Capítulo 65: Pececito
Las ventanillas del Hummer que conducía estaban subidas. Era el mismo coche en el que sus secuaces me secuestraron y durmieron para llevarme a su mansión. El día en que me pagó todas esas terapias para la piel, vestidos, peinados y maquillaje sólo para convertirme en una chica “digna” de él. No hace tanto tiempo de eso, pero sí hace muchos momentos de eso. Circulábamos por una carretera de doble sentido de dos carriles hacia cualquier sitio. La calefacción puesta, calentando nuestra piel, aunque más bien impedía que se enfriara. No me di cuenta hasta entonces de cuánto frío hace fuera de la gran urbe. La radio llenaba el interior del coche con alguna canción de rock antiguo. Las muletas descansaban en los asientos traseros. Para andar le duele el tobillo, para conducir misteriosamente no. No había mucho tráfico y yo lo agradecí porque mi queridísimo conductor no estaba dispuesto a bajar la velocidad aunque se nos acercara de frente la estampida de ñus que mató a Mufasa. Bryce estaba demasiado pendiente en adelantar a los coches y yo en no adelantar la hora de mi muerte. Y lo mejor es que todavía no sabía a dónde me llevaba. No quería decírmelo. Sorpresa. Igual si le di alguna idea para practicar juntos un deporte de riesgo, consistía en el <squiving>... esquiving coches para no matarnos. Porque, aunque no tenía puesto el control de crucero para dejar la velocidad fija, tenía puesto el control de pedal. Lo que venía a ser el pie encima del acelerador con una precisión maestra. Sin dar acelerones pero sin disminuir la rapidez. Adelantando y esquivando con total maestría, sin giros bruscos de volantes o excesivas maniobras. Llevaba una sonrisa dibujada de oreja a oreja que no aguanto. Esa sonrisa de autosuficiencia y alarde. Conducía con las dos manos en el volante, a esa velocidad, un milímetro más o menos al girarlo puede ser el determinante del estrellato o el estrellazo. Sí que habíamos estado muy cerca de tocarnos con algún coche en frecuentes ocasiones, pero eso formaba parte del plan de Bryce. El riesgo. La adrenalina. El frenesí. La emoción. La intensidad. El peligro. Los 200 km/h. El éxito de la victoria de superar los retos que él mismo se propone. ¡Qué importan las multas! Él es Bryce Domioyi, él no paga esas cosas, para eso ya da al año una buena cantidad de dinero a la policía. ¡Qué importan los accidentes! Él es Bryce Domioyi, él lo tiene siempre todo controlado, nada le puede salir mal si eso depende de él. ¿Por qué estaba tan seguro de sí mismo? ¿Tantas veces hace esto? Y ahí caí en la cuenta... Las carreras de coche.
-¿Cuantás carreras de coche has ganado? -Me entró la curiosidad. Oye. Bryce se quedó un momento confuso. Como si hubiese olvidado que alguien iba a su lado. Desconcertado por la interrupción en su burbuja de la conducción.
-Todas. -Y la sonrisa de oreja a oreja que ya llevaba dibujada en la cara, se torció un poco para mostrar su orgullo y satisfacción. -La pregunta ofende. Pero te lo dejo pasar porque no puedes evitar intentar convencerte de que no soy tan perfecto como parezco. Lo comprendo. Sería demasiado frustrante ser consciente de ello. -.............................................
Lo dijo sin quitarle ojo a la carretera. Será todo lo chulo que quieras, pero sabe hacer las cosas bien. Y por eso siempre las ha ganado todas. Sin apartar la vista en todo momento de la carretera, con toda su concentración puesta en ella, manejando el volante a dos manos. No dejaba ninguna de lado por alardear vacilando aún más. Eso sí me gustó. No porque así me sienta más segura en el coche, que también, sino porque es consciente del peligro. El peligro de dejar alguno de sus cinco sentidos ocupado en otra cosa que no sea importante. Hacer locuras con cordura. Correr riesgos sin arriesgarse. ¿O lo hacía para seguir superando los retos que se proponía en vez de por seguridad? ¿Seguir adelantando coches, demostrando quién es el dueño del volante y de la carretera, en vez de no perder el control en ningún momento? Piensa bien Valeria, piensa bien. Lo hace por la seguridad. Deja de quedarte con las posibles malas interpretaciones de las cosas.
-¿No dices nada? -Dijo con la misma sonrisa de antes, aunque esta un poco menos ególatra. -Las chicas que iban a mi lado en las carreras nunca se cortaban un pelo.
-Las chicas que iban a tu lado en las carreras no tenían problema en aceptar lo perfecto que eres. A ellas no les frustraba ser consciente de ello. -Respondí con retintín. Giré la cabeza hacia la ventanilla derecha y apoyé la barbilla en el puño cerrado. ¿Intenta darme celos? No va a conseguirlo.
-Tonta... Ahora te has enfadado y te has puesto a mirar por la ventana. Pensaba que te haría ilusión conocer cosas de mí. De mi pasado.
-Eso es lo que tu quisieras, que me enfadase, así mostraría algo de interés. Pero me da igual a quién has montado en tu coche o no. Miro por la ventana intentando averiguar por los carteles que leo, dónde me llevas. ¿Y conocer cosas sobre tu pasado? Pienso que la ignorancia me hará más feliz. -Intenté disimular mi voz despechada. Lo intenté...
-Jajajaja. ¿Tan oscuro piensas que fue? ¿Crees que era el típico matón que entraba en fiestas ajenas acompañado de su pandilla para acabar destrozando el lugar porque se aburrían? ¿Que iba por ahí con cinco tíos más a meterse con el primer desgraciado que viese y desquitarse con él porque se divierte maltratando a los más débiles? ¿Que se ha ganado el respeto a base de infundir miedo? ¿Qué disfruta tortuando animales callejeros? ¿Que se gastaba el dinero que le dan sus papis en vicios y cosas carísimas? ¿Que se emborracha y se droga y se acuesta con mil tías? ¿Que hacía peligrosas carreras de moto y de coche poniendo en peligro la vida de otras personas que le importaban una mierda? ¿Que chantajeaba a cualquiera del que quisiera algo con bajas amenazas? ¿Que apostaba dinero y propiedas en juegos estúpidos? ¿Pero que luego se libra de todo porque soborna con grandes cantidades de dinero a la policía y los jueces? ¿Que no respetaba ni a su propia familia y les hacía la vida un infierno? ¿Que no quiere a nadie, ni siquiera a sí mismo? -¿Se lo estaba inventado sobre la marcha con la poca capacidad de pensar en otras cosas que le permitía toda su atención ocupada en la carretera? ¿O estaba sólo haciendo memoria y recordando?
-Sí. Sólo que con la diferencia de no te acostabas con mil tías. Creo recordar que me dijiste que estabas esperando encontrar la especial. -Algún golpe bajo me tocaría dar a mí. ¿No?
