Capítulo 59: ¿Una señal?
Queriendo creer
que así era cómo debían estar las cosas por aquella hipótesis que saqué para no
dejar a los niños solos en su casa y salir corriendo a buscarlo, subimos
arriba. Sin mediar palabra, ellos se pusieron el pijama y yo me fui a la cocina
a hacerles de cenar. Pusimos la calefacción y aquella estancia fría cobró vida.
Les hice unos sándwiches de la crema de cacahuetes que a los americanos tanto
los gusta y les freí unas croquetas que encontré en el congelador. A mí se me
había cerrado el estómago y no tenía ganas de comer. La tele estaba puesta pero
nadie prestaba atención. No era un silencio incómodo, era un silencio de
ausencias. Ausencia de cosas que se pueden decir para animar…
Me llevé a los
niños a mi casa mientras me duchaba. Aproveché para cambiarme las gasas cogidas
con esparadrapo que Bryce me puso del botiquín de su coche. Me dolía más que no
estuviera allí conmigo que el arrancarme el pegamento de la piel y los vellos
de la cara. Pegué un tirón y me la quité de golpe. No quería ir lentamente,
dolía durante más tiempo y me estaba poniendo enferma. Con la del cuello hice
un tanto de lo mismo. Me las curé con mercurio y una gasa limpia. Me miraba en
el espejo y reconocí un rostro apesadumbrado y sombrío que no reconocía en mí.
Me las curé rápido y sin mucho empeño, queriendo escapar de aquella visión
cuanto antes. Iba a dejarme cicatriz, pero no era eso lo que me preocupaba,
sino recordar lo que tenía entonces y no tenía ahora… Salí ya vestida con el
pijama, con estos niños no me atrevía a salir en toalla, que capaz y todo de
volver a ocurrir una situación extraña. Cuando los llevé de vuelta a su casa,
que estaba a tres puertas más allá de la mía en mi mismo bloque, y empecé a
prepararles las camas, me dijeron que querían dormir conmigo. No les puse
ninguna pega, es más, me alegré y todo. Hoy lo menos que quería era una cama
vacía. No sabía el porqué de esa extraña petición, imaginé que tendrían todavía
el miedo metido en el cuerpo por lo ocurrido hoy en el metro.
Pero me
equivocaba, lo supe cuando tras arroparnos los tres en mi cama doble y ver que
teníamos la posición más cómoda para dormir, Rafael me dijo <volverá, ya lo
verás.> No eran ellos los traumatizados… Ya los había acostumbrado yo a
encajar momentos “desagradables”. Supe que en el fondo estaban preocupados por
mí y sabrían que no quería dormir sola. Estaba yo acariciándoles la cabeza a
cada uno con cada mano para que se durmieran, sin saber que lo hacía para mí
misma, para darme calor a mí misma, cuando me sorprendió diciendo eso. Di
gracias por ello. Tal vez estos niños no me habían traído mala suerte al
impedirme ir tras Bryce, tal vez estos niños habían sido una bendición para no
permitir que esta noche yo me autodestruyera sola en mi cama. Lo que tenía que
pasar, tenía que pasar, y no podía echarle la culpa a la presencia de estos
niños.
Esa noche me dormí
al momento, sin pensar en nada, sólo en no parar de mover las manos para
acariciar sus pequeñas cabecitas. A la mañana siguiente me desperté a las ocho
y media y me levanté sin molestarlos, con mucho trabajo, eso sí, puse a prueba
toda mi habilidad en el contorsionismo, y les preparé el desayuno. Lo cual
consistió levantar el brazo, abrir el armarito de la cocina que está en alto,
subir el otro brazo, coger los vasos, bajar el brazo de los vasos, cerrar el
armarito, bajar el brazo que lo mantenía abierto, girarme, dar un paso,
levantar el brazo, abrir la puerta del frigorífico, coger la leche, sacarla,
cerrar la puerta del frigorífico, girarme, dar otro paso, abrir la despensa,
mover el brazo, coger galletas y magdalenas, ponerlas sobre la encimera, cerrar
la despensa, coger la botella de leche, girar el tapón, abrirla, verter la
leche en los vasos, girar el tapón, cerrarla, girarme, dar un paso, abrir la
puerta del frigorífico, guardar la leche, cerrar la puerta, girarme, dar un
paso, elevar el brazo, mover la mano, flexionar los dedos, coger las
servilletas, coger con la mano libre la bandeja, ponerla en la encimera, soltar
las servilletas encima, poner sobre la bandeja los vasos con leche, las
galletas y las magdalenas, caminar hasta la mesa del salón, un paso, dos pasos,
tres pasos, cuatro paso…
Sí, me estaba
obligando a mí misma en pensar todo lo que tenía que hacer en vez de dejarlo en
modo automático mientras dejo volar libre mi cabeza porque no quería pensar en
la noche de ayer. Y sí, se me estaba dando fatal. Y sí, no tenía nada mejor que
ponerles de desayunar. La despensa estaba vacía, el frigorífico parecía un plato
de ducha con rejillas y en mi monedero había un agujero negro.
