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Refranero

martes, 28 de agosto de 2012

Capítulo 59: ¿Una señal?


Capítulo 59: ¿Una señal?
Queriendo creer que así era cómo debían estar las cosas por aquella hipótesis que saqué para no dejar a los niños solos en su casa y salir corriendo a buscarlo, subimos arriba. Sin mediar palabra, ellos se pusieron el pijama y yo me fui a la cocina a hacerles de cenar. Pusimos la calefacción y aquella estancia fría cobró vida. Les hice unos sándwiches de la crema de cacahuetes que a los americanos tanto los gusta y les freí unas croquetas que encontré en el congelador. A mí se me había cerrado el estómago y no tenía ganas de comer. La tele estaba puesta pero nadie prestaba atención. No era un silencio incómodo, era un silencio de ausencias. Ausencia de cosas que se pueden decir para animar…
Me llevé a los niños a mi casa mientras me duchaba. Aproveché para cambiarme las gasas cogidas con esparadrapo que Bryce me puso del botiquín de su coche. Me dolía más que no estuviera allí conmigo que el arrancarme el pegamento de la piel y los vellos de la cara. Pegué un tirón y me la quité de golpe. No quería ir lentamente, dolía durante más tiempo y me estaba poniendo enferma. Con la del cuello hice un tanto de lo mismo. Me las curé con mercurio y una gasa limpia. Me miraba en el espejo y reconocí un rostro apesadumbrado y sombrío que no reconocía en mí. Me las curé rápido y sin mucho empeño, queriendo escapar de aquella visión cuanto antes. Iba a dejarme cicatriz, pero no era eso lo que me preocupaba, sino recordar lo que tenía entonces y no tenía ahora… Salí ya vestida con el pijama, con estos niños no me atrevía a salir en toalla, que capaz y todo de volver a ocurrir una situación extraña. Cuando los llevé de vuelta a su casa, que estaba a tres puertas más allá de la mía en mi mismo bloque, y empecé a prepararles las camas, me dijeron que querían dormir conmigo. No les puse ninguna pega, es más, me alegré y todo. Hoy lo menos que quería era una cama vacía. No sabía el porqué de esa extraña petición, imaginé que tendrían todavía el miedo metido en el cuerpo por lo ocurrido hoy en el metro.
Pero me equivocaba, lo supe cuando tras arroparnos los tres en mi cama doble y ver que teníamos la posición más cómoda para dormir, Rafael me dijo <volverá, ya lo verás.> No eran ellos los traumatizados… Ya los había acostumbrado yo a encajar momentos “desagradables”. Supe que en el fondo estaban preocupados por mí y sabrían que no quería dormir sola. Estaba yo acariciándoles la cabeza a cada uno con cada mano para que se durmieran, sin saber que lo hacía para mí misma, para darme calor a mí misma, cuando me sorprendió diciendo eso. Di gracias por ello. Tal vez estos niños no me habían traído mala suerte al impedirme ir tras Bryce, tal vez estos niños habían sido una bendición para no permitir que esta noche yo me autodestruyera sola en mi cama. Lo que tenía que pasar, tenía que pasar, y no podía echarle la culpa a la presencia de estos niños.
Esa noche me dormí al momento, sin pensar en nada, sólo en no parar de mover las manos para acariciar sus pequeñas cabecitas. A la mañana siguiente me desperté a las ocho y media y me levanté sin molestarlos, con mucho trabajo, eso sí, puse a prueba toda mi habilidad en el contorsionismo, y les preparé el desayuno. Lo cual consistió levantar el brazo, abrir el armarito de la cocina que está en alto, subir el otro brazo, coger los vasos, bajar el brazo de los vasos, cerrar el armarito, bajar el brazo que lo mantenía abierto, girarme, dar un paso, levantar el brazo, abrir la puerta del frigorífico, coger la leche, sacarla, cerrar la puerta del frigorífico, girarme, dar otro paso, abrir la despensa, mover el brazo, coger galletas y magdalenas, ponerlas sobre la encimera, cerrar la despensa, coger la botella de leche, girar el tapón, abrirla, verter la leche en los vasos, girar el tapón, cerrarla, girarme, dar un paso, abrir la puerta del frigorífico, guardar la leche, cerrar la puerta, girarme, dar un paso, elevar el brazo, mover la mano, flexionar los dedos, coger las servilletas, coger con la mano libre la bandeja, ponerla en la encimera, soltar las servilletas encima, poner sobre la bandeja los vasos con leche, las galletas y las magdalenas, caminar hasta la mesa del salón, un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro paso…
Sí, me estaba obligando a mí misma en pensar todo lo que tenía que hacer en vez de dejarlo en modo automático mientras dejo volar libre mi cabeza porque no quería pensar en la noche de ayer. Y sí, se me estaba dando fatal. Y sí, no tenía nada mejor que ponerles de desayunar. La despensa estaba vacía, el frigorífico parecía un plato de ducha con rejillas y en mi monedero había un agujero negro.
-¡Venga! ¡A levantarse! Que no quiero que venga muestra madre y os encuentre durmiendo. No vaya a pensar que sois unos flojos. –Dije con más energía de la cuenta levantando la persiana de mi cuarto. Hablaba con fingida alegría y amabilidad. Como si fuera un payaso que intentara sacar sonrisas a los niños y congraciarse con ellos. Los niños se retorcían en la cama.
-¡Y qué más da que lo piense! ¡Lo somos! ¡Tarde o temprano tendrá que aceptarlo! –Mario se cubría los ojos con las manos.         
-¡Eso! No va a vivir engañada toda su vida, por eso cuanto antes se desengañe ¡mejor! –Rafael escondía la cabeza debajo de las sábanas. Si eran unos mocosos… ¿Qué iban a saber estos de aceptar la realidad y los desengaños de la vida? En esta sociedad cada vez se nace más viejo…
-Me da igual. Os he preparado el desayuno y tenéis que tomároslo. –Y puse los brazos en jarra esperando su respuesta. Abrieron un ojo cada uno, me miraron con desprecio y volvieron a esconder la cara.
-Nos caías mejor cuando te volvías loca al otro lado de la ventana… -Eso me dolió. Me quedé un rato callada, recordando. Aquellos tiempos me parecían ahora tan lejanos… Rafael no fue consciente de lo que me había dolido eso.
-Venga, que hay galletas y magdalena con leche. –Seguí hablando con mi buena cara como si no hubiese escuchado nada. –A mi me caíais mejor cuando pensaba que eráis unos niños obedientes. Me habéis decepcionado. –Opté por la psicología de la decepción a ver si tocando su fibra sensible conseguía algo. Y así fue, tras unos segundos de intenso debate interno entre salir de la calentita y acogedora cama para aguantar a alguien que no soportaban y comerse un desayuno de pobres a seguir durmiendo en aquel sitio donde tan a gusto estaban, se fueron a desayunar. Serían muy listos, pero seguían siendo unos niños. Me miraron somnolientos y pronto los tuve en la mesa comiendo. Un punto para mí.
-Nos levantamos para que no sigas dándonos la brasa, no pienses que ha funcionado tu táctica de hacernos sentir mal. –Dijo el pequeño Mario. Punto menos para mí. Pero mira que eran listos los mocosos estos… ¿Qué les daban de comer ahora? ¿Grand Suizze en vez de Petit Suizze?
-Vaya, gracias. –Dije sonriendo de oreja a oreja con los ojos cerrados. ¿Se me notaría mucho la cara de pésima actriz?

