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Refranero

martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 60: Las ocho en punto


Capítulo 60: Las ocho en punto
-¿Que me has estado esperando? Acabamos de vernos hace veinte minutos, Aaron. –Que era el tiempo exacto que había entre la estación de metro y su casa. Estaba extrañada, y podía notarse en mi voz.
-Exacto, y es el tiempo que me ha llevado ducharme, arreglarme y llegar hasta aquí para esperarte. –Dijo como si lo raro de la situación fuese el poco tiempo que ha tardado en llegar y no el hecho de que acabábamos de vernos. -¿Por qué te extraño tanto siempre que vaya a buscarte? Ya hemos tenido esta conversación antes. –Sí, lo recordaba. Mi problema es que asociaba que asociaba su excesiva falta de interés a todo lo que le rodeaba con que lo tuviera por todo.
-Sí, ya. Pero aunque fueras la persona más dedicada en cuerpo y alma en este mundo por mí, me resultaría raro que tras vernos hace un momento sin ningún plan, ahora vengas con uno de repente.

Podía parecer que estaba hablando en plan reproche o alterada. Pero justo que ahora que me había determinado por luchar por Bryce, aparecía su hermano en mi camino como si el destino me estuviera queriendo decir a través de sus señales incomprensibles que Aaron era el elegido. O tal vez no existen señales ni destino. Son casualidades a las que la gente se aferra para buscar motivos que apoyen a aquello que quieren o que les sirva de razón para no hacer algo que temen.

-Antes no tenía un plan ni ahora tampoco. Sólo he venido porque me apetecía verte. –Me frustraba. No entendía por dónde quería ir… Al menos me alegraba que quisiera verme…
-¿Y antes no te apetecía verme? –Era una extraña conversación que tener a través de la ventanilla de un coche.
-¿Por qué tantas preguntas? No todo está calculado ni planeado como en tu cuadriculada mente. Los impulsos existen y cambian continuamente. –Sí, pero lo que él no sabía en su maravillosa respuesta que me había dejado sin saber qué decir, es que en mi vida, a pesar de todo el orden que le pongas, se desordenada sola, y mucho. Así que quedaba disculpada si quería encontrarle el orden a todo. –Cuando estabas allí estaba bien, cuando te fuiste sentí que quería verte de nuevo. –Aaron me había estado mirando todo este tiempo, pero al ver que no respondía continúo hablando. No sabía que mi silencio era causado porque estaba pensando sobre lo que dijo. Es lo mismo que me pasa con Bryce. Cuando sé que está, estoy bien, pero cuando sé que no está, quiero verlo. Y no me refería a estar de cuerpo presente, físicamente.
-Es interesante ver cómo funciona tu mente. –Fue toda mi respuesta al cabo de un rato de dura meditación conmigo misma. Un rato en el que nos habíamos estado mirando todo el tiempo directamente a los ojos. Mirándolo sin verlo. Yo tenía la mirada perdida en mis pesquisas.
-Es interesante no ver cómo funciona tu mente. –Fue toda su respuesta al cabo del rato de dura meditación conmigo misma. Estaba sonriendo divertido por mi afirmación. A mí me hizo gracia la suya. Aaron, sus ideas, yo, mis cacaos mentales y nuestras conversaciones raras que hacen que olvide todas mis preocupaciones.
-Aaron, yo tengo cosas que hacer hoy. –Cuando se pasó el mágico momento, volví a la cruda realidad. Mi realidad…
-Ya lo sabía. Tienes que repasar para el supuesto examen de mañana. Mi intención era acompañarte con el coche hasta casa. –En toda la conversación, no había cambiado su postura. –Si no te importa, claro. –Lo había olvidado por completo… Cuando quería decir “cosas que hacer” me refería a un tour “especial” por la ciudad. ¿Cómo salía yo ahora de esto? Algo que no sea mentirle pero tampoco la verdad… ¿Y si simplemente le decía que no? No podía… De pronto vi una expresión de desilusión en su cara. Y me sentí mal. Estaba tardando demasiado en responder y pensaría que no quería estar con él… -Estás preocupada. ¿Verdad? Hoy no estás como siempre. –Dijo tal cual. Con su rostro de resignación.
-¿Por qué lo dices? –De pronto, me percaté de que yo también estaba preocupada. Cómo de contagiosas pueden ser las emociones…
-Intentas disimularlo actuando como siempre. Pero cuando no te das cuenta, inconscientemente no puedes evitar perder esa fachada de absoluta normalidad. –Yo seguía mirándolo. Me estaba quedando alucinada. No me había dado cuenta de eso pero ahora que lo decía, llevaba más razón que un santo. ¿Era el único que me lo había notado o no?–No digo que estés fingiendo. Sólo que tú misma te obligas a continuar como si nada y a actuar como si nada te preocupara. Sin embargo, la mente humana no puede controlarlo todo al 100% todo el tiempo. A veces las emociones sobrepasan el poder de las personas para ocultarlas. Es como llenar de agua un vaso con agujeros. Se va derramando pequeñas cantidades a medida que se va llenando. Y cuando no eres consciente, dejas salir tu verdadero estado. - Mi única reacción era mirar seriamente. Aquello me estaba sobrepasando. Sabía que sus silencios eran la espera de mi respuesta. Pero no sabía qué decir. –Estás demasiado pensativa hoy. Te metes en tu mundo más de lo normal. Y cuando algo te preocupa, te preocupas por todo, con importancia o sin ella. Porque el cerebro tiene el “modo preocupación” encendido. Por eso le has dado tanta importancia al hecho de que viniera a verte habiéndote visto hace un momento. –Acababa de decirme su psicoanálisis sobre mí. Y eso que era sólo el de mi estado de ánimo de hoy. Ni quería imaginarme el de personalidad.
-Impresionante. –Y tras un silencio sin saber con qué continuar pero disimulado en que quería darle énfasis al asunto, se me ocurrió decir un disparate. Como siempre. –¿Seguro que estás estudiando Astrofísica y no Psicología? Vaya. Dices que es interesante no ver cómo funciona mi mente pero la has descrito al detalle. –Me había aterrado todo lo que había dicho de mí. No en sí por lo que había dicho, sino porque lo hubiera descubierto. -Cuando se te ve en modo pasota en plan <Me da igual. No estoy interesado en los problemas de otras personas> cualquiera diría que estás analizándolo todo. –Y repetí las palabras que me dijo el primer día que nos conocimos en el estanque de las carpas. Estaba molesta y respondí a la defensiva. Me arrepentí al segundo después, antes de ver su mirada de desilusión. -¿Y dices que mi mente es cuadriculada y que necesita tenerlo todo planeado? ¿Que los impulsos existen? Por supuesto que sí, pero no es eso lo que te movió a buscarme. Al final si habías venido aquí con un motivo. Y es tu inusual preocupación de hoy por mí. Al final sí tenía yo razón en extrañarme. –Si me hubiera mordido la lengua en ese momento habría muerto envenenada.
-Eso eran otros tiempos. –Vi en su mirada que estaba dolido. Y eso me dolió a mí más que a él. Le había hecho daño con mis imprudentes palabras. A él. A mi Aaron. Mi rayo de Sol. –Sólo te había preguntado si estabas preocupada, y era porque me habías preocupado a mí. –Hablaba seguido. Ahora no hacía pausas para ver mis respuestas. -Y al ver que no respondías te he explicado por qué lo pensaba. No te he pedido que me lo contaras porque puede ser algo privado, pero si no querías hacerlo podrías habérmelo dicho tranquilamente. No me habría molestado. –Cerraba el entrecejo mostrando desagrado además de decepción. -Parece que tu asombro al verme hoy aquí y otros días que he ido a buscarte, radica en esas palabras que dije una vez a una chica a la que todavía no conocía. Van a perseguirme para siempre. ¿No? –Yo seguía mirándolo. Cada palabra que decía era la pura verdad, y por eso dolía por duplicado. Sí, era cierto, desde ese día en el que me despreció por completo, he cogido ese miedo a su rechazo y el asombro a su dedicada atención en mí. Pero era algo que no podía evitar. Tenía que acostumbrarme, tal y como dije hace tiempo, a ver como normal que se interesara por mí. –Y no, no lo analizo todo. Aprendí hace tiempo a no hacerlo, se descubren cosas que es mejor no saber. Analizo lo que me importa. Pero parece que yo no le importo a lo que me importa. -¿Qué podía decir? ¿Por qué no me mordí la lengua antes de decir todas esas barbaridades? Ah sí, porque habría muerto envenenada… ¿Pero por qué no esperé a calmarme y después hablar? Él había venido con todas sus buenas intenciones y yo se las había roto a base de martillazos. –Y sigues sin decir nada… Mirándome en silencio y pensando. Sin saber qué cosas pasan por tu cabeza. Porque es a eso a lo que me refiero cuando digo que no sé cómo funciona tu mente. A no saber las cosas que piensas. –El chico introvertido se estaba abriendo a mí. Era lo que siempre había deseado. Pero ahora deseaba que no hubiera tenido que hacerlo. Otro deseo más que se cumple en un modo que me hace querer que no se hubiera cumplido. Iba a tener que ponerles nombres. <Deseos malcumplidos>. Aaron dejó de mirarme, perdimos el contacto visual después de todo ese tiempo. Agachó la cabeza mirando hacia abajo. Caviló unos segundos y reaccionó arrancando el coche, quitando el freno de mano, pulsando el embrague y metiendo primera. -Había venido aquí porque me apetecía verte. No mentía cuando te lo dije. –Levantó el pie del embrague, el coche salió andando y lo vi alejarse.

¿Qué coño estoy haciendo con mi vida? ¿Por qué pierdo a las personas que quiero? Era mi culpa. Yo tenía la culpa de todo. Si no me hubiera ido al metro sola y dejado a Bryce allí, no habría habido ningún problema entre los dos y no me habría dejado. Si no hubiera abierto el pico Aaron no se habría sentido dolido. ¿Por qué había respondido tan a la defensiva? Él no me había estado atacando. En ese momento me sentía más mierda que nunca. Abatida y destrozada me senté en el bordillo de la acera que Aaron había dejado libre con su coche. La gente me miraba pero a mí me daba igual. ¿Por qué no había respondido? ¿Por qué no había dicho ni una palabra a lo que Aaron había dicho? Porque me había quedado totalmente en blanco ante las verdades como puños que había estado diciendo. Porque soy un desastre y tonta de remate. ¿A quién quería engañar? ¿Esperaba ir de ruta turística por los McDonald’s de Nueva York y encontrarme tranquilamente a Bryce comiendo un McFlurry en uno de ellos? Ni que esto sea una comedia romántica en la que todo acaba bien… Lo cómico y lo romántico del asunto están ahí luchando por el primer puesto de <lo que más escasea>. ¡Y más! ¡Era mi vida! ¿Espera que me fuera bien y se cumplieran mis expectativas aunque luchara hasta el final? Crucé los brazos sobre mis rodillas flexionadas y escondí mi cara en el hueco que quedaba. Acababa de desmoronar toda mi vida en un segundo. Se me humedecieron los ojos de pura desesperación. Pero me aguanté. No iba a llorar. Empecé a odiarme a mí misma. ¿Cómo podía haberle dicho eso a Aaron? Ni siquiera lo sentía, creía o pensaba.

Me puse de pie de sopetón. Me sequé las lágrimas con el puño de la camisa, me di un par de palmaditas en la cara para recomponerla y tomé la decisión de ir a buscar a Bryce McDonald’s por McDonald’s. Sí. Iba a ser una pérdida de tiempo. Y sí, no iba a servir para nada. Pero no, no podía dejar de luchar por lo que quería. No hace falta poner mucho empeño para que mi vida se hundiera,  ya lo hace ella solita ayudada por mí. Por eso si decidía dejar de lado las pocas cosas buenas que tengo ella, se convertiría en un total caos. Vale, no esperaba encontrarme a Bryce y lo sabía. Sabía que lo haría para nada. Pero tenía que empezar a recuperar esa filosofía de vida luchadora que tanto me había caracterizado y que había perdido minutos atrás. Lo necesitaba si no quería acabar más miserable todavía. Tomé el metro a la primera estación con McDonald’s que conocía.