-¡Venga! ¡A levantarse! Que no quiero que
venga muestra madre y os encuentre durmiendo. No vaya a pensar que sois unos
flojos. –Dije con más energía de la cuenta levantando la persiana de mi cuarto.
Hablaba con fingida alegría y amabilidad. Como si fuera un payaso que intentara
sacar sonrisas a los niños y congraciarse con ellos. Los niños se retorcían en
la cama.
-¡Y qué más da que lo piense! ¡Lo somos!
¡Tarde o temprano tendrá que aceptarlo! –Mario se cubría los ojos con las
manos.
-¡Eso! No va a vivir engañada toda su vida,
por eso cuanto antes se desengañe ¡mejor! –Rafael escondía la cabeza debajo de
las sábanas. Si eran unos mocosos… ¿Qué iban a saber estos de aceptar la realidad
y los desengaños de la vida? En esta sociedad cada vez se nace más viejo…
-Me da igual. Os he preparado el desayuno y
tenéis que tomároslo. –Y puse los brazos en jarra esperando su respuesta.
Abrieron un ojo cada uno, me miraron con desprecio y volvieron a esconder la
cara.
-Nos caías mejor cuando te volvías loca al
otro lado de la ventana… -Eso me dolió. Me quedé un rato callada, recordando.
Aquellos tiempos me parecían ahora tan lejanos… Rafael no fue consciente de lo
que me había dolido eso.
-Venga, que hay galletas y magdalena con
leche. –Seguí hablando con mi buena cara como si no hubiese escuchado nada. –A
mi me caíais mejor cuando pensaba que eráis unos niños obedientes. Me habéis
decepcionado. –Opté por la psicología de la decepción a ver si tocando su fibra
sensible conseguía algo. Y así fue, tras unos segundos de intenso debate
interno entre salir de la calentita y acogedora cama para aguantar a alguien
que no soportaban y comerse un desayuno de pobres a seguir durmiendo en aquel
sitio donde tan a gusto estaban, se fueron a desayunar. Serían muy listos, pero
seguían siendo unos niños. Me miraron somnolientos y pronto los tuve en la mesa
comiendo. Un punto para mí.
-Nos levantamos para que no sigas dándonos
la brasa, no pienses que ha funcionado tu táctica de hacernos sentir mal. –Dijo
el pequeño Mario. Punto menos para mí. Pero mira que eran listos los mocosos
estos… ¿Qué les daban de comer ahora? ¿Grand Suizze en vez de Petit Suizze?
-Vaya, gracias. –Dije sonriendo de oreja a
oreja con los ojos cerrados. ¿Se me notaría mucho la cara de pésima actriz?
A las nueve y media acabamos de desayunar. En
cuanto acabamos, nos fuimos a su casa y ahí estuvimos esperando hasta que
Raquel llegó poco después antes de que dieran las diez. Yo estuve haciendo sudokus,
Rafael dibujando y Mario viendo la tele cuando ella apareció al otro lado de la
puerta. Mi encantadora vecina me lo agradeció enormemente. Le pregunté por la
hermana y la operación. Me dijo que estaba bien por ahora pero que debían pasar
unos días en observación antes de pasarla a planta para ver cómo evolucionaba.
Eso la llevaría estar unas noches más fuera de casa. Yo le dije que no tenía
problema y quedamos en que esa noche volvería a las nueve.
Ese domingo cuando me quedé sola en casa no
supe qué hacer. Decidí que antes de arreglar mi vida, tenía que empezar
arreglando mi casa. Si iba a volver a la normalidad con Bryce, si es que alguna
vez la tuvimos, no pasaría nada si lo hacía unas horas más tarde después de
hacer la compra y limpiar la casa. Si seguía así, las pelusas formarían un
sindicato o una comunidad de vecinos. ¿En serio había podido estar viviendo
así? Creo que la burbuja en la que me había encerrado el tiempo que estuve
“peleada” con Bryce sólo me daba para respirar y no atragantarme con mi saliva.
Porque a aquel estado ni podría llamársele “vivir”. Y es que ni darme cuenta de
las condiciones en las que tenía la casa… Un milagro que me fuesen bien los
exámenes, vamos.
Así que puse la radio, me arremangué las
mangas, me puse la ropa más vieja que tenía y con una fregona en una mano y una
bayeta en la otra me sentí la reina de la casa. A falta de mopa, bienvenida era
una escoba. Se la pasé a todo el suelo de la casa sin dejar un hueco. Moví
sillas, sofás, armarios, muebles, la mesa, la cama y hubiera levantado las
losas para limpiar debajo si hubiera hecho falta también. La fregona dejó el
suelo brillante y reluciente, casi podría haberme visto reflejada en él si le
hubiera pasado una pulidora. En un momento me puse a hacer un solo de guitarra
deslizándome de rodillas por el suelo después de arrojarme a él como una loca
con la fregona en la mano. Movía la cabeza de arriba abajo. En ese momento miré
hacia la ventana, esperaba encontrarme a los niños mirándome sorprendidos y
pensando que ya no estaba deprimida. Me equivoqué. ¿De qué me sorprendía? Lo
que planeo no me sale bien, y lo que me ocurre de la nada siempre es en el peor
momento.