A las nueve y media acabamos de desayunar. En cuanto acabamos, nos fuimos a su casa y ahí estuvimos esperando hasta que Raquel llegó poco después antes de que dieran las diez. Yo estuve haciendo sudokus, Rafael dibujando y Mario viendo la tele cuando ella apareció al otro lado de la puerta. Mi encantadora vecina me lo agradeció enormemente. Le pregunté por la hermana y la operación. Me dijo que estaba bien por ahora pero que debían pasar unos días en observación antes de pasarla a planta para ver cómo evolucionaba. Eso la llevaría estar unas noches más fuera de casa. Yo le dije que no tenía problema y quedamos en que esa noche volvería a las nueve.

Ese domingo cuando me quedé sola en casa no supe qué hacer. Decidí que antes de arreglar mi vida, tenía que empezar arreglando mi casa. Si iba a volver a la normalidad con Bryce, si es que alguna vez la tuvimos, no pasaría nada si lo hacía unas horas más tarde después de hacer la compra y limpiar la casa. Si seguía así, las pelusas formarían un sindicato o una comunidad de vecinos. ¿En serio había podido estar viviendo así? Creo que la burbuja en la que me había encerrado el tiempo que estuve “peleada” con Bryce sólo me daba para respirar y no atragantarme con mi saliva. Porque a aquel estado ni podría llamársele “vivir”. Y es que ni darme cuenta de las condiciones en las que tenía la casa… Un milagro que me fuesen bien los exámenes, vamos.

Así que puse la radio, me arremangué las mangas, me puse la ropa más vieja que tenía y con una fregona en una mano y una bayeta en la otra me sentí la reina de la casa. A falta de mopa, bienvenida era una escoba. Se la pasé a todo el suelo de la casa sin dejar un hueco. Moví sillas, sofás, armarios, muebles, la mesa, la cama y hubiera levantado las losas para limpiar debajo si hubiera hecho falta también. La fregona dejó el suelo brillante y reluciente, casi podría haberme visto reflejada en él si le hubiera pasado una pulidora. En un momento me puse a hacer un solo de guitarra deslizándome de rodillas por el suelo después de arrojarme a él como una loca con la fregona en la mano. Movía la cabeza de arriba abajo. En ese momento miré hacia la ventana, esperaba encontrarme a los niños mirándome sorprendidos y pensando que ya no estaba deprimida. Me equivoqué. ¿De qué me sorprendía? Lo que planeo no me sale bien, y lo que me ocurre de la nada siempre es en el peor momento.

