-Hola...
-Como no podía ser de otra manera, yo tenía que decir alguna
estupidez, y la primera que se me ocurrió para romper el silencio
fue esa. Eso sí, el silencio lo rompí, pero no nuestras intensas
miradas que nos atravesaba el uno al otro como profundos taladros.
-¿Cómo estás? -Dije. Él se quedó callado, con los ojos muy
abiertos, impactado, analizando lo que podía haber pasado por mi
mente para decir eso cuando llevábamos dos días sin vernos
separados de la forma que nos separamos. Vi por la expresión de
frustración de su cara que. No es sólo Aaron el que no sabe cómo
funciona mi mente, Bryce tampoco, y ahora me estaba dando cuenta de
que yo me incluía también el paquete. Con tantas cosas que tengo
que decirle... ¡Tantas! Y me quedo en blanco. Diciendo cualquier
tontería para romper la cortante tensión en el ambiente.
-¿Hola?
-Preguntó extrañado, cansado de la vida, sin fuerza ni ánimos.
-¿Eso es lo único que se te ocurre decir después de todo lo que ha
pasado? Me voy y te dejo sola, no doy señales de vida en dos días y
aparezco cuando me da la gana... ¿Y a ti se te ocurre preguntarme
cómo estoy? -Se irritó. Qué raro en él... Esté feliz, triste,
extrañado, enfadado, asustado o durmiendo, lo que no falla es que
esté irritado. Me miraba esperando una repuesta coherente de mi
parte. Impaciente.
-¿Qué
quieres que te diga, Bryce? Sé que estás bien, lo puedo ver con mis
propios ojos. ¿Te pregunto dónde has estado? No es lo que más me
preocupa ahora mismo, la verdad. -Respondí con total sinceridad.
Calmada, tranquila, pensando en todo lo que tenía que decir antes de
exteriorizarlo. -Me importa más saber si sigues mal, sigues
reprochándote cosas a ti mismo o has dejado todos los motivos que te
hicieron dejarme. -Es lo que más quería saber en ese momento.
-Deberías
estar enfadada conmigo. Molesta y dolida. Tendrías que haberme
abofeteado nada más verme. Haber soltado toda tu rabia comprimida
por todo lo que te hago pasar... ¿Y tú vas y te preocupas por mí?
¿Por qué no lo haces?... -Estábamos los dos en el escalón ancho
del portal del edificio, él se dio la vuelta, cerró los puños y
esperó a calmarse. Bueno, a calmarse lo suficiente para volverse.
-Me haces sentir peor si haces eso. Tendrías que castigarme con tu
desprecio y rechazo... -Se giró de nuevo hacia mí, pero no levantó
la cabeza del suelo. No me miró mientras lo dijo. No se atrevía.
-¿Eso
te haría sentir mejor? ¿Eso se llevaría todo el daño que has
causado? ¿Sería un castigo que enmendase tus acciones? -No hizo
falta que gesticulara un “Sí” para conocer la respuesta. Su
silencio respondió por si mismo. Me pareció verle realizar un leve
movimiento de asentimiento con la cabeza, pero tal vez pudo ser mi
imaginación. Hay momentos, en los que uno no tiene ni fuerzas para
nada. -Pues déjame decirte que no estoy enfadada. No lo he estado en
todo este tiempo. Y no lo voy a estar después. No te considero
culpable. Te considero víctima. Víctima de ti mismo y lo que llevas
dentro. Yo sólo soy la que recibe todos los daños colaterales.
-Alzó la cabeza para mirarme en una forma que no llegué a
descifrar. Una vez más estábamos en el portal de mi casa, como en
otras muchas tantas, en un momento tan distinto como el resto de
veces. Bryce suspiró.
-Valeria,
me estoy ahogando en este lugar. ¿Podríamos ir a algún espacio
abierto? -Fue todo lo que dijo después de un minuto completo sin
responder. Me miraba como si anhelara con todos su corazón aquello
que está en frente de sus ojos pero que no tiene. Como el mendigo
que mira con dolor a través del cristal de una pastelería.
