Capítulo
64: Genes familiares
-Valeria...
-Se atrevió a decir Mario pasados diez minutos de los veinte que se necesitan
para llegar al metro. Lo dijo con miedo.
Yo iba
caminando un metro por delante de ellos. Yo dando zancadas largas y ellos
corriendo para cogerme el ritmo. Me paré y me giré para mirarlo. Los dos se
habían parado. Tenía que calmarme, la mirada que le eché al pronunciar mi
nombre, no es de una persona que disfruta de una buena salud mental... Me di
cuenta por el encogimiento que experimentó su pequeño cuerpo al verme tan
enfadada. -¿Estás así por nuestra culpa? -Dijo asustado.
-Lo
sentimos. No era nuestra intención causar problemas. Sólo que no queremos
compartirte con Bryce. -Continuó hablando Rafael. También asustado. -De hecho,
no queremos compartirte con nadie. Y vi cómo Rafael también se hizo más
pequeñito al decirlo.
Suspiré
profundamente, expulsé todo el aire de mis pulmones y toda la tensión acumulada
en mí. Toda la noche intentándolo y lo consigo ahora con un suspiro... ¿Pero
qué me pasa? Esta no soy yo... Yo nunca estoy tan irritable... Me acerqué a
ellos y me agaché para colocar mi cara a su altura.
-No, no
es culpa vuestra. Es culpa mía. Por no morderme la lengua cuando tengo que
hacerlo, por actuar en caliente y no esperar a calmarme y pensar con la mente
fría, por no disculparme cuando debo... -Agaché la cabeza, no para mirar al
suelo, sino para no mirarlos a ellos. -Anoche discutí con Bryce... Ellos se
quedaron en silencio, esperando que continuase, pero viendo que no lo hacía, me
dieron un empujoncito para que siguiera.
-¿Por
Aaron? -Dejó caer Rafael. Son listos estos niños.
-No... Ya
os dije que él y yo sólo somos amigos. Pero a mí antes me gustaba. -Voy a
omitir el que ahora también. -Y Bryce lo sabe. Por eso no sé cómo va a tomarse
el saber que Aaron se quedó a dormir en mi casa. -Les debía una explicación.
Pero nadie dijo que tenía que ser a todo lujo de detalles. -Sólo eso. Nada de
las películas que vosotros os montáis en vuestra mente. -Y tenía razón... Esto
supera la ficción... -Lo de anoche es por una estupidez... Un choque de
opiniones que tan frecuentes son en nosotros... Vosotros estáis de por medio,
como siempre, pero no soys los culpables. No os preocupéis. -Levanté la cabeza
y les sonreí. Sí, realmente es una gilipollez. Aunque no iba a usar esa palabra
con los niños. Él se alteró, yo me alteré, se juntó vinagre con cloruro de
sodio y explotó el volcán. Una vez más.
Estos
pequeñajos se echaron sobre mí y me dieron un abrazo grupal. Realmente son
súper tiernos cuando se lo proponen.
-Bueno,
bueno, que ya te estás poniendo demasiado contenta. En verdad lo de no
compartirte es porque te tenemos como un objeto de nuestra propiedad. -Y en
contra de todo pronóstico, lo que dijo Rafael para intentar quitarle
sentimentalismo al momento, le añadió más todavía. Se veía tan tierno
abrazándome, intentando quitarle importancia al asunto a la vez que intenta
hacerme reír.
-No te
pienses que es porque nos ponemos celosos por verte con otros chicos. -¡OUUU!
Las palabras de Mario me sacaron unas lagrimillas. Si es que por mucho que me
indigne con ellos, sólo puedo quererlos. Me había quedado muy falta de cariño
en una sóla noche, pero ya era demasiado sentimentalismo incluso para mí.
-Bueno,
venga, andando que tenemos que llegar a casa antes de que llegue vuestra madre.
-Me puse en pie de sopetón, me di la vuelta, me sequé con la manga del jersey
la tonta lagrimilla y reemprendimos el camino al metro. Yo agarrada de las dos
manos a ellos, caminando a su lado, sin prisas y sin pausas.
Yo seguía
pensando que no iba a ser un buen día a pesar de que había mejorado. Bryce
ocupaba toda mi mente. Pero siempre es preferible un mal día tras una
discusión, que un día en el que él no está, y no hablo de cuerpo presente,
hablo de un día sin él.
Agradecí
mucho el ambiente distendido que pululaba a nuestro alrededor a la vuelta. Los
sentimientos negativos son como una toxina para mí. No puedo vivir mucho rato
con ellos, mi cuerpo comienza a rechazarlos con respuestas que me dejan
destrozada.
-¿Y qué
vas a hacer ahora? -Preguntó Mario sentado en el metro, moviendo sus
piernecitas hacia delante y hacia atrás, todavía no le llegan al suelo. Los dos
estaban sentados juntos y yo en frente de ellos, protegiéndolos con mi cuerpo
de cualquier mal.
-Voy a ir
a vender droga. -Voy a tomarle un rato el pelo a estos dos. Aunque eso se me
ocurrió después de decir ese disparate... Lo reconozco, no soy nadie sin decir
tonterías. Por suerte, las diminutas probabilidades de que haya alguien que
entienda español en un vagón de 10 metros cuadrados me permitió decir eso.
Aunque... para qué vamos a engañarnos... lo hubiera dicho igualmente. Rafael me
miró acusativo, inclinando la cabeza hacia un lado y frunciendo el cejo.
-¿Te
crees que porque nos lleves más de diez años de diferencia puedes engañarnos
como si fuéramos unos ingenuos? -Típica respuesta de Rafael. Y... Au, eso de
los más de diez años de diferencia dolió. Me hizo parecer muy muy vieja.
Diantres... Que son unos preciosos 21 años... la flor de la vida...
-Ah, ¿no
te lo crees? ¿piensas que miento? -Me hice la sorprendida e indignada ante la
duda.
-Sin duda
alguna. -Se cruzó de brazos para decirme con lenguaje corporal que no iba a
aceptar nada de lo que le dijese. Y ahí, se me encendió la bombilla del
hijoputismo.
-Y si te
enseño esto... -Y cuando me aseguré de que los dos estaban con los cinco
sentidos en lo que estaba haciendo, me metí la mano libre que no estaba
agarrando la barra del metro para no caerse en el bolsillo del chaquetón.
Recordé que llevaba una bolsita con chucherías. Al ver la bolsa de plástico
aparecer por mi bolsillo, los dos abrieron tanto los ojos, que casi se les
salen de las órbitas.
-¡No! ¡No
lo saques aquí! -Rafael, mi pequeño ingenuo, saltó de su asiento corriendo a
por mi mano para que la volviera a meter en el bolsillo. Su cara de
desesperación fue lo mejor.
-El qué,
¿las chuches que tengo para vosotros? -Llegó a meterme la bolsa en el bolsillo,
pero en mi segundo intento, fui más rápida y ágil. Al ver lo que realmente era,
Mario abrió la boca más que los ojos y Rafael directamente se quedó
petrificado. Su ego quedó muy muy herido.
