adelgazar

Refranero

jueves, 22 de mayo de 2014

Capítulo 68: Paintball

Capítulo 68: Paintball

Cuando se fue, no sé qué se quedó más triste, si la casa... o yo. Me quedé mirando la puerta cerrada tras su ida. Sentí una punzada. Una descorazonada. Como si las cosas se fueran a volver a torcer la próxima vez que nos veamos. Recordé sus palabras antes de besarme la frente para marcharse después, <mañana a las siete de la mañana está preparada, Liam, Leo y Aaron van a pasar a recogerte>. Eso me tranquilizó. Un poco. Era un trocito de realidad en la magnitud de mis impresiones.


Me dejé caer en la cama y me puse a pensar en Karem. ¿Cómo estaría pasando estos días con su chico? Ojalá todo le esté yendo genial. El resto del día, lo pasé haciendo la maleta, comiendo, estudiando, y viendo la tele. Esa noche echaban en la tele una película basada en echos reales. "El intercambio". Iba sobre una madre a la que le secuestraban a su hijo, y al reclamar a la policía que lo encontrasen, le traían a otro niño que no era su hijo. Ella denunció una y otra vez que ese no era a su hijo, que encontrasen al de verdad, pero al resto del mundo le interesaba que ella lo aceptase y dejase de armar escándalos públicos que no le convenían. La vi con el corazón pendiendo de un hilo. Que llorera... madre mía... Y la interpretación de Angelina Jolie era magnífica. El problema, que toda la capacidad de la película para tocar la fibra sensible, lo comprobé en mis carnes.

Esta vez, me tiré en la cama, boca abajo, con el móvil en las manos. Le escribí un mensaje a Bryce, necesitaba una respuesta que calmase la intranquilidad que llevaba dentro, que me demostrase que seguía estando ahí aunque se hubiese ido. De que volvería. Y había tomado la decisión en el tiempo que tardé desde que dejé el suelo hasta que aterricé en la cama. <B, lo he decidido. Mañana no voy a la montaña. No se me ha perdido nada allí. Quiero pasar el fin de semana contigo.> Tenía miedo. Tenía un agujero en el pecho. Estaba convencida de que si me iba, ocurriría algo mientras estuviésemos separados, y nos diríamos adiós de nuevo. Mientras me mantuviese a su lado, todo estaría bien. Y quería cuidarlo, visitarlo al hospital mientras estuviese convaleciente y mimarlo. Quería simplemente estar con él...

En menos de un minuto, recibí su respuesta. <Ni hablar. Tú mañana vas a la montaña. Y punto.> Y demasiado tiempo tardó en contestarme para lo claro, corto y conciso que fue. Un segundo mensaje interrumpió mi cara de *¿esto es en serio?*. <No pienses mal, que te conozco. No podríamos vernos aunque te quedases. Son sólo tres días sin mí. ¿Podrás soportarlo?> Oh vaya, ¿qué tenía que hacer en esos tres días que le impedía vernos? Mis dedos se movían por las teclas del móvil sin que mi voluntad lo controlase. <¿Estarás cuando vuelva? Prométeme que no te habrás ido, que todo estará bien.> Y me di media vuelta en la cama con los brazos extendidos hacia el techo. Como una quinceañera que espera el mensaje del guapísimo chico por el que suspira, invitándola a salir. Esta vez Bryce tardó mucho en responder. Después de llevarme un rato mirando como una boba la pantalla del móvil, decidí que era hora de lavarse los dientes y acostarse, mañana madrugaba finalmente. O respondía pronto o lo llamaba, me negaba a estar desvelada esa noche pensando en su respuesta. Pero cuando volví, había un sobre en la barra superior de la pantalla de mi móvil. <Te prometo que estaré aquí esperándote. No me iré a ninguna parte.> Seguía sin estar tranquila. No había pasado por alto que no me había prometido que todo estaría bien. Y eso a él no se le había pasado. Sabía que no podía prometerme algo que no podía cumplir. Decidí que era mejor no insistir. No podía obligarlo a que me asegurase que todo irá como nos gustaría. Me bastaba con saber que haría todo lo posible porque eso fuese así. Y me bastaba con tener un motivo para irme y para volver. Me había prometido que me estaría esperando a mi regreso.

Me puse el pijama de pelitos y me metí en la cama calentita. No sin antes poner el despertador a las 6. Mañana me esperaba el comienzo de unos tres días que pintaban intensos. Me quedé dormida todavía intranquila, pero al menos pude quedarme dormida. Por la mañana, cuando el chirriante sonido de la alarma me despertó, me levanté, me duché, me desperté, me vestí y comí por ese orden. Y todavía me sobraban 15 minutos hasta que diesen las siete. Descubrí un nuevo mensaje de texto que me llegó anoche poco después de quedarme dormida. Era de Bryce. <Dos gotas se caen al agua. Las dos tiemblan, pero no por igual.> ¿Cómo? No entiendo. ¿Él es una gota y yo otra que caemos en la vida, pero tenemos distintas inquietudes? Y si es eso ¿qué me quiere decir? Decidí no darle muchas vueltas. Hoy iba a ser un día para disfrutar. Y una vez tomada esta decisión, cogí mi pequeña maleta de mano y bajé a la calle a esperar a estos. No iba a retrasar más este estupendo por estar todavía arriba cuando lleguen.

Llegaron a las 7.05. Se retrasaron sólo cinco minutos, pero como yo llevaba esperando diez, estaba ya un poco impaciente. Venía Leo conduciendo un todoterreno, Liam copilotándolo y para mi sorpresa, Aaron sentado detrás. Bryce me dijo nada de Aaron, aunque debí suponer que era raro que viajásemos tres de sus amigos en un mismo coche, y el fuese por libre. ¿Iba a tener que viajar atrás con él? Qué pregunta tan evidente... Algo se me revolvió dentro. ¿Por qué ahora tengo miedo a estar con Aaron? Tengo claro que no voy a fallar a Bryce, pero me da miedo cuantificar el poder que tienen Aaron en mí. Porque la otra noche... no nos besamos porque él no quiso, ¿o me habría apartado en el último momento? De todas formas, eran otras circunstancias. Aquella noche yo estaba al límite de mi aguante.

-Si esperas que me baje como un caballero a recoger tu maleta y guardarla en el maletero, la llevas clara. -El borde comentario de Leo me sacó de mi ensimismamiento. -Venga rápido que estamos aparcados en doble fila. -Leo no puede salir porque no tiene espacio para abrir la puerta y pasar, o que Liam y Aaron tampoco pueden abrir la puerta porque los coches pasan demasiado cerca. Pero claro, explicarlo así no hubiera sido borde. Y eso es algo que Leo no se puede permitir.

Como no se me ocurrió nada ingenioso que decir, me fui hacia el maletero sin decir ni pío, pasando de lado entre dos coches aparcados. Cuando apreté el botón, la puerta se abrió hacia arriba y un espaciosísimo maletero apareció ante mí. Los demás también llevaban minimaletas, del tamaño de la mía. Me sorprendieron tres estuches alargados que había, no eran más grande que donde se guardan las guitarras, pero tenían una forma totalmente destinto. Cuando me fui a agachar para alzar mi maleta, una mano se posó en mi hombro derecho. Me giré a mirar y vi la encantadora cara de Aaron mirándome alegre. Era tan distinta a su expresión vacía de la última vez que nos vimos...

-No es que sea ningún caballero que ayuda a las señoritas con su equipaje. Sólo quería ser el primero en ver tu cara. -Me quedé petrificada. No sé con qué cara, pero no quiero saberlo. ¿Cómo puedo estar yo haciendo todo mi esfuerzo por no dejarme atravesar por todo él y ahora me viene con esto que me deja totalmente desarmada? -Estás muy guapa hoy. -¡Reacciona Valeria! ¡¡Reacciona!! ¡Responde algo que no haga quedar lo que ha dicho como un cumplido sino como un comentario entre amigos!
-Tú también. -Y sigo sin querer ver mi cara de pasmada. Me sonrió, me eché a un lado y él cogió la maleta por mí y la guardó. Nos montamos los dos por el lado del coche que daba a la carretera. Yo entré primero, Aaron se quedó vigilando que no viniese ningún coche y después se montó. Antes de que hubiese cerrado la puerta por completo, Leo ya había dado un acelerón que hizo rechinar las ruedas del coche. El morro del coché llegó a la línea del semáforo en ámbar, y el culo, con el semáforo en rojo.
-¿Qué tanto hacíais ahí detrás? Un segundo más y entro con el semáforo en rojo. - Exacto... muy bien dicho... porque por supuesto no iba a esperar a que se pusiese en verde de nuevo. La diferencia radicaba en tener que darle algún dinerillo a la policía si le pillaba.
-¡Para! ¡para! ¡Con el acelerón seguro que se ha salido todo el agua de la pecera en la que llevo a Tommy! -Grité preocupada acercándome hasta el asiento de Leo y poniéndole una mano en el hombro.
-¿¡Qué quéee!? ¡¿Qué has mestido una pecera con agua en el maletero de mi coche?!- Leo sonó más preocupado por su maletero, que yo por mi ficticio pez.
-¡¿Y qué otra cosa podía hacer?! ¿Quién lo va alimentar estos días si no? -Con un estrepitoso frenón, paramos de nuevo en doble fila, pero ahora Leo no tuvo ningún problema para salir a pesar del poco espacio que había entre los dos coches. Estaba que le salía humo por las orejas. Rápidamente fue al maletero y abrió la puerta, para encontrase con... ¡NADA! Todo perfectamente seco, en su sitio, y sin rastro de ninguna pecera o pez. Para cuando volvió, Aaron y yo nos estábamos partiendo literalmente el culo, y Liam, que lo pilló todo en cuanto nos vio romper a reír, reía con nosotros. Humo por las orejas, rayos por los ojos y lava incandescente por la nariz. Esta vez el golpe eque le había dado a su orgullo había sido muy fuerte.
-Esta te la devuelo, Valeria querida. -Dijo sentándose de nuevo al volante con cara de muchos amigos, porque decir cara de pocos amigos era quedarse corta. Liam acercó una mano para chocar los cincos con la mía.
-¡Cuánto me alegro de verte! ¡V! No veas como está éste hoy. No me quiere decir qué le pasado pero no hay quien lo aguante. Jajajajajajaja.
-Dejad de tocarme las pelotas o los moratones que os voy a dejar en el paintball os van a durar dos semanas. -¿Estarían guardadas en los estuches sus pistolas? Recuerdo que cuando vinieron una vez a mi casa, las traían consigo, pero fuera.
-¡Venga ya! ¡Era sólo una broma! ¡Tú has estado muy borde conmigo! -Alegué en mi defensa.
-Eso es cierto, ella no tiene la culpa de tu mosqueo. -Liam salió en mi defensa. Eso me gustó mucho.
-Ni yo tengo culpa de que mi padre se haya levantado hoy con ganas de darme por culo. Me he ido sin su permiso. Seguro que encuentra la forma de joderme con algo cuando vuelva. -Y dicho esto, todas las caras de diversión se esfumaron. Liam se puso serio, y Aaron volvió la cara hacia la ventana. Silencio sepulcral. Oh. Esto es serio. No sé cómo es la vida familiar de Leo, pero por la reacción de todos, no especialmente buena. Parece tratarse de algo delicado, y ahora me siento mal.
-Lo siento Leo, no era mi intención fastidiar. -Y agaché la cabeza. Aaron me acarició la nuca para animarme y me miró arrugando una mejilla.
-Liam tiene razón, tú no tienes la culpa de mi enfado. -Parecía verdaderamente afligido cuando empezó a hablar después de un incómodo silencio. -Tus moratones sólo durarán una semana. -Concluyó intentando quitarle hierro al asunto. Prefería este final a un <siento mi reacción>, esto era más Leo, y yo prefería al Leo que bromea al Leo que está irritado.

El buen ambiente se fue recuperando un poco más con cada kilómetro que recorríamos. Cuando nos paramos a desayunar, ya estaba totalmente recuperado. Paramos en un bar de carretera bastante lujoso para como suelen ser los bares de carretera. Era un bar motero al estilo <los moteros del infierno>. Con todo la tapizable tapizado en cuero, y todo lo metálico en un color plata brillante. Los nombres de los distintos tipos de desayuno eran nombres de escuderías de moto. Liam se pidió un Honda, huevos revueltos con jamón. Leo se pidió un Yamaha, un gofre con chocolate y helado. Aaron un Suzuki, croissants dulces rellenos de jamón york y queso. Y yo, un Kawasaki, ensalada de fruta bañada en yogur líquido. Sí, ya había desayunado, y sí, aquel sitio era tremendamente caro, pero ya eran las 10 de la mañana, y mi estómago pedía ser llenado. Pero claro, yo no sabía que aquel lugar tenía convenios con la empresa Domioyi, por lo que, en la infinita ignorancia, nuevamente estaba siendo invitada. Por una parte me sentí frustrada, no hay por donde coger a esta familia, pero por otra, aquel desayuno estaba demasiado bueno para albergar arrepentimientos por habérmelo comido. Por curiosidad, leí en que consistía un Harley Davidson. Era un sandwhich gigante, de cuatro plantas, con lechuga, tomate, huevo frito, bacon, pepinillos, queso, salsas variadas y dos hamburguesas. Aquello debía ser el plato preferido de estos moteros, que llegan hambrientos tras un largo viaje en moto.

-¡Hey! ¿Por qué no jugamos a las palabras encadenadas? -Me atreví a proponerle a este trío cuando salimos del parking del restaurante de carretera. Lo había ascendida de lugar, un bar era un término muy pobre para aquel lugar.
-¡Vale! Empiezo yo. -Leo, en contra de todo pronóstico, se vio dispuesto a aceptar una propuesta mía. Hasta me sorprendí. -A ver... Mmmmm. NO. -Y Leo, a favor de todo pronóstico, me la había vuelto a jugar. -Que empezamos por ahí, y después querrás que continuemos con las típicas canciones de campamento. Que esto no es una excursión del colegio.
-Venga ya, Leo, si te has traído las cartas del tabú. -Liam abrió la guantera del coche, y sacó una baraja de cartas. Del tabú. ¡Qué puntazo! -A mí sí me apetece jugar a esto. Venga, empiezo. -Cogió una carta al azar, se giró un poco hacia el lado para poder mirarnos a los tres, y empezó a hablar. -Mmmm, a ver. Se come. Es amarillo.
-¡Plátano! -Grité entusiasmada, levantando mi espalda del asiento.
-Limón. -Dijo Leo. Al parecer, no tenía problemas en jugar a esta juego. Y yo menos, me gusta mucho. Si hubiese sabido que lo traían, lo hubiera propuesto antes.
-Piña. -Dijo con toda su tranquilidad Aaron a mi lado.
-Aaron. -Liam señaló con su dedo índice a Aaron, que había acertado.
-¿En serio vais a jugar a eso? La idea era jugar en la cabaña con todos. -Leo prostetó, pero no mucho, ya estaba poniéndose a tono.
-Que más da tío. Hay muchas. -Dijo Liam mientras le ofrecía el taco de cartas a Aaron, que elegió una al azar. No se lo pensó mucho, Aaron no es de complicarse, la primera palabra que leyó de las dos que trae la tarjeta, le pareció buena.
-Iglú. -Aaron sólo dijo eso. Me rezagué pensando por qué había dicho sólo una palabra y no una descripción, pero Liam, que ya le tiene pillado el tranquillo a Aaron, lo pilló al vuelo.
-¡Hielo! -Y la cara de Aaron, descubrió que era esa la palabra. Me quedé atónita. Años de amistad que crean conexiones mentales. -¡Bien! Llevo uno. Y me toca. -Sacó una carta, meditó cual coger de las dos opciones, y empezó a hablar. -Cuando tengo una idea...
-Bombilla. -No sabía si la frase de Liam acababa ahí o es que Aaron lo cortó, lo que sé, es que fue un relámpago acertando. -Blanco y negro. -Dijo tras repetir sus pasos de antes, coger la primera palabra que se le venía a la vista.
-Pingüino. -Respondió Liam inmediatamente. Miré a Aaron. Había acertado otra vez.