De las probabilidades que había de que desde ayer por la noche Bryce siguiera necesitando un McFlurry, que se lo estuviera comiendo en el mismo edificio y no en otra parte, pues la idea de pedirlo para llevar y tomárselo en el coche camino a otro sitio era una idea muy probable, que fuera a la hora a la que yo entrara en el McDonald’s y coincidiendo en ese entre los más de veinte que podía tener la ciudad, el de la estación que había seleccionado era el más improbable de todos. Primero y principal porque nunca se le ocurriría tomárselo allí. Aquel sitio bajo tierra hacía que tus ideas se sintiesen también aprisionadas y no fluyeran con tranquilidad. Tanto hormigón armado por encima es lo que tiene. O a lo mejor era eso lo que quería Bryce, no pensar. Pero aunque lo quisiera, no iba a ser ese. Decidí ir allí a pedir un mapa de todos los que había en la ciudad. Y así fue, cuando llegué me puse a la cola a esperar. Tenía prisa. A las nueves tenía que estar en casa cuidando de mis vecinos. Eran las cinco menos diez. Tenía casi cuatro horas antes de remprender el camino de vuelta. No tuve que esperar mucho. No estaba muy lleno. O no era hora punta o la gente piensa lo mismo que yo sobre los efectos de toneladas y toneladas de hormigón armado.

Un joven con acné y gafas me atendió. Le dije que buscaba un mapa con todas las sucursales repartidas por la ciudad. Muy amablemente y con extremada dedicación, me respondió algo que me molestó mucho. Tenía el mapa justo al lado, tras el cristal de una vitrina con publicidad sobre menús y regalos de la tienda. Me señaló incluso saliendo del mostrador dónde se situaba el tablón. Bien, empezamos bien. Le di las gracias, y antes de girarme por completo para ir hacia allí, mi inteligencia mostró que todavía quedaba un poco de ella en mí. Le pedí antes de atender a otro cliente que si tenía una copia para dármela. Tras pensar unos segundos, respondió pidiéndome que lo esperara. Y se fue a un cuartillo donde se guardan recipientes, utensilios de cocina, bolsas y demás menesteres. Al momento apareció con un mapa. <Que no se entere mi jefe>. Dijo sonriendo de lado a lado. Qué majo. Le devolví mi intento fallido de mejor sonrisa y nos despedimos. Una vez afuera, cogí un boli que llevaba conmigo siempre y me puse a planear el recorrido.

Veinticinco McDonald’s tenía Nueva York en total. Todos ellos repartidos entre  BronxBrooklynManhattanQueens, y Staten Island. Yo estaba en Queens pero mi casa está en Manhattan. Empezaría por Queens. Si me daba tiempo de verlos todos, continuaría por los de Manhattan. Y así fue como comenzó mi búsqueda. Con un mapita de niños chicos, buscando algo que sabía que sería un completo fracaso y en una cuenta contrarreloj. A veces hay que luchar por algo que está perdido solo para quedarnos tranquilos con nosotros mismos y saber que no lo conseguimos por falta de esfuerzo. Que también podría decir, ¿y yo que sé? ¿Y si por casualidad me lo encuentro? Sí, era posible, por eso luchaba, porque en el fondo sabía que no todo era imposible. Pero ya de por sí tenía que ir haciéndome a la idea para no llevarme un palo mayor después. Ya recibo demasiadas desilusiones al día como para otra más por culpa de engañarme a mí misma.

Uno tras otro iban desapareciendo del mapa. Escondidos tras la tinta de mi boli y a veces desaparecidos tras romper el papel de tacharlos con demasiada fuerza. Rabia reprimida lo llamaría yo. Preguntaba a los trabajadores si habían visto a Bryce Domioyi. Era más fácil dar su nombre que du descripción física. Absolutamente todas las personas a las que pregunté, lo conocían. Pensarían que era una fan loca que no tenía otra cosa mejor que hacer que buscarlo a ciegas por la ciudad preguntando sin dar un palo al agua. Me daba igual lo que pensaran. Últimamente me daban igual muchas cosas. A veces iba andando de uno a otro y otras usaba mi vale mensual para usar el metro. Mis ánimos iban decayendo y mi cansancio haciéndose notar. Necesitaba una ducha y un plato de comida. Si iba a otro que me quedaba no me daría tiempo de aquello. Pero si no iba al que me quedaba no me lo perdonaría después de haber estado visitándolo todos, uno por uno, en todo el distrito de Queens. Así que decidí no echar por tierra todo el trabajo de mi tarde por un simple pensamiento de remordimiento, pues no sé como lo hacen, pero las simplicidades malas acaban ocultando a las grandezas buenas. Así emprendí mi camino al último McDonald’s que visitaría por hoy. 

Entré esperanzada. Creyendo que en la mesa más apartada y escondida encontraría a Bryce dándole vueltas con su cuchara a un McFlurry derretido hecho nata líquida. Con su doble de chocolate y su doble de galletas. Inocente… Lo busqué por todo el local como había estado haciendo todo ese tiempo con las otras sucursales y no encontré nada más que a desconocidos. Era un McDonald’s muy grande y espacioso. De varias plantas. Con detalles en madera que contrastaban con su decorado ultramoderno. Estaba abarrotado. Era uno de los más céntricos. El barullo de la muchedumbre lo inundaba todo. Largas colas interminables. Se notaba que se aproximaba la hora de cenar. La hora punta de los comercios que venden comida rápida. Nada de nada. Incluso se me ocurrió entrar en el servicio de caballeros. ¿Qué clase de trastorno tengo? Algo que no había hecho en los demás y podía haberse costado todo mi trabajo en vano pero que seguía siendo una idea disparatada.

Suspiré abatida y me derrumbé de nuevo. Me había llevado toda la tarde preparándome para este momento de desilusión y aun así estaba siendo superior a mis fuerzas. Me senté en un escalón de las escaleras. A un lado para dejar paso. O mi intento de preparación había sido un fracaso total y rotundo como mi búsqueda de hoy. O mis emociones eran demasiado para ser controladas. Tenía ganas de llorar. Podría haberme escondido del mundo como antes sentada en el bordillo de la acera. Pero si me levantaba y andaba por la calle, me obligaba a guardar la compostura. Y fue lo que hice. No podía permitirme derrumbarme. Sólo estaba pasando por una mala racha. Tal y como vine, me fui. Piqué mi tarjeta del metro y en treinta y cinco minutos ya estaba frente a la puerta de mi casa. Abrí el portal y comencé a subir las escaleras. Sin ganas de cuidar a niños. Eran las nueve menos cinco. Tenía cinco preciados minutos para descansar. Subía cada escalón lentamente, demasiado. La vida me pesaba, y las piernas aún más. Tanto, que cuando estaba a un tramo por ver al fin mi puerta al final de las escaleras, no levanté la pierna lo suficiente y mi pie chocó contra el escalón. Pegué un bocazo hacia delante en el que no me dejé los dientes por milagros de mis actos reflejos.

Porque poner las manos a tiempo con tanta velocidad no era algo que pudiera hacer yo por decisión propia. Me quedé tendida bocabajo en la escalera. Con el borde de los escalones clavándose en mis huesos. Era lo que menos dolía en ese momento. Ni siquiera grité asustada al caerme. Irónicamente, no tenía motivos para levantarme ni morales ni físicos. No hasta dentro de cinco minutos al menos. Incluso los fríos y duros escalones me parecían más acogedores que mi casa vacía. Si iba a pasar cinco minutos de relax antes de cuidar a los niños, prefería pasarlos ahí. Contra el frío mármol del suelo. Pero una vez más, lo que quería volvió a no poder ser. Que frustrante es mi vida. Una voz que no acabé de reconocer pronunció mi nombre desde el rellano donde se encuentran todas las puertas de mi bloque. ¿Por qué no me dejan disfrutar de mi desgracia a gusto? Que sí, que es lo normal por hacer cuando encuentras a una persona tirada en unas escaleras, inmóvil. Pero también podría no haber habido nadie allí. Aunque eso era ya pedirle demasiado a mi vida.

-Valeria. ¿Estás bien? –Dijo la voz de uno de los culpables de mis tormentos desde arriba de la escalera. La reconocí al momento. ¿Cómo no lo averigüé antes? Era su inconfundible voz. La preciosa voz de Aaron con mágico poder curativo sobre mis heridas.

Alcé la cabeza y lo vi. Apoyado en el reposabrazos de ladrillo de la escalera a le que quise llegar y no pude. Mirándome desde arriba. Indeciso sobre si bajar o quedarse allí. Mirándome sin ningún ápice de desilusión o dolor. Como un ángel de la guarda. Lo que él dijo una vez. Escondí de nuevo el rostro entre los escalones. Comencé a llorar. Se me escapaban las lágrimas de los ojos abriéndose paso hasta el final de mi cara sin posibilidad a que pudiera hacer algo para contenerlas. Había estado reprimiéndome mucho tiempo y ahora las emociones aparecieron todas de golpe. En oleadas fatales que me dejaban extasiadas. Aaron tenía razón, otra vez. No se pueden controlar las emociones al 100%. Nuestro vaso se va llenando hasta que se colma. Y el mío tiene fugas por todas partes. Pero ahora es que se había volcado por completo.