-¿Qué
decías? ¿Que no eras un ingenuo? -No podía desperdiciar este momento de
verdadera victoria. A veces pienso, que yo soy más infantil que ellos. Lo miré
victoriosa, sonriendo de oreja a oreja mostrando mi felicidad. Mario se levantó
a coger el paquete de chuches de mi mano para empezar a comerlas. Él no pintaba
en esta historia.
-No me lo
había creído. Estaba actuando. -Rafael se sentó se cruzó de brazos más que antes
y frunció el cejo más que antes. Miró hacia otro lado para evitar cruzar la
mirada conmigo. Estaba intentando recuperar su ego. Casi me da penita por un
instante.
-Ya......
Claaaaroooo......Sí, sí. Sin ninguna duda. -Eso se llama, hurgar en la herida.
¿O hurgar en el ego? JAJAJA qué mala leche. Mario se cruzó todavía más de
brazos y frunció todavía más el ceño, si era incluso posible más. -¿Por qué te
enfadas entonces si no te lo has creído? -Me miró por un momento, me lanzó
dardos por los ojos y volvió a voltearme la cabeza. -¡Oh! ¡Venga ya! ¡No seas
tan orgulloso! ¡Vosotros os mofáis de mí constantemente y si tuviera que
enfadarme por cada vez que lo hacéis, viviría de brazos cruzados! -La que se
viene a quejar... -Coge chuches tú también. -Me miró por un momento, dándome la
posibilidad de deliberar la opción de aceptar lo que yo decía. Y ahí usé el
factor sorpresa. Le toqué con la yema del dedo índice, con total delicadeza, el
centro de la frente con mucho cariño. Sonriente. -Venga. Estamos en paz. -Rafael
me miró muy sorprendido. Se puso muy colorado y disimuló mirando hacia otro
lado, quitándole el paquete de chuches a Mario. Que no le quitaba mano.
-Bueno,
que no has dicho al final que vas a hacer. -Dijo Mario cuando se quedó sin
chuches. No puso pegas, ya se había hartado en grandes cantidades. ¿Pero entonces
no lo preguntó para comenzar una conversación amena? ¿Lo quería saber de
verdad? Ains.... Nunca conseguiré despistarlos de su propósito... Me quedé
pensativa un rato.
-Pues no
sé. Imagino que me quedaré en casa haciendo el tonto y luego me iré a trabajar.
-Cómo si tuviera todo un abanico de divertidísimas posibilidades entre las que
poder elegir...
-Para
seguir haciendo el tonto allí. -Y ese comentario típico de Rafael, salió de los
labios de Mario. El primero seguía callado comiendo chucherías y mirándonos
atentamente. Pues sí que se había quedado tocado... sí...
-Exactamente,
tú lo has dicho. -Y chasqueé los dedos para apuntarlo después con el índice.
Para qué me voy a molestar por las verdades que dicen... verdades son, debería
molestarme en todo caso por no ser unas verdades que me gusten o de las que
pueda sentirme orgullosa. -No puedes pedirle a los olmos que entreguen peras.
-No pueden pedirme que deje de hacer estupideces todo el rato.
-Ni a ti
valor. ¿Te quejas de que soy un orgulloso y no piensas hablar con Bryce? -¡ZAS!
Cualquier día, me ha hablar del sentido de la vida, y voy a tener que darle la
razón. Rafael dice verdades como templos, y como puños.
-Lo
llamaré. Pero tengo que convencerme de ello antes... -Y antes de que pudieran
decir algo más. Llegamos a nuestra parada de metro. Las puertas se abrieron y
nosotros salimos a la calle arrastrados por la aplastante multitud que salía
también con nosotros.
-Bueno,
¿y qué vais a hacer vosotros? -Esto se parecía mucho a la típica conversación
que tienes con alguien con el que no sabes de qué hablar. Como no nos estemos
echando los trastos unos a otros, nos quedamos en blanco. Íbamos caminando sin
ir agarrados de las manos. Ahora había demasiada gente andando por la calle que
podría vernos, y eso heriría el orgullo de hombre de los niños. En el barrio
rico no estaba ni el Tato.
-Nos
quedaremos con mamá. Se tiene que ir a trabajar en una hora. -Mario lo dijo con
penita.
-Sí...
Después nos quedaremos solos. Como siempre.. -Vale. Ahí se me partió el alma.
-¿Como
que siempre? -No daba crédito a lo que acababa de oír. Intenté no alzar mucho
la voz, pero estaba demasiado consternada.
-¿Con
quién pensabas que nos quedábamos entonces cuando mamá trabaja? -Preguntó Mario
inocentemente. Y entonces, recordé que siempre me lo había preguntado pero
nunca había averiguado la respuesta. En todas las ocasiones que me habían visto
por la ventana.
-No lo
sé... Siempre me lo había preguntado... -Dije bajando el tono de voz con cada
palabra que decía. -No me gusta que os quedéis solos. Veníos a mi casa siempre
que no esté vuestra ma...
-No
necesitamos tu compasión ni que te sientas obligada a hacer cosas que no te
incumben. -Rafael, con una frialdad digna de un adulto, me tajó cortante.
-No lo he
dicho por obligación, lo he dicho porque no quiero que os quedéis solos. Y
cuida tus palabras, Rafael, a veces hieren. -Eso me dolió. Mario nos miraba
preocupado.
-Siempre
nos la hemos apañado solos y nunca hemos necesitamos ayuda de nadie. Te quedas
con nosotros sólo porque mamá no quiere que durmamos solos. -Su tono de voz fue
un poco menos tajante que antes. Aunque sus palabras hirieron igual.
-Ya
sabéis donde vivo. -Sí, podría haber dicho algo más. Como un <buscadme cuando
queráis> o <estoy ahí para lo que queráis> y similares. Pero eso ya lo
daba a entender con la frase que dije.
Continuamos
el camino en silencio hasta casa. Llegamos a las nueve y siete al piso.
Estábamos entrando en su casa para esperar en ella a Raquel cuando ella
apareció por al momento subiendo las escaleras mientras yo buscaba las llaves
de la casa en el bolso.
-¡Ay!
¡Hola! ¿Cómo estáis tesoros? -Y se agachó para recibir un abrazo de oso de los
dos pequeños, que salieron corriendo nada más verla. Realmente la quieren un
montón. Nunca he visto ese entusiasmo al ver a una madre cuando la ves todos
los días en ninguna otra persona. Los tres con los ojos cerrados, sonrientes y
felices me parecieron lo más bonito del mundo. Era lo que menos podía dejar de
mirar y adorar después del helecho de verde clorofila del pasillo de anoche.
-Buenos
días, Raquel. ¿Cómo estás? -Dije acercándome a ella cuando se levantó. Nos
dimos dos besos de saludo y un abrazo reconfortante después de todos los duros
momentos. Se la veía tan joven pero tan cansada... Ojeras marcadas, cara pálida
y muy delgada, labios violáceos, voz débil, pelo desaliñado, ropa dejada...
¿Cómo no me he fijado antes? Lo ha tenido que pasar realmente mal por su
hermana.
-Bueno...
Muy contenta. Le dan el alta hoy a mi hermana. Pero he tenido que venirme,
quería ver a mis niños antes de entrar a trabajar. -Y les acarició la cabeza a
los dos mirándolos con amor. Cada uno estaba a un lado de ella. Con una mano
apoyada en su cadera o pierna.