-Jajajaja. ¡Qué capulla! -Empezó a reírse, moviendo la cabeza ligeramente de un lado a otro, sin quitar la vista de la carretera. No me había mirado desde que rebasamos los 150 km/h. -Yo hablaba de la diferencia de las drogas. Jajajaja. -Giré la cabeza rápidamente para mirarlo indignada. Con cara de circunstancia. Él desvió unos milisegundos los ojos en mi dirección sin mover la cabeza. Suficiente para adivinar mi rostro.
-¿Te has molestado porque no he desmentido que hiciera todas esas cosas o porque no he desmentido que me tiraba a mil tías? Bueno, te voy a ser honesto. No fueron tantas. En Nueva York no hay tantos antros dignos de mi presencia como parece. Jajajaja. -Me entraron ganas de coger las muletas de los asientos traseros para metérselas por los ojos de un solo golpe. Lo hubiera hecho si no fuera porque eso implicaba poder estrellarnos y morir. O peor, quedar lisiados de por vida. En su defecto, saqué mi faceta de intento fallido de buena actriz.
-¿Molesta? Para nada. Si me he girado así tan repentinamente es porque no encontraba mi móvil. Olvidé que lo había dejado en el bolsillo del chaquetón en vez de en el bolso. -¿Colaría?
-Anda, anda. Sigue prestando atención a la carretera, que ya dice dónde vamos y ni te has fijado. -Miré a través del parabrisas y ahí apareció un inmeso cartel en lo alto de la carretera que ponía AEROPUERTO. -¿Por qué no dices nada? ¿No tienes curiosidad por saber qué vamos a hacer allí? -Dijo Bryce tras haber pasado el tiempo de espera de cortesía para que dijese algo.
-A veces se es más feliz en la ignorancia. -Dije sin entonación. Sin expresión.
-Disfruta entonces de tu caduca felicidad. -Dijo de nuevo con esa sonrisa de ideas perversas que se guarda para sí mismo. Yo volví a mirar por el cristal derecho con la barbilla apoyada en el puño. Mi brazo descansaba en el recodo.
Me quedé muy intranquila. No sé si por no saber qué íbamos a hacer en el aeropuerto o por no saber qué parte de lo que había dicho Bryce era broma y qué verdad. No se qué me preocupaba más, si era cierto que se había acostado con muchas y que mintió al decirme que se reservaba para la elegida, o todas las fechorías que había hecho. Y no saber qué me preocupaba más, me preocupaba aún más. Empezó a sonar una canción que me gustaba en la radio y aproveché para darle volumen e intentar dejarme llevar. Scar tissue de los Red Hot Chili Peppers. Eso hizo que Bryce se emocionara aún más, lo que derivó en que su pie también se emocionara más, consecuentemente, el motor del coche también se emocionó más y alcanzamos los 220 km/h. Noté el empujón del coche, el acelerón, el aumento de potencia, el motor funcionando apresurado, la emoción de Bryce, la mayor tensión de mis músculos, la mayor rapidez con la que dejábamos los coches atrás, los movimientos cada vez más precisos y calculados, los altavoces del coche vibrando por toda la cabina. En ese momento sentía que podía notarlo todo. ¿Los Hummer siempre han sido tan veloces? A esta velocidad y con esta envergadura, parecía una máquina de destrucción masiva, algún vehículo de las fuerzas especiales de ataque del estado, súper mortífera e implacable. Pero me negaba a bajar el volumen, si iba a estrellarme, lo haría con estilo y escuchando una buena canción. No dijimos más nada en el resto del viaje. Tampoco es que haya durado mucho. A esa velocidad, las lejanías se convierten en cercanías. Y el aeropuerto en sí ya estaba muy cerca. No dijimos más nada porque los dos queríamos escuchar la canción, y la canción acabó justo cuando entramos en el parking. Apagué la radio antes de que empezara a sonar otra canción, no quería descubrir que la siguiente me gustaba e iba a quedarme sin poder escucharla.
-¿Tú pagando el parking? Creía que a los Domioyi les tendrían reservado un garaje exclusivo. Con azafatas esperando con una copita de champagne y una enorme sonrisa. -Bryce estaba maniobrando para aparcar semejante variante de tanque con ruedas. Curiosamente, la plaza en la que estaba aparcando era más grande que cualquier otra. Y tenía la puerta de salida justo al lado. Tendría que haberse quedado libre hace poco.
-Y tengo un garaje exclusivo. De hecho, todas estas plazas que ves son de la propiedad de mis padres. -Dijo mientras dábamos marcha atrás a demasiada velocidad. Lo fuerte fue que al frenar repentinamente para no chocar contra la pared, no nos paramos bruscamente, sino con suavidad. ¿Pero cómo lo consigue este chico? ¿O este coche? -Casi me atrevería a decir que me pagan por aparcar aquí. -Habló justo al terminar de levantar la palanca del freno de mano. Rio con descaro. ¿En qué momento le entró toda la majadería? Lleva un viajecito... Serán los aires del Hummer. Y yo no tengo ni coche... -¿Te ha gustado el viaje? Apenas hablaste. -Se quitó el cinturón de seguridad y me miró expectante.
-Se puede decir que lo he disfrutado pero no lo he pasado bien. -Me quité el cinturón y lo miré también expectante.
-Con lo fácil que es decir sí o no, y va y me dice me dice que sí pero no... -Puso cara de indignación y movió la cabeza de un lado a otra fingiendo desaprobación.
-Con lo fácil que es quedarse con la parte buena de las cosas, que he disfrutado, y va y se queda con la mala, que no lo he pasado bien. -Respondí imitándolo. Él se me quedó mirando fijamente. Ni serio ni alegre. A lo Bryce.
-De hecho, no es fácil. Quedarse con lo bueno es lo más difícil. -Seguía mirándome fijo. ¿Qué está pasando por su mente en este momento? Él mismo me estaba justificando por qué siempre me quedo con la mala posible interpretación de lo que hace. Pero seguía sin ser una justificación, no tenía, porque con el resto de personas siempre intento pensar en la buena. Seguía dándole vueltas a eso porque era algo que me comía por dentro.
-No te quito razón. Pero a veces pasa que gracias a no pasarlo bien, disfrutamos más de las cosas. Aunque eso es una vez que han acabado y reflexionas sobre lo ocurrido. -Ya estaba enrevesando esto demasiado. -¿Ves? Lo malo puede convertirse en bueno. Sólo hay que darle tiempo y no hacer un juicio anticipado. Nunca sabes si al mirarlo después, puedes sacar algo bueno que supera a todo lo malo. Entonces la valoración es positiva y te alegras de que haya sido así. -Bryce frunció el ceño y salió del coche. Yo me quedé mirándolo confusa. ¿Qué iba a hacer? Una vez fuera, me hizo señas con la mano para que yo también saliese... Ah... Vale... Que era para salir ya... Salí yo también del coche y él lo cerró con el mando a distancia. Me coloqué a su lado. Me estuvo mirando todo el rato hasta que llegué a él.
