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Refranero

viernes, 2 de marzo de 2012

Capítulo 46: Carrera de obstáculos

Capítulo 46: Carrera de obstáculos

-Siento que estuviese durmiendo. –Dijo Aaron al cerrar la puerta del cuarto de Bryce tras de sí. No lo dijo con excesivo pesar, pero sabía que lo decía enserio.
-No te preocupes… Está bien así. ¿Puedo acercarme mañana? –Y lo miré con ojos de cachorrito mientras intentaba ocultar mi medio pesar medio alegría... Todavía estaba por determinar que era exactamente lo que sentía en ese momento. Y no estaba obteniendo resultados. Seguramente, a pesar de todo lo que estaba intentando convencerme, en verdad era pesar, por eso mi análisis sentimental no lo detectaba, porque me lo ocultaba mí misma. Tengo facilidad para controlar sentimientos. En el caso contrario, habría detectado alegría, que no la oculto nunca.
-Esta es tu casa, ven cuando quieras. –Dijo ofreciéndomelo sin ningún compromiso. Realmente esta casa me daba mucho respeto. Entre ellos, tenía el miedo de encontrarme alguna vez a sus padres. Pero no iba tampoco a venir aquí de visita como si tal cosas, sólo si la ocasión lo daba. Y creedme que mañana la ocasión lo daba mucho. Estaba muy feliz por ver a Bryce, pero necesitaba hablar con él. No de ningún tema en especial, sólo hablar, que pudiera hacer las cosas que no puede hacer cuando está dormido…
-Gracias. –Respondí con una sonrisa. Nos encontrábamos de nuevo en la entrada. Katy seguía allí. ¿Era su labor o estaba espiando y salió al hall al ver que íbamos para allá? No mal pienses Valeria… no mal pienses…
-¿Ya ha terminado la señorita su visita? –Dijo mirándome a mí. Sé que me he negado decir nada malo al respecto, pero su sonrisa parecía muy forzada y falsa. Miré a Aaron, pero él empezó a hablar primero.
-Iba a decirte que si querías venirte conmigo y Ashley. He quedado con ella ahora dentro de un rato. –Oh, eso sí que no me lo esperaba. Pero no podía, tenía que llegar a casa, recogerla y ponerme a hacer el trabajo como loca, además de preparar algo para Bryce. Muchas cosas. En un acto reflejo me dio por mirar a Katy, le temblaba el labio inferior. ¿?
-No, lo siento Aaron, hoy me es imposible, tengo que hacer muchas cosas en casa. –Iba a decirle muchas  gracias por ello, pero como me dijo que eso era demasiado formal para cada cosa que me ofreciera… Y es verdad, entre amigos no se dicen tanto las gracias, sólo en salvadas ocasiones. Además, otro motivo para no ir… había caído en la cuenta de ello ahora mismo. ¿Qué iba a hacer yo con Ashley y Aaron? ¿Sujetar velas? No, no tengo complejo de candelabro.
-Oh, bueno, no te preocupes, otro día será. – ¿Aaron parecía desilusionado? Hombre, imagino que sí, si no quería que fuera, no me habría invitado. ¿Por qué tengo siempre que buscar un motivo lógico y convincente que demuestre que los demás son sinceros en vez de creerlos directamente? Dichosos traumas infantiles y no tan infantiles… -¿Te llevo en coche a casa? –Oh, eso me venía muy muy bien. Pero no debía abusar y menos si en un rato había quedado con Ashley.
-No te preocupes. Las calles de Nueva York no suponen un problema para mí. –Dije sonriéndole mientras me hacía la dura. Me daba igual si Katy seguía mirando. Que lo seguía haciendo. No sé por qué, no la necesitábamos, pero ella estaba allí. Pero yo no iba a cortarme por ella y no disfrutar al máximo de mis pocos momentos con Aaron.
-Anda, anda, que seguro que lo dices por no causar más problemas… -Dijo andando hacia mí y dándome la vuelta para encaminarme a la salida mientras me empujaba con cuidado. –He quedado con Ashley muy cerca de donde vives, así que no molestas en absoluto tonta. –Me iba conduciendo hacia la puerta principal, ahora íbamos a ir a la cochera por fuera. Eso me gustó, pero aún más lo que él hacía. –Y a Ashley, por cierto, si sabe que te estaba llevando a ti, no le importará en absoluto. -¡Cierto! Desvariando como siempre con mis paranoias, ni me había dado cuenta de que cuando dijo su nombre, no me dolió en absoluto, no sentí pena, tristeza… ¡BIEN! Iba progresando en mi propósito. Repentinamente, cuando me di cuenta, ya estaba afuera de la casa. Aaron me giró la cabeza dulcemente y me miró directamente a los ojos rebosando esa energía que tanto me gustaba. Nuestros rostros estaban demasiado cerca, no tanto como para respirar su aliento, pero sí como para que mi corazón se acelerara, que lo hizo además. -Además, chica dura, no iba a dejarte sola de todas formas. –Y guiñó un ojo. ¿Qué había dicho yo antes? ¿Qué iba progresando? Vale. Lo retiro. Que me mire de esa forma, me diga eso y me guiñe además el ojo, no, que me enamoro.

Sin decir nada más, nos montamos en el coche. El mismo de antes. Esta vez puso la radio desde primer momento, pero ahora escuchamos un disco. Estaba ya dentro, así que me sacó la carátula de uno de los muchos compartimentos que el coche y la guantera debían tener, y me lo dio.

-¿Conoces a “El canto del loco”? -¿Que si lo conocía? ¡Me encantaba! Una pena que ya en España no se escuchara. Se había separado hace unos años. ¿Aquí empezaba a escucharse ahora o es sólo que a Aaron le gusta la música española? Se trataba de un disco de grandes éxitos. Los conocía todos. Sentí nostalgia, la verdad, era un grupo que me gustaba mucho. La primera que empezó a sonar fue Insoportable. ¿Tengo que decir que era una de mis favoritas? Aunque para mí, todas las del grupo, o casi todas, lo eran. Para mi asombro, Aaron empezó a cantarlas. No en un español chapurreado como la gente canta inglés en España, sino un español perfecto. ¿Tengo que decir que me sorprendí? Cuánto más escuchaba a Aaron cantando, más maravillosa me parecía la canción. Lo hacía con la rabia característica de la canción, con la intensidad perfecta y una energía incontrolable. ¿Quién más conocía esta faceta suya? Ashley seguro. Iba conduciendo mientras cantaba, yo lo observaba boquiabierta. ¡¡¡Lo hacía tan bien!!! Me miró, me quedé sin saber qué decir. Me puse a cantar con él. A falta de palabras, bueno es cantar.

<Aunque digas no, se te ha hecho tarde ¡ya se te ha hecho tarde! Y sabes que eres un poquito insoportable ¡tan insoportable! Mirarás siempre hacia atrás arrepentida ¡Tan arrepentida! Tú sabes que yo he dado todo y todo en balde ¡en balde!>

¡Era genial! Los dos a nuestra bola, y en los coros, nos mirábamos el uno al otro para cantarlo juntos. Acabó la canción. Sentí pena, una pena que me duró el tiempo en pasar a una nueva canción. Besos. Lo mismo, cantando hasta quedarnos sin aire. CAda minuto que pasaba en el coche, me parecía mejor al anterior. Empezó otra. Zapatillas. Era un desmadre tras otro. Cuando acabó, empezó una lenta. Sueños. Me encantaba también. Pero en esta descansamos. Quería preguntarle algo, y lo hice en español.

-¿Sabes hablar español perfectamente?-Quería saberlo. Me miró un segundo y respondió mirando a al carretera.
-Perfectamente. Saber idiomas es algo indispensable, y más para mi familia y el papel qe quieren que desempeñe algún día. ¿No te lo había dicho? –No… ¿Cuántas cosas interesantes tenía el que yo desconocía? Su español sonaba totalmente a español. No tenía acento ninguno. A mi me viene hablando así, y en la vida me da por pensar que es estadounidense.
-¿Y cómo es que no tienes acento inglés ninguno? –Ya tenía mi curiosidad. La conversación seguía estando en español, quería disfrutar de su voz en este idioma, que para mí, era muchísimo mejor en el inglés, más cercano, con más juego, con más de donde tirar para decir algo con dobles intenciones.
-He pasado dos años estudiando en España. Mi madre se empeñó en que aprendiera el idioma, ese y otros más, también sé italiano, francés y alemán. –O_O. Impresionante. Debía ser muy inteligente para hablarlos todos. Ojalá yo tuviera esa capacidad… –Me llevaba a un instituto privado de Sevilla. No sé si lo conocerás. Se llama Internacional Europa. -¡Diantres! ¡Sí lo conocía! ¡Sí lo conocía! ¡Yo soy de Sevilla! ¿Tan cerca de él y sin saber que estaba allí? ¡Oh dios mío! -¿Por la cara que has puesto he de suponer que tú vivías allí? –Dio en el clavo.
-Exactamente. –Respondí con los ojos muy abiertos pero ausentes. En mi cabeza seguía imaginándome una situación hipotética en el que él y yo estuviéramos paseando juntos por las calles de Sevilla. Tan hipotética como imposible...
-¡Qué casualidad! ¡Qué pequeño es el mundo! –Dijo esta vez mirándome. Volví al mundo real. Una nueva canción empezó a sonar. La madre de José. Empezó a cantarla y yo con él. Nos paramos en un semáforo que estaba en rojo. Me dio por mirar afuera, la gente nos observaba extrañada. Dos locos perdidos cantando en español lo que venía a ser algo parecido al rock, en un coche de lujo por las calles de Nueva York. ¡Molaba!