-¡Qué
bien! Me alegro mucho por tu hermana y por ti, de verdad. -Y le dediqué mi más
cálida sonrisa. -Ahora lo que tienes que hacer, es descansar al máximo. Debes
estar agotada. -Y le apreté la mano sutilmente, intentando transmitir toda la
fuerza y energía posible.
-¡Ay que
va! ¡Yo no puedo permitirme ese lujo! Le han dado el alta, pero sigue débil.
Tengo que hacer algunas cosas por ella todavía en casa. Pero no te preocupes,
que voy a dormir todas las noches aquí. ¡Ay! Cierto, entra, entra, ¿qué hacemos
aquí en el rellano? Qué cabeza la mía. Venga, que tengo que pagarte. -Eso sí,
sus ganas de hablar no habían cambiado en nada, cosas que me dejaba realmente
contenta. Comenzó a buscar inquietamente las llaves en el bolso. Yo ya las
tenía preparadas en la mano, abrí y se las entregué después.
-Gracias,
no recordaba que tú también las tenías y estabas en proceso de entrar. -Me eché
a un lado para que pasaran adentro ella y los niños, que no se separaron de
ella ni un milímetro.
-Pero
entra chiquilla, entra, que tengo que darte lo tuyo. -Dijo tan dicharachera
como siempre. ¿De dónde saca esta mujer tanta alegría?
-No.
Muchas gracias Raquel, pero no puedo aceptarlo. Me he ocupado de sus hijos con
mucho gusto. No me han supuesto ninguna molestia, en absoluto, me ha encantado
pasar tiempo con ellos. -Estaba tan convencida de que tenía que pagarme, que me
miró súper extrañada.
-¡Pero
qué dices! ¡Anda chiquilla! ¿Cómo no voy a pagarte? Venga entra que tengo el
dinero dentro. -Y comenzó a andar hacia adentro, dejando el bolso en el mueble
de la entrada y llevando a los niños con ella. Entré en la casa porque se
estaba yendo y no quería desaparece así. Pero no iba a aceptar dinero ninguno.
Cuando entré, ya tenía una cartera en la mano y estaba buscando dinero en ella.
-En serio
Raquel. Te portaste muy bien ese día que yo necesitaba hacer una llamada por
teléfono. Y no me conocías de nada. Yo conociéndote, no voy a pedirte nada a
cambio. Tómatelo así. -Era una excusa. No lo hacía por eso. Ni por pena por el
tiempo que estos chicos pasan solos y el que ella pasa trabajando. Que también.
Pero es que realmente me alegraba mucho mucho haber pasado esas noches con los
niños. Había empezado a quererlos. No podía permitir recibir dinero por eso.
-Que no,
mujer. Si no me dices cuánto, te daré yo lo que me parezca. -Y como sabía que
no le diría nada. Dicho esto, no me dejó tiempo a pensar una cantidad que
decirle y se acercó a mí con dinero en mano que obligarme a coger. Me llevé las
manos a la espalda y me las cogí allí.
-No,
Raquel, de verdad que no. -Y di dos pasos atrás. Rafael y Mario me miraban muy
raro. Callados desde su sitio. Les había dicho muchas cosas bonitas, era
comprensible.
-Valeria.
Me voy a enfadar contigo como no lo cojas. -Lo dijo ya seria. ¡Qué estrés!
-Pues
nada. Me invitas a tomar café un día y así te quedas más tranquila. Pero no voy
a cobrar por hacer algo que lo he hecho con todo el cariño del mundo y sin
ánimo de lucro. -Y dicho esto. Raquel se lo pensó un momento, soltó el dinero
en la mesa y se acercó a mí con los brazos abiertos para darme un abrazo.
Abrazo que correspondí encantada.
-Bueno,
ya has dicho lo del café. No vale arrepentirse o cambiar de opinión. -Dijo
cálidamente a pesar de que estaba muy fría. Me estaba preocupando realmente su
estado de salud. Como no la viera mejor en dos días, iba a hablar seriamente
con ella.
-Lo
prometo. -Nos apretamos un poco más en ese momento y terminamos de abrazarnos.
-Bueno, me voy, no os molesto más. Que tendréis que hacer cosas. -Fui retrocediendo
de espaldas hacia la puerta de la casa. Me despedí con la mano de los niños, no
me atrevía a hablarles. Me respondieron con el mismo gesto, mirándome todavía
raro, los dos.
Salí de
la casa y no había entrado en la mía todavía cuando ya empecé a echarlos de
menos. No porque quisiera seguir estando con ellos justo en ese momento,
necesitaba tiempo para organizar mi casa y mi vida. Pero el no saber cuándo iba
a volver a verlos, me hacía extrañarlos enormemente. Lo primero que hice al
llegar a casa fue quitarme la lentilla. Había pasado ya un mes y tenía que
renovarla. Pero no iba a ponerme una nueva para estar en casa, dejaría el ojo
descansar y ya me colocaría una para el trabajo. Me dejé caer de espaldas a la
cama y me puse a pensar en todo lo que me habían dicho los niños y en cómo
había encontrado a Raquel hoy. Tengo que hacerles entender que pueden contar
conmigo cuando quieran. Le he cogido demasiado cariño a esa familia como para
quedarme sin hacer nada. Y decidido esto, busqué entre los contactos de mi
móvil a Bryce para llamarlo. Sin pensarlo. Sin tener nada preparado para
decirle. Pero no lo llamé. Si pienso, busco motivos para no hacer las cosas que
debo hacer pero a las que no me atrevo. Y no puedo evitar pensar. Esta vez, la
excusa fue que estaría durmiendo todavía.
Decidí
echarme una pequeña siesta antes de comer. Entro a trabajar a las cuatro.
Todavía me quedan unos preciados minutos de sueño, si tengo la suerte de
disfrutarlos. Estaba remuerta. Afortunadamente, me dormí al momento. Parece que
mi conciencia se quedó tranquila al estar convencida de que enmendaría lo que
había hecho mal, y eso le sirvió para dejar de atormentarme y permitirme
dormir. Acabé soñando. Desde hacía mucho tiempo. Soñé con Aaron. ¿Por qué
siempre que sueño, sueño con él? Me estaba pidiendo perdón. Que lo sentía.
¿Pero el qué? ¿Por qué se disculpaba? Me sonrió tan, tan, tan triste... ¿Eso es
porque se iba? ¿Era esta la continuación de todos mis sueños con él? Ains... ni
soñando tengo un respiro... Me levanté con la almohada completamente babeada.
Mi maravillosa consejera estaba húmeda... Vale, chistes aparte. Miré la hora.
Eran las dos menos siete. Bien, me levanté y me cogí uno de los tupper con
comida de ese día que cociné en cantidades industriales para tampoco llamar a
Bryce. Hoy tocaba ensalada de pasta. Tocaba que Bryce no me cogiese el teléfono
las tres veces que lo llamé. Y tocaba que me amargase en el trabajo sin mi
Karem. Fue una tarde sin chispa. Sin nada que recordar. Gente entrando sin
ropa, gente saliendo con ropa, gente saliendo tal y como entró. Yo sin entrar
ni salir...