-Bueno, y ahora ¿podrías explicarlo para alguien que no está en tu mente y no entiende la vida como tú? -Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar. Yo a su lado.
-Claro. -Empecé hablando muy entusiasmada. -Yo estaba en continua tensión dentro del coche pensando que en cualquier momento nos matábamos. Ahí no lo estaba pasando bien. Pero al parar al fin el coche y ver que estaba sana y salva, me di cuenta de cuánto disfruté viajando en un Hummer a 220 km/h y la sensación de que nada podía con nosotros. -Bryce me miraba interesado. Como si las tonterías que estaba diciendo fueran importantes.
-¿Y no hubiera sido mejor que no hubieras estado en tensión durante el viaje? ¿Haberlo disfrutado durante que llegar a esa conclusión después de meditarlo? -Me sorprendió que su interés llegase incluso a pensar en mis palabras. No sé como aguanta que desvele los nudos que llevo en la mente. Me quedé pensando yo también en eso un momento.
-Sí, supongo que sí. Pero como no podía evitarlo, intento quedarme con la parte buena. ¿Ves? Al final si es fácil quedarse con ellas. -Y le dediqué mi mejor sonrisa. -¿Ves? Entonces, si es como tu dices, y has sacado algo bueno de todo lo malo que hace que la valoración sea positiva y te alegras de que haya sido así, -comenzó a hablar usando mis propias palabras, así podía apelar a ellas si yo objetaba algo al respecto de lo que iba a decir sobre ellas, -cuando te pregunté si gustó el viaje, realmente sí hubiera sido más fácil decir sí o no que sí pero no. En tu caso sí, porque después de tu reflexión, concluiste que lo bueno de disfrutarlo superó a lo malo de no pasarlo bien. -Seguía apretando las cejas, concentrando toda su concentración.
-No, no, perdona. Esa explicación era de un caso hipotético. Yo no he dicho que haya sacado una buena reflexión del viaje. -Me mata. Este me mata. Ya lo estoy mareando demasiado.
Intenté mirarlo con cara de disculpa. Él sólo se desesperó algo más de lo que ya lo estaba. Lo veía en sus ojos, no sabía dónde ponerlos. Y en sus manos, no sabía dónde posarlas. El que siguiéramos andando, rodeados ya de un montón de gente, pues estábamos paseando en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy a las cinco de la tarde, ayudó a superar su frustración. Pues tenía que estar pendiente también de no chocarse con nadie y no sólo de cuánto lo agobio. Había mucho gentío, todo el intenso murmullo de la ciudad aumentado. Pues aunque aquello era tan grande como cuatro centros comerciales, los densos muros de hormigón armado no dejaban escapar ni una honda sonora. Parecía estar dentro de un enjambre de abejas. Sonidos de caída de objetos al suelo, de música de las tiendas, de máquinas registradoras, móviles que reciben mensajes o llamadas, flashes de cámaras de foto, voces altas, voces más bajas, algún que otro avión que se escucha a lo lejos despegar o aterrizar, los pasos de la gente al andar, el sonido de las platos y vasos cuando se dejan en las mesas, las ruedas de las maletas al girar, canciones que cantan pobres personas que intentan ganarse algunas monedillas... Me quedé inmersa en ese lugar. Había estado antes, pero nunca había ido con tan prisa para apreciarlo bien... Gente apresurada dispueta a no perder su vuelo, jóvenes con grandes mochilas echados cansados por los suelos esperando tal vez a un transbordo, gente comiendo en los bares de comida rápida o los caros restaurantes que cobraban por un ojo de la cara el suplemento de estar alojado dentro del aeropuerto, gente ojeando las tiendas, algunos comprando, niños entusiasmados por tal vez su primer vuelo en la vida, otros demasiado pequeños descansaban tranquilos en carritos de bebé o lloraban y gritaban con fuerza, algún que otro cuponero intentando vender algún cupón, algún que otro viajero pidiendo dinero para poder pagar su vuelo de regreso a casa, gente con buena pinta, gente con muy mala pinta, familias unidas, ejecutivos indiferentes al resto, parejas ilusionadas, solitarios aventureros, ancianos con el brillo de la juventud en los ojos, gente feliz de irse de viaje, gente que prefería no tener que viajar... La vida de miles de personas en ese lugar.
-Valeria, de verdad, te lo prometo. ¡Te juro que intento entenderte! Comprender tu forma de ver las cosas... Pero no puedo... Cuando creo que lo consigo, cuando todas mis piezas encajan, acabas diciendo algo que me desmorona todo el puzzle. ¿Por qué no hablas claro y dices las cosas sin darle vueltas ni rodeos en vez de usar situaciones hipotéticas? -Bryce seguía frustrado, y no era para menos. Se habái sacado la mano de los bolsillos, y eso ya es decir. No me estaba regañando, pero me sentí igual. Siempre me siento así cuando tiene razón en lo que dice sobre las cosas que deberían ser de otra manera. -Me harías muy feliz. No sabes cuánto me agobia no saber qué piensas.
-Pero es que soy incapaz de decidir si es un sí o un no, o un bien o un mal. No es todo o nada. No puedo quedarme con el blanco o con el negro. -Yo también empcé a agobiarme. Conocía este problema mío. Pero normalmente dejo mis problemas conmigo misma en el cajón del olvido y no les presto demasiado atención para intentar resolverlos... Por eso mismo, porque me agobio. -Pero si puedo dejar de hablar de situaciones hipotéticas y limitarme a decir no lo sé cuando no lo sé. -Lo miré levantando el moflete derecho, intentado crear una sonrisa de conformismo.
-Supongo que me vale por ahora. -Hizo el ademán de cogerme de la mano en un acto reflejo, pero claro, no podía con las muletes. Me entristecí, pero era culpa mía, fui yo la que provocó que la bici lo atropellara... Ahora tenía que aguantarme. Bryce se miró la mano, me miró a mí, se encogió de hombros haciendo un mohín y aceleramos el paso. Fuese lo que fuese lo que nos estaba esperando, debía dejar de esperarnos.
Habíamos estado hablando de nuestros mayores problemas, la falta de claridad a la hora de expresar las cosas, usando su pregunta de si me había gustado el viaje. Bueno, en realidad es mi mayor problema. Bueno, no el mayor, el segundo mayor. El primero es ser incapaz de decantarme por algo. Por eso tengo tantos líos mentales. Aunque, la cosa es... algo tan sencillo como eso, como decir sí o no como respuesta a su pregunta, había disparado esta conversación. Pero es sencillo si es sí o no, no es sencillo cuando es sí pero no. O no pero sí. De hecho, en ese caso es bastante difícil decir sí o no sólo. Pero no es todo o nada. No es blanco o negro. He quedado en que sería clara al decir que no lo sé cuando no lo sé todavía. Entonces, el decantarme por algo no es mi principal problema, pues al decir que no lo sé, todo queda claro. Mi principal problema es entonces el decir las cosas claras. Un claro y conciso <no lo sé> en lugar de inventarme una situación hipotética. Me lo apunto.