El cuarto de baño quedó reluciente. Me
deslumbraba y todo al ver la luz de la bombilla reflejada en la superficie de
mármol del lavabo. Ni un pelo a la vista, ni una mancha de jabón. En la cocina
por limpiar hasta el recoveco más escondido, limpié hasta los filtros del
extractor. Parecía una cocina nueva después de hacer pasar mi mano de hierro
por ella. Ahora sólo me falta devolverle la vida a la despensa y al
frigorífico… Y a mi monedero también. Me arreglé y salí a la calle dirección al
banco para sacar dinero. Estar sola conmigo misma y mis pensamientos es muy
duro. Estuve pensando en llamar a Bryce una vez colocase en casa todos los
alimentos. Como estrictamente no tenía más motivos por los que preocuparme por
ahora, despejé la mente cantando canciones para mí por la calle de camino al
súper.
Como me atemorizaba marcar el número de
Bryce y descubrir que no cogía el teléfono o colgaría, el tiempo que tardé en
volver a casa después de las compras me pareció demasiado corto. Y eso que
había puesto especial empeño en tomarme mi tiempo con todo. Mirando desde los
ingredientes hasta la fecha de caducidad. Me llevé media tienda casi. Iba a
almorzar y cenar en condiciones por una buena temporada. Mi monedero siguió
dando pena, pero al menos ya mi cocina no. Llegó el momento. El momento de
afrontar la realidad. Saqué el móvil del bolso, me fui a contactos, busqué su
nombre y… me acordé de que no había comido nada desde mi pobre desayuno.
Con el estómago vacío no hay quien afronte
los problemas. Decidí entonces prepararme unas deliciosas empanadas para comer.
No de las que vienen listas para freír. No. Me paré mi tiempo en hacer la masa
de pan y de contenido. Iban a ser de pescado. Que también me molesté en
preparar cuidadosamente. No había prisas. Bryce no iba a aceptarme o rechazarme
porque tardara una o dos horas más. Sí, era una cobarde, y sí, retrasaba lo inevitable.
Pero tenía hambre. Una vez sacié mi apetito gustosamente, me volví a convencer
de que tenía que hacerlo. Cogí el móvil, me fui a contactos, busqué su nombre y
le di al botón de llamar. No tuve que esperar mucho hasta obtener respuesta. Me
salió el contestador. El móvil estaba apagado o fuera de cobertura me comunicó
una voz de mujer robotizada. Vaya, había contado conque el móvil sonaría sin
respuesta o me colgaría, pero no con el contestador. No podía quedarme
esperando a que volviera, y fui al único sitio donde podía ir. Su casa.
No me llevó mucho tiempo tomar esa
decisión. Hoy lo veía todo claro como el agua, como si fuese evidente y no
pudiera ser de otra forma. No sabía por qué, pero no estaba triste. Cuando
ocurrió todo estaba un poco incrédula, dolida, desanimada. Pero si pensaba que
todo se solucionaría, lo más que podía tener era impaciencia porque eso
ocurriese pronto… Y lo pensaba. Nada de preocupaciones o tristeza. Así con paso
firme, volví a montarme sola en el metro, sin miedos, y pronto estuve en la
mansión Domioyi. Que estaba a veinte minutos andando desde la parada. Sí, es lo
que tienen los barrios residenciales ricos, que están muy lejos de todas
partes. Sin pensármelo dos veces y sin necesidad de convencerme de que debía
hacerlo, pulsé el botón del telefonillo con cámara en el que una vez Katy me
prohibió entrar. Esperaba tener más suerte esta vez.
-Residencia de la familia Domioyi. ¿Qué
desea? –Era el mismo saludo con el que me habían recibido la última vez que
llamé al telefonillo. Solo que ahora no era la voz de teleoperadora que me
recibió la prima vez, la de Katy. Esta era más cercana y amable. Me motivé y
todo.
-Hola, soy Valeria Spinoza, venía a… -Y me
la voz al otro lado del altavoz me cortó para hablar.
-Ah sí, pase, la estábamos esperando. –Y la
pesada verga de hierro empezó a abrirse lentamente. ¿Que me estaban esperando?
¿Bryce estaba allí y había dicho que esperaba verme? No quería creer que se
estaba haciendo el duro esperando a que fuera en su busca. No, debía ser otra
cosa.
