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Refranero

viernes, 30 de marzo de 2012

Capítulo 49: Casi 640 caracteres

Capítulo 49: Casi 640 caracteres
Me llevó un rato llegar hasta abajo del todo. El inmenso hall estaba vacío de caras conocidas. Me relajé. Con calma, las cosas se llevan mejor. ¿Se habría ido ya Bryce? Bah… eso ya no era de mi incumbencia. Muy serenamente, me acerqué a recepción y pregunté si sabía a qué hospital se habían llevado a los del incidente de antes. El Mont Sinai Hospital respondió. Vaya, ya había estado allí antes a visitar al accidentado de la carrera ilegal de coches. Con esta, sería la segunda vez que iba por culpa de Bryce. Espero no convertirme en una visita habitual. Se lo agradecí al simpático chico del mostrador y cogí el metro hacia allí.

El hospital seguía siendo blanco, rectangular y me recordaba a una caja de zapatos. Pero al contrario que la otra vez, no me quedé en blanco al preguntar por el paciente al llegar a la zona de urgencias en traumatología. Me respondió una señora mayor, de unos 58 años. Muy simpaticona. Tratándome como una madre muy apegada a su hija me dijo cariñosamente que esperara en la sala de espera, que si no estaba allí, estaba dentro en radiología o con el traumatólogo. Ajam. Y digo lo de cariñosamente porque al final de la frase, cuando le di las gracias, contestó <de nada cariño>. Da gusto ir a los sitios con gente así. Me sacó una sonrisa y todo. Lo agradecí.

Para mi sorpresa, había como quince de los hoy reunidos en la sala de espera. Guau. Eso sí que no me lo esperaba. Pero Alan no estaba. Eso sí, fue entrar y todos dirigirme miradas que no comprendí. No sabía si era asombro, rencor, alegría o miedo por lo que había pasado allí. Me acerqué al que tenía más cerca. Erick. No tenía ganas de elegir a la cara que me transmitiera más tranquilidad.