El juego continuó un largo rato en algo de dos. Liam y Aaron respondiéndose mutuamente. Ipsofactamente. Al principio disfrutaba quedándome embobada pensando el funcionamiento de sus mentes para acertar las palabras a la primera con las miles de posibilidades que tenían las pistas que daban. O sea... A mi me dicen que es amarillo y se come, y no me da por pensar en una piña. Aunque claro, si fuese plátano, no podría haber dicho amarillo. Con lo de la idea me quedé totalmente sin ideas, nunca mejor dicho. Y con blanco y negro... podría haber sido el ying y el yang. Aunque claro, en ese caso, blanco y negro serían palabras tabú, otra vez. Y si me dicen iglú, puedo decir esquimal... Se repetía la historia. O ellos eran unos genios que eran capaces de reprimir sus primeros impulsos obvios porque sabían que esas palabras empleadas no podían tener una relación tan evidente con la palabra a descubrir, porque serían tabú, sino que tenían una relación un poco más lejana. O, llevaban muchos años jugando a esta juego y habían creado su propio código de comunicación. O tenían conexión mental, de esas que tienen las verdaderas amistades. A medida que iba pasando el juego, me iba declinando más por una mezcla de las tres, principalmente de las dos primeras, porque Aaron tenía la misma amistad con Leo, y el pobre no daba una. O es que nunca ha sido un entusiasmado de este juego, o es que la conducción emplea bastante capacidad de concentración en su cerebro. O es que muy difícil crear una conexión mental con Aaron. Aunque realmente me quedaba impresionada con muchas palabras. -Flecha giratoria: brújula. -Alaska y Hawai son las dos últimas: Estrellas. -Tridentito: tenedor. -Buscador del astro: Girasol. -Bicho con jersey: Oveja. -Traje de bosque: militar. Mueve océanos: la Luna. Circunferencia anular: anillo. Blanco para tu blanco: pasta de dientes. -Hijo del árbol: Libro. -Plumas encerradas: almohada. Yo soy mi casa: tortuga.

Cuando llegaron al punto de acertar tras decir sólo una única palabra, pensé que ya no podían vacilarme de ninguna otra manera. Hasta que Liam dijo mirándome... <Roses are red, violets are cool, love is only one, and that one is you.> Y Aaron acertó diciendo azul. O sea... ¿Él le salta con un poema y a él se le ocurre pensar que azul + rojo = violeta? ¿O consistía en averiguar qué palabra había sustituido? En cualquier caso... ¿Cómo le sale la palabra azul y se le ocurre de repente ese poema? No pude seguir haciéndome preguntas porque Aaron empezó a hablar, era su turno. <¿No es cierto ángel de amor que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?> Dijo Aaron en un perfecto español. ¿Liam sabe español? Su respuesta me dejó claro que también sabe de literatura española. <Fox.> El autor del libro donde aparece ese verso es de José Zorilla. No sé que me deja más perpleja, que Aaron lea “fox” (zorro) y se acuerde de un escritor español y encima sepa recitar su frase más conocida, o que Liam sepa que toda ese verso iba por su autor y haya relacionado zorilla con fox, y no con algo que estaba o no ausente en lo que propiamente decía.

-Bueno, bueno, bueno, esto ya es demasiado. -Interrumpí indignada. -Vale que seáis unos fuera de serie en el tabú y los demás se tengan que conformar con veros jugar a vosotros dos solos. Pero ya vacilar recitando poemas... ¿Qué cachondeo es este? ¿Qué es lo próximo? ¿Vais a improvisar un rap sobre la marcha? -Intercambiaba mi mirada entre Liam y Aaron. El primero me miraba divertido. El segundo también. La respuesta vino de labios de Leo.
-No, lo próximo es usar anagramas. Desordenan las letras que forman la palabra y el otro tiene que... -Le corté.
-Sé lo que es un anagrama. -Miré asesinamente a Leo por el espejo retrovisor. Me devolvió un guiño de ojos. Sabe cómo hacerme rabiar...
-Vaya, la verdad es que nunca se nos había ocurrido. -Comenzó a hablar Liam. -Igual y podemos practicarlo un día. ¿Te parece? -Dijo mirando a Aaron. El cuál, asintió solemnemente. Yo no daba crédito. Lo peor, es que lo estaban diciendo en serio, no de coña. Flipo con estos prendas.
-Me rindo. -Me dejé caer derrotada en el asiento.
-¿Pero qué pasa? ¿No te parece mal que acaparemos todo el juego pero sí que recitemos poemas? -Aaron, como siempre, intentaba entender mi forma de pensar. Cosa que incluso a mí me cuesta.
-No es eso. Es que mi capacidad para asombrarme ha llegado a su máximo, y cuando eso ocurre, lo que me asombra tiene que parar. Da igual que sea algo bueno. El exceso de lo que sea siempre tiene esa repercusión en mí. Me colapsa. -Aaron no arqueó una ceja. No movió un músculo de su cara. Se quedó callado, pensativo. Intentando recordar, tal vez, un momento en el que algo parecido me haya ocurrido para así crear una conexión lógica con lo que acabo de decir. Tras unos segundos de infructuosa búsqueda, decidió seguir buscando mientras salía de su plena concentración, relegando la búsqueda a una tarea que ocupase menos espacio en su memoria RAM. Lo sé porque Aaron no deja nunca de tener algo en mente.
-Bah, te sorprendes demasiado deprisa. -Concluyó Leo.
-Eso será. -Dije sin ganas de replicarle.

En las dos próximas horas que nos esperaron, Leo y Liam estuvieron hablando de las posibles noticias que podría darnos Ashley. Surgieron ideas como, un anuncio de matrimonio con alguien que había conocido mientras estaba fuera, un nuevo contrato de trabajo con una famosísima multinacional, que iba a dejar el mundo del modelaje e iba a heredar ya su puesto de trabajo en la compañía familiar, que la habían escogido para ser protagonista en una película... A mí todas me parecían posibles, aunque ellos no estaban muy convencidos. Más de una vez estuvieron de acuerdo en que Ashley no nos convocaría a todos para eso. Pero también lo estuvieron más veces en que la noticia la daría aprovechando que estábamos todos juntos, que era el verdadero motivo de la invitación, pasar tiempo juntos. Yo me decantaba más por lo segundo, y por una noticia sencillita.

En algún momento, todo el pasiaje se volvió montañoso. Si no fuera porque no pasamos ningún control fronterizo o aduana, pensaría que estábamos en Canadá. Lagos, bosques y montañas aparecieron ante mis ojos. Todo cubierto de nieve. Blanca y reluciente, que quemaba la vista con su resplandor. <Ya estamos llegando> dijo una voz que procedía del interior del coche. Estaba demasiado ocupada admirando todo el paisaje como para procesar la información y ver a quién correspondía esa frecuencia de sonido. El sol brillaba en lo alto, ascendiendo lentamente hacia el centro de la cúpula celestial, pronto sería mediodía. El cielo, estaba coloreado con un azul intenso, dibujado con pequeñas nubes blancas que sobrevolaban bajas nuestras cabezas. ¿A qué altura estaríamos? Las nubes estaban demasiado cerca del suelo. Me dio coraje romper el encanto al recordar que si ponía las manos en la ventanilla del coche, Leo saltaría vociferando quejándose, pero se me pasó pronto al caer en la cuenta de que el encanto ya sería irrecuperable si eso hubiese ocurrido.

A partir de aquí, yo quedé absorta, atrapada en la belleza de todo lo que me rodeaba fuera del coche. Escuchaba voces lejanas. Al cabo de un rato, una mano se posó en mi antebrazo. Me giré sobresaltada. Era Aaron. La vuelta a la consciencia me hizo darme cuenta de que sólo quedábamos él y yo en el coche... bueno, su mitad superior, porque estaba de pie afuera pero con medio cuerpo dentro del coche echado hacia mí, apoyado con una mano en el asiento, aguantando su peso, y con la otra, en mi brazo.
-Es precioso. -Le dije sonriendo avergonzada por haberme descubierto embobada. Aunque claro, para él no era un descubrimiento, debía llevar bastante tiempo así. Pero yo no era consciente de que lo estaba.
-Menos mal que no te ha colpasado la belleza. Si no, no sé cómo hubiéramos podido cubrir los cristales. -Y dobló la sonrisa a su mejilla derecha.
-¡No seas malo!
-Jajajaja. Anda, venga, que nos están esperando. -Y sacó el resto de su cuerpo al exterior. Abrí la puerta y salí. Me dirigí hacia el maletero pero Aaron me hizo señas para decirme que la maleta ya estaba afuera esperándome. Escuché el sonido del coche al cerrarse con el mando a distancia. Leo apuntaba con la llave hacia él desde las escaleras del porche de la casa.

Y entonces, vi la casa. Era increíble. Estaba hecha totalmente en bloques de piedra de diferentes tono de gris y marrón, colores oscuros para guardar todo el calor posible en invierno. El tejado estaba hecho con tejas de pizarra. No tenía ni un detalle en madera, evidentemente, con la humedad de la nieve es impensable. No era muy grande, sólo dos plantas y tan ancha como cuatro veces el coche de Leo dispuestos en fila. Pero era una de esas casitas de navidad de ensueño. Me imaginé saliendo de la ducha con el pelo mojado cayendo sobre la gigantesca toalla que te envuelve el pelo, tomándote una calentita taza de chocolate caliente mientras te sientas al calor de la chimenea, acurrucada por el sonido de las brasas. Una ráfaga de gélido viento me devolvió a la realidad. Ashley nos esperaba en la puerta acompañada de O_o. Karem. Claro. Lo había olvidado por completo. Ella también estaba invitada. ¿Pero no iba a pasar esta semana en la montaña con el chico que había conocido? ¿Se habían ido al traste sus planes? ¿O se refería a Leo, que llegaba hoy y no al inicio de la semana? En cualquier caso, ¿había pasado todo este tiempo a solas con Ashley? ¿O no estaban solas? Daba igual. Estaba radiante como la nieve. Nunca la había visto tan feliz. Luego le preguntaría cuando nos quedásemos solas.

-¡Aaron! ¡Valeria! -Ashley ya no podía esperar más y salió corriendo hacia nosotros. Tan dolorosamente bella. Con sus botas de montaña blancas e impecables, sus calcetines calentadores del mismo color que ascendiendo hasta sus rodillas. Unas mayas térmicas negras y un jersey rosa. Y un gorro de lana blanco también. Se lanzó a nuestros brazos y nos abrazó a la vez. Enérgicamente. -¡Venga! ¡Entremos que aquí hace frío! -Se separó y nos miró llena de alegría. Qué encanto de chica. -Os he preparado té y café, y tenéis tarta para elegir entre varios sabores. -Y feli< de la vida, pegó sus manos en frente de su pecho, satisfecha. Hay que reponer fuerzas, que el día empieza fuerte.
-Madre mía, me da a mí que nos vas a cebar en estos días. -Dije animada.
-Esa es la idea. En mi casa nadie puede pasar hambre. -Sonrió orgullosa.
-¡Pero qué dices! ¡Si a ti te convendría ganar unos cuantos kilos! -Karem apareció a mi lado. Saltó literalmente sobre mí para abrazarme. Yo me giré como pude para envolverla también con mis brazos y fundirnos allí en medio. -¡Anda que la que fue a hablar! -Y empezamos a balancearnos de un lado a otro mientras nos apretábamos más y más. Cuando nos separamos, Ashley y Aaron nos miraban entretenidos.
-¡¡Queréis entrar ya!! ¡¡Ashley nos ha prohibido empezar a hasta que no estemos todos!! -Gritó Leo desde el marco de la puerta de entrada. Este hombre...
-¡¡Quejica!! -Grité yo desde los alrededores de su coche. -¡Ya vamos! -Ashley se reía.
-Tú y Bryce sois los únicos capaces de reprocharle con ese estilo. -De repente, la energía se me fue del cuerpo. Lo echaba mucho de menos. Ashley debió notarlo. Intentó arreglarlo inútilmente. -Os convocaré de nuevo a todos después de navidades para que él también pueda estar. -¿Quién le habría dicho el motivo de su ausencia? ¿Leo o Liam? ¿Aaron? ¿El propio Bryce? ¿Y cuál era la versión de los hechos que conocía? -Al ver que nadie decía nada, optó por la mejor idea. -¿Vamos a comer? No es buena idea probar la paciencia de esos dos glotones. -Bromeó con su mejor sonrisa. Karem me miró, yo la miré a ella. Teníamos cosas que explicarnos.

Echamos a andar y Aaron llevaba mi maleta y la suya colgando de cada mano. Había demasiada nieve para llevarlas rodando. Menos mal que me traje mis botas de montaña. Me acerqué a él, le inmovilicé el codo con una mano y con la otra agarré el mango de mi maleta.

-Déjame llevarla. -Lo miré convencida a los ojos. Inamovible.
-Vale. -Me devolvió la mirada, también convencido. Nos quedamos unos segundos observándonos expectantes, sin movernos.
-¿Y cuándo me la vas a dar? -Acabé preguntando.
-Cuando haya subido las escaleras de la casa. -Acabó respondiendo. -¿Has traído guantes? -Bajé la cabeza para mirar mi mano posada sobre la suya.
-Sí.
-Pues sácalos cuando vayamos a salir.
-Vale. -Asintió con la cabeza a modo de aprobación. Solté su mano y su brazo y siguió andando. ¿Se había puesto así al salir Bryce en la conversación? ¿O al recordar por qué se hizo el daño en el pie? Alguien me tocó el hombro mientras miraba embobada a Aaron yendo hacia la casa. Era Karem.
-¿Vamos? -Dijo la dulce voz de Karem.
-Vamos. -Dijo mi carrasposa voz.
Entramos en la casa, era aún más acogedora de la impresión que daba vista desde fuera. Las paredes también eran de piedra, había cuadros con motivos forestales, alfombras cubriendo casi todo el suelo en colores cálidos y muebles con tonos caoba. Me encantaba el diseño rústico de la casa. Era tan hogareña y calentita. El agradable sonido de las brasas en la chimenea inundaba todo el ambiente. Nos esperaba una bandeja con humeantes tazas de café y chocolate caliente con una caja abierta de repostería fina recién comprada de alguna pastelería.

-Por favor, no os cortéis. Tenemos provisiones para sufrir tres huracanes seguidos. -Ashley fue hasta unos mullidos asientos que estaban preparados para acoger nuestras posaderas.
Karem y yo nos sentamos juntas en unos sillones del color del vino tinto mirado a trasluz. Yo cogí un capuchino con espumosa nata y dulces nubecitas, y Karem un chocolate caliente. Ashley se sentó en el centro de un sofá de tres, custodiada a cada lado por Leo y Liam. Aaron se colocó en frente de mí.
-Bueno, ¿y qué tienes en mente para hoy? -Preguntó Leo mientras se recostaba de nuevo en el sofá después de haberse incorporado a coger tres galletitas.
-Pues había pensado en el paintball y los baños termales con sauna. Pues son las únicas cosas que se pueden hacer aquí en el pueblo. Y claro, pues ya el sábado y domingo, como subiremos a las pistas para esquiar, o hacer snow, -dijo mirando a Leo, que seguramente en un pasado, la corrigió al omitir snowboard, -pues ya está todo preparado para las motos de nieve y los trineos con los perros. ¡Nos tienen preparado una comida estupenda!
-¿Los perros? -Preguntó como de la nada Aaron. O tal vez es que yo estaba demasiado ausente intentando asimilar todas esas cosas que yo llevaba años queriendo hacer, y que iba a hacer en sólo tres días.
-Los perros no, bobo, los guías que nos acompañan. -Ashley alargó el brazo hasta la rodilla de Aaron y le dio un golpecito amistoso, Aaron sacó sacó la lengua divertido. Su demostración de confidencia me sacó de la ausencia. Vale, ya está todo asimilado.
-Pero… Yo no sabía nada… Quiero decir, ni aunque lo hubiera sabido, tengo esquís o tabla de snow… -Me levanté del asiento, preocupada.
-No te preocupes Valeria, contábamos con ello. Tengo equipación aquí para ti y para todo el pueblo. -Karem me cogió una mano y tiró con cuidado de mí hacia abajo, indicándome que volviera a sentarme y me tranquilizara.
-¿Para todo el pueblo? -Pregunté desconcertada.
-Sí, bueno, te puede parecer algo excesivo, incluso arrogante, si no sabes que en el pueblo sólo viven dos familias. El resto, son casas de vacaciones de invierno. -Liam, como un caballero, me lo explicó antes de darle un sorbo a la taza que sostenía en sus manos.
-No intentes con la inútil pregunta del pueblo esquivar el hecho de que ya no te puedes librar de esquiar. -Leo, tan encantador como siempre, me lanzó una mirada victoriosa, dándome a entender que a él no se le escapa nada. Maldito…
-Oh, ¿es que no sabes esquiar? -Ashely apareció preocupada. Como si sus planes pudieran ser todos incómodos para mí y haya hecho mal en elegirlos.
-Eh… Esto… No. Mi mayor experiencia arriesgada con la nieve ha sido subir una colina nevada y deslizarme cuesta abajo con un trineo. -Confesé avergonzada. Escondí mi cara entre mi pelo, y me encogí un poco más en el sillón.
-Pero eso no es ningún problema. Yo me comprometo a hacerte perder el miedo, a aprender, te lo encargo a ti. -Levanté la cara. Aaron me miraba convencido. Inamovible. Todos giraron la cabeza hacia él para mirarlo asombrados. ¿Qué? ¿Era la primera vez que lo veían demostrando interés por una persona que no era Ashley o él mismo?
-Pero eso te quitará tiempo para ti. -Respondí tímidamente.
-Y eso es algo que tu ética y tu moral no pueden permitir. -Me miró desafiante, dispuesto a destruir cualquier argumento que pudiera erguir en su contra. Yo me limitaba a sostenerle la mirada, aunque no hubiese nada con lo que defender mi posición, todavía me quedaba el resistir su contacto visual y no apartar la vista. -Pues dile a tu ética y tu moral que con su postura, me están privando de algo que quiero hacer. -Concluyó obstinado. Disimulado una sonrisa.

Ashley, Leo y Liam estaban anonadados. Todos menos Karem, que veía por primera vez en vivo y en directo los tipos de cosas que yo le contaba de Aaron, pero a ella le parecía lo más normal del mundo. Y yo no estaba sorprendida por que quisiera ayudarme, sino de que me lo ofreciera públicamente. Donde todos pudiesen enterarse. En otra situación, Aaron se hubiera callado mientras lo dejaba estar, y al día siguiente en la montaña se hubiera acercado para ayudarme.

-No puedo negarme entonces. -Concluí. Y para intentar suavizar el silencio que reinaba en la sala, Leo salvó la situación.
-Tú lo que quieres ver es cómo se mete el castañazo de su vida. -Dijo con si tal cosa tras darle un largo sorbo al té.
-¡Calla tú! Con lo altruista que le había quedado. -Liam salió a su encuentro.
-Bueno, en ese caso está todo solucionado. Valeria, sabes que estoy aquí para todo lo que necesites. -Ashley habló dirigiéndose a mí. Contenta por cómo habían quedado resueltas las cosas.

¿Qué estaría pensando al ver por sus propios ojos que Aaron ya no se preocupaba sólo por ella? ¿Y qué pensarían Leo y Liam al ver que Aaron ya no era el chico callado e introvertido que solía ser las veces que me encontraba con el G3? Supongo que al igual que yo al ver que ya no era así de cálido cuando está a sola conmigo, sino que también cuando están todas las personas que son capaces de leer un poco a través de su coraza.

Terminamos de tomarnos las bebidas calientes y los pastelitos. Yo me limité a alimentarme a base de galletitas de mantequilla, los pasteles de repostería fina eran demasiado exquisitos para mi rudo paladar. Fuimos todos a los coches. Karem y Ashley al todoterreno de esta última. Y los demás, en el que habíamos venido. Al parecer, también tenían resuelto mi equipamiento y el de Ashley para jugar a paintball… y para esquiar, montar en trineo de perros, motos de nieve, sauna… Todo eso tenía que costar un dineral, y yo iba de gratis. ¿Pero qué pensaba que iba a hacer en una casa de invierno con unos multimillonarios? ¿Cosas que no costasen mucho dinero? ¿O al menos que una persona de clase media se pudiera permitir? Me estresaba pensar en todo eso… Que sé que lo hacen por disfrutar de mi compañía y con su buena fe y buen corazón y todas esas buenas intenciones. Pero los de mi clase económica no pueden parar de pensar en el dinero. Me acordé de Bryce y de las palabras que me dijo una vez. <Piensas tú más en el dinero que yo>. Supongo que cuando se tiene algo en obscena abundancia, dejas de preocuparte por él. Pero cuando lo tienes en excesiva escasez, no puedes evitarlo. Decidí que no iba a darle mayor importancia que la que ellos le daban, y me dediqué a mirar fascinada por la ventana el resto del camino, intentando olvidar la presencia de Aaron a mi derecha. Que me ponía especialmente nerviosa. Cada vez le daba más razón a los temores de Bryce por perderme por Aaron.

Llegamos tras veinte minutos en coche a un claro. A partir de ahí, andamos unos veinte minutos siguiendo un sendero paralelo a un pequeño riachuelo de aguas cristalinas y seguramente, de un frío cortante. Era muy estrecho, se podía cruzar de una zancada. El camino no era muy empinado, pero debido a la altitud y a que iba cargando con un pesado maletín que llevaba mi propia arma lanzadora de bolas de pintura prestada por Ashley, se me estaba haciendo muy duro. Tenía que respirar por la boca y el aire helado me quemaba la garganta. Intenté seguir elritmo, y a pesar de que no iban muy rápido, pronto me quedé la última. Y eso que Leo, Liam y Aaron iban cargando con medianos toneles con la munición… Gracias que Karem caminaba a mi lado para no dejarme sola. Yo se lo agradecía con la mirada. Pronunciar palabras emplearía un aire muy preciado que mis células necesitaban. De vez en cuando escuchaba a lo lejos alguna que otra queja de Leo hacia mi persona. Y la consiguiente queja de Ashley hacia la persona de Leo. Liam se reía y Aaron se mantenía en silencio. El día era estupendo. El sol calentaba, no los huesos, pero sí al menos las capas más superficiales de la piel. Y no había una nube en el cielo. Por fin llegamos a lo que parecía nuestro destino, una zona con muchos pinos. ¿Sería un pinar? Un pino… dos pinos… tres pinos… sí, debía ser un pinar. Además, de pinos piñoneros. Veía las piñas colgando en el vacío balanceándose formando círculos en trayectoria hacia mi cabeza.

-Aquí es. -Ashley corroboró mis sospechas. Habíamos llegado. No me fijé hasta entonces que los troncos de los pinos escondían una antigua fortaleza construida en roca.

Soltamos los maletines en el suelo. Empezamos a ponernos los monos de camuflaje. Me sentía una militar con él puesto. No hacía falta decir que me quedaba grande. Era uno que a Ashley le quedaba pequeño, pero claro, mi esmirriado cuerpo no se podía comparar al suyo, esbelto y estilizado. Las bolas de pintura eran azul eléctrico, para no confundirlas con nada alrededor en caso de impacto. Así nadie podría hacer trampas. Cuando todos estuvimos listos, Ashley comenzó a hablar.

-Iremos cambiando las reglas del juego a medida que empecemos nuevos. Como Valeria y Karem no han jugado nunca, he pensado que sería mejor empezar en grupos de tres, cada una en un equipo, para que los dos estén igualados. Si os parece bien. -Esto último lo pronunció mirándonos a nosotras dos. Asentimos. -Bien, como el resto somos profesionales, he metido nuestros nombres en esta bolsita, que cada una meta la mano y coja un papelito. -Ashley acercó la bolsita a mi primero. El primer nombre que saqué fue el de Leo, que se acercó a mí con expresión de sobrado, convencido de que conmigo en el equipo, tenía la victoria asegurada.
-Ganaría aunque no pudiera usar los brazos. -Sobrado…

Karem sacó el nombre de Ashley. Yo el de Aaron y Liam ya fue directamente con su equipo. Bueno, aunque Aaron estaba conmigo, me sentía más segura teniendo a Leo al lado. Al menos no estaba a solas con él. Ashley explicó las normas. Entramos en la fortaleza en ruinas, que Ashley denominó como un antiguo monasterio que fue destruido por las llamas. Sólo quedaban algún que otro muro derruido que se mantenía a duras penas en pie, y un pozo en el centro de lo que antes podría haber sido el patio principal. Había muchos sitios para esconderse, pues todavía había escaleras que subían a lo que antes fue la primera planta, y bajaban a hoyos de tierra, restos enterrados de algún subsuelo. La misión consistía en coger la banderilla clavada en los asideros del pozo y llevarla a la base. Como íbamos a hacer muchos juegos al final de la jornada, se contabilizaron en puntos individuales, que se contarían igual para cada miembro del equipo. La persona que tuviese más puntos al acabar el día, recibiría un masaje de media hora de la que tuviese menos puntos. Lo propuso Ashley y todos estuvieron de acuerdo. Supuse que ese premio causa más satisfacción que cualquier otro. Aunque después de oír que cada vez que nos impactase una bola de pintura deberíamos ir adonde teníamos todas las cosas, hacer sonar una bocina y después volver al campo… no sé que me disgustaba más, sí pasarme todo el día corriendo de un lado para otro o darle un masaje a Leo. Ya me había hecho a la idea de que sería él el ganador, es demasiado competitivo como para perder.

Teníamos cronómetro. 20 minutos para el primer juego. Cada vez que un equipo llevase la banderilla a su base, se apuntaba 20 puntos. Y después, cada jugador individualmente, se restaría un punto por cada bola impactada. Confiaba en el cariño que me tienen Karem y Ashley para que no me humillasen demasiado. Y es que mi puntería es totalmente penosa…
Y así, comenzó el juego. Leo se empeñó en que cada equipo tuviese nombre. No me pareció mala idea hasta que él los decidió y nadie le replicó.

-Bah. ¿Y nadie me va a discutir? Así no tiene gracia. Aquí falta el imbécil de Bryce. Ahora mismo estaríamos picándonos por ver cuál de los dos le ponía el nombre al equipo perdedor. -Leo, airado, se dio la vuelta y dijo todo eso yendo hasta nuestra base, que era una de las habitaciones pequeñas que estaban subiendo unas escaleritas.

Y es que mi equipo se llamaba piedra, y el de Karem, tijeras. Unos nombres muy tontos que a nadie le importa y a todos les parecía bien. Pero comprendía a Leo, yo también lo echaba mucho de menos. Aaron lo ignoró, como sólo él sabe, y me habló.

-¿Sabes usar el arma? -Preguntó tranquilamente. Yo tardé un ratito en reaccionar, seguía pensando en la reacción de Leo.
-Eh, creo que sí. Sólo hay que apretar aquí. -Y le indiqué el gatillo con el gesto de apretar el dedo al disparar. Aaron rió para dentro.
-Me refería a apuntar. -Dijo con esa expresión de <no puedo reprocharle que no supiera de qué le hablaba, es culpa mía, debería haber deducido que no lo entendería>.
-Eh, pues no lo tengo muy claro. -”Pa quengañarno”…
-A ver, cierra un ojo. -????????
-¿Cuál? -Pregunté extrañada.
-Si hubiera querido que cerrases alguno en especial, te lo habría especificado. -Muy bien…

De vez en cuando, cuando se pone así, me recuerda a Bryce. Aunque sé que Aaron lo hace convencido de la lógica de lo que dice, y Bryce por el placer de ser borde. Lo sé, porque el tono de Aaron fue totalmente amigable, hasta con una ligera entonación didáctica. Le hice caso y cerré un ojo. Acto seguido, se colocó detrás de mí intentando respetar las distancias. Puso sus manos sobre las mías, que sostenían el arma, y la colocó en posición de mira. Aun con mis brazos totalmente estirados, los suyos, a pesar de venir desde más lejos, no estaban estirados por completo. Sé que debería haberme preguntado por qué me ha dicho que cierre un ojo y no estar delirando como una adolescente hormonada, pero es que no puedo… Y sé que debería acostumbrarme a las proporciones de los dos cuerpos que encierran semejante genética, pero es que no puedo... Ni quiero. Tras ese momento de lapsus mental, volví a las explicaciones que Aaron me estaba dando simulando que me había enterado de todo lo que me había dicho hasta entonces.

-Sostén firmemente con tu mano izquierda la empuñadura, coloca la mirilla alineada con tu ojo izquierdo, cierra el derecho, y cuando estés segura, -dejó de hablar durante un segundo, sólo un segundo, y ya eché de menos el cálido aire que salía de su boca y me acariciaba la mejilla, -aprieta el gatillo. -Estas últimas palabras me las dijo bajito al oído. Se me erizó toda la piel. Se separó, esperó a que me girase para mirarlo, pues nuevamente me llevó un rato volver a la realidad, y asentirle para hacerle saber que lo había captado todo. -Espero que recuerdas hacer esto cuando encuentres al enemigo corriendo y tu primer impulso sea disparar sin control a ver si alguna le da. -Giró la cabeza hacia Ashley y dijo en un tono un poco más alto del que suele hablar, es decir, todavía bajito para mí. -Ashley, no has explicado lo que pasa por cada cargador que se recarga.
-¡Oh! ¡Cierto! Se me había olvidado. Gracias Aaron. -Contestó Ashley a 20 metros de distancia. También hablando a un tono prudente. Con esta gente tan elegante, me siento vulgar… -Se tiene que beber de un tirón un vaso entero con el cóctel que preparo. Tantos como recargas haya hecho. -A veinte metros no podía ver muy definida su sonrisa, pero la intuí.

Si pierdo habiendo sido la que más munición ha gastado, todos se meterían conmigo. No puedo demostrar lo sumamente torpe que soy. Tengo que hacer racionamiento de munición o me tocará aguantar las bromas de Leo y Liam más de lo normal. Bueno, al menos tenía al que yo pronostico como vencedor en mi equipo. Espero que nos haga ganar muchos puntos para ver si tengo alguna oportunidad de no quedar la última. Corrí hacia la base, donde ya me esperaban Leo y Aaron.

-¿Duele mucho un impacto? -Pregunté escasos segundos antes de que el juego comenzase.
-Sí. Y no disminuye aun habiendo recibido muchos. Esta noche vas a estar como un dálmata. Ya te veré hoy en los baños. Jajajaja. -Leo, tan delicado como siempre. Y Aaron, tan silencioso como siempre.

Ashley, tras encender el cronómetro, pulsó la sirena del megáfono. Era el grito de salida. En ese momento empecé a sentirme como un conejo en el momento y el lugar no indicado, tras ser inaugurada la temporada de caza. Yo me mantenía sentada en el frío, duro y húmedo suelo de piedra de nuestra base, sin poder pensar algo productivo por el que empezar a intentar convencerme de que tuviera que llevarlo a cabo, mientras agarraba con fuerza el arma y miraba a Aaron y Leo actúar. Pero eso duró muy poco tiempo. Pues pronto salieron sigilosamente de mi campo de visión, si tan siquiera darme cuenta yo, y eso que ocupaban mi mismo espacio… Son buenos, son realmente buenos. Y yo soy patética… Lo primero que se me ocurrió entonces fue seguirlos con la mirada e intentar aprender algo de ellos, por ejemplo, la forma de moverse. Contraje el primer músculo en mucho tiempo, y decidí observar a Leo, que había salido por el pasillo de la derecha, Aaron se había ido por la izquierda, y no quería pensar que usaba la excusa de querer aprender de él, para tener un motivo para observarlo.