Caminé por el empedrado admirando el jardín
por el que tantas veces había pasado y en el que tan pocas ocasiones había
tenido de ver en condiciones y admirar en toda su grandeza. Fuentes de
diferentes estilos, a cuál más bonita, varios quioscos de música, senderos
entre arbustos laberínticos, setos podados imitando animales, zonas temáticas
con plantas de distintas zonas climáticas, caminitos de piedras, lagos,
estatuas… Nunca pararía de maravillarme. Me encantaba el jardín de la Uni, pero
adoraba el de la casa Domioyi. Cuando me di cuenta, me encontraba ante las
escaleras de la puerta principal. Los leones a cada lado ni siquiera me
miraban. Pero molaban un huevo. Incluso dos. Subí cada peldaño de piedra y
golpeé con el pomo. Una vez. Al segundo después me abrieron la puerta de madera
como si me hubiesen estado esperando justo detrás. Una dama con el uniforme del
servicio de la casa me esperaba con una cálida sonrisa detrás de la puerta. Con
el pelo negro como el azabache y los ojos verdes como dos esmeraldas. Tendría
sus treinta y pico años, ninguna cana a la vista y mucho menos un afloramiento
de arrugas. Era guapísima. ¿Por qué no
hago nada más que toparme con bellas mujeres que me bajan la autoestima? Dimito…
-Buenas tardes señorita. Los señores la han
estado esperando pero al ver que usted no venía, decidieron comenzar sin usted.
Espero les perdone. –Me trataba con una amabilidad no forzada.
Era la primera vez en mi vida que recibía
este trato. Con su cálida sonrisa, la mujer se excusó por todos y me invitó a
seguirla. ¿Qué señores? ¿Empezar qué? Ahí había algo que se me escapaba. Había
estado un par de veces en aquella casa y no había visto ni una quinta parte de
lo que era. Al menos reconocí el gran salón en el que Bryce me ofreció una vez
salir con él si lo manteníamos en secreto. Me reí para mis adentros. Qué lejos
quedaba ya aquel tiempo… Han pasado tantas cosas desde entonces… La amable
mujer me presentó al entrar y se marchó tras despedirse con otra cálida
sonrisa. Allí estaban sentados alrededor de la mesa Liam, Leo y Tori. Ni uno
más ni uno menos. ¿Me estaban esperando? Ahora sí que tenía seguro que me esta
perdiendo algo.
-¡Hombre! ¡Benditos los ojos que te ven!
–Leo se levantó de su asiento nada más verme aparecer por la enorme puerta de
madera con cristales. Se encaminó hacia mí con los brazos abiertos a modo de
“Aleluya”. Tuvo que rodear toda la alargada mesa.
-¡Te habíamos estado llamando pero no
respondías las llamadas! Nos asustaste. - Liam se alegraba de verme, lo vi en
su cara. Pero había reaccionado tarde para darme la bienvenida, así que decidió
quedar en su asiento tras un amago de levantarse que hizo.
-¡Valeria! ¡Al fin! Sentimos no haberte
esperado lo suficiente. Ya creíamos que no vendrías. -Tori estaba de espaldas a
mí y se giró en su silla tras las voces de Leo. Ahora llevaba la brillante y
abundante melena negra y lisa que le caía por toda la cabeza como una cascada
infinita con la que la recordaba en sus fotos. Era muchísimo más guapa de lo
que ya parecía en ellas.
Estaba más perdida con lo que estaba
pasando que una letra en un sudoku. Por entonces, ya Leo había llegado hasta
mí, y no había ido andando a paso lento, para exagerar su efusividad había ido
ligerito, la verdad, pasa que la sala era bastante amplia. Había que ir con
paciencia para desplazarse de un lado a otro. Me rodeó con sus brazos y me dio
unas palmaditas en la espalda cortésmente. Se apoyó en el suelo con una
rodilla, cogió mi mano delicadamente, hizo como que me iba a besar en los
nudillos pero se besó su dedo gordo. Como los caballeros de la época
victoriana. Qué le gusta a este chaval una escenita… Lo miré escéptica.
-Bienvenida, princesa. –Dijo con una voz
empalagosa que me hacía sangrar los oídos.
-Dios, Leo, me has puesto los vellos de
punta. –Dije con cara de asco. Mirándolo todavía en el suelo, agarrando mi mano
con fingida cortesía.
-Ese es el plan. –Y me guiñó un ojo con el
que me volvió a entrar otro repelús que me recorrió todo el cuerpo.
Espeluznante.
-No creo que nos refiramos exactamente a la
misma reacción. –Y no pude contener mi cara de repulsión hacia ese ser extraño
al que estaba imitando. ò_ó ¡Era absurdo! ¡Estaba en esta casa para venir a
buscar a Bryce porque me había dejado ayer por un cacao mental que él tenía en
su cabeza y me encuentro con que me estaban esperando sin yo saberlo para que
ahora Leo me lance indirectas en su juego sin comprensión!
-Eso está demás, bella flor, si consigo mi
cometido. –Volvió a poner esa mirada de Don Juan que había perdido unos
segundos intentando aguantar la risa ante mis expresiones. Con las cejas
levantadas y la sonrisa picarona. Escalofriante.
-¿Ensayando para alguna obra de teatro? –No
me extrañaría que afirmara. La verdad… Este es de los que no saben con qué
sorprendente.