-Podemos
ir caminando hasta el Greenway del río Hudson, está a cinco minutos
. Si te parece bien. -Comprendía que necesitaba sentirse liberado
para continuar.
-Está
bien. Gracias. -Fue todo lo que dijo Bryce. Se giró y emprendió el
camino que una vez recorrimos juntos al contrario, cuando yo cargaba
con él. Ese día que estaba semi-inconsciente y con fiebre. Tantos
recuerdos...
Yo
también eché a andar, me adelanté para ponerme a su lado. Caminaba
cabizbajo, con las manos en los bolsillos. Me fijé en que llevaba la
misma ropa que el día en que me dejó con los niños en el portal de
casa. ¿Dónde habría estado? Él siempre tiene la facilidad de
preocuparme con facilidad. Justo en ese momento pensé en Aaron. De
preocupación en preocupación y tiro porque me preocupo. Es mi
versión de la oca. ¿Qué iba a pasar con él? ¿Nos lo
encontraríamos en el camino? ¿Me llamaría? ¿Debía llamarlo yo a
él? Sólo sé que echamos a andar y lo que pasó a continuación
acabó con cualquier capacidad que tuviera de pensar con serenidad.
Bryce se sacó una mano del bolsillo del abrigo y me la cogió. Yo
miré nuestras manos unidas, me asusté sentir como de pronto y sin
previo aviso alguien me agarraba. Era la segunda vez que Bryce me
cogía de la mano y la primera en la que íbamos caminando así por
la calle. Esperaba que me contara todo lo que pasaba cuando
llegáramos.
El
trayecto lo hicimos en completo silencio. No sé si incómodo o no,
pero silencioso sí. Éramos sólo dos almas vagabundas más por las
abarrotadas calles de Nueva York a las ocho y diez de la tarde.
Solamente dos vidas más en la multitud. Nadie reparaba en nosotros.
Nosotros no reparábamos en nadie. Caminábamos sin prisa pero sin
pausa. Moviéndonos como una sombra, escurriéndonos entre los
cuerpos de la gente. No sé en qué estaría pensando Bryce. Pero yo
no estaba pensando en nada. ¡No podía! A lo más que llegaba mi
capacidad era a mirar alrededor y a sentir la ligera y suave presión
de la mano de Bryce en mi mano. No era la cadena que me unía al
mundo, era la cadena que me mantenía separada de él. No era el
pedacito de amarga realidad que impide que piense en lo que puede
pasar a continuación, era el pedacito que me conservaba alejada de
la amarga realidad.
¿Quién
estaba cambiando en realidad a quién? ¿Yo a Bryce? ¿Bryce a mí?
Hace tres meses ni se me hubiera ocurrido pensar que toleraría todos
sus impulsos y cosas que se le vinieran en gana. Ahora estaba como un
manso corderito, feliz porque después de toda la tormenta ha llegado
una aparente calma, calma que me transmitía su mano agarrada a la
mía. Hace tres meses yo estaría como un fiero león reprochándole
la tormenta que había formado. ¿Me estaba reblandeciendo? ¿Me
conformo con los pocos pedazos buenos que recibo? Ironías de la
vida.
En
lo que a mi parece fue poco tiempo, estábamos ya en el paseo
fluvial. Era totalmente de noche desde hacía un par de horas. Las
farolas alumbraban en focos que se centraban en la porción de suelo
que les pertenecía. Todavía no he visto el dichoso parque de día.
Llegamos hasta la orilla del Hudson y allí nos paramos. En el borde.
Observando la inmensa masa de agua que fluía apaciguadamente en
frente de nuestros ojos. Sentía frío que calaba. Brisa tranquila y
heladora. El pelo se movía con los vaivenes de la ligera corriente
de aire. Bryce me soltó la mano por primera vez, inspiró aire
profundamente a la vez que estiraba los brazos con los ojos cerrados.
