancia de los demás. Sólo es
otra alma errante por el mundo que intenta sobrevivir como mejor puede.
Los niños
ayudaron a Aaron a colocar la mesa tras quitar las cosas de la bandeja. Bob
Esponja había acabado ya. Pienso que la hora de la cena es a las nueve y media
porque es cuando acaba. Empezaron a desfilar por la pantalla dibujos feos y mal
dibujados en una serie sin argumento.
-¡Están muy
buenas las empanadas! Aquí en EEUU no estamos muy acostumbrados a tomarlas. Voy
a tener que decir en casa que las hagan más a menudo. –Dijo Aaron para comenzar
una conversación. Habíamos estado en silencio todo el rato.
-¿Quieres probar
el flamenquín? Es de jamón serrano. Te va a gustar fijo. –Le ofrecí acercándole
el plato.
-Hombre. La
comida de mamá es la mejor del mundo. –Respondió Mario defendiendo a su madre.
¡Qué mono!
-Seguro que no
tienen ni punto de comparación con la que hace ella. –Rafael, el mayor, ya tuvo
que saltar con algo en mi contra. Él no me parecía mono.
-Oye, oye, que
“ella” tiene un nombre. Y es Valeria. –A esta gente hay que ponerle las cosas
claras o se te suben a la cabeza. Por entonces Aaron ya había probado un bocado
y lo estaba degustando. A ver cómo solventaba el asunto. Los tres nos quedamos
mirándolo fijamente, esperando expectantes la respuesta. Aaron nos miró y le
hizo gracia la situación. Masticaba lentamente y se llevó su buen rato para
beber después de tragar. Me estaba estresando tanto detenimiento.
-Tienes razón
Mario, la comida de tu mamá es la mejor del mundo. –Y le revolvió el pelo
cariñosamente. –Pero Rafael, si probaras las empanadas de Valeria, seguro que
no pensarías que no tienen punto de comparación. –Y le guiñó un ojo amigable
para después levantarme las cejas mirándome a mí sonriente. Yo no sé como lo
hace este chico, pero siempre sale victorioso de todas partes. Había resuelto
el conflicto y nos tenía a todos ganados. Lo vi en los ojos de los críos. Aaron
les gustaba. Pero no más que a mí.
Y así, derivando
de un tema a otro, acabamos de cenar. Disfruté mucho de la cena. Por petición
de Aaron los niños me ayudaron a recoger la mesa y llevar las cosas a la
cocina. Increíble. Llego a pedirlo yo y me escupen en la cara, fijo. Yo puse los
platos en el lavabo con agua y ya los fregaría mañana por la mañana. Le pedí a
Aaron que se quedara con ellos mientras me daba una ducha, aceptó de muy buena
gana. Mi día había sido tan largo y movido que me apetecía darme una ducha
larga y relajante. Pero tuve que acortar tiempo, estaba abusando de Aaron. No
fue hasta salir de la ducha, con los vapores del agua y el cristal empañado,
que me vi de milagro una mancha morada en el cuello. Casi negra. ¿De qué
diantres era eso? Era horrible. Empecé a recomponer hechos en los que recordara
haberme dado un golpe ahí hace poco. Nada. Y entonces caí. Como en un
flashback, las imágenes pasaron ante mis ojos.
El borracho del
metro me había hecho un chupetón en el cuello cuando me tiró al suelo. ¡Hijo de
la grandísima p…ersona! Me entró un mosqueo, rabia, ira, furia, voracidad y
enfado increíbles. ¡Era mi primer chupetón y me lo había hecho un borracho que
intentó violarme infructuosamente en el metro delante de todo el mundo y los
niños de mi vecina que estaban a mi cargo! Los mismos niños que me espían por
la ventana haciendo cosas vergonzosas y con los que no nos tragamos mutuamente.
El mismo borracho al que había golpeado hasta casi matar Bryce, al que había
dejado plantado por irse sin querer solucionar los problemas que tiene por
Aaron. El mismo Aaron que estaba ahora en mi casa con los niños de mi vecina…
¿Por qué mi vida es tan absurda? Comencé a reírme irónicamente. A carcajada
pura y limpia. Como si hubiera perdido la cordura y el sano juicio que nunca he
tenido. Me calmé. Pero sólo un poco. Mareada me agarré con las dos manos al
lavabo. Entre los vapores, la hiperventilación y las emociones fuertes, no le
había llegado mucho oxígeno al cerebro.
Bien, salí en
albornoz para mi cuarto para ponerme el pijama, cubierta hasta el cuello. Sin
querer mirar a nada ni nadie, cubriéndome la cara con los pelos y enflechando
la puerta del dormitorio. Pero no pude evitar mirar. Y vi la escena más
enternecedora nunca vista. Aaron sentado en el centro del sofá, con Rafael y
Mario a un lado y otro respectivamente. Arropados por la manta camilla y el
calor de la copa. Con la tele encendida. Estaban durmiendo los tres
plácidamente. Los niños reposaban la cabeza en los brazos de Aaron pues no le
llegaban a los hombros. Él con la boca entreabierta respiraba tranquilo.
Durmiendo. No fue hasta entonces cuando pensé que parecíamos un matrimonio
perfectamente compenetrado en la pareja y sus hijos. Una familia perfecta,
unida y feliz. Hay gente que te hace la vida más fácil. Pero él a mí me hacía
la vida mejor. Aaron. Fui a mi cuarto, me puse el pijama de franela con ositos
que mi madre me había comprado y una bufanda. Tenía que cubrir esa mancha
horrible y morada como fuese. Cuando salí, me senté en el sillón de enfrente y
me dediqué a observar detenidamente entrañable escena.
Rafael cambió de
postura todavía en sueños, Aaron cambió de postura medio dormido y Mario cambió
de postura también pero despierto. Fue una reacción en cadena. Me miró
adormilado y decidí que era la hora de ir a la cama. Lo mandé a lavarse los
dientes. Asintió todavía no muy despierto del todo. Vaya, se vuelven dóciles
cuando tienen sueño. Me lo apunto. Me fui para Rafael, me agaché a su lado del
reposabrazos y lo moví por el hombro dulcemente. Cuando abrió un ojo, abrió el
otro. Lo mandé a lavarse los dientes. Tardó unos segundos en reaccionar en lo
que adiviné que fue por procesar lo que estaba ocurriendo. Tal y como pensé, se
vuelven dóciles. Sin rechistar se levantó del calor del sofá y se fue al lado
de Mario. Entonces fuimos a su casa y directos al baño. Sin mediar más
palabras, cogieron los cepillos de diente y la pasta dentífrica y en un
santiamén estaban lavándoselos. Me sentí realizada con ellos por una vez en la
vida. Con trampas. Pero realizada. Los llevé al terminar cada uno a su cama y
los arropé. Se durmieron antes de cerrar los ojos. Qué capacidad para no
desvelarse. Ni cuento ni nada. La pregunta ahora es… ¿Qué hago con Aaron?
Volví a mi casa
para preguntarle y me lo encontré bebiendo agua en la cocina. Los platos
estaban fregados y medio secos. Este había aprovechado el tiempo que pasé en la
ducha. ¡Me la había jugado!
-¡Has lavado los
platos! ¡No vale! ¡Tú eres el invitado! ¿¡Qué clase de anfitriona soy!? –Le
hablé indignada. Él me miraba en una forma que no entendía. Callado.
-Si me dejas ir
mañana acompañarte a la Uni, redimiré mi pecado. –Contestó en broma.