-Sí, para la de “Tomemos el pelo a Valeria”
–Dijo levantándose del suelo y dejando caer mi mano mientras se daba la vuelta
y volvía caminando a al mesa dándome la espalda como si tal cosa. Se giró a
mitad de camino y me sacó la lengua juguetonamente. Típico. Yo intento dejarlo
tirado y él lo aprovecha para dejarme tirada a mí…
-No le eches cuenta, Valeria. Ya lo
conoces. Me ha estado contando cuánto le gusta estar contigo y lo mucho que se
divierte con vuestras competiciones. –Dios… A saber lo que habrían contado…
Tori se había levantado de su silla y se fue a mí para abrazarme tiernamente.
En un segundo estaba sentada a la mesa junto a ellos. –Avisaré a Sarah para que
te ponga de comer. –No se volvió a sentar, emprendió el camino al pasillo para
avisar de la noticia una vez me acomodó en mi sitio.
-Espera, un momento Tori. Yo ya he comido. –Hablé
rápidamente para que no tuviera que alejarse mucho y volver a recorrer la larga
distancia del salón. Se paró en seco y me miró desilusionada.
-Oh vaya, quería que probaras la carne
ensobrada sobre huevo agitado y astillas de pan y la pasta aserpentinada con
tomates acebollados en fusión tan buenos que prepara Sarah… -Puso la vos
tristona y los ojos y las cejas caídos mientras volvía a la silla. No me enteré
de nada ¿Que quería que probara el qué? Aquellos nombres eran demasiado snob y
sofisticados para mí. De restaurante caro pero de platos poco abundantes.
Aunque no desconfié en ningún momento de que trajera gran cantidad, para saciar
a Liam y Leo no es suficiente un exquisito sabor. -¿Seguro que no quieres nada?
¿Estás llena? ¿Algo de beber? –La miraba con cara de disculpa.
-No, lo siento Tori. –Me dolía rechazárselo
con esa carita de ángel, pero no me apetecía nada. Mis deliciosas empanadas me
habían llenado por completo.
-Bueno, no pasa nada, no te sientas
obligada. –Dijo ocultando su desilusión tras una amplia sonrisa. Ahora que
caía. ¿Sería Sarah aquella amable mujer que me había atendido al telefonillo,
abierto la puerta y guiado hasta aquí? La había escuchado nombrar varias veces
antes. Fue la que cuidó a Bryce y Aaron en ausencia de sus padres. Sin duda
debía ser ella. Se le veía el amor y el cariño rebosante por todos lados.
Sonreí tiernamente en mis pensamientos. Liam me sacó de ellos.
-Si llegamos a saberlo, no te esperamos
tanto tiempo para comer… -Dijo Leo con cara de desprecio. Dios, algún día me
gustaría verlo siendo él, sin actuar. Aunque tal vez no sería él si no actuara.
-Te has perdido un gran manjar Valeria.
Sarah cocina de maravilla. Es una pena que no lo sepas, porque deberías
arrepentirte por el resto de tus días. –Liam giraba la cabeza a modo de
reproche.
-¡Pero si a mí nadie me ha avisado! Sé que
me tenéis por una chica lista y tal, pero de ahí a adivina no llego. –Ya me
había estresado tanta ignorancia. No tenía ni idea de lo que hablaban. Liam y
Tori miraron a Leo acusatoriamente. Él parecía haber sido el encargado de
avisarme. Y había fallado.
-¡Cómo que no! ¡Te he llamado varias veces
y dejado varios mensajes! Yo no tengo culpa de que no eches cuenta al móvil. - Se
estresó ante haber fallado en su responsabilidad. Se echó hacia adelante en la
mesa, en la cual ya no había platos porque ya habrían sido recogidos, para
mostrar más convicción.
-¿Y a qué número lo has hecho? Que yo sepa
nunca te he dado el mío. –Respondí extrañada. ¿Él también lo había investigado
de mi expediente en la Uni? No lo veía yo para tanto…
-Ya sé que no me lo has dado. Pero me
llamaste una vez y lo guardé entonces. –Entonces comprendí todo. Ahora era yo
la que había ganado el punto y ni siquiera había tenido que hacer nada. Empecé
a reírme descabelladamente. Con descaro. No podía parar ni intentar ser menos
escandalosa. Todos en la habitación me miraban como si estuviera loca. Hablé
para que todos empezaran a reírse conmigo y fuera Leo el que mirara al resto
desconcertado.
-Yo sólo te he llamado una vez en la vida,
¡y lo hice desde un teléfono público! Jajaja. –A pesar de recordar aquella vez
en que yo buscaba desesperadamente a Bryce esperando como una loca tener
noticias de él, no paré de reírme. -¡Has estado invitando a comer a una cabina
telefónica! Jajaja. –Y tal y como supuse, Tori y Liam se unieron a mis
carcajadas, viendo como Leo nos miraba pasmado. Cuando más lo miraba, más me
reía. Tuve que secarme las lágrimas con las manos. Al fin calmé un poco. Tori y
Liam seguían riendo. Todos a costa del fallo de Leo. -¿Recuerdas cuando me
cambiasteis de tema descaradamente en el estanque antes de caerme para no
decirme que me habíais visto en las revistas con Bryce? Esto es el karma. –Dije
apuntándolo acusatoriamente con el dedo. –Ya te llegará a ti también. –Y
desplacé el brazo para apuntar a Liam. Que me miró sin echarme demasiada
cuenta.