Estaba yo pensando en eso que ni me di cuenta cuando llegamos a la pista. Y eso que tuvimos que bajar por unas escaleras y pasar por un pasillo que parecía un tubo con forma de prisma todo hecho en metal.
-No sé si lo disfrutarás durante o te darás cuenta de que lo has disfrutado después, -Bryce empezó a hablar haciendo alusión a mis anteriores palabras. No lo decía con sorna ni con ningún tipo de malicia, pero no me gusta recordar lo que antes fueron temas de discusión. -Pero si te gustó el viaje en Hummer, ahora vas a fliparlo. -Hablaba muy entusiasmado. Fuese lo que fuese, lo excitaba muchísimo.
-No te he dicho que me gustase. -Lo miré desafiante. De broma. Me encanta discutir con él.
-¿Intento meterte miedo e intriga sobre lo que vamos a hacer ahora y tú te obstinas en llevarme la contraria? ¡Muy típico! -Lo miré agachando la cabeza y llevando los ojos hacia arriba, con cara de aburrida. Tenía que llevarme la contraria, no acabar en paz... -No hace falta que lo digas. Ya te he pillado el truco. Si es algo que me gustaría oír, no lo dices. Si es algo que no me gustaría oír, lo dices. -Me miró desafiante. Llevándose la pelota a su tejado. Bien. Esta es la mía.
-Siento que creas que elijo qué decir dependiendo de tu ilusión por oírlo. -Intenté recuperar la pelota, traerla de vuelta a mi tejado. ¿Me habría quedado demasiado borde? A veces no soy consciente de cuánto me paso en nuestras pequeños piques.
-No he dicho que lo elijas. -Me guiñó un ojo, con su sonrisa victoriosa. Sabía yo que no iba a conseguir la pelota... -De hecho, preferiría que fuera así. De ese modo podría averiguar los motivos. Pero todavía no he encontrado un subconsciente que se guíe por razones entendibles por el consciente. -Yo lo miraba asombrada. No me había dado cuenta, pero era cierto lo que había dicho. Se le ve tan convencido de lo que dice...
-Bueno, bueno. Yo no daría conmigo tantas cosas por sentado. -Intenté escaparme. No podía dejarle ver que me había dejado asombrada por saber algo sobre mí que yo no sabía.
-No eres tan complicada como te crees que eres. -En un impulso, se paró y me besó la frente. No me dio tiempo a predecirlo. -Sólo hay que cogerte el truco. -Y me sonrió ampliamente. Tan radiante como la luz del sol. Me dejó tan fascinada, que ni pude pensar en sus palabras. Algo dentro de mí se encogió. Hoy Bryce se parecía especialmente a Aaron. Sólo a él se le ocurre tener conversaciones así sobre la mente humana. ¿Es por eso que hoy me tenía tan absorta? ¿Tan incapaz de pensar con claridad?
Justo en ese momento entramos dentro de una gran nave perfectamente iluminada, con grandes ventanales formados por pequeños cuadraditos de cristal translúcido. Ni me había dado cuenta de que habíamos llegado allí. Había un montón de avionetas e hidroaviones dentro y un sin fin de otras aeronaves pequeñas. Todas colocadas perfectamente en batería. ¿Íbamos a dar un paseo en avión? ¡Guay!
-Todas estos aviones son de mi familia. Y no son todos. -Bryce comentó orgulloso. Yo no lo miraba a él, admiraba perpleja semejante colección. Debía haber miles de millones de dólares sólo dentro de esta nave. ¿De qué me asombro? Y poco será conociendo a esta gente... -Antes de montarnos tenemos que prepararnos aquí abajo. -Un hombre de unos 50 años, con el pelo y la barba canosa y con un mono marrón claro impecable se acercaba hacia nosotros.
-Buenas tardes, señorito Bryce. -Sigue pareciéndome raro que se dirijan así a él... Le ofreció la mano para estrechársela pero se la escondió de nuevo en un intento por disimular su error mirando hacia abajo. ¿Qué pasa? ¿Qué es un descaro atreviento intentar tocar a un Domioyi aunque sea en un cordial saludo? ¿Es indigno de ello?
-Oh, no se preocupe, me sostengo bien. No tema. Mis articulaciones son fuertes. Es sólo un esguince de tobillo. -Bryce dejó apoyada su muleta derecha en perfecto equilibrio sobre su cadera y alargó el brazo. Los dos estrecharon sus manos en un saludo... Me odié a mí misma. ¡Retrajo el brazo porque Bryce va en muletas! ¡No porque le haya negado los saludos en anteriores ocasiones! ¡Estúpida! ¡¿Por qué no puedo parar de pensar mal?! ¿¡¡¡POR QUÉ!!!?
-Está ya todo listo y preparado, tal y como me dijo por teléfono. -¿Teléfono? ¿Cuándo lo llamó? Se supone que esto no estaba previsto y que la idea se le ocurrió al escucharme decir barbaridades. Debió ser cuando fue en busca del Hummer, me dijo que lo esperara dónde estábamos.
-Muchas gracias. En seguida nos vestimos. -Le sonrió cortés y se giró hacia mí. -Vamos rápido, estoy deseando empezar.
Me colocó una mano en la espalda y me guió en dirección al cuartillo donde teníamos que vestirnos. No hice preguntas. Igual e íbamos en un avión muy veloz, a lo caza, y tenemos que llevar ropa de protección. Pero si él no me había dicho qué íbamos a hacer, yo no iba a preguntarle. No por orgullo. Es que si hubiese querido, ya me lo habría dicho. Me hacía ilusión averiguarlo por mí misma. Entramos en el cuartillo, perfectamente ordenado, con armarios de puertas metálicas en los que habría todo tipo de artilugios. Supongo que guantes, cascos, botas, chalecos, monos, gafas... No sé que se necesita para la aviación, pero imagino que cosas así. Bryce abrió una de las puertas metálicas. No necesitó llave. Aquella nave en sí ya estaba custodida por el guarda y otros sistemas de seguridad a prueba de todo.
-Esta es mi taquilla. -Había muchos trajes y diferente equipación, la que me había imaginado. ¿Cuántas actividades diferentes se puede hacer con aviones para requerir tantos? -Pensé que podrías usar algún traje de mi hermana o mi madre, pero ella son mucho más altas que tú. -Y se queda corto... No sé cómo es la madre, pero si es como la hermana, me saca una casi una cabeza... -Y ya ni hablamos de los que dejan aquí Leo y Liam... -Lo miré negando convencida con la cabeza con aire divertido. Imaginarme a mí dentro de alguna prenda de vestir que use Liam sería ridículo. Me saca casi 50 cm de alto... Que a mí no se me olvidan sus dos metros ocho... -Así que mejor te presto uno mío. Te va a quedar un poco más grande que los de mi hermana, pero estarás oliéndome todo el rato. -Y me guiñó un ojo brivón sonrindo pícaramente.
-No, si encima me estarás haciendo un favor... -Lo miré girando levemente la cabeza de izquierda a derecha sin quitarle un ojo de encima.
