adelgazar

Refranero

lunes, 17 de diciembre de 2012

Capítulo 61: Titiritera

Capítulo 61: Titiritera

-Hola... -Como no podía ser de otra manera, yo tenía que decir alguna estupidez, y la primera que se me ocurrió para romper el silencio fue esa. Eso sí, el silencio lo rompí, pero no nuestras intensas miradas que nos atravesaba el uno al otro como profundos taladros. -¿Cómo estás? -Dije. Él se quedó callado, con los ojos muy abiertos, impactado, analizando lo que podía haber pasado por mi mente para decir eso cuando llevábamos dos días sin vernos separados de la forma que nos separamos. Vi por la expresión de frustración de su cara que. No es sólo Aaron el que no sabe cómo funciona mi mente, Bryce tampoco, y ahora me estaba dando cuenta de que yo me incluía también el paquete. Con tantas cosas que tengo que decirle... ¡Tantas! Y me quedo en blanco. Diciendo cualquier tontería para romper la cortante tensión en el ambiente.
-¿Hola? -Preguntó extrañado, cansado de la vida, sin fuerza ni ánimos. -¿Eso es lo único que se te ocurre decir después de todo lo que ha pasado? Me voy y te dejo sola, no doy señales de vida en dos días y aparezco cuando me da la gana... ¿Y a ti se te ocurre preguntarme cómo estoy? -Se irritó. Qué raro en él... Esté feliz, triste, extrañado, enfadado, asustado o durmiendo, lo que no falla es que esté irritado. Me miraba esperando una repuesta coherente de mi parte. Impaciente.
-¿Qué quieres que te diga, Bryce? Sé que estás bien, lo puedo ver con mis propios ojos. ¿Te pregunto dónde has estado? No es lo que más me preocupa ahora mismo, la verdad. -Respondí con total sinceridad. Calmada, tranquila, pensando en todo lo que tenía que decir antes de exteriorizarlo. -Me importa más saber si sigues mal, sigues reprochándote cosas a ti mismo o has dejado todos los motivos que te hicieron dejarme. -Es lo que más quería saber en ese momento.
-Deberías estar enfadada conmigo. Molesta y dolida. Tendrías que haberme abofeteado nada más verme. Haber soltado toda tu rabia comprimida por todo lo que te hago pasar... ¿Y tú vas y te preocupas por mí? ¿Por qué no lo haces?... -Estábamos los dos en el escalón ancho del portal del edificio, él se dio la vuelta, cerró los puños y esperó a calmarse. Bueno, a calmarse lo suficiente para volverse. -Me haces sentir peor si haces eso. Tendrías que castigarme con tu desprecio y rechazo... -Se giró de nuevo hacia mí, pero no levantó la cabeza del suelo. No me miró mientras lo dijo. No se atrevía.
-¿Eso te haría sentir mejor? ¿Eso se llevaría todo el daño que has causado? ¿Sería un castigo que enmendase tus acciones? -No hizo falta que gesticulara un “Sí” para conocer la respuesta. Su silencio respondió por si mismo. Me pareció verle realizar un leve movimiento de asentimiento con la cabeza, pero tal vez pudo ser mi imaginación. Hay momentos, en los que uno no tiene ni fuerzas para nada. -Pues déjame decirte que no estoy enfadada. No lo he estado en todo este tiempo. Y no lo voy a estar después. No te considero culpable. Te considero víctima. Víctima de ti mismo y lo que llevas dentro. Yo sólo soy la que recibe todos los daños colaterales. -Alzó la cabeza para mirarme en una forma que no llegué a descifrar. Una vez más estábamos en el portal de mi casa, como en otras muchas tantas, en un momento tan distinto como el resto de veces. Bryce suspiró.
-Valeria, me estoy ahogando en este lugar. ¿Podríamos ir a algún espacio abierto? -Fue todo lo que dijo después de un minuto completo sin responder. Me miraba como si anhelara con todos su corazón aquello que está en frente de sus ojos pero que no tiene. Como el mendigo que mira con dolor a través del cristal de una pastelería.
-Podemos ir caminando hasta el Greenway del río Hudson, está a cinco minutos . Si te parece bien. -Comprendía que necesitaba sentirse liberado para continuar.
-Está bien. Gracias. -Fue todo lo que dijo Bryce. Se giró y emprendió el camino que una vez recorrimos juntos al contrario, cuando yo cargaba con él. Ese día que estaba semi-inconsciente y con fiebre. Tantos recuerdos...