El cuarto de baño quedó reluciente. Me deslumbraba y todo al ver la luz de la bombilla reflejada en la superficie de mármol del lavabo. Ni un pelo a la vista, ni una mancha de jabón. En la cocina por limpiar hasta el recoveco más escondido, limpié hasta los filtros del extractor. Parecía una cocina nueva después de hacer pasar mi mano de hierro por ella. Ahora sólo me falta devolverle la vida a la despensa y al frigorífico… Y a mi monedero también. Me arreglé y salí a la calle dirección al banco para sacar dinero. Estar sola conmigo misma y mis pensamientos es muy duro. Estuve pensando en llamar a Bryce una vez colocase en casa todos los alimentos. Como estrictamente no tenía más motivos por los que preocuparme por ahora, despejé la mente cantando canciones para mí por la calle de camino al súper.

Como me atemorizaba marcar el número de Bryce y descubrir que no cogía el teléfono o colgaría, el tiempo que tardé en volver a casa después de las compras me pareció demasiado corto. Y eso que había puesto especial empeño en tomarme mi tiempo con todo. Mirando desde los ingredientes hasta la fecha de caducidad. Me llevé media tienda casi. Iba a almorzar y cenar en condiciones por una buena temporada. Mi monedero siguió dando pena, pero al menos ya mi cocina no. Llegó el momento. El momento de afrontar la realidad. Saqué el móvil del bolso, me fui a contactos, busqué su nombre y… me acordé de que no había comido nada desde mi pobre desayuno.

Con el estómago vacío no hay quien afronte los problemas. Decidí entonces prepararme unas deliciosas empanadas para comer. No de las que vienen listas para freír. No. Me paré mi tiempo en hacer la masa de pan y de contenido. Iban a ser de pescado. Que también me molesté en preparar cuidadosamente. No había prisas. Bryce no iba a aceptarme o rechazarme porque tardara una o dos horas más. Sí, era una cobarde, y sí, retrasaba lo inevitable. Pero tenía hambre. Una vez sacié mi apetito gustosamente, me volví a convencer de que tenía que hacerlo. Cogí el móvil, me fui a contactos, busqué su nombre y le di al botón de llamar. No tuve que esperar mucho hasta obtener respuesta. Me salió el contestador. El móvil estaba apagado o fuera de cobertura me comunicó una voz de mujer robotizada. Vaya, había contado conque el móvil sonaría sin respuesta o me colgaría, pero no con el contestador. No podía quedarme esperando a que volviera, y fui al único sitio donde podía ir. Su casa.

No me llevó mucho tiempo tomar esa decisión. Hoy lo veía todo claro como el agua, como si fuese evidente y no pudiera ser de otra forma. No sabía por qué, pero no estaba triste. Cuando ocurrió todo estaba un poco incrédula, dolida, desanimada. Pero si pensaba que todo se solucionaría, lo más que podía tener era impaciencia porque eso ocurriese pronto… Y lo pensaba. Nada de preocupaciones o tristeza. Así con paso firme, volví a montarme sola en el metro, sin miedos, y pronto estuve en la mansión Domioyi. Que estaba a veinte minutos andando desde la parada. Sí, es lo que tienen los barrios residenciales ricos, que están muy lejos de todas partes. Sin pensármelo dos veces y sin necesidad de convencerme de que debía hacerlo, pulsé el botón del telefonillo con cámara en el que una vez Katy me prohibió entrar. Esperaba tener más suerte esta vez.

-Residencia de la familia Domioyi. ¿Qué desea? –Era el mismo saludo con el que me habían recibido la última vez que llamé al telefonillo. Solo que ahora no era la voz de teleoperadora que me recibió la prima vez, la de Katy. Esta era más cercana y amable. Me motivé y todo.
-Hola, soy Valeria Spinoza, venía a… -Y me la voz al otro lado del altavoz me cortó para hablar.
-Ah sí, pase, la estábamos esperando. –Y la pesada verga de hierro empezó a abrirse lentamente. ¿Que me estaban esperando? ¿Bryce estaba allí y había dicho que esperaba verme? No quería creer que se estaba haciendo el duro esperando a que fuera en su busca. No, debía ser otra cosa.