-Bueno, y si no estás aquí por eso. ¿Por
qué has venido? –Dijo enfadado encogiéndose en su silla. Que por cierto, tenía
reposabrazos y era acolchada por la espalda y el asiento. Ostras, lo había
olvidado por completo. Él quería cambiar de tema y lo había conseguido, ahora
todos me miraban expectantes e intrigados.
-Ve apuntando mientras tu número en mi
móvil. Que no me fio más de este personaje. –Liam me pasó su móvil y le echó
una mirada graciosa a Leo. Era un SmartPhone enorme. Una pantalla gigante y
táctil de una calidad increíble. Ni mis ojos ven los paisajes así. Qué triste…
Me fui a los contactos y apunté mi número, sin prisas, ganando tiempo para
pensar qué decir. Le entregué el móvil lentamente, disimulando que quería ganar
tiempo al improvisar un desmesurado cuidado.
-Pues había venido a buscar a Bryce. –Dije
tan pancha. Era la verdad. Sólo había omitido los motivos. Se me quedaron
mirando sin saber qué decir, al igual que yo a ellos. Se miraron
interrogativos. ¿Ninguno lo sabía?
-No lo sabemos. Nosotros sólo nos hemos
presentado aquí de imprevisto para visitar a Tori. Te avisamos para que vinieras
con nosotros sin saber quién había en la casa o no. –Respondió Liam
sinceramente. Con cara pensativa. Leo asintió y Tori también. Guay. Bryce
estaba en paradero desconocido. Lo que yo quería… Sentí que la alegría que me
inunda siempre al ver a mis dos chicos preferidos, se desvanecía en un momento.
-¿Habéis montado una fiesta sin mí? –Una
voz ronca, de recién levantado, emergió de la garganta de Aaron, al otro lado
de la puerta por la que yo entré minutos atrás. Con cara de haber estado
durmiendo mucho tiempo y todavía en pijama, se estaba frotando los ojos. ¿Por qué estaba tan jodidamente irresistible?
Para comérselo a besos.
-¡Aaron! Todavía no ha llegado la
primavera, aun es invierno. Sigue hibernando, nosotros te avisamos. –Liam se
levantó a darle unos golpecitos en el brazo para despertarlo. Y mira que hay
distancia separándolos y tiempo en llegar hacia donde estaba él… Pues Aaron
todavía seguía frotándose los ojos sin reaccionar. Se asustó incluso y se miró
las manos desorientado. ¡Tan tierno!
-Bah… Me voy a dormir. Sólo venía a ver
quién tenía tanto jaleo formado aquí abajo. Me habéis despertado con tanto
escándalo. –Y se dio la vuelta adormecido todavía para volver a su nido. Qué
propio él. Jajaja. Él no tiene nada que ver con nadie. A su bola él es feliz. Y
eso es lo que me enamora de él.
-¡Quieto parao! –Y se paró. Más por flojera
que por obediencia. Leo hablaba como un militar al mando desde la mesa. Se
levantó y con paso firme se dirigió hacia él. Lo asió de los hombros y lo
condujo a un asiento. Justo a mi lado. Lo sentó ayudado de Liam, que retiró la
silla de la mesa. Me seguía resultando gracioso que siguiese aturdido. Abrió
los ojos y miró sorprendido a su alrededor, como si no recordara nada de lo que
había pasado y se hubiera teletrasnportado por arte de magia de la puerta a la
silla. Qué Aaron este… Me miró reconociendo el lugar, giró la cabeza para
seguir mirando, y volvió la vista a mí. Antes me había mirado, pero ahora me
había visto.
-Hola. –Dijo como si nada. ¿No veía raro
que estuviese allí? Aunque tal vez no estaba mentalmente despierto todavía como
para darse cuenta de ello. Exacto, volvió a dormirse. Con los ojos abiertos.
Dando cabezadas al aire. Impresionante.
-¿Cuántas horas lleva durmiendo? –Pregunté
impresionada. Tori fue la que me respondió entre levantamientos de hombros que
indicaban ignorar la respuesta a mi pregunta.
-Pues ayer estuvimos viendo una peli juntos
y se quedó dormido a la mitad. Sobre las doce. Ya estoy acostumbrada, pero
nunca dejaré de sorprenderme por guiarlo andando a la cama mientras está
dormido para no recordar nada al día siguiente de eso. –Y lo miró
maternalmente, con ternura en sus ojos de hermana mayor. Debía ser duro para
ella vivir tan distanciado de ellos. Se palpaba en el ambiente que los quería
con locura. –Pues yo creía que Bryce estaba contigo. Valeria. –Tori reanudó el
tema que habíamos pospuesto por la aparición estelar de Aaron. A mí se me había
olvidado ya.
-No… Por la noche nos separamos. –Seguía
sin mentir. Sólo ocultando motivos. O al menos quería creer para sentir que
tenía menos delito mi omisión de verdad.
