Capítulo 23: El oso que hiberna
Al día siguiente, esperaba encontrarme con Aaron, necesitaba de su presencia, pero no estaba en el estanque ni en la sala de música. Tampoco tuve problemas con Angela y las demás o con Bryce. Tanta calma me daba mal rollo, seguramente no había mucha acción porque estaban preparando la siguiente jugada. De todas formas, a última hora quedé con Alan, que se empeñó en acompañarme hasta mi trabajo. Estaba en la puerta de salida a la calle, apoyada sobre el muro de la Uni. Vi que unos tipos muy extraños que iban enchaquetados, con gafas de sol y pinganillo en la oreja, se acercaban a mí. No quería volverme paranoica y pensar que me buscaban a mí, seguro que sólo estaba en su camino. Pero no, otra vez y mi intento fallido por hacerme creer que todo va bien. Los tipos “me invitaron” a ir con ellos. Voy a optar por hacerle caso a todas las ideas disparatadas y mal pensadas que se me ocurran, porque no hay modo de que acierte una…
-¿Cómo? ¿Ir con vosotros? –Les pregunté los más amablemente que podía, intentado ocultar mi inseguridad.
-Sí, es usted Valeria Spinoza, ¿no? –Dijo el más alto.
-Sí, soy yo. Pero es que había quedado ahora mismo, tengo que ir a trabajar… -Me cogieron cada uno de un brazo y me levantaron en peso contra mi voluntad. Claro, qué inteligente eres Valeria, unos gorilas gigantes se acercan a mí para hacerme ir con ellos, y los iba a convencer de que me dejaran porque tenía que ir a trabajar. En serio Valeria, a veces me sorprende lo lista que eres.
-No oponga resistencia a venir con nosotros y no le haremos daño. –Dijo el más fornido.
-¿¡QUÉ!? NOOO, ¡DÉJENME! –empecé a gritar, a ver si tenía la suerte de que alguien viniera en mi rescate. Me puse a mirar hacia todos lados mientras pataleaba y forcejeaba por soltarme, pero no encontré a Alan, todavía no había llegado. Sin embargo, vi que Bryce estaba en una esquina, con los brazos cruzados, mirándome con una sonrisa de victoria y satisfacción. <Esta vez no escaparás> le escuché decir. Oh no. – ¡POLICÍA!
Los tipos me taparon la boca y me metieron en un Hummer. Odiaba esos coches, eran los más contaminantes y consumidores que existían. Y ahora los odiaba aún más por ser los que me conducirían hasta un final incierto.
-¡Estate quieta! –dijo el más fornido. -¡Siéntate de una vez!
-¡Señor! ¿Qué hacemos? –dijo el más alto a Bryce, que estaba sentando en el asiento del copiloto. Éste giró la cabeza lentamente, para darle más morbo al asunto, y sonrió como antes, de una forma macabra.
-Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Lo hablamos antes. –Lo dijo sin dejar de mirarme y sonreír. ¡Buf! No podía con él. Me estaba empezando a tocar el alma. Si no fuera porque esos tipos me tenían inmovilizada, le habría metido un pie en la boca esa burlona que tenía. Pero sólo podía forcejear. Y se me ocurrió abrir intentar abrir la puerta.
-No tiene nada que hacer señorita, la puerta está cerrada desde fuera. –Oh no… aunque en el fondo lo sabía. Pero tenía que salir de la duda. –Como creo que no va a cooperar, la pondremos a dormir un ratito. –Y el otro sacó un bote y mojó un pañuelo con su líquido. Mierda, era cloroformo, estaba perdida. Pero por Dios, dadme un respiro. No estaba emocionalmente preparada para más batallas por culpa de Angela y la jugarreta que me hicieron ella y las demás. Y ahora me estaban secuestrando. ¿Qué era lo siguiente? ¿Iban a colgarme del techo como si fuera una piñata y darle bates de béisbol a toda la universidad? Creo que Alan se equivocó al decir que era fabulosa, ni siquiera la energía y las intenciones son suficientes para luchar contra esos tipos ricos. Y caí en la inconsciencia pensando eso.