Bryce se reía silenciosamente mientras cogía de una percha un mono de una tela parecida a la de los corredores de fórmula 1 y me lo dio. Pesaba mucho más de lo que pensaba, el brazó pegó un descenso vertiginoso al cogerlo, no tenía los músculos preparados para tanto peso. ¿Y ahora qué hacía? ¿Me lo ponía encima de la ropa? ¿Me la quitaba? Miré a Bryce, él dejó las muletas sobre un banco de metal sin respaldo y empezó a quitarse el chaquetón. Me miró adivinando lo que pensaba.
-Te tienes que quitar el vestido. Quédate con las medias y el suéter que llevas debajo. -Ok. Me giré buscando un cambiador. No había ni uno en todo el cuartillo. Después de dar todo el giro, acabé volviendo a posar mis ojos en Bryce. Que volvió a leerme el pensamiento. -Sí, te tienes que cambiar aquí. -Me miró divertido. Sabiendo lo que eso significaba.
-¿Tanto dinero que tenéis y no os da por construir un cambiador? -Me apoyé sobre una pierna y lo miré enarcando las cejas.
-¿Quién ha dicho que no lo tengamos? -Osea... Que hay uno... Y bien grande seguro, con espejos, sillones y taquillas para guardar las cosas seguro. Será... Más se reía. Silenciosamente todavía. Como siga así, acabará por hacer ruido.
-Entonces tú lo que quieres es meter ojo. -Cambié el peso del cuerpo a la otra pierna. Lo miré con cara de <que te he pillado, que ya sé por dónde vas, chaval>.
Bryce ya se había quitado el jersey de lana que llevaba. Estaba empezando a desabrocharse la camisa. Su esbelto torso empezó a aparecer ante mí, a medida que botón y ojal se separaban. No pude evitar desear que la abetura de su camisa que se alargaba, me permitiera ver más. Me di cuenta de que había desviado la mirada demasiado tiempo. Me concentré en mirarlo a los ojos. Se había dado cuenta de mi lapsus, de la debilidad que sentía por su piel. Estuvo sosteniéndome la mirada. Sus ojos clavados en los míos. Mis ojos clavados en los suyos. No sé cuántos segundos pasaron hasta que me di cuenta de que había parado de desabrocharse la camisa. No miraba su pecho, estaba demasiado preocupada en no perder esta batalla de no apartar la mirada, pero distinguía los colores de alrededor, y no aparecía más color carne debajo del color blanco de su camisa. Por un milisegundo, bajé la mirada hacia su pecho, sus manos colgaban a ambos lados de su cuerpo y tres botones seguían estando abrochados, los mismos que le faltaban cuando empezamos a sostener la mirada. No estaba haciendo en absoluto fuerza, pero los vientres de los músculos de su abdómen sobresalían no precisamente tímidos. Estaba parado en la perfecta forma de su ombligo cuando me di cuenta de que había apartado la mirada. Devolví mi mirada a la suya. Él ya sonreía victorioso. Maldición... No debí haber vuelto a mirarlo a los ojos... Eso indicaba mi fallo, mi error al apartar la mirada. Tendría que haberla dejado donde estaba, demostrando que lo había hecho adrede, que no evitaba esta situación...
-¿Quieres tocar? -Dio un paso hacía mí. Cojeó un poco, ya había dejado las muletas, pero lo disimuló muy bien. Me miraba sonriendo orgulloso de él. Prepotente. -Porque aquí la única que quiere meter ojo, parece que también quiere meter mano. -Dio otros dos pasos más hacia mí. Esta vez sin cojear, sabe controlar el dolor.
Sus ojos ardiendo con fuerza en la victoria. Mis mejillas ardiendo con fuerza en la vergüenza. Sentí el calor saliendo a borbotones de mi cara. Toda la sangre concentrándose en los capilares bajo la piel de mis mofletes. Sin decir nada, le volví la cara con desprecio, intentando recuperar un poco de dignididad, y empecé a levantarme el vestido hacia arriba. Sin prisa, pero tampoco excesivamente lento. Como lo haría si estuviese en mi casa, quitándome la ropa después de llegar. Me olvidé de que estaba allí, no quería volver a caer en la tentación de mirar su pecho o su espalda y ponerme en evidencia de nuevo. Que yo mucho puritanismo físico pero mucha lujuria mental. Tenía los brazos extendidos hacia arriba y el vestido tapándome la cara en proceso de quitármelo cuando unas fuertes manos se agarraron a mi cintura, me levantaron sin esfuerzo unos potentes brazos y me colocaron suavemente sobre un musculoso hombro. Bryce empezó a girar sobre sí mismo. Yo no veía nada, la lana del vestido tenía pocos huecos por los que mirar. Empecé a patalear y a mover los brazos a la vez para dar golpes. No podía sacarlos del vestido, los tenía atrapados en él.
-¡El que está metiendo mano y ojo eres tú! ¡Que yo ni puedo ver ni puedo tocar! -Yo dando vueltas por los aires sobre los hombros de Bryce, enseñando las bragas a través de las medias, pataleando y agitando los brazos, secuestrados dentro de mi vestido de lana, tapando mi cabeza, y a mí se me ocurre limpiar así mi dignididad. ¡Ole yo!
Bryce a posta me dejó caer hacia abajo, el vestido se corrió de nuevo a su sitio por el roce entre su cuerpo y el mío. Pegué un grito asustada al ver que me pegaba un cabezazo contra el suelo, pero él me agarró justo a tiempo. Justo con mi cabeza a la altura de su entrepierna. Pero yo ya me había agarrado fuertemente con los brazos alrededor de su cadera y rodeado su cuello con mis piernas. Fue todo muy rápido. Ni me había dado cuenta, ni siquiera mandé la orden de aferrarme a él aunque fuese un clavo ardiendo. Tardé más en detectar la posición en la que me encontraba que ponerme en esa posición. Todo en mi intento por no caer. Notaba las vibraciones del vientre y todo el cuerpo de Bryce al reírse. Ya no era silenciosa su risa. Como era de preveer.
-Siempre andándote con indirectas. ¡Si sólo tienes que pedirlo! ¿Ves que fácil? Ya puedes ver y tocar. -Enfurecí de rabia. Podía aguantar su risa arrogante, pero no sus comentarios arrogantes. Desplacé mis piernas de su cuello a su cara y mis abductores hicieron el resto. Comencé a apretar para aplastar su cara entre mis rodillas. Liberando mi furia a través de cada fibra muscular que mantenía contraída.
-O me sueltas por las buenas, o me sueltas por las malas. -Por si acaso, seguía sujeta a su cadera con mis brazos, por si le daba por soltarme de golpe no pegarme el castañazo. Las tenía también preparadas para retorcerle su bonita piel en un furioso pellisco, arañarle la espalda o ponerme a pegarle puñetazos. Sabía que lo que más daño le haría sería el pellisco, mis uñas están cortas y toda la fuerza que pueda ejercer es ridícula para él. Así que dependiendo de cómo se comportase, había una cosa u otra. También contaba con mis dientes, no tenía muy claro dónde podía morderle, pero no dudaría en usarlos si los requería.
-Vale, vale. -Su voz sonaba a través de la risa y de la boca aplastada por mi abrazo mortal. Lo que hizo fue soltar sus brazos de alrededor de mi cintura. -Ya te he soltado. Eres tú la que no me sueltas a mí. -Capullo... Se había atenido a la literalidad de mis palabras cuando sabía que el mensaje era que me dejase en el suelo... Seguía riéndose... -Has dejado las indirectas pero sigues sin decir claro las cosas que quieres... -¿Por qué podía seguir hablando? Desde que había quedado colgando por mi misma, había apretado aún más las piernas para no caerme. Su boca debería estar cerrada. Hizo ese típico sonido de desaprobación, esa especie de <tni tni tni tni> y suspiró sonoramente. -Valeria, Valeria. Qué voy a hacer contigo... -No. Si ahora lo estará haciendo por mi bien, para ayudarme a superar mis problemas de comunicación...
Decidí salir de esta situación por mí misma. Solté mis piernas de su cabeza y las incliné hacia atrás. Apreté aún más mis brazos alrededor de su cadera. Por la propia fuerza de la gravedad, me fui doblando de espaldas. Cuando intuí que ya estaba a una distancia considerablemente cerca del suelo, me solté de brazos y caí mientras me incorporaba, doblando el resto de mi cuerpo para quedar erguida pero también con cuidado para no hacerme daño en el cuello al chocar mi barbilla con el pecho de Bryce. De un salto, quedé de espaldas a Bryce, liberada de aquella odiosa postura. Todo eso sucedió en un segundo, tampoco tenía tanta fuerza en mis brazos para sostener todo el peso de mi cuerpo. Y una vez en el suelo, con el sentido del equilibrio todavía en proceso de equilibrarse, me giré repentinamente hacia Bryce y le asesté un puñetazo en la barriga. Mi intención al hacerlo repentinamente era que a él no le diera tiempo de reaccionar. Pero claro, eso era ya mucho pedir. Es Bryce... ¿Qué espero? Él nació ya preparado. Los músculos de su abdomen ya estaban tensos, esperando el golpe impacientes. Me quedé absorta pensando que era la primera vez que tocaba la piel del pecho de Bryce, que era una pena que tuviera que ser así y no de otra manera, pues mis nudillos no pueden apreciar toda su perfección. La suavidad de su piel, el calor que mana de ella, el tacto del contorno de sus músculos... Pero ese pensamiento duró un segundo, el segundo que pasé mirando adónde dirigir mi puño. No se dio cuenta de mi mirada de deseo, mi cara no la expresó. Y él no vería nada raro en que mirase, nadie golpea que quiera dar un buen golpe lo hace sin mirar si tiene la oportunidad. Cuando nuestros ojos se encontraron, descubrí que los suyos estaban eran desafiantes, que su mirada era arrogante, de superioridad. Haciéndome sentir una tonta por pensar que podía salirme con la mía y pillarlo con la guardia baja. De repente, recordé que llevaba un anillo en el otro puño, en el derecho. Aprovechando que él ya había cantado victoria, encogí mi brazo izquierdo y alargué el derecho con toda la rapidez que pude. Era jugar sucio, pero él juega así siempre. La palma de su mano paró mi golpe. El ángulo de su brazo y sus potentes músculos amortiguaron la inercia. ¿Por qué no podía yo ganar alguna vez...? Pero aún así, mi picudo anillo hizo bien su función. Se lo había hincado en su tensa palma. Apartó su mano, agitándola en el aire, intentando disimular un tímido <¡Ah!> se la miró rápidamente, observó la hondonada que había dejado mi anillo en ella y después miró mi puño, en busca del culpable, mientras se llevaba la mano a la boca, para chupársela. No era como lo había planeado, pero me servía así. Ahora era yo la que lo miraba triunfante y desafiante.
-¡Tramposa! ¡Llevabas un anillo! -Tenía el ceño fruncido. Le había dolido de verdad. Bien. Y encima se quejaba como si tuviera derecho a ello.
-¡Tramposo! ¡Llevabas tu superioridad en fuerza, peso y altura! -Dije imitando el tono de su voz. Y para rematar, me besé el anillo con aires de grandeza, sin dejar de mirarlo a los ojos. Ya me había pasado, ahora podía volver a actuar contra mí. Me miró enfadado y adelantó un paso hacia mí, torpe, se le había vuelto a olvidar su tobillo. Santo esguince, era la primera vez que me alegraba de habérselo provocado. Sé que está mal, pero no podía evitarlo.
-¡¡Eeeeeh eeeeh!! ¡Que ya estamos en paz! Mira que ya te he perdonado por la humillación. -Retrocedí un paso a la misma vez que él lo adelantó y me llevé las mano al frente en señal de STOP. Bryce se lo pensó un momento. Valorando la situación. No se qué se le ocurrió, la cuestión es que decidió dejarlo estar. Seguramente se desquitaría después, dudo mucho que su sentido de la equidad le haya hecho ver que ya era justo para los dos.
-¡Venga ya! ¡Humillación! ¡Pero si has disfrutado a mares! -Recuperó su postura y su expresión. Ahora volvía a sonreír pícaramente. Yo le dediqué mi mejor sonrisa y me mejor dedo, la hipócrita y el del corte de manga. Los dos volvimos a lo nuestro, él a terminar de quitarse la camisa y yo el vestido. Sin mirarnos más que de reojo. Me alegré de llevar mi anillo hecho de cable con una bolita que rueda atravesada por él. No sé cómo podría haberme desquitado si no, probablemente hubiera intentado otra cosa y me habría salido mal y ahora estaría más frustrada y con más rabia dentro de mí.
Estaba sorprendida conmigo misma. ¿Por qué no estaba enfadada con él por hacer uso de su superioridad para vapulear a los demás? Siempre ha sido muy impulsivo, pero siempre se ha controlado conmigo. ¿Qué le hacía tener hoy esos impulsos y además realizarlos? Hoy tenía un aura distinta, y ese aura estaba afectando a mi forma de recibir todo lo que hace. ¿Y qué tenía diferente Bryce? Entonces caí en la cuenta, justo cuando estaba desabrochando el mono para ponérmelo. Simplemente es que hoy Bryce está feliz. Tan sencillo como eso. Lo miré sin que me viese. Estaba de espaldas a mí, colocándose una camiseta de licra ajustada de manga larga que iba tapando poco a poca su espalda. Sonreí.