-A ver. Si tú has
hecho algo por mí que yo no quería que hicieras ¿cómo lo vas a arreglar
haciendo otra cosa por mí? –No tiene lógica. No iba a convencerme de algo que
no tiene lógica…
-Míralo de otra
forma. Yo he hecho algo que te ha desagradado y voy a arreglarlo haciendo algo
que te beneficiará. Conozco al señor Sumter, es un perro viejo al que no se le
puede enseñar truco nuevo, de férreas costumbres y convicciones. No hace
exámenes fuera del día establecido. Te conviene que vaya, tengo más poder de
convicción. –Vale, me ha convencido. Pero porque le he visto la lógica… que si
no, no.
-Está bien. ¡Pero
que no se vuelva a repetir! –Y le levanté el dedo índice a modo de advertencia.
-No prometo nada.
¿Mañana a que hora quieres que vayamos? –Terminó de beber, fregó también el
vaso y lo puso a secar. Esto ya era demasiado. En mi cara nada menos. Lo miré
haciéndole ver que me estaba dando cuenta de su descaro y se encogió de hombros
sonriente. Con el dedo índice y corazón posados sobre mis ojos y moviendo la
mano rápidamente para apuntar a los suyos y volver después a los míos le
advertí que estaba pendiente y que no se volviera a repetir.
-Por la mañana de
diez a once tiene guardia en la sala de profesores. ¿Qué te parece? –Estaba
apoyada en el marco de la puerta y él en la encimera. Casi roza con la cabeza a
los muebles de la cocina que están en alto. Miró la hora en su reloj de pulsera
y arrugó la frente.
-No voy a poder
dormir las horas necesarias para ser persona por la mañana. –Miré yo la hora en
mi reloj. Eran las diez y media. Al día siguiente nos levantaríamos a las
nueve.
-¿No vas a tener
suficiente con diez horas y media? –Pregunté extrañada.
-Teniendo en
cuenta que todavía tengo que volver a mi casa y levantarme mañana todavía más
temprano porque la Uni está más lejos de donde vivo… -Vale, ya pillaba por
dónde iba…
-–Puedes usar mi
cama esta noche. Yo voy a dormir en la de mi vecina. No puedo dejar a los niños
solos por la noche en su casa aunque viva en la puerta de enfrente. -Se lo
ofrecí sin más. –He pillado la indirecta.
-Jajaja. Gracias.
–Rio suavemente. –Pues voy a acostarme ya si no te importa. No me tengo en pie.
–Dijo pasando a mi lado saliendo de la cocina. –Buenas noches.
-Si necesitas
algo. Llámame, ya sabes donde estoy. –Dije antes de cerrar la puerta de mi casa
para irme a la de mi vecina. Lo dejé sentado en la cama quitándose los zapatos.
Fue meterme en la
cama y antes de posar la cabeza sobre la almohada, ya estaba dormida. Que por
cierto, era muy dura y alta. Llevaba todo el día con el cuello fastidiado por
la noche de ayer en la que no podía moverme de postura para no despertar a
Mario y Rafael. Había sido un día muy largo. Agradecí mi aplastante cansancio,
habría sido más agotador todavía haberme quedado pensando en Bryce y lo que
estaba haciendo con Aaron además de olvidar el dolor de cuello y la incómoda
almohada. Cuando pensé que llevaba ya horas y horas de plácido sueño, escuché
unos golpecitos tímidos y leves. Como susurros en mita de la noche. ¿Con lo
cansada que estoy y me despierta un sonido tan bajito? Mi cuerpo no se aclara.
Me quedé dentro de la cama analizándolos y pensando qué podrían ser y de donde
podrían venir. Los golpecitos cesaron. Decidí no prestar mucha atención y
seguir durmiendo. Cuando volví a adquirir mi postura volvieron a sonar. Esto es
ya un cachondeo… Me levanté medio dormida y atiné a ponerme sólo una babucha.
La otra estaba perdida por alguna escondite secreto de la habitación. Teniendo
en cuenta que la única parte activa en ese momento de mi cerebro era la motora,
ni se me ocurrió la idea de buscar la babucha ni tenía la parte GPS encendida.
Por tanto, hubiera sido un fracaso total. Cuando llegué al saló al salir por el
pasillo, toda una proeza teniendo en cuenta que iba pegando traspiés, los
golpecitos volvieron a cesar.
Los segundos que
vinieron después que pasé creyendo que me había levantado para nada, se me
hicieron eternos. Tímidamente otra vez pero con más intensidad, volvieron.
Tardé en reaccionar porque estaba pegando una cabezada de pie y con los ojos
abiertos. Capaz y todo de haber alcanzado una etapa muy avanzada del sueño y la
fase REM y haberla interrumpido de golpe… Eso no podía ser bueno. Seguro que
no. Entonces, como por arte de magia, pues seguía sin saber la procedencia del
extraño sonido en mitad de la noche, se me ocurrió que podría ser alguien
llamando a la puerta. Fui a abrirla para que acabara ya el musical. La abrí sin
más. Sin pararme a pensar quién pudiera estar detrás. Si era algún indigente
pidiendo dinero, testigos de Jehová intentando conseguir afiliados, la niña de
la curva o los del departamento de inmigración. Agradecí al menos que sabía
dónde me encontraba entre tanta confusión recién levantada. Aunque me llevó un
rato pensarlo. El tiempo que me llevó abrir la puerta, mirar detenidamente a la
figura frente a mí y averiguar quién era. Y no fue poco tiempo precisamente.
Cuando uno está en una especie de estado intermedio entre sonambulismo y
lentitud inusual y excesiva para reaccionar, aquello fue poco tiempo para
descubrir que era Aaron.
-Buenos días. –A él
mi cara despierta durmiente le resultó divertida. A mí seguramente me
producirían ganas de chocarme contra el espejo. Tal vez esperaba una respuesta
por mi parte, pero simplemente me quedé mirándolo haciendo una fuerza inhumana
por mantener los párpados levantados. Que muchas veces caían. –Puesto que no me
invitas a pasar… Toma. –Y me colocó frente las narices a dos palmos de
distancia de mi cara lo que reconocí como un objeto no volador no identificado.
Sí, un reconocimiento que no determinaba qué era el objeto, pero al menos sabía
que lo era. Aaron me miraba riéndose por lo bajini, seguía encontrando gracioso
mi estado. –Puesto que veo que no reaccionas, es tu móvil, te han mandado un
mensaje. No iba a decirte nada pero pensé que podría ser importante. Como la
madre de los niños. –Yo seguía mirando el ladrill… digo… móvil con cara de
pasmada. No se me ocurrió mandar la acción al cerebro de levantar el brazo y
flexionar los dedos para cogerlo. Demasiado que me tenía en pie. Y así,
hablando del rey de Roma, uno de los niños apareció por detrás de mí. No lo
sabía, lo deduje porque Aaron salió a su encuentro.
-Mario. ¿Qué
pasa? ¿Te hemos despertado? Lo siento. –Me giré y vi a Aaron agachándose y
poniéndose en cuclillas frente a Mario. Que estaba frotándose un ojo con un
dedo. Incluso así Aaron le sacaba dos cabezas.
-Tengo sed.
–Respondió no menos dormido que yo. Ja.
-Pues vamos a la
cocina a por agua. –Respondió Aaron levantándose y cogiendo de la mano a Mario,
al que guio hasta la cocina. Aproveché para cerrar la puerta e irme a dormir.
Soy una mala niñera, pensé, tengo sueño, y me dormí. Me sumergí en una
impenetrable oscuridad de la que no pude salir más.