Cuando
llegué a casa a las nueve y media, estaba tan re-remuerta, que me dejé caer en
la cama sin quitarme la lentilla. Volví a marcar el número de Bryce. Volví a no
obtener más respuesta que unos irritantes y continuos <piiiiii> al otro
lado del auricular. Por tres veces. Otra vez. Afú... Resoplé. Relajé todos los
músculos de mi cuerpo quedándome sin fuerza ninguna. Estaba ya tirada en la
cama, pero como si me hubiese tirado de nuevo. Me derriba todo esto. ¿Por qué
diantres no coge el teléfono? ¿Le habrá pasado algo? ¿Sigue enfadado? ¿Lo tiene
en silencio y no se entera? ¿Se le ha perdido? ¿Es en realidad el móvil un
transformer y se ha convertido en una cafetera? ¿Una aspiradora tal vez?
Pero... las aspiradoras no tienen línea telefónica... Qué tonterías pienso...
No puede haberse convertido en una... aunque no descarto la teoría de la
cafetera, tengo entendido que ya vienen con manos libres algunas. Creo. Afú...
Resoplé y volví a relajar todos los músculos de mi cuerpo, quedándome de nuevo
sin fuerzas. Si no fuera por la cama y el suelo, estaría ya en la primera
planta.
Tenía que
ducharme... y cenar... y recuperarme de lo de ayer. Y por tener, tengo hasta
que salvar el mundo si me pongo así. Tenía tantas cosas que hacer, que se me
fue la prisa. Me quedé revolcándome en mi cama, sin ganas de nada. Le echaré
las culpas al sueño que tengo por no haber dormido nada anoche. Estúpido día
raro... Sí, ahora me siento mejor, ahora que le he echado las culpas a otra
cosa.
Estaba yo
todavía con la cara aplastada contra la almohada, que se había secado ya,
cuando me entró la urgente necesidad de hacer algo productivo. Creo que esa
urgencia derivaba de lo incómoda que estaba por la postura con la que me había
quedado al caer, y es que estaba tan en <mododespojohumanoON#>, que si
llego a estar cómoda, no tengo alma para conseguir levantarme o tan siquiera
planteármelo. Y es que había quedado bocabajo, con las piernas unidas, los
brazos pegados al cuerpo, las palmas de las manos mirando al techo y mi cara
hacia la pared. Totalmente inerte. Totalmente incómoda. Y ya respirar costaba.
Así, arrastrando los pies y el alma me encaminé al baño. Me duché, cené con la
tele puesta, que, aunque no le prestase atención, no tener la habitación en silencio
me reconfortaba algo, y me acosté.
Me dormí
con la lentilla, se me había olvidado quitármela... Bien... Eso lo descubrí
cuando por la mañana era incapaz de abrir mi ojo izquierdo. Para mejorar las
cosas, era la lentilla que tenía que desechar porque ya tenía un mes y que se
me había olvidado tirar antes y coger una nueva. Yupi... Y para mejorar aún más
las cosas si cabe, me la había regalado Bryce junto con el paquetito de seis
meses. Me quedaban otras tres, pero el ojo no lo tenía yo como para ponerme
otra lentilla en ese momento. Demasiado que pude abrir el ojo y conseguir
despegármela, porque parecía que había echado raíces hasta la nuca. Dolió al
tirar de la conjuntiva... Auch. Encima de inyectado en sangre, pegajoso y medio
cerrado, ahora también me lloraba salado, para que escociese también. Lo peor,
es que a pesar de todo esto, este iba a ser uno de mis mejores días comparado
con otros tantos peores que había tenido... Aunque con la media que llevo en
puntuación para calificar mis días, superar esa media ni es considerado tener
un día bueno.
Pues
nada, o llevo gafas de sol o me paso por una óptica antes de ir a trabajar para
comprar lentillas verdes. Al evaluar el precio con la pena que valía gastarme
el pastón en lentillas, más me valía ponerme un parche y e inventarme la
historia más ridícula posible... como que me había ulcerado el ojo porque
cortándome las uñas me había entrado una en él. Opté por las gafas de sol.
Responderé que pasé una mala noche y tengo los ojos fatal, lo cual es cierto
pero no toda la verdad. Todo eso se me ocurrió durante el desayuno, mi mente no
se había encendido del todo para pensar con claridad y rapidez. Los procesos
mentales que requieren ingenio son muy lentos en esos momentos. Decidí no
llevarlas puestas por la calle, total, nadie depara en mi existencia, ¿quién
iría a darse cuenta? Odio llamar la atención, por muy irónico que pueda parecer
por decirlo yo. Al menos, iba muy mona vestida, así parecía menos ridícula.
Llevaba un vestidito de lana blanco con un cinturón marrón alrededor de mi
cintura, a juego con las medias. Y un gorro de lana a juego con mi chaquetón
beige, y botas.
Y así, me
encaminé hacia el trabajo. Llamé una vez más a Bryce al salir del metro, antes
de entrar, pues llegaba con bastante antelación. Pero una vez más, los
desagradables <piiii> me saludaban mezquinamente. Si no puedes con el
enemigo, únete a él... la próxima vez los imitaré yo con mi propia voz. Con la
suerte que tengo, alguien descolgará al otro lado para hacerme pasar vergüenza.
Y justo al levantar la cabeza del móvil para mirar hacia la entrada de la
tienda, vi a Bryce apoyado en la pared de ella, mirando su móvil, con una
muleta a cada lado y con la pierna del esguince flexionada. En un acto reflejo,
me coloqué las gafas de sol y me quedé parada. Estábamos a pocos metros. ¿Por
qué siempre tiene que aparecer de golpe y sin previo aviso? Suerte que llegaba
con quince minutos de adelanto a trabajar. Continué andando hacia él y me
coloqué a su lado. Él también llevaba unas gafas de sol, así que no sabía cómo
me estaba mirando. Estaba irresistiblemente guapo. Sabe que su mera presencia
hace que cambie todas las cosas de las que estaba 100% segura cuando no está.
Sabe que tiene ese poder en mí. Y lo estaba aprovechando. Pero no me rendiría
tan fácil.
-Te he
estado llamando. Podrías haber contestado alguna vez. -No se lo dije enfadada a
pesar de que fuese un reproche. Bryce levantó la cabeza y me miró sorprendido.
No esperaba encontrarme tan de repente allí. Esperó unos segundos, se metió las
manos en los bolsillos y respondió.
-Lo sé.
Pero cuando llamas, es porque estás preparada para decir algo. Algo que se ha
creado en tu mente en un ambiente no muy de mi agrado y un poco alejado de
otras perspectivas y puntos de vista. Por eso preferí esperar a que se te fuera
la intensidad de defensa de esas ideas, y presentarme sin avisar, no fuera a
ser que si aviso, te diera tiempo a volver a formar tu frente de batalla. El
factor sorpresa siempre deja al otro unos momentos desprevenido, y ahí es cuando
yo puedo atacar. -Pero acabo de llamarte, si tuviera sentido todo lo que estás
diciendo, seguiría con esas ideas sin fundamento en la cabeza de las que tu
hablas, y con las que dices que podría atacarte. -Nuestra conversación no tenía
sentido, yo no iba a llamarlo para echarle nada en cara. Lo llamaba para
arreglar las cosas.