Caminé por el empedrado admirando el jardín por el que tantas veces había pasado y en el que tan pocas ocasiones había tenido de ver en condiciones y admirar en toda su grandeza. Fuentes de diferentes estilos, a cuál más bonita, varios quioscos de música, senderos entre arbustos laberínticos, setos podados imitando animales, zonas temáticas con plantas de distintas zonas climáticas, caminitos de piedras, lagos, estatuas… Nunca pararía de maravillarme. Me encantaba el jardín de la Uni, pero adoraba el de la casa Domioyi. Cuando me di cuenta, me encontraba ante las escaleras de la puerta principal. Los leones a cada lado ni siquiera me miraban. Pero molaban un huevo. Incluso dos. Subí cada peldaño de piedra y golpeé con el pomo. Una vez. Al segundo después me abrieron la puerta de madera como si me hubiesen estado esperando justo detrás. Una dama con el uniforme del servicio de la casa me esperaba con una cálida sonrisa detrás de la puerta. Con el pelo negro como el azabache y los ojos verdes como dos esmeraldas. Tendría sus treinta y pico años, ninguna cana a la vista y mucho menos un afloramiento de arrugas. Era guapísima. ¿Por qué  no hago nada más que toparme con bellas mujeres que me bajan la autoestima? Dimito…

-Buenas tardes señorita. Los señores la han estado esperando pero al ver que usted no venía, decidieron comenzar sin usted. Espero les perdone. –Me trataba con una amabilidad no forzada.

Era la primera vez en mi vida que recibía este trato. Con su cálida sonrisa, la mujer se excusó por todos y me invitó a seguirla. ¿Qué señores? ¿Empezar qué? Ahí había algo que se me escapaba. Había estado un par de veces en aquella casa y no había visto ni una quinta parte de lo que era. Al menos reconocí el gran salón en el que Bryce me ofreció una vez salir con él si lo manteníamos en secreto. Me reí para mis adentros. Qué lejos quedaba ya aquel tiempo… Han pasado tantas cosas desde entonces… La amable mujer me presentó al entrar y se marchó tras despedirse con otra cálida sonrisa. Allí estaban sentados alrededor de la mesa Liam, Leo y Tori. Ni uno más ni uno menos. ¿Me estaban esperando? Ahora sí que tenía seguro que me esta perdiendo algo.

-¡Hombre! ¡Benditos los ojos que te ven! –Leo se levantó de su asiento nada más verme aparecer por la enorme puerta de madera con cristales. Se encaminó hacia mí con los brazos abiertos a modo de “Aleluya”. Tuvo que rodear toda la alargada mesa.
-¡Te habíamos estado llamando pero no respondías las llamadas! Nos asustaste. - Liam se alegraba de verme, lo vi en su cara. Pero había reaccionado tarde para darme la bienvenida, así que decidió quedar en su asiento tras un amago de levantarse que hizo.
-¡Valeria! ¡Al fin! Sentimos no haberte esperado lo suficiente. Ya creíamos que no vendrías. -Tori estaba de espaldas a mí y se giró en su silla tras las voces de Leo. Ahora llevaba la brillante y abundante melena negra y lisa que le caía por toda la cabeza como una cascada infinita con la que la recordaba en sus fotos. Era muchísimo más guapa de lo que ya parecía en ellas.