A la mañana
siguiente me desperté por culpa de una cortina mal colocada y una orientación
solar y de la ventana de la sala, muy oportunas. Vamos, que me daba el sol en
la cara. Cambié de posición y me di cuenta de que no era mi cama. ¿Dónde
estaba? Miré a mi alrededor. Estaba acostada en el sofá arropada con una
calentita funda nórdica. ¿Cómo había llegado hasta allí? Bah. Da igual. Me
levanté, me puse una babucha mal puesta y busqué infructuosamente la otra. Ya
la habría perdido por el salón… Después la buscaría. Bebí agua porque tenía la
boca seca y después, arrastrando el nórdico, me fui a la cama doble de Rachel.
Aunque cambiando de postura en el sofá podía evitar que me diera el sol de
lleno en los ojos, el salón estaba demasiado iluminado para mí. No había
persiana para el salón. El dormitorio
estaba a oscuras, perfecto. Cogí carrerilla y me lancé sobre la blandita cama
como si fuese una cama hinchable. Haciendo el salto del ángel durante mi trayecto
en el aire. Pero aterricé sobre algo que se movió bajo mi por el impacto. Me
eché a un lado de la cama asustada y lo vi. Si quedaba algo de sueño en mí,
desapareció de golpe. Era Aaron.
-¡Oh! ¡Lo siento
Aaron! ¡No sabía que estabas ahí! –Lo miré. Estaba durmiendo bocabajo con la
cabeza mirando hacia el lado contrario a mí. Se empezó a remover y estirarse en
la cama. Lentamente.
-Mmmm. Que sepas
que me has despertado por tus gritos, no por tu allanamiento de espacio
personal. –Y se giró por completo para mirarme a mí. La habitación estaba en
penumbra, iluminada sólo por los cuadraditos de luz que se colaban por la
persiana, pero era suficiente para ver con nitidez nuestros rostros. Tenía los
ojos entrecerrados. -¿Qué pasa? –Hablaba lentamente, pensando con dificultad
cada palabra.
-No pasa nada. Me
estaba mudando del sofá a la cama y me dio por lanzarme a ella. Lo normal
vamos. –Y entonces me di cuenta de lo absurdo de la situación. -¿Qué haces tú
aquí? –Yo estaba sentada en la cama a su lado. Mirándolo despertar poco a poco.
-¿No te acuerdas
de nada? –Dijo tras terminar de estirar cada músculo de su cuerpo. Alargando
los brazos y las piernas más allá de los límites de la cama. Hice memoria.
Empecé a recodar con dificultad, como si una niebla espesa lo cubriese todo.
-Recuerdo que en
mitad de la noche llamaste a la puerta para traerme el móvil. Porque tenía un
mensaje. –Dije con la mirada perdida para revivir los hechos mejor.
-De mitad de la
noche nada. Que fue a las once. Yo no tengo culpa de que cojas un sueño tan
profundo en tan poco tiempo. –Se le veía un pelín mosqueado. Este chico no
tiene buen despertar. Aunque claro… también el modo en el que lo había
despertado… Demasiado…
-Bueno… No es mi
culpa tampoco… -Y cruzamos las miradas. Ya parecía más despierto que antes. O
al menos ya tenía los ojos abiertos del todo. –Lo último que recuerdo es que
apareció Mario diciendo que tenía sed. Ahí pierdo el hilo. –Retomé la
recomposición de los hechos. Nos estuvimos mirando un rato. Yo no tenía nada
más que decir y Aaron parecía tener que decir algo, pero reaccionaba todavía
lento.
-Pues te quedaste
dormida en el sofá. Te lanzaste como aquí ahora. Cuando Mario volvió a la cama
me ofrecí a llevarte a la cama. Pero me dijiste que no. Ahí entramos en una
extraña discusión tonta. Yo te intentaba convencer para no dejarte ahí
durmiendo y tú a mí con que daba igual. –Dios míos… Con la de tonterías que
digo despierta… no quiero ni imaginar dormida… - Aunque el argumento de que la
almohada de la cama es demasiado dura y alta y te produce dolor de cuello era
bastante firme, no me parecía suficiente. Perdí la discusión por tu
cabezonería. No iba a llevarte en volandas contigo pegando patadas y puñetazos
al aire. Te aconsejo no discutir nunca con gente dormida. –Me indició como
nota. Yo asentí a modo de <me la apunto>. No podía pronunciar palabra de
pura vergüenza. ¿En serio hice eso? –No, no llegaste a hacer eso. Pero por si
acaso. Te pusiste de muy mala leche. - Aaron leyó la incógnita en mi mirada y
respondió sin necesidad de que preguntase. -Entonces te llevé el nórdico para
que no cogieras un resfriado por lo menos. Después me di cuenta de que estaba
encerrado en esta casa y eras tú la que tenías las llaves de la tuya. –Ouh.
Olvidé que la cerradura de mi casa se abre sin necesidad de llaves por dentro,
haciendo girar una ruedecita, y se cierra sola al cerrar la puerta. -Decidí que
lo más inteligente era no volver a entablar conversación contigo hasta que no
estuvieses en condiciones para hacerlo. Y me acosté aquí. –Nos quedamos unos
segundos mirándonos sin saber qué decir. –Fin de la historia. –Concluyó como
coletilla final. Aaron estaba acostado de costado, en una postura cómoda que le
permitía mirarme a la cara. Miré la situación. Había estado durmiendo con una
manta de franela y un cobertor que encontraría por ahí. Me sentí culpable.
-Lo siento.
Siempre la estoy liando. –Fue todo lo que dije mientras colocaba el nórdico que
había traído del sofá de una manera que nos tapara a los dos.
-Tienes razón.
–Dijo sin más. Clavando su pupila en mis pupilas. Vaya, eso había dolido. Sé
que la lio siempre, pero es duro ver que te lo reconocen. –La almohada es
incomodísima. –Zas. Que no se refería a mí… -Demasiado alta y demasiado dura.
Si me dejas usarte como almohada, te perdonaré todo. -¿CÓMO? Y lo suelta tan
pancho mientras apoya la cabeza sobre su mano, formando un triángulo encima de
la almohada. –Jajaja. Qué es broma mujer. Vaya cara que has puesto. ¿Tanto te
espanta la idea? –Y su angelical risa desenfada y suave inundó la habitación.
Al contrario. La idea me fascinaba. Ese era el problema, porque yo debía pensar
sólo en Bryce y empezar a olvidar a Aaron. Misión imposible, como todas las que
me propongo…
-No es eso. Es
que me pilló por sorpresa. –Aparté la mirada. Capaz y todo de leerme en el
pensamiento lo que acababa de pensar.
-Me conformo con
que no te vayas de la cama. – Yo me había quedado de pie, inmóvil frente a la
cama al terminar de colocar bien el nórdico. Él se incorporó en ella para
traerme de vuelta a las sábanas. Me condujo dulcemente hacia sí. –Ya estamos
los dos desvelados. Si vamos a pasar el tiempo hasta que sea la hora de
levantarse, mejor aquí. –Y no me soltó la muñeca hasta que no me había metido
por completo bajo las sábanas. –Por cierto, no creo que sea costumbre tuya
dormir con bufanda. Si te la pones para cubrir el moratón, no hace falta, ya lo
he visto. -¡Zas! ¡Eso es romper todo el romanticismo y lo demás es tontería!