-Lo siento. He sido un tonto. Perdóname. –Dijo cuando le aparté la mirada. No quería que viere el río de lágrimas que venían a continuación. Ahora lloraba con un llanto incontrolable. Sentía como al coger aire, lo hacía con congoja. ¿Por qué había venido? Si es que no me lo merezco. Me sentía miserable. No merecedora de él. -¿Por qué lloras? Es por el golpe, ¿verdad? –Comentó en broma, forzando el tono para que se notara. Quitándole importancia al asunto como si nada hubiese pasado. Bajó hacia donde yo estaba y cuidadosamente me levantó. Yo más lloraba. Me llevé las manos a la cara para tapármela. No quería que me viera llorar. Nos sentamos en los escalones. Uno al lado del otro.
-¿Por qué has venido? No me lo merezco después de todo lo que te dije. Lo siento Aaron. Lo siento mucho. –Me costaba hablar, me había entrado una especie de hipo que me dificultaba las cosas. –Me impresionó mucho todo lo que dijiste. Me sentí desarmada e indefensa al ver que habías traspasado mi coraza y por respondí a la defensiva. –Él mientras yo hablaba, fue quitando con cuidado las manos de mi cara. Como si yo fuera un cervatillo asustado y cualquier movimiento brusco pudiera obtener una mala reacción por mi parte. Me miraba entornando los ojos, levantando levemente la comisura de los labios en una sonrisa tierna y cálida. Casi ni se notaba. –No pienso nada de lo que dije. Hablé sin pensar. Diciendo lo primero que se me venía a la mente. Atacando viendo que no podía defenderme. Pero de verdad que no pienso nada de lo que dije. Ni lo siento tampoco. –Dije secándome las lágrimas que seguían cayendo mejilla abajo. Estaba muy arrepentida. Mucho. De pronto, se echó sobre mí y me resguardó en su pecho con sus brazos. Comenzó a acariciarme el pelo de arriba abajo, calmando mi llanto. Intentando llenar mi corazón de paz. Yo también lo abracé.
-Todo eso que me has dicho ya lo sabía. Te conozco. Además. ¿Crees que había adivinado todo tu estado anterior y no averiguaría el siguiente? La culpa es mía por haberme ido molesto y haberte dejado sola sabiendo que no lo decías de verdad. –Hablaba tan calmado que hasta mi llanto incontrolable controló. Ya no lloraba, ya no salían lágrimas, sólo quedaba ese estúpido hipo de extraña procedencia. Yo lo apretaba fuerte con mis brazos. Temiendo que volviera a irse.
-Deja de echarte la culpa. O te mojo no solo la camisa, sino hasta los calcetines. –Amenacé bromeando. Me ponía enferma que dijera eso cuando la única culpable de todo aquí era yo.
-Jajaja. Jajaja. Ya ha vuelto la Valeria que tanto me gusta. –Su risa era tan despejada y limpia como un día soleado y sin nubes. Aquello amansaba a las fieras.
-Estaba preocupada por Bryce. Anoche me dejó y no se nada de él desde entonces. –Me apetecía sincerarme, no lo hice obligada para hacerle sentir importante o parecido. Lo dije cuando dejó de reírse. No quería cortarle su momento de diversión. De pronto tensó todos los músculos de su cuerpo. Sólo por una milésima de segundo. Como por acto reflejo. Incluso me pareció una imaginación mía.
-Él está bien. No te preocupes. Sabe cuidarse. Aparecerá cuando le apetezca aparecer. Siempre ha sido así por mucho que se le buscase. –Dijo mirándome directamente a los ojos. Dejamos de abrazarnos tras su repentina tensión. Eché de menos el hueco tan perfecto que hacían sus brazos para que yo me resguardara.
-Si ya lo sé. –Agaché la cabeza. –No estoy preocupada por su integridad física. Si con él no pueden ni las fuerzas especiales del ejército. El problema es lo que tiene en la cabeza para no querer aparecer. –Y sabía que Aaron sabía cuál era el real motivo de mi preocupación. Pero ni él quería tocar el tema ni yo tampoco. Sólo lo dije porque me apeteció. Un impulso es como Aaron lo llama. Me puse de pie frente a él, un escalón más abajo. –Pero gracias a ti ya eso no me preocupa. He aprendido que si algo no tiene solución, no tengo por qué preocuparme porque no hay nada que pueda hacer, y si la tiene, se solucionará. –Y le dediqué mi sonrisa más exclusiva. Lo miraba a los ojos mientras leía todos sus perfectos rasgos faciales. A pesar de tener la misma cara de su hermano, no pensaba en Bryce cuando lo miraba. Ninguno me recordaba al otro. Era como comparar el aceite y el vinagre. Parecidos, sí, pero sólo de vista.
-Guau. No sabía que fuera didáctico y todo. –Dijo cambiando de postura, apoyándose sobre sus brazos.
-Uno nunca se ve bien a sí mismo con claridad. –Y en ese justo momento de miradas cómplices entre Aaron y yo. Raquel, mi vecina, salió de su casa para llamar a la puerta de la mía con el interruptor. Rompió toda la magia y la conexión eléctrica del timbre también. Lo supe, porque de pie, desde mi sitio, se podía ver la puerta de mi casa. Miré el reloj, las nueve y cinco. Oops. Ya era la hora. Subí corriendo las escaleras pasando por al lado de Aaron y le salí al encuentro.
-Estoy aquí afuera Raquel. Acabo de llegar ahora mismo. Siento la tardanza. –Aaron se levantó de las escaleras y caminó hacia nosotras.
-Ah, no pasa nada mujer. Mira, he dejado ahí en la cocina unos flamenquines hechos a mano, porque aquí en América no se come de eso, listos para que los frías. Cuando sean las nueve y media se los fríes si no te importa. –Hablaba y hablaba. Como a todas las vecinas, le gusta charlar. –Ya están duchados como el otro día. A las diez y media tú los acuestas y si te piden un cuento, en la estantería a mano derecha entrando en el cuarto de los dos, hay un montón de libros. Si te piden uno en concreto se los les, si no, cualquiera está bien. Ya se los saben todos. –Si tienes alguna duda sobre algo me llamas sin problema. Ya sabes cuál es mi número. Yo ya les he dado las buenas noches a los dos y no tengo que llamar después. Que allí en el hospital los móviles no dejan usarlos, tengo que salir fuera. –Y paró de hablar, pensando en qué más decir. La corté antes de que se le ocurriera otra cosa. Aaron ya estaba a mi lado por entonces, llevaba un rato allí ya. Escuchando divertido todo lo que decía. Raquel hablaba en un español muy rápido y con mucho acento canario. ¡Al fin descubrí de dónde era! ¿Habría entendido Aaron todo perfectamente? Ahora le preguntaría.
-Sí, no se preocupe. Yo me encargo de todo. Vaya tranquila. –Y sonreí amablemente. Raquel se quedó tranquila.
-Muchas gracias cariño. No sabes cuánto te lo agradezco. –Y me plantó dos besos, uno en cada mejilla. A su veintipico años tenía modos de señoras mayores. –Hasta luego. –Y la vi saludando a Aaron al pasar junto a él sin reparare en el cacho pivón que él era. Vaya, pues sí que tenía ganas de ver a su hermana. Y lo comprendía. Si fuera mi hermano no sé lo que haría. Mi Alex. Cuando nos quedamos solos en el rellano con la puerta de su casa abierta, miré a Aaron y él me miró a mí.
-¿Has entendido todo lo que ha dicho? Mira que ha hablado muy rápido y con acento muy marcado. –Le pregunté en inglés. No se esperaba que le preguntara eso, pero no mostró ningún indicio se asombro. Estaría acostumbrado a mis puntos que no tienen nada que ver.
-Claro. He pasado dos años de mi vida en España. Si no he cogido suficiente fluidez en el idioma entonces habría estado desperdiciando el tiempo. –Respondió en español. Me quedaba con la boca abierta escucharlo hablar mi idioma, al que estoy acostumbrada desde siempre, con nada de acento inglés. ABSOLUTAMENTE NADA. Era neutro, como los de las noticias del telediario.
-Pero seguro que te sientes más cómodo hablando inglés. –Sé que soy muy pesada por cómo los gemelos hablan español, pero es que me sigue fascinando.
-Si tengo fluidez en ambos, no tengo por qué sentirme más cómodo en uno que en otro. Aunque por costumbre elijo inglés. Pero si quieres puedo hablar contigo siempre en español. Si te sientes más cómoda tú. –Seguía hablando español. Y yo seguía flipando en colores. –Y cierra la boca de una vez. ¡No es tan sorprendente! ¡Me ofende tanto asombro! ¡Parece que no me veas capaz de hacerlo! –Dijo apartando la mirada a la puerta. Los dos niños habían aparecido en el umbral de la puerta, asomados detrás de ella. Fui hacia ellos, los hice salir y me agaché a su lado. Poniéndole una mano en los hombros a cada uno.
-Hoy será mejor que hables español toda la noche. Te presento a Rafael y Mario. –Dije golpeando cariñosamente el hombro de cada uno al nombrarlos. –Él es Aaron.
-Encantado. –Dijo Aaron levantando la mano desenfadadamente. Los niños respondieron tímidamente. Era la primera vez que me parecieron monos.
-Tengo que quedarme haciendo de canguro. –Lo miré suplicante. Pidiéndole con los ojos que se quedara.
-Lo pillo, lo pillo. De todas formas esto facilita las cosas. Pensaba quedarme de todas formas después de todo el tiempo que he estado esperando. Mejor por las buenas que por las malas. –Y me guiñó un ojo. Me volví a quedar embobada mirándolo.
-Pues eso. Toma, me entrando en casa con los niños, yo voy a recoger la cena. ¿Os parece bien? –Y miré a los niños esperando su aprobación. Se encogieron de hombros tras mirarse mutuamente. Les daba igual. Bien, no era una aprobación pero tampoco una reprobación. Suficiente.  Saqué las llaves del bolsillo de los vaqueros y se la pasé a Aaron volando por el aire. Las cogió al vuelo, como no podía ser de otra manera. –Es la que no es serrada pero tiene agujeros. –Sí, una llave rara. Una cerradura rara. Pues se metía horizontalmente y de con cualquiera de las dos caras.

Aaron no tuvo que buscar mucho. Sólo había tres llaves. La del portal, la del buzón y la de la puerta. Yo pasé al interior de la casa de mi vecina. Directa a la cocina a cogerlos flamenquines. Estaban en un tupperware en el frigorífico. No me fue muy difícil encontrarlo. Estaban en un sitio visible. Tanto que casi me doy de boca con el envase al abrir la puerta. Había tres flamenquines. Uno para cada niño y otro para mí. Qué detallista es esta mujer. Y cuánto me encantaba que lo fuera. Pero, ¿qué iba a cenar Aaron? Y entonces me llegó la iluminación divina. Algo que hice bien en todo el día. Preparar empanadas de sobra para retrasar el momento de llamar a Bryce. Seguro que le encantaban. Me habían quedado muy buenas. Y revisando que las llaves de la casa estaban también en mis bolsillos, cerré la puerta con el cerrojo que se cierra al cerrar la puerta. Llamé al timbre de mi propia puerta, algo que pensé que nunca haría, y Aaron apareció al otro lado demasiado pronto para una persona que se encontrara en el salón.

-Has tardado tanto que les ha dado tiempo de cenar y todo. No podían seguir esperando.
-¿Quéeeeeeeeeeee? –Dije incrédula. Imposible. No había tardado tanto. Apenas tres minutos.
-Jajaja. Que es broma. Te lo crees todo. Anda. Que están viendo la tele. –Y abrió la puerta de par en par, echándose a un lado para dejarme pasar cortésmente, tendiéndome el brazo y todo.
-Bah. En verdad no me lo habría creído. –Y pasé de largo haciéndome la longui.
-Valeria, eres una de las personas a las que se le nota todo. Solo hay que fijarse un poco. Lo has intentado pero no ha colado. Jajaja. –Y cerró la puerta a mi espalda. A él, a su modo, también le gusta divertirse a mi costa. Y me encantaba.
-Bueno chicos, voy a ir haciendo la cena que cuando esté lista ya serán las nueve y media. –Pasé por al lado de ellos en el salón. Pero ni se giraron a mirarme. Estaban inmersos en los dibujos de la tele. Como siempre. Estaban viendo Bob Esponja en versión original. Al menos aprendían inglés. –Ojalá mostrarais un mínimo de interés cuando os hablo… -Me quedé parada, con el tupper de flamenquines en las manos, esperando algo positivo por su parte. Nada. –Bueno no, así está bien. Porque siempre que mostráis algo de interés es para reíros de mí. –Iba a seguir hacia la cocina resignada, pero Aaron que estaba acomodado ya en el sillón me paró.
-¿Qué te pasa con ellos? –Preguntó divertido. Claro, verlo de fuera resultaba gracioso.
-No terminamos de conectar. Por decirlo de alguna manera. Somos unos engranajes que no engranan. Unas piezas de puzzle que no encajan. Un tornillo y una tuerca de diferentes grosores. Un abrelatas de diestros para una mano de zurdos. Una mezcla de agua y aceit… -Y ahí me cortó.
-Ella es una pieza de Tetris y nosotros de Lego. –Aclaró Rafael desde el sofá mirándome divertido. Había dejado de prestar atención a la tele para prestármela a mí.
-Ella es una carátula protectora para la Game Boy y nosotros somos una Nintendo. –Mario se unió a nosotros para compartir a analogías. Flipo con los niños. Eso sí, tenía que reconocer que su gracia tenían. Incluso me parecieron adorables usando ejemplos de juegos para niños de su edad a pesar de tener una mentalidad tan avanzada. Pero sólo me lo parecieron. Y muy poco tiempo.
-Jajaja. Vale, vale. He captado el mensaje. Jajaja. –Se estaba riendo. No sabía si por los peculiares ejemplos o por mi situación con ellos en general. En fin. Pronto todos estábamos riéndonos. Sentí que mi relación con los niños se estrechaba gracias a la presencia de Aaron.
-En fin. Aaron. –Los niños volvieron a la tele y yo a mis asuntos. –Voy a hacer de cenar. ¿Querrías probar mis empanadas caseras de pescado? Las he hecho yo esta mediodía. –Y lo miré angelicalmente para que aceptara.
-Claro. Estoy muerto de hambre. No como nada desde ayer por la noche. La hora del almuerzo se me pasó durmiendo. –Y tan mono como siempre, se puso una mano en la tripa y empezó a girarla en círculos.
-¿Es normal ese desbarajuste en las comidas en ti? -¿Entendería esa palabra en español? Es muy coloquial.
-Sí. Entre los otros desórdenes más que tengo. –Y me dedicó una sonrisa torcida. –Creías que no iba a entender esa palabra. ¿No? –Este chico es la leche. No falla una. –Por tu cara averiguo que sí. Jajaja. –Y volvió a reírse divertido. Él solo.
-¿Pero cómo lo sabías? –Estaba sorprendidísima.
-Todo se trata de leer el lenguaje corporal. Y con lo expresiva que tú eres, es muy sencillo. No lo puedes evitar, no lo intentes, es espontáneo e innato. Que seguro que se te ha pasado por la cabeza. –Este tío lee la mente. Fijo.
-¿Cómo lo haces? Quiero aprender. –Dejé los flamenquines en el frigorífico de mi casa en un visto y no visto y volví al salón. Aquello prometía y podría llevarme rato. Incluso Rafael y Mario estaban atendiendo. Sin duda esto era más interesante que una esponja de mar que fríe hamburguesas debajo del agua.
-Sólo observas y deduces. No hay un truco infalible. En tu caso antes. Dijiste la frase tan campante, y cuando te paraste a pensar sobre lo que habías dicho, dejaste la mirada perdida en el infinito. Frunciste el entrecejo. Y justo después empezaste a mirarme expectante. Deseando que respondiese. Como llevas con la misma monserga del idioma desde hace mucho tiempo, no me costó deducir que era eso. –Y con su cara de suficiencia, nos lo explicó tal cual. Había usado la palabra “monserga”. Ni yo la uso. Este chico me sorprende por momentos.
-Y sí, sé que te ha sorprendido que haya dicho “monserga”. Levantaste las cejas y abriste los ojos más de lo normal en el momento en el que lo dije. –Retiro lo dicho. ESTE CHICO ME DEJA ATÓNITA POR MOMENTOS.
-¡Dios! ¡Es impresionante! ¿Por qué me haces esto? Ahora cada vez que hable contigo voy a estar sintiéndome muy observada, pensando que calculas y analizas cada cosa que hago o digo. ¡Quiero intimidad en mis pensamientos! ¡Sal de ellos! –Y para hacer más el paripé, me llevé las manos a la cabeza y empecé a moverla como si estuviera loca. Los niños me miraron como si estuviera loca. Bien, un punto como actriz. O tal vez me miraban como si estuviese loca porque quería imitar a una loca.
-Jajaja. ¡Peliculera! Te cuento esto porque sé que con lo que se te va a ti la olla, no te vas a acordar dentro de cinco minutos. –Cierto. Ahí tenía mucha razón. Pero esto era demasiado impactante. Tal vez tardara seis. O siete u ocho. Minutos digo. –Y no te observo más de lo que he hecho siempre. Y dijo <se te va la olla>. ¿Dónde había aprendido tanta jerga? Si es en su país y no se relaciona con nadie que no sea de su círculo de amigos, ¿en un país extranjero como se las arregló para aprender tanto slang? Y vi la respuesta delante de mis ojos tras formular mi duda. Observando. Sé que Aaron es muy observador, pero nunca pensé que hasta tal punto. –No te comas la cabeza. Ya te dije que me sorprende no ver cómo funciona tu mente. A pesar de todo, nunca consigo saber lo que piensas de verdad. –Dijo resignado. Antes hablaba echado hacia adelante, durante su clase magistral. Ahora se echó hacia atrás.
-Pero eso pasa con todo el mundo. Nadie puede meterse en la mente de nadie por muy bien que se le de leer el lenguaje corporal. –Que no se quitara mérito ninguno, porque lo tenía todo. Miré a Rafal y Mario de reojo. Asentían inconscientemente dándome la razón.
-Ya lo sé. Pero a pesar de que siempre intento prever tus actos, te puedes otorgar el honor de ser la persona que más ha sorprendido de todas las que he conocido. Tu mente va como a otra radiofrecuencia. Como si todas las mentes funcionaran en una misma sintonía y la tuya fuera cambiando cada segundo de AM a FM. –Dios, no podía haberme definido mejor. Cada segundo cambiaba toda la visión de mi vida. Puedo estar totalmente convencida de algo y al segundo después estarlo de lo más opuesto a lo primero. –Por eso me cuesta tanto saber lo que piensas a cada momento. Así que puedes estar tranquila. Tu intimidad mental sigue estando protegida. –Y me guiñó otra vez el ojo. Moría de amor. ¿Por qué es tan perdidamente perfecto? Aaron siempre ha sido y siempre será mi oasis de paz.
-Gracias, ya me siento más tranquila sabiendo que no puedes leerme la mente y  averiguar dónde tengo enterrado el cadáver. –Respondí irónicamente.
-Jajaja. No te preocupes. Si lo supiera, no iría a desenterrarlo. –Dijo siguiéndome el juego. Los niños nos miraban como a un par de tarados. Y acertaban en ello.
-No era esa exactamente mi preocupación. Pero bueno. Voy a hacer la cena. –Y me levanté de la silla de la mesa que había colocado mirando hacia Aaron.
-¿Ves? A eso me refiero cuando digo que no sé nunca a qué atenerme contigo. Te rebelo eso y tú te preocupas del cadáver que tienes escondido. Dejándome totalmente intrigado con lo que piensas al respecto. –Vi frustración en su mirada. No lo hice a posta. Me salió solo. Seguro que me propongo confundirlo y me vuelvo un libro abierto.
-Hay un momento en la vida de una persona, que tiene que empezar a diferenciar lo que es importante o no. Y los asuntos legales que te pueden mandar a chirona siempre lo son. –Imité un tono solemne intentando darle credibilidad a mi discurso improvisado. Respondí asomada detrás del marco de la puerta de la cocina. Los niños ya no nos miraban. Habían desconectado de nuestras paranoias hace rato ya. Son inteligentes.
-No puedo contigo… -Y agachó la cabeza girándola de un lado a otro.