Estaba más perdida con lo que estaba pasando que una letra en un sudoku. Por entonces, ya Leo había llegado hasta mí, y no había ido andando a paso lento, para exagerar su efusividad había ido ligerito, la verdad, pasa que la sala era bastante amplia. Había que ir con paciencia para desplazarse de un lado a otro. Me rodeó con sus brazos y me dio unas palmaditas en la espalda cortésmente. Se apoyó en el suelo con una rodilla, cogió mi mano delicadamente, hizo como que me iba a besar en los nudillos pero se besó su dedo gordo. Como los caballeros de la época victoriana. Qué le gusta a este chaval una escenita… Lo miré escéptica.
-Bienvenida, princesa. –Dijo con una voz empalagosa que me hacía sangrar los oídos.
-Dios, Leo, me has puesto los vellos de punta. –Dije con cara de asco. Mirándolo todavía en el suelo, agarrando mi mano con fingida cortesía.
-Ese es el plan. –Y me guiñó un ojo con el que me volvió a entrar otro repelús que me recorrió todo el cuerpo. Espeluznante.
-No creo que nos refiramos exactamente a la misma reacción. –Y no pude contener mi cara de repulsión hacia ese ser extraño al que estaba imitando. ò_ó ¡Era absurdo! ¡Estaba en esta casa para venir a buscar a Bryce porque me había dejado ayer por un cacao mental que él tenía en su cabeza y me encuentro con que me estaban esperando sin yo saberlo para que ahora Leo me lance indirectas en su juego sin comprensión!
-Eso está demás, bella flor, si consigo mi cometido. –Volvió a poner esa mirada de Don Juan que había perdido unos segundos intentando aguantar la risa ante mis expresiones. Con las cejas levantadas y la sonrisa picarona. Escalofriante.
-¿Ensayando para alguna obra de teatro? –No me extrañaría que afirmara. La verdad… Este es de los que no saben con qué sorprendente.
-Sí, para la de “Tomemos el pelo a Valeria” –Dijo levantándose del suelo y dejando caer mi mano mientras se daba la vuelta y volvía caminando a al mesa dándome la espalda como si tal cosa. Se giró a mitad de camino y me sacó la lengua juguetonamente. Típico. Yo intento dejarlo tirado y él lo aprovecha para dejarme tirada a mí…
-No le eches cuenta, Valeria. Ya lo conoces. Me ha estado contando cuánto le gusta estar contigo y lo mucho que se divierte con vuestras competiciones. –Dios… A saber lo que habrían contado… Tori se había levantado de su silla y se fue a mí para abrazarme tiernamente. En un segundo estaba sentada a la mesa junto a ellos. –Avisaré a Sarah para que te ponga de comer. –No se volvió a sentar, emprendió el camino al pasillo para avisar de la noticia una vez me acomodó en mi sitio.
-Espera, un momento Tori. Yo ya he comido. –Hablé rápidamente para que no tuviera que alejarse mucho y volver a recorrer la larga distancia del salón. Se paró en seco y me miró desilusionada.
-Oh vaya, quería que probaras la carne ensobrada sobre huevo agitado y astillas de pan y la pasta aserpentinada con tomates acebollados en fusión tan buenos que prepara Sarah… -Puso la vos tristona y los ojos y las cejas caídos mientras volvía a la silla. No me enteré de nada ¿Que quería que probara el qué? Aquellos nombres eran demasiado snob y sofisticados para mí. De restaurante caro pero de platos poco abundantes. Aunque no desconfié en ningún momento de que trajera gran cantidad, para saciar a Liam y Leo no es suficiente un exquisito sabor. -¿Seguro que no quieres nada? ¿Estás llena? ¿Algo de beber? –La miraba con cara de disculpa.
-No, lo siento Tori. –Me dolía rechazárselo con esa carita de ángel, pero no me apetecía nada. Mis deliciosas empanadas me habían llenado por completo.
-Bueno, no pasa nada, no te sientas obligada. –Dijo ocultando su desilusión tras una amplia sonrisa. Ahora que caía. ¿Sería Sarah aquella amable mujer que me había atendido al telefonillo, abierto la puerta y guiado hasta aquí? La había escuchado nombrar varias veces antes. Fue la que cuidó a Bryce y Aaron en ausencia de sus padres. Sin duda debía ser ella. Se le veía el amor y el cariño rebosante por todos lados. Sonreí tiernamente en mis pensamientos. Liam me sacó de ellos.
-Si llegamos a saberlo, no te esperamos tanto tiempo para comer… -Dijo Leo con cara de desprecio. Dios, algún día me gustaría verlo siendo él, sin actuar. Aunque tal vez no sería él si no actuara.
-Te has perdido un gran manjar Valeria. Sarah cocina de maravilla. Es una pena que no lo sepas, porque deberías arrepentirte por el resto de tus días. –Liam giraba la cabeza a modo de reproche.
-¡Pero si a mí nadie me ha avisado! Sé que me tenéis por una chica lista y tal, pero de ahí a adivina no llego. –Ya me había estresado tanta ignorancia. No tenía ni idea de lo que hablaban. Liam y Tori miraron a Leo acusatoriamente. Él parecía haber sido el encargado de avisarme. Y había fallado.
-¡Cómo que no! ¡Te he llamado varias veces y dejado varios mensajes! Yo no tengo culpa de que no eches cuenta al móvil. - Se estresó ante haber fallado en su responsabilidad. Se echó hacia adelante en la mesa, en la cual ya no había platos porque ya habrían sido recogidos, para mostrar más convicción.
-¿Y a qué número lo has hecho? Que yo sepa nunca te he dado el mío. –Respondí extrañada. ¿Él también lo había investigado de mi expediente en la Uni? No lo veía yo para tanto…
-Ya sé que no me lo has dado. Pero me llamaste una vez y lo guardé entonces. –Entonces comprendí todo. Ahora era yo la que había ganado el punto y ni siquiera había tenido que hacer nada. Empecé a reírme descabelladamente. Con descaro. No podía parar ni intentar ser menos escandalosa. Todos en la habitación me miraban como si estuviera loca. Hablé para que todos empezaran a reírse conmigo y fuera Leo el que mirara al resto desconcertado.
-Yo sólo te he llamado una vez en la vida, ¡y lo hice desde un teléfono público! Jajaja. –A pesar de recordar aquella vez en que yo buscaba desesperadamente a Bryce esperando como una loca tener noticias de él, no paré de reírme. -¡Has estado invitando a comer a una cabina telefónica! Jajaja. –Y tal y como supuse, Tori y Liam se unieron a mis carcajadas, viendo como Leo nos miraba pasmado. Cuando más lo miraba, más me reía. Tuve que secarme las lágrimas con las manos. Al fin calmé un poco. Tori y Liam seguían riendo. Todos a costa del fallo de Leo. -¿Recuerdas cuando me cambiasteis de tema descaradamente en el estanque antes de caerme para no decirme que me habíais visto en las revistas con Bryce? Esto es el karma. –Dije apuntándolo acusatoriamente con el dedo. –Ya te llegará a ti también. –Y desplacé el brazo para apuntar a Liam. Que me miró sin echarme demasiada cuenta.
-Bueno, y si no estás aquí por eso. ¿Por qué has venido? –Dijo enfadado encogiéndose en su silla. Que por cierto, tenía reposabrazos y era acolchada por la espalda y el asiento. Ostras, lo había olvidado por completo. Él quería cambiar de tema y lo había conseguido, ahora todos me miraban expectantes e intrigados.
-Ve apuntando mientras tu número en mi móvil. Que no me fio más de este personaje. –Liam me pasó su móvil y le echó una mirada graciosa a Leo. Era un SmartPhone enorme. Una pantalla gigante y táctil de una calidad increíble. Ni mis ojos ven los paisajes así. Qué triste… Me fui a los contactos y apunté mi número, sin prisas, ganando tiempo para pensar qué decir. Le entregué el móvil lentamente, disimulando que quería ganar tiempo al improvisar un desmesurado cuidado.
-Pues había venido a buscar a Bryce. –Dije tan pancha. Era la verdad. Sólo había omitido los motivos. Se me quedaron mirando sin saber qué decir, al igual que yo a ellos. Se miraron interrogativos. ¿Ninguno lo sabía?
-No lo sabemos. Nosotros sólo nos hemos presentado aquí de imprevisto para visitar a Tori. Te avisamos para que vinieras con nosotros sin saber quién había en la casa o no. –Respondió Liam sinceramente. Con cara pensativa. Leo asintió y Tori también. Guay. Bryce estaba en paradero desconocido. Lo que yo quería… Sentí que la alegría que me inunda siempre al ver a mis dos chicos preferidos, se desvanecía en un momento.