Yo, a solas con él, en una cama doble de una casa que no era de ninguno de los
dos, sorteando el peligro de que los niños a los que cuidaba me descubrieran en
la cama con un hombre, que precisamente era mi primer amor y me acababa de
decir que acababa de descubrir el chupetón que me había hecho otro tío que no
era él. Que era precisamente el que me había hecho un borracho cuando estaba
con su hermano gemelo, con el que tengo o tenía una relación. Guay. ¡Reivindico
las situaciones absurdas!
-¡No
es lo que piensas! ¡Me lo hizo un tipo en el metro que intentó
abusar de mí! ¡Te lo prometo! –La cara cálida y amigable de
Aaron se tornó fría y de muy pocos amigos. Sus ojos ardían en
fuego.
-No
me digas que el corte del cuello, la quemadura de tu mejilla y el
labio hinchado y roto que tienes te los hizo también él. -La
reacción de Aaron fue algo que nunca me hubiera esperado. No porque
mostrara rechazo y repulsión al tipo, sino por la intensidad con la
que lo mostraba.
-Mas
o menos... -Aunque no lo había dicho hasta ahora, sabía con total
seguridad que se había fijado en las marcas de mi cara, es imposible
no fijarse. Sé que no le di una repuesta clara, pero no era una
mentira aunque no fuera toda la verdad. No tenían nada que ver unos
con los otros pero no podía contarle la historia de cada uno. El
corte de cuello me lo hizo el atracador del parking con su varilla
afilada, la quemadura de la mejilla con la bala que disparó, el
labio hinchado me lo causó Bryce al darme el puñetazo por
interponerme entre él y el borracho que me hizo el chupetón...
Guau, pues si que me van a quedar... digamos... recuerdos de esos
momentos en la cara...
-Vale.
-Fue toda su respuesta. Se le tensaron los músculos del cuerpo y su
mandíbula empezó a temblar de pura ira. Nunca lo había visto así.
Se levantó súbitamente de la cama y se sentó en el borde,
abrochándose los cordones de sus zapatos. -¿Adónde vas? –Pregunté
asustada. Aaron no es una persona impulsiva y precipitada. Pero en
ese momento reunía todo eso y más.
-¡Dime quien es
el desgraciado ese que lo voy a buscar y cuando lo encuentre, lo voy a hacer
más desgraciado todavía! –Fue ahí cuando me di cuenta de que Aaron no llevaba
ropa por encima. Sólo los pantalones que traía hoy. Su espalda desnuda frente a
mis ojos lujuriosos me distrajo por un momento. Debía mantener el control. A Aaron
le había salido una vena asesina hasta entonces nunca vista, y aquello no era
buen presagio.
-¿Estás loco? ¡No
voy a dejarte ir! –Dije saliendo de la cama y colocándome de brazos abiertos en
la puerta del cuarto. Sé que no servía de nada, pero era lo único que se me
ocurrió.
-Pues si no vas a
cooperar, tardaré más tiempo en encontrarlo. –Dijo tras levantarse de la cama.
Ya tenía los zapatos puestos. Cogió su camisa de una silla que había en la
habitación y comenzó a abrochársela. Su mirada gélida me congeló. Esto iba en
serio. En situaciones desesperadas, soluciones desesperadas.
-¡No tienes que
encontrarlo! ¡No hay nada más que puedas hacer! ¡Bryce se encargó de él! Creo
que va a ver durante mucho tiempo ya la luz del sol a través de la ventana del
hospital… -Y mi solución desesperada pudo con la situación desesperada. Aaron
dejó de abrocharse la camisa. A pesar de la ansiedad que tenía yo en ese
momento, no pude evitar reparar en su pecho. Marcado por tímidos abdominales y
pectorales. Era justo su punto. No demasiado fuerte pero sí musculoso. Su
mirada gélida en llamas seguía en sus ojos.
-Bryce no te
encontró por casualidad en esa situación. Es imposible tal coincidencia. Él ha
desaparecido del mapa y parece ser que está relacionado con eso y con tu gran
preocupación de hoy. Dime qué ha pasado. –Oh Dios, esto estaba fuera de lo
normal y de lo anormal. El amable y dulce Aaron se había convertido en el
autoritario y agresivo ser de ahora. Me quedé callada, mirándolo fijamente.
Sosteniendo una mirada que me quemaba.
Everybody's changing - Keane
–Te he dicho que me lo digas. –Repitió amenazante. No podía mentir. No se me ocurría ninguna excusa. Y además, tampoco hubiera podido.
Everybody's changing - Keane
–Te he dicho que me lo digas. –Repitió amenazante. No podía mentir. No se me ocurría ninguna excusa. Y además, tampoco hubiera podido.
-Bryce y yo
teníamos que arreglar un asunto… -Comencé agachando la mirada y mirándome las
manos nerviosas. –Él no quería hablar del tema y salió andando… Yo me molesté y
me fui. –Tenía que saber que yo también tenía la culpa. -Me monté en el metro
para venir a casa…y… apareció el tipo… yo intenté defenderme y patearle la
cara… pero no pude… -era doloroso volver a recordar todo… Cada palabra que salía por mi boca era un dardo envenenado directo a mi cansado corazón. -fue Bryce que había
salido en mi busca el que me protegió de el tipo… Después volvimos a hablar y
se despidió de mí… No lo he vuelto a ver desde entonces… -Au. Eso dolió. No
dijimos nada ninguno de los dos. Cuando volví a levantar la mirada, Aaron ya se
había abrochado todos los botones de la camisa. Salió por la puerta del cuarto
echándome a un lado con cuidado. -¿Adónde vas? –Pregunté ya sin fuerzas. Las
había gastado todas en relatar la historia. Lo seguí por todo el pasillo hasta
el salón.
-Voy a buscar a
Bryce. Porque… ¿Sabes qué? –Aaron se paró en mitad del salón, se giró y me
miró. Ahora el odio de su mirada había desaparecido. Había frustración y dolor.
–Tengo cuatro cosas que decirle. Tú estás aquí sufriendo por él porque le ha
dado por desaparecer en pleno acto de cobardía. –La expresión de su cara me
encogía el corazón. –Odio que la gente pierda las cosas importantes en esta
vida por miedo a luchar por ellas. Odio que sólo piense en él. –Dijo con una
mueca de desesperación. –Odio que lo hayas elegido a él y te haya dejado
tirada. -Hizo una pausa, a él le costaba decir todo aquello tanto como a mí oírlo. Dejaba mucho tiempo entre palabra y palabra, como si ese lapsus lo empleara para autoconvencerse de que tenía que decirlo. Aaron diciendo lo que de verdad piensa y siente. Esto es algo insólito. -Ojalá pudiera decir que yo nunca te habría dejado sola, pero hoy lo
hice. Y tú estás mal por él, él es quien puede hacer que vuelvas a estar bien.
No yo. Por eso voy a buscarlo. –Y Aaron también perdió las fuerzas al hablar.
Se quedó callado, en silencio, mirando al suelo. Incapaz de sostenerme la
mirada. Yo simplemente no podía creer lo que acababa de oír. Se me humedecieron
los ojos sin saber por qué. Tal vez por el desbordamiento de sentimientos que
estaba viviendo en ese momento. Aaron cogió su jersey del brazo del sillón y se
dio la vuelta para ir hacia la puerta.
-Aaron, no por
favor. No vayas a buscarlo… Por favor… -Y rota, una lágrima me bajó corriendo
la mejilla.
-No puedes
pedirme eso. –Estaba de espaldas a mí, intentando abrir la puerta. Habló tan
bajo que casi no lo oí. Caí de rodillas al suelo. Derrotada.