Mientras iba friendo los flamenquines y las empanadas, Aaron preparaba la bandeja con los cubiertos, las servilletas, los platos y los vasos con bebidas. Se había empeñado en ayudarme y no pude evitarlo. Yo no soy buena convenciendo y él no es bueno dejándose convencer. En venganza, no le dije donde se encontraba nada, y tuvo que ir descubriendo dónde ser guardan las cosas por la cocina. Fui yo la que preparó la comida y con suerte, él ya estaba hasta cogiendo el aceite y la sartén cuando estaba sacando los flamenquines del frigorífico. No me esperaba que supiera cocinar, pero tampoco me sorprendió. Me sorprendo ya tanto con él que ya no me sorprende que me sorprenda. Sí, era extraño pero ocurría así. Parecíamos un matrimonio joven y con niños pero que se compenetra genial. Ese tiempo estuve pensando en lo diferente que es Aaron a como se deja ver y como es en realidad. Aunque imagino que como es normal en mucha gente. Solo con la diferencia de que su caso es más sorprendente.

Cuando te cruzas con él por un pasillo, en todo el tiempo que pude observarlo antes de entablar algún tipo de contacto con el G4, era el típico chico que va metido en su mundo y pasa de todo lo que hay afuera de él. Andaba con la mirada perdida, las manos en los bolsillos y la mente volando lejos. En la vida te daría por pensar que en realidad está observando todo su alrededor y procesando la información. O tal vez cuando lo ves disperso lo está realmente y no se fija en lo de fuera. Recordé que dijo que aprendió a no analizarlo todo porque se descubrían cosas que es mejor no saber. Seguramente sea por eso que pasa tanto tiempo en su interior. Aunque la verdad es que ahora no sé si lo hace o no, siempre que lo he visto ha sido estando conmigo. Y cuando está conmigo no está con la mirada perdida y la mente en otro lado. Aaron no es del tipo de persona que finge estar ido pero controlándolo todo desde la ignorancia de los demás. Sólo es otra alma errante por el mundo que intenta sobrevivir como mejor puede.

Los niños ayudaron a Aaron a colocar la mesa tras quitar las cosas de la bandeja. Bob Esponja había acabado ya. Pienso que la hora de la cena es a las nueve y media porque es cuando acaba. Empezaron a desfilar por la pantalla dibujos feos y mal dibujados en una serie sin argumento.

-¡Están muy buenas las empanadas! Aquí en EEUU no estamos muy acostumbrados a tomarlas. Voy a tener que decir en casa que las hagan más a menudo. –Dijo Aaron para comenzar una conversación. Habíamos estado en silencio todo el rato.
-¿Quieres probar el flamenquín? Es de jamón serrano. Te va a gustar fijo. –Le ofrecí acercándole el plato.
-Hombre. La comida de mamá es la mejor del mundo. –Respondió Mario defendiendo a su madre. ¡Qué mono!
-Seguro que no tienen ni punto de comparación con la que hace ella. –Rafael, el mayor, ya tuvo que saltar con algo en mi contra. Él no me parecía mono.
-Oye, oye, que “ella” tiene un nombre. Y es Valeria. –A esta gente hay que ponerle las cosas claras o se te suben a la cabeza. Por entonces Aaron ya había probado un bocado y lo estaba degustando. A ver cómo solventaba el asunto. Los tres nos quedamos mirándolo fijamente, esperando expectantes la respuesta. Aaron nos miró y le hizo gracia la situación. Masticaba lentamente y se llevó su buen rato para beber después de tragar. Me estaba estresando tanto detenimiento.
-Tienes razón Mario, la comida de tu mamá es la mejor del mundo. –Y le revolvió el pelo cariñosamente. –Pero Rafael, si probaras las empanadas de Valeria, seguro que no pensarías que no tienen punto de comparación. –Y le guiñó un ojo amigable para después levantarme las cejas mirándome a mí sonriente. Yo no sé como lo hace este chico, pero siempre sale victorioso de todas partes. Había resuelto el conflicto y nos tenía a todos ganados. Lo vi en los ojos de los críos. Aaron les gustaba. Pero no más que a mí.

Y así, derivando de un tema a otro, acabamos de cenar. Disfruté mucho de la cena. Por petición de Aaron los niños me ayudaron a recoger la mesa y llevar las cosas a la cocina. Increíble. Llego a pedirlo yo y me escupen en la cara, fijo. Yo puse los platos en el lavabo con agua y ya los fregaría mañana por la mañana. Le pedí a Aaron que se quedara con ellos mientras me daba una ducha, aceptó de muy buena gana. Mi día había sido tan largo y movido que me apetecía darme una ducha larga y relajante. Pero tuve que acortar tiempo, estaba abusando de Aaron. No fue hasta salir de la ducha, con los vapores del agua y el cristal empañado, que me vi de milagro una mancha morada en el cuello. Casi negra. ¿De qué diantres era eso? Era horrible. Empecé a recomponer hechos en los que recordara haberme dado un golpe ahí hace poco. Nada. Y entonces caí. Como en un flashback, las imágenes pasaron ante mis ojos.

El borracho del metro me había hecho un chupetón en el cuello cuando me tiró al suelo. ¡Hijo de la grandísima p…ersona! Me entró un mosqueo, rabia, ira, furia, voracidad y enfado increíbles. ¡Era mi primer chupetón y me lo había hecho un borracho que intentó violarme infructuosamente en el metro delante de todo el mundo y los niños de mi vecina que estaban a mi cargo! Los mismos niños que me espían por la ventana haciendo cosas vergonzosas y con los que no nos tragamos mutuamente. El mismo borracho al que había golpeado hasta casi matar Bryce, al que había dejado plantado por irse sin querer solucionar los problemas que tiene por Aaron. El mismo Aaron que estaba ahora en mi casa con los niños de mi vecina… ¿Por qué mi vida es tan absurda? Comencé a reírme irónicamente. A carcajada pura y limpia. Como si hubiera perdido la cordura y el sano juicio que nunca he tenido. Me calmé. Pero sólo un poco. Mareada me agarré con las dos manos al lavabo. Entre los vapores, la hiperventilación y las emociones fuertes, no le había llegado mucho oxígeno al cerebro.

Bien, salí en albornoz para mi cuarto para ponerme el pijama, cubierta hasta el cuello. Sin querer mirar a nada ni nadie, cubriéndome la cara con los pelos y enflechando la puerta del dormitorio. Pero no pude evitar mirar. Y vi la escena más enternecedora nunca vista. Aaron sentado en el centro del sofá, con Rafael y Mario a un lado y otro respectivamente. Arropados por la manta camilla y el calor de la copa. Con la tele encendida. Estaban durmiendo los tres plácidamente. Los niños reposaban la cabeza en los brazos de Aaron pues no le llegaban a los hombros. Él con la boca entreabierta respiraba tranquilo. Durmiendo. No fue hasta entonces cuando pensé que parecíamos un matrimonio perfectamente compenetrado en la pareja y sus hijos. Una familia perfecta, unida y feliz. Hay gente que te hace la vida más fácil. Pero él a mí me hacía la vida mejor. Aaron. Fui a mi cuarto, me puse el pijama de franela con ositos que mi madre me había comprado y una bufanda. Tenía que cubrir esa mancha horrible y morada como fuese. Cuando salí, me senté en el sillón de enfrente y me dediqué a observar detenidamente entrañable escena.

Rafael cambió de postura todavía en sueños, Aaron cambió de postura medio dormido y Mario cambió de postura también pero despierto. Fue una reacción en cadena. Me miró adormilado y decidí que era la hora de ir a la cama. Lo mandé a lavarse los dientes. Asintió todavía no muy despierto del todo. Vaya, se vuelven dóciles cuando tienen sueño. Me lo apunto. Me fui para Rafael, me agaché a su lado del reposabrazos y lo moví por el hombro dulcemente. Cuando abrió un ojo, abrió el otro. Lo mandé a lavarse los dientes. Tardó unos segundos en reaccionar en lo que adiviné que fue por procesar lo que estaba ocurriendo. Tal y como pensé, se vuelven dóciles. Sin rechistar se levantó del calor del sofá y se fue al lado de Mario. Entonces fuimos a su casa y directos al baño. Sin mediar más palabras, cogieron los cepillos de diente y la pasta dentífrica y en un santiamén estaban lavándoselos. Me sentí realizada con ellos por una vez en la vida. Con trampas. Pero realizada. Los llevé al terminar cada uno a su cama y los arropé. Se durmieron antes de cerrar los ojos. Qué capacidad para no desvelarse. Ni cuento ni nada. La pregunta ahora es… ¿Qué hago con Aaron?

Volví a mi casa para preguntarle y me lo encontré bebiendo agua en la cocina. Los platos estaban fregados y medio secos. Este había aprovechado el tiempo que pasé en la ducha. ¡Me la había jugado!
-¡Has lavado los platos! ¡No vale! ¡Tú eres el invitado! ¿¡Qué clase de anfitriona soy!? –Le hablé indignada. Él me miraba en una forma que no entendía. Callado.
-Si me dejas ir mañana acompañarte a la Uni, redimiré mi pecado. –Contestó en broma.
-A ver. Si tú has hecho algo por mí que yo no quería que hicieras ¿cómo lo vas a arreglar haciendo otra cosa por mí? –No tiene lógica. No iba a convencerme de algo que no tiene lógica…
-Míralo de otra forma. Yo he hecho algo que te ha desagradado y voy a arreglarlo haciendo algo que te beneficiará. Conozco al señor Sumter, es un perro viejo al que no se le puede enseñar truco nuevo, de férreas costumbres y convicciones. No hace exámenes fuera del día establecido. Te conviene que vaya, tengo más poder de convicción. –Vale, me ha convencido. Pero porque le he visto la lógica… que si no, no.
-Está bien. ¡Pero que no se vuelva a repetir! –Y le levanté el dedo índice a modo de advertencia.
-No prometo nada. ¿Mañana a que hora quieres que vayamos? –Terminó de beber, fregó también el vaso y lo puso a secar. Esto ya era demasiado. En mi cara nada menos. Lo miré haciéndole ver que me estaba dando cuenta de su descaro y se encogió de hombros sonriente. Con el dedo índice y corazón posados sobre mis ojos y moviendo la mano rápidamente para apuntar a los suyos y volver después a los míos le advertí que estaba pendiente y que no se volviera a repetir.
-Por la mañana de diez a once tiene guardia en la sala de profesores. ¿Qué te parece? –Estaba apoyada en el marco de la puerta y él en la encimera. Casi roza con la cabeza a los muebles de la cocina que están en alto. Miró la hora en su reloj de pulsera y arrugó la frente.
-No voy a poder dormir las horas necesarias para ser persona por la mañana. –Miré yo la hora en mi reloj. Eran las diez y media. Al día siguiente nos levantaríamos a las nueve.
-¿No vas a tener suficiente con diez horas y media? –Pregunté extrañada.
-Teniendo en cuenta que todavía tengo que volver a mi casa y levantarme mañana todavía más temprano porque la Uni está más lejos de donde vivo… -Vale, ya pillaba por dónde iba…
-–Puedes usar mi cama esta noche. Yo voy a dormir en la de mi vecina. No puedo dejar a los niños solos por la noche en su casa aunque viva en la puerta de enfrente. -Se lo ofrecí sin más. –He pillado la indirecta.
-Jajaja. Gracias. –Rio suavemente. –Pues voy a acostarme ya si no te importa. No me tengo en pie. –Dijo pasando a mi lado saliendo de la cocina. –Buenas noches.
-Si necesitas algo. Llámame, ya sabes donde estoy. –Dije antes de cerrar la puerta de mi casa para irme a la de mi vecina. Lo dejé sentado en la cama quitándose los zapatos.

Fue meterme en la cama y antes de posar la cabeza sobre la almohada, ya estaba dormida. Que por cierto, era muy dura y alta. Llevaba todo el día con el cuello fastidiado por la noche de ayer en la que no podía moverme de postura para no despertar a Mario y Rafael. Había sido un día muy largo. Agradecí mi aplastante cansancio, habría sido más agotador todavía haberme quedado pensando en Bryce y lo que estaba haciendo con Aaron además de olvidar el dolor de cuello y la incómoda almohada. Cuando pensé que llevaba ya horas y horas de plácido sueño, escuché unos golpecitos tímidos y leves. Como susurros en mita de la noche. ¿Con lo cansada que estoy y me despierta un sonido tan bajito? Mi cuerpo no se aclara. Me quedé dentro de la cama analizándolos y pensando qué podrían ser y de donde podrían venir. Los golpecitos cesaron. Decidí no prestar mucha atención y seguir durmiendo. Cuando volví a adquirir mi postura volvieron a sonar. Esto es ya un cachondeo… Me levanté medio dormida y atiné a ponerme sólo una babucha. La otra estaba perdida por alguna escondite secreto de la habitación. Teniendo en cuenta que la única parte activa en ese momento de mi cerebro era la motora, ni se me ocurrió la idea de buscar la babucha ni tenía la parte GPS encendida. Por tanto, hubiera sido un fracaso total. Cuando llegué al saló al salir por el pasillo, toda una proeza teniendo en cuenta que iba pegando traspiés, los golpecitos volvieron a cesar.

Los segundos que vinieron después que pasé creyendo que me había levantado para nada, se me hicieron eternos. Tímidamente otra vez pero con más intensidad, volvieron. Tardé en reaccionar porque estaba pegando una cabezada de pie y con los ojos abiertos. Capaz y todo de haber alcanzado una etapa muy avanzada del sueño y la fase REM y haberla interrumpido de golpe… Eso no podía ser bueno. Seguro que no. Entonces, como por arte de magia, pues seguía sin saber la procedencia del extraño sonido en mitad de la noche, se me ocurrió que podría ser alguien llamando a la puerta. Fui a abrirla para que acabara ya el musical. La abrí sin más. Sin pararme a pensar quién pudiera estar detrás. Si era algún indigente pidiendo dinero, testigos de Jehová intentando conseguir afiliados, la niña de la curva o los del departamento de inmigración. Agradecí al menos que sabía dónde me encontraba entre tanta confusión recién levantada. Aunque me llevó un rato pensarlo. El tiempo que me llevó abrir la puerta, mirar detenidamente a la figura frente a mí y averiguar quién era. Y no fue poco tiempo precisamente. Cuando uno está en una especie de estado intermedio entre sonambulismo y lentitud inusual y excesiva para reaccionar, aquello fue poco tiempo para descubrir que era Aaron.

-Buenos días. –A él mi cara despierta durmiente le resultó divertida. A mí seguramente me producirían ganas de chocarme contra el espejo. Tal vez esperaba una respuesta por mi parte, pero simplemente me quedé mirándolo haciendo una fuerza inhumana por mantener los párpados levantados. Que muchas veces caían. –Puesto que no me invitas a pasar… Toma. –Y me colocó frente las narices a dos palmos de distancia de mi cara lo que reconocí como un objeto no volador no identificado. Sí, un reconocimiento que no determinaba qué era el objeto, pero al menos sabía que lo era. Aaron me miraba riéndose por lo bajini, seguía encontrando gracioso mi estado. –Puesto que veo que no reaccionas, es tu móvil, te han mandado un mensaje. No iba a decirte nada pero pensé que podría ser importante. Como la madre de los niños. –Yo seguía mirando el ladrill… digo… móvil con cara de pasmada. No se me ocurrió mandar la acción al cerebro de levantar el brazo y flexionar los dedos para cogerlo. Demasiado que me tenía en pie. Y así, hablando del rey de Roma, uno de los niños apareció por detrás de mí. No lo sabía, lo deduje porque Aaron salió a su encuentro.
-Mario. ¿Qué pasa? ¿Te hemos despertado? Lo siento. –Me giré y vi a Aaron agachándose y poniéndose en cuclillas frente a Mario. Que estaba frotándose un ojo con un dedo. Incluso así Aaron le sacaba dos cabezas.
-Tengo sed. –Respondió no menos dormido que yo. Ja.
-Pues vamos a la cocina a por agua. –Respondió Aaron levantándose y cogiendo de la mano a Mario, al que guio hasta la cocina. Aproveché para cerrar la puerta e irme a dormir. Soy una mala niñera, pensé, tengo sueño, y me dormí. Me sumergí en una impenetrable oscuridad de la que no pude salir más.

A la mañana siguiente me desperté por culpa de una cortina mal colocada y una orientación solar y de la ventana de la sala, muy oportunas. Vamos, que me daba el sol en la cara. Cambié de posición y me di cuenta de que no era mi cama. ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor. Estaba acostada en el sofá arropada con una calentita funda nórdica. ¿Cómo había llegado hasta allí? Bah. Da igual. Me levanté, me puse una babucha mal puesta y busqué infructuosamente la otra. Ya la habría perdido por el salón… Después la buscaría. Bebí agua porque tenía la boca seca y después, arrastrando el nórdico, me fui a la cama doble de Rachel. Aunque cambiando de postura en el sofá podía evitar que me diera el sol de lleno en los ojos, el salón estaba demasiado iluminado para mí. No había persiana para el salón.  El dormitorio estaba a oscuras, perfecto. Cogí carrerilla y me lancé sobre la blandita cama como si fuese una cama hinchable. Haciendo el salto del ángel durante mi trayecto en el aire. Pero aterricé sobre algo que se movió bajo mi por el impacto. Me eché a un lado de la cama asustada y lo vi. Si quedaba algo de sueño en mí, desapareció de golpe. Era Aaron.

-¡Oh! ¡Lo siento Aaron! ¡No sabía que estabas ahí! –Lo miré. Estaba durmiendo bocabajo con la cabeza mirando hacia el lado contrario a mí. Se empezó a remover y estirarse en la cama. Lentamente.
-Mmmm. Que sepas que me has despertado por tus gritos, no por tu allanamiento de espacio personal. –Y se giró por completo para mirarme a mí. La habitación estaba en penumbra, iluminada sólo por los cuadraditos de luz que se colaban por la persiana, pero era suficiente para ver con nitidez nuestros rostros. Tenía los ojos entrecerrados. -¿Qué pasa? –Hablaba lentamente, pensando con dificultad cada palabra.
-No pasa nada. Me estaba mudando del sofá a la cama y me dio por lanzarme a ella. Lo normal vamos. –Y entonces me di cuenta de lo absurdo de la situación. -¿Qué haces tú aquí? –Yo estaba sentada en la cama a su lado. Mirándolo despertar poco a poco.
-¿No te acuerdas de nada? –Dijo tras terminar de estirar cada músculo de su cuerpo. Alargando los brazos y las piernas más allá de los límites de la cama. Hice memoria. Empecé a recodar con dificultad, como si una niebla espesa lo cubriese todo.
-Recuerdo que en mitad de la noche llamaste a la puerta para traerme el móvil. Porque tenía un mensaje. –Dije con la mirada perdida para revivir los hechos mejor.
-De mitad de la noche nada. Que fue a las once. Yo no tengo culpa de que cojas un sueño tan profundo en tan poco tiempo. –Se le veía un pelín mosqueado. Este chico no tiene buen despertar. Aunque claro… también el modo en el que lo había despertado… Demasiado…
-Bueno… No es mi culpa tampoco… -Y cruzamos las miradas. Ya parecía más despierto que antes. O al menos ya tenía los ojos abiertos del todo. –Lo último que recuerdo es que apareció Mario diciendo que tenía sed. Ahí pierdo el hilo. –Retomé la recomposición de los hechos. Nos estuvimos mirando un rato. Yo no tenía nada más que decir y Aaron parecía tener que decir algo, pero reaccionaba todavía lento.
-Pues te quedaste dormida en el sofá. Te lanzaste como aquí ahora. Cuando Mario volvió a la cama me ofrecí a llevarte a la cama. Pero me dijiste que no. Ahí entramos en una extraña discusión tonta. Yo te intentaba convencer para no dejarte ahí durmiendo y tú a mí con que daba igual. –Dios míos… Con la de tonterías que digo despierta… no quiero ni imaginar dormida… - Aunque el argumento de que la almohada de la cama es demasiado dura y alta y te produce dolor de cuello era bastante firme, no me parecía suficiente. Perdí la discusión por tu cabezonería. No iba a llevarte en volandas contigo pegando patadas y puñetazos al aire. Te aconsejo no discutir nunca con gente dormida. –Me indició como nota. Yo asentí a modo de <me la apunto>. No podía pronunciar palabra de pura vergüenza. ¿En serio hice eso? –No, no llegaste a hacer eso. Pero por si acaso. Te pusiste de muy mala leche. - Aaron leyó la incógnita en mi mirada y respondió sin necesidad de que preguntase. -Entonces te llevé el nórdico para que no cogieras un resfriado por lo menos. Después me di cuenta de que estaba encerrado en esta casa y eras tú la que tenías las llaves de la tuya. –Ouh. Olvidé que la cerradura de mi casa se abre sin necesidad de llaves por dentro, haciendo girar una ruedecita, y se cierra sola al cerrar la puerta. -Decidí que lo más inteligente era no volver a entablar conversación contigo hasta que no estuvieses en condiciones para hacerlo. Y me acosté aquí. –Nos quedamos unos segundos mirándonos sin saber qué decir. –Fin de la historia. –Concluyó como coletilla final. Aaron estaba acostado de costado, en una postura cómoda que le permitía mirarme a la cara. Miré la situación. Había estado durmiendo con una manta de franela y un cobertor que encontraría por ahí. Me sentí culpable. 
-Lo siento. Siempre la estoy liando. –Fue todo lo que dije mientras colocaba el nórdico que había traído del sofá de una manera que nos tapara a los dos.
-Tienes razón. –Dijo sin más. Clavando su pupila en mis pupilas. Vaya, eso había dolido. Sé que la lio siempre, pero es duro ver que te lo reconocen. –La almohada es incomodísima. –Zas. Que no se refería a mí… -Demasiado alta y demasiado dura. Si me dejas usarte como almohada, te perdonaré todo. -¿CÓMO? Y lo suelta tan pancho mientras apoya la cabeza sobre su mano, formando un triángulo encima de la almohada. –Jajaja. Qué es broma mujer. Vaya cara que has puesto. ¿Tanto te espanta la idea? –Y su angelical risa desenfada y suave inundó la habitación. Al contrario. La idea me fascinaba. Ese era el problema, porque yo debía pensar sólo en Bryce y empezar a olvidar a Aaron. Misión imposible, como todas las que me propongo…  
-No es eso. Es que me pilló por sorpresa. –Aparté la mirada. Capaz y todo de leerme en el pensamiento lo que acababa de pensar.
-Me conformo con que no te vayas de la cama. – Yo me había quedado de pie, inmóvil frente a la cama al terminar de colocar bien el nórdico. Él se incorporó en ella para traerme de vuelta a las sábanas. Me condujo dulcemente hacia sí. –Ya estamos los dos desvelados. Si vamos a pasar el tiempo hasta que sea la hora de levantarse, mejor aquí. –Y no me soltó la muñeca hasta que no me había metido por completo bajo las sábanas. –Por cierto, no creo que sea costumbre tuya dormir con bufanda. Si te la pones para cubrir el moratón, no hace falta, ya lo he visto. -¡Zas! ¡Eso es romper todo el romanticismo y lo demás es tontería! Yo, a solas con él, en una cama doble de una casa que no era de ninguno de los dos, sorteando el peligro de que los niños a los que cuidaba me descubrieran en la cama con un hombre, que precisamente era mi primer amor y me acababa de decir que acababa de descubrir el chupetón que me había hecho otro tío que no era él. Que era precisamente el que me había hecho un borracho cuando estaba con su hermano gemelo, con el que tengo o tenía una relación. Guay. ¡Reivindico las situaciones absurdas!