Él sabe dejar de lado las preocupaciones por un momento. Liberar la mente de cualquier cosa que pueda consternarle. Ojalá yo. Lo envidié por ello. Pero entonces pensé que, por qué si es capaz de hacer eso, no está tan contento otras veces. Y justo caí en la cuenta. Porque es nuestra primera cita. Es la primera vez que salimos a hacer cosas juntos. Que las cosas le salen bien. Porque me quiere. Me quiere mucho... Y por fin estamos cerca de ser una pareja normal. Una pareja que hace cosas juntas, que se sacrifica por estar juntos, que no tiene que medir lo que hace o dice, sino que es natural en todo. Y eso me alegra mucho. Pero, ¿por qué no puedo yo estar tan feliz como él? ¿Porque todo esto no me hace tan feliz como a él? Quiero creerle cuando dice que no soy tan complicada. Quizás no desde fuera. Pero es realmente difícil desde dentro.
-Estás muy chistosa. -Levanté la cabeza. Acababa de cerrar la cremallera con el mono ya puesto. Bryce me miraba divertido. Él también se había puesto su mono. Le quedaba como un guante. Estaba muy atractivo con él. Mucho. A mí por el contrario me sobraba tela por todos lados. Mangas demasiado largas, bajos demasiado largos, todo demasiado ancho...
-Yo siempre estoy chistosa... -Lo miré encogiéndome de hombros. Resignada. Es la verdad, tenía que aceptarla tarde o temprano. Ahora era un buen momento.
-Cierto. -Rio levemente con la boca cerrada. Se giró dándome la espalda y se agachó al armario que ya tenía abierto. Buscando algo. Lo encontró y se levantó lanzándome algo al aire. Los cogí al vuelo a tiempo, eran dos botas de montaña.
-Toma, son las más pequeñas hay. Espero que te queden bien. Son de mi hermana cuando adolescente. -Eché a andar hacia el banco para ponérmelas, cuando me senté, algo chocó contra mi cara y se escurrió por ella hasta llegar al suelo. Era un par de calcetines. Miré fastidiada a Bryce. ¿Este quiere guerra otra vez? -No tengo culpa de que no estés atenta. -Le dediqué una mirada asesina y me volví a agachar para ponérmelos. Él hizo lo mismo.
Los calcetines son especiales para adherirse mejor a la superficie interna de la bota y evitar el rozamiento y la fricción. Y además son muy bonitos, se nota que los escogió el buen gusto de Tori. Me até los cordones y me levanté. Anduve unos pasos, me quedaban muy bien. Estaba muy cómoda con ellas. Empecé a saltar y mover los pies imitando el claqué con las manos en la cintura. Sí, realmente me quedaban muy bien y estaba muy cómoda con ellas. Bryce me miraba otra vez divertido. Pero eso no provocó que parase de hacerlo. No iba a cortarme, no iba a dejar de hacer lo que me salía de dentro por lo que él pudiese pensar o decir.
-Estás muy guapa. -Y sonrió cálidamente. Con la boca cerrada. Con los ojos brillantes. Ahí si paré de dar saltitos. Me quedé en blanco. ¿Qué le decía?
-Yo siempre estoy guapa. -Usé el mismo recurso de antes. Miré hacia abajo, intentando ocultar mi cara. Vi que Bryce sólo se había abrochado la bota del pie bueno, el izquierdo. La otra estaba desabrochada, holgada, sin aprisionar su tobillo. Ahí si me dio pena su esguince. Lo mío va a ratos. Vi cómo se levantaba, cogía sus muletas y comenzaba a andar hacia mí. Levanté la cabeza a la vez que él me plantaba un beso en la mejilla. No lo vi venir. Me pilló por sorpresa.
-Lo sé. Pero a veces se te olvida y hay que recordártelo. -Me lo dijo al oído. Eché de menos el contacto de sus labios contra la piel de mi mejilla, pero me sentí mejor al notar que se rozaban con mi oreja, acariciándome con el viento que salía de su boca. -Bueno, no, tengo que recordártelo. No me gustaría que te lo dijera nadie más. -No sé que me gustó menos, si su sobrado comentario o que separó sus labios de mi cara. Antes de que pudiera reaccionar, él actuó primero. -Venga, vamos, que el piloto nos está esperando. -Me ofreció su segura mano, la miré, lo miré, me hice un poco de rogar, él encogió un poco los dedos y los volvió a estirar en una sacudida un par de veces. Su mano llamando a mi mano. Bueno, me vale así. Se la cogí, me la apretó con cuidado y echamos a andar camino de la avioneta. Andando con sólo una muleta, la derecha. Y con su casco, el mío, sus gafas y las mías colgando enganchadas en mi brazo izquierdo. O llevaba él las cosas, o iba cogido de mi mano. Prefería yo cargar con todo e ir agarrada a él.
Salimos fuera de la nave, con todo el estilo del mundo, casi podía ver nuestra salida a cámara lenta en dirección a la avioneta. El sol me deslumbró por un momento, pero no podía llevarme la mano a la frente para poder ver bion. 21 años y todavía no me he acostumbrado a que mi ojo marrón lleva mejor el exceso de luz que el verde. Seguía siendo mareante ver dos imágenes a la vez, una con más saturación que la otra. El piloto, que se llamaba Robert, nos salió al encuentro. Nos ayudó a subir a Bryce y a mí. A mí me levantó con un tirón de brazo y mis piernas haciendo fuerza en el bordel del suelo de la máquina. Bryce no quería ayuda, pero vio que subiría más dignamente con otro fuerte tirón en vez de arrastrándose por la chapa en un intento de escalada por llegar al interior. Si no fuera por el tobillo, sería él el que nos estuviera esperando a nosotros dos para subir. Pero es que la avioneta está como a un metro y medio del suelo, unas potentes ruedas lo separan de él. Era marrón tierra, me recordaba a los aviones de la segunda guerra mundial que sobrevolaban las ciudades para dejar caer bombas sobre ella. Sólo que con una tecnología mucho más avanzada. Tenía una cabina muy amplia, con asientos acolchados y cinturones de seguridad.
Un cristal nos separaba de la cabina del piloto. Cerró el portón corredero con un empujón, nos sentamos, nos pusimos los cinturones y el avión arrancó motores. Sentí todo vibrar, las hélices girar, el viento rajándose al pasar a través de ellas... Busqué la mano de Bryce, que estaba sentado a mi lado, y se la apreté nerviosa. Nos miramos un momento y yo volví a concentrarme en sentir todo lo que ocurría a mi alrededor. Las ruedas empezaron a girar lentamente, Robert estaba moviendo la avioneta en dirección a la pista de despegue. Yo miraba por el gran ventanal que había en el portón. Los arbustos, matorrales, asfalto y otros aviones que por allí había aparcados iban desapareciendo poco a poco. No me di cuenta de cuándo enfiló la piesta hasta que las hélicess comenzaron a girar más y más rápido, los motores a rugir más y las ruedas a rodar con más velocidad. Cien metros antes de acabar la pista, la suavidad infinita se sintió por toda la avioneta, las ruedas ya no friccionaban con el suelo. Ahoro sólo nos acariciaba el viento.