-Pero si puedo
pedirte que no me dejes sola… -Mi voz era casi un hilo. Con las manos en el
suelo y la cabeza caída, las lágrimas comenzaron a salir con mayor rapidez y a
chocar contra las losas. –Por favor… -O puedo destruirme en mil pedazos. Pensé.
Y sin escuchar sus pasos, se presentó frente a mí, se agachó en cuclillas y me
elevó la cabeza por la barbilla, con ternura. Secó mis lágrimas recorriendo mi
mejilla con su dedo. Muy dulce.
-Sólo si prometes
dejar de llorar. –Nuestros rostros estaban a una curta de distancia. Yo miraba
sus labios y él miraba los míos.
Aaron se inclinó
sobre mí, lentamente, muy despacio, yo cerré los ojos. Esperando recibir su
beso. El beso del chico del que estaba enamorada. Mi ángel de la guarda. El que
me protege de los mayores daños. No los externos, sino los internos. Pero el
beso se materializó en mi frente. No estaba decepcionada. ¿En qué mundo
paralelo hubiera hecho eso él? A ver si me entraba en la cabeza que era
inalcanzable, que él pertenecía a Ashley. No quería ver otra escena entre ellos
para hacerme otra vez a la idea. Me cogió en sus brazos como si fuese un
delicado bebé y me llevó a la cama. Me tendió en ella y me arropó. Sin decir
nada, se quitó la camisa y los zapatos y se metió a ella. De pronto me surgió
la necesidad de saber algo. Yo estaba tendida bocarriba y Aaron usó mi vientre
como almohada, que se acostó de lado hecho un ovillo. Hizo lo que me pidió de
bromas hace apenas un rato. Tal vez no era tanta broma en realidad… Yo me puse
a acariciarle el pelo.
-Otra condición
para no irme era no tener que romperme el cuello. –Dijo seriamente como
repuesta al silencio. ¿Por qué tenía que justificarlo? ¿A quién quería engañar?
Le apetecía y punto. Pregunté si más yo también.
-Aaron. ¿Por qué
viniste hoy a buscarme a casa? Dime la verdad. –Quería conocer el verdadero
motivo. No hubo respuesta en un tiempo. Yo no le metí prisa. Seguí jugando con
su pelo. Su cabeza se elevaba y bajaba por el movimiento de mi vientre al
respirar. –Tienes mi número de teléfono. Podrías haberme llamado. –Dije para
hacerle ver que seguía esperando.
-No es lo mismo
por teléfono que en persona. Pero mentiría si te dijera que era por una mera
consideración. Si te soy sincero. No sé por qué vine. Sentí una tremenda
necesidad de verte, saber que estabas bien y decirte que lo sentía. De pronto,
estaba enfrente de tu casa. Me encontré en el portal a alguien que salía y
aproveché que tenía la puerta abierta para ir directamente a tu puerta. Estuve
llamando sin obtener respuesta del interior. Y cuando volví a darme cuenta, llevaba
casi cuatro horas ahí esperando cuando apareciste. –Cuatro horas… Eso es mucho
tiempo, pensé. Podría haber dicho que me sorprendí al oír aquello. Pero no lo
hice. Aaron siempre me había estado cuidando.
-Gracias. –Dije
sin más.
-No las des.
Entre los motivos que mueven a una persona a hacer algo, siempre hay uno
egoísta sin el cuál no se realizaría la acción. –Y giró la cabeza parar mirarme
directamente a los ojos. –Vine por ti. Y eso no hay quien lo quite. Pero
principalmente vine por mí. No soy tan bueno como tú crees. Soy bastante
egoísta.
-Pues entonces
gracia por ese tanto por ciento en el que lo hacías por mí. –Respondí sin
querer cambiar de opinión. Testadura. Volvió a acomodar su seria cara en mi
vientre.
-Por cierto. He
encontrado una babucha en el suelo. Casi me mato con ella al resbalarme.
Deberías recogerla. –Me volvió a mirar a los ojos y me guiñó un ojo con la
expresión del Aaron que yo conozco.
Y ahí acabó la
conversación. Yo no pude pegar ojo y creo que Aaron tampoco. No sé decir cuánto
tiempo estuvimos así. A veces me parecen horas y otras veces, segundos. Cuando
el reloj de cuerda del salón anunció las nueve, tardamos cinco minutos en
levantarnos. Fuimos los cuatro a mi casa, a desayunar como el día anterior.
Pero afortunadamente yo había rellenado la despensa y el frigorífico y no
comimos como los pobres. Tostadas de pan que descongelé con jamón y aceite para
todos. Es caro el jamón serrano aquí en Estados Unidos, pero lo disfruté mucho
más compartiéndolo con todos. A los cuales les encantó. El desayuno fue muy
animado. Mario contó la escenita de ayer y Aaron relató todo lo ocurrido, desde
los golpes de la puerta hasta que lo aplasté con mi salto mortal con lujo de
detalles. De una manera preparada para hacer gracia y hacerlos reír. Los niños
se divirtieron como enanos. Y Aaron y yo también. A las nueve y media ya
habíamos acabado todos. Aaron se fue con los niños a que se vistieran, por eso
de que eran todos hombres y tal, y yo me quedé lavando los platos. A las diez
en punto, estábamos todos listos y la madre de los niños entrando por la puerta
de casa.
Ese día me puse
un chaleco de cuello vuelto. Porque no quería recordar cada momento que fuera
consciente de que llevo bufanda del momento de anoche. Yo le pedí a Aaron que
esperara dentro de mi casa. Cuando me llevé a los niños a la suya, les pedí
como top secret entre los tres que no debían decirle nada a mamá si querían
volver a ver a Aaron. Aceptaron de buena gana y yo sentí por primera vez que
Mario, Rafael y yo conectábamos. Gracias a Aaron. Tal vez si no hubiera tenido
a los niños a cargo, habría salido corriendo tras de Bryce ese día y ahora
estaríamos juntos, pero también era cierto que si no hubiera tenido a cargo a
los niños, no habría pasado esta maravillosa noche con Aaron. Lo que tiene que
pasar, tiene que pasar. A veces será bueno y otras malo. Pero lo que no falla
es que siempre dentro de todo lo malo hay algo bueno, y dentro de todo lo bueno
hay algo malo.
Los niños
salieron corriendo a dar un beso a su madre nada más verla aparecer al otro
lado de la puerta… Qué barbaridad… Va a pensar que lo han estado pasando mal y
por eso se alegran tanto al verla… Mi sorpresa mayúscula vino después.
-¿Cómo os lo
habéis pasado con Valeria? ¿Os gusta verdad? –Estaba agachada en el suelo
abrazada con cada brazo a un hijo. Se la veía cansada de toda la noche pero con
muchas ganas de ver a sus niños.
-Sí. Nos lo
pasamos muy bien con ella. –Respondió Rafael. Con los ojos cerrados rodeando el
cuello de su madre con un brazo
-Nos gusta mucho.
–Dijo Mario al igual que Rafael.
A mí se me
encogió el alma al verlos. Fue el único segundo en el que me gustaron los niños,
en general. Eso me había llegado al alma. Raquel me dijo que mañana iba a ser
el último día que me tuviera que encargar de los niños. Tenía que venir a las
ocho. Que su hermana estaba mejorando notablemente y la subirían a planta. En
parte me dio pena. Me había gustado estar con ellos al fin y al cabo. Pero eran
mis vecinos. Leche. Sólo tenía que cruzar el rellano para verlos. Cuando Raquel
se levantó, me agaché yo para despedirme de los niños.