-¡No es lo que piensas! ¡Me lo hizo un tipo en el metro que intentó abusar de mí! ¡Te lo prometo! –La cara cálida y amigable de Aaron se tornó fría y de muy pocos amigos. Sus ojos ardían en fuego.
-No me digas que el corte del cuello, la quemadura de tu mejilla y el labio hinchado y roto que tienes te los hizo también él. -La reacción de Aaron fue algo que nunca me hubiera esperado. No porque mostrara rechazo y repulsión al tipo, sino por la intensidad con la que lo mostraba.
-Mas o menos... -Aunque no lo había dicho hasta ahora, sabía con total seguridad que se había fijado en las marcas de mi cara, es imposible no fijarse. Sé que no le di una repuesta clara, pero no era una mentira aunque no fuera toda la verdad. No tenían nada que ver unos con los otros pero no podía contarle la historia de cada uno. El corte de cuello me lo hizo el atracador del parking con su varilla afilada, la quemadura de la mejilla con la bala que disparó, el labio hinchado me lo causó Bryce al darme el puñetazo por interponerme entre él y el borracho que me hizo el chupetón... Guau, pues si que me van a quedar... digamos... recuerdos de esos momentos en la cara...
-Vale. -Fue toda su respuesta. Se le tensaron los músculos del cuerpo y su mandíbula empezó a temblar de pura ira. Nunca lo había visto así. Se levantó súbitamente de la cama y se sentó en el borde, abrochándose los cordones de sus zapatos. -¿Adónde vas? –Pregunté asustada. Aaron no es una persona impulsiva y precipitada. Pero en ese momento reunía todo eso y más. 
-¡Dime quien es el desgraciado ese que lo voy a buscar y cuando lo encuentre, lo voy a hacer más desgraciado todavía! –Fue ahí cuando me di cuenta de que Aaron no llevaba ropa por encima. Sólo los pantalones que traía hoy. Su espalda desnuda frente a mis ojos lujuriosos me distrajo por un momento. Debía mantener el control. A Aaron le había salido una vena asesina hasta entonces nunca vista, y aquello no era buen presagio.
-¿Estás loco? ¡No voy a dejarte ir! –Dije saliendo de la cama y colocándome de brazos abiertos en la puerta del cuarto. Sé que no servía de nada, pero era lo único que se me ocurrió.
-Pues si no vas a cooperar, tardaré más tiempo en encontrarlo. –Dijo tras levantarse de la cama. Ya tenía los zapatos puestos. Cogió su camisa de una silla que había en la habitación y comenzó a abrochársela. Su mirada gélida me congeló. Esto iba en serio. En situaciones desesperadas, soluciones desesperadas.
-¡No tienes que encontrarlo! ¡No hay nada más que puedas hacer! ¡Bryce se encargó de él! Creo que va a ver durante mucho tiempo ya la luz del sol a través de la ventana del hospital… -Y mi solución desesperada pudo con la situación desesperada. Aaron dejó de abrocharse la camisa. A pesar de la ansiedad que tenía yo en ese momento, no pude evitar reparar en su pecho. Marcado por tímidos abdominales y pectorales. Era justo su punto. No demasiado fuerte pero sí musculoso. Su mirada gélida en llamas seguía en sus ojos.
-Bryce no te encontró por casualidad en esa situación. Es imposible tal coincidencia. Él ha desaparecido del mapa y parece ser que está relacionado con eso y con tu gran preocupación de hoy. Dime qué ha pasado. –Oh Dios, esto estaba fuera de lo normal y de lo anormal. El amable y dulce Aaron se había convertido en el autoritario y agresivo ser de ahora. Me quedé callada, mirándolo fijamente. Sosteniendo una mirada que me quemaba. 

Everybody's changing - Keane
–Te he dicho que me lo digas. –Repitió amenazante. No podía mentir. No se me ocurría ninguna excusa. Y además, tampoco hubiera podido.
-Bryce y yo teníamos que arreglar un asunto… -Comencé agachando la mirada y mirándome las manos nerviosas. –Él no quería hablar del tema y salió andando… Yo me molesté y me fui. –Tenía que saber que yo también tenía la culpa. -Me monté en el metro para venir a casa…y… apareció el tipo… yo intenté defenderme y patearle la cara… pero no pude… -era doloroso volver a recordar todo… Cada palabra que salía por mi boca era un dardo envenenado directo a mi cansado corazón. -fue Bryce que había salido en mi busca el que me protegió de el tipo… Después volvimos a hablar y se despidió de mí… No lo he vuelto a ver desde entonces… -Au. Eso dolió. No dijimos nada ninguno de los dos. Cuando volví a levantar la mirada, Aaron ya se había abrochado todos los botones de la camisa. Salió por la puerta del cuarto echándome a un lado con cuidado. -¿Adónde vas? –Pregunté ya sin fuerzas. Las había gastado todas en relatar la historia. Lo seguí por todo el pasillo hasta el salón.
-Voy a buscar a Bryce. Porque… ¿Sabes qué? –Aaron se paró en mitad del salón, se giró y me miró. Ahora el odio de su mirada había desaparecido. Había frustración y dolor. –Tengo cuatro cosas que decirle. Tú estás aquí sufriendo por él porque le ha dado por desaparecer en pleno acto de cobardía. –La expresión de su cara me encogía el corazón. –Odio que la gente pierda las cosas importantes en esta vida por miedo a luchar por ellas. Odio que sólo piense en él. –Dijo con una mueca de desesperación. –Odio que lo hayas elegido a él y te haya dejado tirada. -Hizo una pausa, a él le costaba decir todo aquello tanto como a mí oírlo. Dejaba mucho tiempo entre palabra y palabra, como si ese lapsus lo empleara para autoconvencerse de que tenía que decirlo. Aaron diciendo lo que de verdad piensa y siente. Esto es algo insólito. -Ojalá pudiera decir que yo nunca te habría dejado sola, pero hoy lo hice. Y tú estás mal por él, él es quien puede hacer que vuelvas a estar bien. No yo. Por eso voy a buscarlo. –Y Aaron también perdió las fuerzas al hablar. Se quedó callado, en silencio, mirando al suelo. Incapaz de sostenerme la mirada. Yo simplemente no podía creer lo que acababa de oír. Se me humedecieron los ojos sin saber por qué. Tal vez por el desbordamiento de sentimientos que estaba viviendo en ese momento. Aaron cogió su jersey del brazo del sillón y se dio la vuelta para ir hacia la puerta.
-Aaron, no por favor. No vayas a buscarlo… Por favor… -Y rota, una lágrima me bajó corriendo la mejilla.
-No puedes pedirme eso. –Estaba de espaldas a mí, intentando abrir la puerta. Habló tan bajo que casi no lo oí. Caí de rodillas al suelo. Derrotada.
-Pero si puedo pedirte que no me dejes sola… -Mi voz era casi un hilo. Con las manos en el suelo y la cabeza caída, las lágrimas comenzaron a salir con mayor rapidez y a chocar contra las losas. –Por favor… -O puedo destruirme en mil pedazos. Pensé. Y sin escuchar sus pasos, se presentó frente a mí, se agachó en cuclillas y me elevó la cabeza por la barbilla, con ternura. Secó mis lágrimas recorriendo mi mejilla con su dedo. Muy dulce.
-Sólo si prometes dejar de llorar. –Nuestros rostros estaban a una curta de distancia. Yo miraba sus labios y él miraba los míos.

Aaron se inclinó sobre mí, lentamente, muy despacio, yo cerré los ojos. Esperando recibir su beso. El beso del chico del que estaba enamorada. Mi ángel de la guarda. El que me protege de los mayores daños. No los externos, sino los internos. Pero el beso se materializó en mi frente. No estaba decepcionada. ¿En qué mundo paralelo hubiera hecho eso él? A ver si me entraba en la cabeza que era inalcanzable, que él pertenecía a Ashley. No quería ver otra escena entre ellos para hacerme otra vez a la idea. Me cogió en sus brazos como si fuese un delicado bebé y me llevó a la cama. Me tendió en ella y me arropó. Sin decir nada, se quitó la camisa y los zapatos y se metió a ella. De pronto me surgió la necesidad de saber algo. Yo estaba tendida bocarriba y Aaron usó mi vientre como almohada, que se acostó de lado hecho un ovillo. Hizo lo que me pidió de bromas hace apenas un rato. Tal vez no era tanta broma en realidad… Yo me puse a acariciarle el pelo.

-Otra condición para no irme era no tener que romperme el cuello. –Dijo seriamente como repuesta al silencio. ¿Por qué tenía que justificarlo? ¿A quién quería engañar? Le apetecía y punto. Pregunté si más yo también.
-Aaron. ¿Por qué viniste hoy a buscarme a casa? Dime la verdad. –Quería conocer el verdadero motivo. No hubo respuesta en un tiempo. Yo no le metí prisa. Seguí jugando con su pelo. Su cabeza se elevaba y bajaba por el movimiento de mi vientre al respirar. –Tienes mi número de teléfono. Podrías haberme llamado. –Dije para hacerle ver que seguía esperando.
-No es lo mismo por teléfono que en persona. Pero mentiría si te dijera que era por una mera consideración. Si te soy sincero. No sé por qué vine. Sentí una tremenda necesidad de verte, saber que estabas bien y decirte que lo sentía. De pronto, estaba enfrente de tu casa. Me encontré en el portal a alguien que salía y aproveché que tenía la puerta abierta para ir directamente a tu puerta. Estuve llamando sin obtener respuesta del interior. Y cuando volví a darme cuenta, llevaba casi cuatro horas ahí esperando cuando apareciste. –Cuatro horas… Eso es mucho tiempo, pensé. Podría haber dicho que me sorprendí al oír aquello. Pero no lo hice. Aaron siempre me había estado cuidando.
-Gracias. –Dije sin más.
-No las des. Entre los motivos que mueven a una persona a hacer algo, siempre hay uno egoísta sin el cuál no se realizaría la acción. –Y giró la cabeza parar mirarme directamente a los ojos. –Vine por ti. Y eso no hay quien lo quite. Pero principalmente vine por mí. No soy tan bueno como tú crees. Soy bastante egoísta.
-Pues entonces gracia por ese tanto por ciento en el que lo hacías por mí. –Respondí sin querer cambiar de opinión. Testadura. Volvió a acomodar su seria cara en mi vientre.
-Por cierto. He encontrado una babucha en el suelo. Casi me mato con ella al resbalarme. Deberías recogerla. –Me volvió a mirar a los ojos y me guiñó un ojo con la expresión del Aaron que yo conozco.