-¡Hey hey! Menos mal que no tienes uñas, ¡porque me estás echando la mano abajo! -Era Bryce, me miraba entusiasmado, había olvidado que había estado apretando con toda mi fuerza su mano todo este tiempo. Se la solté demasiado, parecía que quería dejar de sostenerla, entonces, rápidamente, antes de que se notara el fallo y la correción, la volví a agarrar pero con más suavidad. Le dediqué una sonrisa a modo de disculpa y me dediqué a mirar por la ventana.
Íbamos subiendo en diagonal, podía sentirlo y podía verlo. Era genial. Había volado antes en avión, por supuesto, pero a este tamaño todo era más intenso. Había dejado de preguntarme para qué necesitábamos tanta protección... cuando obtuve la respuesta. La respuesta que respondía también a la pregunta de qué era exactamente lo que íbamos a hacer. Cuál era el plan de Bryce. Mis ojos descubrieron todo el entramado. Unos arneses unidos a un gran paquete. Una especie de mochila grande. Un paracaídas. Ahora todo tenía sentido. Decidí conservar la calma. Sin apartar la mirada de la mochila y los arneses, di unos pequeños golpecitos a la mano de Bryce con mi dedo índice y después lo usé para señalar aquello que estaba poniendo a prueba mi capacidad para guardar la calma.
-No estarás planeando lo que creo que estás planeando, ¿no? -El demasiado largo silencio de Bryce era la respuesta. SÍ.
-Creía que ya lo sabías. No me has preguntado en ningún momento lo que íbamos a hacer. -¿Intenta con esa respuesta quitarle hierro al asunto?
-¡¿Y cómo podía saberlo?! -Empecé a respirar descompasadamente. Recibiendo ataque de pánico.
-¡Oh! ¡Venga ya! No me digas que no se te ha ocurrido en todo este tiempo. Era evidente. Qué manía tuya también de engañarte a tí misma... -Empecé a no respirar. Ataque de pánico recibido.
Sí, era cierto que se me había ocurrido, pero descarté la idea. ¿Cómo diantres iba a pensar que Bryce tiene aviones privados en una nave privada en el aeropuerto de Nueva York? ¿Cómo leches iba a pensar que sin haberlo planeado, en el mismo momento en el que se le ocurría ir a hacer paracaidismo iba a poder hacerlo? ¿Cómo cojon... es iba a pensar que iba a decidirlo sin preguntarme? Nada más terminar de preguntarme esto, me di cuenta de evidente que era todo y de lo tonta que había sido... No debería haber descartado el paracaidismo por todos esos motivos. Ahora que lo pienso todo mucho mejor gracias a mi estado de pánico, lo raro sería que no tuviese aviones privados, o gente dispuesta a hacer todo cuanto el quiere y cuando lo quiere o contase conmigo para planear las cosas... Respiré. A mi cerebro ya le hacía falta oxígeno. Aunque parece que piensa con más claridad cuando le falta...
-¡¿Y si tengo vértigo?! ¡¿Y si tengo alguna enfermedad que me impide subir a grandes altitudes?! ¡¿Y si me da un ataque de pánico y me pongo a destrozar todo el avión?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! -Lo dije todo de una vez, sin necesidad de tragar más aire para terminar todo lo que tenía que decir. Lo dije muy alto. Estaba alterada. Bryce me miraba súper tranquilo. Tanta tranquilidad me alteraba aún más. Él pasaba de todo eso...
-Si tuvieras vértigo o alguna enfermedad que te impide subira a grandes altitudes, lo habrías dicho cuando viste que íbamos al aeropuerto. Y no podrías destrozar el avión, en todo caso te destrozaría él a ti. Y no te lo dije... porque no me preguntaste. Aunque, no te miento, no te lo pensaba decir, era sorpresa. -Y me sacó la lengua a modo de guiño. -Además, nada que no se pueda curar con un rápido descenso. -Y lo soltó tan pancho. Y yo tan pancha solté su mano. Me había mosqueado.
Estaba sentada en el asiento acolchada y me encontraba mareada, todo me daba vueltas. No es del vértigo, no lo tengo. Es por mi descontrol al respirar. Por el ataque que me había entrado. Cerré los ojos, relajé los músculos y me puse a pensar en la respiración, a controlarla conscientemente. Inspiración, espiración, inspiración, espiración, inspiracion, espiración... Poco a poco me fui calmando. Bryce me miraba divertido por todo eso. No lo había mirado para ver cómo me miraba, pero estaba segura de cómo lo hacía.
-Y ahora estarás cabreada conmigo porque no te lo pregunté antes. Sin embargo, si lo hago sin contar contigo pero te gusta, estás encantada de la vida. Si lo hago sin contar contigo pero no te gusta, se apoderan de ti los demonios. Eres imposible. Y a mí me toca aguantar todas tu incoherencias porque soy el único que se arriesga. -La verdad de las palabras de Bryce llegaron a mí como bofetadas de realidad. No me había parado a pensarlo, pero tenía razón... ¿Será posible que me conozca él a mí mejor que yo a mí misma? Poco a poco el mosqueo se me fue yendo. Abrí los ojos y lo miré. Me miraba expectante.
-No estoy cabreada contigo. -Puso los ojos en blanco.
-Eso lo dices ahora. Ahora que te has parado a pensar lo que he dicho y has visto que es verdad. -Apoyó la espalda en su asiento y se puso mirar hacia el frente, cruzó los brazos frente a su pecho.
-Vale... Lo siento... Permíteme al menos que me altere un poco al descubrir que estoy montada en una avioneta para saltar al vacío desde... ¿cuántos? ¿3000 metros de altura? -Pero no dijo nada, no se movió. Permaneció enfurruñado con los brazos cruzados, mirando al frente.
Tiene razón. Él es el que se arriesga a todo por mí. Es un valiente al atreverse conociendo mi temperamento. Y saber eso me llenó de ternura. Intenté hacer las paces con un beso. Un beso en la mejilla. Me acerqué a él, dudosa. Entorné mis labios, pero una fuerza independientemente de mí, me detuvo, impidiendo que avanzara. Era el cinturón de seguridad. Diablos... Para ese momento, Bryce ya se había girado y me había visto con los labios como los de un pececito buscando desesperadamente bocanadas de oxígeno fuera del agua. Diablos y demonios... Rió en silencio y para no hacerme pasar más vergüenza, acercó su mejilla a mis labios antes de que recuperara mi posición inicial. Todo lo que le permitió el cinturón de seguridad. Y aún así, nos quedamos a un dedo de distancia. Yo intenté estirar el cinturón, intenté que diera un poco más de sí, Bryce también. Pero aún así no fue posible. Agaché la cabeza derrotada. Diablos, demonios y bestias que lanzan fuego por la boca nadando en ríos de lava en el infierno... El universo se adelanta a mis propósitos. Antes de que me proponga algo, él ya se ha encargado de que todo a mi alrededor esté listo para impedirlo.
-Anda, pececito, ya me lo das cuando lleguemos al suelo sanos y salvos. Que son 5000 metros de altura. -Bryce siguió riéndose en silencio mientras yo miraba pasmada cómo seguíamos subiendo en diagonal.
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