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Refranero

jueves, 15 de diciembre de 2011

Capítulo 13: Tonta tonta tonta


Capítulo 13: Tonta tonta tonta
En el último momento decidí no irme a casa. Sino al hospital. Antes pensaba ir el sábado después de trabajar. Pero seguía sin querer irme a casa. Necesitaba por lo menos que alguien no me despreciara ese día. Y supuse que no lo haría una persona a la que le habían salvado la vida.
Tomé el metro hasta el Mont Sinai Hospital. Me bajé en el 103 Street de Lexington Avenue. Era un edificio con pinta de hospital. En forma de prisma rectangular, blanco, con muchas ventanas y no muy alto. Entré dentro. Un recibidor bastante amplio y luminoso. Todo estaba muy limpio, ordenado y en silencio. Igualito que en España… Me acerqué al mostrador y me atendió una muchacha. Era joven, tendría 2 o 3 años más que yo. Y me quedé en blanco. No sabía qué decirle. No me acordaba del nombre del señor. Y mira que tuve que firmar el papel de la denuncia donde aparecía él y todos sus datos… Tengo que empezar a fijarme mejor en las cosas.
-¿Qué desea? –Me había hablado. Además amablemente. No debía entonces dejar pasar la oportunidad. Tsss, que falta de cariño estaba, hasta una extraña haciendo su trabajo con amabilidad me animaba…
-Hola. Bueno, verá. Estoy buscando a una persona. Pero no recuerdo como se llamaba. ¿Lo puedo encontrar si le digo el día de su ingreso?
-Claro, dígame. –Me dijo con una sonrisa. ¡Que mona!
-Pues ingresó el domingo 31 de agosto sobre las 10 y media de la noche. Creo que su nombre era Joseph, ahora que recuerdo.
Tecleó unos momentos en el ordenador. –Vaya señorita, me aparecen dos personas en ese día. ¿Puede concretar cuáles fueron los motivos del ingreso?
-Sí, atropello.
-Ajam. Muy bien, habitación 358. En la tercera planta.
-Muchas gracias.
-Gracias a usted. –Dijo de nuevo sonriendo. Vaya. Tanta amabilidad era ya sospechosa. Nadie en esta ciudad es tan amable porque sí. Aquí tenían que cobrar bastante. Tanto como tenían que pagar los usuarios. En ese momento me entraron unas ganas enormes de salir de allí, no vaya a ser que me fueran a cobrar por respirar el aire del hospital. Pero ya que había llegado, no podía echarme atrás.

Decidí tirar por las escaleras. Ya lo sé, contradictorio si quería irme rápido de allí tirar por el camino más largo. Pero no suelo coger ascensores por lo general, a no ser que tenga que subir muy alto. Me dan cosilla. Llegué a la habitación y entré. Era una habitación individual. Más puntos para contrastar mi teoría de lo caro que era este hospital. Había un hombre buscando formas en el techo inmaculado de la habitación. Se tendrá que llevar mucho tiempo. No creo que encontrara ninguna forma extraña de alguna mancha. No me extrañaría que aquí limpiasen hasta los techos para tener más motivo para reclamar grandes cantidades de pago en dinero. Para los que tienen dinero, toda manera de sacar más es poca.

-Hola, señor. ¿Se acuerda de mí? –Dije mientras captaba su atención con la mano. –Soy la chica que lo ayudó el día del accidente. He venido a ver como está.

El hombre mi miró. Sentí miedo. Tenía que estar volviéndome loca. Ahora veía rostros de odio en lugar de agradecimiento. Esta noche cuando llegara a casa tenía que hablar seriamente con mi almohada. Necesitaba consultarle muchas cosas.

-Conque eres tú la culpable de todos mis males. –Su mirada asesina se intensificó. Por un momento me preocupé por mi integridad física. Pero me calmé al ver que no podía moverse, tenía un corsé que le impedía incorporarse. Esto iba empeorando. Ahora además de confundir expresiones, me inventaba las cosas que escuchaba. No podía ser que estuviera diciendo eso.
-¿Qué? –Tenía que preguntar y asegurarme de que estaba escuchando mal. Aunque en ese momento, casi que prefería tener razón. Para afrontar las cosas, me convenía estar en mi sano juicio, dentro de la medida de lo posible.
-¡Tú! ¡Desgraciada! Destrozaste mis planes aquella noche. ¿Por qué llamaste a la ambulancia? -¿En serio? ¿Esto estaba pasando de verdad? Si no fuera porque el bocadillo ese día me lo hice yo misma, hubiera estado segura de que me habían echado algo en el desayuno. -¡Pero por tu culpa estoy aquí convaleciente y con más deudas de las que tenía antes! –Ò_ô –Mi plan era perfecto, hasta que viniste tú arrasando con todo y firmando una denuncia contra los Domioyi. Aprende a meterte en tus propios asuntos, nadie te pidió ayuda. Ahora tengo más problemas que antes, porque la familia esta no da dinero así como así. Estuvieron investigando y me vieron por la grabación de una cámara de vigilancia de una joyería. Y ahora sigo con las mismas –Dijo esto e hizo otro ademán por incorporarse. Pero no pudo. –Vete de aquí cuanto antes o no podré controlarme.

Espera, espera, espera. Ahora ya voy entendiendo. La loca no era yo… el loco aquí era el tipo este, que ponía en riesgo su vida por cobrar dinero de una indemnización que no se merecía.

-¿Ah sí? Pues me alegro de haberlo fastidiado. Que aprenda que la forma de resolver los problemas económicos no es la estafa. ¡Y encima tiene el descaro de echarme la culpa a mí! Que si no hubiera apuntado en la denuncia el nombre de la familia, no lo habrían investigado y no se hubieran dado cuenta del fraude… Que su plan era perfecto… ¡Valiente sarta de tonterías! -No iba a dejar que este hombre me hiciera sentir culpable. Además, la culpa era de él. – Primero que el conductor no se paró a ayudarlo, por lo que no podría haberlo identificado para después denunciarlo. Segundo. Si se hubiera fijado a ver lo que ponía la matrícula, no se hubiera tirado a la carretera, tal y como usted dice que esta familia solo trae problemas. Y tercero, si aun así hubiese decidido hacerlo en un acto desesperado sabiendo lo que podría acarrearle su acción, le ha salido mal. Así que a mí que no me culpe.
Y se echó a llorar. No quise acercarme a él por seguía temiendo por mi integridad física. No fuese a ser que era otro plan para conseguir que me acercara a consolarlo y asfixiarme con sus brazos. Porque ya me lo esperaba todo. Le dije que no se sintiera mal, que todo el mundo hacemos actos desesperados en situaciones desesperadas. Que cuando se recuperara intentara hacerlo lo mejor que pudiera. Me miró un momento y me pareció escuchar <Lo siento>. Lo dijo tan bajo que fue casi inaudible. ¿Realmente lo había dicho? Le pregunté qué había dicho. Y sus palabras fueron.
-Que te vayas, no quiero ver a nadie. Déjame solo. No necesito que nadie me compadezca. –Ni siquiera me miró a la cara cuando lo dijo.

Tonta. Tonta. Tonta Valeria. Eso te pasa por confiar en la gente. Piensas que todo el mundo tiene las mismas buenas intenciones que tú. Tonta. Tonta. Tonta. Siéntete afortunada por tener ahora una amiga más en la jaula de locos que es la Uni, en quien confiar. Porque Karem poco podía hacer por mi desde el trabajo.

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