Y ahí acabó la conversación. Yo no pude pegar ojo y creo que Aaron tampoco. No sé decir cuánto tiempo estuvimos así. A veces me parecen horas y otras veces, segundos. Cuando el reloj de cuerda del salón anunció las nueve, tardamos cinco minutos en levantarnos. Fuimos los cuatro a mi casa, a desayunar como el día anterior. Pero afortunadamente yo había rellenado la despensa y el frigorífico y no comimos como los pobres. Tostadas de pan que descongelé con jamón y aceite para todos. Es caro el jamón serrano aquí en Estados Unidos, pero lo disfruté mucho más compartiéndolo con todos. A los cuales les encantó. El desayuno fue muy animado. Mario contó la escenita de ayer y Aaron relató todo lo ocurrido, desde los golpes de la puerta hasta que lo aplasté con mi salto mortal con lujo de detalles. De una manera preparada para hacer gracia y hacerlos reír. Los niños se divirtieron como enanos. Y Aaron y yo también. A las nueve y media ya habíamos acabado todos. Aaron se fue con los niños a que se vistieran, por eso de que eran todos hombres y tal, y yo me quedé lavando los platos. A las diez en punto, estábamos todos listos y la madre de los niños entrando por la puerta de casa.

Ese día me puse un chaleco de cuello vuelto. Porque no quería recordar cada momento que fuera consciente de que llevo bufanda del momento de anoche. Yo le pedí a Aaron que esperara dentro de mi casa. Cuando me llevé a los niños a la suya, les pedí como top secret entre los tres que no debían decirle nada a mamá si querían volver a ver a Aaron. Aceptaron de buena gana y yo sentí por primera vez que Mario, Rafael y yo conectábamos. Gracias a Aaron. Tal vez si no hubiera tenido a los niños a cargo, habría salido corriendo tras de Bryce ese día y ahora estaríamos juntos, pero también era cierto que si no hubiera tenido a cargo a los niños, no habría pasado esta maravillosa noche con Aaron. Lo que tiene que pasar, tiene que pasar. A veces será bueno y otras malo. Pero lo que no falla es que siempre dentro de todo lo malo hay algo bueno, y dentro de todo lo bueno hay algo malo.

Los niños salieron corriendo a dar un beso a su madre nada más verla aparecer al otro lado de la puerta… Qué barbaridad… Va a pensar que lo han estado pasando mal y por eso se alegran tanto al verla… Mi sorpresa mayúscula vino después.

-¿Cómo os lo habéis pasado con Valeria? ¿Os gusta verdad? –Estaba agachada en el suelo abrazada con cada brazo a un hijo. Se la veía cansada de toda la noche pero con muchas ganas de ver a sus niños.
-Sí. Nos lo pasamos muy bien con ella. –Respondió Rafael. Con los ojos cerrados rodeando el cuello de su madre con un brazo
-Nos gusta mucho. –Dijo Mario al igual que Rafael.

A mí se me encogió el alma al verlos. Fue el único segundo en el que me gustaron los niños, en general. Eso me había llegado al alma. Raquel me dijo que mañana iba a ser el último día que me tuviera que encargar de los niños. Tenía que venir a las ocho. Que su hermana estaba mejorando notablemente y la subirían a planta. En parte me dio pena. Me había gustado estar con ellos al fin y al cabo. Pero eran mis vecinos. Leche. Sólo tenía que cruzar el rellano para verlos. Cuando Raquel se levantó, me agaché yo para despedirme de los niños.

-Acerté. Te dije que volvería. –Me quedé impactada. Esas fueron las palabras de Rafael al despedirme de él hasta hoy por la noche. Tardé un rato en reaccionar ante la incredulidad. En su tremenda inocencia, pensó que Aaron era Bryce. Normal. Son gemelos. Ni siquiera caí en la cuenta de que podrían confundirlos. Pero a mí me había hecho muy feliz. Fuera asentimentalismos. Mi corazón se hizo pequeñito y abracé cálidamente al mocoso aunque se hubiera equivocado de cabo a rabo.

Aaron y yo fuimos a la Uni justo después. Nos presentamos los dos juntos en la sala de profesores con el Sumter. Vi la negativa en sus ojos al verme a mí y a mis intenciones y vi la resignación al ver a Aaron y sus intenciones. Supuse que ya estaba informado de mi casi expulsión y de la magnífica actuación de Aaron en mi favor. Salió sin necesidad de llamarlo y tras un frío <Acompáñeme señorita, que ya es hora de que haga usted el examen> lo seguimos los dos hasta el aula de prácticas. Aaron me estuvo esperando fuera hasta que acabé. Le di un cordial agradecimiento y unas disculpas al profesor Sumter al salir, que me las devolvió con un asentimiento de cabeza. Esperamos a que se perdiera por el pasillo para empezar a hablar.

-Bueno. ¿Cómo te ha ido? –Preguntó cuando echamos a andar dirección a la salida. Era la primera vez que habló en inglés desde ayer. Respondí en inglés.
-Genial. Oficialmente tengo que esperar hasta el miércoles para saber las notas, pero he visto lo que ha apuntado en su cuaderno. Tengo un nueve. Y porque no ha querido ponerme el diez. –Respondí orgullosa. Íbamos caminando tranquilamente por los pasillos iluminados por patios interiores de la Uni.
-No esperaba menos de ti. –Fue su respuesta. Cuando llegamos al coche me miró expectante a que yo dijera un plan.
-Estamos de vacaciones y no tenemos nada que hacer. ¿Adónde quieres ir? Dímelo y te llevaré. Preferiblemente que se pueda llegar en coche en no demasiadas horas. –Habló desde el otro lado del coche, apoyado sobre el techo.
-Je… Sí, sí, de vacaciones, de vacaciones… -Respondí irónica. -Aquí a la menda le han cambiado el turno en la tienda porque ya no tengo más clases. –Qué gracioso… Vacaciones decía…
-Vaya. ¿Cuánto tiempo tenemos? –Preguntó decepcionado.

Cogí mi móvil para mirar la hora. Entonces vi que tenía un mensaje nuevo sin leer. No lo había abierto desde anoche que vino Aaron a traérmelo. Se me va la cabeza… Lo abrí. Era Tori mandándome su número de teléfono. Sonreí para mí. <¡Hola Valeria! Te pondría mi número escrito, pero ya aparece en el remitente del mensaje. Busca un hueco para vernos pronto. :P> Que chica tan encantadora. Miré la hora. Eran 10.52.

-Pues nada. En treinta minutos tengo que estar allí. Entro a las once y media. –Puse cara de <Lo siento>. Él puso cara de <Jo>. Bastante graciosa por cierto. –Vente si quieres hoy a las ocho a casa. A esa hora tengo que quedarme con los niños. Hoy es la última noche. –Le ofrecí como alternativa. Su rostro se iluminó por la noticia.
-Estupendo. Allí estaré. Vamos, te llevo al trabajo. –Dijo abriendo la puerta del coche. Arrugué la cara. No quiero que se tomen siempre la molestia de llevarme y traerme a los sitios.
-Sé, lo que estás pensando poniendo esa cara de desagrado. Pero si no te llevo vas a llegar tarde. Además, si hasta hace un segundo estaba diciéndote que podía llevarte a cualquier sitio… ¿crees que me supone una molestia? Si además me parecerá que hay demasiado poco tiempo de aquí a la tienda. –Qué capacidad de convicción tiene este chico. Y de detectar lo que piensa la gente. –Anda vamos. –Apremió montándose de una vez al coche. Vio que me lo estaba pensando e hizo lo mejor que se hace en las ocasiones en las que una persona duda, obligarla.
-Está bien. Pero no me gusta que la gente sienta que tienen que llevarme a algún lado por cortesía o deber moral sólo porque no tengo coche. He cogido de siempre el metro y no me supone una molestia. –Fue lo primero que dije nada más entrar y sentarme.
-¿Crees que soy de las personas que hace algo por cortesía o deber moral? –Se me quedó mirando antes de arrancar, con las cejas levantadas y la cabeza inclinada a modo de <Anda que las cosas que tienes…>. No tuve ni que pensarlo. La repuesta era NO. Claramente. Retiré la cara a modo de <Ya lo sé, ya lo sé, no te regodees más a mi costa>. Y ahí acabó el tema.

Condujimos hablando de trivialidades y banalidades. En veinte minutos estábamos ya en el sitio. Karem no había llegado a la tienda todavía cuando yo llegué. Fui a ponerme el uniforme de dependiente y ella entró por la puerta. Venía tan sonriente y feliz… Ojalá yo.

-La vida es maravillosa. ¿No crees? –Entró diciendo como una mariposilla aleteando suavemente sus alas mientras gira alrededor de multicoloridas flores. Puse los ojos en blanco.
-Oh sí. –Dije suspirando. Iba a hablarle de la muerte, destrucción, guerra, hambre, enfermedades, injusticias y sufrimiento que hay en el mundo, pero me lo guardé para mí. No quería amargar su felicidad.
-A ver, qué es ahora… -Y se cruzó de brazos mirándome con cara de situación. Me hizo gracia el <ahora>. Una forma de decir que siempre es algo.
-No quiero que cambies tu visión de vida. Pensar que es maravillosa es genial. Cuéntame mejor por qué vienes tan contenta. –Dije tras cerrar la taquilla. Ella se aproximó a la suya y la abrió para sacar la ropa.
-Bueno, pero después me cuentas lo que te pasa. –Y acto seguido, empezó a sonreír de oreja a oreja al recordar lo que la hacía tan feliz. Ojalá yo… -¿Recuerdas cuando te dije que había una persona que me gustaba pero que no estaba segura de si yo le gustaba a ella y tal? –Dijo mientras se quitaba el jersey. –Pues llevo tiempo saliendo con ella… -Me miró con cara de <Siento no habértelo dicho antes>. –Yo la miré consternada. Cogí aire con fuerza en esa manera que se hace ver que estamos enfadados, pero me cortó. –Calla, no digas nada. ¿Recuerdas también que te dije que había quedado el día que Bryce vino a buscarte y que por eso no tenía por qué llevarme a casa? –Se pausó un momento. –Pues era…
-¡AAAAAH! ¡Qué contenta estoy! –Y le salté al cuello para abrazarla dando botes de alegría. -¡Jo tía qué bien! –Empecé a emocionarme, se me humedecieron los ojos y aproveché que no me veía la cara para secármelos y todo. Últimamente estoy yo más aprensiva de lo normal. Pronto estábamos las dos rotando sobre nosotras dando botecitos abrazadas.
-Bueno, bueno, un momento, voy a ponerme el jersey, que estoy pegando botes aquí en sujetador mujer. -La solté, la miré y me empecé a reír.
-Jajaja. Cierto. Sigue, sigue. –Y me senté en una silla para seguir hablando mientras ella seguía de pie en la taquilla.
-Siento no habértelo dicho antes. Pero es que quería darte la noticia cuando viera que era todo verdad y no un sueño o una ilusión. –Lo comprendía. Lo comprendía perfectamente. –Bueno, pues hoy vengo tan contenta porque… ¡me invitó ayer a perdernos del mapa esta semana en su casa de montaña!
-¡Oh tía! ¡Eso es maravilloso! –Pegué un salto de la silla y todo. Me sentía tan feliz de saber que Karem es feliz… -Ve sin problemas, yo hago los turnos por ti en la tienda.
-Muchas gracias Valeria, pero no te preocupes, ya he hablado con la dueña, me ha dado permiso para irme estos cinco días, sólo que no cobraré. –Dijo sonriente. Yo asentí. -Ahora sólo tengo que darle la noticia a mis padres. Me voy mañana y vuelvo el sábado. Sé que no les hará gracia, pero como trabajo, tengo mi dinero y soy mayor de edad, no pueden reclamarme nada. Para discutir prefiero decírselo con las maletas en la puerta. –Eso ya no lo dijo tan sonriente. Más bien preocupada. –Bueno, y a ti qué te pasa. -Concluyó al terminar de vestirse. La convencí para contárselo al final del día alegando que era una historia muy larga. Y lo era. Pasamos la tarde muy ocupadas. El aumento de las compras por la cercanía de Navidad era muy notable. Se me pasó el tiempo muy lentamente. Karem metida en su mundo de felicidad y yo en el mío de confusiones. 