-¿Cómo está Alan? –Pregunté con mis pocos ánimos. Estaba de pie apoyado contra la pared. Muchos estaban así, no querían colapsar la sala o quitarle el asiento a quienes de verdad lo necesitaban. Porque realmente había personas en silla de ruedas, con tablillas en extremidades, moratones…
-Pues recuperó la conciencia al llegar aquí. Se encontraba un poco mareado y lo ha acompañado Claire hacia la puerta de donde se hacen las radiografías. –Vaya, Claire…Le hice un gesto con la cara en plan <vaya… que mal…>. Y me lanzó una pregunta indiscreta. -¿Por qué ese loco entró rompiéndolo todo en el restaurante? ¿Qué tiene que ver contigo, Valeria? –Y para mi fortuna, bastante escasa hoy, vi aparecer a Alan agarrado a Claire, detrás de Erick.
-Un momento. –Y me fui de su lado camino hacia Alan. Llevaba un collarín ya la cara descolocada. Le pasaba un brazo a Claire por los hombros. Habían salido de radiología y estaban en el mostrador de urgencias. –Alan… -No sabía cómo dirigirme a él… estaba así en parte por mi culpa. Los dos me miraron. De muy distinta manera. Alan alegre al verme y Claire enfadada, o eso creo.
-¿Qué quieres? –Los aires de grandeza de Claire volvieron… con lo que ella era…antes…Me sentó mal que me hablara así. Pero yo creo que nada más podía superar lo que había sentido cuarenta minutos atrás.
-¿Puedes dejarnos solos un momento, Claire? –Alan salió en mi ayuda. Pero mi expresión seguía siendo tan seria como antes. Era consciente de que tenía el entrecejo fruncido, la mandíbula en tensión y los labios apretados, pero no me apetecía cambiar de expresión. Si me sentía así, no iba a ocultarlo. Claire vaciló un momento, pensando si rebelarse diciendo algo o irse. Optó por lo segundo, y lo agradecí, pero no mucho. Eso sí, la mirada asesina que me lanzó casi me fulmina. Al menos tuvo el detalle de decirle a los demás que nos dejaran solos, porque ya venían hacia Alan para hablar también con él. Eso sí, lo dijo con malas ideas.
-¿Cómo estás? –Puede articular finalmente. En serio, seguía en shock. Un poco. Nos movimos hacia un lado del mostrador, dejando sitio a otra gente que lo necesitaba.
-Acabamos de hablar con el traumatólogo. Dice que no tengo ni fisura ni rotura, sólo fibras musculares rasgadas y los cartílagos intervertebrales hinchados. Tengo que llevar el collarín una semana, es el tiempo en el que me dejará de dolor. –Hablaba como si quisiera quitarle importancia al asunto. Pero para mí tenía mucho, y me estaba haciendo sentir cada vez peor.
-Alan… lo siento… si llega a pasarte algo… no sé que hubiera hecho…-Y agaché la cabeza a modo de disculpa. Jugaba nerviosamente con los dedos de mis manos. En ese momento, en frío, me di cuenta de todo lo que pudo haber sido. Me daba igual si me miraba Claire, los demás compañeros o la sala de espera al completo, pero en ese momento no podía actuar de otra manera.
-Valeria. No es culpa tuya en absoluto. Tú no eres la que ha de cargar con los actos de Bryce Domioyi. –Dejaba un silencio entre palabra y palabra, más largo cuando se trataba de empezar una frase nueva. Que intentara hacerme pensar eso me hacía sentir peor. Yo no pensaba que fuera la culpable, pero si estaba implicada, y era suficiente. –Mírame. –Eso lo dijo con más intensidad de lo normal. Yo seguía mirando sin ver mis dedos nerviosos bailando entre ellos. Me temblaban las manos. Alcé la cabeza, lo miré y dejé caer mis manos a cada lado de mi cuerpo, quietas. –Sabes que los hospitales denuncian por ley, si el caso se lleva a juicio o no eso es ya incumbencia del paciente. –Hablaba solemnemente.
-Lo sé. -Lo sabía. Y bastante bien. Por suerte o por desgracia…y recordé que un día le dije a Bryce que era por buena suerte… una espinita se clavó en mí, volviendo a pensar lo que no fue y pudo haber sido.
-Yo no quiero meterme en problemas de jueces, abogados ni juicios… Pero tampoco veo correcto que ese desgraciado haga lo que le de la gana en la ciudad y nadie haga nada al respecto. –Yo era de las que pensaban así antes. Y quería creer que ahora también. Su mirada era intensa, adiviné que se estaba dando un debate dentro de Alan. De pronto me cogió las manos que antes colgaban de mis brazos. –Sólo dame un motivo para no hacerlo. Y no lo haré. –Pronunció finalmente. Me quedé sin saber qué decir. Pasaron unos segundos hasta que articulé palabra.
-Yo no quiero darte motivos para no hacerlo. –En ocasiones, miraba hacia otro lado, como si dejar de aplicar la vista me diera facilidad de palabra. Desgraciadamente no era así. –Si crees que lo debes hacer. Hazlo. –Iba a decir muchas más cosas. Muchas más. Pero al final las contuve. Tanto mirar al infinito para que la facilidad de expresión me llegara para nada.  
-Valeria, si te pregunto, es porque creo que lo de hoy no es todavía una venganza del G4 o algo que tenga que ver con la tarjeta roja. –Sabía que lo sabía. Es sólo que no quería hablar del tema. Ahora empezó a apretar con más fuerza mis manos. Casi siento las flechas clavándose en mi espalda de la mirada de la gente. Las ignoré. -¿Qué hay entre Bryce y tú? –Ahí iba. La pregunta con la respuesta que había querido evitar a toda costa. Guardé silencio, en un minuto incómodo. Pero eso sí, manteniéndole la mirada, por si en algún momento le daba por decir que daba igual, que no importaba… No tuve esa suerte.
-Nada. –Dije finalmente. Era la palabra más vacía que había pronunciado nunca. Pero también la que más verdadera de todas era. Desde hacía 45 minutos, no había absolutamente que algunos recuerdos aislados, buenos y malos. Sentí como me hice pequeñita. Sentí como se me humedecieron los ojos al recordar. Sentí muchas cosas y a la vez no sentí otras muchas.
-Comprendo. –Comprendía. Y me soltó las manos cuidadosamente. Acto seguido, cambié de tema, a parte de por mi propia conveniencia, porque también me interesaba.
-¿Sabes como esta Nicholas?
-Según me ha dicho Claire, ese…le propinó una patada en el pecho que lo dejó sin poder respirar. –Cierto, había olvidado que por aquel entonces él ya había perdido el conocimiento. –Pero que se recuperó por la intervención de uno de los guardias de seguridad, que sabe de primeros auxilios. Ahora está en su casa. –Vaya.
-Me alegro. –Sonreí. Sonrió. -¿Qué quieres que haga? ¿Te acompaño a tu casa? -¿Me devuelve alguien la ilusión? ¿Por qué nadie se ha ofrecido a hacer eso por mí?
-Ya se ha ofrecido Claire… -Claire… Una desilusión más para mi larga lista… de este día.
-¿Y qué vas a hacer? –Lo miré, no sabía si iba a saber a qué me refería. Pero no me defraudó, eran muchos años separados, pero también muchos juntos. –No lo sé. –Hablábamos sobre el juicio. Sabía que Alan no se dejaría comprar con el dinero que ningún policía corrupto pudiera ofrecerle, y me sentí orgullosa de que fuese mi amigo. Mi Alan.
-¿Puedo abrazarte? –No pedía su permiso, pedía su aprobación médica.
-Cada vez que quieras. –Dijo sonriendo cálidamente. Pasé mis brazos por debajo de los suyos, y el por el dolor de cuello, no los pasó alrededor de mis hombros, ni juntó mano con mano detrás de mi espalda. Pero fue igual de cálido que si me hubiera rodeado por completo. Ciertamente, no pude evitar derramar una lágrima al cerrar los ojos durante ese momento. Era salada. Me la enjugué antes de que me viera la cara.
-¿Mañana vas a la Uni? –Pregunté una vez separados. Tuve que rascarme la espalda, se me había acumulado muchas flechas en ella.
-Sí, no puedo perder clases. Pronto estarán aquí los exámenes parciales de diciembre.
-Cierto. –Y tras un breve silencio. Me despedí. –Cuídate hasta mañana que nos veamos. Mañana ya me encargaré yo. –Le guiñé un ojo cariñosamente.
-Lo que usted diga, doctora. –Me devolvió el guiño. Me di la vuelta y me fui hacia el grupo de amigos que esperaba sentado a que dejara libre a Alan. Seguro que estaban impacientes por saber cómo estaba. Pero al ver que me dirigía hacia ellos se esperaron.
-Chicos. Me alegro mucho mucho de veros. Espero que quedemos otro día, me lo he pasado muy bien el rato que hemos estado bien… Lo siento por los demás, de verdad, ha sido un espectáculo deplorable… -No me dejaron terminar la frase cuando ya habían comenzado a hablar.
-No te preocupes, mujer, a ver si quedamos otra vez en Navidad.
-¡Tú no tienes la culpa de que se pusiera a romperlo todo!
-¡Alegra la cara! ¡Nos ha hecho mucha ilusión verte de nuevo!
-¡Dame tu número y quedamos otro día para hablar!

Era uno tras otro. Todos se acercaron a despedirse de mí, incluso Claire. La cual sólo me sonrió y me dijo que se alegraba de volver a verme y de que nos veríamos pronto. ¿Lo deseaba o lo daba por hecho? Entendí lo último, pero me extrañé, no sabía cómo lo haría. Le hice un gesto con la mano a Alan desde lejos y me fui. A casa. A la soledad del salón y de la hoja virtual de mi trabajo de investigación.

Sorprendentemente, acabé el trabajo en menos tiempo del que pensé que me llevaría. Vaya, no sentí tanto alivio, tranquilidad, realización, alegría o satisfacción cuando lo terminé, otros sentimientos me invadían en ese momento, sentimientos que intentaba esconder a toda costa. Comprobé mi teoría de que cuando tengo algo en lo que no quiero pensar, me concentro mejor. A ver si ahora debía ser una desgraciada para que rindiera en los estudios… Era temprano, era de día. Y yo no tenía absolutamente nada que hacer. Me tiré sobre mi cama. No quería pensar en nada, sólo relajarme. Observar cómo los rayos de luz entraban a través de las cortinas rojas. La ventana estaba entreabierta y creaban ondas bailarinas que reflejaban una luz rosácea. Misteriosamente me acordé de la canción de Alejandro Sanz <Corazón partío>. Y digo misteriosamente porque no sé cómo se me pudo venir a la mente… Vale, comprobado también, cuando no quiero pensar en algo, mi capacidad para súper  concentrarme más en otras cosas aumenta considerablemente a base de disminuir la de capacidad de auto engañarme-convencerme.