Dejándose llevar por lo que venía a ser lo que yo pensaba que era
el minuto previo al enfrentamiento de la realidad. Hizo lo mismo una
segunda vez mientras yo lo miraba. Se escondió las manos en los
bolsillos, se encogió por el frió que a él también lo calaba,
miró un minuto más a la laguna y después se giró para mirarme a
mí. Yo no estaba impaciente, sólo miraba expectante cada movimiento
que realizaba. Deseo tanto siempre que esté conmigo, que cuando
ocurre, olvido toda desesperación que hubiese sentido y sólo puedo
observarlo como una pasmada, como si se tratase del más maravilloso
espectáculo nunca visto.
-Sé
que te debo una explicación. -Comenzó diciendo. Me vino un
escalofrío. No sabía cuál era la explicación y ya la temía más
que a nada. -Pero sólo puedo darte una explicación a medias. -Dijo
con su ceño fruncido parcialmente.
-¿Cómo
que una explicación a medias? -Si iba a enfrentarme con algo que
volviese a destruir mis ilusiones, fantasías, planes futuros, deseos
y felicidad, prefería conocerlo al completo.
-El
otro día, en el restaurante, cuando estuvimos comiendo con Tori.
-Hizo una pausa para asegurarse de que recordaba. Asentí. -Cuando
fuiste al baño, me llamaron al teléfono. No para darme una buena
noticia precisamente. -Rió con amargura. Girando la cabeza
lentamente de un lado a otro, mostrando incredulidad e ironía.
-Estoy en un terrible problema. Valeria. Un problema fatal. -Au, eso
dolió. Se me pasaron tantas posibles cosas por la cabeza, que
ninguna se quedó tanto tiempo para que yo pudiera ser capaz de
recordar haberlas pensado. Como las estrellas fugaces, las ves pero
no te dan tiempo a observarlas. Sabes que la has visto, pero no sabes
cómo era.
-Qué
es. Dímelo por favor. Podemos afrontarlo juntos. Sólo cuéntamelo.
No voy a dejarte. ¿Por qué no puedes? ¿Es un secreto? Confía en
mí... -Me desesperé de repente, y eso que no había agotado todas
las posibilidades. Tal vez me he vuelto muy aprensiva últimamente.
-No
es un secreto. Y no es que no quiera decírtelo. Es que no puedo. No
me sale. Mi mente se bloquea con sólo mandarle la acción de
pronunciar las palabras. -Dijo apartando la mirada. Evitando todo
contacto visual. Le costaba asimilarlo y a mi cada vez me costaba más
tranquilizarme.
-Bryce.
¿Recuerdas? En la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la
pobreza. En la prosperidad y en la adversidad... -Fue lo primero que
se me ocurrió en mi acción desesperada por convencerlo.
-Valeria...
No es momento de bromas ahora... Te lo estoy diciendo muy en serio.
-Ahora sí me miró, pero no me vale. Yo quiero que lo haga cuando
más trabajo le cueste, porque es cuando más lo necesito. -Las cosas
son diferentes ahora. No es tu problema, es mi problema. Y no quiero
arrastrarte conmigo. Es mi sufrimiento, no el tuyo. Ódiame si
quieres por querer evitártelo. -Dijo mirando de nuevo a otra parte.
Me tenía atacada ya.
-¡Sí!
¡Son las palabras que dice el cura en las bodas! ¿Pero y qué más
da? ¿Quién dice que sólo sirvan para el matrimonio? Sólo quiero
que lo sepas... Que cuentes conmigo. No somos tú y yo. Somos
nosotros... -Empecé a temblar de pura impotencia. Estaba viendo que
no iba a conseguir nada. Que algo malo iba a pasar si es que no
estaba pasando ya. Y yo iba a quedarme fuera para intentar evitarlo.