Leo ya bajaba las escaleras. Invisible como un bichopalo rodeado de palos. El pozo con la bandera se encontraba en el centro del patio. Había otras obstáculos por alrededor que podrían servir como escondite, unas trincheras excavadas y unos muros levantados, pero eso dependía de dónde se situaba el francotirador.  Pues desde nuestra base, ellos eran fácilmente alcanzables por un disparo, pero desde la base del otro equipo, no. Pensé, pues, que sería más productivo si me dedicaba a disparar a francotiradores del otro equipo, que intentar coger yo misma la banderilla, pues ahí sufriría una masacre. ¿Dónde se esconderían para no ser vistos y dispararnos desde la invisibilidad? Eché un vistazo rápido a los muros que se levantaban alrededor del patio, me inquietaba mucho tener la cabeza al descubierto, aunque habría que ser muy descabellado y muy patán para disparar a alguien en la cabeza, sólo está permitido donde el mono cubre. Pero esta gente tiene los sentidos muy aguzados, capaz que ven una masa apareciendo en su campo de visión, y PUM! antes de pararse a mirar qué es. Mi vistazo express me permitió crearme un mapa express de la zona. El patio tiene forma rectangular, la base del enemigo está en el rincón opuesto, a unos 120 metros en diagonal. El sol lo tengo a mi espalda, por lo que a ellos les da totalmente de frente, eso les hace perder visibilidad, es un buen punto que puedo usar a nuestro favor. Los pasillos que conectan las esquinas del rectángulo están derruidos en algunos puntos. No se puede ir directamente de una base a otra, hay que bajar al patio y subir de nuevo, donde el pasillo se vuelve a ser caminable. Así hay varios puntos. En uno de ellos, el corredor está totalmente aislado, quebrado por un extremo y por el otro. No tiene ningún sentido subirse ahí si no es para… disparar.

Volví a echar un ligero vistazo, necesitaba más información. Cuando asomé la cabeza, vi a Leo y Aaron escondido el primero en una trinchera y el segundo tras un muro del patio, comunicándose unos a otro qué era lo que veían. Eso me distrajo de mi misión, ver cómo podía acceder a ese alto, pues ya no servía de pasillo, no conectaba nada, y como tal, no se merecía ese nombre. Las paredes piedra que lo cubrían estaban parcialmente en ruinas. Sólo quedaban dos muros en forma triangular, separados un par de metros. Parecían dos montañas. Me aseguré de que no había ninguna otra estructura con esas características a lo largo de todo el perímetro del patio, y me puse en acción. Era la primera idea inteligente que tenía y ya sí podía convencerme a mí misma de que me pusiera en marcha para realizarla. Miré una vez más al patio. Leo se estaba moviendo ahora por la trinchera en dirección norte, como yendo a la otra base enemiga. No sé adónde querrá llegar, la trinchera era en realidad unos canales de agua que drenaban lo que antes fue un estanque amplio que surgía de un chorro del muro que ahora era mi objetivo. Aquello me recordó a las fuentes árabes. Una piscina rectangular con peces y nenúfares y saltos de agua, conectada a otras más por medio de canales. Sólo que estos eran muy profundos, y no eran de losa. Eran excavaciones en la arena. Busqué a Aaron con la mirada, ya no lo veía. ¿Dónde habría ido? Volví a mirar a Leo. También había desaparecido. ¿Dónde se había escondido? ¿En algún giro del canal fuera de mi campo de visión pero dentro del del enemigo?

Con las piernas temblándome, me dispuse a andar por el pasillo oeste, dirección al norte. Había momentos en los que los muros me cubrían, y otras en los que estaba totalmente expuesta. Esos saltos los hacía corriendo. Y el resto, intentaba caminar despacio, aguzando el oído por si oía movimiento. Desde donde estaba, podía ver el final del destruido pasillo a lo largo de sus 100 metros, ya llevaba recorrido unos 20. En 30 llegaría a mi destino, que podía ver ya desde aquí. Tendría que bajar por los bloques de piedra, que usaría como peldaños, y volver a escalar hacia arriba. Estaba totalmente descubierta en aquel lugar, cualquiera que se pusiera en cualquier punto del pasillo, la paintball gun (como aquí la llaman) sería capaz de lanzar la carga desde los 60 metros que me separan del punto más lejano. Pero confiaba en que los muros fueran tan anchos como en el resto del monasterio, y pudiera esconderme en su grosor. Llegué al borde del camino, no se podía saltar de un lado a otro, ambos bordes estaban como a dos metros de distancia. Sólo podía hacer lo que ya tenía planeado hacer, bajar y luego subir.

Me senté en el borde, puse mi pie sobre el primer bloque de piedra y apreté, necesitaba saber que era firme y podía aguantar mi peso. Me esperaba un descenso de unos tres metros y no quería hacerme daño. Puse mi otro pie en otro peldaño y entonces lo escuché. Deseé durante el escaso tiempo que tuve desde que lo oí hasta que sentí el impacto, que no fuera para mí, pero ya vi que fue en vano. Sí, dolía tanto como me habían advertido. Una bola de pintura me había alcanzado a escasos centímetros de la espinilla. ¡Joder! Tenía un plan magnífico y ya era la primera en ser dada! Me mosqueé. Me dolía mucho la pierna. Se me quedó el músculo engarrotado y tuve que agitarla un par de veces en el aire. Terminé de bajar por el muro, ya sin ningún intento por disimular mi presencia. Aunque me lo pensé mejor. Los otros componentes del equipo no sabrían si me habían dado a mí o no, si me veían podrían dispararme por segunda vez. Pero estaba demasiado ansiosa por ir a tocar la dichosa bocina y volver rápido al campo de batalla, le había cogido gustillo a esta tensión. Así que bajé rápidamente los siete peldaños más que usé para descender, y salí corriendo con las manos en alto, que era la señal que habíamos acordado para decirle a los otros que no nos disparasen, que ya nos habían dado.

¡¡¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIH!!! El chirriante y agudo pitido de aquel chisme me perforó el tímpano, tenía que pensar en otra forma de hacerlo sonar, pues estaba segura de que tendría que volver en repetidas ocasiones. Se escucharon unos cuantos disparos más. No llegué a contarlos. Cuando regresé al campo, mi equipo ya había llevado la banderilla a la base, habíamos ganado y se escuchó otro bocinazo desde afuera. Leo sostenía victorioso la banderilla. Se escucharon dos bocinazos más. Me acerqué con cara de signo de interrogación.

-Gracias a que te dispararon, Aaron vio de dónde procedía el disparo y encontró la posición de Ashley y fue a buscarla. Salió corriendo a la vista de todos, y cuando salieron de su escondite para dispararle... ¡bam! ¡bam! Muertos. Los maté. Luego salí tranquilamente a por la banderilla. -Leo me contó en voz baja orgulloso la jugada cuando volví a la base.
-¿Y Aaron? -Pregunté ya por curiosidad.
-Por ahí, escondido. -¿Y este hombre cómo se atrevió a salir sabiendo que estos dos podían dispararlo en cualquier momento? ¿Exceso de confianza? -Toma, ve tu a llevarla, puede ser tu única oportunidad para tocarla. -Lo miré malhumorada. -Mi posición es más valiosa de proteger. Si ganamos otra vez, ya no serás la última en la clasificación. Por ahora. -Me guiñó un ojo.

Me repateaba lo que me decía, pero tenía razón. Tenía que pensar en el equipo, no podía ser egoísta. Cogí la banderilla, la miré con anhelo, apreté mis dedos para sentirla con más intensidad y salí corriendo. La coloqué en el pozo y le hice un nudo bien fuerte, tenía que empezar a sacar fuerzas. Sólo cinco segundos desde que saliese corriendo hasta que el juego empezase de nuevo. Huí lo más rápido que pude con las zancadas más largas que conseguí dar, cuando todavía no tenía ni siquiera pensado dónde meterme. Cuando escuché el primer disparo, salté al canal de agua al que me había dirigido sin haber decidido querer ir a él. ¿Pero ya estaban en sus puestos el equipo contrario? El impacto de la bola de pintura en el lugar en el que había estado hace un segundo constituyó la respuesta a mi pregunta. Estaba tan alerta, que ni noté cómo mis tobillos se resintieron por la caída.

Bueno, ¿y ahora qué hago? Si me muevo, puedo aparecer en el campo de visión de alguno de ellos, pero tampoco puedo quedarme quieta... Y quien sea que me haya disparado, sabe que estoy aquí escondida. Tengo que arriesgarme. Tal vez no me vea moverme por el canal y pueda salir por un sitio que no se espera, eso me dará unos segundos de ventaja para salir corriendo y que no me alcancen las balas. Pensé en una ruta. Podía llegar hasta el muro arruinado en el que antes intenté esconderme, subir por los bloques de piedra hasta el corredor, y llegar hasta la base enemiga escondida tras la pared. No iba a coger yo misma la bandera y llevarla hasta nuestra base, pero sí dar a alguno. Ya sabrían Aaron y Leo cómo aprovechar esa situación. Y así, agachada, empecé a caminar sigilosamente hasta el punto que decidí que era apropiado no seguír andando lentamente. Iba a salir a lo que antes fue el estanque, ahí estaría expuesta a todo el que quisiera acertarme. Me armé de valor, me llené los pulmones de aire y eché a correr hasta el escollo en el muro.

Si hubiera sido un X-men, hubiera notado el corte en el aire que producían las bolas de tinta al pasar, y las vibraciones del suelo tras su aplastante impacto. Me escondí tras el borde del muro, lo más que pude amoldar mi cuerpo a los sobresalientes que tenía. Aguardé. No se volvió a escuchar un disparo más. No podía verme. Desde la mitad del campo que pertenecía al enemigo, no podían alcanzarme. Por muy buena puntería que tengan, no pueden atravesar muros de piedra con las balas. Empecé a subir a toda velocidad. Algunos bloques se movieron al depositar mi peso sobre ellos, pero no dudaba más de una décima de segundo, y seguía con mi ascenso. Cuando puse por fin la rodilla en el suelo del corredor, vi que Aaron me observaba escondido detrás de una pared de la primera planta, debajo de nuestra base. En un ángulo en que sólo yo podía verlo, bueno, yo o cualquiera que se colocase con un ángulo de visión similar. Me levantó el pulgar, ¿qué quería decirme con eso? ¿que lo había echo bien? También levantó la comisura de los labios, ¿qué quería decirme con... ah no, era una sonrisa. Ya veo mensajes encriptados donde no los hay. Le devolví la sonrisa y me esforcé por volver a concentrarme y sumergirme en el instinto de supervivencia.

Cuando ya estaba de pie para echar a andar hacia la base enemiga, me giré una última vez, pero Aaron ya no estaba. Al menos, no dentro de mi campo de visión. Con fuerzas renovadas, empuñé el arma y la apunté hacia el frente mientras me desplazaba. Nadie me aseguraba que un contrincante pudiera aparecer frente a mí en cualquier momento tomando el mismo camino que yo. Cuando llegué a la esquina, me pegué a la pared, estaba casi segura de que en ese nuevo camino me encontraría con alguien, y no precisamente de mi equipo. Volví a tomar aire, y sin pensar, me expuse en mitad del camino apuntando hacia adelante. Antes de que quedase totalmente estabilizada por el repentino giro, ya había visualizado una figura y le había disparado. Antes de que supiera a quien pertenecía, ya sabía que le había dado. Era Karem. Una mancha amarilla cubría su hombro derecho.

Me encogí de hombros con expresión de disculpa y frunció el ceño y adelantó el labio inferior a modo de penita. Se encogió de hombros en señal de que no pasaba nada y echó a correr. En cuanto la viesen, podrían averiguar mi posición los que supiesen donde ella se encontraba. Eché a correr hacia su base mientras escuchaba otra serie de disparos en el patio. No podía ver a través de la pared de piedra. Aceleré el paso y llegué a la base justo cuando vi a Liam a dos metros de ella portando la bandera. Apreté el gatillo. Tocado. Le di en todo el hígado. Él no perdió el tiempo en mirarse el lugar del impacto, me dedicó medio segundo una expresión menos amistosa que la de Karem; frunciendo el ceño y apretando los labios, tiró la bandera al suelo y salió disparado. Sin dudarlo en exceso, me agaché a recogerla, dibujé un camino mental por el que llegar a la base y me puse en marcha. No tenía que ponerme demasiado nerviosa, no sabían que yo tenía la bandera, en teoría no debían buscarme con más ahínco del que ya lo hacían. Pero los que presenciaron cómo Liam cogía la bandera, estaba a punto de llegar a la base y de repente aparecía corriendo con los brazos en alto, debían estar seguros de que alguien del otro equipo la tenía.

Tomar el camino que había tomado Liam era demasiado arriesgado. Y el que había tomado yo no era una opción mejor. Me decanté por bajar las escaleras del torréon en el que estaba la base, y moverme desde el primer piso. Cuando alcancé la planta baja se escuchó el primer bocinazo, debía ser el de Karem. Eché a correr por el pasillo con la máxima velocidad que podía alcanzar mi menudo cuerpo. Se escuchó el siguiente bocinazo cuando iba por la mitad. Debía se Liam. Sólo tenía que girar una vez a la derecha y ascender por las otras escaleras de caracol de nuestro torreón para llegar a nuestra base en el primer piso. Y habríamos ganado el juego gracias a mí. Pero tenía que ir con precaución. No podía ir corriendo y formando tanto escándalo o me descubrirían. Empecé a andar muy velozmente y haciendo mucho menos ruido, volviéndome mas insonora, más imperceptible. De repente me paré en seco, iba a cruzar por una hendidura en la pared, ahí podría estar esperando alguien para hacerme una emboscada y aparece cuando esté a dos metros para dispararme. Pero tenía que pasar, no iba a tomar ahora otro camino. Retomé la marcha con la paintball gun lista para disparar. Llegué sin apariciones sorpresas al borde del abierto, lo único que me quedaba era pasar de una zancada ese espacio visible al enemigo. Y así lo hice. Canalicé toda mi fuerza a mis piernas, cogí impulso y pasé la puerta.

Dos segundos me bastaron para constatar que conseguí pasar sin que me disparasen. Pero no descartaba que me hubiesen visto, ahora tenía que darme prisa. Justo cuando iba a poner pies en polvorosa, sentí la presencia de alguien pasando por la puerta detrás de mí, acompañada de una banda sonora de disparos que lo persiguieron. Iba a dispararme y a mi no me daría tiempo de esquivarlo. No sé por qué decidí girarme hacia quien acababa de entrar en ve de tirarme al suelo de espaldas para así poder dispararle mientras caí. Tal vez porque me daba más miedo hacerme daño por tirarme a las piedras que el disparo que iba a recibir. Aunque el disparo me dejaría un moratón que me dolería durante días y el suelo no me haría nada más de lo que pasa en una caída normal, pero no me salía eso de autoinfligirme dolor. En ese segundo que podría haber usado el otro para disparame, me dio tiempo a mí de percatarme de su presencia y empezar a girar. Otro segundo me llevó terminar de girar y dispararle. Cuando vi a mi víctima, comprendí por qué no había usado ese segundo para dispararme, y deduje que le habría sobrado tiempo para ello, incluso.

Leo se encogió con un acallado gemido de dolor. Le había dado en la boca del estómago. Después me miró con ganas de gritarme muchas cosas que no exteriorizó para que no descubriesen nuestra posición. <Voy a hacer como que han sido ellos quienes me han dado y no te descubran. Tú, gana> Me dijo bajito, haciendo un gran esfuerzo por poder articular las palabras y con mirada asesina incluida. Salió por donde había entrado con los brazos en alto. Vale. Tenía que ganar. Me armé de energía y por fin puse los pies en polvorosa. La había fastidiado. Leo debía saber que tenía la bandera y venía a ayudarme, no iba a mostrar su posición y exponerse de esa manera sólo porque quería que fuésemos juntos. Él vigilaría por que llegase satisfactoriamente la bandera a la base, y yo lo había disparado y mandado a paseo... Leo me iba a odiar. Sólo me quedaba esperar que su reprimenda no fuese muy grande.

Llegué a las escaleras de caracol que me llevarían a la base. Empecé a subir rápidamente cuando noté presencia arriba. Sonaba como si alguien acabase de llegar allí, sigilosamente. No me jodas... Que me van a disparar justo cuando aparezca por la escalera y no me darán tiempo a terminar de subirla... Hay que joderse... Pero no podía quedarme esperando a que viniesen a buscarme escalera abajo. Estaba muy cerca de la victoria, y tenía que ganar por Leo. Empuñé el arma lista para disparar y silenciosamente empecé a subir, poniendo toda mi concentración en mi sentido de la visión y audición. Cuaquier mínimo movimiento o sonido no escaparía a mis percepciones. Me quedaban cuatro escalones, ya visualizaba parte de la base pero no veía a nadie. De pronto escuché un disparo a dos metros de mí. Sonó en la base, pero no iba dirigido hacia mí. Ese era mi momento, quien estuviera ahí y acabase de disparar no tendría tiempo de colocarse de nuevo para dispararme a mí. Corrí los tres escalones que me separaban del final en un segundo, disparé y acerté en toda la espalda de quien acababa de asomarse al patio para disparar. Justo sonó el bocinazo de Leo cuando me percaté de que le había disparado a Aaron.

¿Pero qué tipo de compañera soy? Había conseguido ganar esta partida a base de matar a mis dos compañeros de grupo. Aaron se giró rápidamente para mirarme a la vez que se llevaba una mano a la espalda, que no tocó el sitio en el que le había dado porque no llegaba. Vi su cara arrugada por el dolor. Vio la bandera roja colgando en mi mano.

-Grita y levántala. -Dijo con ese tono de voz que solemos poner cuando acabamos de hacernos daño y nos duele.
-¡Bandera en base! -Fue lo único que se me ocurrió decir. Rápidamente fui hacia Aaron, que se había sentado en el suelo. -¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! -Hablaba tan deprisa que no sé cuántas veces pedí disculpas. Me puse de rodillas delante de él.
-Bien hecho. -Me dijo con una media sonrisa en la cara. Seguía con la cara arrugada por el dolor.
-¿Bien hecho? ¡Pero si te he dado! -Puse mis manos en sus zapatos.
-Me refería a que hemos ganado gracias a ti. -Dijo con la voz más normalizada.
-Oh. Eso... No te creas. También le he dado a Leo por accidente viniendo para acá.
-Jajajajaja. -Rió levemente. -Tiene que estar muy cabreado contigo. Jaja. -Se incorporó un poquito para revolverme el pelo.
-¿Duele mucho? -Le pregunté angustiada. Seguía viendo su mueca contraída.
-Un poquito más de lo normal. Me has alcanzado desde bastante cerca. -Mis ojos se abrieron como platos. No había caído. ¡A los dos les había dado desde menos de dos metros de distancia! Ahora entendí que eso era una de las muchas cosas que quiso gritarme Leo cuando lo alcancé. Oh wait. Menos de dos metros de distancia si calculo desde donde está mi cabeza, al levantar el brazo para disparar son menos... Me dio una punzada de dolor el disparo de mi espinilla.
-Lo siento... -Agaché la cabeza avergonzada. Se escuchó otro bocinazo. Debía ser quien recibió la bola de pintura de Aaron.
-Eh, eh, que has ganado. Ánimate. -Me dijo alzando mi cabeza por mi barbilla. - Vamos, que nos queda otra partida más. -Me sonrió amablemente y se levantó sin dificultad. Haciendo como que no pasaba nada. Pero tenía que dolerle. A mí no me engañaba. Cogió la bandera, su arma, me guiñó un ojo y salió corriendo hasta el pozo para dejarla. Pude ver la mancha amarilla en su espalda entre donde se encuentra el omóplato.

Para la siguiente partida Leo me dijo que en esos casos, cuando estás muy cerca de tu oponente, disparas al suelo cerca de sus pies y gritas <¡tocado!>. Me dijo también que como se me ocurriese volver a dispararlo, me volvía andando a la ciudad. No matizó si mientras nos encontrasémos en el mismo equipo o por el resto de la jornada. Aaron me aseguró varias veces que no le había dañado su puntería, que le dolía el hombro pero que sostenía el brazo igual de firme que siempre, que no era para tanto, y que no, no lo había confinado a la derrota para el resto de las sucesivas partidas y tampoco para el resto de las que hará en el futuro; que no me odiaba, ni me guardaba rencor y que dejase de preocuparme. Vale, tal vez he sido un pelin insistente. Recuperado el ánimo, empezamos el último turno de equipos.

En esta partida, el equipo de Karem, Ashley y Liam arriesgó todo porque era su última oportunidad para ganar como equipo. Karem, sin el arma, ligera y rápida como un corzo, salió corriendo dando esbeltas zancadas hacia el pozo, Leo y Aaron salieron a disparar, Liam le dio a Leo y Ashley le dio a Aaron. Karem recibió los disparos, su agilidad, velocidad y delgadez no son problema para estos dos profesionales. Alguno de los dos, Liam o Ashley tenía que salir ahora a coger la banderilla, y uno de los dos estaría vigilando. ¿Podría alcanzar a quien saliese antes de que me disparasen? Bajé desde la base corriendo hacia el pasillo con salida al patio donde disparé a Leo. Casi a la misma vez que Leo y Aaron salía corriendo para la bocina. Ashley apareció de una de las aberturas como en la que yo estaba pero justo en frente, yo salí corriendo hacia disparando. A la tercera le acerté, y a la primera me acertó Liam, que salió desde el mismo sitio que ella. Antes no porque el cuerpo de Ashley me cubría desde su posición, y ella iba sin arma. Escuché un pitido debía ser Karem. Pensé que Leo iba a permanecer en el nivel superior, vigilando desde allí con toda la panorámica para disparar a todo el que viese, pero no, siguió a Ashley cual guardaespaldas, por si yo le disparaba, él dispararme a mí, coger la banderilla rápidamente antes de que viniesen Leo y Aaron y ganar. Sonaron los pitidios de Leo y Aaron y yo salí corriendo hacia la bocina sin levantar las manos porque de los tres sólo podía dispararme Liam, y ya sabía que no tenía que darme porque él mismo me había disparado. Me había dado en el muslo, un sitio que no contiene órganos vitales o no lo necesito para disparar, un experto que sabe adónde apuntar, no como yo. Pero era la misma pierna del disparo en la espinilla.

En el camino me encontré con Leo, Aaron debió tomar otra dirección para volver al monasterio. Aunque estaba yéndome del lugar, me dio tiempo de verlo todo por lo rápido que ocurrieron los acontecimientos. Leo disparó a Liam cuando él corría de espaldas hacia el pasillo de donde salió en el nivel inferior. Leo corrió hacia la banderilla, y de nada, apreció Karem y su arma, que acertaron en la espalda de Leo. Me quedé en esta parte de los acontecimientos porque ya salí del monasterio y no pude ver más. Cogí la bocina con la mano izquierda, extendí el brazo lo máximo que pude, giré mi cabeza hacia el lado contrario y me tapé con el brazo derecho la oreja izquierda ¡¡¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIH!!! El chirriante y agudo pitido de aquel chisme me perforó los tímpanos por segunda vez. Aunque esta vez un poquito menos que la anterior, no sé bien si por que me había alejado el chisme del cuerpo y había cubierto un poco mis oídos, o porque ya la sordera que me había dejado el primer pitido me había hecho escuchar el segundo más bajito. Tenía que pensar en otra forma de hacerlo sonar, pero ahora no, Ashley estaba viniendo hacia mí para tocar la bocina. Ella había recibido el disparo antes que yo, pero desde donde me dieron, yo estaba más cerca de la bocina.

Littleby little - Oasis
Salí corriendo para el monasterio y me crucé a Liam yendo hacia el destructor de tímpanos. Nos miramos de refilón. Leo estaba a cinco metros de él corriendo también en la misma dirección. Nos miramos de refilón. ¿Que estaría pasando en estos momentos? Aceleré. Fui directa a su base para ver si había alguna manera de poder evitarlo, aunque claro, en este tiempo a Karem le habría dado tiempo de ir a la base y volver tres veces. Aunque por intentarlo que no quede. Enfilé la escalera de caracol que lleva a lo que hubiera otra base si no fuera porque dispusimos las bases en los otros vértices opuestos, y tomé el mismo camino en L que hice en la partida anterior para traer la banderilla a mi base pero por el nivel superior y en sentido a la base enemiga, claro. Sabía que si no me agachaba me exponía a todo el mundo, pues el nivel superior es un balcón de recorre todo el monasterio, pero quería tener visibilidad y saber qué ocurría, no contaba con esperanzas de ganar esta partida como para resguardarme tanto. Cual fue mi sorpresa entonces cuando me encontré a Aaron corriendo hacia donde yo estaba con la banderilla en la mano. Me quedé alucinada. Había conseguido llegar a la base enemiga antes que Karem, le había disparado, había cogido su banderilla y ahora corría hacia nuestra base. Me paré en seco, ¿que hacía? ¿Lo seguía por detrás y me aseguraba de que nadie lo disparase? Entonces Aaron decidió por mí. Sin parar de correr, con la mano de la banderilla, porque en la otra llevaba la paint gun, agarró mi mano. Como estoy atontada y soy lenta procesando las cosas que importan, no fue hasta que noté el tirón de mi cuerpo cuando reaccioné y me puse a correr junto a él.

La escena era de película. Él y yo corriendo cogidos de las manos sosteniendo la banderilla entre nuestros dedos entrelazados. O al menos a mí me pareció de película. Aunque claro, a mi este día y este lugar y esta situación me había estado pareciendo de película desde que llegué. Igual este era un momento muy corriente dentro del juego que a mí me volvía a parecer exagerado porque todo me parece realmente espectacular. Pero no, ya puedo estar agarrada de la mano de Aaron esperando al metro en la estación más gris de Nueva York, que a mí me parecerá de película. Sentía su piel contra mi piel. La piel de mano apretándome firmemente la mía, lo suficiente para que no me suelte por accidente pero lo justo para no hacerme daño. Sentía su respiración y la mía al correr. Corriendo juntos como dos escolares en la hora del recreo jugando a un juego de parejas en la que se habían elegido el uno al otro para participar. Y sentía que Aaron quería hacer esto conmigo. Quería que los dos saboréasomos la victoria juntos y recordásemos este día, y recordásemos que esta partida fue de los dos.

Llegamos a la base. Alzó su brazo, y con ello, la banderilla y mi brazo.
-Hemos ganado. -Dijo mirándome a mí. Diciéndomelo a mí. A nadie más. Esto era algo nuestro. Algo de los dos. Y de nadie más.

No estaba viviendo una película, estaba viviendo la vida, con sus altos y sus bajos. Pero para mí, en ese momento él y yo éramos los protagonistas los protagonistas de mi vida, y estábamos en lo alto. En lo alto de un monasterio en la montaña jugando a paintball. 

martes, 20 de mayo de 2014

Capítulo 67: Cicatrices

Capítulo 67: Cicatrices

Estábamos en su aparcamiento privado. Llegando al coche.

-Quiero conducir yo. -También me sorprendí a mí misma oyendo mi voz proponiéndole eso a Bryce. ¿Había desafiado a la muerte y la había mirado directa a los ojos y por eso ya no le tenía miedo? No le encuentro otra explicación al hecho de querer conducir por primera ver un Hummer, lo más parecido a un tanque en locomoción permitida para un permiso de conducción tipo B, habiendo cogido un coche en los ratitos libres que no lo usaba mis padres. O tal vez no quería volver a mirar a los ojos a la muerte, ya la había mirado suficiente en la ida al aeropuerto y en la vuelta al suelo. No quería reconocer que tal vez es porque seguía avergonzada por lo que le había dicho antes a Bryce, y bajo la excusa de que estaba conduciendo y no me molestase, evitar una conversación o un momento en la que pueda volver a pillarme desprevenida. De cualquier modo, me apoyé decidida sobre la puerta del conductor, haciendo ver que no sería fácil hacerme cambiar de idea.
-Venden muy buenas inyecciones de adrenalina en el mercado negro, no tenemos por qué desafiar a la muerte. -¿La cara burlona de Bryce era de <me voy a meter un rato con ella pero al final le voy a dejar el coche>? ¿O era de <voy a intentar sonreír a ver si le sienta un poco menos mal el no rotundo>? Él en cambio, se había apoyado con un codo en el techo del coche, como si estuviese poniéndose cómodo para la batalla que se iba a librar por el manejo de aquella máquina.
-Ah, entonces según tú no la hemos desafiado pasando a escasos centímetros de coches en arriesgados adelantamientos a 200 km/h ni en la caída de 5000 metros? -El sarcasmo era palpable.
-¿Nunca has visto un programa en la tele que dijese que las imágenes que ibas a ver a continuación estaban realizadas y supervisadas por profesionales y que no se os ocurriese hacerlo en casa? -Empezaba a decantarme por el segundo tipo de sonrisa. -Pues yo soy el profesional que lo realiza, y tú la que tiene un poco de suerte y se conforma con ver cómo lo hace de cerca y no desde casa. -Su arrogancia no era palpable... su arrogancia palpaba.
-Pues entonces consígueme ahora una inyección de adrenalina. -Jugaría a la niña caprichosa y consentida, si ver que no me pueda dar una cosa, tendrá que ceder a la otra.
-Pues entonces quiero uno de los besos que me debes. -Oh. Ahí se que me dejó en shock. Le había dado la llave que abría la puerta, y la estaba intentando abrir. Con toda mi sangre fría le respondí imperturbable.
-Eso que me propones es un indecente soborno.
-No pretenderás que acepte un suicidio seguro sin llevarme antes una última voluntad. -Y su sonrisa de seguridad y firmeza se me clavó como un puñal a mi capacidad para mantener la puerta cerrada.
-Te aseguro que te sabría mucho mejor si saliese de mí, que haciéndome sentir obligada.
-Te aseguro que me sabría mucho mejor dejarte el coche con un beso, que a palo seco. Además, no te estoy obligando, te lo estoy proponiendo.
-Me lo estás proponiendo aprovechándote de la situación, sabiendo que quiero el coche a toda costa.
-A toda costa no. Te rehusas a besarme. -Y para echarle leña al fuego, levantó la mano y con las llaves colgando, me las mostró balanceándolas. Evidentemente sin perder sus arrogante sonrisa. No sé que vio en mi cara, que encendió el coche apretando el botón desde el mando a distancia. -¿Qué me dices? -Lo miré muy frustrada, con furia y odio. Hubiese berreado como una niña caprichosa no consentida. Pero me contuve.
-Que me voy a echar una siesta en los asientos traseros. -Y le di la vuelta al coche por el capó para entrar por la puerta trasera que no estaba ocupando Bryce con sus musculado costado.
-Jajajajajaja. ¿Esta es la variante de me enfado y no respiro? ¿Me enfado y me duermo? Jajajajajaja. -Y se montó en el asiento del conductor y arrancó todavía riéndose. Yo me puse el cinturón de seguridad del centro y me tendí con la cabeza mirando hacia el respaldo del asiento, justo detrás del asiento del copiloto.

Gilipollas... Él y yo... Yo por haber metido la pata después de sobrevivir a la muerte. Y él por jugar conmigo. ¡Pues él se lo pierde! Mi excesiva frustración me hizo descubrir el motivo por el que quería conducir temerariamente. Y es que necesito chutes de adrenalina para desinhibirme y sacar lo que llevo dentro. Que soy fiel a mí misma con la mente en caliente, y que me fallo constantemente con la mente fría. El problema es que me muero por besarlo, pero me mata no tener controlada la situación, no tener controlada mi vida.

Con Aaron no pasaba así. Lo quería, lo adoraba, era el dios de la religión monoteísta que sólo yo profesaba. Pero con él, yo estaba segura de tener el control de mí misma.

¿Y cuál de los dos es amor? Está claro que los quiero a los dos. ¿Pero también amo a los dos? Y a todo esto... ¿Qué es el amor?

Si tengo que guiarme por las definiciones de amor, estoy enamorada de los dos. Siempre siento cocodrilos en el estómago cuando los veo. Me descubro de mal humor a mí misma si no están. Y enseguida se me pasa todo cuando aparecen, aunque tenga el peor de los días encima, ese pasa a ser un buen día. Tiemblo cuando la situación se me va de las manos, y mucha veces no sé que decir. Me quedo embobada mirándolos, admirando lo perfectos que son y cuánto me encantan. El sonido de sus voces es el mejor sonido del planeta. Y su tacto me quema debajo de la piel. Me vuelvo loca con sólo olerlos. Y me quedo totalmente bloqueada cuando me sonríen como sólo ellos saben. Cuando me miran directamente a los ojos, me quedo en blanco, no puedo pensar. Y si me abrazan, me dejan totalmente indefensa...

Si tengo que guiarme por cómo lo describen los que han estado enamorados de verdad. Sólo estoy enamorada de uno. Y la respuesta es tan obvia, que ni quiero pronunciarla en mi mente. Todos los que han estado enamorados y hablan de amor, hablan de un amor que supera a toda razón. Razón y amor parecen ser enemigos eternos. Agua y aceite. Imanes del mismo polo. Agua y fuego. O queda uno, o queda otro, pero no los dos... Mis padres se aman con locura y viven perfectamente en la razón... Aunque mi madre dejó todo lo que tenía por quedarse en España con mi padre... Y mi padre ha dejado todo lo que tenía en España por venirse a Estados Unidos con mi madre... ¿Se pueden cometer locuras con razón? ¿Se puede amar sin que nadie que no sea uno mismo ocupe el primer lugar en tu vida? ¿Tomar las decisiones por lo que más le gustaría a uno mismo y no por lo que más le gustaría a la persona amada? Si eso es amor, mis padres se aman así. Si eso es amor, es el motivo por el que le tengo miedo amar. Porque no puede permitir que mi felicidad dependa de otra persona. Porque con Aaron no tengo miedo, porque con Bryce... Y me sumí en la inconsciencia.

Cuando volví a la consciencia, era de noche. No sé por qué me desperté, ni tenía frío ni me dolía nada por haber dormido en una postura incómoda. Sería una de esas veces en las que simplemente, dejas de tener sueño. Me percaté de que me había cambiado de postura en algún momento de mi descanso, porque ahora miraba hacia el respaldo del asiento del copiloto. Me fui a mover para incorporarme y reparé en que Bryce estaba en el asiento del conductor, reclinado hacia detrás, casi tumbado, y dormido de lado hacia mí. ¿Se habría quedado dormido mirándome? ¿Me habría estado mirando como lo estoy mirando yo ahora a él? No pude dar respuesta a esas preguntas, me quedé absorta estudiando todos los rasgos de su cara y pensando en lo tierno que está. Miraba su boquita abierta, escuchaba su respiración calmada, estudiaba su expresión de paz y parecía la persona más inocente de este planeta. Se me había ido toda la rabia del cuerpo.

Me parecía imposible que se hubiese podido quedar dormido en ese espacio tan pequeño para él pero tan grande para mí. Su cuerpo estaba enclaustrado en aquel asiento. Aunque creo que su postura encogida era la suya propia para dormir.

Y pensando en encogimientos y enclaustramientos, sentí la imperiosa necesidad de salir afuera y estirar las piernas. Tal vez por eso me había despertado repentinamente. Miré por la ventanilla. Desde ella sólo se veían luces lejanas. Mucha oscuridad y mucho silencio reinaba fuera. ¿Dónde diablos estaba? Abrí la puerta del coche, que tenía el pestillo echado, y se coló un aire helado por la rendijita que quedó, no fui capaz de abrirla del todo. Eso hizo que se me apeteciese mucho más quedarme dentro observando a Bryce dormir, más que nada porque la calefacción estaba puesta y se estaba muy calentito allí; pero fui a mover las piernas para acomodar mi nueva postura erguida y me di cuenta de que se me había quedado la derecha dormirda. Al parecer, me había estado clavando la cosa esa donde se abrocha el cinturón de seguridad. Debía entonces llevar bastante tiempo durmiendo de esa postura. ¿Qué hora era? Miré el reloj de mi muñeca, no sin antes llevarme un rato pensando en cual lo tenía puesto. Todavía estoy lenta. Las tres de la mañana. Eran las seis cuando nos fuimos a montar al coche. Llevaba durmiendo nueve horas... ¿Nueve horas clavándome el bicho ese en la pierna? Ahora sí sentí como una urgencia el salir de ahí corriendo, tenía que comprobar que seguía conservando la movilidad. La necesidad de saber dónde diablos estábamos y por qué estábamos aquí, era ya secundaria.

Y eché a caminar. En círculos, alrededor del coche. La pierna me arrastrA, le mando la orden de moverse pero sólo me responden unas pocas fibras musculares que no tienen fuerza suficiente para levantar todo su peso. Y en ese intento por moverla, siento unos hormigueos horribles que me hacen no querer volver a intentarlo... Aunque ya no tenía la imperiosa necesidad de despertar a mi pierna, sino de entrar en calor. Y entré en calor intentando correr con las pocas fibras musculares que respondían a mi llamada de emergencia, pero a costa de mi nariz y mi boca, que se enfriaron mucho para calentar el aire que llegaba a mis pulmones. Nunca se puede tener todo en esta vida. A veces hay que sacrificar cosas para conseguir lo que de verdad queremos... Demasiado filosófico me estaba quedando eso para una conclusión que había sacado de un dolor de garganta por respirar por la boca mientras corro alrededor del coche donde Bryce duerme porque se me ha quedado una pierna dormida y no quiero alejarme mucho porque la luminosidad es bastante nula en este lugar que no sé cual es.

Y así, inmersa en mis tonterías, me comí a Bryce, y él a la puerta del Hummer. Este hombre no tenía nada mejor que abrirla y salir cuando yo iba a pasar corriendo por ahí con la pierna medio recuperada, porque unos minutos antes, y lo hubiera podido evitar, más que nada porque seguía arrastrando la pierna.

-¡Vaya! ¡Sí que tenías ganas de verme! -Me tenía abrazada, como si hubiese ido corriendo hasta él con un gran entusiasmo por abrazarlo.
-¡Idiota! ¡Lo has hecho a posta! ¡No has podido no verme corriendo alrededor del coche! -Me aparté de él con un empujón de desprecio y lo miré acusativa. Me crucé de brazos mientras seguía sacudiendo la pierna, todavía no se me había despertado.
-¡Pero mírate! ¿Qué haces? ¿Qué tipo de demonio te ha poseído ahora? -Se reía divertido. Yo lo miré molesta, sin parar de mover la pierna, por supuesto, no iba a dejarme influenciar por lo que él dijese.
-¿Y a ti qué te importa? -Le escupí las palabras. ¿Por qué siempre me tiene que poner de mala leche? Sé que no estamos en ninguna competición, pero me da mucho coraje caer en todas sus trampas.
-Hombre, pues me importa, casi me arrancas de cuajo la puerta del coche. -La cerró y se cruzó de brazos, serio por mi reacción. Ahí me di cuenta de que me había pasado.
-Y casi me matas a mí de un susto. No comparemos las posibles pérdidas. -Relajé el tono y la expresión. Dejé de mover la pierna como una tonta y descrucé mis brazos.
-Bueno... No te creas que hubieras sido la más importante. Recuerda que preferí quedarme sin el beso antes que prestarte el coche. -Recuperó su expresión normal. Eso me alivió bastante. No se había molestado.
-Bueno... No te creas, que la decisión de no dártelo fue mía.
-Creo que no hablamos del mismo beso... -Se colocó un dedo en el labio inferior, cerca de la comisura, y miró hacia arriba, haciéndose el pensativo. Porque después me miró victorioso. Esta batalla ya la tenía ganada él, siempre me mira así cuando no tengo nada que hacer.
-¿Entonces? -Pero ahora me había dejado intrigada.
-¡Sí claro! Si te lo digo, entonces no me lo darás. -Se apoyó de costado como antes, con su brazo descansando en borde del techo del coche, y él sobre el brazo.
-¡Venga ya! ¡Pero si ya has renunciado a él! ¡Ya lo perdiste! ¡Preferiste conducir el coche! -Empecé a pegarle puñetazos cariñosos en el brazo. Se quedó unos instantes pensando lo que iba a decir. Yo le di un último empujoncito verbal. -Si no te lo iba a dar de todas formas. -Y me separé un paso hacia atrás para mirar panorámicame su expresión de indignado. Eso sí que fue un gustazo. 8D
-Eso ha dolido, eeh. -Y se llevó las manos al corazón y se encogió de golpe, como si le hubiese clavado una espada en el pecho. Empezó a tirarse al suelo de rodillas, haciéndose como que se caía al perder todas sus fuerzas... Será teatrero... Me apoyé suavemente en su espalda, con cuidado de no echar demasiado peso sobre sus tobillos, me anclé de su cuello con mis brazos y pegué mi mejilla a la suya.
-Más me ha dolido a mí que no confíes en mi capacidad de conducción. -Le dije flojito. Él se levantó de repente y entonces sí que quedé colgando de su cuello. El tobillo lo tendría jodido, pero no veas cómo le funcionan las rodillas... Me enredé como pude con sus piernas a su abdomen, ni siquiera llegaba a su cintura, su espalda era tremenda. Y eso me gustaba. Pero él no agarró mis piernas para que no me cayese... ¡Será!
-Valeria. Mi niña... -Y no sé cómo lo hizo. Prometo que no tengo ni idea. Pero me giró 180º sobre su eje y me colocó de frente a él. Lo juro de verdad que no lo sé. Y ahí sí me agarró para que no me cayese, colocó sus brazos cruzados debajo de mi culo. Yo me encontré a mí misma rodeándolo con los míos. -Que todavía no sepas que nosotros los hombres no prestamos ni nuestro coche, ni nuestra moto, ni nuestra chica... -Yo vi aquella una situación muy peligrosa. Me lo veía venir. Apoyé mi cabeza en su hombro, me acurruqué en su cuello y lo apretujé contra mí un poco más. Así me ahorraba verme en situaciones comprometidas de las que seguramente no sabría cómo salir bien.
-Madre mía... ¡Cómo me has hecho la cobra! ¡Y eso que no había intentado nada todavía! -Me soltó en el suelo con cuidado y me miró indignado. Jo... con lo bien que estaba yo allí arriba... :(
-Pero a que nadie nunca te lo ha hecho con tanto estilo como yo. ¡Eeeh! -No se me ocurrió otra cosa mejor que decirle... la verdad. Demasiado que acerté a hablar, si se había dado cuenta de mi estrategia, había notado por mi voz lo nerviosa que estaba sin duda.
-A mi es que nadie antes me había hecho la cobra, hasta que llegaste tú. -Vale...
-Siempre hay una primera vez para todo. -Ya se me había ido el nerviosismo. Ahora estaba en plan OC.
-¡Pero mírala! Se molesta porque está pensando ahora en todas las chicas con las que me he morreado, pero yo no me puedo molestar porque no me quiere besar. -Subió la voz un par de decibelios. Sí que estaba molesto. Pero molesto porque yo estaba molesta, no porque no PUDIESE besarlo. Yo lo miraba seria, ya no estábamos de broma. -Madre mía cómo estás hoy... El otro día estabas ovulando. ¿Hoy qué? ¿Estás hormonando? ¿Voy a tener que aprenderme tu calendario menstrual? -Yo lo miraba con la cara de un niño que está siendo reprochado por su madre. Aunque pareciese una broma, no lo era. Lo decía molesto de verdad. Se sentó en el suelo y apoyó su espalda en la puerta del coche. Agachó la cabeza, dejando caer su mirada en el suelo. Bajo varios decibelios su tono de voz. -No quiero un beso tuyo a toda costa, sabía que no ibas a acceder a darme uno para conducir el coche, eres demasiado orgullosa para ello. Y aunque por un punto extraño, de esos raros que te dan a veces, hubieses aceptado, igualmente no lo hubiese permitido. Primero porque no lo quería así, no me lo hubieses dado porque quisieses dármelo, sino porque querías el coche, y segundo, porque no iba a dejártelo igualmente. -Guardó silencio un momento. -Y lo del otro beso era una chorra sin gracia. El supuesto beso que me hubieses dado como agradecimiento por haberte prestado el coche y que sí hubiese salido de ti, de dentro, pero al que renuncié por no acceder a dejártelo. -Me mataba cuando se ponía tan triste por mi culpa. -No sé de verdad qué problema tienes...

¿Y ahora que hacía yo? Me senté a su lado, con cuidado, como si pudiese espantarlo e irse. Pegué mi brazo a su brazo, y sin pensarlo, le di un beso en la mejilla. En realidad estaba buscando su cuello, pero estaba demasiado inaccesible para mí, ya tuve que levantar demasiado el culo del suelo para llegar hasta su cara con mis labios.

-Me pongo muy nerviosa cuando pienso en que puedas besarme. -Se lo dije mirando hacia el suelo también. No me atrevía a decírselo a la cara, aunque no me estuviese mirando. Ipsofactamente, él movió su cabeza y me miró. Con los ojos muy abiertos, sorprendido. Tenía que quitarle hierro al asunto. Aquello había quedado demasiado sentimental para mí. -Y siento que pierdo el control, y no puedo aguantarlo, y la única manera de recuperarlo es evitándote. Aunque luego me siento muy miserable. -Y le regalé una sonrisa torcida. -Pero tú no puedes no ponerme nerviosa, y yo no podré evitarte siempre. -Y es la verdad. Espero que con haberle adelantado que algún día no tendré fuerzas para resistirme, sirva para que no siga enfadado conmigo, al menos por ahora. 

Bryce me miró con expresión de querer decirme muchas cosas pero no saber por cuál empezar. Y no era para menos, acababa de confesarle el efecto que tiene en mí. Bueno, el 1% del efecto que produce en mí. Pero yo ya estaba exhausta por toda esta confesión, no podía aceptar más liberación, tenía que escaparme con algo.

-Bueno, ¿dónde estamos? -Y de la creadora del movimiento de la cobra anticipado al inicio del beso, llega en primicia, el triste cambio de tema con una pregunta que se debería haber hecho hace media hora. Bryce giró la cabeza de un lado a otro en señal de reprobación. Seguro que estaba pensando en qué podría hacer conmigo.
-En el aeropuerto. -Se incorporó y se colocó de pie frente a mí con las manos metidas en los bolsillos, después de desistir a sacarme más cosas. El vaho que salía de su boca le escondía la cara. Eso no me gustaba. -Vine aquí para coger el primer avión a muy lejos cuando desaparecí esa noche en el portal de tu casa. Pero no me fui. -Oh, quería irse de verdad... ¿Qué diablos pasa que quería escapar de ese modo? -Estuve esos días practicando paracaidismo, por eso estaba todo preparado cuando vinimos hoy, porque ya me esperaban. Era el único mometo del día en el que despierto, no pensaba. Porque el resto del tiempo, pensaba mucho. -Se colocó de perfil, mirando hacia el suelo y empezó a darle ligeras pataditas al suelo, como si quisiera patear con cuidado pequeñas piedrecitas. -Pensaba en ti, pensaba mucho en ti. Y en mí también. - Me dolía el cuello de mirarlo, pero temía moverme y hacerle perder el hilo. Lo que decía era muy importante para mí. -Pensaba que podría irme y volver después de resolverlo fuera de donde pudieses encontrarme. Y si no lo resolvía... pues bueno... no sé que iba a hacer. Tal vez te enterases algún día cuando alguien supiese de mí. -¿Qué demonios es que no pensaba decírselo ni a su familia? Ni al G4... -Pero no podía irme y dejarte así. Aunque creo que lo que no podía era irme y dejarte, en sí. -Sonrió sombríamente y se agachó frente a mí. Ni siquira así tenía su cabeza a la altura de la mía. Pero ya no tenía que levantar tanto el cuello. -Y eso es todo. Ya, pase lo que pase, te lo tengo que decir, porque te lo prometí. -Le comía por dentro llevar todo el peso en sus hombros. Pero se negaba a compartirlo conmigo. Y yo tenía que callar. -Eso sí, descubrí este sitio. Se ven unas puestas de sol impresionante. Y como estamos justo donde empieza la pista de aterrizaje, justo en el centro, se ven aviones pasar a escasos 25 metros de altura. -Y su sonrisa torcida a la derecha, escondió una expresión de tristeza.
-Idiota... Me dijiste que si alguna vez desaparecías, te buscase en un McDonalds. Y vas y te quedas merodeando por el aeropuerto... -Me levanté un poco para darle un toque en mitad de su frente con el dedo índice, acusándolo.
-Jajajajajaja. ¡Cierto! Que me buscaste por todos los McDondals del distrito de Queen. ¿Pero en que cabeza cabe? Con todos los que hay, ¿íbamos a coincidir en el mismo momento en el mismo si hubiera estado en alguno? ¡Estás reloca! -Ahora se reía con la frescura de una fuente. Yo notaba el calor en mi cara de la sangre que se me había subido por la vergüenza.
-¿¿¡Cómo te has enterado!?? -Vamos... ya si me dice que tiene contactos con los dependientes de los McDonalds, me lo creo. Pero bueno, me quedaba feliz si eso lo alegraba y le hacía olvidar lo que llevaba dentro, aunque fuese por unos instantes.
-Me lo dijo Aaron. -Oh, recuerdo que habló con él, pero no sé que le dijo... Si se saltó la parte de que estuvimos por la noche los dos solos en mi cama... Se me pusieron los vellos de punta. -Pero no me preguntes cómo lo averiguó él. No estaba el momento para hacer preguntas secundarias. -Y lo soltaba tan pancho. Una conversación de las serias de verdad, sabiendo que le pone loco lo que siento por Aaron, y lo suelta tal cual. A saber de qué hablaron... Estaba empezando a tener mis dudas.
-¿Y de qué hablasteis? -Me acerqué a él, interesada. Él se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Uh, esto iba para largo.
-De ti. -Ah, pues no, ha sido bastante corto. -Me dejó algunas cositas claras. -Y tras un momento de silencio, para dar énfasis tal vez, soltó la bomba. -Le gustas. -Lo dijo tan pancho. Yo no daba crédito ni a lo que decía ni a cómo lo decía. -No me lo ha dicho. Por supuesto. Pero lo sé. -Bryce dejó de sonreír y se puso serio, pero no mucho, eso hubiera sido darle demasiada importancia al tema. -Aaron nunca ha tenido interés por nadie. O por lo menos no lo ha mostrado. No en el sentido protegerlo a toda costa. -Aaron ese día estaba muy enfadado consigo mismo porque se había ido y me había dejado sola después de nuestra discusión a la salida de su casa. No se lo perdonaba a sí misma, y mucho menos se lo perdonaba a Bryce. -No veas lo enfadado que estaba porque me había ido y te había dejado sola. Nunca habíamos reñido por otra persona. Sencillamente porque nunca ninguno de los dos habíamos estado tan interesados en una misma persona. -Esas no son razones suficientes para que piense que le gusto. Que no se haya lanzado no es suficiente para negar una posibilidad, hay mucha gente que no es capaz de lanzarse, yo entre ellos. Pero nunca me ha mirado con los ojos con los que yo lo miraba. -Hace un mes no soportaba la idea de que pudieses estar enamorada de él. No la aceptaba. Y ahora no es que la acepte más. Sigo sin aceptarla. No obstante, sé que mientras yo esté, él no tiene nada que hacer. -Lo dijo convencido. No convenciéndose. No. Convencido.

Y yo había sacado varias cosas de lo que había dicho. Recalcó el <mientras yo esté>. Ese <mientras> dejaba ver la posibilidad de no estar. La inminente posibilidad de que desaparezca. Tal vez para siempre. Y eso lo aterra. Porque está convencido de que estando él, yo no podría abrir mi puerta a Aaron. Pero está convencido también de que es una puerta que yo nunca cerré del todo, y que se puede volver a abrir en el momento en el que el se vaya. Se me encogió todo por dentro. Demasiadas confesiones en esta cita van ya. Pero yo seguía convencida de que por mucho que yo abriese la puerta a Aaron, yo seguiría siendo para él su hermanita pequeña, y él mi sobreprotector hermano mayor.

-¿Entonces no te tomaste ni un triste McFlurry en todos esos días? ¿Ni siquiera uno para que pueda sentirme mejor al pensar que mi búsqueda no fue tan fracasada después de todo? -¿Es que tenía algo mejor que decirle a todo lo que me había contado?
-Ah, guay. Yo te abro mi corazón y los secretos que más me cuesta sacar, y tú sigues preocupada por tu conformismo personal. -Se echó hacia atrás, apoyando sus manos en la fría y húmeda hierba, cansado. -Pero no puedo enfadarme contigo. Me gustó demasiado todo lo que hiciste. -Y ocultó su sonrisa alzando la cabeza y mirando al oscuro cielo. Yo también lo miré. Las estrellas se veían preciosas. Tridimensionales. Unas más cercas que otras nos observaban luminosas. Me dio el impulso y lo hice. Me senté en el hueco que dejaban su largas piernas cruzadas, y recosté mi espalda en su pecho.
-Bueno, pero no te acostumbres. Que después de comprobar la credibilidad de lo que dices, como me digas que la próxima vez te busque debajo de mi cama, ni haré el esfuerzo por mirar. -Y como un gatito que busca calor, me acurruqué dentro de su chaquetón, que lo llevaba desabrochado. Era muy calentito. Aunque más bien, estaba muy calentito. Bryce irradia mucho calor.
-Jajajaja. Eso es porque sería bastante creíble que estuviese ahí debajo. Jajajaja. Te llego a decir cualquier locura, como que estaré robando un banco, y te veo visitándolos todo y preguntando si últimamente han sufrido un atraco a mano armada. Jajajaja. -Notaba las vibraciones del pecho de Bryce riéndose contra mi espalda.
-Muy problamente. Jajajaja. -Me abrazó por detrás y los dos reímos a la vez. Pero no al compás. Su pecho chocaba con mi espalda, y mi espalda con su pecho. Había escuchado su risa. Lo había mirado reírse. Pero nunca lo había sentido riéndose. Me sorprende cómo el más mínimo matiz me parece algo maravilloso si es de él.
-Pero sí, sí me tomé un McFlurry. Con Oreo y extra de sirope de chocolate.

Al final, acabamos en mitad del comienzo de la pista de aterrizaje, sin tocarla, justo en el borde. Tumbados en el suelo, contemplando el cielo. La hierba mojada nos arruyaba con la gélida brisa que por allí corría. Cada vez sentía más el descenso de la temperatura. Y cada vez notaba más el frío. No quería irme de allí, quería seguír tumbada a su lado, mirando el espectacúlo que sobre nosotros acaecía, quería seguir sin preocuparme por la vida. Pero no podía. Temblaba levemente, todavía no había empezado a castañearme los dientes, pero conocía mis reacciones fisiologícas, y todo indicaba a que en breve empezarían su baile. ¿Qué hago? Si le digo a Bryce que tengo frío, quizás diga que volvamos al coche. Pero yo no quiero perderme este momento. Aunque... ¿en el coche nos recostaríamos en los asientos traseros y él me acurrucaría con sus brazos mientras me revuelve el pelo? Dios... eso parece más bien el pensamiento de un gatito... Y en esa escena no pintaba mucho Bryce. Giré la cabeza para mirarlo, buscando algún indicio que pudiera indicarme que él también tenía frío, pero no fue así. Bryce descansaba sobre la hierba mojada y era acariciado por la gélida brisa sin pertubarse por las inclemencias de la intemperie. Como si llevase haciéndolo toda la vida. Me convencí de que quería seguir estando así. Y convencida seguía cuando empezaron a castañearme los dientes. Me molesté en disimularlo para que no se diese cuenta, para que no viese en esa situación y quisiera que dejésemos de estar así. Pero mi convencimiento se desvaneció cuando quise mover los dedos de mis pies y no pude. Me preocupaba mucho más mi ausencia de respuesta fisiológicas al frío, que mis respuetas. Me incorporé cuando el siguiente avión aterrizó satisfactoriamente.

-Bryce, tengo mucho frío. -Casi me muerdo la lengua con el castañeo de mis dientes.
-¿Y qué quieres que le haga? No puedo cambiar el tiempo. -Respondió resuelto. Le di un manotazo en el brazo.
-Impertinente. -Dije con a penas un hilo de voz.
-¿Entonces por qué me lo dices? No creo que se por el interés de informarme. -Hablaba de modo que parecía que intentaba adivinar mis intenciones a la misma vez que revelaba lo que iba descubriendo sobre ellas. -Quieres que te preste mi abrigo, pero si lo hago, entonces yo pasaré frío. -Yo me quedé mirándolo sin saber qué decir. No era posible que dijese todas esas impertinencias y se quedase tan pancho. -No me mires así, que lo decía para picarte.

Bryce se incorporó también y empezó a quitarse con trabajo los botones del chaquetón. Él también debía tener los dedos entumecidos y estaba aguantando el tirón como yo para no desperdiciar el momento. Sonreí interiormente. Tenía los músculos de la cara demasiado engarrotados para la poca fuerza que podía ejercer en ese momento. Bryce se puso de rodillas frente a mí y me pidió que yo hiciera lo mismo. Cuando terminó por desabrocharse el último botón, me envolvió con sus brazos y yo quedé totalmente cubierta por él y su chaquetón. ¿Cómo no se quemaba ahí adentro? Desprendía más calr que un radiador. Como una necesidad, moví lentamente mis brazos por debajo de los suyos para abrazarlo también. Sentí que él era la persona más cálida del universo. Esa noche no había luna. No era testigo de lo que hacíamos. Esa noche no nos espiaba. Nadie vio cómo yo, dentro del chaquetón de Bryce con el propio Bryce dentro, lo empujé para dejarnos caer sobre la hierba y yacer acurrucada a su pecho, protegida por sus brazos.

Y amaneció. Hacía mucho frío. A esas horas, la Tierra ya había liberado todo el poco calor que había ido guardando durante el día con las escasas radiaciones solares que le llegaban desde esta latitud. Bryce bocarriba, yo de costado, su brazo en mi espalda, el mio en su pecho. El hueco que formaban sus costillas derechas con su brazo, era el lugar más cómodo del mundo. Sólo me movía para mirar hacia los aviones que pasaban a pocos metros del suelo donde yacíamos, con un sonido totalmente ensordecedor. De esos que te dejan pitidos en los oídos. Aquello era impresionante. Se me erizaban todos los vellos del cuerpo cuando pasaban. El estómago se me encogía y el corazón se me paraba por un segundo. Era lo mismo que sentí cuando la avioneta se acercó hacia nosotros a tanta velocidad apuntándonos con las aspas aun a mayor velocidad. Pero con unas cuantas más de toneladas de peso y unos cuantos más de decibelios. Y con la sensación de inmutable seguridad.

En demasiado poco tiempo, empezaron a aparecer los primeros rayos de luz iluminando el cielo cuando todavía no había aparecido el astro rey. El mar empezó a aparecer frente a mis ojos. Reflejando los tímidos rayos que le llegaban. Había estado todo el tiempo frente a mis ojos y no lo había visto hasta ahora. Realmente esa noche había sido muy oscura. Comprendí entonces por qué de vez en cuando soplaba una fría brisa que revolvía los cabellos. Pero a la Tierra le llevaría todavía un buen rato volver a calentarse un poco.

-Te traje para ver anochecer, pero te quedaste dormida de verdad. -Yo ya no seguía ocupando chaquetón a Bryce. Ahora estabámos sentados con las piernas agarradas al pecho. Mirando amanecer.
-Mejor presenciar un comienzo que un final. ¿No? -Lo miré contenta. Estaba contenta. Y él se contentó por mi contento.
-Sin duda alguna. -De las pocas veces que estamos de acuerdo. Aquello sí que era digno de ver, y no un amanecer en el mar.
-¿Y cómo no me despertaste? -Lo miré a los ojos. Me embrujaban más que el amanecer en el mar.
-Iba a hacerlo. No me daba pena. -Vaya... Que bien ha empezado... -Pero cuando me di cuenta, el sol ya se había puesto, y ya no tenía sentido despertarte. -Ajam... No lo ha mejorado... Aunque... ¿Qué esperaba? ¿Que de su boca saliesen bellas palabras que me encandilasen y convirtieran este momento en algo romántico? Voy a chincharlo un poco.
-Entonces, si no te diste cuesta, no fue porque no llegases a tiempo aquí. -Me hice la pensativa, pero sabía perfectamente lo que iba a decir a continuación. Es sólo por darle un poco de drama al momento. -¡Seguro que fue porque te quedaste como un bobo mirándome dormir! -Me levanté y me eché sobre su espalda con impulso, empujándolo hacia delante, hacia sus rodillas. Apretándolo fuerte, jugando con él a las peleas.
-¡Ah! ¡Estúpida! ¡Mi tobillo! -Oh. Le había clavado los pies en el suelo y le había doblado el tobillo a un lado por mi impulso. Me aparté rápidamente. Avergonzada. Al fin le hago una muestra de cariño y la chafo...
-Oye... ¡Que tampoco hay que ser tan desagradable! -Ni me preocupé por ver si le había hecho demasiado daño. Podría haber gritado por prisa para que me quitase pero sin haber insultado. Me senté cruzando las piernas a medio metro de él, ya no tocaba su brazo con el mío. Ni lo miré a la cara. No me apetecía contacto alguno con él hasta que se me pasase el mosqueo.
-Bueno. Está bien. La próxima vez diré el insulto que tú quieras. ¿Cuál te gusta más? ¿Bruta? ¿Bestia? -Lo dijo poniendo voz de simpático fingido hipócritamente mientras se acariciba el tobillo con cuidado. Tan mono él...
-¡Oh! ¡Qué detalle por tu parte! Dejáme pensar... -Me hice otra vez la pensativa. -Mmmmm.... ¿Que tal un ¡VETE A LA MIERDA!? -Y me levanté indignada, decidida a marcharme a otra parte. No sabía adonde ir, pero sí en donde no quedarme.

Prefería ponerme en mitad de la pista, impedir el aterrizaje de un avión e ir a la cárcel por conducta temeraria y riesgo de daños colaterales, que seguir un segundo más a su lado. Pero no conseguí moverme de donde estaba más que dos paso. Bryce me impidió dar el tercero. Cuando me giré, tuve que mirar hacia abajo, estaba tirado en el suelo, con su pecho apoyado en la húmeda hierba y el brazo totalmente extendido hacia mí, agarrando con su mano fuertemente su tobillo.

-No te vayas. Te he perdonado aunque no me hayas pedido perdón. -.... Así desde luego que no lo arregla. Indignada todavía. Tiré con desprecio y fuerza de mi pierna hacia arriba para deshacerme de su gancho. Pero no pude. Y eso que lo intenté con ganas siendo consciente de su fuerza... -O vuelves, o te tiro. -Dijo desafiante. Mirando deseoso de que decidiese no volver para así darse el gusto de tirarme. ¿Qué hacía ahora? Al menos me daba a elegir cómo quería tragarme mi orgullo. ¿Me lo tragaba aceptando su amenaza y haciendo lo que é quería? ¿O siendo tirada al suelo por él?
-Como me tires, te destrozo el otro tobillo. Tendrás que ir en silla de ruedas una temporada. -Lo miré desafiante. Mi amenaza era ridícula, pero al menos le daba a entender así que me estaba poniendo de muy mala leche. Igual temía más un cabreo mío que quedarse inválido. En serio... todo es muy absurdo. ¿Es que existen otras parejas que vayan a ver atardeceres y amaneceres y acaben amenazándose con lesiones físicas?