-Por eso,
el que ha sido pillado de sorpresa y sin previo aviso, he sido yo. Ahora yo soy
el desarmado frente a tu ejército de pensamientos. -Y se quitó las gafas de
sol, como mostrando vulnerabilidad y son de paz.
-No sé
por qué estás diciendo esas cosas, Bryce, yo te llamaba para arreglar la
discusión de antes de ayer. No a iniciar una pelea. -Dije ya un poco molesta.
Encima que era él el que la inició y el que no ha respondido mis llamadas y se
presenta ahora conocedor del poder de su presencia física sobre mí para salirse
con la suya.
-No tengo
la menor duda. Pero sé que piensas que la culpa fue mía, que no te lo niego,
que tengo la cara tan dura de no llamarte ni responder tus llamadas y que
encima soy un impresentable que aparece sin avisar diciéndote la verdad que no
quieres aceptar, a la cara, y jugando sucio porque sabes que tengo razón al
decir que juego con ventaja usando el factor sorpresa. -Se le había olvidado
decir que también estaba usando con ventaja el factor <presencia física>.
O tal vez no quería decirlo. Porque saberlo, lo sabía.
-¿Y acaso
no es así? -Revalorando lo que había dicho, tenía razón en todo. Pensé en ese
momento que él me conoce mejor a mí que yo misma. Me entró un escalofrío, para
disimular, cambié el peso del cuerpo de mi pierna derecha, a mi pierna
izquierda. Iba a cruzar los brazos, pero prefería que no, en el lenguaje
corporal, eso indica que estás cerrada a aceptar otras ideas externas a las
tuyas.
-Sí. Así
es. Pero creo que tal vez no tuviste algo en cuenta. -La gente que pasaba por
la calle nos miraba descaradamente. El famoso y guapísimo Bryce, codiciado por
todas las chicas de la alta sociedad, con la espantapájaros de su... pensarían
que novia, a la puerta de su trabajo. Los dos estábamos en silencio en ese
momento, él esperando a decir lo que tuviera que decir, y yo esperando a que lo
dijese. -Si yo te pidiese ahora que no fueses al trabajo y que pasases todo el
día conmigo. ¿Aceptarías? -Dijo irguiéndose, desapoyándose de la pared.
Aproximándose a mí. A mí su pregunta me dejó totalmente confusa. ¿Me lo está
pidiendo o sólo pregunta? Yo retrocedí un paso, tanta cercanía me dejaba aún
más confusa.
-Bryce,
yo vivo del dinero que gano trabajando. Si no soy seria en mi trabajo, podrían
despedirme, y necesito ese dinero. No puedo faltar así porque sí. -Y aunque no
era la respuesta que él esperaba, era la excusa que yo irremediablemente le di.
-Y no puedes decirme que si dejo el trabajo o me echan, tú me pagarías. No
puedo depender de otras personas para vivir. -Bryce suspiró. Vale, eso último
que había dicho sobraba. Soy una asquerosa bocazas.
-Nunca te
hubiera ofrecido eso, Valeria... Ahí demuestras lo poco que me conoces... -Hablaba
mirando al suelo, con la cabeza agachada. Diablos, ¿por qué estaba tan triste?
Hoy se le veía tan apagado y sin fuerzas.
-¿Entonces
por qué me pides que hoy no vaya a trabajar? -Prometo que no entiendo a dónde
quiere llegar. Eché todo el peso del cuerpo en mis dos piernas, las estiré y me
acerqué hacia él. Me estaba frustrando, aunque él ya lo estaba. Recogí sus
mejillas en mis manos y levanté su cara para que me mirase. Pero sus ojos no me
miraban a mí, miraban hacia la profundidad. Moví mi cabeza hacia ese punto al
que miraba, y sus ojos se encontraron con los cristales negros de mis gafas.
-No te lo
he pedido. Te lo he preguntado. El problema es que siempre malinterpretas todo
lo que digo. El problema es que haga lo que haga, y diga lo que diga, tú
siempre te vas a quedar con la posible mala interpretación que pueda tener, y
si no la tiene, tú cerebro la inventa. Porque no confías en mí, no porque
pienses que puedo traicionarte, sino porque para ti siempre seré el mismo Bryce
egoísta, pasota, manipulador, calculador, egocéntrico y prepotente que fui. -Su
mirada era muy intensa, y el cristal negro de mis gafas no era cristal anti
intensidad de mirada. En cualquier caso, intensificador.
Me quedé
callada, sin saber qué decir. Porque tenía razón. Si puedo, siempre me tomo a
mal todo lo que viene de él. No sabía por qué se había comportado así con los
niños, ni por qué no había contactado conmigo antes aunque fuese con su mismo
plan de aparición por sorpresa. No sabía nada. Y aun así, pensaba que era por
motivos egoístas suyos... Y eso me disgustaba, deseaba que no fuese así,
deseaba no pensar de eso modo. Pero no puedo evitarlo. ¿Qué le digo? ¿Que lo
siento y después entro a la tienda y lo dejo? Esa simple idea me dejó
destrozada por unos momentos. Nos seguíamos mirando. Tuve claro que ese día no
podía dejarlo solo. Y que ese día yo tampoco podía quedarme sola.
-Supongo
que conoces esa parte en mí que si tú dices que haga algo, se niega, pero si
esa misma cosa se lo propone hacer esa parte en mí, lo hace. -Intenté comenzar
a hablar diciendo lo más correcto que me parecía decir. Ahora era yo la que
miraba hacia el suelo, no podía seguir manteniendo la mirada con él, me dejaba
totalmente en blanco, y si quería decir algo, tenía que mirar hacia otro lado.
-Demasiado
bien. -Soltó una carcajada irónica sin fuerzas.
-Odio su
existencia, al igual que odio la de la otra parte que desconfía de la ausencia
de malos motivos de tus acciones. -Me tomé un momento para levantar la cabeza y
mirarlo de nuevo. -Quiero pasar el día contigo, si puedes. Y no porque tú
quieras pasarlo conmigo, ya sabes por qué... te he hablado de esa parte 1 de mi
cerebro... sino porque yo quiero pasarlo contigo. -Bryce se colocó de nuevo las
gafas de sol, que las llevaba en la cabeza. Con cuidado de no dejar caer las
muletas ni a él mismo y aun así, con mucho estilo.
-Sólo si
es lo que de verdad quieres. -Dijo sabiendo que se arriesgaba a que lo dudara
un segundo, y negarse entonces a aceptar que pasemos el día juntos por el hecho
de haberlo dudado. -No quiero que después te arrepientas y pienses que te
manipulé o cualquier otra cosa que se puede inventar la parte 2 de tu mente.
-No podía verle los ojos, pero sí las cejas, y las tenía fruncidas. Eso le
preocupaba de verdad.
-No. No
lo pensaré. Y para asegurarme, ya no te debo más recompensas. Esta cita se
cobra la que te debía. Así, engañaré a esas partes de mi mente que funcionan
independientemente de lo que yo quiero, para que piensen era mi obligación
hacerlo y que no tenía otra. -Le sonreí. Claro que no iba a pasar el día con él
y faltar al trabajo para así dejar de tener que deberle una recompensa. Lo de
la recompensa es un juego nuestro. Y tampoco lo usaba para engañar a mi mente.