-¿Habéis montado una fiesta sin mí? –Una voz ronca, de recién levantado, emergió de la garganta de Aaron, al otro lado de la puerta por la que yo entré minutos atrás. Con cara de haber estado durmiendo mucho tiempo y todavía en pijama, se estaba frotando los ojos.  ¿Por qué estaba tan jodidamente irresistible? Para comérselo a besos.
-¡Aaron! Todavía no ha llegado la primavera, aun es invierno. Sigue hibernando, nosotros te avisamos. –Liam se levantó a darle unos golpecitos en el brazo para despertarlo. Y mira que hay distancia separándolos y tiempo en llegar hacia donde estaba él… Pues Aaron todavía seguía frotándose los ojos sin reaccionar. Se asustó incluso y se miró las manos desorientado. ¡Tan tierno!
-Bah… Me voy a dormir. Sólo venía a ver quién tenía tanto jaleo formado aquí abajo. Me habéis despertado con tanto escándalo. –Y se dio la vuelta adormecido todavía para volver a su nido. Qué propio él. Jajaja. Él no tiene nada que ver con nadie. A su bola él es feliz. Y eso es lo que me enamora de él.
-¡Quieto parao! –Y se paró. Más por flojera que por obediencia. Leo hablaba como un militar al mando desde la mesa. Se levantó y con paso firme se dirigió hacia él. Lo asió de los hombros y lo condujo a un asiento. Justo a mi lado. Lo sentó ayudado de Liam, que retiró la silla de la mesa. Me seguía resultando gracioso que siguiese aturdido. Abrió los ojos y miró sorprendido a su alrededor, como si no recordara nada de lo que había pasado y se hubiera teletrasnportado por arte de magia de la puerta a la silla. Qué Aaron este… Me miró reconociendo el lugar, giró la cabeza para seguir mirando, y volvió la vista a mí. Antes me había mirado, pero ahora me había visto.
-Hola. –Dijo como si nada. ¿No veía raro que estuviese allí? Aunque tal vez no estaba mentalmente despierto todavía como para darse cuenta de ello. Exacto, volvió a dormirse. Con los ojos abiertos. Dando cabezadas al aire. Impresionante.
-¿Cuántas horas lleva durmiendo? –Pregunté impresionada. Tori fue la que me respondió entre levantamientos de hombros que indicaban ignorar la respuesta a mi pregunta.
-Pues ayer estuvimos viendo una peli juntos y se quedó dormido a la mitad. Sobre las doce. Ya estoy acostumbrada, pero nunca dejaré de sorprenderme por guiarlo andando a la cama mientras está dormido para no recordar nada al día siguiente de eso. –Y lo miró maternalmente, con ternura en sus ojos de hermana mayor. Debía ser duro para ella vivir tan distanciado de ellos. Se palpaba en el ambiente que los quería con locura. –Pues yo creía que Bryce estaba contigo. Valeria. –Tori reanudó el tema que habíamos pospuesto por la aparición estelar de Aaron. A mí se me había olvidado ya.
-No… Por la noche nos separamos. –Seguía sin mentir. Sólo ocultando motivos. O al menos quería creer para sentir que tenía menos delito mi omisión de verdad.
-Aaron, despierta, Bryce no aparece desde ayer por la noche. ¿Sabes algo de él? –Tori se veía preocupada. Tenía entendido que eran normales las desapariciones de Bryce. Aaron reaccionó lento.
-No. Sabes que coge el coche o la moto y va a cualquier parte. Siempre que le pregunto dice sitios distintos. –Impresionante. Se despertó de repente y su cara dejó de mostrar rostros de adormecimiento mágicamente. Tori se acercó al teléfono fijo que había en una lujosísima cómoda y marcó lo que pensaba que era el móvil de Bryce. Yo esperaba incluso más expectante que ella. Para esperar otra negativa…
-No responde. Tiene puesto el contestador automático. –Su cara de desilusión antes de hablar ya me había quitado cualquier duda. Me levanté de la mesa. No muy seria ni preocupada, no quería alarmarlos.
-Pues nada. Me voy a casa. Quiero repasar unas cosas. Me quiero acercar mañana a la Uni a ver si me pueden hacer el examen que no pude hacer. Gracias por todo. –Me levanté de la mesa con una sonrisa de agradecimiento.
-Oh vaya, si es por eso te dejamos. Porque ahora íbamos a irnos a la sala de juegos a pasar la tarde. –Dijo Tori volviendo a su asiento.
-Sin problemas. Otro día que estemos todos me invitas y vamos. –Me disculpé con una sonrisa que le bastó por entonces.
-Buah, si viene Valeria yo no vengo. –Dijo Leo en tono pasota. Niño chico… Seguía mosqueado por lo de la cabina telefónica…
-¡Venga ya Leo! ¡Si seguro que ya estás buscando un día en el calendario para planearlo! –¡Vaya con Liam! ¡Él aprovecha para picar a cualquiera!
-¡Anda! ¡Cállate! –Y le lanzó una bola que hizo con la servilleta justo a la cara. ¡Diana! ¡Qué velocidad y precisión! Eso sí, en la mano de Liam que estaba justo delante del centro de su cara. Estos chicos son la monda.
-¡Casi! –Liam estaba en racha hoy. Jajaja. Los dos se levantaron para iniciar un forcejeo cariñoso. Los estuvimos observando unos segundos, pronto pasamos de ellos.
-No sé si ofrecerte un coche y un chofer para volver a casa. Gastón se quedó muy sorprendido cuando rechazaste que te llevara al trabajo. –Tori me miró dudosa y divertida. Oops, lo recordaba. Pobre chofer.
-Tú estabas dentro, montada, ¿verdad? –Seguro que era ella la sombra oscura que vi tras los cristales tintados.
-Sí. Era yo. Pensaba presentarme entonces allí y charlar juntas de camino al lugar. Como personas normales. Pero me pareció muy sospechosa tu reacción y se me ocurrió el plan de disfrazarme. Pensé que me conocerías por fotos. Por eso tardé tanto en llegar a la tienda. Ya había acabado tu turno casi. Pero tenía que camuflarme. – Sus ojos azules me parecieron más azules que nunca. –Ahora sé que puedo confiar en ti y que tus intenciones son sinceras y buenas. -Me sonrió confidencialmente. Era una chica muy peculiar, pero encantadora. A mí por lo menos me tenía encantada.
-Prefiero ir dando un paseo por la ciudad. Quiero despejar la mente. –Y con mi mejor sonrisa rechacé nuevamente su ofrecimiento. El día que verdaderamente necesitara un coche, no me lo ofrecerían y yo no sería capaz de pedirlo. Pero eso era un futuro hipotético, y yo vivía en un presente real. –Nos vemos otro día, chicos. Cuidaos y no os matéis en mi ausencia, me gustaría veros de nuevo. –Me paré en mitad del salón y los miré.
-Eso tendríamos que decirlo nosotros. Que seguro que los rasguños que traes han sido por una imprudencia. –Liam, que estaba retorciéndole el brazo a Leo, se paró por un momento y habló. -No te habrá dado por asaltar la jaula de los leones del zoo ¿No? –Liam sacó su sonrisa divertida.
-¿Para que necesito leones del zoo teniendo a la Uni enterita para mí? Ya me entreno allí como domadora de fieras. –Lo miré con una mueca. –No te preocupes. –Liam empezó a reírse.
-Tú no entiendes Liam. Eso o es que le ha pasado un camión por la cara o es genético. –Leo, que estaba agarrando la cabeza de Liam con las dos manos, también se paró un momento y habló.
-Gracias chicos, sé que siempre puedo confiar en vosotros para que me animéis. –y les sonreí irónicamente. Tori salió a mi encuentro.
-No les hagas caso. Estás guapísima como siempre. ¿A que sí Aaron? –Y lo miró esperando encontrar su apoyo en él. Por un momento se me paró el corazón al esperar su respuesta. Olvidé que seguía dormido. No hubo más respuesta por su parte que mirar a Tori desorientado. Como si no se hubiese enterado de nada. –De verdad… Que casa de locos… Voy a acompañarte. –Tori vino conmigo hasta la puerta principal a pesar de haberle dicho que no era necesario. Les hice un gesto con la mano a todos los habitantes del salón antes de irme. Una especie de saludo militar pero con sólo dos dedos. -Ven a verme pronto Valeria. Esta es tu casa. Le voy a coger tu número a Liam y te mando después un mensaje con el mío. –Me sonrió tiernamente Tori en la puerta principal. Nos abrazamos como amigas del alma. Con lo alta que es y lo bajita que soy, tuve que ponerme de puntillas y ella encogerse un poco. Si es que la belleza y la altura en esta familia viene en herencia…
-Y tú llámame cuando quieras. Si es en horario de metro, estoy en menos de una hora. –Y reí para darle gracia a mi chiste sin gracia. Una gracia que ella tampoco vio. ¿Es que esperaba que funcionara mi táctica y todo? Bah… Para qué me haré pregunta de las cuales no quiero saber la respuesta…
-Por supuesto. –Fue su respuesta.