<Y es que la madre de José me está volviendo loco ¡me está volviendo loco! Y no la puedo dejar porque lo siento y siento todo. ¿Qué culpa tengo yo si esa puerta no la he abierto? ¡No la he abierto no no! Ha sido su madre que quería que entrara dentro ¡que entrara dentro!> La escena era entrañable. La música estaba a todo volumen, los altavoces vibraban. Nosotros moviendo la cabeza a lo tipo rock duro. Levantando la mano y agitándola. Con los ojos cerrados y mirándonos en los coro. Yo imitando una guitarra eléctrica y él moviéndose en su asiento. ¡Buah! ¡Vaya descarga de adrenalina! Por mí, sólo pararía este momento para ir a beber agua, coger aire y seguir cantando como loca.

Llegamos demasiado pronto a mi casa. Sin darme cuenta ya era de noche. ¿Qué hora era? Las ocho y cuarto. Salí del coche con pena, no me gustaban las despedidas, por muy corto que fuera el tiempo del rencuentro, y más si se trataba de alguien como él. Cerré la puerta, él bajó la ventanilla del copiloto y me asomé por ella para despedirme. En español también, quería que todas nuestras conversaciones fueran así para siempre. ¿Le importaría?
-Señor DJ. Ya nos vemos el lunes. Gracias por su concierto. –Y le guiñé un ojo. Me sentía mal por cada vez que no le agradecía el favor que me hacía, por ejemplo, haberme traído, pero busqué la excusa en la música. Bien por mí. –Y pásatelo muy bien con Ashley.
-A sus órdenes. –Dijo poniendo su mano derecha a modo de saludo militar sobre su frente. Me aparté de la ventanilla y me di la vuelta, camino de casa, camino de todas las cosas interminables que tenía que hacer en ella.


Mientras me aproximaba a la puerta principal, iba buscando las llaves en los bolsillos del uniforme. No estaban. Con las prisas por llegar, no las encontraba. Me paré tranquilamente y las busqué tranquilamente otra vez en los bolsillos. No estaban. Que no cunda el pánico. Busqué en la mochila que llevaba. En ella traía los libros que necesitaba para el trabajo. Miré en todos los bolsillos. Saqué todas las cosas. No estaban. En un último intento desesperado volví a meter las manos en mis bolsillos del uniforme, los saqué afuera por si en un capricho del destino no las había encontrado de primera y estaban en algún compartimento secreto cuya existencia yo desconocía. No estaban… ¿Claro y qué esperaba? ¿Qué existiese realmente ese compartimento? ¡Claro… y qué mas! Si por soñar y desear… ¡que no quede! ¡Cuantas estupideces puede llegar a pensar mi mente cuando está en apuros! ¡Si seguro que debían estar en el suelo, se me tendrían que haber caído al sacar los bolsillos hacia afuera! Que siga sin cundir el pánico. Miré hacia abajo, no se había caído nada, excepto el porta lentillas. Vale, ¿Podía empezar a preocuparme y dejar cundir al pánico ya? ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

¿QUÉ HAGO QUÉ HAGO QUÉ HAGO QUÉ HAGO QUÉ HAGO QUÉ HAGO QUÉ HAGO? ¿Un cerrajero? ¿El casero? ¿A esta hora en Nueva York? ¿Dónde lo buscaba? Seguro que debían estar dentro de casa… Me las había dejado allí y con las prisas por ir a la Uni no las había cogido… al igual que el dinero…

¡NOOOOOO! ¿POR QUÉ? ¡Todos mis planes a la mierda! Porque tampoco podía llamar a una cabina telefónica porque tampoco tenía un mísero dólar. ¿Y si le pido el móvil prestado a alguien para hacer una llamada? Vale, suponiendo que alguien en esta ciudad quisiera hacer ese favor. Venga, pongámonos en lo mejor de este mundo, soñando en esa posibilidad. ¿A quién llamo? ¿A mi madre? ¿Para qué? Sólo conseguiría angustiarla para nada, porque no tenía dinero para ir a Oakville. Y otro número no me sabía… el de Karem lo tenía en la agenda del móvil… el móvil que tampoco tenía… ¿Es que hay algo que conserve? ¡SÍ! ¡MI CAPACIDAD INNATA PARA CAGARLA CONTASNTEMENTE! ¡Piensa Valeria piensa! ¡Tiene que haber alguna posibilidad! ¡Algo! Nada… Inconscientemente me empeñaba en que mi vida fuera una continua carrera de obstáculos.

Me senté en el escalón del portal donde hace un día había estado sentada con Bryce. Puse los codos sobre las rodillas, las manos sobre las mejillas y contuve las ganas de llorar. O lo intenté. Se me saltaron las lágrimas inevitablemente, buscando una salida para escapar de mí… Ni las lágrimas me quieren… Hasta ellas huyen de mí. Normal, yo también lo haría. ¡Si es que soy una desgraciada! ¿Algo más por perder aparte del móvil, las llaves y la cabeza? Sí, ¡La vergüenza! Porque es que me estaba viendo pidiendo cartones en las casas para adormir en la calle... No, venga ya, piensa una solución Valeria. ¿Dónde iba a pasar yo la noche? Peor todavía, ¿cuándo iba a volver a entrar en casa para hacer todo lo que tenía que hacer? Tantas prisas por ir a ver a Bryce, que se me habían olvidado las llaves de mi propia casa, para nada, porque estaba durmiendo. ¿Se merecía tanto simplemente verlo como para pagar un precio tan alto como no poder entrar en casa? No… Si el precio era quedarme en la calle, sola, de noche, en Nueva York, sin dinero, hasta dios sabe cuando, porque tampoco sabía donde vivían Alan ni Karem, llamadme egoísta pero era un precio muy alto para ver a Bryce dormido o despierto, podía esperar un día si me dieran a elegir entre una cosa y otra. Aunque claro, eso lo pensaba ahora, antes seguramente con toda mi desesperación en verlo, hubiese escogido lo primero. Qué relativa son las decisiones…

De repente, en un acto reflejo, me dio por levantar la cabeza. Mentira, era porque se me empezaron a caer los mocos, y quería sorberlos. Hacía mucho frío… El invierno había entrado muy pronto este año. Empezó a nevar en ese mismo momento. Vaya… parecía como si hubiese estado esperando a yo decir eso para empezar a caer nieve… Qué bien… Menos mal que no había pensado que ya no podía ir a peor. Sabía que sí. Empecé a acurrucarme con los brazos, tenía frío. Me había dejado el chaquetón también en casa. No me había dado cuenta hasta ahora porque hasta ahora no había empezado a tener frío, el uniforme de invierno era muy cálido. ¿Cómo si no iba a serlo si había costado una millonada? Menos mal que era de calidad. Miré al cielo, no para rezar ni orar aclamando ayuda divina, quería distraer la mente de lo patética que era mi vida. Era el mismo cielo que había observado hace dos días ya viniendo de Central Park cuando dejé tirado a Bryce. Qué diferente me parecía el cielo de aquella vez y el de ahora…

Y me dio por agachar la cabeza de nuevo, para cerrar los ojos y no pensar en nada por un momento, lo necesitaba, luego entraría en acción, si es que había algo que hacer. Pero en el camino al suelo, vi un papel tirado en la acera. No le hubiera dado la menor importancia en otro momento, pero estaba ya, que me aferraba hasta a un clavo ardiendo. Me levanté y lo cogí. Estaba arrugado, mojado por la nieve. Lo abrí y empecé a leerlo. No podía creer lo que veían mis ojos. Debía ser un sueño. Hasta ese momento no caí en la cuenda de que no había leído el papel que había encontrado en mi taquilla esta tarde en la Uni. Era mi billete a la salvación, ahora sólo tenía que encontrar la manera de embarcar. 

La nota era de Alan. ¡MI SALVADOR! Ciertamente, había olvidado que hoy no lo había visto. Aaron me interrumpió cuando abrí la taquilla e iba a cogerlo, y ya después me olvidé de todo. En ella estaba escrito su número de teléfono. ¡Estaba temblando de pura emoción! Esta noche iba a pasarla bajo un techo confortable, mañana ya me buscaría algún cerrajero. El problema era ahora cómo llamarlo. ¿Entro en algún comercio y le pido el teléfono? Me levanté para ir a hacerlo, el no ya lo tenía, sólo tenía que probar a ver si alguien lo cambiaba por un sí, algún alma buena y bondadosa. Pero en ese momento, apareció la vecina de enfrente del patio interno de nuestro edificio. No la conocía hasta ahora, pero sabía que era ella por los dos niños que llevaba, sus hijos. Mis espías. ¿Y si le pedía usar su teléfono para hacer una llamada? Me arriesgaría. No la conocía de nada. Pero a problemas desesperados, soluciones desesperadas. Luego pensaría en lo absurda, descabellada y descarada que mi había sido esa petición.

-Hola señora. Soy su vecina de enfrente, en el patio interno del edificio. ¿Podría pedirle un favor? –Me temblaba todo… hasta los pelos… No por miedo, o vergüenza, eso se me había esfumado en el momento en que se abrió la ventana y entró el viento de la necesidad llevándose el miedo y la vergüenza por delante. Es que tenía frío, tiritaba de frío. La mujer se me quedó mirando, analizando qué responder, o como rechazar mi petición adecuadamente. Era una mujer no demasiado atractiva, pero llamaba su atención su forma de vestir. Era una hippie. Pantalones con la entrepierna muy baja, converses, jersey ancho con un top ajustado debajo, los pelos recogidos en una trenza. Era muy joven, ¿madre soltera tal vez? Tendría treinta y pocos. Se veía buena gente, trabajadora, buena madre, seguro que me decía que sí.
-¡Claro! Pídeme cualquier cosa mujer. –Me dijo en un chapurreado inglés con acento español. ¿Sería española? Decidí hablarle en español. Por eso tal vez había tardado tanto en responderme, estaría analizando lo que había dicho. Porque su tono era demasiado amigable y simpático como para haber estado planeando un no. Me sentí muy feliz.
-Me he quedado en la calle porque he olvidado las llaves de casa dentro. –Se sorprendió mucho al ver que le hablaba en español. Vaya, parecía una señal mi charla de hoy con Aaron. A partir de ese momento, toda la conversación discurrió en este idioma. Mi idioma. –Y me gustaría que me dejara el teléfono para hacer una llamada. Por favor. –La miré con expresión suplicante. Estaba llena de alegría, tal vez por encontrar una persona en esta horrible ciudad que se había dirigido a ella primero antes de que ella se hubiera dirigido a esa persona. La entendía. Quizás por eso su alegría era excesiva.
-¡Por supuesto! Sube arriba a casa y llamas desde el fijo, el móvil me sale muy caro a esta hora. –Vi las puertas del cielo abiertas.
-¡Muchas gracias! –Y la seguí detrás camino a la puerta de su casa, llevaba bolsas de la compra, me ofrecí a llevarle algunas. Los niños me miraban fijamente, me estaban intimidando. ¿Le habrían hablado a la madre alguna vez de mí? Esperaba que no. Lo saludé, les dije <¡Hola guapos!> con mi mayor sonrisa, quería empezar con buen pie y desde cero con ellos. Pero siguieron mirándome fijamente…
-¿Sabes? Mis hijos me han hablado mucho de ti. –O_O. Duda resuelta… aunque si esa era la respuesta, hubiera preferido seguir en la ignorancia.
-¿Qué exactamente? –Pregunté tímidamente, con vergüenza, y me preparé para recibir cualquier tipo de respuesta. Ya no me preocupaba el hecho e que estábamos en un ascensor CUATRO PERSONAS, ahora mi dignidad estaba en juego, o lo que quedaba de ella...
-Nah, ¡que eres muy divertida y extraña! –Dijo girándose para mirarme con una sonrisa. ¿Era un mensaje en clave el cual al descifrarlo podía entender que decía salida mental? ¿Qué perreo en el salón con la música a toda voz y me paseo desnuda por la casa? No quería saber más. Me limité a decir que gracias por el alago. Miré a los niños, me sonrieron como disculpándose por ser unos chivatos…

Llegamos a la puerta, la abrió con la llave… la llave… y entramos. Por dentro, al distribución de las habitaciones era exactamente igual que en mi casa, solo que al contrario, como visto en un espejo. Era de marcada decoración hippie. Como si se hubiera llevado los puestos de la playa que ponen en verano en el paseo marítimo. Había cazadores de sueños, cachimbas, alfombras multicolores, cojines grandes para sentarse en el suelo, lámparas con recubierto de colores, por lo que la luz se veía en varios tonos. ¡Me encantaba! ¡Me transmitía muy buen rollo!

-Yo voy a ir a la cocina a colocar las cosas, el teléfono está en esa mesita. -Y señaló  una mesita don decorado hindú.

Era un elefante. Llevé la bolsa a la cocina, la puse sobre la encimera y me fui al salón. Saqué el papelito del bolsillo y empecé a marcar el número con el teléfono descolgado. Tenía los ojos agachados, mirando el número de teléfono. El teléfono sonaba, no lo cogía. ¿Debía empezar a preocuparme? Levanté la vista. La repuesta era sí. Los dos niños, muy espabilados por cierto, se pusieron a imitar mi baile el día en que me puse a perrear con la música a toda voz. En silencio, el pequeño saltaba en el sofá contoneándose salvajemente como yo aquella vez, moviendo la cabeza y los brazos, el más mayor empezó a rodear una columna que había en la casa como yo había jugado con la escoba aquella vez… ¡Será posible! ¡Estos niños ya eran una salidos de por sí, yo no los había convertido en eso! ¡Y encima con cachondeito! ¡Valientemente…! ¡Qué buena memoria tienen los niños en hoy en día... y poca vergüenz también... aunque también quién fue a hablar...
Por el gran golpe que supuso ver esa escena para mí, Alan descolgó el teléfono y no me di cuenta, pronunció <Diga> varias veces hasta que respondí.

-¿Alan? Soy Valeria. –Dije apurada. Apartando la mirada de los niños y dirigiéndola a la cocina, quería ver si la madre nos observaba. Que va… ella estaba cantando una canción, en su mundo, mientras colocaba la compra en la despensa.
-¿Valeria? ¿Qué pasa? –Dijo asustado. No se esperaba mi llamada a esta hora.
-Nada, nada, sólo que me he dejado las llaves de casa dentro de casa… te llamo desde el teléfono de una vecina de mi bloque, quería preguntarte si podía quedarme a dormir en tu casa esta noche… -Mi voz sonaba más tranquila, desde que había visto una salida a mi patética situación. Miré de nuevo a los niños. Ahora estaban los dos de pie en el suelo, con las palmas de las manos hacia arriba, formando un cuenco, y moviéndolas a la altura del pecho mientras andaban de un lado para otro de la habitación. Tardé un rato en caer… ¡me estaban imitando cuando salí corriendo en bragas esta mañana! ¡QUÉ FUERTE! Estos niños me estaban tocando la almeja, y no de una manera agradable, precisamente.
-Por supuesto. Estoy en quince minutos en la puerta de tu edificio. Está lista que voy a recogerte. –Dijo con urgencia. Estaba salvada. Respiré aliviada.
-¡Muchas gracias Alan! ¡Eres mi salvador! –Dije muy ilusionada.
-De nada mujer, sabes que me tienes para lo que quieras. Voy a vestirme y ahora voy para allá. –Y colgó. Me quedé sonriendo. Miré a los niños, perdí la sonrisa. Los muy graciosos estaban sentados en el sofá viendo la tele como angelitos. La madre había entrado en la sala… Lo que hay que aguantar… qué paciencia…
-¿Ya se ha solucionado tu problema? –Dijo mirándome amablemente.
-¡Sí! ¡Muchas gracias de verdad! Va a venir un amigo a recogerme y voy a pasar esta noche en su casa. –Dije sonriéndole amablemente.
-¡Me alegro! Voy a preparar ahora la cena, ¿quieres algo? –Me ofreció sin ningún tipo de compromiso. Da gusto encontrarse gente así de verdad. Sólo podía ser de otro país si alguien en esta ciudad me brindaba ayuda.
-No muchas gracias, ya ha hecho bastante por mí. No se preocupe, ya cenaré en su casa. –Rechacé su ofrecimiento amablemente.
-¡Si para mi no es ninguna molestia mujer! –Insistió. Y yo también.
-No, no gracias, de verdad. –Y ahí quedó la cosa, volvió a la cocina y yo me quedé en el salón. ¿Qué hacía? ¿Me quedaba hasta que pasaran 15 minutos y bajara?
-Por lo menos espera a tu amigo aquí, no te vamos a dejar en la calle pasando frío. –Respuesta contestada, vaya. Se lo agradecí y me senté en una silla. Mirando fijamente a los niños, quería intimidarlos con mi mirada, demostrarles que era una persona mayor seria y respetable de la que no se debían reír ni chulearla así. No sirvió de nada, me ignoraron, estaban mirando los dibujos… Fracaso total…

En cinco minutos, la cena estaba lista. La vecina había dicho a sus hijos que pusieran la mesa y se levantaron del sofá sin rechistar, dejaron de ver los dibujos y fueron a la cocina ipso facto. ¡Qué barbaridad! ¡Qué bien los tenía enseñados y educados! Por lo menos en lo de acatar las órdenes de la madre… porque en otra cosa… La cena era tortilla francesa metida en un bocadillo de pan calentito, una comida modesta, pero súper buena. Tenía curiosidad y pregunté.
-¿Sois españoles? –Inquirí, no le notaba acento suramericano. La mujer me miró sorprendida.
-¡Uy! ¡Cierto! ¡Si no nos hemos presentado! –Eso sí que no me lo esperaba. –Me llamo Raquel, mi hijo mayor es Rafael y el pequeño es Mario. –Dijo apuntando hacia ellos con la barbilla. –Somos españoles, acabamos de mudarnos hace poco, buscando trabajo y más o menos no nos podemos quejar, no nos va muy mal. Encantada de conocerte. Y me saludó con dos besos en cada mejilla. ¡Cuánto tiempo hacía que no me saludaba así con alguien! Ya ni me acordaba.
-Mucho gusto. Yo soy Valeria. Y estoy aquí por una beca de estudios para terminar mis dos años de carrera en el extranjero. –Dije sonriendo a la mujer. –Encantada. Rafa, Mario. –Dije dirigiéndome a los niños. Sonriéndoles, con intención de empezar desde cero con ellos, una vez más. Y otra vez más me miraron enfadados… Si alguna vez había tenido ganas de tener niños, se me estaban quitando considerablemente rápido.
-Oh, no te preocupes por esa mirada, es que a Rafael no le gusta que le acorten el nombre, dice que es de niños pequeños. –Dijo Raquel sentándose a su lado y despeinándole el pelo. Y yo que lo había acortado en un gesto de cariño… Me salió mal… ¿Pero es que esperaba que lo que predijera me saliese bien? Que triste.

Los siguientes diez minutos los pasamos hablando de nuestra vida. Yo le dije que estudiaba medicina en la Uni, que vivía de alquiler, mis padres estaban en Connecticut… lo normal, vamos. Y ella me dijo que había venido aquí porque su hermana vivía en NY, y que le daría empleo en su tienda. Que en España llevaba tiempo en paro y que la paga iban a quitársela pronto… pero nada de su estado sentimental. Miré la hora, Alan debía estar a punto de llegar.

-Bueno Raquel, chicos, me tengo que ir ya. Muchas gracias por todo. Pídeme cualquier favor cuando quieras. –Le dije sin ningún compromiso, no era un favor a cambio, me habían caído tan bien, que contenta haría algo por ellos.
-A ti mujer. Siempre es bueno tener un vecino amigo al lado. Porque desde que llegué, nadie nos ha prestado ayuda en ningún momento, excepto mi hermano. –Debía haber pasado mucho, la comprendía, empezar de cero es muy duro, y menos en un país extraño en el que no conoces la lengua siquiera. Abría la puerta, me despedí y agradecí una vez más desde el marco y la cerré. Cuando llegué abajo me encontré con que en ese justo momento un coche se había parado en la puerta. Era Alan. Sonreí al verlo. Corrí a montarme en el coche. Me senté en el asiento del copiloto y lo abracé efusivamente.

-¡Eres mi salvador! –Dije abrazándolo demasiado fuerte, quería transmitirle toda mi gratitud, no sabía en el apuro y situación que me había encontrado hace veinte minutos.
-Vaya, vaya, voy a tener que buscar una manera de meterte en líos sin que lo sepas para después salvarte y que me abraces así. –Dijo bromeando. Lo liberé de mi abrazo mortal y lo miré sonriente, con los ojos cerrados. –Anda, vamos a casa. –Casa. Dando a entender que su casa era mi casa. Eso me gustó. Qué bueno es tener amigos. –Bueno, y cuéntame. ¿Cómo ha pasado todo? –Dijo curioso.
-Pues salí esta mañana muy acelerada para la Uni, el despertador del móvil no había sonado, evidentemente, y eran las tres cuando me levanté. Con las prisas, he debido dejar las llaves dentro. Por lo menos cogí dinero suficiente para el metro… pero al llegar ahora a casa y rebuscar en los bolsillos, he descubierto que sólo para la ida… -Menos mal que Aaron se ofreció en llevarme… no sé que hubiera hecho para volver sola a casa andando… me conocía las paradas de metro, no las calles. -He llegado ahora mismo, le pedí a mi vecina que me dejara usar su teléfono, y me que quedado allí hasta que llegaste.
-Vives a tope, eeh. –Dijo riéndose. No me molestó. Es más, me uní a su risa. Ahora que todo está “medio” solucionado, por lo menos esta noche, todo me parecía de chiste, gracioso. Yo misma me estaría riendo con las lágrimas saltadas de esta situación si no fuera porque la estaba viviendo. 
-Sí, sí, yo es que soy muy viva, y me gustan mucho las nuevas experiencias y emociones fuertes… Por ejemplo, hace unos minutos estaba pensando en secuestrar a dos niños pequeños e inocentes y encerrarlos en algún sótano oscuro, a ver qué pasaba...-Dije irónicamente. Y seguimos riéndonos. El tema derivó en chorradas, es decir, mis temas de conversación favoritos. Y al momento ya estábamos en su casa.
-¿Has cenado? –Dijo entrando a la cocina. Lo suyo era una casa. No un bloque de pisos de lujos, no una CASA. Muy poco visto en NY. No tenía unos jardines como los Domioyi, pero sí era el tipo chalet de playa de casa de verano de gente adinerada. Por dentro era inmensa. Sin exagerar, tenía la decoración y el mobiliario de un suit presidencia de hotel. Todo exquisitamente decorado y bien conjuntado. Paredes, suelo, muebles de madera, sofá, lámparas, objetos electrónicos, cuadros… Impresionada era la palabra.
-No, pero me gustaría darme antes un baño, si no es mucho abusar. –Dije poniéndole cara de disculpas por el atrevimiento.
-Sin problemas, las toallas están en las barras, la calefacción te la pongo yo y tómate el tiempo que necesites, pero avísame unos minutos antes para que irte preparando la cena y que esté caliente cuando salgas. –Dijo encaminándose al baño para encenderme el climatizador. Flipa.

Entré, tenía el tamaño de mi salón. Era gigante. Tenía ducha con hidromasaje y bañera-jacuzzi. Todo limpio como una patena. De un blanco reluciente. Toallas suaves y luz tenue para relajarse. Y cuando el climatizador empezó a echar aire caliente… Se me erizaron los vellos. <Te voy a por algo de ropa limpia> dijo Alan desde fuera. Yo casi ni me entero, estaba flipado con lo que estaban viendo mis ojos. Empecé a llenar la bañera, de agua caliente, mmmmmm. Alan apareció para darme unos pantalones de chándal y una sudadera calentita.

-Es lo más cómodo que tengo para estar por casa. –Me sorprendió, estaba de espaldas a él, con la mano metida en la bañera, sintiendo el calor del agua.
-Gracias, no te preocupes, ya estás haciendo demasiado. –Dije sonriéndole. Y salió por la puerta, la cerró. Todo eso era ahora para mí. Ahora estaba a salvo.

Me desnudé. Casualmente al quitarme el uniforme, me fijé en que había radio. La encendí al momento, la sintonicé en la cadena con la música más relajante que tenía. Casualmente era una canción de Titanic. Así da gusto perder las llaves de casa de vez en cuando. Y me reí de haber pensando eso. Si es que… Me metí en la bañera, el agua seguía saliendo por todas partes. Coloqué mi espalda en uno de los muchos chorros. Estaba extendida por completo, no tenía que estar encogida como en la bañera de mi casa en España, porque en el piso sólo tenía ducha. Echaba de menos relajarme de esa manera, era un placer del que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo ya, porque en Connecticut en acción de gracias me bañé muy a la ligera.

Metí la cabeza por completo bajo el agua, y me dejé llevar. Estaba en la gloria. Me enjaboné, me lavé el pelo, todo con mucha tranquilidad, y me volví a sumergir bajo las aguas calientes de la bañera. La música ambientaba mucho. Ahora era la de “Ghost”. No sabía que existía una cadena de radio con canciones de bandas sonoras de películas. En España no había escuchado ninguna. Un punto positivo, el primero, que le daba a EEUU. A la hora justo de estar metida en aquella burbuja extra relajante, salí, vi conveniente hacer algo productivo. Estaba en toalla, entreabrí la puerta y le dije a Alan que ya iba a salir en diez minutos. Dijo que vale, y yo empecé a secarme, la primera vez en mucho tiempo también que lo hacía tranquilamente y sin frío. Me desenredé el pelo y me dejé una toalla por los hombros para no mojar la sudadera. Recogí el cuarto de baño, las toallas sucias al bombo de la ropa y el uniforme a una percha. Salí.

-Alan, ¿quién lava la ropa aquí? –Lo decía por encargarme yo o si había una asistenta, dejarlo tal cual.
-Una asistenta viene todas las mañanas. No te preocupes por eso, ven a cenar. Y pasé a una sala comedor. Inmensa también. Además con chimenea… desprendía un calor muy agradable. Sobre la mesa, había un mantel de encaje con dos bandejas llenas de comida súper deliciosa. Comida mejicana. Tacos, burritos, enchiladas, nachos, todo ello en pequeñas cantidades para que pudiera probar de todo.
-¿Lo has hecho todo tú? –Dije sin ocultar mi expresión de admiración mientras me sentaba a la mesa.
-Un servidor. –Alan se me adelantó y me apartó la silla para que me sentara como una dama. Qué caballeroso. –Que cuando se independiza, de pura necesidad aprende. –Quitándose mérito… pues ahora iba a dárselo yo.
-¡No seas tan humilde! Esto es muchísimo más de lo que la necesidad te puede hacer aprender. –Dije todavía admirando el suculento banquete que estaba por degustar.
-Tú siempre tan en tu línea. –Respondió divertido mientras se sentaba a mi lado. Yo mientras presenciaba una batalla campal entre los nachos y la enchilada, que luchaban por hacerse con el control de mi capacidad de elección. Por ahora iba ganando la enchilada, porque se me iba a enfriar, pero finalmente resultaron victoriosos los nachos, un bocado no iba a quitarme mucho tiempo.
-Y tú y tú, el “a rayas” te llaman. –Dije mientras me metía un nacho en la boca con extra de salsa picante. Empecé a toser descontroladamente.
-¿Me pasé con el tabasco? –Alan me miraba preocupado, queriendo hacer algo por mí, pero no sabía el qué. Seguía tosiendo y tosiendo, parecía que con cada tos, perdía años de vida, además de aire en los pulmones. Tuve que pararme a aspirar ahogadamente, como si llevara un rato nadando sin aire hacia la superficie. Y vuelta a toser. Cuando me calmé un poco, bebí agua. Se me fue por mal sitio y la tos volvió a mí como vuelve el hijo independizado a casa por navidad. Esta vez fue incluso más fuerte que la anterior, pero más breve, por eso más intensa… Por fin me recuperé, aunque tuve que pasar unos segundos sin hablar, esperando que la comida bajara.
-Que va, es que me pareció un tremendo pegote lo que había dicho y me estaba riendo de lo tonto que era. Jajaja. –Ahora si pude reírme a gusto, aunque me quedaba un leve eco de tos en los pulmones aún resentidos. Libremente vinieron las carcajadas desahogadas a mí. La escena anterior era tan estúpida… Casi muero ahogada con un nacho riéndome de una tontería que había dicho… lo normal vamos. Aunque si con eso aparecía en la segunda temporada de “Mil maneras de morir” no hubiera sido una muerte tan en vano…
-Jajaja. ¡Cómo eres! –Alan se reía conmigo. Mi amigo de la infancia y yo, juntos como antes. –Por cierto, te sienta muy bien este estilo de ropa tan dejado.
-Sí, ¿no? Dilo sin tapujos, desaliñado, como mi mata de pelo. –Respondí bromeando. Si yo misma me meto con mis propias cosas, y no me importa que otros lo hagan, siempre que sea con cariño y sin intenciones de hacer daño, claro está.
-¡Que dices! ¡Si a mí me encanta tu mata de pelo desaliñada! –Ea, es decir que no me importa que se metan con mis cosas, y ocurre… si parece que las llamo… Lo miré con expresión asesina, bromeando, claro. -¡Que es broma mujer! ¡En serio, me gusta tu pelo! –Y Alan se metió en la boca un nacho cargado de salsa. Empezó a toser. No tanto como yo, bebió agua y se le pasó.
-¡Ja! ¡Venganza divina! Por haberte metido con mi pelo. –Nah, ni lo pensaba, es sólo una oportunidad para chincharlo yo a él también. -¿Con que si te habías pasado con el tabasco?
-No, es que se me ha ido por mal sitio. –Me miró entrecerrando los ojos y levantando las cejas, a modo de reproche. Había usado la misma alegación que yo. Eso me hizo gracia. Y empecé a reírme disimuladamente.
-¿De qué te ríes? –Intentaba hacerse el superior, recuperar su hombría, pero no lo conseguía.
-¿Yo? De nada de nada. –Y le di un bocado al taco. Esta vez dejaría los nachos asesinos para cuando mi boca estuviese más preparada al picor, me entrenaría con el guacamole.

La cena la pasamos hablando de nuestra vida en general. Me preguntó por cómo me iban las cosas con el G4, él me habló de cosas de su facultad, alguna anécdota de clase, amigos, yo le hablé de Karem. Quería que se conocieran y se gustaran. Harían una pareja maravillosa. Un día de estos tenía que preparar una quedada con los dos. Ambos eran bellísimas personas que debían estar muy bien juntos. No habría nada que me alegrara más.
-Buf, Alan, estoy llenísima. –Dije echándome hacia atrás en la silla y encorvando la espalda mientras me iba escurriendo a propósito hacia abajo. No había sobrado nada de comida. Ni siquiera los nachos asesinos. Montamos una buena escandalera riéndonos peleándonos por quien se tomaba antes el segundo.
-Te ha gustado, eeeh. –Dijo levantándose para llevar los platos a la cocina, que estaba adosada al salón.
-Pues sí. –Y me levanté con él para ayudarlo a llevar los platos a la cocina.
-Vaya, entonces te invitaré otro día a comer. –Bien, esta era la mía, el próximo día vendría Karem. Oish, si es que alguna veces se me complican mucho las cosas y otras veces me las ponen en bandeja.
-¡Vale! Ya me dices tú cuando puedes y yo te digo si yo también. Y déjame fregar los platos a mí, ya has hecho demasiado por hoy. –Dije al ponerlos todos en el fregadero, muy bonito por cierto, brillaba y relucía como un espejo, pero con tonos verdosos.
-Bueno… si tanta ilusión te hace fregar los platos… yo no te la voy a quitar… -empezó a hablar apesadumbrado, -pero hoy el lavavajillas se quedará sin funcionar… -Oh, ¡se estaba quedando conmigo!
-¡Mira! ¡No me tomes el pelo! ¡Que creía que había otro problema mayor! –Dije dándole un puñetazo cariñoso en el hombro. Y abrí el microondas por error, creyendo que era el lavavajillas… Mis despistes… Lo cerré rápidamente para que no se diera cuenta, pero no lo conseguí.
-¿Por qué abres el horno? -¡Zas! Que era el horno… Creo que no estoy muy hecha a los electrodomésticos ultra modernos de cocina… Pero sólo lo creo…
-Por nada… curiosidad… Quería saber cómo son los electrodomésticos de súper utra última generación...-Dije abriendo lo que venía ya a ser el lavavajillas. Aunque era un poco extraño, la verdad, nunca había visto uno así, era una caja de metal y ya está.
-¿Y el compresor de basura también por casualidad? –O.O Vale… mejor que me quede quietecita. Lo miré, estaba de brazos cruzados mirándome con las cejas levantadas y expresión de <te pillé, a mí no me engañas>.
-Por supuesto, sólo y exclusivamente por curiosidad. –Dije levantándome, me había inclinado para abrir el compresor. Lo dediqué mi mirada <vale ya, dime ya dónde está el dichoso lavavajillas>.
-Claro… El lavavajillas está aquí, por si también tienes curiosidad en verlo. –Y se echó a un lado, dejando al descubierto la dichosa maquinita que antes estaba tapando con su cuerpo… claro… así no había quien la encontrase, bueno sí, Superman y sus ojos con rayos X, pero yo no disfrutaba de ese privilegio. Lo más lo más que tenía en mis ojos era un color distinto para cada uno, y no me era muy productivo, la verdad.
-Gracias señor por su amabilidad. –Dije con retintín agachándome para meter los platos.

Cuando acabamos con todos los platos y la mesa quedó impecable, me senté en el sofá… bueno, me espatarré, para ser sincera. Estaba molida, pero no tenía sueño, ya me había encargado sin querer de dormir una buena siesta. De repente, todo me vino de golpe, el estrés, el nerviosismo, la preocupación, el agobio y la prisa. ¡El trabajo de las vacunas contra los tumores! Me levanté de un salto y empecé a correr de un lado para otro sin saber qué hacer. Caí en la cuenta de que estaba haciendo lo mismo que esta mañana me había propuesto no hacer más, pensar antes de actuar impulsivamente. Me paré, miré a Alan que estaba tumbado en otro sofá, también estaba espatarrado. Me miraba divertido sin preguntarme qué quería, no fuera a ser que parara antes de hacer el tonto y el dejara de reírse…

-¡¿Puedo usar tu ordenador?! –Lo miré como mira un niño pequeño a su madre cuando ésta quiere castigarlo. Es decir, con cara de pena infinita.
-Sí, claro. –Dijo levantándose para sacar un portátil de última generación  de uno de los cajones del mueble-bar. Hasta ahora no había caído en la cuenta de cuánto se había enriquecido la familia de Alan con los nuevos negocios que tenía de turismo por tierra, aire y agua. Lo abrió y lo encendió. -¿Qué te urge tanto?
-Un trabajo que tengo que hacer de Inmunología para el martes. Y entre el trabajo y demás cosas, como no lo haga entre hoy y mañana, no podré acabarlo, y sólo mañana no me da tiempo.
-Ok, ok, yo te ayudo. Ve a por los libros, ¿los traes en la mochila? –Se puso muy serio, el semblante le cambió. Vaya, no sabía que se ponía así cuando las cosas se trataban de trabajo. Me gustaba esa faceta que acababa de descubrir. Tanto, que me sorprendí al darse cuenta él de coger los libros de la mochila en vez de ser yo.

Miré la hora. 22.30. No debía haber estado tanto tiempo en la ducha… Nos pusimos los dos frente a la pantalla del ordenador, por poco tiempo, no por otra cosa, sino porque nos fuimos al estudio, donde había otro. Ahora estábamos los dos frente a dos ordenadores. Yo me encargaba de redactar y el de mandarme la información. No os lo creeréis, pero acabamos a las 2.45 de la mañana con cincuenta páginas de trabajo terminadas. No hablamos nada más que del trabajo y de alguna gracia que se nos ocurría acerca de algo que veíamos. Ambos concentrados al máximo en nuestras labores. Más compenetrados que un reloj suizo. Sólo me faltaba en casa por incluir las demostraciones desarrolladas por mí misma, en las que ya debía ponerme a pensar y trabajar seriamente, muy concentrada, y las imágenes. Eso en un par de horas estaría terminado. Me sentí muy aliviada. Esta noche podría dormir tranquila. Suspiré, me estiré en la silla y relajé todos los músculos. Ahora sí estaba tremendamente soñolienta. Me aseguré de guardar el archivo antes de apagar y me lo envié a mi cuenta. Me levanté y fui a abrazar a Alan muy fuerte, que estaba en la cocina bebiendo agua, su trabajo había acabado hace un rato.

-¡Muchas gracias! ¡No sé qué habría hecho sin tu ayuda! –Y apreté muy fuerte para estrujarlo. Lo pillé desprevenido, por la espalda. Dio un respingo.
-Bueno, bueno, luego buscas una forma de agradecérmelo, por ahora no me asfixies. –Dijo haciéndose el que se estaba ahogando.
-Tontorrón. Gracias. –Lo solté ya. –Dame un vaso de agua anda. Y mientras bebía, empezó a mirarme fijamente a los ojos. ¿Por qué me miraba así? Estaba empezando a inquietarme. Miedo me daba lo que pudiera decir a continuación. Empecé a beber con más lentitud, así tendría tiempo extra para pensar la respuesta sobre lo que iba a decir.
-Ayer cuando nos vimos en casa de tus padres, me fijé en que tenías los ojos marrones, pero sólo se quedó ahí. –Y tanto que se quedó ahí… después casi se echa sobre mí para hacer algo que sabía pero en lo cuál no quería pensar… Ahora me sentí incómoda por haberlo abrazado en un ademán que sólo podía ser amistoso para mí. Por si acaso, yo seguía bebiendo agua… aunque más bien mojándome los labios y haciendo como que la bebía. Si es que voy para actriz.  –No me había acordado hasta entonces que tú tenías un ojo de cada color. Lo había olvidado hasta este momento. ¿Por qué te pones una lentilla? ¿Miedo al rechazo de los demás? –Vale, me alegré de haberme llevado tanto tiempo para beber tres dedos de agua. Cuando supe qué responder me bebí el resto del tirón. Luego me di cuenta de que había sido muy descarado. Retiro lo de actriz.
-Exacto. Me las puse por primera vez con 12 años. Y así hasta ahora. Me llevó mucho tiempo convencer a mi madre. –Dije como quitándole hierro al asunto. Pero en el fondo era algo que me creaba muchas inseguridades. Inseguridades que hasta ese momento había olvidado cuándo y cómo empezaron.
-Bueno, que a mi me gustes tal como eres no significa que a los demás también. -¿Me había dicho algo muy importante a la cara como si fuera lo más insignificante del mundo? Decidí hacerme la loca. –El resto de personas no se fijan en la persona, van como hienas buscando formas de pisotear a los buenos. –Dejé el vaso en el fregadero. El sonido del lavavajillas, como un suave y dulce murmullo, intentaba llenar el silencio entre los dos. –No te preocupes por esas personas, no valen la pena. Pero úsalas sólo para evitarte cargar con comentarios mal intencionados. Aunque yo no lo veo un defecto, para nada. Pero conmigo puedes quitártela sin problemas. –Dijo muy serio. Una seriedad distinta a la que tenía mientras estaba trabajando. ¿Volvería a intentar a hacer lo del balcón de mi casa ayer? Por si acaso, lo miré y me fui.
-Gracias. –Le sonreí sinceramente. –Gracias por hacer que todo sea tan fácil. Voy al cuarto de baño a quitármela.

Saqué el porta lentillas del bolsillo del uniforme y me la quité. Por fin, tenía la vista muy cansada de estar tanto tiempo con el ordenador. Cuando volví al salón, la luz estaba apagada. ¿Debía empezar a preocuparme? Me fijé mejor, salía luz de uno de los cuartos. Entré, Alan estaba acomodando el cuarto de invitados para mí. Un detalle. Mi tensión desapareció. Debía dejar de pensar que podía asaltarme como la otra vez en cualquier momento. Intento fallido de preocupación falsa la mía…

-Imagino que querrás acostarte ya. –Dijo mientras echaba hacia atrás la colcha de la súper cama en la que iba a dormir. Era de matrimonio, pero mucho más grande que la de mi habitación. Como todo lo que había en esta casa, era mejor que en la mía.
-¿Puedo lanzarme sobre la cama? –Dije mirándolo haciendo pucheritos. Era una ilusión. La mía tenía muelles y crujía por todos lados. Es algo que me hizo pasar mucha vergüenza cuando Bryce se metió en ella aquella noche. No por el ruido que hacía cuando nos movíamos, sino por que pensara en lo triste que era mi situación económica. Esperaba que esta no tuviera muelles. Y estaba segura de ello.
-Adelante, toda tuya. –Dijo apartándose y haciendo un gesto con la mano invitándome a hacerlo. Ni se sorprendió por mi petición... debía considerar que comportarse así era ya algo normal en mí. Esta era la mía. Sonreí de forma pícara, cogí carrerilla y salté a ella. Me dejé caer de pecho, con los brazos extendidos, me mordí la lengua y las paredes de la boca.
-¡¡Aaaaaaaaaaaah…pwerifnasvnzxodirwej!! –Lo que empezó como un grito de guerra al abalanzarme sobre la cama, acabó en un grito de dolor y queja… si es que no se puede ser como yo soy… Me encogí, me coloqué en posición fetal con las manos en la boca y me puse a esperar a que se me pasara el dolor.
-Nah, no tienes sangre, ya se te pasará. –Dijo Alan riéndose. –Pero siente el dolor con los ojos abiertos, que quiero recordar cómo eran si no es mucho pedir. –Y le hice un corte de manga mientras seguía con los ojos cerrados, las manos en la boca y tendida moviéndome para olvidar el dolor. Con mucho cariño por cierto. –Jajaja. ¡Cómo eres! –Y se acostó a mi lado. Antes de que pudiera hacer nada, acercó su mano para acercarla a mi cara. Sólo la acarició. Mi pulso se aceleró en ese momento. No por nada, sino por no saber cómo reaccionar cuando me lo viese venir. Lo miré con los ojos tan abiertos por el susto que lo notó, creo que por eso paró. –Bueno, bueno, te dije que quería verlos, pero tampoco los intentes sacar de las órbitas, con que los abras no es necesario sacarlos mujer. –Dijo de broma. Qué crack. Cómo sabe decir siempre algo desenfado y juguetón en el momento. –Anda, espero que se te pase pronto, me voy a dormir. -Y salió por la puerta.

Me quedé unos segundos más, pensando en que estaba paranoica. Debía dejar de pensar así… Una cosa mía más que cambiar para la lista de cosas qué cambiar. Se me empezaba acumular trabajo… o al menos yo empezar a darme cuenta de lo larga que era ya. Me levanté, me desabroché el sujetar por debajo de la sudadera, apagué la luz y me metí en la cama. <Buenas noches> grité desde la cama. <Buenas noches> escuché desde la otra cama. Me seguía doliendo la boca. En fin, ya se me pasaría, como él dijo, si no era sangre no era grave. Y me quedé dormida pensando en las cosas que me habían ocurrido a lo largo del día. Nuevamente, intenté soñar con Bryce, para ello me había llevado pensando en él todo el tiempo. Más que una recapitulación de mi día, parecía una película con él como único personaje. Y nuevamente no soñé con él. Es más, por segunda vez, soñé con mi típica pesadilla.

Había dejado de tenerla desde que empecé a soñar con Aaron, esos sueños en el que él se iba con Ashley, yo lo perseguía para despedirme, él me decía que en verdad no se iba, y era al final yo la que lo convencía a hacerlo. Qué irónico todo. Ahora que parecía que por fin me estaba desenamorado de Aaron porque había dejado de soñarlo, vuelvo a mis pesadillas. Casi que prefería lo primero, por mucho que doliese. Iba a empezar a dejar de pensar en Bryce antes de dormir… no me hacía ningún bien. Por la mañana desperté de una forma muy agradable, un olor delicioso entraba en mi cuarto desde la cocina. ¿Estaba Alan haciendo el desayuno? Me levanté, me abroché el sujetar y salí a ver. Aunque la boca y la lengua seguían palpitando... Dichosa estúpida mordedura...

-¡Tortitas! ¡Mis preferidas! –Estas no eran de bote con polvos prefabricados, estas eran de las de batir la harina con la leche y el huevo. Alan ya había terminado de prepararlo, las estaba poniendo en la mesa junto con fresas, naranjas y plátanos en unos cuencos para ir cogiendo también. ¡Me lo comía! Si no fuera porque sólo podía verlo como un amigo, me habría enamorado de él. Era perfecto.
-Ya lo sabía. Que en todos estos años hubiese olvidado tu extraño color de ojos, no significa que no recuerda absolutamente nada otras cosas. –Dijo guiñándome un ojo y enseñándome los botes de sirope. –Chocolate, ¿verdad?
-Correcto. –Dije sentándome a la mesa. –Como sigas así, la lista de cosas a cambio por agradecimiento va a ser incumplible. –Dije probando el primer bocado, estaba calentita, esponjosa, tierna, con el color y la forma además de temperatura, perfectas. –Alan, te has convertido en todo un chef, y de los buenos. –Dije tapándome la boca con la mano, no pude esperar a tragarme el bocado para decir eso.
-Nah, tampoco es tan complicado hacer tortitas. No exageres. Y respecto a lo de agradecimientos, pásate más veces por aquí. Con tu presencia es suficiente. –Dijo sonriendo y probando el primer bocado.
-No me lo digas dos veces o me tienes todos los días aquí comiendo de gorrona. –Le respondí de bromas. Ya había dejado de mal pensar y preocuparme por las intenciones que podía tener lo que decía. Los dos nos reímos.

El desayuno me lo acabé al momento. Estaba riquísimo. Me lo comí en tiempo récord. Tanto el chocolate caliente, como la fruta como las tortitas. Llevamos todo a la cocina y lo metimos en el lavavajillas. Me di cuenta de que estaba vacío. Miré a Alan enfadada en plan <¿Por qué no me dejaste a mí por lo menos ayudarte en guardar los platos?>, él me respondió en plan <jejeje>. Vaya, con sólo la expresión de su cara había imitado la risa nerviosa que intenta cambiar de tema porque ese no le conviene. Interesante. En fin, la cosa es que me fui rápidamente al cuarto de baño, me puse el uniforme y dejé su ropa en el bombo de la ropa. Miré el reloj, hasta ese momento no me dio por mirar la hora. Las 10 de la mañana. Bien, tenía tiempo de ir a ver a Bryce antes de ir al trabajo…¡Mierda! ¡Había olvidado que tenía que llamar a un cerrajero o al dueño del piso! ¡Oh dios no!  Y rápidamente también, me acerqué a Alan para despedirme con dos besos, como se haca en España. Tenía mucha prisa, sabía que no me iba a dar tiempo de hacer todo eso, pero las prisas seguían ahí. Pero me sorprendió, estaba mirándome sonriendo con las manos en la espalda.

-Izquierda o derecha. Elige. –Su sonrisa que ocultaba algo me estaba poniendo mala.
-Izquierda. - Dije lo primero que se me ocurrió por acabar lo más rápido posible con esa angustia de no saber qué era.
-¡Bingo! –Y sacó la mano echa un puño. La mantuvo así unos segundos. El tiempo que tardé en explotar sin paciencia ninguna.
-¡Ábrela ya! –No soy paciente. Lo reconozco. Mis prisas por ver a Bryce, aunque las estaba llevando como mejor podía, porque no tenía otro remedio, estaban agotando mis nervios. Por iba a ir a verlo ahora nada más salir. Lo había decido. Mi casa podía esperar. Y la abrió. Era una llave. Una llave exactamente igual a la de mi casa. No me atrevía a decir eso, la desilusión sería mayor, aunque ya se había asentado en mi cabeza sin dejarme posibilidad de echarla sin causar estragos.
-¿Sabes lo que es o tengo que decírtelo? –Habló después de un momento de silencio. Yo no había pronunciado palabra. Simplemente me encargaba de admirar esa diabólica llave tan parecida a la de mi casa, que me estaba haciendo perder la cordura entre mi posibilidad de ir a ver a Bryce ahora de forma muy agobiada o ahora o de forma más tranquila.
-No será… -Seguía sin ser capaz de pronunciarme acerca de eso.
-¿La llave de tu casa? –Dejé de mirar fijamente la llave para levantar la cabeza y mirarlo a él.
-¿Lo es? –Es que no podía creérmelo. No soy de las que les pasan cosas tan buenas. Cuando en mi vida llueve con fuerza, no escampa, simplemente se mantiene un chirimiri permanente. Lo miré muy ilusionada. Por favor que no fuera una broma. Desde que había visto la posibilidad de estar con Bryce más tiempo del esperado, me había hipersensibilizado. Afirmó con la cabeza. Mi primer impulso fue coger la llave en un arrebato de locura y ponerme a pegar saltos mientras daba círculos sobre sí misma besando la llave.
-¿¡Cómo es que no me la habías dicho hasta ahora!? –Dije mientras seguía haciendo mi paripé infantil.
-Porque quería que pasaras la noche aquí. –Dijo tan campante. Paré de repente. Lo miré intensamente. Me había dicho la verdad, lo agradecí. Sin embargo, una duda se apoderó de mi mente, tan grande como para ser capaz de desplazar lo que implicaba lo que acababa de escuchar.
-¿Y cómo tienes tú la llave? –Dije con los ojos muy abiertos.
-Me la dio tu madre ayer antes de salir de casa camino a NY, para tener una solución para casos como este. -¡Cierto! Recuerdo ahora que había visto como mi madre le daba algo a Alan, pero no me fijé en que era ni tampoco me preocupé en saberlo. ¡¡Mi madre es una santa!! ¡Debería tenerla en un pedestal! No... ¿qué digo? ¡EN UN ALTAR! ¡Como adoro a esta mujer! Pero sólo a veces.
-Jmmm, todo es muy sospechoso. Se me pierden las llaves justo el día siguiente en el que mi madre te da una llave de mi apartamento de repuesto, y antes de darme cuenta de eso, me encuentro en mi taquilla un papel con tu número de teléfono. Parece todo planeado para que pasara la noche hoy aquí. ¡Si no tenías más que decírmelo y me hubiera venido un día! –De verdad, luego dicen que las mujeres son complicadas…
-¿Cómo? ¿Qué dices de un papel con mi número? –Preguntó extrañado. ¿Se estaba haciendo el longui? Si ya lo había descubierto…
-Pues eso, el papel que me dejaste en mi taquilla con tu móvil. –No iba a dejarlo, que me reconociera lo que quería.
-Esto… yo no he dejado ningún número de teléfono en tu taquilla. –Dijo muy serio. Lo hubiera tomado como una broma si no fuera por su cara. Mostraba preocupación.
-¿Lo dices en serio? –Metí la mano en el bolsillo y saqué el papel, gracias que lo conservaba, tenía la prueba de ello. Que no digo que desconfiara de mí, pero ya al menos podía enseñárselo para ver que sacábamos de eso. –Es este papel. –Y se lo ofrecí al alargar el brazo. Lo inspeccionó, tras unos segundos de silencio y exhaustivo análisis, habló.
-Es mi letra. –Y alzó la cabeza para mirarme, tan serio como antes, hoy había pasado por tres formas distintas de seriedad. ¿Alguna más? Por ahora sólo la mía. –Pero no lo he escrito yo. Tan seguro como que ni me he pasado por tu facultad hoy, he estado muy liado en la mía. –Cierto, me encontré con Aaron, Leo y Liam y ya me olvidé del resto del mundo, menos de Bryce. -Y tan seguro como que nunca he escrito un papelito así. No había tenido la necesidad de hacerlo tampoco. Primero porque antes de hoy tú tenías tu móvil y segundo, en todo caso me preocuparía de conseguir yo tú número, por si lo necesitaba, pero no en dártelo yo. -Yo lo creía, pero estaba dando motivos férreos a favor de su afirmación. Motivos que me estaban inquietando mucho. ¿Qué intenciones podía tener la persona que la puso ahí? Empecé a sentir miedo.

Evidentemente no iba a acertar con mis suposiciones de qe por ejemplo había puestola nota él… irónicamente siempre pienso que sí cuando sé que siempre me equivoco… Pero es que todo tiene tanta lógica visto desde mi punto de vista… Que siempre se queda desde mi punto de vista. Empecé a sentir más miedo todavía. Todo esto eran demasiadas coincidencias. Antes había dicho que todo era muy raro, en plan cachondeo, sin saber que verdaderamente lo era, y en modo que me estremecía de pies a cabeza. ¿Por qué otra persona iba a poner el número de Alan en mi taquilla? ¿Sabían que había perdido el móvil? ¿Sabía que iba a tener problemas y que iba a necesitar hacer una llamada? ¿Era una coincidencia la pérdida de mi llave? ¿Y que mi madre se la diera a Alan? Eran demasiadas preguntas sin respuesta. Igual y todo era coincidencia. Alan podría haber puesto esa nota en mi taquilla otro día y no haberlo visto yo hasta ahora. Sabía que era poco probable, me hubiera dicho que la puso hace tiempo, pero por ahora, quería calmar mis nervios, no estaba yo muy preparada para estresarme en exceso. Me relajé pensando que iba a ver a Bryce y funcionó.

Miré la hora. Las diez y diez. Había perdido diez valiosos minutos de mi tiempo que podían haber sido empleados en compañía de él. Aunque seguía con la sensación de escalofríos. Le di dos besos en la mejilla a Alan, le agradecí lo mucho que había hecho por mí y le dije que no se preocupara mucho por la nota, que no tenía mayor importancia, que si pasaba algo, lo llamaría de inmediato. Y salí por la puerta por la que había entrado hace 12 horas, camino de la casa Domioyi, para volver a entrar. Llevaba unos veinte metros andados, buscando dinero para comprar el billete de metro cuando me di cuenta de que no podría llegar muy lejos, no tenía dinero, lo había olvidado. Llamé al timbre, Alan me abrió al momento. Le pedí dinero con todo mi reparo pero también necesidad del mundo. Me dio 10 dólares, hala hala, si no necesitaba tanto. Se lo agradecí. No el dinero, que también, sino que se diera prisa en cogerlo. Un detalle por su parte.

Me despedí por segunda vez y salí andando casi corriendo camino de la boca más cercana. Con la esperanza de no retrasarme más. Metí el billete en el bolsillo del uniforme y me di cuenta de que estaba dentro el porta lentillas con mi lentilla. Sí Valeria, sí, tu espera con esperanza, que verás. De vuelta otra vez a la casa de Alan. Que podría habérmelas puesta en el metro otra vez… pero necesitaba que le cambiasen el agua, no lo había hecho desde hace dos días y lo necesitaban. Alan usaba lentillas pero porque necesita gafas, él me prestaría el líquido. De otro modo, hubiera salido corriendo y me las habría puesto en el metro, como la mañana pasada.

-Tú no quieres irte, ¿verdad? Dímelo chiquilla, que por mi te dejo volver encantado. –Dijo Alan abriendo la puerta por segunda vez cuando llamé a su timbre por segunda vez. Encima con cachondeito…
-Sé que soy una gran carga, pero ¿podrías dejarme tu bote del líquido desinfectante del porta lentillas? –Dije con cara de <siento ser tan pesada>.
-Sin problemas, pasa, el bote está en el espejo. –Dijo echándose a un lado. En un visto y no visto ya llevaba yo puesta mi lentilla marrón y saliendo por la puerta de la calle. Volví a agradecérselo a Alan. Que me dejara usar su líquido para las lentillas también, pero principalmente por quedarse en la entrada con la puerta abierta esperando, así podía ir más rápido sin tener que pararme en abrirla.
-Muchas gracias. –Le lancé una sonrisa fugaz, pero no por ello menos sincera y esta vez sí, era la definitiva, ya no había nada más que me hiciera retroceder. Iba a ver a Bryce. Cada vez estaba más ansiosa, mejor, así la emoción sería mayor cuando lo viera.

El trayecto en metro se me hizo eterno. Corriendo por las calles aún más. ¿Iba a convertirse eso en una costumbre? Y ya ni hablamos del tiempo que se llevó entre que llamé al telefonillo de la casa y dieron señales de vida.

-Residencia de la Familia Domioyi. ¿En qué puedo ayudarla? –Podía ver como Katy estaba al otro lado de la pantalla. Cuánta tecnología. Ella me podía ver a mí y yo a ella. Imagino que esto es lo normal para las personas con tanto dinero.
-Me gustaría pasar para poder ver a Bryce. Por favor. –Dije muy amablemente.
-Lo siento mucho señorita, pero el señor Bryce no puede recibir visitas. -¿Me lo estaba diciendo en serio? ¿Era porque no había concertado una cita previa? ¿Era una excusa porque no dejan pasar intrusos o desconocidos que puedan ser un peligro para la familia, como periodistas? Esto no podía estar pasándome a mí.
-¿Cómo que no puede recibir visitas? ¿Está muy enfermo? –Debía ser eso, no debía mal pensar tan pronto.
-El señor Bryce se encuentra en perfecto estado, se ha recuperado muy pronto. –Hablaba como si fuera un robot programado. Ese tono de voz de autosuficiencia me estaba poniendo de los nervios. Es más, ya estaba de los nervios desde que escuché que no podía recibir visitas. Pero me había estado auto-controlando para no entrar en un ataque de histeria.
-A ver, Katy, nosotras nos conocemos, estuve ayer con Aaron en la casa. No soy una extraña, soy amiga de los dos, puedes dejarme entrar con total confianza. –Hablé calmadamente, con toda mi capacidad de tranquilizarme en función.
-Señorita por favor, no me llame Katy, soy Catherine. –Dije con es dichoso tono de voz que me estaba sacando de mis casillas. Además, lo que me estaba diciendo, es decir, el mensaje, no era precisamente tampoco muy tranquilizador, por cierto. –Y no depende de mí el tema de las visitas del señor. Simplemente no puede recibirlas, eso es todo. –Vale, había captado el mensaje, NO PODÍA RECIBIR VISITAS. Aunque me llevó un rato casi infinito para hacerme a la idea, así como de todas las capacidades de mi mente en controlar la situación.
-¿Y puedo saber al menos el motivo? –Dije sonriendo muy falsamente. Con mucha hipocresía. Pero educación ante todo. No lo hacía por caerle bien, ni mucho menos.
-No estoy habilitada para dar esa información, señorita. Si no desea nada más, la invitamos a marcharse y que tenga un buen día. –Y cortó la conexión. Y me dejó ahí, triste y sola, sola con mi soledad, que ni compañía daba ya.

Bueno, en verdad no estaba tan sola. Estaba acompañada de todas mis venas asesinas, psicópatas, neuróticas y psicóticas. Además de mi furia imparable. Estaba muy muy acompañada, demasiado diría yo. Por un segundo se pasó por mi mente que sí podía ver a Bryce, que no había ningún problema, pero que “Catherine” me tenía envidia y celos por estar con Aaron, del que ella estaba enamorada seguro, y se estaba vengando de mí. Descarté esa idea, pero no la dejé muy lejos, que no se me olvidara, por si acaso. Por ahora, sin pruebas, me estaba obligando a mí misma a pensar bien. Pensar mal siempre es el camino fácil.

¡Sólo quería hablar con él! ¡Encontrarlo despierto! ¡Ver sus ojos! ¡Sus movimientos! ¡Sus expresiones! ¡Escuchar su voz! ¡Sentir sus emociones! ¡Que pasara algo entre los dos! ¡Algo! ¡NO PEDÍA TANTO! Si es que la intensidad de mi ilusión es directamente proporcional a las posibilidades que hay de que me la arrebaten… Y no tenía ni su número de teléfono ni el de alguien que pudiera dármelo, bueno sí, pero no la forma de encontrarlo… Además, quería explicarle también por qué no respondía al móvil, y que no me había olvidado de él, que llevaba queriéndolo ver desde acción de gracias, que había venido, pero que estaba dormido… Que eso era otra cosa… A saber la imagen tan mala que se estaba formando de mí.. ¿Y si estaba mal? ¿Desilusionado porque no había dado señales de vida desde que pasó lo que pasó? Nuestra despedida había sido súper mala. Mis inseguridades al saber lo que sentía por mí, no me dejaron actuar con naturalidad con él la mañana del jueves… ¡Jueves por la mañana! ¡Y era ya sábado por la mañana y a saber cuándo nos podíamos ver! Que sí, que son dos días… ¡¿Pero alguien tiene idea de todo lo que puede pasar por una cabeza en dos días y más cuando las cosas estaban chungas en un principio?! ¡Oh dios mío! Ni quería pensarlo… Cada idea acerca de ese tema que llegaba a mi cabeza, se clavaba como un puñal. Y graciosamente venían todas de golpe, con bastante fuerza por cierto. Parecía que era una diana y los pensamientos los dardos que eran lanzados con malas ideas.

Por otro lado, me quedé también con la sensación de que me vida era una continua carrera de obstáculos sin fin. Era un problema tras otro. Un obstáculo tras otro. Que sí, que si los supero, luego me siento más realizada y tal. ¡Y una leche! ¡¿Para qué quiero yo tanto sentimiento de realización?! ¡¿Sirve para algo?! ¿¡Me da más felicidad sentirme realizada que conseguir mi propósito lo más rápido posible?! Porque esta carrera, que además yo misma me encarga de convertir en contrarreloj, me estaba agotando, estaba acabando con mis fuerzas… para eso sirven tantos obstáculos, no tanta tontería de sentimiento de realización ni qué diantres. Esos son meros intentos fallidos de consuelo de gente con una vida difícil. Te digo yo que es mejor sacar buenas notas desde el principio que malas y luego recuperarlas. Por mucha realización que pueda sentir al que le ha ido mal y después ha conseguido lo que se proponía, que seguro que si le dan a elegir entre eso y conseguir todo por lo que luchaba desde el principio, elige lo segundo. Que vale, que si te encuentras con obstáculos por el camino, luego valoras mucho más el premio, no lo discuto, pero es algo que no se aplica todos los casos.

¿Alguien le aplica eso a mi caso? Yo que llevaba ya días con un sin vivir enorme por ver a Bryce, que podría estar muy cabreado y enfadado conmigo, yo, Valeria Spinoza Jackson, no iba a valorar más ver a Bryce lo más tarde posible. En todo caso, valoraría mi capacidad de aguante emocional, y ni eso, porque justo en ese momento me había derrumbado. ¿Y si estaba haciendo una montaña de un grano de arena? ¿Y si Bryce no estaba enfadado? Sí… “Catherine” lo dijo ayer por la tarde, lo estaba… ¿Qué podía hacer? ¿Cómo llamo a Aaron para pedir el número de Bryce? ¿Páginas blancas? Yo no tengo de eso… ¿Internet? Puedo coger los ordenadores de la Uni… Pero ahí aparecerá la dirección de la casa Domioyi y el número fijo… Móvil no ponen nunca… Al menos en España… Venga, el culpable; destino, casualidad, dios, fuerza superior o Dora la exploradora, ¿cuál de todos se está divirtiendo a mi costa? ¿Quién se ha empeñado en joderme la existencia? ¿Quién no quiere que Bryce y yo tengamos una oportunidad? ¡Confesad malditos! Debía ser Dora… fijo… nunca me inspiró confianza la mochila que siempre lleva, a saber los artilugios extraños que podía llerva ahí metidos para convertir a vida de los demás en un inento de supervivencia continua... y mucho menos el mono con botas en su intento fallido de imitación del gato con botas. Sí, debían ser ellos dos.

Estaba de rodillas, con la cabeza agachada, mirando un punto perdido del suelo en la acera. Suerte que en este barrio residencial de súper multimillonarios no pasa mucha gente… Aunque no era eso precisamente lo que me preocupaba. Estaba empezando a perder mi cabeza. Cada escalofrío de mi cuerpo me anunciaba el final. Tenía la sensación de que algo iba a pasar que acabaría con todo, cuando no había tenido ni la oportunidad de vivir… Tenía miedo. No quería que esto acabara mal. Mi carrera de obstáculos, parecía no tener atajos o desviaciones… sólo más y más obstáculos cada vez. Dichoso destino caprichoso que se empeñaba en “retrasar mi felicidad” por no pensar en destruirla, tal vez mi mente no lo soportaría. Ver como una oportunidad que llevas mucho tiempo esperando, desaparece en tu cara, además por video llamada, era ya demasiado. ¿Esperanzas e ilusiones que se cumplen? ¿Qué es eso? ¿Una nueva película de ficción? Porque yo iría a verla sin dudar. ¿De qué iría? Para mí es todo un misterio. Un misterio que me gustaría dejar de sentir...