Cuando me desperté, estaba tarareando mentalmente la canción que había escuchado tocar a Aaron en la sala de música. Esa melodía sobrecogía todos mis sentidos. Unas voces interrumpieron mis pensamientos, eran voces de mujeres. <No tiene mala pinta, pero deberíamos mejorar su aspecto un poco.> <Tienes razón, empieza tú por la cara, yo me encargo de los brazos y manos, y tú de las piernas y pies.> ¿Qué diantres estaba pasando? ¿Qué iban a hacerme? Me levanté de momento. Eran tres mujeres vestidas con bata blanca. Que empezaron a desnudarme.
-¡Aaaaah! ¿Qué están haciendo? –Ni caso, una empezó a quitarme los zapatos, otra el vestido y otra a ayudarla a darme la vuelta. -¡Parad!
-Vaya ropa interior más fea que usa. Es sosa y sin gracia. Con nada de morbo. –Viva la ignorancia.
-Además, tiene poco pecho y culo de carpeta. –Vale Valeria, trágate tus palabras. Prefiero la ignorancia antes que eso. –No te muevas más muchacha, o no podremos dejarte guapa.
-¿Dejarme guapa? ¿Cómo? –No entendía nada, ¿no se supone que Bryce me había secuestrado para vengarse de mí y hacerme alguna horripilaría?
-Sí, es un tratamiento de belleza. Ahora por favor, estese quieta y colabore. –Dijo una de las mujeres.
-¡Eh! ¡Pero yo no he pedido ningún tratamiento de belleza!
Al final consiguieron lo que querían. Me limaron y pintaron las uñas. Me juntaron todo tipo de cremas hidratantes y de brillo por cara y cuerpo. Y todo eso acompañado de masajes revitalizantes. Al fin y al cabo no había estado tan mal. Se despidieron con unas efusivas gracias y entró un hombre. Decía que era “Francesco Beniccio” y que iba a darme un nuevo look gracias a un corte de pelo. Ahora recuerdo, lo había visto en la tele en un programa de esos en los que mujeres descontentas con su aspecto, buscaban que alguien se lo mejorara. Guau, y el peluquero estaba ahora conmigo.
-¿Cuidas tu cabello con frecuencia? –me preguntó.
-No. –Uf, me entró un escalofrío. Me entran con facilidad cuando me tocan el cuello, y lo había rozado con mi pelo.
-Pues eso no es bueno, por eso lo tienes tan agrietado. Te voy a escribir luego en un papel lo que tienes que hacer para cuidártelo. Por ahora, vamos a darle un corte moderno y chick.
Una vez hecho esto, se puso con mi cara. ¿También era maquillador?
-Tienes una piel muy morena. Te pegan tonos medios, como naranja o amarillo. -¿Naranja y amarillo? No me gustaban nada esos colores. Irónicamente, mi color favorito era el rojo. Cómo es la vida… Pero decidí confiar en la profesionalidad de Francesco. El cual no me decepcionó. Me dejó el rostro tan bello, que ni me reconocía… Cuánto partido le puede sacar una persona experta en el tema a una mala materia prima… Estaba preciosa, incluso pensaba que el moreno de mi piel me sentaba genial, nunca me había gustado, y ahora, en una extraña situación que todavía no entendía, un desconocido de la tele me había hecho parecer una mujer, que si hubiera sido lesbiana, me hubiera enamorada de mí misma.
-Muchas gracias. Me encanta todo lo que me ha hecho. Desde darle forma a mi pelo, que ha ganado gracilidad, hasta el maquillaje. –Me sentía muy agradecida.
-De nada cariño. Ahora tengo que irme, ponte ese vestido que está colgado de aquella percha. –Y dicho esto, se fue.
Miré hacia la percha. Hala. Era un vestido súper elegante. Era de color marrón chocolate con leche, con un lazo alrededor de la cintura en celeste. El escote era alto y la falda llegaba hasta un poco antes de la cintura. En cada hombre tenía otro lazo en celeste cielo. Era precioso, cuando me lo probé y me miré al espejo, me faltó pegar un gritito cursi de la emoción. Me quedaba que ni hecho a mano. Nunca había estado tan elegante, me sentaba como un guante. Y encima mi corte de pelo y el maquillaje le iban que ni quelado. Además había también una cinta celeste ajustada al cuello con una diadema a juego. Todo estaba en perfecta armonía.
Cuando salí de la habitación, me encontré con un hombre en la puerta que me dirigió muy amablemente hacia otra sala. Era enorme. Me pidió que me sentara, pero prefería quedarme de pie admirando su majestuosidad, o eso tenía planeado hasta que encontré fotos. Estaban por las paredes y por los muebles. Me acerqué a verlas. Aparecían unos niños muy monos y adorables. Eran cuatro. Uno rubio, uno negro y dos gemelos. Espera un momento… ¡EL G4! ¡Cierto! Había olvidado cómo había llegado hasta allí. Me había raptado Bryce en su flamante Hummer y me habían dormido sus guardas. Dichoso Bryce…Pero la carne es débil, y no pude obligarme a seguir enfadada cuando me detuve a mirar a Aaron en una foto de él cuando pequeño. Era igual, con la misma mirada penetrante y ensimismada. Con su expresión seria y su aura especial. Se le veía tan introvertido como siempre.
-Esa es una foto del G4 cuando estábamos en la guardería. –Dijo una voz a mi espalda. Era Bryce, con su típica expresión de autosuficiencia y chula. –Y la otra foto es Aaron de pequeño. He visto que la estabas mirando fijamente, ¿tienes algún interés en él?
-¡Él no tiene nada que ver conmigo! Y ve al grano. ¿Dónde diantres estamos? –Me había puesto furiosa, no porque me hubiera llevado allí, sino porque me ponía de mal humor que me molestaran cuando yo andaba feliz en mi burbuja.
-Pero que sepas, que no tienes ninguna posibilidad con él. –Parecía que eso le causaba satisfacción. –Y estamos en mi casa. ¿No es evidente? –La coraza se activó para proteger mi débil corazón de esas punzantes palabras.
-¡¿Todo esto es tuyo?! ¡Toda mi casa podría caber en ese sólo salón! –En verdad sí era evidente, pero a ver, descubrir que su salón era el tamaño de mi casa, siempre resulta molesto o chocante…al menos quería dar cabida a la duda. Comprendedme.
-¿Pero qué te crees tú que es ser rico? Hazte a la idea de que esta es una experiencia que tú nunca podrás permitirte. Todo el tratamiento del que has disfrutado junto con el vestido, vale 15.000$ -Vi cómo estaba disfrutando de ese momento… Se le veía en la sonrisa que estaba intentado disimular sin éxito. Pero 15.000$ no los veía yo juntos ni en un año de paga…Que triste. –Échale un vistazo a este cuadro. Es mi hermana. –Dijo señalando al cuadro que coronaba todo el centro de atención del salón. ¿Cómo no me había fijado antes? Incluso sin saber, inconscientemente Aaron me abducía. –Ahora ella está casada.
-Oh. Es tan guapa y refinada. –Tanta belleza era incluso molesta a la vista. Tenía los ojos verdes como sus hermanos, pelo negro, muy negro, y liso. Le caía a ambos lados de la cabeza hasta el codo. Los ojos eran grandes y muy expresivos, boca discreta, mejillas sonrosadas y piel clara. La forma de la cara, el ángulo de la mandíbula, la curva de la punta de la nariz, el arco de la barbilla. Todo era perfecto y estaba en absoluta armonía. Estaba familia estaba empezando a caerme mal, ¿por qué todos tenían una genética tan perfecta? Me daba coraje mirarlos…
-No podrás negarme que hay una diferencia abismal entre ella y tú…
-A ver, deja de refregarme por la cara todo lo maravillosa que es tu vida. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Qué quieres de mí? –Ni lo dejé terminar.
-Tú, chica estúpida, ¿es que no lo entiendes? –Estaba empezando a ruborizarse, -te estoy dando la oportunidad de tu vida. Te diciendo que puedes salir conmigo. Aunque por supuesto, nunca llegarás a la altura de mi hermana. –Y desvió la mirada cuando sus ojos se cruzaron con los míos. Estaba rojo. ¡Qué mono! ¡NO! Valeria, no caigas en sus sucios juegos, te está intentado comprar. –Aunque naturalmente, seguiré fingiendo que te odio, en la Uni. Pero en privado, te permitiré hablar conmigo. -¿Pero de qué coño está hablando este tío? –Bien, ¿no estás contenta?