-¿Por
qué me pones las cosas tan difíciles, Valeria? Cuanto más intentas
que lo comparta, más daño me hace. -Ay por Dios... ¿Qué es que
tanto le duele? -Todavía no está todo perdido. Estoy intentando por
todos los medios solucionarlo. Haré cualquier cosa. Pero te hago
pasarlo mal todo el rato. Cada minuto que somos felices juntos, nos
condena a ser infelices durante días. Estamos más veces mal que
bien. No me juzgues si quiero que los pocos momentos que estamos
juntos,
no
lo estemos mal. -Vale, eso ya acabó con toda estabilidad emocional
que pudiera haber conservado.
-Bryce...
Por favor... Me matas. Me tienes en vilo todo el tiempo. Estamos
viviendo un momento de película de amor y de pronto, nos encontramos
con que era de tragedia. No vivo tranquila. Vivo con miedo a que en
cualquier momento pueda volver a ocurrir algo que nos separe.
¿Recuerdas lo que nos prometimos en el banco de la Uni el día que
nos reconciliamos? Que sólo creeríamos en nuestras palabras, que no
permitiríamos que nadie se interpusiese entre nosotros. -Me di
cuenta de que estaba gritando. Pero estábamos demasiado lejos de
todo para que alguien o algo pudiera escucharnos. Iba a continuar,
pero él me cortó.
-Esto
no se trata de nadie que se esté entrometiendo entre los dos. Yo me
lo he buscado, y yo me lo trago. -Respondió volviendo la cabeza
hacia mí para mirarme directamente a los ojos.
-¡No!
¡No quiero decir eso! ¡Quier decir que sin palabras en las que
creer tampoco se puede mantener nada! ¡Eres un egoísta! ¡Tú, tu
dolor y tus problemas! Y a mí que me raye un parto... -Dejé de
hablar un momento, confusa por lo que había dicho. -Dios, ya no sé
ni lo que digo. -Dije llevándome la mano a la cabeza, más frustrada
que antes pero menos que después. -Bryce, estoy viviendo un continuo
sinvivir. Asustada cuando estamos bien, y preocupada cuando estamos
mal. Estoy cansada ya. No enfadada. No puedo seguir así... -Y las
lágrimas estallaron en mis ojos. Fueron sólo un par. No estaba
llorando. Es sólo que no sólo tenía que liberar sentimientos,
estaba tan colmada de todo que ya tenía que pasar a la liberación
física. -O todo o nada. Pero algo completo, no una parte. Déjame o
apriétame más fuerte, pero no quiero que me dejes así...
Y
sin previo aviso. Sin más. De pronto. Bryce me abrazó. Apoyó su
cara sobre mi cabeza, encogiéndose sobre mí de forma protectora.
Arrullándome con sus brazos, alrededor de mi cuello. Intentando
transmitirme el poco calor que le quedaba en el frío de su ser.
-Esto
me duele a mí más que a ti, Valeria. Créeme, es preferible la
incertidumbre de la ignorancia a la incertidumbre de lo que al final
ocurrirá. Todavía no sé que es lo que va a pasar. En cuanto lo
sepa. Te lo juro por Dios que te lo diré. Ya sea mi salvación o sea
mi destrucción. Pero por favor, hasta que lo sepa, por lo que pueda
pasar, déjame que disfrutemos del tiempo juntos sin preocupaciones
que te mantengan ausente o a mí me maten por dentro. -Y me apretó
contra su pecho tanto, que llegué a escuchar los latidos acelerados
de su corazón a través de las gruesas capas de ropa de abrigo que
llevaba encima.
Nos
quedamos así bastante tiempo. Abrazados. Solos él y yo. El gélido
invierno de Nueva York no pudo hacer que el momento fuera menos
íntimo o especial. Ese momento lo sentí como si todas la
frustración, el agobio, la rabia, la impotencia, las lágrimas
derramadas y guardadas que sufrí en su ausencia, formaran parte de
un lejano recuerdo que no sabes si has llegado a vivir o sólo lo has
imaginado.