-Aaron, despierta, Bryce no aparece desde
ayer por la noche. ¿Sabes algo de él? –Tori se veía preocupada. Tenía entendido
que eran normales las desapariciones de Bryce. Aaron reaccionó lento.
-No. Sabes que coge el coche o la moto y va
a cualquier parte. Siempre que le pregunto dice sitios distintos. –Impresionante.
Se despertó de repente y su cara dejó de mostrar rostros de adormecimiento
mágicamente. Tori se acercó al teléfono fijo que había en una lujosísima cómoda
y marcó lo que pensaba que era el móvil de Bryce. Yo esperaba incluso más
expectante que ella. Para esperar otra negativa…
-No responde. Tiene puesto el contestador
automático. –Su cara de desilusión antes de hablar ya me había quitado
cualquier duda. Me levanté de la mesa. No muy seria ni preocupada, no quería
alarmarlos.
-Pues nada. Me voy a casa. Quiero repasar
unas cosas. Me quiero acercar mañana a la Uni a ver si me pueden hacer el
examen que no pude hacer. Gracias por todo. –Me levanté de la mesa con una
sonrisa de agradecimiento.
-Oh vaya, si es por eso te dejamos. Porque
ahora íbamos a irnos a la sala de juegos a pasar la tarde. –Dijo Tori volviendo
a su asiento.
-Sin problemas. Otro día que estemos todos
me invitas y vamos. –Me disculpé con una sonrisa que le bastó por entonces.
-Buah, si viene Valeria yo no vengo. –Dijo
Leo en tono pasota. Niño chico… Seguía mosqueado por lo de la cabina
telefónica…
-¡Venga ya Leo! ¡Si seguro que ya estás
buscando un día en el calendario para planearlo! –¡Vaya con Liam! ¡Él aprovecha
para picar a cualquiera!
-¡Anda! ¡Cállate! –Y le lanzó una bola que
hizo con la servilleta justo a la cara. ¡Diana! ¡Qué velocidad y precisión! Eso
sí, en la mano de Liam que estaba justo delante del centro de su cara. Estos
chicos son la monda.
-¡Casi! –Liam estaba en racha hoy. Jajaja.
Los dos se levantaron para iniciar un forcejeo cariñoso. Los estuvimos
observando unos segundos, pronto pasamos de ellos.
-No sé si ofrecerte un coche y un chofer
para volver a casa. Gastón se quedó muy sorprendido cuando rechazaste que te
llevara al trabajo. –Tori me miró dudosa y divertida. Oops, lo recordaba. Pobre
chofer.
-Tú estabas dentro, montada, ¿verdad?
–Seguro que era ella la sombra oscura que vi tras los cristales tintados.
-Sí. Era yo. Pensaba presentarme entonces
allí y charlar juntas de camino al lugar. Como personas normales. Pero me
pareció muy sospechosa tu reacción y se me ocurrió el plan de disfrazarme.
Pensé que me conocerías por fotos. Por eso tardé tanto en llegar a la tienda.
Ya había acabado tu turno casi. Pero tenía que camuflarme. – Sus ojos azules me
parecieron más azules que nunca. –Ahora sé que puedo confiar en ti y que tus
intenciones son sinceras y buenas. -Me sonrió confidencialmente. Era una chica
muy peculiar, pero encantadora. A mí por lo menos me tenía encantada.
-Prefiero ir dando un paseo por la ciudad.
Quiero despejar la mente. –Y con mi mejor sonrisa rechacé nuevamente su
ofrecimiento. El día que verdaderamente necesitara un coche, no me lo
ofrecerían y yo no sería capaz de pedirlo. Pero eso era un futuro hipotético, y
yo vivía en un presente real. –Nos vemos otro día, chicos. Cuidaos y no os
matéis en mi ausencia, me gustaría veros de nuevo. –Me paré en mitad del salón
y los miré.
-Eso tendríamos que decirlo nosotros. Que
seguro que los rasguños que traes han sido por una imprudencia. –Liam, que
estaba retorciéndole el brazo a Leo, se paró por un momento y habló. -No te
habrá dado por asaltar la jaula de los leones del zoo ¿No? –Liam sacó su
sonrisa divertida.
-¿Para que necesito leones del zoo teniendo
a la Uni enterita para mí? Ya me entreno allí como domadora de fieras. –Lo miré
con una mueca. –No te preocupes. –Liam empezó a reírse.
-Tú no entiendes Liam. Eso o es que le ha
pasado un camión por la cara o es genético. –Leo, que estaba agarrando la
cabeza de Liam con las dos manos, también se paró un momento y habló.
-Gracias chicos, sé que siempre puedo
confiar en vosotros para que me animéis. –y les sonreí irónicamente. Tori salió
a mi encuentro.
