Capítulo 58: Modo “pause”
Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.
¡¡LA HERMANA DE BRYCE!! Era hermosa en fotos y cuadros, pero en persona era
deslumbrante, sencillamente cegadora. ¡Y me había hecho un interrogatorio sobre
mi relación con Bryce! ¿Y si había metido la pata? ¿Y si mis respuestas no le
gustaron? ¿Haría todo lo posible para separarnos a los dos? ¿Y lo imposible?
Aún peor… ¡Oh dios, cuanto más pensaba más me daba cuenta de la hipotética
realidad que se podía hacer verdad y más motivos encontraba para salir
corriendo de allí! ¿Y si quería que perdiera todo contacto con sus dos
hermanos? Estaba viendo pasar por delante mi vida en ese segundo. Fue gracioso,
porque en las múltiples ocasiones que he estado al borde de la muerte desde que
llegué a Nueva York, nunca la había visto. Tal vez no era mi vida lo que más
temía perder. Mi tiempo se acabó en cuanto me incorporé ayudada por su mano.
Actué con total serenidad aunque por dentro estuviera estallando un volcán.
-Gracias. –Fui lo único que
mi fingida serenidad me permitió decir. Algo era algo. ¿Qué diantres le decía? ¿Encantada
de conocerte, yo soy Valeria? ¡Ya me conocía! ¿No hace falta que me presente
pues ya me conoces, soy la dependiente de la tienda a la que has bombardeado
hoy a preguntas? ¡Demasiado defensivo! ¿Hola? ¡No era suficiente! ¿Tú no eres
la chica de hoy de la tienda? ¡Ese podía valer! Pero Bryce se me adelantó.
-¿Te has teñido el pelo de
rubio? –Dijo él como si el hecho de que yo no me hubiese presentado no
importase. Algo que agradecí. Solté la mano de Tori, que en mi ensimismamiento
no lo había hecho todavía. Cierto, ahora que recordaba, en las fotos y cuadros
siempre la había visto con una abundante melena negra como las pupilas de los
ojos.
-Es una peluca. ¿Pero a que
me sienta bien? –Y sonrió de oreja a oreja para guiñarle un ojo coquetamente.
Yo flipaba en colores, no…, en fosforitos. –Anda, venga, te lo cuento en la
mesa, que tengo hambre y seguro que Valeria también. –Me miró amablemente. Yo
no sabía cómo mirarla. Le dejé el muerto al “como me saliera, salió”.
Tori era un completo
torbellino. Llena de energía y vitalidad. Nos arrastró a Bryce y a mí hacia la
mesa, sin darnos tiempo a hablar. Ella hablaba por los codos. ¿A quién se le
ocurrió decir alguna vez que ella y yo nos parecíamos? No sé en qué éramos más
diferentes, si en el físico o en la personalidad… Estaba eso todavía por
descubrir. Él y yo permanecíamos callados observando todos sus pasos. Yo
asombrada y Bryce en plan pasota, acostumbrado al hiperactivo modo de ser de su
hermana. Hablaba de cómo le había ido el viaje, lo cansada que estaba y cuánto
echaba de menos Nueva York. Sólo estaba alargando el tiempo de empezar la
explicación que tenía pendiente. Fue pedir al camarero lo que queríamos comer y
habló. Yo pedí un revuelto de setas con huevo, ajo y jamón. No me costó mucho
decidirlo, nada más verlo, mi estómago se enamoró a primera vista.
-Bueno Valeria, creo que te
debo una explicación. –Dijo apoyándose sobre sus dedos entrelazados, apoyada
sobre sus codos. Me miraba suplicante. Se le había cambiado totalmente la
expresión de la cara. Yo esperaba callada.
-¡Al fin dejaste de
cotorrear como un loro para centrarte en algo importante! –Bryce si no lo
decía, reventaba.
-¡Cállate de la boca! ¡¿Qué
forma es esa de hablarle a tu hermana mayor?! –Y misteriosamente Bryce se
calló. La miró asesinamente solo. Tori se sorprendió.
-¡Guau Valeria! ¡Me lo
tienes domado! ¡Así! ¡Duro con él! Necesita un poco de disciplina. Es la
primera vez que se calla sin rechistar o protestar. Creo que podré confiártelo
con seguridad cuando me vaya. –Y sonrió rebosante de alegría y felicidad. Sabía
que tanta efusividad no era fingida. Eso se nota. Y la suya era totalmente
natural. Qué alegría ser así de feliz…
-Bueno, tampoco te pases.
–Bryce ya había cogido su postura de <todo me importa una mierda>, la
cuál era apoyarse con la axila en el respaldo de la axila y dejar caer el brazo
por detrás.
-Vale, vale, lo pillo.
–Dijo cerrando ahora los ojos al asentir de nuevo sonriendo. No paraba. –Lo que
iba diciendo. Valeria, lo siento, perdóname. En cuanto vi las fotos de las
revistas supe que esto era algo importante. –Dijo mirándome a mí,
profundamente. Pero se giró para continuar con Bryce. –Pensé que debía venir
cuánto antes para valorar yo misma la situación, así que esperé dos días a que
mi marido volviera a salir de viaje de negocios para tomar el primer vuelo a
Nueva York. –Bryce la miraba irritado. Para no variar. Ya sabía que estaba
casada, pero la veía tan eternamente joven, que me parecía imposible que ya
estuviera atada a un hombre. –Valeria. –Dijo volviendo a mí. –No te lo tomes a
mal, no lo hice con mala intención, sólo quería saber si podía confiar en ti.
Sé que mis preguntas pudieron ofenderte y estarás sorprendida por todo esto
pero permíteme que te diga que aquí la sorprendida soy yo con tus respuestas.
Espero que no estés enfadada. –Sus palabras eran sinceras. Tenía el rostro muy
serio, se la veía preocupada. Aguantaba la respiración esperando mi respuesta.
-¿Por eso te has disfrazado
de Barbie? ¿Para que no te reconociera? Me entero por el guarda de que has
vuelto a casa esta mañana temprano sin avisar, salgo rápidamente a buscarte, no
te encuentro y era porque estabas bombardeando a preguntas a Valeria en su
trabajo para ver si es buena chica…Ya no sabes con qué sorprenderme… -Y Bryce
dijo esto último moviendo la cabeza de un lado a otro en modo de reprobación.
Estaba bromeando. Tori lo miró y pasó de él. ¡Con qué estilo lo hacía! Ella
volvió a dirigir su mirada hacia mí.
-¿Qué me dices Valeria?
–Desde el <gracias> que dije por ayudarme a levantarme y el nombre del
plato que quería para comer, no había abierto más la boca. Creo que ahora
tocaba el momento.
-Sí, todo fue muy chocante.
Pero no me conocías, no puedo sentirme ofendida al creer que pensabas mal de mí
cuando lo único que estabas haciendo era recabar información para poder pensar
algo de mí. –Era cierto. No me había engañado ni mentido en ningún momento.
Sólo ocultado información, eso no cuenta como mentira. –Es normal desconfiar,
yo también lo haría. Aunque nunca se me habría ocurrido hacer eso. Mejor
investigar descaradamente que dejarse llevar por prejuicios. –Vale, había dicho
lo que pensaba en un modo muy suave. Y no me estaba quedando a gusto. Tenía que
decírselo claro. –Pero también existe eso de conocer a las personas con el
trato diario… Tú sabes, eso que suele hacer la gente. –Iba a acabar con un
<la gente normal>, pero ella me había caído bien a pesar de lo raro de la
situación, y no era yo precisamente la mas “normal” para decirlo.
-Ya… ¡Pero no es tan
emocionante! –Ahí tenía razón. –Además, contaba con el factor sorpresa, si
intentabas aparentar algo que no eres te había pillado sin un plan premeditado.
–Dijo guiñándome un ojo amigablemente.
-Ya… Pero si soy una
experta manipuladora el factor sorpresa no habría estado en mi contra, y habría
clavado el papel. –Y sonreí a cambio. Bryce nos miraba alucinando aunque
intentara ocultarlo, lo conocía demasiado bien ya como para no saber su estado
real.
-Como mi madre… -Escuché
decir a los dos a la misma vez. Lo dijeron para dentro, para sí mismo, en un
tono casi inaudible, pero lo escuché. Sentí un escalofrío. No quería conocer a
esa persona. Tantos comentarios y noticias negativas sobre ella… Nos quedamos
un momento en silencio. Pero sólo por un momento.
-Me gustas Valeria. Y sé
que eres sincera, que no finges. –Me lo dijo cálidamente, apoyada todavía sobre
sus codos. Eso sí que no me lo esperaba. –Esas cosas se notan.
Mi corazón sintió paz.
Tenía la aprobación de su hermana. En es momento la comida llegó, a los tres a
la vez. Guau, para no hacer esperar a nadie mientras los demás ya tienen su
plato. Aquí sí que saben. A mí casi se me caían dos lagrimones al ver ese
suculento y maravilloso plato de setas revueltas. Era lo mejor que había comido
e iba a comer en mucho tiempo. Tanto examen final me había dejado sin tiempo
para elaborar una comida en condiciones. Se me quedaron mirando como si
estuviese loca. Yo los miré como si los locos fueran ellos. Bryce puso los ojos
en blanco, Tori se divertía y yo me moría de hambre. Lo probé y los dos
lagrimones se me salieron de los ojos. No pude contenerlos por más tiempo.
¡Estaba exquisitamente delicioso! Pero no era por eso, es que estaba ardiendo y
me quemé hasta el cielo de la boca. Tenía la lengua en llamas. Me bebí medio vaso
de limonada, que era lo que había elegido para beber, y la acidez del limón me
causó aún más dolor en la zona irritada por la quemadura. Lo que se llamaba
echar ácido en las heridas… Eso sí, al menos dejó de quemarme y me lo pude
tragar. Cuando mi boca quedó vacía al fin, me quedé encogida por completo y con
las manos tapándome los labios. Las lágrimas me salían a borbotones. Por un momento sentí que podía expulsar fuego, lava y magma por la boca. Estaba muriendo lenta y dolorosamente entre terribles sufrimientos.
-Quema, ¿no? Jajaja. –Fue
el comentario bribón de Bryce. Que se estaba riendo de mí en mi cara. Yo lo
miré lanzándole dardos venenosos por los ojos, pero los esquivó todos.
Maldición… Tori me miraba angustiada sin saber qué hacer para aliviar mi dolor.
–Tori, ahora que no puede hablar, aprovecha y cuéntame que dijo sobre mí cuando
le preguntaste. –Lo decía para chincharme, con cara de granuja. Tenía tan mala
leche por el dolor de paladar que tenía que cogí un cuchillo y lo clavé en el
espacio que había entre los dedos de su mano, que estaba apoyada en la mesa. Se
me quedó mirando atónito. Bien.
-No podré hablar, pero no
me he quedado manca. –Dije a duras penas tapándome todavía la boca con la mano
que me quedaba libre. Se me escuchó con dificultad y tardaron los dos unos
segundos en reaccionar, no sé si por mi comportamiento o porque no entendieron
lo que dije, pero el mensaje había llegado, que era lo que importaba. Aunque ahora que me paro a pensar, ¿y si he sido demasiado brusca y me he pasado? Tal vez había separado la línea de las bromas. Por un momento se me congelaron las constantes vitales, todo lo que había podido ganar con Tori hoy podía perderlo ahora en un segundo en el que no había pensado por mí misma y me había dejado llevar por un impulso. Los miré expectantes con un soplo de vida.
-Valeria, por favor,
resérvate, el número de los cuchillos es para esta noche cuando me tengas atado
a la cama. –Bryce sabía que me sacaba de quicio que mis acciones no tuvieran
las reacciones que esperaba. Por eso me saltó con esa broma. Además que lo hizo
con una actuación maestra. Mirando de lado a lado, nervioso por que alguien de
la sala se hubiese enterado. Lo había conseguido, me había puesto aún más de
mala leche.
-Jajaja. Jajaja. Jajaja.
Jajaja. Jajaja. –Tori estalló en carcajadas. No eran escandalosas, vulgares o
de mal gusto. Era una canción celestial escucharla reír así. Totalmente
adorable. Con lo poco que la conocía, y ya me tenía enamorada, como Ashley. Recuperé el aliento, no me miraba mal por ello. De
repente el dolor de boca se alivió y mi mala leche se esfumó. Risa que quita
todos los problemas. Contagiosa y divertida. Pronto los tres estábamos riendo. Todos
nos miraban raro, pero yo a eso ya estaba acostumbrada. –Sois fantásticos,
chicos, de verdad. –Tras un rato, pudo calmarse. –Tranquila Valeria, nuestra
conversación es secreto de sumario, no diré nada. –Volvió a sonreírme en esa
manera cercana y cálida que tanto me gustaba. –Y ahora ten más cuidado al
comer.
-Dios las cría y ellas se
juntan… -Bryce se dio por vencido. Yo me sequé las lágrimas del dolor y la risa
y soplé la siguiente cucharada antes de metérmela en la boca. -¿Quién más sabe
que estás aquí?
-Sólo Aaron, madre y mi
marido. Que por cierto, ¿por qué no ha querido venir Aaron? ¿No le dijiste que
íbamos a comer todos juntos? –Vale, momento incómodo dónde los haya. Por muy
hermano que fuera, Bryce no invitaría a de quien yo estaba enamorada.
-Él ha salido hoy con
Ashley. Ella quería que lo acompañara a no sé dónde. – ¿Eso quería decir que lo
habría invitado si hubiera podido o así evadía la respuesta de si lo había
avisado…?
-Am. Así no lo encontré yo
hoy al llegar a casa. Quedaré después para verlo. Tengo muchas ganas de estar
con él. –Y Bryce, como preveía, evitó el tema con otra pregunta.
-¿Cuánto tiempo vas a
quedarte? –No me gustaba el tono serio que había adquirido la conversación. Al
menos yo me deleitaba profundamente con mis setas.
-¿Acabo de venir y ya
quieres echarme? –Tori imitó una indignación ficticia. Dejó en el aire el
tenedor con comida que iba a llevarse a la boca, lo miró consternada y se puso
una mano en el pecho y todo.
-Sabes que no. Deberías
venir más veces. Te eché de menos en Acción de Gracias. –Oh, esa espinita se me
clavó a mí, más hondo de lo que ya estaba cuando me la clavé en su día.
-Lo siento. Teníamos la
cena con la familia de Richard. -¿Richard? Si antes dijo marido, se referirá a
él. Imagino. -¿Cómo fue? –Por favor, si continuábamos así la espinita que
acabaría matando.
-Yo dormido con fiebre y
Aaron con la familia de Ashley. –Au. Eso seguía doliendo aunque ya lo supiese.
Bryce hablaba ahora frío como el hielo. Estaba presenciando el momento de vacío
de dos miembros de la misma familia.
-Me quedaré aquí por un
tiempo. Le diré a Richard que si quiere venir a pasar unos días aquí. Lo he
decidido. –Vaya, eso la hacía muy grande. Bryce seguía con la mirada baja. No
mostró alegría ni asombro. –No he venido solo como una hermana celosa a vigilar
a su cuñada. –Dijo mordiéndose la lengua juguetonamente. Tan adorable. Sus ojos
eran del mismo color que los de Bryce y Aaron. Idénticos. Y pensar que antes
usó lentillas grises… Menudo sacrilegio.
En ese momento el camarero
nos trajo la carta de postres. Todos habíamos terminado de comer. Yo estaba
llena, pero al abrirla y ver las fotos, el estómago se me reorganizó para
dejarle hueco a un suculento tiramisú. Ojalá el resto de partes de mi cuero
fueran también tan inteligentes…
-Yo me voy ya. Tengo cosas
que hacer. Le perdonaré la vida al guarda por chivarse de que estaba aquí. Si
no, no habrías sabido de mi llegada y no me habrías invitado a comer con
Valeria. –Dijo levantándose y colocándose bien la falda. Me miró tiernamente
otra vez. Yo le gustaba. Se le notaba. Y eso me hacía muy feliz. Ella era un
encanto. –Vuelvo a pedirte perdón nuevamente. No te crees una mala imagen de mí
y piensas que todo lo que hago es una táctica para investigar y sacar
información. De verdad, no soy así. –Si era como yo, la duda de si pensaba eso
cuando estuviera con ella la perseguiría siempre. Pero no lo pensaba. Aunque si
iba a andarme con pies de plomos a partir de ahora. Que no lo haga con la
intención de investigar no significa que no recoja información al analizar lo
que hago y digo. Debería estar muy nerviosa por ello, es lo normal cuando sabes
que alguien te está analizando, pero con ella sólo me salía ser natural.
-No te preocupes. Y estás
perdonada. –Tras mi aprobación, se despidió de Bryce y la vi marcharse por le
caminito de piedras con unos tacones de infarto. Eso era estilo y lo demás
tontería. Incluso andaba diferente a la tienda. Era una gran actriz. Lo
patético es que yo me había caído estando totalmente plana.
-Bueno, ¿qué quieres hacer?
–Bryce me miró. Tenía una expresión rara, ida, meditabunda. La última
conversación lo había dejado sumido en sus pensamientos. Sentí que teníamos que
salir de allí cuanto antes. Hoy no tomaría postre. Le mandé a mi estómago la
orden de reorganizarse para volver a no dejar ni un hueco libre. Pero no me
hizo caso. Eso es lo que se viene a llamar <ser listo cuando le
interesa>.
-Demos una vuelta por la ciudad.
–Sólo necesitaba despejarse. Asintió con la cabeza y salimos en silencio a la
calle después de pagar.
El sonido de la ciudad
embriaga todo el ambiente. El sonido de la bocina de los coches, algún que otro
frenazo y acelerón, gente paseando por la acera. Parejas, grupos de amigos o
gente solitaria que no tenía a nadie que lo esperara ni en casa ni fuera de
ella. Muchas veces he ido por la calle imaginando adónde va la gente con la que
me cruzo. En qué piensan, cómo es su vida y por qué van al sitio al que van.
Antes yo formaba parte de ese grupo de gente a las que nadie espera. Ahora yo
tenía a Bryce. Lo miré, salir afuera lo había distraído y ya no parecía estar
tan decepcionado con la vida.
-¿Alguna vez has ido
caminando solo por la calle y te has puesto a pensar en qué estarán pensando
las personas con las que te cruzas? ¿Qué les preocupa o adónde van? –Le
pregunté a Bryce por pura curiosidad, no por sacar un tema de conversación.
Cuando me giré a hablarle descubrí que me estaba mirando muy serio y fijo.
Ahora sí que me preguntaba yo en qué estaría pensando…
-No. –Respondió cortante
sin quitarme la mirada de encima. ¿Qué mosca le había picado? Me estaba
poniendo nerviosa… -Nunca he ido andando solo por la calle. Cuando lo he
necesitado he cogido la moto o el coche. –Vaya, eso ya lo sabía. Me lo había
dicho Aaron. Pero aun así me gusto escucharlo de los labios de Bryce.
-¿Y adónde vas cuando desapareces? -Tenía muchas ganas de saberlo. ¿Se quedaba dando vueltas por toda la ciudad obligándose a sí mismo a no pensar por estar pendiente del tráfico o iba a algún sitio especial? Toda su vida me atraía enormemente. Lo miraba embelesada, estudiando cada gesto.
-Si alguna vez desaparezco, -empezó a hablar sonriendo por primera vez en lo que me pareció mucho tiempo desde la última vez de hoy -búscame por algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más. -Guau. Eso sí que no me lo esperaba. -Me gustan tanto porque me los tiene prohibido. Al igual que tú. -Recordé las palabras de Aaron cuando me explicó por qué no podían hacer las cosas que la gente corriente hace. Sonreí cálidamente. A veces era como un niño pequeño por el que sientes una necesidad irrefrenable de proteger. Hubiera dicho algo a su comentario sobre que me auto-prohibo hacia él, pero es que me dejó totalmente en blanco, no me lo esperaba. -¿Por qué lo preguntas? ¿Tú te quedas pensando en la vida de la gente que pasea por la calle cuando quieres estar sola? –Vaya, ahora se lo veía interesado. Parecía haber dejado de lado lo que lo oprimía. Pero sólo lo parecía, su cara de preocupación volvió al momento. Había vuelto a recordar lo que había olvidado por unos instantes.
-¿Y adónde vas cuando desapareces? -Tenía muchas ganas de saberlo. ¿Se quedaba dando vueltas por toda la ciudad obligándose a sí mismo a no pensar por estar pendiente del tráfico o iba a algún sitio especial? Toda su vida me atraía enormemente. Lo miraba embelesada, estudiando cada gesto.
-Si alguna vez desaparezco, -empezó a hablar sonriendo por primera vez en lo que me pareció mucho tiempo desde la última vez de hoy -búscame por algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más. -Guau. Eso sí que no me lo esperaba. -Me gustan tanto porque me los tiene prohibido. Al igual que tú. -Recordé las palabras de Aaron cuando me explicó por qué no podían hacer las cosas que la gente corriente hace. Sonreí cálidamente. A veces era como un niño pequeño por el que sientes una necesidad irrefrenable de proteger. Hubiera dicho algo a su comentario sobre que me auto-prohibo hacia él, pero es que me dejó totalmente en blanco, no me lo esperaba. -¿Por qué lo preguntas? ¿Tú te quedas pensando en la vida de la gente que pasea por la calle cuando quieres estar sola? –Vaya, ahora se lo veía interesado. Parecía haber dejado de lado lo que lo oprimía. Pero sólo lo parecía, su cara de preocupación volvió al momento. Había vuelto a recordar lo que había olvidado por unos instantes.
-No, es lo que hago cuando
camino sin preocupaciones. Sin nada en lo que ocupar mi mente. Es como una
tregua que me da la parte autodestructiva de mi cerebro. -Estaba ocultándose el
sol, no parecía que hubiésemos echado tanto tiempo en el restaurante, se me
había pasado muy corto con Tori.
-Eres afortunada. Yo
siempre tengo algo en lo que pensar. O mejor dicho. Siempre tengo algo que me
obliga a no tener la mente liberada. –Dijo mirando las luces naranjas que
coloreaban el cielo. Con la mirada perdida en algún punto del cielo. Me hizo
gracia. -¿De qué te ríes ahora? Yo aquí hablando profundamente y abriéndote mi corazón y tu le
encuentras el chiste. –Se frustraba conmigo al no recibir lo que él esperaba. Y yo nunca acertaba con lo que él
quería. Eso también me frustraba a mí.
-Me parecía
divertido verte a ti filosofando de esa manera, con la mirada perdida en la
puesta de sol. –Sí, seguíamos en mitad de la acera enfrente del restaurante,
obstaculizando la marcha de la multitud acelerada, pero al final de la infinita
calle, se podía ver el río Hudson, y con ello la puesta de sol. –Te quedó muy
bohemio.
-No estaba
filosofando. –Dijo soltando todo el aire de golpe a modo de risa cansada.
Empezó a andar dirección al río. Yo lo seguí.
-Dios, Bryce, ¿por
qué estás así? No creas que no me he dado cuenta de que te has comportado
extraño desde que Aaron salió en la conversación. –No lo dije en plan reproche ni mucho menos, estaba realmente preocupada. Pero él siguió andando como si lo
que acababa de escuchar hubiera sido el viento. Eso me molestó. Yo intentando
arreglar cosas y él pasando… -Bryce, por favor. Aclaremos las cosas, no quiero
verte preocupado por nada… -Y seguía andando. Mirando al suelo. Serio como
nunca. -¿Crees que para mí es fácil sacar el tema? Las cosas se solucionan
hablando… -Me paré y él no se paró. Sólo aminoró el paso. Lo veía alejarse
lentamente entre la gente. -¡Bryce! –Me salió decir por última vez. Menuda
impotencia. Él se paró al fin. Se quedó quieto, callado, meditabundo… Sin
respuesta emprendió la marcha y siguió andando.
Me rendí. Me di
media vuelta y emprendí mi camino a casa. Mi intención no era en absoluto que
él me siguiera corriendo en contra del sentido de marcha de la gente, detrás
gritando mi nombre desesperado en plan película. Sabría que no me perseguiría y
así fue. Sí, había cambiado, había podido comprobarlo, pero en el fondo la
gente siempre vuelve a lo que una vez fue. Tantos años siendo de una manera no
iban a desaparecer por completo, como si nunca hubiesen existido. Y él que
decía que no quería dejarme sola por lo que pasó en el parquin… En fin… Compré
mi billete y me senté en un banco del andén más alejado de por donde había
entrado, esperando a que llegara el próximo metro en 3 minutos, según la
pantalla. Minutos que pasé pensando en porqué Bryce me había dejado irme… No
estaba enfadada ni tenía rencor, estaba dolida y tenía miedo. Mi futuro con
Bryce volvía a escapárseme de entre los dedos de las manos como un anhelo
inalcanzable. Por caprichos del destino, cuando me levanté para recibir mi
tren, la puerta del vagón se abrió justo delante de mí dejando salir a mi
vecina Raquel con sus dos adorables hijos a los que yo tanto quiero y aprecio,
Rafael, el mayor, y Mario el menor.
-¡Ay qué alegría
verte! ¡Ya pensaba que tendría que llevarme los niños al hospital! Mi hermana
va a operarse y voy a pasar unas noches allí. Pensé que no tenía más remedio
que llevármelos porque no puedo dejarlos en casa. Menos mal que te he
encontrado. ¿Te importaría quedarte con ellos por las noches? Te pagaré por
ello claro. –Raquel hablaba como si fuera una ametralladora. Llena de alegría
por haberse encontrado conmigo. Nadie se había puesto nunca antes tan contento
por ello, tristemente…
-No. –Dije tras
dejar de estar perpleja por el apabullante saludo.
-Ay, si no te he
preguntado si podías o no. Que a lo mejor tienes cosas que hacer y estás
ocupada con los estudios o algo. Yo lo que no quiero es ponerte en un
compromiso porque claro… -Le paré los pies. ¿De qué intentaba convencerme si ya
había aceptado? Yo creo que lo que le pasaba es que tenía ganas de hablar
español. Miré a los niños, miraban a cualquier parte menos a mí… Tan pequeños y
ya mostrándome indiferencia...
-Sí puedo. No me
importa quedarme con ellos. No se preocupe. –Dije paciente. La cara de alegría
de mi vecina aumentó.
-¡Ay que contenta
estoy! ¡Muchas gracias cariño! Mira, te confío las llaves del piso, que llevaba
una copia por si acaso. –Vaya, como si lo tuviese planeado. Empezó a buscarlas
en su bolso hippie y las sacó al momento… igualito que yo, pensé, cuando Bryce
estaba delirando con fiebre y lo llevé a casa. –Toma. Puedes coger cualquier
cosa del frigorífico. Los niños tienen que cenar, prepárales cualquier cosa, no
te compliques mucho la vida. Ya están duchados. No los acuestes muy tarde y por
la mañana llegaré yo cuando todavía estén dormidos. ¿Alguna duda? –Ya me estaba
estresando esta mujer a mí… que yo venía muy tranquila para casa… deprimida
pero tranquila…
-¿Adónde puedo
llamarla si lo necesito? –Eso era una buena pregunta. Los niños seguían a su
bola, cogidos cada uno de la mano de su madre.
-Mi móvil está
apuntado encima de la mesita del elefante donde está el teléfono. No tengas
reparos en llamarme sea la hora que sea si lo necesitas. –Mi imaginé a mí misma
haciéndolo a las tres de la mañana. Jijiji. Por un segundo me entró la vena
gamberra.
-Pues ya no tengo
más preguntas.
-Muchas gracias mi
niña. –Y me plantó dos besos, uno en cada mejilla mientras me pasaba la mano de
los niños a mis manos. Esta me lo había hecho así de repente para que no me
diera tiempo a reaccionar y evitarlo. –Rafael, Mario, portaos bien, no quiero
ninguna queja de esta chica. Haceos caso de todo los que os diga Valeria. ¿Vale?
Mamá va a estar esta noche con la tita y mañana por la mañana vuelve a casa. –Se
agachó para hablar con los dos. Los besó y abrazó cariñosamente a cada uno, que
la miraban imperturbables. ¿Habrían captado la parte de HACEOS CASO DE LO QUE
OS DIGA VALERIA? Creo que no… Lo vi en sus diabólicas sonrisas.
Y así fue como me
vi despidiéndome de la madre que desaparecía en una escalera mecánica
ascendente, mientras estaba agarrada de la mano de nos críos con los que me iba
a quedar cuidando esta noche sin comerlo ni beberlo. Había hasta perdido ese
tren y todo, ahora tendría que esperar al siguiente, que vendría en cinco
minutos. ¿Cómo me había metido en esta? Si es que no sé cómo lo hago… Sentía la
manita pequeña y regordeta de cada uno escondida en las mías. ¿Qué hacía ahora?
¿Cómo empezaba? Menos mal que me empeñé en llevarme la mochila de la Uni al
restaurante… si no ahora estaría en la calle sin llaves y con dos niños
pequeños a los que cuidar. Miré hacia abajo buscando sus caras, me miraban
aburridos. Yo les echaba diez y ocho años respectivamente… ¡Vaya! ¡Si había
encontrado un tema de conversación y todo! Me senté de nuevo en el mismo banco
de antes a esperar con ellos.
-Bueno, y ¿cuántos
años tenéis? –Les pregunté animada. Los miraba esperando una respuesta que
nunca llegó. Ellos me miraban aburridos, como pensando <¿qué le pasa a esta
tía?> Me hervía la sangre. -¿Tú diez y tú ocho? –Tiré por lo alto, que la
otra vez se enfadó porque lo había llamado Rafa y eso era de niño pequeño.
-Yo tengo nueve y
él siete. –Respondió Rafael con los ojos caídos de puro aburrimiento. Eso ya me
estaba fastidiando. Señaló con el dedo a Mario sin mirarlo siquiera.
-¡Anda! ¡Qué bien!
¡Ya estáis hechos todos unos hombrecitos! –Le estaba poniendo en peño, de
verdad, pero no me sale ser así con los niños pequeños. No tengo ningún afán
por divertirlos, entretenerlos o hacerlos reír. Si no me sale no me sale. Y
punto. Pero la situación era tan incómoda que me veía obligada a hacerlo.
-Sí, sí, tú dices
eso, pero nos tratas como a niños pequeños. –Dijo Mario. Sería el pequeño, pero
de tonto no tenía un pelo. No supe qué decir. Tenía razón… Un niño de siete
años dejándome callada de un Zas… Qué bajo he caído.
-¡Anda mira! ¡Ya
está aquí el metro! ¡Vamos! –Dije cambiando totalmente de tema, levantándome y
guiándolos de las manos al borde del andén. Salvada por el metro. Hay cosas
para las que uno es totalmente un negado, yo nací para serlo con el trato con
los niños. Conseguí encontrar dos sillas juntas y los senté a los dos. Yo me
quedé frente a ellos agarrada a la barra de metal que pendía horizontal sobre
sus cabezas. Me miraban como si ellos fueran los mayores y yo la niña pequeña.
Me hervía la sangre, principalmente porque tenían motivos. –Seis paradas y
llegamos. –Seis paradas para no estar sola frente a los peligros de la noche de
Nueva York con dos niños pequeños a mi cargo y mi mala suerte a la espalda. Que
pronto se hizo ver.
Un tipo borracho de
unos veinti-muchos años entró en el mismo vagón que yo a una parada de la mía, armando
jaleo por quejarse de la vida a grito pelado. Hablaba carraspeando, con trabajo,
con la voz ronca y trabucándosele las palabras. No tenía por qué asustarme.
Todos los días me encontraba con gente con muy malas pintas en el metro y nunca
me pasaba nada. Aunque claro soy de las que, si algo tiene que pasar, pasa en el
peor momento posible, cuando más daño pueda hacer y más pueda doler. Y así fue,
no me equivoqué. El tipo se vino hacia mí tras un traspié que pegó causa de su
pedo y no haber estado agarrado cuando aquello empezó a moverse. A pesar de
haber estado agarrada fuertemente a la barra de metal del techo, cayó con tanta
fuerza sobre mí que me solté de manos y los dos caímos al suelo. Él sobre mí. Grité
de dolor y sorpresa. Me había clavado hasta la última cosa punzante en mi
mochila.
Me cayó encima como
una roca gigante. Su olor a alcohol, tabaco y otras drogas además de sudor y
suciedad me estaba asfixiando aparte de que me estaba estrujando los pulmones,
que habían liberado por completo todo el aire en su interior. Abrí la boca por
completo para respirar todo lo posible. Me estaba ahogando. Intenté apartarlo
de encima de mí como pude, o por lo menos echarlo a n lado, pero era un peso
muerto y yo no tenía fuerza suficiente. ¿No había nadie que fuera a ayudarme en
ese vagón? Tsss… ¿Qué esperaba? Desde que llegué me había acostumbrado a no
recibir ayuda de nadie de la calle, no sé por qué pensé que ahora sería
diferente. Tal vez porque en los momentos de verdadera necesidad siempre se
piensa eso como solución desesperada. Busqué desesperada la mirada de los
niños, estaban asustados y me miraban con miedo. Casi podía ver mi propia cara
en la de ellos.
-Vaya… Perdón
chica. No era mi intención abalanzarme así. -El tipo empezó a hablar echándome
en la cara su apestoso aliento que mataría al árbol más fuerte y robusto.
¿Podía quedarme ya tranquila al ver que la cosa no iba a pasar de accidente? Me
había inventado toda una película mental sobre miles de alternativas terribles
sobre qué ocurriría después de la caída. No lo pude evitar… la verdad… -Pero
ahora que me fijo, eres bastante bonita. ¿Viajas sola guapa? –Sus ojos llenos
de morbo y lujuria me miraban desnudándome. Sentí verdadero asco y repugnancia.
Con su sonrisa de
salido se acercaba a mi cuello. Cerré los ojos de puro shock. Me quedé
bloqueada, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Me raspó la mejilla con su
sucia barba, su aliento fétido me llegaba al oído, sus labios asquerosos
tocaron mi piel y me lamió con su lengua el cuello. Un escalofrío horrible de
pavor me recorrió todo el cuerpo. Una gota de sudor frío me recorrió la frente
buscando un camino hacia abajo. Como un perro baboso, ansioso y jadeante empezó
a chuparme la piel de mi cuello. Ahí reaccioné y grite. <¡¡DÉJAME!!> fue
lo único que me salió. Estaba llorando. Estaba intentando violarme ahí mismo,
delante de dos chicos inocente y nadie iba a quitarme a ese tipo de encima. Miré
a mi alrededor llorando, con los ojos encharcados en lágrimas, tanto que ni
podía ver. Pidiendo ayuda con la mirada, pero nadie respondió a mi llamado. Ya
no podía ver. Las lágrimas me lo impedían. Sólo oía gritos de gente pidiendo
ayuda para que alguien me ayudase. El tipo empezó a meterme mano por debajo de
la falda y por encima del pecho. Ahí ya no pude más. Sin saber cómo, una fuerza
sobrehumana vino a mí de la nada justo en el momento en que sus manos tocaron
mi cuerpo. Y pude apartarlo de mí empujándolo.
-¡¡DESGRACIADO!! –Grité
mientras hacía el momento de mayor fuerza. El tipo cayó sentado hacia atrás
perturbado. Con la mirada perdida. Sin entender qué había pasado. Me levanté en
un segundo y con los ojos todavía irritados por la sal de mis lágrimas,
recuperé la visión también misteriosamente, así como la puntería y el
equilibrio. -¡¡OJALÁ Y TE PUDRAS!! -Le asesté una patada con el talón de la
bota en toda la boca. Chocó con la nuca en la barra de metal vertical que había
en medio del pasillo para que la gente se apoyase. La boca empezó a sangrarle y
se desorientó más que antes. ¿Es que seguía consciente? O pateo como una nenaza
o si a este no lo tumba el alcohol con la barbaridad que debía tener en sangre,
no lo tumbaba ni dios. Me entró la vena asesina y descargué todo mi odio,
impotencia, rabia e ira acumulados en siete segundos sobre él, que eran
suficientes para acabar con todo un país. –¡Aprende a respetar a las chicas! –Y
le di un puñetazo en la barbilla que le levantó la cabeza al máximo. Para mí,
el resto del mundo dejó de existir en ese momento. Yo no estaba en un vagón de
metro cuidando de dos niños pequeños camino de casa rodeada de completos
desconocidos que sólo gritaban intentando ayudar. Yo estaba a solas con el tipo
que había abusado de mí.
-Así me gustan, las
chicas difíciles y guerreras. No las nenazas cursis. Me pones como un tren
guapa. –Eso me dolió más que otra cosa que pudiera haberme dicho.
La sangre me hervía
debajo de la piel. Tenía el corazón a mil, la respiración a dos mil y la
presión a tres mil. Incluso sentía el pulso en el cerebro. Como si me golpease
contra las cabezas del cráneo. Cogí carrerilla para asestarle un rodillazo en
la barriga cuando vi que se empezó a levantar lentamente con su cara de sádico,
riéndose como si disfrutase con aquello… Perdón, DISFRUTABA con aquello. En ese
momento cogí carrerilla para asestarle un rodillazo en la barriga, que todavía
estaba a una altura accesible. Asombrosamente, el tipo lo esquivó con total
maestría, no era un tropiezo por el vaivén del metro o la falta de coordinación
por la borrachera. Me cogió de la pierna, me la dobló y caí al suelo de boca. Eso
sí que no me lo esperaba. Ni siquiera me dolió. En situaciones de total
emergencia el cuerpo está preparado para no sentir dolor. Aunque siempre había
tenido serias dudas sobre que mi cuerpo fuese inteligente, ahí sí que no me
había abandonado.
-Si buscas guerra,
gatita, te la daré encantado. –Y se me echó encima con la cara de obseso que
tenía. Babeando y con los ojos salido de las cuencas. Ahora yo ya pensaba con
la cabeza fría.
¿Pero qué esperaba
este? ¿Pretendía violarme en el metro? ¿Pero es que no sabía que tarde o
temprano un guardia o algún ciudadano ejemplar vendría a ayudarme con actos y
no con palabras y me libraría de él? ¿O su intención es que esperaba que fuera
más tarde que temprano y así le diera tiempo? Definitivamente no. Era evidente
que alguien me salvaría si empezase a desnudarme. Quería creer. Yo en sí
luchaba por quitármelo cuanto antes de encima, no por miedo a una violación,
que tampoco había descartado al 100%, la verdad, viendo el panorama de que
todavía estaba sola ante el peligro. Pero antes de que el tipo pudiera volver a
manosearme o chuparme de nuevo, desapareció de mi espalda. Escuché un ruido
metálico y me giré. Sólo una única persona podría haber estado allí para
salvarme, y esa sólo podía ser Bryce.
Lo había levantado
a pulso y lanzado de cara contra la barra de metal. Justo en la nariz. Que
junto con la boca, también le sangraba. El tipo todavía no perdió el
conocimiento. Era duro de pelar. Vi muerte en la mirada de Bryce. Totalmente inexpresivo
miró al tipejo, que se revolcaba de dolor por el suelo con las manos en la
cara. Ese golpe sí le había dolido. La última vez que había visto a Bryce así,
fue cuando me tiró al suelo y me robó un beso aquel día en la Uni por la tarde.
Iba a matarlo si no se lo impedía.
-¡Bryce! ¡No lo
mates! –Dije levantándome corriendo aferrándome a su brazo.
Él se había dado la
vuelta y caminaba implausible, como Terminator hacia su víctima mortal. Se
paró, me miró y no me vio. Levantó el brazo y me sostuvo en alto, colgando de
él, cargando con todo el peso de mi cuerpo como si fuera una pluma. Ahora estaba
mucho peor que aquella vez. Sólo tenía una posibilidad y así lo hice. Me solté
cuando volvió a enfocar su blanco en el tipo. Corrí hacia él y me puse frente á
él, con los brazos abiertos. Llorando de pavor. Temiendo por Bryce y por las
consecuencias de sus actos.
-Valeria, apártate,
no quiero hacerte daño. Voy a matar a este tipo que te ha hecho eso. –Dijo atravesándome
con la mirada llena de odio. No le temblaba ni un músculo, y eso que se estaba
conteniendo.
-¡No! Estás
descontrolado y no eres consciente de lo que puedes hacerlo. ¡Puedes ir a la
cárcel! –Grité desesperada viendo que seguía acercándose a mí. Me cogió por el
cuello de la camisa del uniforme y me apartó como si fuese una basura.
-Te lo advertí. –Dijo
sin ni siquiera mirarme a los ojos. En ese momento cogió al tipo por el cuello,
lo levantó un metro del suelo.
-¡NOO! –Grité con
todas mis fuerzas, pero le plantó el puño en la cara con una fuerza nuclear.
La cara de terror
de aquel cretino no tenía comparación con la mía. Cayó dos metros más atrás.
Varias personas salieron corriendo gritando de allí pidiendo auxilio. Y yo
también habría hecho lo mismo si hubiera tenido un 0.01% de certeza de que eso
valiese para detenerlo. El borracho perdió por fin el conocimiento. Pero eso a Bryce
no le bastó. Pues seguía andando el pasillo, acortando la distancia entre los
dos, tranquilo, sin prisa. No había motivo, pues el otro no iba a moverse de
allí y nadie era físicamente capaz de pararlo. Él no decía nada, nada tenía que
gritar. Todo lo que tenía que liberar para desahogarse lo hacía por medio de la
fuerza. Esta vez preparó la pierna para asestarle una patada. Me levanté como
pude y me abalancé sobre él para subirme a su espalda. Pataleé, grité, lo
golpeé y nada. Le tapé los ojos con las manos y de una sacudida volví a caer al
suelo. La bofetada con todas mis fuerzas que le había dado en la cara no sirvió
de nada. Como todo lo demás.
De la patada que
recibió el pobre desgraciado en su estómago contra el suelo, vomitó sangre
incluso estando inconsciente. Ahí supe que ya no podía perder más tiempo. En
ese justo momento se me paró el corazón, pero había bombeado suficiente sangre
para permitirme escurrirme como pude por el suelo y sin saber cómo, llegar a
tiempo para interponerme entre los dos. Recibí toda la fuerza del puño de Bryce
sobre mi cara. En ese justo momento en que sus nudillos entraron en contacto
con mi labio, él volvió en sí de su trance endemoniado. Vi su cara de horror y
sus ojos. Los suyos. Los que tanto quería y buscaba. Ahora era Bryce y no un
cuerpo vacío y sin alma. Milagrosamente no me desmayé ni perdí el conocimiento,
sino que mi corazón volvió a latir. No con normalidad, pero sí a latir. Una
milésima de segundo antes de golpearme, una parte de su cerebro se había dado
cuenta a tiempo de que era yo para no matarme. Suficiente para reducir la
fuerza lo justo. No sé cuánto tiempo pasamos así, él mirándome a mí y yo mirándolo
a él. Clavándonos las pupilas mutuamente. A mí me pareció un segundo, pero sé
que fueron muchos más. El tren se paró después, habíamos llegado a mi estación.
Yo lo miré aliviada,
limpiándome la sangre que había empezado a salirme a borbotones del labio
superior, que pronto se me hinchó y comenzó a quemarme por dentro. Él me miraba
horrorizado. Con los ojos muy abiertos, incrédulo. Odiándose a sí mismo y
despreciándose infinitamente. Se lo veía en los ojos. Me levanté como pude del
suelo, completamente dolorida. El golpe lo había recibido en la cara, pero me
sentó como un mazazo en cada hueso del cuerpo. Fui a por los niños, le di mi
mano a Rafael, que también se la tenía dada Mario. Con mi otra mano cogí el
brazo de Bryce, que todavía estaba parado, de pie, sin reaccionar, en shock. Y
sin mayor esfuerzo lo saqué afuera del vagón, guiándolo mientras se miraba las manos, que le temblaban todo lo que no le habían temblado antes. Salí de aquel lugar sin mirar a
nada ni a nadie. Una vez afuera, pude respirar, acongojada y entrecortadamente,
pero al menos respiraba. Bryce reaccionó entonces.
-Lo siento. –Dijo sin mirarme a la cara. Seguía pendiente de sus temblorosas manos. Es lo
que pasa cuando un chute inhumano de adrenalina abandona tu cuerpo instantáneamente.
–Salí en tu busca cuando te fuiste. Te vi entrar por el último vagón del tren,
y para no perderlo tuve que entrar por el primero. –Lo busqué con la mirada pero me la apartó. Era incapaz en ese momento de mirarme. –Fui por todos los vagones hacia el
tuyo. En cada uno pensaba <en el siguiente estará>, pero no era así. Te buscaba
en la cara de la gente y no te encontraba. –Le temblaban los ojos. Le temblaba todo el cuerpo. Y su cara mostraba un profundo dolor. –Escuché gritos.
Tu voz pidiendo ayuda. –Ahí se paró. Le dolía recordar. Lo veía en sus expresiones, su forma de hablar y de mirar. Necesitaba tiempo para
concentrarse. Yo lo miraba como si nadie nos estuviese observando allí. –Te vi
a través del cristal que separaba a los dos vagones. Nadie hacía nada por
ayudarte. Solo correr gritando por la cabina. Y tú estabas ahí… sola…llorando…
con ese tipo… -Hizo una mueca de dolor. Revivir ese momento aunque sólo fuese como un recuerdo, lo estaba matando por dentro. Nunca lo había visto así. Me dolía más
a mí verlo así que cuando viví aquello. –Casi no destrozo el tren al ver que se
había atascado la puerta que nos separaba y que no se abría… -Seguía mirándose
las manos, temblaba más que antes. Yo no sabía qué decir, pero algo me salió en ese momento. No soportaba verlo un segundo más así.
-Bryce, ya ha
pasado todo. No pasa nada. Ya todo está bien. No te comas más la cabeza. Salgamos
de aquí. Necesitamos que nos dé el aire. –Y sin decir nada, sin pronunciar una
palabra, lo cogí del brazo y salimos a la calle. Caminamos hacia mi casa en completo silencio
entre él y yo.
Rafael y Mario me miraban asustados. Aquello había sido demasiado traumático para ellos. Les pregunté si estaban bien, los dos respondieron con la cabeza. Les dije que no había nada que temer, que ya estábamos a salvo y que pronto llegaríamos a casa. Y así fue, en diez minutos eternos ya estábamos plantados en el portón de la calle de mi bloque de pisos. Me paré a sacar las llaves y abrir la puerta. Entramos. Pero sólo los niños y yo. Bryce se quedó afuera, en la calle, mirándome en un modo que no supe averiguar.
-¿Por qué no
entras? Quédate conmigo esta noche, por favor. –Dije suplicante. Me temía que
eso no iba a ser así. Él me miraba callado. Pensando algo que tampoco supe
adivinar. Su mirada era todo un enigma que me estaba matando.
-¿Por qué dices que
no pasa nada? ¿Que todo está bien? ¡Sí que ha pasado! ¡Y no, nada está bien! –Él
seguía anclado en mis palabras en la estación. No se había recuperado emocionalmente de lo ocurrido. ¿Qué era lo que pensaba? ¿Qué lo comía por dentro? Sentía que lo que lo había estado preocupando esta tarde era el causante de todo. Que lo del metro había solo un pequeño empujoncito hacia la barbarie de pensamientos que debían estar inundándolo ahora. ¿Había estado pensando en eso
todo el camino? La respuesta era una afirmación evidente.
-¿Qué quieres que
te diga? Yo estoy bien, tú estás bien. ¡Ese incidente forma ya parte del
pasado! –Estaba muy asustada. Aquello sonaba a despedida. Y no me estaba
equivocando.
-¿Qué estás bien?
¡¡¿Qué estás bien?!! ¿Te has visto la cara? ¡Tienes el labio destrozado! Y es
por mi culpa. ¡Todo es por mi culpa! Me prometí que te protegería, que no te
dejaría sola. ¡Pero por ser un cobarde que no quiso afrontar sus problemas te
dejé que te fueras! –Tristeza y desesperación se dibujaban claros en su rostro. No estaba gritando, ni hablaba levantando la voz, pero su desgana al hablar y sus ojos horrorizados mientras me miraba recordando eran una tortura. Prefería que se hubiera puesto a gritarme como un loco en mitad de la calle. Así se habría desahogado y no tendría esta sensación de despedida. –Si no fuera como soy no te habría pasado esto. ¡No te habrían atacado porque
ni siquiera te hubieras montado porque no te habría dado motivos para irte a
casa! ¡Y si mi puto orgullo no fuera como es, habría ido por ti mucho antes y
hubiera estado contigo, a tu lado en ese momento, y a este tipo no se le habría
ocurrido tocarte…! –Cada palabra que pronunciaba, pesada como el plomo, me
desgarraba el alma. Y a él también. Como un puñal se clavaba en donde más dolía. –Y encima, además de llegar tarde, más que defenderte te
hago daño… -Finalizó abatido, sin fuerzas para hablar o vivir. Yo no pude decir
nada durante todo ese tiempo. Sólo mirarlo pensando que se equivocaba.
-No es así. Bryce,
tú no puedes estar siempre pegado a mí vigilando que estoy sana y salva y que
no me pasa nada. ¡No puedes contratarme un guardaespaldas que me persiga día y
noche! Tengo una vida y tengo que seguir con ella adelante. ¡No puedo quedarme
encerrada en casa por miedo a que un atracador o un borracho se me echen
encima! –De pronto me vi gritando desesperada viendo que lo estaba perdiendo y
no podía hacer nada por evitarlo. -¡Tú no tienes la culpa de eso! -Y no lo decía para autoconvencerme, no era algo que pensara, era algo que sabía.
-¡Y qué mas da!
¡Qué mas da que no hubiera pasado nada en el metro! ¡Qué más da que te hubiese
encontrado apoyada plácidamente sobre la barra! ¡¿Hubiera estado mejor todo lo
que he hecho?! ¡Esto sólo me ha abierto los ojos! No te conviene estar conmigo.
Hay muchas cosas que no sabes de mí. Yo no soy bueno para ti. –Y agachó la
cabeza para no seguir sosteniendo mi mirada. Tenía los puños cerrados a cada
lado. Le temblaban. Estaba conteniendo muchos sentimientos que yo no pude
controlar.
-Eso no lo sabes.
¡Bryce! ¡A mí no me importa lo que hicieras en el pasado! ¡No te quiero por lo que eras con los demás, te quiero por lo que eres conmigo! -Me quedé callada, esperando una respuesta por su parte, una respuesta que nunca llegó. -Esto no es una despedida. ¿Verdad que no? Estábamos bien. ¡Prometimos
volver a intentarlo! ¡Estábamos muy bien! ¡Déjame demostrarte que te equivocas!
Que eres bueno para mí… Bryce… Por favor… -Empecé hablando muy alto, gritándole
a ver si mi alto tono de voz tenía mayor efecto en él, pero a medida que veía que
no levantaba la cabeza para mirarme, me fui convenciendo de que todo estaba
perdido. Hasta que mi voz se quedó en un hilo casi inaudible.
-Lo siento. –¿Quería una respuesta? pues toma, ahí la tenía. Esas fueron
sus últimas palabras antes de girarse para echar a andar alejándose de mí, de
todos mis sueños y esperanzas.
No dije nada, no
pronuncié su nombre aunque un grito silencioso me desgarrara el pecho, luchando
por salir. Me limité a mirar su esbelta figura que ahora se me antojaba
menguada, alejarse entre una muchedumbre ajena al dolor incluso físico que empezó
a sentir mi corazón. Con cada paso que daba lo echaba más de menos. No recuerdo
cuánto tiempo me quedó mirando a la gente pasar, esperando encontrar su cara
entre la de los completos desconocidos que caminaban por la acera, buscándome
arrepentido para decirme que había dicho una locura, que lo olvidase todo y que
quería estar conmigo. Pero eso no pasó.
Si no hubiera estado al cargo de dos niños pequeños, habría salido corriendo detrás de Bryce, lo hubiera perseguido hasta el fin del mundo y lo habría hecho entrar en razón. Pero por suerte o por desgracia, la casualidad había querido que me encontrara a mi vecina entre más de ocho millones de habitantes en una estación de metro de las más de cuatrocientos cincuenta que hay en el mismo momento de los mil cuatrocientos cuarenta minutos que hay en el día. Tal vez no era una casualidad, era demasiado improbable para ello. Tal vez era una jugada del destino. Tal vez algo que se me escapa de las manos había dispuesto las cosas así para dejarlo estar. Tal vez era así como debíamos estar. Él ya se había dado cuenta, ahora sólo tenía que darme cuenta yo.Todo mi mundo se quedó en modo “pause” en ese momento.
Si no hubiera estado al cargo de dos niños pequeños, habría salido corriendo detrás de Bryce, lo hubiera perseguido hasta el fin del mundo y lo habría hecho entrar en razón. Pero por suerte o por desgracia, la casualidad había querido que me encontrara a mi vecina entre más de ocho millones de habitantes en una estación de metro de las más de cuatrocientos cincuenta que hay en el mismo momento de los mil cuatrocientos cuarenta minutos que hay en el día. Tal vez no era una casualidad, era demasiado improbable para ello. Tal vez era una jugada del destino. Tal vez algo que se me escapa de las manos había dispuesto las cosas así para dejarlo estar. Tal vez era así como debíamos estar. Él ya se había dado cuenta, ahora sólo tenía que darme cuenta yo.Todo mi mundo se quedó en modo “pause” en ese momento.
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