-Acerté. Te dije
que volvería. –Me quedé impactada. Esas fueron las palabras de Rafael al
despedirme de él hasta hoy por la noche. Tardé un rato en reaccionar ante la
incredulidad. En su tremenda inocencia, pensó que Aaron era Bryce. Normal. Son
gemelos. Ni siquiera caí en la cuenta de que podrían confundirlos. Pero a mí me
había hecho muy feliz. Fuera asentimentalismos. Mi corazón se hizo pequeñito y
abracé cálidamente al mocoso aunque se hubiera equivocado de cabo a rabo.
Aaron y yo fuimos
a la Uni justo después. Nos presentamos los dos juntos en la sala de profesores
con el Sumter. Vi la negativa en sus ojos al verme a mí y a mis intenciones y
vi la resignación al ver a Aaron y sus intenciones. Supuse que ya estaba
informado de mi casi expulsión y de la magnífica actuación de Aaron en mi
favor. Salió sin necesidad de llamarlo y tras un frío <Acompáñeme señorita, que
ya es hora de que haga usted el examen> lo seguimos los dos hasta el aula de
prácticas. Aaron me estuvo esperando fuera hasta que acabé. Le di un cordial
agradecimiento y unas disculpas al profesor Sumter al salir, que me las
devolvió con un asentimiento de cabeza. Esperamos a que se perdiera por el
pasillo para empezar a hablar.
-Bueno. ¿Cómo te
ha ido? –Preguntó cuando echamos a andar dirección a la salida. Era la primera
vez que habló en inglés desde ayer. Respondí en inglés.
-Genial.
Oficialmente tengo que esperar hasta el miércoles para saber las notas, pero he
visto lo que ha apuntado en su cuaderno. Tengo un nueve. Y porque no ha querido
ponerme el diez. –Respondí orgullosa. Íbamos caminando tranquilamente por los
pasillos iluminados por patios interiores de la Uni.
-No esperaba
menos de ti. –Fue su respuesta. Cuando llegamos al coche me miró expectante a
que yo dijera un plan.
-Estamos de
vacaciones y no tenemos nada que hacer. ¿Adónde quieres ir? Dímelo y te
llevaré. Preferiblemente que se pueda llegar en coche en no demasiadas horas.
–Habló desde el otro lado del coche, apoyado sobre el techo.
-Je… Sí, sí, de
vacaciones, de vacaciones… -Respondí irónica. -Aquí a la menda le han cambiado
el turno en la tienda porque ya no tengo más clases. –Qué gracioso… Vacaciones
decía…
-Vaya. ¿Cuánto
tiempo tenemos? –Preguntó decepcionado.
Cogí mi móvil
para mirar la hora. Entonces vi que tenía un mensaje nuevo sin leer. No lo
había abierto desde anoche que vino Aaron a traérmelo. Se me va la cabeza… Lo
abrí. Era Tori mandándome su número de teléfono. Sonreí para mí. <¡Hola
Valeria! Te pondría mi número escrito, pero ya aparece en el remitente del
mensaje. Busca un hueco para vernos pronto. :P> Que chica tan encantadora. Miré
la hora. Eran 10.52.
-Pues nada. En
treinta minutos tengo que estar allí. Entro a las once y media. –Puse cara de
<Lo siento>. Él puso cara de <Jo>. Bastante graciosa por cierto.
–Vente si quieres hoy a las ocho a casa. A esa hora tengo que quedarme con los
niños. Hoy es la última noche. –Le ofrecí como alternativa. Su rostro se
iluminó por la noticia.
-Estupendo. Allí
estaré. Vamos, te llevo al trabajo. –Dijo abriendo la puerta del coche. Arrugué
la cara. No quiero que se tomen siempre la molestia de llevarme y traerme a los
sitios.
-Sé, lo que estás
pensando poniendo esa cara de desagrado. Pero si no te llevo vas a llegar
tarde. Además, si hasta hace un segundo estaba diciéndote que podía llevarte a
cualquier sitio… ¿crees que me supone una molestia? Si además me parecerá que
hay demasiado poco tiempo de aquí a la tienda. –Qué capacidad de convicción
tiene este chico. Y de detectar lo que piensa la gente. –Anda vamos. –Apremió
montándose de una vez al coche. Vio que me lo estaba pensando e hizo lo mejor
que se hace en las ocasiones en las que una persona duda, obligarla.
-Está bien. Pero
no me gusta que la gente sienta que tienen que llevarme a algún lado por
cortesía o deber moral sólo porque no tengo coche. He cogido de siempre el
metro y no me supone una molestia. –Fue lo primero que dije nada más entrar y
sentarme.
-¿Crees que soy
de las personas que hace algo por cortesía o deber moral? –Se me quedó mirando
antes de arrancar, con las cejas levantadas y la cabeza inclinada a modo de
<Anda que las cosas que tienes…>. No tuve ni que pensarlo. La repuesta
era NO. Claramente. Retiré la cara a modo de <Ya lo sé, ya lo sé, no te
regodees más a mi costa>. Y ahí acabó el tema.
Condujimos
hablando de trivialidades y banalidades. En veinte minutos estábamos ya en el
sitio. Karem no había llegado a la tienda todavía cuando yo llegué. Fui a
ponerme el uniforme de dependiente y ella entró por la puerta. Venía tan
sonriente y feliz… Ojalá yo.
-La vida es
maravillosa. ¿No crees? –Entró diciendo como una mariposilla aleteando
suavemente sus alas mientras gira alrededor de multicoloridas flores. Puse los
ojos en blanco.
-Oh sí. –Dije
suspirando. Iba a hablarle de la muerte, destrucción, guerra, hambre,
enfermedades, injusticias y sufrimiento que hay en el mundo, pero me lo guardé
para mí. No quería amargar su felicidad.
-A ver, qué es
ahora… -Y se cruzó de brazos mirándome con cara de situación. Me hizo gracia el
<ahora>. Una forma de decir que siempre es algo.
-No quiero que cambies
tu visión de vida. Pensar que es maravillosa es genial. Cuéntame mejor por qué
vienes tan contenta. –Dije tras cerrar la taquilla. Ella se aproximó a la suya
y la abrió para sacar la ropa.
-Bueno, pero
después me cuentas lo que te pasa. –Y acto seguido, empezó a sonreír de oreja a
oreja al recordar lo que la hacía tan feliz. Ojalá yo… -¿Recuerdas cuando te
dije que había una persona que me gustaba pero que no estaba segura de si yo le
gustaba a ella y tal? –Dijo mientras se quitaba el jersey. –Pues llevo tiempo
saliendo con ella… -Me miró con cara de <Siento no habértelo dicho
antes>. –Yo la miré consternada. Cogí aire con fuerza en esa manera que se
hace ver que estamos enfadados, pero me cortó. –Calla, no digas nada. ¿Recuerdas
también que te dije que había quedado el día que Bryce vino a buscarte y que
por eso no tenía por qué llevarme a casa? –Se pausó un momento. –Pues era…
-¡AAAAAH! ¡Qué
contenta estoy! –Y le salté al cuello para abrazarla dando botes de alegría.
-¡Jo tía qué bien! –Empecé a emocionarme, se me humedecieron los ojos y
aproveché que no me veía la cara para secármelos y todo. Últimamente estoy yo
más aprensiva de lo normal. Pronto estábamos las dos rotando sobre nosotras
dando botecitos abrazadas.
-Bueno, bueno, un
momento, voy a ponerme el jersey, que estoy pegando botes aquí en sujetador
mujer. -La solté, la miré y me empecé a reír.
-Jajaja. Cierto.
Sigue, sigue. –Y me senté en una silla para seguir hablando mientras ella
seguía de pie en la taquilla.
-Siento no
habértelo dicho antes. Pero es que quería darte la noticia cuando viera que era
todo verdad y no un sueño o una ilusión. –Lo comprendía. Lo comprendía
perfectamente. –Bueno, pues hoy vengo tan contenta porque… ¡me invitó ayer a
perdernos del mapa esta semana en su casa de montaña!
-¡Oh tía! ¡Eso es
maravilloso! –Pegué un salto de la silla y todo. Me sentía tan feliz de saber
que Karem es feliz… -Ve sin problemas, yo hago los turnos por ti en la tienda.
-Muchas gracias
Valeria, pero no te preocupes, ya he hablado con la dueña, me ha dado permiso
para irme estos cinco días, sólo que no cobraré. –Dijo sonriente. Yo asentí.
-Ahora sólo tengo que darle la noticia a mis padres. Me voy mañana y vuelvo el
sábado. Sé que no les hará gracia, pero como trabajo, tengo mi dinero y soy mayor
de edad, no pueden reclamarme nada. Para discutir prefiero decírselo con las
maletas en la puerta. –Eso ya no lo dijo tan sonriente. Más bien preocupada.
–Bueno, y a ti qué te pasa. -Concluyó al terminar de vestirse. La convencí para
contárselo al final del día alegando que era una historia muy larga. Y lo era.
Pasamos la tarde muy ocupadas. El aumento de las compras por la cercanía de
Navidad era muy notable. Se me pasó el tiempo muy lentamente. Karem metida en
su mundo de felicidad y yo en el mío de confusiones.
Al salir
acordamos en ir a comer a algún sitio y empezar la conversación con la barriga
llena. No comía nada desde el desayuno cuando salimos a las cinco. Empecé a contarle
con tranquilidad lo que pasó desde que Bryce me recogió en la tienda hasta
ahora en un McDonald’s, irónicamente. A ella se le había apetecido una
hamburguesa y tras decirlo, a mí también. Cuando nos sentamos con las bandejas
en la mesa, vi conveniente empezar. Pero antes le mostré mi cuello y mi morada
marca. Horrible y feísima. Me estremecí al recordarlo… Qué asco… Y era el
primer que tenía el honor de estrenarme el cuello… Tristemente ese era la menor
de mis preocupaciones en ese momento. Ojalá hubiera sido lo mayor. Indicaría
que no tengo nada más grave que me persiga…
Karem me miró primero sorprendida, flipando en blanco y negro, como los
colores del moratón. Abriendo mucho los
ojos y la boca como si no me creyese capaz de eso, como si ya fuera muy
adelantada yo en mi relación… Inocente… Le dije que todo a su tiempo, que ya
llegaría a esa parte de la historia. Asintió impaciente. Le hablé de la hermana
de Bryce y Aaron, Tori, que era rubia potente que me estuvo interrogando sin
piedad. Flipó en sepia al enterarse. Lógico, muy normal lo que hizo Tori no
era… la verdad… Pero todavía le quedaban
más cosas con las que flipar.
Le conté el
esquivo comportamiento desagradable de Bryce al hablarle de Aaron, mi marcha al
metro, mi encontronazo con mi vecina y sus hijos y el incidente con el borracho. Se lo narré
con pelos y señales. Desde que impactamos en el suelo hasta que salimos por la
puerta del metro. Con lujo de detalles. Ella me miraba con los ojos muy
abiertos y sin poder pronunciar palabra. <No me digas que lo del cuello…>
Antes de que acabara Karem la frase, yo asentí con la cabeza. Se llevó las
manos a la boca. Empezó a flipar en colores. Su cara se tornó a algo ente
triste, enfadada y preocupada. Sí, triste por mí, enfadada por el otro y
preocupada por que pueda volver a pasar algo semejante. Le expliqué que Bryce me
dejó justo después con el argumento de que no era bueno para mí. Ella seguía
con el susto metido en el cuerpo por lo de abusador. Me salté el trozo de la
visita a la casa de Bryce, la discusión con Aaron y la búsqueda por los
McDonald’s, y pasé a lo importante. Continué con que Bryce está desaparecido,
nadie de su familia o amigos saben nada de él. Aaron ha pasado la noche conmigo
y va a volver a hacerlo hoy. Ahora Karem flipaba en fosforitos con el giro de
los acontecimientos. Sí, había pasado de tener una relación con Bryce a dormir
con Aaron. Aunque no hubiéramos dormido exactamente, compartimos cama.
-Ni en los
mejores cines. –Dijo tras callarme al finalizar la historia. –Normal que estés
así. Te mueres por Aaron, ni puto caso, Bryce se te echa encima. Te mueres por
Bryce, ni puto caso, Aaron se te echa encima. ¿Cómo lo haces? –Preguntó
totalmente extrañada. Es algo que yo todavía me pregunto…
-Mi vida, tía, mi
vida… Pregúntale a ella, porque va por libre, no tiene nada que ver conmigo y
lo que quiero o siento. –Tssss.
-¿Y qué es lo que
tu quieres? ¿Volver con Bryce o que siga desaparecido para que te brinde una
oportunidad con Aaron? –Justo la pregunta que tanto he estado esquivando este
tiempo. Justo. En el clavo. Me quedé mirándola, callada, en silencio, pensando.
Ella sin prisas dio un sorbo a su bebida y mojó las patatas en kétchup.
-No lo sé Karem,
no lo sé. Solo quiero un poco de estabilidad en mi vida. Esto parece una
maldita montaña rusa. Estoy mareada de tantas subidas y bajadas. Tanto con uno
como con otros. De no saber lo que quiero. De cambiar continuamente de deseos,
sentimientos y pensamientos. –Le di un buen bocado a mi hamburguesa. Lo pagué
desgarrando el pan. Que se joda.
-Dime una cosa.
Cuando estás con alguno de los dos, ¿piensas en el otro? –Esa respuesta no tuve
que pensarla.
-No. Cuando estoy
con alguno de los dos, olvido todo lo demás. –Respondí sinceramente. Y era
cierto. Quería creer.
-Valeria, amiga,
a ti lo que te pasa es que te gustan los dos. Pero no se puede estar enamorada
de dos personas a la vez. No puede sentir lo mismo por dos personas. –Comenzó
hablando pausadamente tras meditar mi respuesta. –Lo que sientes con cada
persona es diferente. Siempre. No confundas sentirte muy a gusto con uno con
sentirme muy atraída por otro. No confundas creer que una persona es perfecta
para ti, que es todo lo que necesitas, con necesitarla. Lo primero lo piensas,
lo segundo lo sientes. Con lo primero piensas que esa persona está hecha a tu
medida. Con lo segundo sientes una irrefrenable necesidad de estar con ella,
mirarla, tocarla, sentirla, porque si no estás con dicha persona, te pasas la
vida pensando en ella y deseando cada segundo estar a su lado…ya pienses que es
tu alma gemela o lo más opuesto al chico de tus sueños. –Parecía que lo dijese
más para sí misma que para mí. Karem tenía la mirada perdida en algún punto
cuya localización desconocía. Pero tenía toda la razón. –Ten en cuenta que no
es lo mismo encontrar a tu chico ideal, que enamorarte. Son sentimientos muy
distintos pero que se pueden confundir. –Concluyó mirándome a mí, volviendo a
la realidad. Fue la primera vez que dijo chico y no persona. -Sólo te digo que
no juegues con los sentimientos de ninguno, y con los tuyos menos. Ahora mismo
se ve que estás hecha un lío, pero averigua cuál es tu chico ideal y de quién
estás enamorada de verdad. –Hablaba seria, con tono convincente y seguro. Sabía
lo que decía. Tenía que empezar a aclararme o entonces todos vamos a escapar
mal.