-No les hagas caso. Estás guapísima como
siempre. ¿A que sí Aaron? –Y lo miró esperando encontrar su apoyo en él. Por un
momento se me paró el corazón al esperar su respuesta. Olvidé que seguía
dormido. No hubo más respuesta por su parte que mirar a Tori desorientado. Como
si no se hubiese enterado de nada. –De verdad… Que casa de locos… Voy a
acompañarte. –Tori vino conmigo hasta la puerta principal a pesar de haberle
dicho que no era necesario. Les hice un gesto con la mano a todos los
habitantes del salón antes de irme. Una especie de saludo militar pero con sólo
dos dedos. -Ven a verme pronto Valeria. Esta es tu casa. Le voy a coger tu
número a Liam y te mando después un mensaje con el mío. –Me sonrió tiernamente
Tori en la puerta principal. Nos abrazamos como amigas del alma. Con lo alta
que es y lo bajita que soy, tuve que ponerme de puntillas y ella encogerse un
poco. Si es que la belleza y la altura en esta familia viene en herencia…
-Y tú llámame cuando quieras. Si es en
horario de metro, estoy en menos de una hora. –Y reí para darle gracia a mi
chiste sin gracia. Una gracia que ella tampoco vio. ¿Es que esperaba que
funcionara mi táctica y todo? Bah… Para qué me haré pregunta de las cuales no
quiero saber la respuesta…
-Por supuesto. –Fue su respuesta.
Cuando bajé las escaleras de piedra de la
puerta principal, que no era corta precisamente, entre los dos leones que la
flanqueaban, me giré y me despedí por última vez con el brazo. Tenía curiosidad
por saber por qué no me habían reparado antes en las vendas de mi cara. Tenía
una tirita en la mejilla, pues la quemadura de la bala no abarcaba tanto
espacio, y una gasa con esparadrapo en el cuello, que se escondía más por el
pelo. Tal vez lo veían como un rasguño accidental, sin mayor importancia. Y es
que era lo más normal pensar. ¿Cómo podría creer que adivinarían que habían
intentado matarme de un disparo y eso era el rastro de la bala? Sí, saben que
me pasan cosas poco frecuentes, pero de ahí a eso… Hay que tener la mente muy
perversa. Y así, pensando en tonterías, hice los veinte minutos de camino hasta
la estación de metro. Andando por aquel maravilloso barrio residencial de lujo.
Mirando los castillos, palacios y palacetes a ambos lados de la carretera.
Ocultos tras verjas de hierro, que permitían ver el interior, gigantes setos
con flores que no permitían ver nada o vayas de madera finísima. Pero ninguna
mansión por espectacular que fuera, lo era más que la Residencia Domioyi.
Y así, mientras mi consciente se quedaba
hipnotizado con aquel lugar de ensueño, mi subconsciente estaba trabajando
pluriempleadamente en aquello que más le traía por la calle de la amargura en
ese momento. Bryce. Así, sin darme cuenta, de repente. Como cuando estás
totalmente ido en algún sitio, ignorando todo, absolutamente todo a tu alrededor,
pronuncian tu nombre, que es lo único que has captado de todo el exterior y te
despiertas. Así fue como yo lo supe. Bryce se despidió de mí un sábado a las
diez y diecisiete minutos de la noche. Yo supe dónde estaba el domingo
siguiente a las cuatro y tres minutos de la tarde. ¿Cómo no me di cuenta antes?
Si me lo había dicho el mismo día que desapareció… Con palabras textuales. <Si
alguna vez desaparezco, búscame por
algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de
chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más.>
Sólo tenía dos cosas en mente en ese momento. Primero. Tenía que hacerme con un plano de
todos los McDonalds de la ciudad. Segundo. Esperaba que Bryce tuviera un
apetito insaciable y no se hubiera llenado de helado todavía.
Y así, la vida, caprichosa
como siempre, tentó mi voluntad. Tras echar a correr a toda velocidad hacia el
metro para encontrar un ciber o una biblioteca para buscar la dirección de
todos los McDonalds de Nueva York en algún ordenador con conexión a internet, decidida
como si no hubiera estado tan segura de algo en mi vida, la casualidad quiso
jugarme una mala pasada. Solo estaba esperando a que me determinara por algo
para hacer que cambiara de opinión. Junto a la boca de metro. En su flamante
coche. Como si la vida fuera bella y color de rosa. Sonriendo como si no
hubiera un mañana y tan arrebatadoramente irresistible como nadie. Me estaba
esperando, con el brazo apoyado sobre la ventanilla bajada y la otra mano en el
volante. Mirándome con los ojos entornados; feliz y radiante, se encontraba el
reclamo de mis sueños al otro lado de la acera. Aminoré el paso, andaba
aturdida. No habría imaginado nunca encontrármelo ahí. En demasiado poco tiempo
ya estaba a su lado. Y no sabía qué hacer. Había tomado una decisión, pero vida
sin sentido se había encargado de complicarme la existencia una vez más. Ahora
que ya no sentía nada más que ternura y cariño, me lo colocaba como por arte de
magia ahí, frente a mí, como si él no tuviera nada más que ojos para mí y el
resto del mundo desapareciera inundando yo todo sus sentidos.
-Te he estado
esperando. -¿Debía tomarme esto como una señal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario