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Refranero

domingo, 25 de marzo de 2012

Capítulo 48: Huracán


Capítulo 48: Huracán
El domingo me desperté con mucha energía. Y me alegré por ello muy exageradamente, sería la energía, que estaba haciéndose notar. Bien, así me gusta. Iba a tomarme con positivismo todo. Todo iba a salir bien, nada, absolutamente nada iba a estropear el día. Y no lo decía en un intento por auto convencerme, estaba segura de ello. Hoy iba a terminar por fin el trabajo de investigación, vería a Aaron, iba a conseguir mi móvil, le entregaría a Alan su regalo después de todo e iba a encontrarme con antiguos amigos del colegio. Todo, absolutamente todo iba a salirme bien. Desayuné deprisa pero sin atragantarme y encendí el ordenador para terminar el trabajo. Eran las 11 en ese momento. Aaron vendría por mí en unas dos horas y medias. Suficiente para acabar el trabajo. Pero antes, escribí una dedicatoria en el libro de matemáticas, estaba inspirada. Quería dejar mi firma para el resto de la eternidad en ese regalo. Sonreía al acabarla, seguro que le haría ilusión. <No me odies por regalarte un libro sobre curiosidades matemáticas…>

Y con el ánimo aún más crecido por la dedicatoria tan chula que había engendrado mi prodigiosa imaginación. Ya lo creo… Me dispuse a terminar el trabajo. Pero sólo estaba dispuesta. Cuando lo abrí, descubrí que no se había guardado nada de lo que estuve haciendo anoche. No podía creérmelo… ¿Por qué…? Mi grito al comprobar que no había ninguna posibilidad, manera o forma divina de conseguirlo, fue más escandaloso que el que hizo el mandril Rafiki en La Roca del Rey para llamar a todos los animales de la sabana. Me entraron ganas de aporrear un cojín contra la pared. Pero me contuve las ganas, eso descargaba sentimientos negativos y yo hoy estaba muy positiva. Con toda mi buena voluntad, me puse a rehacer lo de la noche anterior. ¿En qué mala hora me quedé dormida y con el adormilamiento no me di cuenta de guardar lo que había hecho? Bah, seguí tecleando. Me puse música para amenizar mi estado de irritación. No hizo que el trabajo volviera, pero por lo menos la mala leche se me pasó. Si es que la música amansa a las fieras…

Llegó la una. El trabajo no estaba acabado. ¿Esperaba que fuera de otra manera? Me aseguré de guardarlo varias veces e hice varias copias repartidas por varios archivos, por si alguno se dañaba, tener otra. Además de la respectiva en el pen drive. Me metí en al ducha. En media hora aproximadamente Aaron llegaría. Me duché con la puerta abierta para escuchar las canciones desde la ducha. Y no, en contra de todo lo que normalmente suele pasarme, no ocurrió nada por lo que lamentarme o avergonzarme. Desde esa perspectiva, mis queridos vecinos no podían verme, no sentí frío porque puse el calentador cutre comparado con el súper climatizador de Alan, el ejército no había irrumpido en mi casa y no me telestransporté a ningún sitio. Bien, ese era el primer paso, quitarme las ideas que me hacen pensar que siempre me saldrá todo mal. Me había duchado con la puerta del baño abierta y no había pasado absolutamente nada fuera de lo normal. Me vestí, me puse una falda vaquera, unas medias, unas botas y un chaleco de lana. Suficiente.

La una y media. Era temprano todavía. Las dos menos veinticinco. Aaron tiene que estar al caer. Las dos menos veinte. Tiene que haberse entretenido por el camino, atasco tal vez. Las dos menos cuarto. Bueno, todavía estamos a tiempo. Las dos menos diez. Vamos a llegar tarde. Las dos menos cinco. No te vuelvas paranoica Valeria, no pienses en catástrofes, seguro que hay una explicación a su tardanza que no implique tragedias. Las dos. ¡¿Aaron dónde estás?! Estaba preocupada por él, ¿qué podía hacer? ¿Y si le había pasado algo? No. No le había pasado absolutamente nada, yo y mi manía en pensar que siempre va a pasar algo que eche a perder todo. Se habría quedado dormido, sí, era eso, seguro, debía serlo. Hoy me había propuesto que todo iba a salir bien, y saldría bien. Y salí rápidamente corriendo de mi casa, llegaba muy tarde. Eso sí, antes me aseguré de llevar las llaves y el libro firmado, no quería tentar más a mi suerte. Últimamente estaba cogiendo la costumbre de llegar tarde a todos sitios, corriendo por la calle, salteando obstáculos, poniendo en peligro mi integridad y la de las demás personas… Debía empezar a desacostumbrarme.

Llegué a las dos y diez a la estación donde habíamos quedado. Me había ahorrado quince minutos a base de poner mi ritmo de carrera al límite. Pero es que no podía tentar la paciencia del chaval, encima que con su buena fe iba a quedar, perder tiempo de su tiempo en entregarme el móvil, no iba a tener la mala educación de llegar excesivamente tarde… Empecé a buscar su cara entre la gente… ¿Un momento? ¿Qué cara? No sabía cómo era. ¿De qué forma iba a reconocerlo? Empecé a estresarme. No, no, no yo no me estaba estresando, yo hoy no iba a estresarme. Empecé a… a… a… a sentir incertidumbre. Sí, eso era lo que estaba sintiendo.

Buscando, me fijé en que un coche que estaba aparcado en la acera de enfrente, en doble fila. Era un Lexus exactamente igual al que recogió a Bryce en la puerta de mi casa el día de Acción de Gracias. El corazón se me aceleró en ese mismo momento. ¿Sería el mismo? Tenía los cristales tintados, al igual que el otro. De perfil no podía ver quién estaba dentro. Se me olvidó lo que venía a hacer a ese lugar y como hipnotizada, comencé a andar camino del coche. Si no era el de Bryce, por lo menos saldría de la duda que podría después comerme por dentro. Y con la mirada tan fija en el coche, con mi único objetivo llegar a él, desconectada por completo de la realidad, me dispuse a cruzar la carretera sin mirar. Que ni siquiera me di cuenta de eso, lo supe cuando una mano me agarró del brazo para impedir que muriera atropellada en la carretera. Volví a la realidad. Era la tercera vez que me salvaban la vida de morir atropellada por intentar cruzar una calle sin mirar. Soy una suicida.

-¡Cuidado! –Alguien me tiró con tanta fuerza, que me lastimé el brazo, fue como un latigazo que me devolvió de un golpe súbito a la acera. Para ser exacta, al suelo de la acera. Caí de rodillas en el bordillo nada menos. Había perdido el equilibrio por el tirón y con un traspié. -¿Cómo se te ocurre atravesar una calle de Nueva York sin mirar? ¿Estás loca? –La voz a mi espalda tenía un fuerte acento sureño. Pronunciaba demasiado fuerte las “r” pero los finales de las palabras los decía como sin ganas, acabando la frase en un tono alto. Algo parecido al cordobés en Andalucía. Era gracioso. A pesar de mi embotamiento mental en ese momento, me llamó mucho la atención.

En el suelo, eché cuenta a lo que decían las terminaciones nerviosas de mis extremidades, quería ver si tenía mayores heridas. Me revisé las rodillas, el las medias no estaban desgarradas. Lo más normal… me hago trizas el hueso por dentro pero las medias impecables… dichosa suerte la mía. Vi la bolsa con el libro de Alan en el suelo. Fui a recogerla, pero algo se interpuso en mi campo de visión. Apareció una mano. Miré hacia arriba sorprendida. Tras el shock que me supuso de golpe darme cuenta de la situación, no me había acordado de lo que acaba de pasar hace un segundo. Cuando lo miré reconocí su cara.

-¡Eres el del metro! ¡El que me dijo la hora cuando le pregunté a una señora que no me respondió! ¡El que sacó un mapa de Nueva York cuando me giré extrañada porque sentí algo cuando rebuscabas en tu macuto! -¿Por qué lo dije tan entusiasmada? Me di cuenta de que estaba hablando en un tono demasiado alto, mucha gente se giró a mirarnos. Me levanté del suelo yo sola, con la cabeza agachada. Y lo miré mejor, sus ojos, su mirada, el en sí se daba un aire a Bryce.
-¿Ah sí? ¿Eras tú? No lo recuerdo. No me fijé, lo siento. –Sus palabras de sentimiento por no recordarme, no concordaban con su cara divertida por dejarme tirada. Enfadada, le respondí borde.
-Podrías haber tenido un poco de más delicadeza en tirarme del brazo. Casi me lo desencajas. –Y para exagerarlo, empecé a acariciármelo, como si estuviera calmando el dolor.
-¿Así agradeces a tu salvador? Desagradecida. Ya sabía yo que no debía salvar a la hermana gemela de Garfield. -¿Qué? ¿Qué es lo que acababa de oír? ¿Otro más que pensaba así? No puede ser… Lo miré con los ojos muy abiertos. Sorprendida. –No te asustes, mujer, no sé si te acuerdas, pero ayer por la mañana te dije lo mismo en una tienda de ropa del centro. –Intentaba quitarle hierro al asunto. Pero lo que estaba quitando era yeso, que es mucho menos pesado.
-¡Anda! ¡Así no te había reconocido! Tampoco me fijé en el chico que hizo ese comentario tan ingenioso, inteligente, divertido, gracioso y con estilo. –Modo ironía ON. Podría haber dicho algo de que era mucha casualidad, pero no me salió decirlo. Y no lo hice. Pero lo pensaba. Y me sorprendía.
-¿Venganza? Vaya, ¿tienes un mal día? –Vale, eso hirió mi fibra sensible. Además, me estaba cabreando el hecho de que en la mirada se pareciera tanto a Bryce pero luego su personalidad fuera tan distinta. Es como si estuviera mintiendo todo el tiempo sobre lo que de verdad hacía y decía, porque sus ojos verdes mostraban frialdad e indiferencia.
-¿Mal día? ¿Yo? ¿Por qué lo dices? Jajaja. –Mi risa irónica delataba mi mal día. No, no era un mal día, era un día complicado… difícil… cuesta arriba… tu sabes. –En fin, muchas gracias por haberme salvado. Te dejo ya, estoy esperando a alguien. –Dije pasando de largo y dándole la espalda.
-Yo también estoy esperando a alguien, si no te importa, podríamos esperar juntos. –Me giré a mirarlo. ¿Lo estaba diciendo en serio? Bueno, mientras no me diera mucha caña, no me molestaba. –No hemos empezado con buen pie, déjame que me disculpe y me presente. Me llamo Stefan. –Y me guiñó un ojo a la vez que se echaba hacia un lado el pelo que le caía sobre la frente. Pelo castaño encaracolado.
-¿De qué vas? –Y lo miré extrañada, con cara de <a mi no me la das, chaval>.
-Te llaman la simpática creo yo… Por dios, ¡que persona tan antisocial! Uno con buenas intenciones y lo miran mal… por lo menos cámbiame la cara de asco. –Seguíamos andando camino de la pared de la estación de metro para apoyarme en ella.
-Vale, vale. Siento la cara de asco. Pero es bastante extraño que un desconocido se te presente con tantas confianzas como tú. Llámame rara si no veo eso como algo normal… -Y me apoyé de espaldas a la pared, con la rodilla inclinada y el pie también apoyado. No dijo nada más al respecto, se colocó junto a mí. Miré el reloj, las dos y cuarto. Iba a llegar tarde a la fiesta. Y Aaron seguía sin aparecer, si sabía que llegaba tarde, lo normal sería que se dirigiese directamente al punto de encuentro. Pero yo no estaba preocupada, me negaba a estarlo, hoy no podía pasar nada malo.
-Chica que no me ha dicho su nombre. ¿Y tú a quién esperas? –Me empezó la conversación justo después de levantar la vista del reloj. Mirar la hora me había llevado pocos segundos, y ya estaba entablando conversación. Seguía con la sensación de que mentía, de que en el fondo no era lo que aparentaba. Eso me ponía de mala leche. Serían paranoias mías.
-¿Y a ti que más te da? –Oh, estaba pagando mi mal humor con el chaval. Y no me molestaba el hecho de pagarlo con él, sino por el hecho de estar enfadada. ¿Por qué es todo tan difícil? Yo sólo quería pasar un buen día… sin complicaciones… -Oh, lo siento, estoy pagando mi BUEN día contigo. –Y dije buen con retintín. –He quedado con un chico que va a devolverme algo que se me perdió. –Ya estaba más relajada, o lo intentaba… pero explicaciones, las justas y necesarias.
-¿En serio? –Lo miré, se le iluminó la cara, igual que el que acaba de descubrir algo con gran emoción y que no se esperaba…Espera un momento. No me digas que… -¡Pero si yo también había quedado con una chica para devolverle algo que había perdido! –Mi cara se iluminó a continuación.
-¡¿Le tienes que dar un móvil?! –Lo miré con los ojos brillantes y muy abiertos, intentando disimular una sonrisa. Por fin conseguiría mi móvil y me iría a la fiesta.
-No… es un ladrillo. –Dije decepcionado. Y yo me decepcioné después. No era a quien buscaba… Espera otro momento, ¡sí que era él! ¡Había olvidado que el que tenía mi móvil era un gracioso de turno con acento sureño que le gusta meterse con los demás! Y que llamaba ladrillo a mi móvil…
-¡Jajaja! ¡Jajaja! ¡¿Te he dicho lo gracioso que eres alguna vez?! –Tenía una especial habilidad en irritarme. Leo y Liam con sus bromas no me irritaban, pero este sí, era insoportable. Aunque claro, yo a Liam y Leo se lo permito todo…
-Mmmmm, creo que no. –Encima con cachondeo, hizo como el que mira hacia arriba para recordarme mejor algo que ha olvidado.
-¡Claro! ¡Porque no lo eres! –Me estaba crispando los nervios. Y seguía hablando demasiado alto.
-¡Oh! ¡Venga ya! ¡Si te lo digo de buen rollo! ¡Además, es la verdad! ¡¿Te molesta que te digan las cosas a la cara?! -¿Y a el qué le importaba? No me molestan, ¡pero él lo decía con intención de joder! ¡Era eso lo que no aguantaba!
-A mi no me molesta. Pero tienes algo que no me gusta. Y me pone de mal humor. –Se lo dije claramente, ¿no quería el las cosas a la cara? Pues toma, ladrillazo en la cara. –Pero de buen rollo, eeeh. –Venganza.
-Con que te pongo nervioso, ¿no? –Dijo con un intento fallido de tono de conquistador nato. Además, acercó mucho su cara a la mía. Me eché para atrás con mucha frialdad y seriedad.
-¿Me das mi ladrillo, por favor? –Dije impasible. Al ver mi expresión poco receptiva, retrocedió. Bien.
-Bueno, bueno. Como quieras… -Y se lo sacó del bolsillo del pantalón. Mi móvil. Por fin. Me lo ofreció con el puño cerrado. En un gesto me hizo ver que quería que extendiera la palma de la mano para recibirlo, así fue, la extendí y él lo dejó caer… Tantos secretismos… como si ocultara algo y no quisieran que me vieran dándome el móvil. –Ahí lo tienes, tu MÓVIL. –Dijo con retintín. 
-Gracias. Es usted muy amable. –Lo cogí y me quedé observándolo. Cuántos problemas me habría ahorrado si lo hubiese tenido…
-No hace falta que te quedes admirándolo… Tampoco es para tanto. –Ahora le entró la vena pasota.
-¿Te molesta? –Y levanté una ceja mirándolo con cara de pocos amigos.
-¡Que estaba de broma! –Y muy descaradamente, se abalanzó sobre mí, me rodeó con sus brazos y echó los míos hacia atrás, con los suyos, me los apretó en la espalda, no podía moverme. -¡Estás muy mona enfadada! ¡Pero relájate un poco Valeria! ¡Que te lo digo de broma! ¡Tómate las cosas con mejor humor! –Vale, me molestó mucho su ataque repentino de amor y cariño. No quería que me abrazara y menos un desconocido que se toma demasiadas confianzas. Además, me daba mal rollo, él se había encontrado mi móvil, nos vimos en el metro y en la tienda de ropa. Es como si me siguiese. Pero debía ser coincidencia, casualidad, ¿por qué iría a seguirme? Pero lo que más me llamó la atención de todo, fue que dijo mi nombre. Me entró un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Sentí miedo, sólo por un momento.
-¿Cómo sabes mi nombre? –Ni siquiera hice fuerza por apartarlo de mí, estaba tan asustada en ese momento, tan en shock, que sólo pude decir eso. Aunque bastó para que me dejara libre. Se le había escapado mi nombre por error, y lo había descubierto, se tensó. Se echó hacia atrás y me miró muy seriamente. No sabría decir si estaba buscando una mentira para no revelar la realidad de por qué sabía mi nombre, o buscaba una excusa para cambiar de tema.
-Tienes cara de llamarte Valeria. –Dijo guiñándome un ojo después de estar unos segundos con la expresión muy seria. Muy, muy seria. Demasiado. Había gato encerrado… o tal vez una manada entera.
-Dímelo. –Yo no estaba para seguirle la broma.
-He de confesarlo, he cotilleado algo tu móvil. -¿Cotillear? No me lo había planteado. Si es que me voy a todo lo peor… ¿Cómo no había caído antes? Mis temores desaparecieron. Era un asqueroso cotilla.
-Adiós. –Dije girándome y dándome la vuelta para irme. Pero me volvió a detener, me cogió delicadamente de la mano esta vez. Al girarme, vi de refilón el Lexus. Había olvidado el coche de Bryce. Mi corazón volvió a acelerarse. Lo había olvidado por completo.
-Oye, lo siento. Pero tenía curiosidad por saber cómo era quien había perdido el móvil. Perdóname. Por favor. –Dijo haciéndose el dolido. No le eché cuenta ninguna al responder, estaba mirando fijamente al coche, que seguía aparcado en segunda fila.  
-Vale. –Dije posicionándome entre dos coches para cruzar, ahora sí miré a izquierda y derecha, pero no podía cruzar, venían todos de golpe.
-Joder, siento que la cosa acabe así… ¿Por qué no quedamos un día y nos vemos? Me has gustado mucho, Valeria. –Dijo colocándose a mi lado, me quitaba visión de la carretera.
-Pues tú a mi no me gustas. Gracias por devolverme el móvil, pero sólo eso. Espero no ver algún día una llamada tuya porque hayas memorizado mi número. Y apártate, que no veo qué coches vienen. –Dije cortante. Muy cortante. Casi me hago sangre en la lengua y todo.
-¿Pero qué no te gusta? ¡Mírame! ¡Si las tías suspiran por mí! –Y se echó hacia atrás para dejarme un mayor campo de visión para observarlo. No iba a hacerlo, pero me giré en un acto reflejo al ver que se movía. En verdad estaba cañón. No era demasiado musculoso pero si estaba bien marcado. De cara era muy interesante. Y sus ojos verdes y pelo castaño y rizado le daban un toque de desaliñado muy atrayente. Pero a mí no me transmitía nada. No me hacía sentir nada.
-Pues si tantas te persiguen, ¿qué haces perdiendo el tiempo conmigo? ¿Por eso decidiste quedar para devolverme el móvil? ¿Porque llamó una chica preguntando por él y viste una oportunidad para ligar? Pues déjame decirte que conmigo no. –Se me estaba hinchando ya la vena pelona, literalmente, la del cuello. Estaba deseando cruzar para llegar al coche y ese estúpido sobón me lo estaba impidiendo. -Me gustan un millón de veces más las personas sinceras, aunque no me agrade su forma de ser, que las que hacen y dicen cosas que no sienten por gustarle a los demás. Porque puedo equivocarme, pero tus ojos me dicen que no eres así. -Y dicho esto, crucé, sin esperar a que se quitara ni nada.

Cuando miré al frente, el coche había desparecido. Y mis ilusiones con él.  Vi cómo se alejaba entre los coches. Había llegado tarde. Y todo por culpa del nota este. Pero ya estaba cruzando, cuando llegué a la otra acera, me encaminé al edificio donde tenía lugar el almuerzo. Sé que fui débil. Pero tenía que llenar un hueco, y sólo podía en estos momentos por medio del recuerdo. Desbloqueé el móvil. Todavía tenía batería, por la mitad, pero tenía. Es de esos que gastan la batería en una semana. Y me alegré de que fuera anticuado, sólo por eso. Abrí los mensajes y leí el último que me había enviado Bryce. Para mi desgracia, esperaba encontrar muchos más de él. Entonces me extrañé, me dirigí al historial de llamadas. No tenía ni una desde el jueves. Un escalofrío me recorrió desde pies a cuello. Algo no iba bien. Algo iba muy muy mal. ¿Bryce no se había preocupado por mí? ¿Ni una sola llamada? ¿Ni un mísero mensaje? No me hubiera extrañado que alguien me hubiese parado en ese momento para avisarme de que se me había caído algo… el optimismo y positivismo que llevaba intentando tener desde esta mañana. Pero me agaché a recogerlo.

Lo llamé. Si no actuaba él, lo haría yo, no podía quejarme porque algo no pasara si yo no hacía nada por que ocurriese. <El móvil al que llama en este momento, está apagado o fuera de cobertura, si lo desea puede dejarle un mensaje después de oír la señal> Si lo deseo, podría hacer que se teletransporte aquí ahora mismo… Ni siquiera sé por qué escuché el contestador entero… si ya sabía que no lo iba a coger… tal vez es que necesitaba escuchar una voz que se preocupase por mí, aunque fuese la de una máquina. Llamé tres veces más. Sólo por convencer y demostrar a mis subconsciente estúpido y esperanzador de que no había nada que hacer. Cuando saliera de la fiesta, me presentaría en su casa… Ah no… que no puede recibir visitas… ¿Ves? Si es que sabía yo que tenía que seguir escuchando el buzón de voz para demostrarle a mi subconsciente que no hay nada que hacer…

En quince minutos estaba en el edificio donde se celebraría la comida. Lo miré. Era altísimo. Un rascacielos. Bueno, a ver, tendría unas cincuenta plantas, para lo que hay en Nueva York, tampoco es tan alto. Pero a mí sí me lo parecía. Ojalá el restaurante sea en la planta baja. ¡Por dios! Porque si no, me veía subiendo escaleras hasta llegar al sitio. No iba a coger el ascensor ni de coña. En mi bloque de pisos, lo cogí para subir a la casa de la vecina porque eran dos plantas, y lo pasé fatal, hiperventilando todo el trayecto y con sudores fríos. Pero con cincuenta… Eso ya era un número muy muy respetable. Afortunadamente, vi a Alan en la entrada, apoyado de espaldas contra la pared. Me sentí muy tranquila y aliviada. Él haría que dejara de pensar en lo que duele. Y salí corriendo hacia a él como la persona más feliz del mundo. Iba a pasármelo genial en esta fiesta. Aunque mi trabajo no estuviese terminado, aunque Aaron se hubiera quedado dormido (no esta segura, pero quería creerlo), aunque Bryce no se preocupara por mí. Hoy estaría rodeada de amigos de la infancia. Hoy me había planteado ver el lado bueno a la vida. Si es lo que tengo, sola me autolesiono, acompañada soy súper feliz. Creo que soy de esas personas que son dañinas contra sí mismas…

-¡Alan! –Y de un salto me presenté ante él. Lo pillé desprevenido mirando la hora.
–Me tenías muy preocupado. Llegas quince minutos tarde del tiempo que dijiste que llegarías. Pensaba que te había pasado algo recogiendo el móvil. Pero no sabía si llamarte o no porque no lo tuvieras todavía. –Estaría preocupado, pero sonreía. Se alegraba en verme, y eso me alegraba. Yo sonreí también. Sentí como las comisuras de mis labios al elevarse, dejaban caer toda la tristeza y desesperación que sentía.
-Que va, es que de por sí, ya llegué tarde al encuentro con el tipo que tenía mi móvil. Un tipo muy raro y extraño, por cierto. –Dije saludándolo con dos besos en las mejillas. Se extrañó. Cierto… eso sólo es costumbre en España. Oh, da igual, hay confianza. Además, no sé por qué me había salido así, no lo había hecho desde que llegué a NY. Tal vez sería la emoción a la que me estaba obligando sentir.
-¿Te ha hecho algo? –Su semblante se volvió serio en un momento.
-Para nada. Era inofensivo. Además, tú sabes, si me he logrado enfrentar al G4 victoriosamente, no iba a hacerme nada un sobón.
-¿Sobón? –Ahora se mosqueó. Jajaja me encantaba la expresividad de este chico.
-Nah, lo intentaba, pero no lo dejé. –Y le guiñé un ojo.
-Si es que te encuentras cada tipo por el mundo…
-Como dicen en mi pueblo, <hay ca colgao suerto por ahí>. –Se lo dije en español. Vaya, creo que estaba más hiperactiva y habladora que nunca. Se me daba bien esto de obligarme a sentirme bien. Me miró con cara de no entender nada. Se lo traduje. –Nah, es lo mismo que has dicho tú, pero en plan basto de pueblo. –No iba a traducirle “colgado”, aquí no se usa esa expresión y no se me ocurría una parecida.
-Bueno, no me dejaste acompañarte a por el móvil porque decías que tenías que ir a descambiar mi regalo. Quiero verlo ya. –Dijo sonriendo. En ese momento, fui consciente, sin necesidad de mirarme, que mis manos no estaban agarrando ninguna bolsa. No podía ser, debía ser un efecto de fuerza… Agaché la cabeza. Mis manos estaban vacías… Vacías… Vacías…
-¡Oh no! ¡No está! ¡Lo he perdido! ¡No! –Y sentí como mi ánimo volvía a desaparecer fugazmente. –No me lo puedo creer. Yo lo llevaba… -¿Cómo lo había perdido? Y en ese momento, se me encendió la bombilla. Recordé que cuando me caí al suelo cuando el otro me tiró del brazo para que no me atropellaran al cruzar la carretera, la bolsa se cayó también. Y cuando iba a recogerla, vi su mano, levanté la cabeza y tras la sorpresa de reconocer al tipo, olvidé el libro… -Soy una inútil. –Y se me humedecieron los ojos.
-¡Oh! ¡Venga ya Valeria! ¡No llores por eso! ¡No es para tanto! ¡Si a mí no me importa! No hace falta que te gastes más dinero en comprarme otro, con tu intención soy feliz. –Y al ver que me estaba frotando los ojos para secarme el humedecimiento, me abrazó para consolarme. Hecho que agradecí mucho. Necesitaba un contacto amigo que me transmitiera apoyo. Me sentía tan sola… Mi vida no es vida, últimamente parece un intento por desesperado por sobrevivir…
-Pero a mí sí me importa. ¿No sabes lo que es esforzarse todo el tiempo, dar todo lo mejor de ti por algo que, no sólo no te da recompensa, sino que te causa perjuicios? –No lloraba por el libro en sí. Era porque eso había hecho que mi vaso se colmatase. Llevaba unos días de continua lucha para no sólo no recibir nada a cambio, sino sólo para que las cosas me fuesen peor… Ya estaba harta. Pero no estaba llorando. Sólo se me había humedecido los ojos. Cuando ya estaban secos, me “recuperé” junto con ellos.
-Sí, sí lo sé… -Respondió Alan apesadumbrado. Me separé de su abrazo en ese momento.
-Bueno, no pasa nada, estoy bien. ¡Vamos a entrar a la fiesta! –Dije más fuerte de la cuenta a ver si a base de decirlo más alto, me lo creía. Y sorprendentemente función. Parecía estar bien. No quise hacer un análisis exhaustivo para comprobarlo, podía encontrar algo que no quería.
-¿Seguro? Yo creo que no. Sabes que puedes confiar en mí. Si necesitas desahogarte… -Dijo preocupado, ¿lo había preocupado yo? No iba a permitirlo.
-En serio Alan, todo está bien. –Sonreí. –Y alegra la cara, esto fue sólo un lapsus sin importancia. ¡Anda, vamos adentro, llevarán tiempo esperando! –Y lo cogí de la muñeca para entrar juntos. Me dio por girar hacia atrás para mirarlo, pero no lo miré a él, otra cosa captó mi atención. El mismo Lexus que había visto en la estación de Lexington cuando fui a recoger el móvil, el mismo coche que creía que era de Bryce. Pero esta vez mi corazón no se aceleró. Yo no lo dejé. Iba a dejar de preocuparme por los demás, ahora iba a intentar ser feliz, por lo menos el rato que me creyese eso que estaba pensando. Entré al edificio dejando atrás el coche y mis preocupaciones.

Cuando entré al hall, que era enorme y de esos súper clásicos de películas, me fijé en el cartelito donde ponía restaurante. Iba a decirle a Alan si era ahí cuando el ya mismo respondió esa pregunta sin todavía haberla formulada. Era ahí. Estaba nerviosa por encontrarme de nuevo a mis amigos. Pero ellos se encargaron de hacer que fuera lo más natural del mundo. Estaban con los entrantes y refrescos en nuestra zona reservada. Nada más entrar, saludaron a Alan, yo me escondí todavía nerviosa detrás de él. El corazón me latía con fuerza. ¿Cómo actuaría después de tanto tiempo? Ya no teníamos esa confianza de antaño. ¿Los reconocería? ¿Me reconocerían? Miré, eran unos veinte. Algunas caras me sonaban, otras no. Mi nerviosismo aumentaba por momentos. Yo no era antisocial como dijo el estúpido ese del móvil. Yo soy simpática con quien creo que debo serlo. ¿Cómo iba a tomármelo en serio? Era el mismo tonto que dijo que era la versión femenina de Garfield…

-¡¿Alan?! –Dijo levantándose un chaval para saludarlo con un abrazo de esos que se dan palmaditas en la espalda guardando la distancia. Típico saludo de hombres. Si no me equivocaba, era John.
-¡Hey John! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo te va tío? –Respondió Alan al separarse. Bingo, había acertado. John era uno de los mejores amigos de la infancia de Alan. Es muy buena gente, le encanta contar chistes y es muy gracioso.
-¡Vaya! ¡Por lo que veo vienes acompañado! Preséntanos a la afortunada. –Dijo mirándome. No me había reconocido. Lo que dijo, hizo que me pusiera aún más nerviosa. No me gustaba ser el centro de atención y ahora iba a hacer una presentación masiva a todos.
-Que va, no es lo que tú crees. –Y tirándome delicadamente de la mano para sacarme de detrás de su espalda, me condujo hacia el frente de todos. De los veintitantos. Me sonrojé al momento. Volví a agradecerle a mi oscuro tono de piel que lo disimulara. -¿No la reconocéis? –No sabía adónde mirar, si al suelo, al techo o a las caras intrigadas de todas esas personas.
-Ostras, ¿no es Valeria? ¿Valeria Spinoza? –Dijo una chica levantándose de su silla al verme. No la había visto hasta entonces. ¡Era Claire! ¡Una de mis amigas de la infancia! Escuché como de fondo decían comentarios acerca de que era yo. <¿Valeria?> <Qué cambiada está> <No parece ella> <¿Os acordáis cómo era antes? Llevaba siempre el pelo recogido en dos trenzas> <Nunca se lo había visto suelto, por eso no la reconocí al principio> <Está guapísima así.>
-Sí, soy yo. ¡Y tú eres Claire. ¿No?! –Respondí muy emocionada. Ella empezó a gritar como una fan loca y las dos nos abrazamos como locas.
-¡Cuánto tiempo! ¡Vaya sorpresa que nos traes, Alan! –Dijo mirándolo. Y volvió la cabeza hacia mí. Cuando me di cuenta, todos se habían levantado y habían venido a rodearme, ansiosos de saber. <¿Cómo es que estás aquí?> <¡Qué alegría verte!> <¿Cuánto hace que estás de vuelta?> <¿Por qué no dijiste que habías llegado?> <¿Qué es de tu vida ahora?> <¿Por qué estás aquí?> Era una pregunta tras otra. No me gustaba el protagonismo. Es más, siempre había querido pasar desapercibida en la nueva universidad de niños ricos… Pero si llamaba la atención así, estaba encantada. El nerviosismo se me fue pasando poco a poco.
-Chicos, chicos, calmaos. Sé que os hace mucha ilusión verla de nuevo, pero dejadla hablar. Vamos a sentarnos y nos cuentas. –Y Claire me condujo hacia un asiento libre. Reconocí muchas caras amigas entre la gente. Stacy, Jessica, Brent, Michael, el otro Michael, Robert, Laura… Me puse a abrazarlos a todos y cada uno. Me llevó un tiempo, porque intercambiaba algunas palabras con todos. <¡Qué alegría verte!> <¡Qué guapa estás!> y cosas así. En poco tiempo, me vi sentada en la mesa, rodeada de caras que me miraban intensamente. Bueno, poco tiempo para mí, hubiera querido seguir abrazándome con todos. Cada contacto amigo se llevaba un trocito roto de mi corazón. Para mi desgracia, todavía quedaban muchos.
-¡Pero antes un brindis por que estamos todos juntos de nuevo! –Dijo Erick.
-¡Y por Valeria! –Siguió Jessica levantando su vaso. Todos los seguimos, yo también tenía el mío listo sobre la mesa, sólo tuve que llenarlo porque estaba vacío. Levantamos todos las copas, las chocamos y bebimos.
-Vaya, me siento importante con todos mirándome. Jajaja. –Y crucé la mirada con Alan, sonrió y me dio fuerzas para perder la vergüenza a hablar. Estaba sentado a mi lado, había luchado por conseguir ese sitio entre todos los que querían tenerlo.
-¡Oh venga ya! ¡Si hay confianza mujer!
-¡Venga! ¡Cuéntanos como te ha ido en España!
-¡¿Qué es de tu vida ahora?! –Uno y otro iban hablando. Este ambiente me encantaba. No pensaba que nadie se alegraría tanto de verme. No me imaginaba a mis compañeras de España poniéndose así por verme. Definitivamente no.
-Pues nada en especial. Ya sabéis que nos fuimos porque mi abuela se puso enferma…
-¿Cómo está ahora? –Preguntó Zack. Paré un segundo, todos me escuchaban con infinita atención. Me sentía importante, y aproveché el momento. Qué malota soy, Jajaja. Yo sola…
-Murió hace dos meses… Y mis padres decidieron que volviéramos a nuestra antigua casa de Connecticut. Pero yo estoy viviendo ahora en Nueva York, está más cera de la Universidad.
-Oh, lo sentimos. –Respondieron varios al unísono. -¿Cómo estás? –Sonaban preocupados.
-Bien, lo llevo bien. Porque mis padres trabajaban todo el día y mi hermano y yo pasábamos la tarde con ella siempre. Fue un golpe pero ya está descansando, era lo mejor. –Sonreí al recordar a mi tata. Más buena ella…
-¿Y el idioma lo aprendiste pronto? –Nicholas preguntó.
-¡Claro! Si mi padre es español, en casa nos hablaba en español a mi hermano y a mí, para que supiéramos los dos idiomas. Y tranquilos, como veis, el inglés no se me ha olvidado, en España la que hablaba en otra lengua era mi madre. –Y todos empezamos a reírnos. –Y nada, vivíamos en Sevilla, Andalucía. Muy buena gente la gente allí. Muy simpáticos todos.
-¿Y a qué universidad vas ahora? –Preguntó Jake.
-Pues a la Uni. La famosa Universidad más popular e importante del país. La élite entre la élite. –Dije poniendo cara de aburrimiento y pasotismo.
-¿¡LA UNI!? –Alguien dijo un comentario y todos los demás siguieron. <Si es súper cara> <Allí van los más famosos y ricos del país> <Las notas de corte son altísimas> <Debes conocer mucha gente famosa> <¿Cómo es el mundo allí?> ¿Nadie iba a preguntarme qué estaba estudiando…
-Pues tampoco es para tanto. Las instalaciones son muy grandes y bonitas. Se respira riqueza y lujo por todas partes. El lugar en sí es maravilloso, pero la gente es muy diferente. No puedo hablar de cosas normales allí, aunque creo que los temas de los que hablan, allí son lo más normal del mundo. –Todos me escuchaba incluso con más atención que antes. Si es que el mundo de los famosos les chifla. –Viven en un mundo totalmente diferente. Los regalos de cientos de miles de dólares, las fiestas con las firmas más importantes de moda, los viajes transatlánticos en algún día de fiesta o relaciones con famosos del mundo de las celebridades es lo más cotidiano. Realmente tengo poco de qué hablar allí que pueda tener interés…
-Bah, da igual. Seguro que todo lo demás supera con creces ese pequeño problema. -¿Pequeño problema? Claro, es que no les había contando que me discriminaban por ser pobre, una simple becaria a la que miraban por encima del hombro. –Yo pagaría lo que fuera por entrar allí, si tuviera dinero. –Stacy estaba soñando ya con estar rodeada de toda aquella gente.
-Cierto, ¿y cómo puedes pagarlo? –Una pregunta inteligente acerca del tema. Formulada por Gwen.
-Pues por una beca. En España me concedieron la Erasmus, con la que puedes estudiar en el extranjero desde sesis meses hasta dos años, depende, por los buenas resultados académicos.
-¿Y de cuántos hijos de famosos te has hecho amiga? –Escuché una voz de fondo que preguntaba.
-¿Conoces al G4? -¿Stacy no tenía nada mejor que preguntar? Sí lo conocía, y bien. Gracias a dios, Cleo preguntó algo a continuación y me salvé de responder la pregunta.
-¿Y que tal en el instituto? ¿Dejaste algún novio allí? –Aunque tampoco su pregunta se puede decir que me salvara del todo.
-En el instituto bien. Iba a uno público. No sé por qué en bachillerato, que aquí son las clases de preparatoria para entrar en la Universidad, mi madre me metió en uno de pago. Extraño, porque vivíamos de alquiler porque no podíamos comprar la casa. Pero bueno, cuando le preguntaba, me decía que no hay que reparar en gastos para la buena educación… cosas de madres. –Y volvimos a reírnos. Más de uno pensaban también que las madres son una especie distinta.
-¡Eh! ¡No cambies de tema! ¡Te hemos preguntando por algún novio! –Repitió Cleo la muy lista.
-Sí. Jajaja, que más de uno tiene interés en saberlo, ¿no Alan? –Y Claire lo miró con segundas intenciones.
-¡Eeeh! A mí no me mires. –Alan respondió un poco más nervioso de la cuenta. No sabía donde mirar.
-¡Que haya paz! No, no tuve ningún novio, ligue, rollo, tonteo o similares en mi tiempo en España. Salí a su encuentro, a su ayuda.
-¡Entonces tienes vía libre, no Alan! Esa respuesta debe haberte alegrado mucho, ¿no? ¿¡Cuándo vas a decidirte a tirarle la caña! Valeria te gustaba en el colegio y creo que no me equivoco al pensar que ahora que la has vuelto a ver el sentimiento ha vuelto. -¿Cuándo se había vuelto tan directa y descarada Claire? Parecía que lo decía con mala intención, si es que no era verdaderamente esa. En ese momento, vi cómo todas las chicas empezaban a mirarse las unas a las otras y a cuchichear sobre algo. ¿Qué pasaba? No nos miraban ni a Alan ni a mí, así que no debía tratarse del comentario de Claire. ¿Qué era? Bah, a mí lo que me importaba ahora era Alan.
-Oye Claire, no te pases. Él y yo somos amigos. –Pero ya no me estaba echando cuenta. Ella también se giró a mirar hacia algo que estaba detrás de mí. Con la boca abierta y los ojos muy abiertos. Sorpresa total mostraba su rostro.
-A ti eso no te importa ya, ¿no? ¿Mi querida exnovia? –De fondo escuché como alguien decía <señor, no puede pasar ahí, esta zona está reservada> Y un crujido de fondo. En ese momento no le eché cuenta. Tenía algo más importante de lo que asombrarme. ¿Exnovia? ¿Alan y Claire fueron novios? No me lo podía creer. Recuerdo la conversación que tuvimos el primer día de nuestro encuentro en la Uni al empezar a hablar de nuestras vidas. Me dijo que había tenido dos novias, y las dos lo habían dejado con la excusa de que era demasiado bueno y querían alguien que les diera más caña. Una era Claire… ¿Cuándo se volvió así? Me sentí decepcionada. Pero Ella seguía sin prestar atención. En ese segundo que pasó entre Alan terminar la frase y yo pensar todo eso, me giré al verlo. Y lo que descubrí me dejó literalmente sin aliento. Era Bryce.

Bryce estaba allí, tan dolorosamente guapo como él mismo. ¿Por qué? No entendía nada. Yo me había matado por llegar a él. Y él había venido a mí justo cuando menos quería encontrármelo. Quería verlo, pero no así, ahora no podría estar con mis amigos. Lo miré con el semblante muy serio. ¿Qué le decía ahora? Estaba totalmente bloqueada. Muchas veces había intentado imaginarme un encuentro con él, y en ninguna ocasión logré crear la situación, mis palabras, las suyas, sus actos, los míos… Ahora tampoco sabía lo que iba a pasar. El corazón se me aceleró a un ritmo que no debía ser saludable. Su rostro era totalmente inexpresivo. Un folio en blanco decía más que su cara. Pero un folio en blanco no indicaba que algo trágico iba a pasar. Recuerdo esa cara, era muy parecida a la que puso aquella vez que me estuvo persiguiendo por la Uni de tarde. En esta cara, por lo menos no tenía la mirada perdida y la expresión ida. No podía hablar, me había quedado totalmente pillada. Pero todo esto que pensé, fue el tiempo que tardó él en retorcerle el cuello a Alan, es decir, un segundo. Se lo dobló con tal maestría y en un giro tan milimetrado, que el crujido sonó de tal forma, que me estremecí por completo. Y creo que no fui la única. Todo el mundo se quedó helado. La sala que teníamos reservada estaba en silencio. Miré al fondo, el crujido de antes pertenecía al camarero que había intentado impedir que Bryce entrara en nuestra estancia. Volví a estremecerme.

-¡Alan! –Dije abrazándome a su cuello, como si con mi contacto pudiera ya salvarlo. -¡¿Qué le has hecho a mi amigo?! –Miré a Bryce con las lágrimas en los ojos, saltadas por el susto. -¡LE HAS ROTO EL CUELLO! –No pude evitar gritar de puro nerviosismo.
-¿Amigo? Pues creo que para él tú no significas lo mismo, por lo que he podido escuchar. –Dios no… si había escuchado eso, ya estaba perdida. Se lo tomaría de la peor forma que podría haber. –Y no se lo he roto. Todavía. –Su mirada era hielo y fuego a la vez. Sin sentimientos por lo que hacía o iba a hacer, pero llena de ira y rabia. Miré a la gente a mi alrededor, las chicas estaban boquiabiertas por ver a Bryce Domioyi, el guapísimo hijo de la riquísima corporación Domioyi. Los chicos no sabían si enfrentarse a él o no. Daba verdadero miedo y pavor. Sobre todo su mirada.
-¿Quién demonios es éste? ¡Lárgate! ¡Seguridad! –Nicholas se levantó de la silla para plantarle cara. No debió haberlo hecho. Su valentía no era suficiente para derrotarlo.
-¿Éste? –Dijo Bryce girándose a mirarlo con infinito desprecio. –Vosotros, los pobres, no deberíais hablarme de esa MANERA. –Y pronunció la última palabra con mayor fuerza, como si cogiera impulso para arrearle una patada en el pecho que lo dejó sin respiración, tirado en el suelo, con dificultades para aspirar. Las chicas corrieron a auxiliarlo. Yo sencillamente no podía moverme.
-¡A VER SI OS ENTERÁIS TODOS DE UNA VEZ QUE DE BRYCE DOMIOYI NO SE RÍE NADIE! –Y cogió una silla, en la que antes había estado sentado Nicholas, y la alzó sin el menor esfuerzo para lanzarla contra la pared. Quedó destruida, fragmentada en pedazos en un momento. En el momento del choque, mi corazón se paró un instante. Decir pavor era quedarse corto. Esto no podía estar pasando. No a mí. Sabía que discutiríamos cuando nos viésemos, pero de ahí a pasar a la violencia y encima con mis amigos de la infancia, era un trecho muy ancho. -¡Y TÚ LA PRIMERA! –Dijo señalándome con el dedo. Con los ojos idos. En ese momento, levantó la mesa y la volcó con todo incluido. Todo había quedado hecho añicos, yo con ello. Me giré en un acto reflejo a mirar. Claire estaba a mi lado, con la boca y los ojos todavía muy abiertos. No sé si estaba sorprendida por el espectáculo, por el famoso Bryce en general o porque estaba dirigiéndose a mí. -¡ALGUNO MÁS QUIERE DESAFIARME! Los pobres sois unos cobardes. –Casi todos empezaron a correr, salieron apabullados hacia afuera, gritando y pidiendo ayuda. Con todo mi pesar, dejé a Alan en la silla, con cuidado de que no se cayera, estaba inconsciente. Me dirigí a Bryce y lo abofeteé. Delante de todos. Mi no era directamente proporcional al dolor causado por el golpe, porque si no le habría hecho un agujero en la cara. 
-¡¡DESGRACIADO!! –No lloré. No tenía ganas. No iba a hacerlo tampoco por este animal. Sabía que después me sentiría mal por haberme ilusionado tanto y después acabar así, pero la razón me decía en ese momento que debía actuar de esta manera. Lo miré con tal cantidad de rabia, ira, impotencia y enfado… ni yo misma podía creer que pudiera sentir todas esas sensaciones a la vez.-¡ERES UNA BASURA HUMANA! ¡¿CON QUÉ DERECHO TE PRESENTAS EN MI FIESTA PARA DESTROZARLA Y HACER DAÑO A MIS AMIGOS?! –Fuerza, ven a mí, te necesito. –Con lo bien que estaba… Por fin rodeada de los míos… después del calvario que he tenido que pasar en la Uni porque por tu culpa la pusiste en mi contra… -Aunque hacía ya tiempo que pasó, las consecuencias las seguía viviendo cada día, y era algo que todavía me afectaba.
-Tú, no te atrevas a hablarme así, después de reírte de mí como lo has hecho. ¿¡Quién te crees que eres para tontear con todos los tíos que se te ponen por delante cuando yo no estoy?! –Y en un arrebato de locura, me cogió por los hombros y me empujó brutalmente contra la pared, acorralándome entre ella y su cuerpo. -¿Te crees muy popular entre los chicos sólo porque te dije que te quería? ¿O es que has recordado que eras muy popular en el colegio y eso te ha dado alas? No sabía que eras así. –Por un momento se separó de mí, y con una risa irónica mientras se tocaba el pelo a modo de intento de relajarse, dijo –Ja…Incluso Aaron ha pasado la noche en tu casa… -¿Cómo? Me estaba perdiendo algo. -Me has decepcionado. –Y volvió a su posición original, aprisionándome contra la pared. Su cara estaba muy cerca de la mía. Sentía su aliento. Mi corazón estaba muy acelerado, no por su cercanía, sino por lo que estaba escuchando.
-Pues tú a mí no me has decepcionado, sabía que eras así de dañino desde siempre. Y no soy ninguna calienta braguetas, buscona, fácil, ligerita, o calentona. Aunque no te lo quieras creer. –Dije con toda la frialdad de este mundo. –Pero ya me da igual lo que pienses. ¡TE ODIO! –Dije con todas mis fuerzas. Su cara mostró sorpresa ante esa reacción mía. Como si una espina se le hubiese clavado en el corazón. Yo ya tenía varias estacas.

No sabía si lo sentía realmente o no, en ese momento me estaba dejando llevar por al situación. Y me di la vuelta para irme a por Alan. En ese tiempo que Bryce me había tenido acorralada, mis amigos se lo habían llevado afuera, tal vez para la enfermería u hospital, junto con Nicholas. Iba a buscarlo, ahora lo más importante era él. Por lo que había dicho Bryce, no le había roto el cuello, seguramente sería el movimiento que le he visto hacer otras veces, que le deja inconsciente al que lo sufre. Dejé atrás a Claire, que seguía mirando asombrada a Bryce y salí corriendo dirección al hall. Por mí, que se lo quedara ella si tanto el gustaba. Enterito. Pero inocente de mí, pensaba que todo eso acabaría ahí, porque no fue así. Nada más salir al hall, donde vi a todos ayudando a Nicholas y rodeando a Alan, Bryce apareció por mi espalda, y desprevenida, me cogió en brazos. Debía haberlo previsto, pero pensé que los cuatro guardias de seguridad que había visto entrar corriendo en nuestra zona reservada, serían suficientes para pararlo. Me equivoqué.

-¿¡Pero qué haces!? ¡Suéltame! –Estaba oponiendo todas mis fuerzas. Estaba pataleando, agitando los brazos y saltando para que me dejara libre, aunque me soltara de golpe y cayera al suelo. Pero no quería ir con él. Había esperado y deseado y sufrido mucho por verlo. Sin embargo, ahora que lo tenía frente a mí, no quería saber nada él. Me había causado demasiado daño. Pero yo no lloré. No iba a permitirle verme así por él. Aunque no me faltaban ganas.
-Tenemos que hablar. Esto no puede acabar así. –Ahora había vuelto en sí. Su inexpresión desapareció. Ahora su cara indicaba estados de ánimo, y la que podía ver era de suma angustia, como la que se tiene al descubrir que somos los culpables de algo que no queríamos que acabase así.
-¡¡Déjame ver a Alan!! ¿¡Por qué tiene que ser todo lo que tú digas, cuando tú digas y cómo lo quieras?! –Seguía resistiéndome inútilmente. Sus firmes brazos podían con todo, hasta con una loca embravecida. Me llevaba corriendo hacia dónde yo no sabía donde. Sólo hasta hace uno segundos. Justo preguntarme por adónde me llevaba, fue ver que se dirigía hacia un ascensor. Cualquier cosa menos eso. Incluso prefería que me armara el espectáculo delante de todos. O me metiera en un sótano oscuro, pero no en aquella máquina claustrofóbica que cuelga de una cuerda.
-¡¡Bryce!! ¡Por favor! ¡No me lleves al ascensor! ¡Por lo que más quieras! ¡Te lo suplico! ¡Haré lo que quieras! ¡TE ESCUCHARÉ, HABLAREMOS, RESPONDERÉ TODO LO QUE QUIERAS SABER PERO POR EL AMOR DE DIOS NO ME METAS EN EL ASCENSOR! ¡NO! –Estaba totalmente en pánico. Lo que había sentido al verlo entrar arrasando con todo en el restaurante, no era nada comparado con el pavor a entrar en esa máquina. Pero él no me escuchó. Seguía corriendo como loco hacia la máquina inmunda. Con suerte, esperaba que al pararse en la puerta esperando a que llegara, podría hacer algo para zafarme de su lazo. Pero no tuve es suerte. La puerta se abrió en el justo momento en que estábamos a un metro de ella. Apartó a los que estaban saliendo de un manotazo y entramos. Comencé a llorar desesperadamente. Dejé de oponer resistencia, eran fuerzas perdidas. Iba a hacer lo que le diera la gana.
-No llores… -Su voz sonó quebrada al pronunciar la última sílaba. Yo sencillamente no podía actuar. Estaba inmovilizada. Tirada en el suelo del ascensor, de rodillas, agarrada a una barandilla y mirando al suelo porque las paredes eran espejos y no quería verme tan patéticamente. Sólo rezaba porque pudiera salir de allí cuanto antes mejor. Ni lo miré cuando dijo eso. –Por favor… -Su voz seguía sonando quebrada. ¿Ahora se arrepentía? Ahora era tarde. Estaba harta de que hiciera todo el daño que quisiera con sus arrebatos de locura, y luego cuando volviera en sí y mirara todo lo que había provocado, le entrara el arrepentimiento. ¿Qué pasa? ¿Que si todo estuviera bien después no se arrepentiría? Estaba harta. –Todo se puede solucionar… -Y se agachó, se puso en cuclillas junto a mí y comenzó a acariciarme la cabeza con suma delicadeza. Su tacto quemaba. –No he dicho en ningún momento que vaya a dejarte... Con que me expliques por qué te has abrazado con Aaron delante de todos en la Uni, porqué él fue a dormir a tu casa mientras yo estaba enfermo y solo, pasaste una noche con el amigo ese que está enamorado de ti en su casa, quedas con otros chicos en estaciones que te abrazan y luego vas a fiestas… cuando yo sigo estando enfermo y solo, puedo perdonarte. –No daba crédito a lo que estaba escuchando. Debía estar entendiendo mal. No, en verdad, que Bryce dijera eso, parecía lo más normal del mundo. –Pero sobre todo, que no me hayas llamado en todo este tiempo, ni me hayas mandado ni un solo mensaje cuando sabías que estaba enfermo y preocupado por ti. –Ah, o sea, que la preocupación por él era un plano secundario comparado con abrazarme con MIS amigos. Era lo último que me faltaba por escuchar. No sé como, pero con los temblores incontenibles que estaba sufriendo en ese momento debido a mi pánico a los ascensores, logré levantarme para plantarle cara. Aunque de vez en cuando, sentía cómo mis piernas me fallaban, mi determinación no.
-A ver si lo entiendo… Yo me tengo que alegrar por saber que me perdonas después de que me hayas descubierto abrazándome con MIS AMIGOS. ¿No? –Ni siquiera le di tiempo a responder. –Que porque hayas venido como un loco a destrozar mi comida de rencuentro con compañeros del colegio, a los cuales no veo desde hace diez años, y que son los únicos con los que puedo sentirme a gusto porque en la Uni nadie me acepta por tu culpa, no… -No dijo nada, esperaba que sí, pero no fue así. Se quedó cayado, mirándome, como si hubiera descubierto algo de lo que no se había percatado hasta entonces. Seguí hablando, tenía que desahogarme, pero siempre agarrada a al barandilla, en cualquier momento podía caer. -¡Para que lo sepas, no te lo voy a explicar para que “me perdones”, es sólo que veo conveniente que sepas las estupideces que acabas de decir… -Ahora sí, la arteria de mi cuello se llenó de sangre, tenía que bombear mucha al cerebro para saber llevar este momento que estaba acabando con mi estabilidad mental. -¡Me abracé a Aaron en la Uni porque estaba llorando y fue a consolarme! ¡Idiota! ¡Me quedé a dormir en la casa de Alan, en la cuál no pasó absolutamente nada entre los dos, porque me había dejado dentro de mi casa las llaves, adivina de dónde… de mi casa! ¡Idiota! ¡No te he mandado ningún mensaje ni te he llamado en todo estos días porque había perdido mi móvil en el autobús camino de mi casa en Acción de Gracias! ¡Idiota! ¡¿Y sabes cuándo lo he recogido?! ¡HOY! ¡El tipo con el que me has visto en la estación era con el que había quedado para que me lo devolviera porque él lo había encontrado! ¡Además! ¡El muy gilipollas era un pulpo e intentaba sobarme cada vez que podía! ¡Idiota! ¿O no te diste cuenta de que me abrazó en contra de mi voluntad? ¡Porque sé que me estabas viendo desde… -Ahí comprendí muchas cosas al instante. Mis piernas fallaron un momento. El dichoso ascensor no se paró en ninguna planta, ¿es que nadie le había dado por llamarlo para que se parase en su ascenso? Mi fuerza falló a la vez junto con mi determinación, pero las recuperé al momento. El dolor que me causó darme cuenta de la verdad no pudo acabar conmigo. –Me habías estado espiando… -Sentí como el temblor de todo mi cuerpo se intensificaba.
-Tiene su explicación, y no es exactamente así… -No era una justificación, ¿qué tipo de justificación es esa?
-¿Que no era exactamente así? Y que más da… sigue siendo lo mismo, y sigue siendo igual de rastrero… -Pero a pesar de que creía que había superado esa dolorosa verdad, no pude evitar levantar mis manos temblorosas hacia la cara en un gesto inconsciente para cubrírmela. Lo miré, seguía agachado en el suelo, en cuclillas, se levantó al ver el giro que había dado la conversación. Su expresión era abatida. Como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento, pero no lo hizo. Me dolía verlo así, pero era su culpa. –Yo… No tienes ni idea de lo que he sufrido estos días… -Sentía cómo por culpa del temblor, mis manos chocaban contra mis mejillas, aún mojadas por las lágrimas, que volvieron a brotar de mis ojos, de pura rabia e impotencia. –Sin poder verte, hablarte o escucharte… Preocupada por cómo estabas y deseando tener noticias tuyas… -No me dejó terminar.
-¡Pues no lo demostraste! –Dijo de buenas a primeras. Alzando mucho la voz. Vi como levantó el puño en ademán de golpear la pared del ascensor, mi corazón se encogió un poquito más, pero no la llegó a dar, mi temor por mi vida disminuyó un poco, pero muy poco. No estaba para responder esa tontería que acababa de decir… que no lo demostré dice… Y que fui a verlo pero estaba dormido, después no me dejaron entrar porque “no podía recibir visitas”, y que me pusiera en contacto con Leo, Liam y Aaron para que me dijeran cómo estaba tampoco era demostrar nada… Pues si para él eso no era mostrar preocupación, no iba a decir nada que lo hiciera cambiar de opinión.
-Y tú tan fríamente estabas siguiendo todos mis pasos… pensando y queriendo comprobar si te era infiel o qué se yo… -Cogí aire. Seguí con lo que tenía que decir ignorando la gilipollez de antes. –Y dejándote llevar sólo por lo que parece, sin tener nada en cuenta lo que podría llevarme a hacer eso o lo que sentía, te pones a hacer juicios… -Volví a coger aire. Me estaba mareando. Tenía la sensación de perder el conocimiento en cualquier momento. Las paredes, más bien espejos del ascensor, me aturdían, parecía que se juntaban cada vez más. Recuerdo una situación parecida en mi bachillerato en Sevilla… Pero esta era sencillamente peor.

–Y para colmo, vienes como un huracán, arrasando con todo a tu paso, destructivo, violento, descontrolado… Haciendo daño a personas que no tienen nada que ver con nosotros dos, haciéndome daño a mí… -Su mirada era muy intensa, pero a mí no me apocaba ni achantaba. Tenía los dos puños cerrados, vibrando por la fuerza que estaba conteniendo en ellos. El labio inferior le temblaba. Estaba tremendo. Lo que más deseaba mi cuerpo era abrazarme a su cuello y besarlo con todas mis ganas, pero eso era algo que iba en contra de lo que sentía en ese momento. –Dijiste que cambiarías, y te creí. Pero no es así… ciertamente estamos bien en ocasiones, pero vuelve a pasar algo que lo echa todo a perder. Nos movemos continuamente dentro y fuera del ojo del huracán, pero siempre dentro del huracán… Y yo ya no puedo más. –Y no podía más.

Whatcha say – Jason Derulo
Mis piernas fallaron por completo y caí al suelo de rodillas. Exhausta. Es como si hubiera guardado toda mi energía en mis pulmones, y con mi última expiración la hubiese perdido por completo. No sabía cuántas plantas quedaban, pero ascendíamos y ascendíamos sin parar. ¿No habría sido capaz de pulsar la 50? Creo que la respuesta era evidente…Agaché la cabeza y cerré los ojos. Ahora que me había desahogado, volví a la realidad del ascensor.

Bryce se acercó a mí con extremo cuidado y delicadeza y me atrajo hacía sí, apretándome cuidadosamente con sus brazos, que ya no encerraban puños apretados con fuerza. La escena debía ser arrebatadora. Yo, tirada en el suelo, abatida, y él, rodillas, rodeándome con sus brazos atrayéndome hacia su vientre. Aun estando los dos en el suelo, me sacaba una buena distancia en altura. No opuse resistencia, mi debilidad irónicamente, era más fuerte que yo. Desde esa posición, escuchaba los latidos de su corazón, que aunque mi oído quedara lejos de su pecho, podía escucharlo con total claridad. Quedé totalmente desarmada. Pero olía diferente. No era ese aroma que tanto me atraía. Era diferente, aunque, sin embargo, podría decirme ven, y dejarlo todo. Pero sólo podía, sólo era una posibilidad, no una realidad.

-Pero arriba del huracán, el cielo sigue siendo azul y el Sol sigue brillando con fuerza… -Su voz volvió a sonar quebrada. Y mi corazón se fragmentó un poco más. Como siguiera así, quedaría reducido a polvo. Nos quedamos en esa posición, hasta que el ascensor se paró en la planta más alta. La azotea. La puerta se abrió, y el sol de otoño entró a la cabina. Fue lo único que me dio fuerzas para no volver a cometer el mismo error. Me separé de su abrazo, aunque mi cuerpo pidiera a gritos lo contrario, me levanté y salí.
-Tienes razón. –Vislumbré un atisbo de ilusión en sus ojos brillantes y verdes intenso. Aparté la mirada hacia otro lado. No podía decir lo que quería decir a continuación viéndolo así. Era demasiado incluso para mis fríos sentimientos en aquel momento. Sus ojos estaban oscuros y tenebrosos, acompañados de su estado de ánimo. Alcé la cabeza, miré al Sol. Brillante cómo él solo. Emitiendo luz y calor. Luz y calor que no llegaban a mi gélido corazón. Ese día, hace unos minutos, se había cerrado al amor. –Pero nosotros estamos debajo del huracán, no arriba. –Y me dispuse a buscar las escaleras para bajar.
-¡Espera! ¡Valeria! ¡Por favor! ¡Dame otra oportunidad! ¡Te lo suplico! ¡Te lo ruego! ¡Por lo que más quieras! ¡Confía en mí, sé que puedo hacerlo, lo he intentado, he intentado por todas mis fuerzas controlarme, pero era una imagen tras otra que me engañaba acerca de la realidad…-Mi corazón dio un vuelco. ¿Otra oportunidad? Había borrado esas dos palabras de mi capacidad de comprensión. ¿Qué querían decir? Me giré a responderle.
-¿Otra oportunidad? Recuerdo haberte dado la última aquella noche en mi cama. Acepté nuestra relación, decidí abrirte mi corazón y tú prometiste no fallarme más. No hacerme más daño. Por ahora la única que cumplió lo que dijo, he sido yo. –Como siguiera mirándolo, no podría evitar abalanzarme sobre él para consolar su dolor. ¿Pero quién iba a consolar el mío? Porque lo suyo podría solucionarse si yo decidía no romper con él, pero lo mío no. Lo hecho está hecho, y lo que había hecho él no tenía solución. Bueno sí, volver en el tiempo o sufrir un golpe y tener amnesia.
-Pero yo te quiero… ¿no es suficiente? -¿Suficiente? Volví a mirar al Sol. Me dio la respuesta.
-Las plantas necesitan el Sol para vivir, pero no es lo único que las mantiene vivas. El amor es muy bonito, pero yo no dije en ningún momento que te quisiera, dije que lo intentaría. Y no me merece la pena sufrir tanto por algo que no es amor, cuando, además, cada vez me lo pones más difícil. -Las pausas de silencio eran cada vez más largas.
-Te lo ruego… Te lo suplico…–Empezó hablando muy bajito, fui subiendo el tono de voz cada vez más. No lo miré, no si quería tragarme todas las palabras que había dicho y volver con él. No estaba enamorada, pero algo sentía, y no quería ser una infeliz que piensa en cada momento que va a pasar algo que lo echará todo a perder para siempre, por sólo “algo”. Escuché como la puerta del ascensor luchaba por cerrarse, pero Bryce no la dejaba, pulsaba el botón para mantenerla abierta. Saber que estaba ahí adentro me ponía muy nerviosa.
-Mira Bryce, puedo comprender que te pusieras así de frenético cuando pensaste que yo estaba haciendo “todas esas cosas” a tus espaldas con todos esos chicos. Yo no habría ido destrozándolo todo, pero eso es algo que yo haría, y no puedo imponerle a los demás que lo sigan. Puedo comprenderlo. Cuando se me hubiera pasado el enfado o cabreo, habríamos hablado las cosas con tranquilidad y resuelto todas las incógnitas. –Ciertamente, ahora que tenía los pensamientos fríos, aunque no lo hubiera pensando antes ni loca, ahora sí lo pensaba. –Pero, ¿sabes que es lo que no puedo dejar pasar? Que te rogué, te supliqué, te lloré, te lo pedí por lo que tu más querías… que no nos subiéramos en el ascensor. Pero me ignoraste, pasaste de mí, no me escuchaste, no me hiciste caso o lo que fuera… -Podía parecer una estupidez, pero lo que implicaba no lo era.
-¿Y qué más te daba? Eso es una tontería. Tú lo único que querías era no hablar conmigo, y en el ascensor podrías escucharme, porque no podrías salir… Compréndelo, estaba desesperado… Te estaba perdiendo y tenía que hacer algo… -Salió del ascensor, se acercó a mí, como si la cercanía de nuestros cuerpos tuviera mayor poder de convicción, y era así, pero sólo en apariencia. Me alejé, retrocedí. Irónicamente, hoy lo veía más atractivo que nunca. Parece que las cosas empiezan a gustarnos más cuando sabemos que no podemos tenerlas. Por lo menos, me calmé, ya no estaba nerviosa por verlo ahí dentro.
-Yo no te negué en ningún momento el que habláramos. En ningún momento dije que no quisiera hablar contigo. Sólo quería ver cómo estaba Alan después de lo que le habías hecho en el cuello, asegurarme de que estaba bien... Y después hablar. Sólo eso, pero tú no podías esperar, no… siempre tiene que ser lo que tú quieras, y cuando tú quieras, sin importar lo que piensan los demás… -Hice una pausa, no demasiado larga, no iba a dejarle tiempo para responder. –Y lo peor de todo es que cuando te lo digo, piensas que es una tontería… Porque créeme que cuando te rogaba y suplicaba que no nos montáramos en el ascensor, no era una tontería. No sé si lo sabes, espero que no, pero le tengo un tremendo pánico, horro, pavor y temor a los ascensores. Puedes llamarlo fobia si quieres. –Lo miré, tenía la cabeza agachada y la alzó en ese momento para mirarme. Volvió a apretar los puños con fuerza y a morderse los labios arrebatadoramente. Vi una chispa de comprensión en sus ojos.
-¿Y por qué no me lo dijiste? Te estaba escuchando, si hubiera sabido eso, hubiera parado… -Cada palabra que decía, destilaba dolor por doquier.
-Esa es la cuestión, Bryce. Que no debías haber parado por los motivos que tuviera o no tuviera, sólo por el hecho de pedírtelo. Y más si te lo pedía de esa forma. –Aunque también dudaba mucho de que hubiese parado si se lo hubiese dicho. En ese momento, iba como loco, sin atender a razones de nadie. –Por eso te dije hace un momento que podría dejar pasar tu arrebato de locura… porque era eso… un arrebato de locura, pasajero, haciendo cosas que tal vez no sentías pero que en ese momento, dejándote llevar por las circunstancias, no pudiste evitar… Pero cuando me cogiste en contra de mi voluntad, ahí estabas muy sereno y calmado, y sabías muy bien lo que hacías y decías… Y lo que yo te pedí no importó absolutamente nada. Eres tú, tú y siempre tú. El resto no importa nada siempre y cuando se haga lo que tú digas y cómo lo digas. Y tu forma de ser destruye las intenciones, ilusiones y sentimientos de los demás. Porque lo que yo siento parece no importarte absolutamente nada de nada. –La realidad de lo que decía me golpeaba con fuerza. Y dolía, por mucho que quisiera que las cosas fueran de otra manera.
-Sí que me importa… ¡Claro que me importa! ¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡En ese momento es que no sabía lo que sentías, no es que pasara de eso!
-¿Ah sí? ¿Y cuando me viste llorando en el ascensor y me dijiste que si te pedía perdón podríamos volver a estar juntos? Ahí pensabas en ti, y solamente en ti, y en que tus planes de desahogarte a costa de todos pero tu no salir perjudicado saliesen bien…-Esperaba que se justificase… lo esperaba de verdad, pero eso no ocurrió, no tuve más opción que dar el jaque mate. –Porque a ti no te importaba el motivo de mi llanto, mientras nuestra relación continuase, para ti todo estaba bien. Una vez dentro del ascensor en contra de mi voluntad, llorando, no intentaste consolarme o preguntarme qué me pasaba, no…-Las palabras que estaba diciendo, también me dolían a mí. -Y ahora tu me ruegas por lo que yo más quiero que te de otra oportunidad, cuando tú pasaste de mí cuando hice exactamente lo mismo para no montarnos en esa máquina. ¿Con qué derecho? –Cada palabra que decía, sentía como se clavaba en su pecho. Por lo menos por la expresión de dolor que iba aumentando cada vez más. –Y te digo una cosa. En el ascensor no lloraba por ti, era por mi pánico a esa cabina colgante de una cuerda. Puedes creértelo o no, pero es la verdad. –Y ahora sí, comencé a nadar decidida a no para hasta llegar abajo. El sol quemaba mi pie, pero seguía sin llegar a mi helado corazón.
-Valeria… -Pronunció en un acto reflejo, pero yo no iba a pararme. –Valeria…
-No me busque más, Bryce, yo ya he salido del huracán, y no pienso volver a entrar. –Respondí definitivamente, sin pararme, sin girarme a mirarlo, sin respirar, sin pensar, sin sentir…

Podría haber dicho cosas terribles. Cosas como <te lo mereces> <deberías quedarte solo toda tu vida> <ahora comprendo por qué tus padres nunca se preocuparon por ti> <no te querrá nunca nadie> <las chicas sólo te buscan por tu fama, dinero y físico, no por lo que eres> o simplemente, otro <te odio>, más fulminante que cualquier otra cosa. Cosa así. Cosas que yo no sentía, cosas que no pensaba que fueran verdad. Pero al fin y al cabo, cosas que le harían mucho daño, hasta hundirlo del todo. Cosas que podría utilizar en venganza por todo lo que me había hecho sufrir. Pero eran cosas que me harían sentir mal después si las decía. Y no me las callé por eso, es sólo que no lo odio, aunque dijera que lo hacía. Y no quiero hacerle daño. Su dolor es mi dolor. Y no le causaba por no sentirlo yo después. No se lo causaba porque ese “algo” que sentía por él y que todavía no sabía que era, y tal vez nunca sabría, pues había quedado petrificado en mi corazón helado, me impedía causarle cualquier tipo de sufrimiento malintencionado. Y aunque sabía que después podría arrepentirme de haber roto con él o lo que fuera que tuviésemos, y en un momento de debilidad sentir que no debí haberlo hecho porque ese “algo” siguiera vivo en mi interior, lo superaría. Sería un dolor que me haría no sufrir más posteriormente, sin embargo, si me quedaba junto a él, serían sufrimientos temporales pero periódicos. En el fondo, quería creer que esta decisión era la mejor. Porque aunque fuera del huracán no brillaba el sol, a pesar de todo, las nubes grises y densas que lo cubrían, eran mansas.