Cuando bajé las escaleras de piedra de la puerta principal, que no era corta precisamente, entre los dos leones que la flanqueaban, me giré y me despedí por última vez con el brazo. Tenía curiosidad por saber por qué no me habían reparado antes en las vendas de mi cara. Tenía una tirita en la mejilla, pues la quemadura de la bala no abarcaba tanto espacio, y una gasa con esparadrapo en el cuello, que se escondía más por el pelo. Tal vez lo veían como un rasguño accidental, sin mayor importancia. Y es que era lo más normal pensar. ¿Cómo podría creer que adivinarían que habían intentado matarme de un disparo y eso era el rastro de la bala? Sí, saben que me pasan cosas poco frecuentes, pero de ahí a eso… Hay que tener la mente muy perversa. Y así, pensando en tonterías, hice los veinte minutos de camino hasta la estación de metro. Andando por aquel maravilloso barrio residencial de lujo. Mirando los castillos, palacios y palacetes a ambos lados de la carretera. Ocultos tras verjas de hierro, que permitían ver el interior, gigantes setos con flores que no permitían ver nada o vayas de madera finísima. Pero ninguna mansión por espectacular que fuera, lo era más que la Residencia Domioyi.

Y así, mientras mi consciente se quedaba hipnotizado con aquel lugar de ensueño, mi subconsciente estaba trabajando pluriempleadamente en aquello que más le traía por la calle de la amargura en ese momento. Bryce. Así, sin darme cuenta, de repente. Como cuando estás totalmente ido en algún sitio, ignorando todo, absolutamente todo a tu alrededor, pronuncian tu nombre, que es lo único que has captado de todo el exterior y te despiertas. Así fue como yo lo supe. Bryce se despidió de mí un sábado a las diez y diecisiete minutos de la noche. Yo supe dónde estaba el domingo siguiente a las cuatro y tres minutos de la tarde. ¿Cómo no me di cuenta antes? Si me lo había dicho el mismo día que desapareció… Con palabras textuales. <Si alguna vez desaparezco, búscame por algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más.> Sólo tenía dos cosas en mente en ese momento.  Primero. Tenía que hacerme con un plano de todos los McDonalds de la ciudad. Segundo. Esperaba que Bryce tuviera un apetito insaciable y no se hubiera llenado de helado todavía.