Es sólo que quería dejar ya atrás este momento triste con Bryce e iniciar el
día con él con nuestros típicos juegos.
-Juegas
sucio. ¿Vienes conmigo porque quieres y encima me cobras un vale de recompensa
para usarlo en tu beneficio y no en el mío? -Bryce me dedicó esa sonrisa
doblada y pícara que tanto me gusta. La tristeza comenzó a abandonar mi cuerpo
instantáneamente.
-Me has
descubierto. -Me mordí el labio sonriendo en un intento por parecer sexy.
-Te
aprovechas porque sabes que no puedo resistirme a ti cuando estás presente.
Y su
sonrisa, mostró ahora todos sus dientes, blancos, brillantes, perfectos. Tal
vez me he estado equivocando y no es que él no haya querido decirlo o se le ha
olvidado, sino que no sabe en realidad que eso es exactamente lo que me pasa a
mí con él, que cuando está conmigo no puedo evitar sucumbir a todo lo que antes
me había negado.
-Pero si
lo aceptas sabiendo que es injusto, entonces no es tan sucio mi juego.-Tenía
que decir algo en mi defensa.
-Valeria,
tú y tu infinita inocencia. Si alguien acepta sin rechistar algo sabiendo que
es injusto, o tiene muy poco espíritu o está ocultando algo. Algo que lo
beneficia.-Dijo subiéndose las gafas de sol haciéndose el interesante.
-¿Y qué
ocultas tú? Porque espíritu te sobra. -Dije subiéndome las gafas con el dedo
índice imitándole. A él le queda tan interesante todo lo que hace cuando
intenta hacerse el interesante, que cuando yo también lo intento, no puedo
evitar sentirme ridícula sabiendo que no lo consigo.
-Ahora
mismo lo sabrás. -Y se bajó las gafas y me guiñó un ojo por encima de ellas. Me
da coraje que estas cosas me afecten tanto como a las mojabragas de la Uni,
pero es que... ¡Dios! ¿Por qué es tan RQPYTOIRSHLKXMBV? Al menos yo, no iba a
demostrarle su efecto en mí.
-Bueno,
pues déjame antes avisar en el trabajo de que hoy no puedo venir. A ver qué me
invento... -Levanté la mano que guardaba el móvil, que seguía ahí desde que lo
saqué del bolso para llamarlo. Pero no llegué a levantar la mano hasta arriba
del todo, Bryce me lo impidió antes tocando mi mano sosteniendo el móvil, con
la suya.
-No hace
falta. Ya saben que no vas a venir a trabajar. -¿Cómo? Excuse me? -He mandado a
una empleada de casa para que vaya a trabajar por ti. Llamé diciendo que te
encontrabas con una gripe muy severa y contagiosa, y que no podrías ir en unos
días, que te estábamos cuidando en mi casa. -WHAT? Las caras que iba yo
poniendo, expresaban mejor cualquier cosa que pudiese gesticular. -Claro está,
tu jefa se quedó un poco escéptica, pero en cuanto le dije que era Bryce
Domioyi, aceptó con demasiada buena gana. -Dijo mostrando una sonrisa orgulloso
de ello. - Se quedó tan suave, que puedes venir drogada a trabajar y ponerte a
insultar a los clientes, que no te despediría. JAJAJAJA.
-...................................................................
-¡¿Y POR
QUÉ LO HACES SIN CONSULTARME?! -Empecé a golpearlo con el bolso. Lisiado o no,
se lo merecía.
-¡Porque
era una sorpresa! -Decía colocando los brazos en la trayectoria del bolso hacia
su pecho. Riéndose. -¡Así ya puedes venir sin problema a la casa de montaña de Ashley,
recuerda que este viernes estamos todos citados para pasar el finde allí!
Además de unos diíllas libres, mujer. Que estás en vacaciones de Navidad y
estás aquí trabajando en vez de estar con tu familia. -Las muletas, que estaban
apoyadas en la pared, se cayeron al suelo. Y Bryce dio varios traspiés a la
pata coja. Decidí parar, a ver si me iban a multar por agresión pública a un
tullido, con un aumento de pena por tratarse de Bryce Domioyi. Así que me
coloqué dignamente el bolso en el hombro, con el móvil dentro, y salí andando,
indignada.
-Vamos, y
viene aquí haciéndose la víctima, preguntándome con cara de pena que si puedo
pasar el día con él, usando la lástima a su favor para convencer o hacerme
sentir mal en el caso de que me niegue, sintiéndome peor por pensar mal de él y
convenciéndome de lo contrario... ¿Qué pasa? ¿Me estabas poniendo a prueba a
ver qué hacía o qué? -Dejé de hablar porque Bryce se había colocado frente a mí
y casi me choco con él. ¿Cómo es tan rápido? ¡Si tenía que recoger las muletas
del suelo, colocárselas bien y adelantarme usando sólo un pie! En fin...
-No
empieces a confundir las cosas, Valeria. -Extendió los brazos a cada lado de su
cuerpo para detenerme, sosteniendo en ellos las muletas, aguantando el equilibrio
en su pierna izquierda. Casi le da un muletazo a una señora, no es buena idea
ocupar tanto espacio en las abarrotadas aceras de Nueva York. Si antes
llamábamos la atención, ahora mucho más... ¡BIBAH! -Si no hubieses querido
pasar el día conmigo, me hubiese ido y hubieras entrado a trabajar con total
normalidad, porque tu jefa no pisa la tienda en su vida como para notar tu
presencia. -Dijo muy serio, casi enfadado. Cualquier atisbo de risa se le había
esfumado. -No te estaba probando. No me dedico a hacerte exámenes a ver si los
apruebas. Confío en que lo que haces, lo haces porque realmente tienes buenos
argumentos a favor, y si me jodo porque preferiría que fuese de otra manera, me
jodo, como he hecho siempre. -Hablaba muy dolido, tal y como me estuvo hablando
antes. -Sí, puede que sea un manipulador y utilice a la gente para conseguir
cualquier cosa que me de la gana. Vale. Pero no soy un manipulador contigo.
Quiero que las cosas que haces por mí las hagas porque tú quieres hacerlas de
verdad, no tendrían ningún significado para mí si me las das bajo engaños y
manipulaciones. -No paraba de hablar, las palabras salían una tras otra de su
boca, sin cesar. Realmente sentía todo lo que decía. -Ojalá te dieses cuenta ya
de como soy con el resto y como soy contigo.
En ese
momento, un hombre que caminaba muy apresurado, empujó a Bryce en su intento
por esquivarlo y le hizo perder el equilibrio. En un segundo, reaccioné y di un
paso hacia él para agarrarlo. Las muletas acabaron de nuevo en el suelo, él
sobre mí y yo intentando no caerme por el balanceo de su aterrizaje en mis
brazos. Todo fue muy rápido. Cuando quiso incorporarse una vez estabilizado,
para enderezarse, lo apreté fuertemente con mis brazos alrededor de su pecho
para que no lo hiciese. Lo estaba abrazando. No quería que se fuese de mi lado,
quería que siguiese así, yo cobijada en su pecho y rodeada por sus brazos. Él
se dio cuenta y me apretujó también después de colocarse de forma que nuestra
posición le resultase cómoda.
-Lo siento.
Tienes razón. Tienes toda la razón. Perdóname. -Se lo dije suave al oído.
Susurrándole. Con los ojos cerrados y la mejilla escondida entre sus ropas.
Colocó su
cabeza a la altura de la mía, nuestros ojos alineados. Y apoyado sobre una
pierna, fue llevando sus dos manos desde mi espalda hacia mi cara. Me quitó con
cuidado las gafas de sol y me las colocó en la cabeza. Yo estaba paralizada,
era incapaz de impedir que me hiciese lo que quisiese. Incluido si quería
besarme en ese momento. Porque yo también quería, y agradecía estar paralizada
para no evitarlo en algún acto reflejo estúpido. Me miraba. Sólo me miraba. Muy
serio. ¿Iba a decirme algo y estaba esperando a prepararse para decirlo, o iba
a besarme y también estaba esperando para asegurarse de que no le hiciese el
movimiento de la cobra? En cualquier caso... ¿por qué tiene que esperar?
¡Lánzate hombre!
Comenzó a
aproximar sus labios hacia mí, lento, cerré los ojos y separé un poco los míos.
Para mi sorpresa, me besó en un ojo. En mi ojo derecho. En mi ojo marrón. Fue
tan dulce, tan delicado, tan tierno... Mejor que cualquier otro beso en
cualquier otra parte. Si antes no podía moverme, ahora no podía ni siquiera
respirar bien. Estaba totalmente electrizada. Con una mano, me recogió el pelo
detrás de la oreja, y sin separar sus labios de mi piel, llevó su boca hasta el
centro de mi frente. Allí volvió a besarme mientras escondía la mano que antes
me había recogido el pelo, entre mis rizos. La otra me la pasó por los hombros
y me acercó un poco más a él.
Había
olvidado por completo que al quitarme las gafas iba a verme los ojos así. Y me
alegré por ello. Seguía feliz porque fuese sólo él el que lo supiese. O al que
yo se lo había mostrado conscientemente al menos. Con Aaron siempre he tenido
mucho cuidado en las veces que ha dormido en mi casa, esto es sólo de Bryce y
mío.
-Yo
también lo siento. Siento que estemos así. Siento no poder darte más que
pequeños ratos en los que acabo enfadándome porque te quiero sólo para mí.
-Bryce comenzó a hablar. Sus labios rozaban mi piel al hacerlo. Me estremecía
con cada movimiento. Tuve que concentrarme mucho en prestar atención a sus
palabras, porque mi cuerpo ya se había separado de mi mente. -Y sé que le debo
una disculpa a tus vecinos. Pero de pensar que ellos me estaban robando nuestro
momento a solas cuando ellos van a pasar todo el tiempo que quieran junto a ti
y yo no voy a poder porque... -Dejó de hablar. Se calló lo que iba a decir a
continuación. Eso que no quiere decirme hasta que se sepa seguro lo que va a
pasar, para no vivir preocupada el tiempo que pasa hasta que se sepa. Eso que
puede separarnos para siempre. Eso que se me había olvidado por completo el
otro día cuando discutí con Bryce por ser maleducado con los niños. Diablos...
¿Por qué lo olvidé? Entonces me hubiese acercado a Bryce a pedirle perdón por
tener que estar con los niños y a darle las gracias por haberlo aceptado...
Bryce
tiene toda la razón del mundo... Mi primer impulso es tomarme la interpretación
mala de todo lo que viene de él... Me puse muy triste. Yo no quería que fuese
así... Mi parálisis se fue lo justo para rodearlo de nuevo con mis brazos y
apretarlo todo lo que pudiese contra mí. Nuevamente unidos en un cálido abrazo.
Algunas persona de la ajetreada muchedumbre giraban la cabeza para mirarnos,
otros se paraban a mirarnos bien durante unos segundos y después continuaban
con su camino. Otros comentaban la escena. Igual y había hasta paparazzi
haciendo fotos. ¿Quién no reconoce a Bryce Domioyi aunque tenga su cabeza
escondida entre una maraña de pelos? Me da igual. Ese momento era nuestro, y
nadie iba a quitárnoslo. Y me sentí orgullosa de haber decidido quedarme con
Bryce en vez de ir a trabajar sin recordar que posiblemente sólo nos queden
días. Porque, aunque tenga ese acto reflejo negativo a todo lo que hace, tengo
total seguridad en que realmente quería estar con él porque quiero estar con
él, no por el sentimiento de obligación de aprovechar el poco tiempo que tengo
a su lado.
-Bueno,
venga. Que después me sacan fotos los paparazzi contigo y me va a odiar más
gente de la que ya lo hace. -Sé que es muy brusco para parar un momento tan
bonito, pero soy alérgica al excesivo sentimentalismo. No puedo evitarlo.
Empecé a darle palmaditas en la espalda con las manos para acuciarle. Bryce se
separó y yo me agaché a recogerle las muletas.
-Pero
pobres chicas. Es comprensible. Si yo también fuese una, también querría salir
conmigo, y odiaría a cualquiera que se interpusiese. -Dijo colocándose las
muletas. Sonriendo a lo malote. No dijo nada de mi brusco corte. Él es otro
alérgico como yo.
-No te
emociones tú tan rápido. -Dije colocándome las gafas de sol para tapar de nuevo
mis ojos. -Lo decía porque todas van a ver esta cara y esta belleza y van a
odiarme por tenerla. -Respondí yo muy dignamente. Me puse la mano en la
barbilla en un intento por parecer interesante y comencé a mover mi dedo índice
arriba y abajo mientras hablaba. Que en verdad lo dije en el sentido en que
Bryce lo tomó, pero no iba a darle la razón, obviamente.
-Jajajajajajaja.
-Bryce comenzó a andar calle abajo. La gente seguía mirándonos. Con descaro
además. Ojalá estuviese acostumbrada, pero no... -Ahora se pondrá de moda el
pelo naranja y rizado y los ojos de distinto color. Todas tiñéndose y comprando
lentillas de colores. -Me miró con su sonrisa torcida esperando encontrarse con
la mía. Pero no. No había tenido gracia. Me quedé parada, me crucé de brazos y
comencé a mirarlo mal. Que seguramente no me veía los ojos a través del cristal
negro, pero yo igualmente lo miraba mal. Él suspiró, puso los ojos en blanco y
retrocedió unos metros hacia mí. -Sabes que me encantan, y que no los cambiaría
por nada. Así que no te pongas así. Que estoy totalmente de acuerdo en que
todas te envidien por eso. -Y con una mano me volvió a colocar las gafas de sol
en la cabeza. -Ya que por algún motivo las estrellas se han alineado hoy para
que me encuentre con tus ojos, no me prives de ellos. Por favor. -Lo miré
enfurruñada durante unos segundos, sólo por no darle la victoria tan rápido,
porque sólo por cómo me había estado mirando mientras lo decía, ya me había
convencido. Y acordarme de cuando me besó en el ojo fue ya el detonante....
-Bueno,
pero no te acostumbres. Es sólo porque dormí toda la noche con la lentilla
puesta porque se me olvidó quitármela, y no veo nada con las gafas de sol.