Me tomó un cierto tiempo para contar de 10 a 0. Una vez hecho esto, intenté hablar lo más detenidamente que pude. Con los retrasados mentales hay que tener paciencia. -¿Sufriste algún tipo de daño cerebral cuando te di el puñetazo esta mañana? ¿En serio crees que podría ser feliz así?
-Pues claro, si aceptas, vivirás una vida llena de lujos y facilidades. No tendrás que trabajar más y vivirás como una reina. –Estaba confundido, pude vérselo en la cara. En serio pensaba que era eso lo que quería… Yo sería una pobre inocente, pero él era otro también. –Soy el primogénito del imperio Domioyi. No hay nada que no pueda comprar con dinero. Poseo sucursales repartidas por todo el mundo. Unas acciones en bolsa que controlan el mercado mundial. Tengo 10 islas privadas, todo tipo de coches, aviones y barcos. Podría comprarte hasta un pequeño país entero…
Recuerdo aquel momento en el coche cuando desee poderle meter un pie en la boca. Y lo conseguí, no le dejé terminar, porque le lancé el tacón directamente a la boca. Bingo. Suerte no tendría, pero la puntería era algo que siempre lo había tomado como un don. Que satisfacción. Y que tonto era, ni siquiera se dio cuenta de que me estaba quitando el zapato, con lo ensimismado que estaba metido en su mundo fantástico.
-¿Dónde está mi uniforme? Quiero cambiarme. –Dije mientras me limpiaba el maquillaje de la cara con todo mi pesar, con un pañuelo que traía. Ni siquiera me paré en preguntarle porqué había decidido hacer todo eso. No me importaba, seguro que era alguna parte de un plan para ridiculizarme o quería reírse de mí o se le había ido la cabeza. –Intentaré pagarte el corte de pelo de mi salario.
-¡Pero qué haces! ¡No seas terca! ¡Eres muy orgullosa! –Dijo muy irritado.
-No me tomes por un objeto. ¿Crees que puedes comprarme? Siento mucho contradecirte… ¡PERO NO ESTOY EN VENTA! -y me di media vuelta camino de la puerta para irme.
-¿Qué estás diciendo? ¿Pero qué te crees que estás haciendo? ¡Soy el tipo de persona con poder en todas partes! ¿Quién te crees que eres? –Ahora sí que se había enfado bien pero bien. Pero yo lo estaba aún más, y encima indignada también.
-Yo no soy una niña pija de esas a las que les das riqueza, poder y lujo y se les caen las bragas. Así que no se ocurra compararme con ellas. –Dije girándome, con un brazo en la cintura para imponer más. Lo miré de una manera, que esta vez sería yo la que atravesara con dardos venenosos a él. Pero es que de verdad me sentía así. Podían compararme con cualquier cosa, incluso con un asesino sádico en serie, pero no con una de esas hipócritas pijas. Y me fui. Eso sí, no antes sin ver la cara de pasmarote y sorpresa que se le había quedado. No dijo nada, sólo se quedó con la mirada desencajada. Aún permanecía ruborizado.
-¡Señor! ¡Señor! ¡Ella se está marchando! ¿Hacemos algo para impedirlo? –Dijo uno de los guardas a Bryce, que ya había vuelto en sí.
-¡Qué mujer! –le oí murmurar. ¡Bien! Había surtido efecto mi intención de dejarlo sin palabras y tragarse las suyas. –Lo conseguiré mañana.
Me llevó un rato ir caminando desde la puerta de la casa hasta la salida a la calle. Había que atravesar un inmenso jardín. Más grande incluso que el de la Uni. Y eso era ya ser grande. No me perdí porque seguí la carretera por donde llegaban los coches a la puerta. Antes de salir, me giré para ver por un último momento aquella casa de ensueño. Parecía un edificio oficial, tipo Palacio del Congreso, o la propia casa Blanca. Más quisiera tener los presidentes españoles una casa la mitad de grande que la de Domioyi. Me estuve planteando si había hecho bien. Realmente había desaprovechado la oportunidad de mi vida… Pero es que tiene que aprender que el dinero no lo compra todo, ¿o sí? A esas alturas ya pensaba que sí…
Al salir fuera me encontré con Aaron que entraba.
-¿Qué estás haciendo aquí? –Me sorprendió su voz. Sonaba igual que siempre. No enfadada e irritada como esta mañana.
-Eso podría preguntarte yo a ti. –Fue lo primero que se me ocurrió.
-Vivo aquí. –Sin comentarios… Era un hecho científicamente comprobado que cuando me encontraba con Aaron, perdía coeficiente intelectual o se me dormía las neuronas o es que ese día era casualidad porque el cloroformo todavía me tenía ida y no en mis santos cabales.
-Cierto… -y en ese momento recordé cuando Bryce dijo que no tenía posibilidades con Aaron. Cuando lo dijo lo ignoré, pero ahora que lo tenía justo en frente de mí, sentía cómo esas palabras me golpeaban con más fuerza.
-Bueno, nos vemos. –Dijo con ademán de entrar al jardín.
-¡Espera! –Tenía que buscar cualquier excusa para alargar ese pequeño momento con él.
-¿Qué? –Se giró hacia mí.
-Mmm…-Lo había llamado instintivamente y ahora no sabía qué decir. -¿Crees que hay algo que no se podrá comprar nunca con dinero? –Bien Valeria bien… ¿No tenías algo más gilipollas que preguntarle? Así se ahorraría la duda de si eres retrasada o no…
Se quedó pensando. Seguro que estaba pensando lo estúpida que era…
-¡Da igual! ¡He dicho una tontería muy grande! –Al menos, si lo reconocía, pensaría que no era tan idiota después de todo… ¿no?
-Este momento, por ejemplo. -¿Cómo? Había respondido, no me lo esperaba. –Los momentos nunca se podrán comprar. Podrán pagar para que lo reproduzcamos, pero ya no serían reproducidos a conciencia, ya no serían espontáneos y especiales como el original…
Tenía que estar soñando, ese momento caló en mi corazón para siempre. Parecía mágico. Único. Irrepetible. Sólo de nosotros dos. Pero para no romper la costumbre, volví a preguntar algo no coherente.
-¿Estás enfadado conmigo por lo de esta mañana? –Sabía que estaba rompiendo el momento, pero necesitaba saberlo para sentirme bien conmigo misma. Ya, había hablado tan normales el otro día en la tienda, pero no sé por qué, pero no me quedaría tranquila hasta escucharlo de su boca. Creo que soy una persona que se come demasiado la cabeza…
-¿Yo? ¿Cómo podría estar enfadado con una preciosa chica extraña? –Y sonrió. Sonrió de una manera que me pareció que este mundo era un lugar mejor. Como si esa sonrisa pudiera llenar todo el vacío interior y eliminar los sentimientos negativos. Sonrió de un modo tan inocente, que tuve que resistirme por no abrazarlo. Me había enganchado a esa sonrisa, seguramente mi mundo no volvería a ser el mismo después de haberla visto. Era como si la necesitase para vivir.
Se fue. Entró a casa. Y yo me quedé allí, parada, de pie. Me sentía aturdida. Como si lo que acababa de vivir fuera un macabro sueño que quisiera acabar con mi “estabilidad mental”. Tal vez todo era irreal y se lo había inventado mi cerebro. Aquel momento había sido tan perfecto que no podía ser verdad. Seguramente sería por los efectos que el cloroformo seguía teniendo sobre mí. Quizás era el mismo aturdimiento que siente un oso después de terminar la hibernación
Pero ese aturdimiento no impidió que las palabras de Bryce y Angela, se clavaran como un puñal directo al corazón. Decidí pensar que era mentira. Que aunque fuera poco probable, Bryce y Angela se hubiesen puesto de acuerdo para hacerme daño y se hubieran inventado eso. Pero esa puñalada dolía. Dolía mucho. Parecía que cuando me encontraba con Aaron, todas mis defensas se venían abajo. Pero no, no me duele, no hay ninguna razón para que lo haga. Yo no estaba enamorada de Aaron. Sin embargo, aunque siempre se me había dado muy bien auto engañarme, precisamente ese día no estaba yo muy espabilada. Tal vez si mi coraza hubiera estado algo más que al 5%, lo habría conseguido. <No tienes probabilidad ninguna con Aaron> Se clavó una vez más.