-Dime
sólo una cosa Bryce. Y sé sincero. -Dije sutilmente después de
disfrutar al máximo el momento para quitarle importancia al hecho de
que rompí el mágico silencio. Esperé su respuesta.
-No,
no ha sido una broma para una cámara oculta. -Respondió como si ya
todas las cosas hubiesen vuelto a la normalidad. ¿Pero es que hay
una estado de normalidad definido para nosotros?
-Más
te vale, más que nada por tu integridad física. -Yo, ya sea en la
anormalidad o la anormalidad, soy incapaz de no seguir una broma.
-Jajaja.
¿Qué me harías? -Su voz sonaba juguetona. Removió el pelo de mi
cabeza con su mejilla, que seguía apoyada en ella. Se acurrucó más
en lo poco que ocupa mi cuerpo en el suyo.
-¿Le
tienes mucho cariño a tu cara? Tal vez la remodelase. -Curiosamente,
eso sería lo que nunca le estropearía. Me encanta demasiado su cara
como para dejar de adorarla.
-Jajaja.
Qué idiota eres. -Y escuché esa risa relajada y clara que tanto me
gusta en él. Mi cuerpo se llenó de paz.
-Bueno,
venga ya, no me distraigas. -Que ya nos conocemos... -Dime. ¿Qué
cambió en tu cabeza para que en estos dos días, sin haberse
solucionado las cosas, tu quisieras volver? ¿Has dejado de pensar
que eres malo para mí y que no me convienes? -Tras unos largos
segundos de silencio, pensando tal vez la respuestas o una
alternativa a la original, respondió.
-Para
nada, lo pienso más que antes. -No sé para que pregunto, la
verdad... Para pena mía, Bryce se separó de nuestro abrazo,
dulcemente, sí, pero igualmente se separó. Con mucha delicadeza,
sin dejar de mirarme a los ojos, levantó su mano derecha y acarició
con el dorso de sus dedos el labio hinchado y roto que me rompió al
golpearme. Ni me acordaba que lo seguía teniendo. Antes no sentía
las palpitaciones en el labio que empecé a sentir justo después del
contacto. Pero obviamente Bryce, que dudaba que lo hubiese olvidado,
no podía no verlo. Pensé que no iba a decir nada más. Que con ese
gesto simbólico iba a reforzar su idea de por qué piensa que no es
bueno para mí, incluso más que antes. Sin embargo, para mi
sorpresa, Bryce siguió hablando -No sé por qué volví, la verdad.
No lo elegí yo, no fue una decisión propia que yo decidiera tomar.
-Hizo una pausa, pensando en algún motivo que lo explicase. Seguía
acariciándome, pero no el labio. Recorría suavemente con la palma
de la mano y sus dedos mi mejilla, mi cuello... Sus manos estaban
congeladas, pero yo sentía que su tacto quemaba en mi piel como una
llama abrasodora. Cerré los ojos para centrar toda mi atención en
el camino que realizaba por mi piel. -Simplemente, como un títere
que no tiene ni voz ni voto, fui manejado por el lado estúpido y
soñador de mi mente, que aún piensa que tú y yo tenemos todavía
la oportunidad de ser felices juntos. -Eso me dejó muy impactada. Me
emocionó mucho escuchar eso. Abrí los ojos de golpe, quería ver
que era verdad que lo había dicho y no una imaginación de mi
subconsciente en un intento por querer escuchar algo que le hiciera
recobrar todas las fuerzas que yo había perdido. Me miraba muy
serio, con cara de total sinceridad. Debía ser verdad que lo había
escuchado.
-Me
cae bien ese lado de tu mente. -Fue todo lo que alcancé a decir. La
intensidad de sus ojos me impedía pensar con claridad.
-Y
a mí me tiene loco la titiritera que lo maneja. -Y volvimos a
fundirnos en la fría noche invernal al lado del Hudson.