Yo también eché a andar, me adelanté para ponerme a su lado. Caminaba cabizbajo, con las manos en los bolsillos. Me fijé en que llevaba la misma ropa que el día en que me dejó con los niños en el portal de casa. ¿Dónde habría estado? Él siempre tiene la facilidad de preocuparme con facilidad. Justo en ese momento pensé en Aaron. De preocupación en preocupación y tiro porque me preocupo. Es mi versión de la oca. ¿Qué iba a pasar con él? ¿Nos lo encontraríamos en el camino? ¿Me llamaría? ¿Debía llamarlo yo a él? Sólo sé que echamos a andar y lo que pasó a continuación acabó con cualquier capacidad que tuviera de pensar con serenidad. Bryce se sacó una mano del bolsillo del abrigo y me la cogió. Yo miré nuestras manos unidas, me asusté sentir como de pronto y sin previo aviso alguien me agarraba. Era la segunda vez que Bryce me cogía de la mano y la primera en la que íbamos caminando así por la calle. Esperaba que me contara todo lo que pasaba cuando llegáramos.

El trayecto lo hicimos en completo silencio. No sé si incómodo o no, pero silencioso sí. Éramos sólo dos almas vagabundas más por las abarrotadas calles de Nueva York a las ocho y diez de la tarde. Solamente dos vidas más en la multitud. Nadie reparaba en nosotros. Nosotros no reparábamos en nadie. Caminábamos sin prisa pero sin pausa. Moviéndonos como una sombra, escurriéndonos entre los cuerpos de la gente. No sé en qué estaría pensando Bryce. Pero yo no estaba pensando en nada. ¡No podía! A lo más que llegaba mi capacidad era a mirar alrededor y a sentir la ligera y suave presión de la mano de Bryce en mi mano. No era la cadena que me unía al mundo, era la cadena que me mantenía separada de él. No era el pedacito de amarga realidad que impide que piense en lo que puede pasar a continuación, era el pedacito que me conservaba alejada de la amarga realidad.

¿Quién estaba cambiando en realidad a quién? ¿Yo a Bryce? ¿Bryce a mí? Hace tres meses ni se me hubiera ocurrido pensar que toleraría todos sus impulsos y cosas que se le vinieran en gana. Ahora estaba como un manso corderito, feliz porque después de toda la tormenta ha llegado una aparente calma, calma que me transmitía su mano agarrada a la mía. Hace tres meses yo estaría como un fiero león reprochándole la tormenta que había formado. ¿Me estaba reblandeciendo? ¿Me conformo con los pocos pedazos buenos que recibo? Ironías de la vida.

En lo que a mi parece fue poco tiempo, estábamos ya en el paseo fluvial. Era totalmente de noche desde hacía un par de horas. Las farolas alumbraban en focos que se centraban en la porción de suelo que les pertenecía. Todavía no he visto el dichoso parque de día. Llegamos hasta la orilla del Hudson y allí nos paramos. En el borde. Observando la inmensa masa de agua que fluía apaciguadamente en frente de nuestros ojos. Sentía frío que calaba. Brisa tranquila y heladora. El pelo se movía con los vaivenes de la ligera corriente de aire. Bryce me soltó la mano por primera vez, inspiró aire profundamente a la vez que estiraba los brazos con los ojos cerrados. Dejándose llevar por lo que venía a ser lo que yo pensaba que era el minuto previo al enfrentamiento de la realidad. Hizo lo mismo una segunda vez mientras yo lo miraba. Se escondió las manos en los bolsillos, se encogió por el frió que a él también lo calaba, miró un minuto más a la laguna y después se giró para mirarme a mí. Yo no estaba impaciente, sólo miraba expectante cada movimiento que realizaba. Deseo tanto siempre que esté conmigo, que cuando ocurre, olvido toda desesperación que hubiese sentido y sólo puedo observarlo como una pasmada, como si se tratase del más maravilloso espectáculo nunca visto.

-Sé que te debo una explicación. -Comenzó diciendo. Me vino un escalofrío. No sabía cuál era la explicación y ya la temía más que a nada. -Pero sólo puedo darte una explicación a medias. -Dijo con su ceño fruncido parcialmente.
-¿Cómo que una explicación a medias? -Si iba a enfrentarme con algo que volviese a destruir mis ilusiones, fantasías, planes futuros, deseos y felicidad, prefería conocerlo al completo.
-El otro día, en el restaurante, cuando estuvimos comiendo con Tori. -Hizo una pausa para asegurarse de que recordaba. Asentí. -Cuando fuiste al baño, me llamaron al teléfono. No para darme una buena noticia precisamente. -Rió con amargura. Girando la cabeza lentamente de un lado a otro, mostrando incredulidad e ironía. -Estoy en un terrible problema. Valeria. Un problema fatal. -Au, eso dolió. Se me pasaron tantas posibles cosas por la cabeza, que ninguna se quedó tanto tiempo para que yo pudiera ser capaz de recordar haberlas pensado. Como las estrellas fugaces, las ves pero no te dan tiempo a observarlas. Sabes que la has visto, pero no sabes cómo era.
-Qué es. Dímelo por favor. Podemos afrontarlo juntos. Sólo cuéntamelo. No voy a dejarte. ¿Por qué no puedes? ¿Es un secreto? Confía en mí... -Me desesperé de repente, y eso que no había agotado todas las posibilidades. Tal vez me he vuelto muy aprensiva últimamente.
-No es un secreto. Y no es que no quiera decírtelo. Es que no puedo. No me sale. Mi mente se bloquea con sólo mandarle la acción de pronunciar las palabras. -Dijo apartando la mirada. Evitando todo contacto visual. Le costaba asimilarlo y a mi cada vez me costaba más tranquilizarme.
-Bryce. ¿Recuerdas? En la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la pobreza. En la prosperidad y en la adversidad... -Fue lo primero que se me ocurrió en mi acción desesperada por convencerlo.

-Valeria... No es momento de bromas ahora... Te lo estoy diciendo muy en serio. -Ahora sí me miró, pero no me vale. Yo quiero que lo haga cuando más trabajo le cueste, porque es cuando más lo necesito. -Las cosas son diferentes ahora. No es tu problema, es mi problema. Y no quiero arrastrarte conmigo. Es mi sufrimiento, no el tuyo. Ódiame si quieres por querer evitártelo. -Dijo mirando de nuevo a otra parte. Me tenía atacada ya.
-¡Sí! ¡Son las palabras que dice el cura en las bodas! ¿Pero y qué más da? ¿Quién dice que sólo sirvan para el matrimonio? Sólo quiero que lo sepas... Que cuentes conmigo. No somos tú y yo. Somos nosotros... -Empecé a temblar de pura impotencia. Estaba viendo que no iba a conseguir nada. Que algo malo iba a pasar si es que no estaba pasando ya. Y yo iba a quedarme fuera para intentar evitarlo.
-¿Por qué me pones las cosas tan difíciles, Valeria? Cuanto más intentas que lo comparta, más daño me hace. -Ay por Dios... ¿Qué es que tanto le duele? -Todavía no está todo perdido. Estoy intentando por todos los medios solucionarlo. Haré cualquier cosa. Pero te hago pasarlo mal todo el rato. Cada minuto que somos felices juntos, nos condena a ser infelices durante días. Estamos más veces mal que bien. No me juzgues si quiero que los pocos momentos que estamos juntos,
no lo estemos mal. -Vale, eso ya acabó con toda estabilidad emocional que pudiera haber conservado.
-Bryce... Por favor... Me matas. Me tienes en vilo todo el tiempo. Estamos viviendo un momento de película de amor y de pronto, nos encontramos con que era de tragedia. No vivo tranquila. Vivo con miedo a que en cualquier momento pueda volver a ocurrir algo que nos separe. ¿Recuerdas lo que nos prometimos en el banco de la Uni el día que nos reconciliamos? Que sólo creeríamos en nuestras palabras, que no permitiríamos que nadie se interpusiese entre nosotros. -Me di cuenta de que estaba gritando. Pero estábamos demasiado lejos de todo para que alguien o algo pudiera escucharnos. Iba a continuar, pero él me cortó.
-Esto no se trata de nadie que se esté entrometiendo entre los dos. Yo me lo he buscado, y yo me lo trago. -Respondió volviendo la cabeza hacia mí para mirarme directamente a los ojos.
-¡No! ¡No quiero decir eso! ¡Quier decir que sin palabras en las que creer tampoco se puede mantener nada! ¡Eres un egoísta! ¡Tú, tu dolor y tus problemas! Y a mí que me raye un parto... -Dejé de hablar un momento, confusa por lo que había dicho. -Dios, ya no sé ni lo que digo. -Dije llevándome la mano a la cabeza, más frustrada que antes pero menos que después. -Bryce, estoy viviendo un continuo sinvivir. Asustada cuando estamos bien, y preocupada cuando estamos mal. Estoy cansada ya. No enfadada. No puedo seguir así... -Y las lágrimas estallaron en mis ojos. Fueron sólo un par. No estaba llorando. Es sólo que no sólo tenía que liberar sentimientos, estaba tan colmada de todo que ya tenía que pasar a la liberación física. -O todo o nada. Pero algo completo, no una parte. Déjame o apriétame más fuerte, pero no quiero que me dejes así...

Y sin previo aviso. Sin más. De pronto. Bryce me abrazó. Apoyó su cara sobre mi cabeza, encogiéndose sobre mí de forma protectora. Arrullándome con sus brazos, alrededor de mi cuello. Intentando transmitirme el poco calor que le quedaba en el frío de su ser.