Y así, la vida, caprichosa como siempre, tentó mi voluntad. Tras echar a correr a toda velocidad hacia el metro para encontrar un ciber o una biblioteca para buscar la dirección de todos los McDonalds de Nueva York en algún ordenador con conexión a internet, decidida como si no hubiera estado tan segura de algo en mi vida, la casualidad quiso jugarme una mala pasada. Solo estaba esperando a que me determinara por algo para hacer que cambiara de opinión. Junto a la boca de metro. En su flamante coche. Como si la vida fuera bella y color de rosa. Sonriendo como si no hubiera un mañana y tan arrebatadoramente irresistible como nadie. Me estaba esperando, con el brazo apoyado sobre la ventanilla bajada y la otra mano en el volante. Mirándome con los ojos entornados; feliz y radiante, se encontraba el reclamo de mis sueños al otro lado de la acera. Aminoré el paso, andaba aturdida. No habría imaginado nunca encontrármelo ahí. En demasiado poco tiempo ya estaba a su lado. Y no sabía qué hacer. Había tomado una decisión, pero vida sin sentido se había encargado de complicarme la existencia una vez más. Ahora que ya no sentía nada más que ternura y cariño, me lo colocaba como por arte de magia ahí, frente a mí, como si él no tuviera nada más que ojos para mí y el resto del mundo desapareciera inundando yo todo sus sentidos.

-Te he estado esperando. -¿Debía tomarme esto como una señal?