Al salir acordamos en ir a comer a algún sitio y empezar la conversación con la barriga llena. No comía nada desde el desayuno cuando salimos a las cinco. Empecé a contarle con tranquilidad lo que pasó desde que Bryce me recogió en la tienda hasta ahora en un McDonald’s, irónicamente. A ella se le había apetecido una hamburguesa y tras decirlo, a mí también. Cuando nos sentamos con las bandejas en la mesa, vi conveniente empezar. Pero antes le mostré mi cuello y mi morada marca. Horrible y feísima. Me estremecí al recordarlo… Qué asco… Y era el primer que tenía el honor de estrenarme el cuello… Tristemente ese era la menor de mis preocupaciones en ese momento. Ojalá hubiera sido lo mayor. Indicaría que no tengo nada más grave que me persiga…  Karem me miró primero sorprendida, flipando en blanco y negro, como los colores del moratón.  Abriendo mucho los ojos y la boca como si no me creyese capaz de eso, como si ya fuera muy adelantada yo en mi relación… Inocente… Le dije que todo a su tiempo, que ya llegaría a esa parte de la historia. Asintió impaciente. Le hablé de la hermana de Bryce y Aaron, Tori, que era rubia potente que me estuvo interrogando sin piedad. Flipó en sepia al enterarse. Lógico, muy normal lo que hizo Tori no era… la verdad…  Pero todavía le quedaban más cosas con las que flipar.

Le conté el esquivo comportamiento desagradable de Bryce al hablarle de Aaron, mi marcha al metro, mi encontronazo con mi vecina y sus hijos  y el incidente con el borracho. Se lo narré con pelos y señales. Desde que impactamos en el suelo hasta que salimos por la puerta del metro. Con lujo de detalles. Ella me miraba con los ojos muy abiertos y sin poder pronunciar palabra. <No me digas que lo del cuello…> Antes de que acabara Karem la frase, yo asentí con la cabeza. Se llevó las manos a la boca. Empezó a flipar en colores. Su cara se tornó a algo ente triste, enfadada y preocupada. Sí, triste por mí, enfadada por el otro y preocupada por que pueda volver a pasar algo semejante. Le expliqué que Bryce me dejó justo después con el argumento de que no era bueno para mí. Ella seguía con el susto metido en el cuerpo por lo de abusador. Me salté el trozo de la visita a la casa de Bryce, la discusión con Aaron y la búsqueda por los McDonald’s, y pasé a lo importante. Continué con que Bryce está desaparecido, nadie de su familia o amigos saben nada de él. Aaron ha pasado la noche conmigo y va a volver a hacerlo hoy. Ahora Karem flipaba en fosforitos con el giro de los acontecimientos. Sí, había pasado de tener una relación con Bryce a dormir con Aaron. Aunque no hubiéramos dormido exactamente, compartimos cama.

-Ni en los mejores cines. –Dijo tras callarme al finalizar la historia. –Normal que estés así. Te mueres por Aaron, ni puto caso, Bryce se te echa encima. Te mueres por Bryce, ni puto caso, Aaron se te echa encima. ¿Cómo lo haces? –Preguntó totalmente extrañada. Es algo que yo todavía me pregunto…
-Mi vida, tía, mi vida… Pregúntale a ella, porque va por libre, no tiene nada que ver conmigo y lo que quiero o siento. –Tssss.  
-¿Y qué es lo que tu quieres? ¿Volver con Bryce o que siga desaparecido para que te brinde una oportunidad con Aaron? –Justo la pregunta que tanto he estado esquivando este tiempo. Justo. En el clavo. Me quedé mirándola, callada, en silencio, pensando. Ella sin prisas dio un sorbo a su bebida y mojó las patatas en kétchup.
-No lo sé Karem, no lo sé. Solo quiero un poco de estabilidad en mi vida. Esto parece una maldita montaña rusa. Estoy mareada de tantas subidas y bajadas. Tanto con uno como con otros. De no saber lo que quiero. De cambiar continuamente de deseos, sentimientos y pensamientos. –Le di un buen bocado a mi hamburguesa. Lo pagué desgarrando el pan. Que se joda.
-Dime una cosa. Cuando estás con alguno de los dos, ¿piensas en el otro? –Esa respuesta no tuve que pensarla.
-No. Cuando estoy con alguno de los dos, olvido todo lo demás. –Respondí sinceramente. Y era cierto. Quería creer.
-Valeria, amiga, a ti lo que te pasa es que te gustan los dos. Pero no se puede estar enamorada de dos personas a la vez. No puede sentir lo mismo por dos personas. –Comenzó hablando pausadamente tras meditar mi respuesta. –Lo que sientes con cada persona es diferente. Siempre. No confundas sentirte muy a gusto con uno con sentirme muy atraída por otro. No confundas creer que una persona es perfecta para ti, que es todo lo que necesitas, con necesitarla. Lo primero lo piensas, lo segundo lo sientes. Con lo primero piensas que esa persona está hecha a tu medida. Con lo segundo sientes una irrefrenable necesidad de estar con ella, mirarla, tocarla, sentirla, porque si no estás con dicha persona, te pasas la vida pensando en ella y deseando cada segundo estar a su lado…ya pienses que es tu alma gemela o lo más opuesto al chico de tus sueños. –Parecía que lo dijese más para sí misma que para mí. Karem tenía la mirada perdida en algún punto cuya localización desconocía. Pero tenía toda la razón. –Ten en cuenta que no es lo mismo encontrar a tu chico ideal, que enamorarte. Son sentimientos muy distintos pero que se pueden confundir. –Concluyó mirándome a mí, volviendo a la realidad. Fue la primera vez que dijo chico y no persona. -Sólo te digo que no juegues con los sentimientos de ninguno, y con los tuyos menos. Ahora mismo se ve que estás hecha un lío, pero averigua cuál es tu chico ideal y de quién estás enamorada de verdad. –Hablaba seria, con tono convincente y seguro. Sabía lo que decía. Tenía que empezar a aclararme o entonces todos vamos a escapar mal.
-Gracias Karem. –Y nos cogimos de las manos, estrechándonoslas, por encima de la mesa. Sonriéndonos. –Bueno. ¿Y tú cuándo me vas a presentar a tu chico? –Dije tras guardar un tiempo considerable para no preguntar demasiado precipitadamente.
-¿Qué chico? -Ella me miró totalmente perdida, como si no tuviera ni idea de por quién le preguntaba. La miré extrañada con cara de <¿No es evidente?> Entonces reaccionó. -¡Ah! ¡Ya! ¡Mi chico, sí, mi chico! –Habló más alto de lo normal, nerviosa. ¿Será Leo al final o me habré equivocado de cabo a rabo? A lo mejor las miradas que he visto que ponía cuando él estaba se referían a él como chico ideal y no como persona de la que está enamorada… Yo que sé, pero esas miradas lo decían todo. –Pues si hay suerte y todo va bien, esta misma semana sabrás de quien se trata. –Y me guiñó un ojo totalmente feliz al recordar lo que la esperaba los próximos cinco días.
-Ya estoy impaciente. –Acabé yo también por sonreír. Esta chica tiene la capacidad de poner contento a todo el mundo. Yo siempre lo había llamado “La burbuja de Karem”, cuando entras en ella, todo te parece mejor.

Nos dieron las siete. Yo tenía que irme, tenía que llegar con tiempo a casa para ducharme antes de que llegara mi última noche con los niños y Karem tenía que hacer la maleta, ella salí mañana temprano. Así nos despedimos con un fuerte y cálido abrazo de esos que por mucho tiempo que te lleves, nunca te parece suficientemente largo el abrazo, en el metro, al separarnos en distintas estaciones. Yo le deseé que todo le fuera maravilloso en esos días y ella me deseó lo mejor. Irónicamente un minuto después de despedirme de Karem, mi vecina llamó para decirme que si podía ir a las nueve en vez de a las ocho porque había llegado más tarde del trabajo y tenía que hacer cosas en casa. Le dije que sin problema… Ahora tengo una hora a solas con Aaron. ¿Lo aviso para que venga más tarde o no? Mejor que venga, así damos una vuelta antes de encerrarnos.

Cuando me quedé sola en el metro, no sentí miedo. Nunca he sentido miedo en viajar sola por Nueva York. No me da por pensar la de miles de peligros que podían acecharme y atacarme. Y no era por falta de motivos. Solo que no soy de las personas que le coge miedo a las cosas porque empiecen a pensar que todo va ir mal. Al menos con situaciones físicas. Porque al pensar en situaciones sentimentales, siempre pienso que acabará muy mal. Triste pero cierto.

Me quedé recordando las palabras de Karem. Sus sabias palabras. Empecé a querer distinguir que siento con cada uno y a darle una de las categorías de Karem. Pero no podía. No pensando sentada lejos de los dos. Sólo sé que quiero ver a Bryce volver a estar bien con él, y que me encanta estar con Aaron. Cuando llegué a mi estación, seguía pensando en ello, cuando entré en mi casa, seguía pensando en ello, cuando estaba en la ducha, todavía seguía pensando en ello, y sí, cuando llamaron al timbre de casa estando todavía enjuagándome el pelo, seguía pensando en ello. Sin éxito además. Me recogí el pelo en una toalla, me enfundé el albornoz, me lo mal abroché y ni siquiera me sequé los pies al ponerme mis babuchas de algodón. Casi muero del resbalón que pegué al salir. Corriendo como podía, recogiéndome el albornoz que se me caía, llegué al telefonillo. Me dio tiempo de ver la hora en el reloj del salón. Eran las ocho menos cinco. Vaya, Aaron se ha adelantado. Pensé.

-¿Valeria? –Se oyó al otro lado del auricular cuando descolgué, entrecortado.
-Ahora bajo, un momento. –Respondí rápidamente.

Volví al cuarto de baño, y sin recogerlo ni nada, me desenredé el pelo y me vestí en cinco minutos contados. Lo sé porque eran las ocho en punto cuando volví a mirar el reloj del salón antes de salir por la puerta de casa. Vaya, que él haya llegado antes de lo acordado no significa que yo no sea puntual. A mi hora estaba lista. Unos simples vaqueros pitillos y un jersey, que como no podía ser de otra manera, era de cuello alto. Cogí el móvil, las llaves y unas cuantas monedas. Las escaleras las bajé en un visto y no visto. Vi su silueta de espaldas apoyada contra el portal de la entrada del edificio, con las manos metidas en los bolsillas y una rodilla flexionada apoyando el pie en uno de los barrotes. Pulsé el interruptor que le da corriente para abrir la cerradura y se giró para mirarme al escuchar el sonido.

Cuando lo vi, el corazón se me paró súbitamente para volver a latir desenfrenadamente. Estaba deseando verlo. Al otro lado de la puerta, de pie, callado y mirándome muy serio, estaba Bryce. Había estado deseando que estuviera a mi lado desde el mismo segundo en el que se dio la vuelta para irse y dejarme hace ya dos días. Si algún hada madrina hubiese venido para concederme un deseo, hubiera dicho que quería volver a Bryce para solucionar las cosas con él. Lo ansiaba. Y lo que más quería era estar con él. Pero no ahora. No en ese momento. No a las ocho en punto ese día. Aaron iba a llegar en breve. Y así yo no iba a arreglar mi vida con Bryce. Todo alrededor se congeló. Su mirada, la mía, la gota que me caía por la frente por los vapores de la ducha, mi pulso, su respiración. Mirándonos fijamente, diciendo muchas cosas pero no entendiendo nada. Clavando sus pupilas en las mías. Yo debía sentir rabia, enfado por haberse comportado así, pero como siempre, él tenía la capacidad para dejarme desalmada. Todo el coraje que tenía se me esfumó en un suspiro. ¿Qué va a pasar ahora cuando venga Aaron? ¿Le dirá las cuatro cosas que tiene que decirle? ¿Se pelearán? ¿Discutirán? ¿Por qué siempre la lío? Estoy harta de mi vida y sus importunidades.

Eran las ocho en punto y no tenía nada claro sobre si seguía enamorada de Aaron o lo había confundido con mi chico ideal. Era a las ocho en punto cuando empezaba mi salida a solas con Aaron para averiguarlo. Eran las ocho en punto cuando Bryce volvió a mi vida. Eran las ocho en punto y aquello parecía el preludio al apocalipsis de mi vida. Eran las ocho en punto cuando dejé de tener fe. Eran las ocho en punto cuando un terrible miedo asaltó todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Eran las ocho en punto para un día como otro cualquiera en el mundo. Eran las ocho en punto en una ciudad más, con millones de problemas más y millones de personas más deseando cambiar su realidad. Eran sólo las ocho en punto en Nueva York. Eran las ocho en punto el momento en el que la chica que está saliendo con un chico porque lo quiere, va a encontrarse con el chico del que ha estado enamorada y no sabe si sigue, que además es el hermano gemelo de aquel con el que está saliendo la chica, y que además tiene problemas con ella por desconfianza por culpa del hermano. Eran las ocho en punto, un momento más de los miles de extraños e inoportunos que hay en mi vida.

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