-Esto me duele a mí más que a ti, Valeria. Créeme, es preferible la incertidumbre de la ignorancia a la incertidumbre de lo que al final ocurrirá. Todavía no sé que es lo que va a pasar. En cuanto lo sepa. Te lo juro por Dios que te lo diré. Ya sea mi salvación o sea mi destrucción. Pero por favor, hasta que lo sepa, por lo que pueda pasar, déjame que disfrutemos del tiempo juntos sin preocupaciones que te mantengan ausente o a mí me maten por dentro. -Y me apretó contra su pecho tanto, que llegué a escuchar los latidos acelerados de su corazón a través de las gruesas capas de ropa de abrigo que llevaba encima.

Nos quedamos así bastante tiempo. Abrazados. Solos él y yo. El gélido invierno de Nueva York no pudo hacer que el momento fuera menos íntimo o especial. Ese momento lo sentí como si todas la frustración, el agobio, la rabia, la impotencia, las lágrimas derramadas y guardadas que sufrí en su ausencia, formaran parte de un lejano recuerdo que no sabes si has llegado a vivir o sólo lo has imaginado.

-Dime sólo una cosa Bryce. Y sé sincero. -Dije sutilmente después de disfrutar al máximo el momento para quitarle importancia al hecho de que rompí el mágico silencio. Esperé su respuesta.
-No, no ha sido una broma para una cámara oculta. -Respondió como si ya todas las cosas hubiesen vuelto a la normalidad. ¿Pero es que hay una estado de normalidad definido para nosotros?
-Más te vale, más que nada por tu integridad física. -Yo, ya sea en la anormalidad o la anormalidad, soy incapaz de no seguir una broma.
-Jajaja. ¿Qué me harías? -Su voz sonaba juguetona. Removió el pelo de mi cabeza con su mejilla, que seguía apoyada en ella. Se acurrucó más en lo poco que ocupa mi cuerpo en el suyo.
-¿Le tienes mucho cariño a tu cara? Tal vez la remodelase. -Curiosamente, eso sería lo que nunca le estropearía. Me encanta demasiado su cara como para dejar de adorarla.
-Jajaja. Qué idiota eres. -Y escuché esa risa relajada y clara que tanto me gusta en él. Mi cuerpo se llenó de paz.
-Bueno, venga ya, no me distraigas. -Que ya nos conocemos... -Dime. ¿Qué cambió en tu cabeza para que en estos dos días, sin haberse solucionado las cosas, tu quisieras volver? ¿Has dejado de pensar que eres malo para mí y que no me convienes? -Tras unos largos segundos de silencio, pensando tal vez la respuestas o una alternativa a la original, respondió.
-Para nada, lo pienso más que antes. -No sé para que pregunto, la verdad... Para pena mía, Bryce se separó de nuestro abrazo, dulcemente, sí, pero igualmente se separó. Con mucha delicadeza, sin dejar de mirarme a los ojos, levantó su mano derecha y acarició con el dorso de sus dedos el labio hinchado y roto que me rompió al golpearme. Ni me acordaba que lo seguía teniendo. Antes no sentía las palpitaciones en el labio que empecé a sentir justo después del contacto. Pero obviamente Bryce, que dudaba que lo hubiese olvidado, no podía no verlo. Pensé que no iba a decir nada más. Que con ese gesto simbólico iba a reforzar su idea de por qué piensa que no es bueno para mí, incluso más que antes. Sin embargo, para mi sorpresa, Bryce siguió hablando -No sé por qué volví, la verdad. No lo elegí yo, no fue una decisión propia que yo decidiera tomar. -Hizo una pausa, pensando en algún motivo que lo explicase. Seguía acariciándome, pero no el labio. Recorría suavemente con la palma de la mano y sus dedos mi mejilla, mi cuello... Sus manos estaban congeladas, pero yo sentía que su tacto quemaba en mi piel como una llama abrasodora. Cerré los ojos para centrar toda mi atención en el camino que realizaba por mi piel. -Simplemente, como un títere que no tiene ni voz ni voto, fui manejado por el lado estúpido y soñador de mi mente, que aún piensa que tú y yo tenemos todavía la oportunidad de ser felices juntos. -Eso me dejó muy impactada. Me emocionó mucho escuchar eso. Abrí los ojos de golpe, quería ver que era verdad que lo había dicho y no una imaginación de mi subconsciente en un intento por querer escuchar algo que le hiciera recobrar todas las fuerzas que yo había perdido. Me miraba muy serio, con cara de total sinceridad. Debía ser verdad que lo había escuchado.
-Me cae bien ese lado de tu mente. -Fue todo lo que alcancé a decir. La intensidad de sus ojos me impedía pensar con claridad.
-Y a mí me tiene loco la titiritera que lo maneja. -Y volvimos a fundirnos en la fría noche invernal al lado del Hudson.