-Gracias Karem.
–Y nos cogimos de las manos, estrechándonoslas, por encima de la mesa.
Sonriéndonos. –Bueno. ¿Y tú cuándo me vas a presentar a tu chico? –Dije tras
guardar un tiempo considerable para no preguntar demasiado precipitadamente.
-¿Qué chico?
-Ella me miró totalmente perdida, como si no tuviera ni idea de por quién le
preguntaba. La miré extrañada con cara de <¿No es evidente?> Entonces
reaccionó. -¡Ah! ¡Ya! ¡Mi chico, sí, mi chico! –Habló más alto de lo normal,
nerviosa. ¿Será Leo al final o me habré equivocado de cabo a rabo? A lo mejor
las miradas que he visto que ponía cuando él estaba se referían a él como chico
ideal y no como persona de la que está enamorada… Yo que sé, pero esas miradas
lo decían todo. –Pues si hay suerte y todo va bien, esta misma semana sabrás de
quien se trata. –Y me guiñó un ojo totalmente feliz al recordar lo que la
esperaba los próximos cinco días.
-Ya estoy
impaciente. –Acabé yo también por sonreír. Esta chica tiene la capacidad de
poner contento a todo el mundo. Yo siempre lo había llamado “La burbuja de
Karem”, cuando entras en ella, todo te parece mejor.
Nos dieron las
siete. Yo tenía que irme, tenía que llegar con tiempo a casa para ducharme antes
de que llegara mi última noche con los niños y Karem tenía que hacer la maleta,
ella salí mañana temprano. Así nos despedimos con un fuerte y cálido abrazo de
esos que por mucho tiempo que te lleves, nunca te parece suficientemente largo
el abrazo, en el metro, al separarnos en distintas estaciones. Yo le deseé que
todo le fuera maravilloso en esos días y ella me deseó lo mejor. Irónicamente
un minuto después de despedirme de Karem, mi vecina llamó para decirme que si
podía ir a las nueve en vez de a las ocho porque había llegado más tarde del
trabajo y tenía que hacer cosas en casa. Le dije que sin problema… Ahora tengo
una hora a solas con Aaron. ¿Lo aviso para que venga más tarde o no? Mejor que
venga, así damos una vuelta antes de encerrarnos.
Cuando me quedé
sola en el metro, no sentí miedo. Nunca he sentido miedo en viajar sola por
Nueva York. No me da por pensar la de miles de peligros que podían acecharme y
atacarme. Y no era por falta de motivos. Solo que no soy de las personas que le
coge miedo a las cosas porque empiecen a pensar que todo va ir mal. Al menos
con situaciones físicas. Porque al pensar en situaciones sentimentales, siempre
pienso que acabará muy mal. Triste pero cierto.
Me quedé
recordando las palabras de Karem. Sus sabias palabras. Empecé a querer
distinguir que siento con cada uno y a darle una de las categorías de Karem.
Pero no podía. No pensando sentada lejos de los dos. Sólo sé que quiero ver a
Bryce volver a estar bien con él, y que me encanta estar con Aaron. Cuando
llegué a mi estación, seguía pensando en ello, cuando entré en mi casa, seguía
pensando en ello, cuando estaba en la ducha, todavía seguía pensando en ello, y
sí, cuando llamaron al timbre de casa estando todavía enjuagándome el pelo,
seguía pensando en ello. Sin éxito además. Me recogí el pelo en una toalla, me
enfundé el albornoz, me lo mal abroché y ni siquiera me sequé los pies al
ponerme mis babuchas de algodón. Casi muero del resbalón que pegué al salir.
Corriendo como podía, recogiéndome el albornoz que se me caía, llegué al
telefonillo. Me dio tiempo de ver la hora en el reloj del salón. Eran las ocho
menos cinco. Vaya, Aaron se ha adelantado. Pensé.
-¿Valeria? –Se
oyó al otro lado del auricular cuando descolgué, entrecortado.
-Ahora bajo, un
momento. –Respondí rápidamente.
Volví al cuarto
de baño, y sin recogerlo ni nada, me desenredé el pelo y me vestí en cinco
minutos contados. Lo sé porque eran las ocho en punto cuando volví a mirar el
reloj del salón antes de salir por la puerta de casa. Vaya, que él haya llegado
antes de lo acordado no significa que yo no sea puntual. A mi hora estaba
lista. Unos simples vaqueros pitillos y un jersey, que como no podía ser de
otra manera, era de cuello alto. Cogí el móvil, las llaves y unas cuantas
monedas. Las escaleras las bajé en un visto y no visto. Vi su silueta de
espaldas apoyada contra el portal de la entrada del edificio, con las manos
metidas en los bolsillas y una rodilla flexionada apoyando el pie en uno de los
barrotes. Pulsé el interruptor que le da corriente para abrir la cerradura y se
giró para mirarme al escuchar el sonido.
Cuando lo vi, el
corazón se me paró súbitamente para volver a latir desenfrenadamente. Estaba
deseando verlo. Al otro lado de la puerta, de pie, callado y mirándome muy
serio, estaba Bryce. Había estado deseando que estuviera a mi lado desde el
mismo segundo en el que se dio la vuelta para irse y dejarme hace ya dos días.
Si algún hada madrina hubiese venido para concederme un deseo, hubiera dicho
que quería volver a Bryce para solucionar las cosas con él. Lo ansiaba. Y lo
que más quería era estar con él. Pero no ahora. No en ese momento. No a las
ocho en punto ese día. Aaron iba a llegar en breve. Y así yo no iba a arreglar
mi vida con Bryce. Todo alrededor se congeló. Su mirada, la mía, la gota que me
caía por la frente por los vapores de la ducha, mi pulso, su respiración.
Mirándonos fijamente, diciendo muchas cosas pero no entendiendo nada. Clavando
sus pupilas en las mías. Yo debía sentir rabia, enfado por haberse comportado
así, pero como siempre, él tenía la capacidad para dejarme desalmada. Todo el
coraje que tenía se me esfumó en un suspiro. ¿Qué va a pasar ahora cuando venga
Aaron? ¿Le dirá las cuatro cosas que tiene que decirle? ¿Se pelearán?
¿Discutirán? ¿Por qué siempre la lío? Estoy harta de mi vida y sus
importunidades.
Eran las ocho en
punto y no tenía nada claro sobre si seguía enamorada de Aaron o lo había confundido
con mi chico ideal. Era a las ocho en punto cuando empezaba mi salida a solas
con Aaron para averiguarlo. Eran las ocho en punto cuando Bryce volvió a mi
vida. Eran las ocho en punto y aquello parecía el preludio al apocalipsis de mi
vida. Eran las ocho en punto cuando dejé de tener fe. Eran las ocho en punto
cuando un terrible miedo asaltó todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Eran las ocho en punto para un día como
otro cualquiera en el mundo. Eran las ocho en punto en una ciudad más, con
millones de problemas más y millones de personas más deseando cambiar su
realidad. Eran sólo las ocho en punto en Nueva York. Eran las ocho en punto el momento en el que la chica que está saliendo con un chico porque lo quiere, va a encontrarse con el chico del que ha estado enamorada y no sabe si sigue, que además es el hermano gemelo de aquel con el que está saliendo la chica, y que además tiene problemas con ella por desconfianza por culpa del hermano. Eran las ocho en punto, un momento más de los miles de extraños e inoportunos que hay en mi vida.