-Toda mi vida ocultándolos... TODA MI VIDA, y ahora me viene un tío diciéndome
que no lo haga, y le hago caso. Y yo que pensaba que nunca me resistiría a
ninguno y que siempre sería fiel a mis “firmes” convicciones... Tenía al menos
que conservar algo de dignidad o todas las otras “firmes” convicciones que
tengo van a sentirse también traicionadas. Bryce suspiró. Yo comencé a
sonreírle angelicalmente y comenzamos a andar.
-Cabezota...
has aceptado porque yo te lo he pedido. -Dijo sin mirarme. Mirando hacia el
frente con cuidado de no chocarse con nadie de la ajetreada muchedumbre. Con
una expresión de satisfacción y autosuficiencia de total convencimiento de lo
que decía. Si hubiera sido otro, lo hubiese dicho dejándolo caer a ver si mi
respuesta le da una pista sobre si es verdad lo que ha dicho o sólo es verdad
en su mente. Pero Bryce estaba seguro de ello. Y me encantaba.
-¡Naaah!
Eso es porque a parte de alinearse las estrellas, también se han alineado los
planetas. No te creas que es por otra cosa. -Y le enseñé sutilmente la lengua.
Juguetona. Intentando alargar este momento de pique mutuo que tanto me gusta.
-Ains...
Hace falta más que una simple alineación de astros para que algún día tú te
tragues tu orgullo y reconozcas las cosas abiertamente. -Dijo moviendo su
cabeza levemente de un lado a otro. Quejándose de mi cabezonería y disfrutando
de este momento. No podía evitar disimular mal su media sonrisa.
-Bueno,
¿y adónde me llevas? Porque no me creo que tuvieras planeado que saldría
contigo y no el sitio al que ir. -Dije mirándolo estirando los brazos a mi
frente, poniendo cara mona. Me quité las gafas de la cabeza y las metí en el
bolso.
-Pues a
ningún sitio. Sólo iba hacia la papelera a tirar el pañuelo con mocos que llevo
cargando desde hace diez años. -Y tal y como lo dijo, se acercó a la papelera
de la esquina que yo antes había doblado para tirar en él un pañolito arrugado
que sacó del bolsillo del chaquetón... ¡OC! Si es que me llevo tantos palos por
hablar tanto... Sube el petróleo cada vez que abro la boca... -Iba a
preguntarte que quieres hacer tú. No he tenido tiempo para organizar nada estos
días... -Dijo girándose para mirarme después de arrojar el papel a la oscura
profundidad de la bolsa de plástico negro de la papelera.
-No te
preocupes. Confío en que pronto se solucione, me cuentes qué era y podamos
disfrutar los dos de que lo superaste. Aunque sienta no decir que lo superamos,
porque no me dejas. -Y le mandé una pequeña indirecta a ver si por fin me
contaba. El miedo había vuelto a meterse en mi cuerpo desde que me lo recordó
esta mañana. Con lo de la otra noche y las terribles ansias de contactar con él
lo había olvidado por completo. Pero mientras estoy con él me parece todo muy irreal
e increíble. En el momento en el que volviese a quedarme sola, estaba segura de
que no lo vería tan lejos. Soy subnormal... Él haciendo todo lo posible por que
todo vaya bien y no tenga que separarse de mí, y yo mosqueada por tonterías...
Y va a seguir sin decírmelo a pesar de esta pequeña indirecta. Hace que me
preocupe más por su gravedad...
-Valeria...
En serio. Yo me he metido en esto, y yo tengo que sacarme de esto. No quiero
que volvamos a tener la conversación sobre que es una decisión egoísta. -Iba a
continuar hablando, pero vio la expresión de mi cara. No sabía cuál era, ni me
había dado cuenta de cómo lo había puesto, sólo pensaba en cuánto deseaba que
las cosas fuesen de otra manera... Que él pudiera estar conmigo sin
inconvenientes, que yo no mal pensase tanto de él, que pudiéramos disfrutar de
nuestro tiempo juntos sin astillitas clavadas en la memoria, sin tensión por
todo lo que desconocemos que pasará... -Valeria, por favor. No me pongas esa
cara tan triste. No sé si mañana o pasado, pero este día es nuestro. No te he
dicho nada por esto mismo, por no ver estas caras... -Pero yo seguía con la
expresión que tenía puesta y que seguía sin saber cuál era... Lo sé porque no
moví ni un músculo. -Venga, que te compro un helado después. -Y con su mano me
dio dos suaves golpecitos en la cabeza como si fuese un niño que acaba de
tropezarse, caerse y abierto una herida que pudiera calmarse con un helado.
Tuve que reírme. Se me escapó una risa cansada y triste que no pude ocultar.
-¿Ves? Te has reído. Sabía que todavía quedaba algo de la Valeria que me gusta
a mí ahí adentro. Aunque esta que se pone triste y se preocupa por mí también
me gusta, ¡eeeh! -Bryce y su capacidad para eliminar todo lo que hay en mi
mente anterior al momento en el que él la ocupa por completo.
-¿Y quién
ha dicho que me haya puesto triste? Estaba pensando en qué podemos hacer...
-Dije mirando hacia otro lado y pasándome una mano por los ojos. Se me habían
mojado un poco. ¡Joder! Me sentía tan mal conmigo misma... Tan inútil... Sólo
podía hacer una cosa. Y era intentar disimular todo lo que llevaba dentro.
-Pues mira. Podemos hacer todo lo que hacen las parejas normales y corrientes.
Lo típico, vamos. Dije girándome para volver a mirarlo. Ahora era él el que
tenía la expresión de preocupado. Supongo que yo antes había puesto una como
esa. Intenté hacer lo mismo que él, y sacarle una sonrisa con algo loco.
-Puenting desde el Empire State Building, escalar la Estatua de la Libertad y
merendar en su corona, conducir un Monster Truck por plena avenida e ir pasando
por encima a todos los coches, paracaidismo y aterrizaje sobre una lancha en
movimiento en el río Hudson, o en su defecto, hacer ski acuático y luego ser
recogidos con unas escalerillas en un helicóptero que nos lleve de visita turística
aérea colgando por toda New Jersey. Pero no me quedaré conforme con ninguna
opción si no me compras el helado. -Y le sonreí feliz. Ya no estaba triste.
Había decidido posponerlo hasta que me quedase sola otra vez. Bryce me miró muy
pensativo. ¿No sería que estaba considerando de verdad alguna de mis ideas? El
plan era hacerlo reír y olvidar la mala situación...
-Pues no
son malas ideas. -........ Típico. Yo proponiéndome cosas que no salen como las
había planeado. -¡Vamos! ¡Ya sé que vamos a hacer!
Y salió
con las muletas apresurado hacia el coche. Yo con toda mi capacidad para
caminar, tenía dificultades para igualar su ritmo. ¿Pero adónde piensa
llevarme? Lo más asequible, por no decir lo único, de todo lo que he dicho...
¡era el helado! Este e igual le da por hacer una locura pensando que le queda
poco tiempo de buena vida. ¡Ay Dios! ¡Que hoy va a ser oficial que va a ser mi
hermano el que haga perdurar nuestros genes familiares!