El olor de Bryce, su aroma, titilaba por toda la habitación completamente a sus anchas, demasiado diría yo… y sin mi permiso además. Pero lo peor de todo es que descaradamente se concentraba más en la zona de mi nariz, como si quisiera echarme en cara que ya no era mío. Lo mío ahí dentro era un estremecimiento prolongado en el tiempo. Y eso que tenía el edredón y la colcha puestos, si no, aquello hubiera sido demasiado para mi estabilidad emocional y sensorial. Bajo sus efectos, cogí el móvil, como hipnotizada. No sabía por qué, no quería contactar con nadie ni escuchar música o ver fotos. Pero sin saber tampoco por qué, me encontré abriendo los mensajes. Los únicos que había eran los de mi madre de ese día y los de Bryce. Los únicos. De pronto me hallé abriendo el primero de los cuatro de Bryce. Los leí uno a uno. Parándome en cada palabra como si fuera única e irrepetible. 

<¡Era broma boba! ¿Cómo podía pensar que era una tontería lo que me dijiste de que eras afortunada por haber entrado en tu vida y que ahora estemos así? Digamos> <que era una pequeña venganza por el susto que me hiciste pasar antes cuando creí que ibas a morir atropellada delante de mis narices. ;) No te lo tomes a mal> <sabes que te lo debía. No te preocupes, que guardaré reposo. Lo que tú me digas mi capitana. Y guarda mi número, que estoy seguro de que todavía no lo has hecho>
<y pensaste que era un desconocido. Te quiero mi chica de la suerte. TYYSLE.>

Eran los casi 640 caracteres más bonitos de mi móvil. Eran los casi 640 caracteres más significativos que había leído. Eran los casi 640 caracteres que me habían hecho sonreír cuando creía que no había nada que hacer. Eran los casi 640 caracteres que me ilusionaron para luchar por algo que creía imposible y que finalmente, como no podía ser de otro modo, no pudo ser. Eran los casi 640 caracteres que no pude borrar de mi móvil, y eso que me había llevado todo ese rato con la pregunta de <¿Está seguro de eliminar para siempre el mensaje?> en la pantalla del móvil, con sus respectivas opciones de <sí> y <no>. Cuando me decidía a hacerlo, inconscientemente leía o recordaba el “para siempre” y me arrepentía de la decisión. Eran los casi 640 caracteres más controversiales de mi vida. Eran los casi 640 caracteres que me hicieron hacer algo que no habría hecho bajo ningún otro concepto. Quitar las sábanas de la cama que olían tan delicada, atrayente e hipnotizadoramente a Bryce. Porque o quitaba las sábanas, o no sería capaz de borrar los cuatro mensajes.

Y lo hice, las sábanas sólo habían sido usadas en tres ocasiones, pero ahora eran frías. Ya no transmitían calidez. Por lo menos a mí. Puse la lavadora en ese mismo momento, ya había hecho la colada ayer por la mañana, iba a ser un derroche de agua lavar eso sólo. Pero yo no tenía más de mí que derrochar. Pero una vez hecho eso, no tuve valor para volver a coger el móvil. Me quedé observándolo encima de la mesita de noche, apoyada en el marco de la puerta de mi cuarto. Si lo hubiera cogido, me hubiese obligado a mí misma a hacer algo que no quería en contra de mi voluntad. En contra de lo que quería y sentía. Me hubiese obligado a borrar los casi 640 caracteres que tanto me transmitieron una vez.  Que aunque me causaran dolor, era una etapa de mi vida, corta y efímera que no me convenía recordar, pero aun así no me arrepentía.  Porque eran los casi 640 caracteres que me escribió él, Bryce, una vez, cuando todavía había esperanza.