Y no me dio tiempo a reaccionar. Bryce empujó de mi tobillo hacia él. Yo hice un movimiento en acto reflejo para no caerme. Y no me caí. Di una zancada con mi pierna libre y la puse por delante a tiempo, flexionando mi rodilla a lo corredor de carreras que se pone en posición para la salida. Pero Bryce volvió a entrar en acción. Me cogió de la muñeca y tiró de mí hacia él. Mi cuerpo adelantó a mi rodilla flexionada y ya no tenía nada con lo que evitar mi caída. No podía poner la otra pierna por delante, a pesar de que ya la tenía libre, porque ya estaba demasiado cerca del suelo y no me daba tiempo. En mi pérdida del control de mi cuerpo, me giró con sus manos con diestra maestría y me colocó bocarriba. No llegué a caer. Me acunó con sus brazos y acabé sentada en su regazo. Le había dado tiempo de ponerse cómodo y todo durante todo eso.

Mi cara a un palmo de la suya. Clavándome los ojos como nunca antes. Tal vez la cercanía hacía que yo lo sintiese con más intensidad. Era la segunda vez que en el día hacía lo que quería con mi cuerpo sin yo poder evitarlo. Me frustaba mucho. Me recordaba mi excesiva debilidad y su excesiva supremacía. Quien tenía el control a cada momento. Del que dependía todo. Yo así no me sentía con Aaron.

-Sí. Tenías razón. No vi cómo se ponía el sol porque preferí quedarme como un bobo mirando cómo dormías. Memorizándote para cuando no te tenga frente a mí. - El corazón se me iba a escapar del pecho. Estaba mareada por la respiración tan superficial y agitada que tenía. Nos quedamos un rato mirándonos así. Deseándonos en silencio.Tampoco me sentía así con Aaron. La vida con Bryce es muy intensa, la vida con Aaron es muy tranquila. Y yo acababa de descubrir que necesito adrenalina para vivir.

No sé que era, si la luz del sol que aparecía tímido por el horizonte e iluminaba su cara, las sombras que se formaban en ella por los rayos de sol que no podían llegar a todo él, o el tono rojizo del amanecer, pero me pareció más atractivo que nunca. Nos quedamos bastante rato así. Mirándonos sin decir nada. Estudiando las líneas que formaban su precioso verde iris. Escuchando de lejos los aviones que tan cerca aterrizaban. Olvidando la brisa helada que cortaba la piel. Ignorando el sonido de las olas del mar. No fue hasta entonces cuando yo de verdad disfruté del amanecer.

-¿Por qué para tener un momento lindo tenemos que haber sobrevivido antes a un intento de matarnos? ¿Por qué no podemos ser una pareja normal? -No lo dije agobiada. La respiración ya estaba calmada, y el mareo había desaparecido. Mi corazón siguió a su bola. Y mi mente no me permitía grandes pensamientos. Estaba centrada en memorizar su cara, para cuando no lo tenga frente a mí. No pensaba que podía ser más perfecta hasta que sonrió para sí por lo que había dicho.
-Porque ni tú ni yo somos normales. -Habló con tanta paz, que las moléculas de aire que vibraron por el paso de las ondas del sonido de su voz, se sintieron agradecidas por haber sido perturbadas. Y en ese momento, no pude evitar estornudar. Giré como pude la cabeza hacia el otro lado y las partículas de aire que yo perturbé no se sintieron agradecidas ni de lejos. Sentí los brazos de Bryce amortiguando mis bruscos y estrepitosos movimientos. -Y porque tú no puedes vivir sin estropear un lindo momento, como tú los llamas. Jajajaja. -Y se echó a reír. Disfrutando del momento.
-Pues tú también los estropeas, chaval. -Dije limpiándome con la manga de mi gabardina. -Además, yo no los estropeo. Les doy vidilla. Si no lo hiciese, nos acabaríamos olvidando de ellos. Piénsalo. En unos años, nos acordaremos que vimos cómo salía el sol en la pista de aterrizaje del aeropuerto donde horas antes estuvimos cogiendo una avioneta para hacer paracaidismo, pero de qué estábamos hablando si no hubiera sido por este estornudo. -Bryce me miró levantando una ceja. Excéptico. Poniendo esa cara de <ya está desvariando otra vez> que Liam y Leo saben poner tan bien.
-Deberías comer más productos ecológicos. O por lo menos, no los más baratos que encuentres. Tanto transgénico y tantos químicos no le sientan bien a tus neuronas. -Dijo totalmente convencido. 
-...................................................................................................... -Lo que hay que aguantar. -Voy a intentar olvidar que me has llamado loca y pobre en mi intento por volver a crear un momento lindo. -Lo miré entrecerrando los ojos, acusándolo con la mirada. Le sudó. Se echó a reír. Por mi cara probablemente.
-Jajajajaja. Bueno, viendo que no podremos volver a crearlo, vamos a desayunar. Tengo hambre. -Definitivamente, si había alguna posibilidad de que la magia volviese, acababa de matarla. -E igual aparecen unos mariachis cantando rancheras y entregándonos claveles mientras comemos. Tal vez así te me motives de nuevo. -Y me sacó la lengua. Me dio el impulso de cogérsela con la punta de mis dedos a modo de pinzas. Y no iba yo a reprimirlo. Se la agarré y apreté un poco, sin hacer daño, sólo para que no pudiese moverla. Él la metió para adentro rápidamente, abrió la boca y me mordió con cuidado los dedos. No me dolía. Nos quedamos mirándonos así unos segundos antes de reaccionar. En esa extraña posición. Yo sin sacar mis dedos y el sin aflojar la mandíbula.
-¿Piensas soltarme antes del desayuno? ¿O tal vez ya para la comida? -Le dije sin prisas. Demotrándole que no me perturbaba lo que hacía.
-Yo no te estoy impidiendo que los saques, si los sigues teniendo metidos, es porque tú quieres. -Habló con mis dedos todavía en su boca. Me hacía cosquillas el movimiento de sus dientes, su lengua y sus labios en mi piel.
-Te estaba tomando la temperatura. No tienes fiebre. Sólo un par de decimillas. -Y saqué los dedos de su boca. Me los limpié en un pañuelo que llevaba en el bolsillo. Todo muy profesionalmente. Tenía que disimular que ciertamente no los saqué porque no quería. No me apretaba como para no poder sacarlos.
-¿Vamos a comer? -Me levanté y lo miré desde arriba. Él seguía sentado mirándome con cara de <eres tremenda...> mientras negaba con la cabeza.
-Anda... tira para el coche... Que me tienes contento hoy. -Le sonreí simulando cara de angelito inocente. -No creo que tenga que recordarte que conduzco yo.-Intentaba levantarse, buscaba la manera más cómoda o que requiriese menos esfuerzo, sin doblar su tobillo.
-Mira, iba a ayudarte a levantarte, pero ya no quiero. Podrías haberte ahorrado el recordármelo. -Me indigné. Y me crucé de brazos, como buena indignada. Bryce cogió algo del suelo que no llegué a ver y lo guardó en su puño ofreciéndomelo. Puse mi mano debajo y me dejó caer una piedra.
-Anda, ayúdame a buscar más. -Dije barriendo el suelo con su mirada. Interesado en lo que hacía.
-¿Para qué quieres piedras? -Pregunté intrigrada.
-Para que te las metas en la boca, a ver si hay suerte y te atragantas. -......................... Y dicho esto, se levantó en cero coma con una ágil maniobra. -Lo que hay que aguantar... Negándose a darme una ayuda que yo no le había pedido como venganza porque no acepto un capricho suyo. -Se sacudió el culo, se agachó a recoger las muletas y echó a andar sin esperarme, refunfuñando.

Si comparamos su poder para disimular, con el mío, siento vergüenza... ¡Con que estilazo ha pasado de estar buscando la manera de levantarse, a una piedra que meterme en la boca! Y yo haciéndome la que medía su temperatura con los dedos metidos en su boca... Me había quedado tan sorprendida por ese <zas> tan inesperado, que no había espacio en mí para albergar molestia. Pero claro, yo no le iba a decir todo esto. Me quedé allí, absorta mirando la piedra en mi mano. Había perdido esta batalla, no podía decir ya nada.

-Oye, que si no te gusta esa. Te puedo buscar otra. -Bryce se giró varios metros de distancia de mí. Lo miré. Estaba parado esperándome. Con su cara de pillo. Y una disimulada expresión de disculpa. Como si se hubiese pasado con ese comentario y me hubiera afectado tanto que me había dejado incapaz de reaccionar. Me guardé la piedra en el bolsillo. Me daba pena tirarla. Y eché a andar a su lado.
-No te pases. Que para atragantarme con ella no sé, pero para tirártela la cabeza sí me gusta. -Caminábamos adecuando el ritmo a su ritmo. Tranquilos. Sin querer irnos de allí en verdad.
-¿Y tú quieres ser doctora? ¿Tratando así a los convalecientes? -Era un reproche-queja-broma.
-Tú no eres un paciente mío. -Intenté defenderme. Claro que a los pacientes los trataría con amor. Pero no me salía esa dulzura con él. No me la inspiraba, lo siento.
-Ni espero serlo nunca. -Respondió cortante. No nos habíamos mirado en todo el camino, pendiente del suelo, que estaba lleno de piedras que se deslizaban unas con otras y resvalaban.
-Oye, ¿qué insinúas? Yo voy a ser una buena doctora. -Lo miré defensiva.
-Mal pensada. No puedes dejar de mal pensar. -Me miró acusativo. -Lo decía porque no quiero tener que necesitar nunca de doctores. -Negaba con la cabeza en signo de desaprobación.
-¡Hombre! ¡Pues si me mandas a meterme piedras en la boca a ver si hay suerte y me atraganto, permíteme que de vez en cuando mal piense!
-Y bien merecido que lo tienes. No te preocupas en absoluto por mí, y encima me vienes amenazando. -Ahí si se le vio dolido de verdad. Me puse seria.
-Pero si es sólo un esguince... Sólo hay que guardar reposo. Poco a poco va mejorando... -Lo miré, hablando con la boca pequeña. No le había preguntando cómo seguía, ni siquiera después de hincarle el pie en la tierra. Igual le dolía mucho...
-No es sólo un esguince. -Dijo sin entonación ninguna.

No me lo dijo reprochando mi falta de preocupación. Aunque me hubiese sentido mejor si así lo hubiera hecho... Me fijé en su pie. No tenía bendas. Era una bota bastante ancha de plástico duro y rígido que le inmovilizaba el tobillo hasta la espinilla. Sabía que existían a modo de yeso. Pero eran muy caras, pues por dentro están hechas de un material que amolda las presiones y da calor, así acolchadito. ¿Cómo no había me había fijado antes en eso? No me había percatado hasta ahora.... Me inundó un gran sentimiento de culpabilidad, por haberle provocado todo esto y por no haberme preocupado más por él...

-Lo siento... -Agaché la cabeza, totalmente culpable. Ni mirarlo a los ojos podía.-Pensaba que todo iba bien... Comprendo que puedas estar enfadado conmigo.
-Bueno, es comprensible teniendo en cuenta lo fuerte que soy. Cualquiera pensaría que me recupero en seguida y vuelvo a estar como un toro en nada. No te culpo. -Lo miré. Necesitaba ver con qué cara hablaba e intuir con qué sentimiento lo pensaba. Simuló cara de orgulloso y disimuló cara de decepcionado.
-¿Y qué es? -Me atreví a preguntar finalmente. Tímida, avergonzada de mí misma.
-Nada que no pueda aliviarse si me preparas un rico desayuno. -Concluyó con una gran sonrisa. Este Bryce... cuánto más intenta hacerme sentir mejor, peor me siento. Pero no podía desanimarme. Lo desanimaría a él. Obvié el hecho de que no me lo había explicado, porque era lo que quería él, que lo pasase por alto.
-Me parece bien. ¡Redimiré mi culpa haciéndote unas deliciosas tortitas! -Y le sonreí ilusionada por cocinarle. Realmente me gustaba esa idea, aunque se hubiese autoinvitado.
-Genial. Ya estoy deseando. -Puso expresión de felicidad ante la noticia de comer comida rica teniendo tanta hambre, y nos montamos en el coche después de admirar un poco más todo lo que nos rodeaba. Otro avión aterrizaba, y no podíamos perdérnoslo.

A la vuelta, Bryce pisó menos el acelerador, respetó los límites de velocidad. Teníamos la radio puesta, la música era lo único que ocultaba el gran silencio que si no hubiera sido por ella, reinaría en toda la cabina del coche. Cada uno inmerso en sus pensamientos sobre el otro. Codo con codo, pero ausentes, pensando cada uno en la persona que ni recordaba que tenía al lado. Poco a poco, las sucesivas canciones nos fueron arrancando la voz y la tristeza. Irónicamente <Scar tissue> empezó a sonar y no pudimos evitar no cantar. Cicatrices que teníamos él y yo. Cicatrices que nosotros mismos nos hicimos y que nos hicimos el uno al otro.

Aparcamos el coche cerca del río y fuimos caminando hasta mi casa. No recordaba el frío que hacía fuera del coche, me golpeó de golpe cuando abrí la puerta. No podía darle la mano a Bryce o cogerme de su brazo, pero me valía con caminar a su lado.

-¿Voy a tener que subir las escaleras hasta tu piso porque tú no quieres montarte en el ascensor? -Y se rompió el silencio.
-¿Y que tiene que ver que yo no quiera usar el ascensor con que tu tampoco quieras?-Lo miré extrañada y pregunté excéptica. Me miró evidente.
-Parece que te gusta que te regalen el oído... -Puso los ojos en blanco mientras giraba la cabeza hacia el frente. Yo me mantenía en una completa interrogación. -Te he dicho que no quiero perderme nada de ti, si está en mi mano. -Dijo sin mirarme.
-Desde luego, porque en tu pie no. Jajajajaja. -Chiste malo. Me arrepentí justo después de decirlo. Bryce puso mala cara y siguió caminando en silencio. ¿Por qué está tan delicado por el tema del pie? En otro contexto, me habría respondido devolviéndome el golpe bajo.
-Por fa Bryce, no me hagas elegir entre hacerte subir las escaleras o meterme en el ascensor. Es como si te diera a elegir entre pintarte las uñas de rosa o los labios de rojo. -Me miró arrugando la cara por la extraña comparación. Normal. Intenté explicarme mejor. -Sería horrible cualquiera del los dos.
-Subiría las escaleras aunque fuese en una silla de ruedas. -Facepalm. Obstinación nivel: y como me pongas otro impedimento, te diré que lo haría hasta arrastrándome siendo tetrapléjico. -A ver, que sabía que teníamos poco tiempo del que posiblemente nos quedaba, para estar juntos. Pero de ahí a poner en riesgo sus límites físicos... había un buen trecho.
-Pues ni voy a montarme en el ascensor, ni voy a ir a una cafetería, que no tengo dinero como para permitirme esos lujos ni tanta cara como para dejar que seguir permitiendo que todo me salga gratis contigo. -Para obstinada, también yo.
-Tranquila, ya me había hecho a la idea de subir andando. -Volvía a hablar sin mirarme. ¿Por qué siempre que nos toca despedirnos se pone tan sombrío?

Y efectivamente. Subimos andando. Ninguno dijo nada más sobre el tema desde que concluyó, de hecho, ninguno dijo nada más sobre nada más. Le abrí la puerta de casa en silencio, y entró en silencio. Se dejó caer en el sofá sin hace fuerza con las rodillas para amortiguar la caída. Suspiró y cerró los ojos con la respiración un pelín acelerada. Se quedó así un rato hasta que decidió poner las muletes en algún sitio más recogido. Yo puse la radio en la cocina y decidí animarme con las canciones que saliesen. Pero todas eran deprimentes, así que tuve que cambiar de cadena en varias ocasiones. Me llevé todas las cosas a la mesa del salón e hice allí la masa y la batí. Se me ocurrió la idea y me pareció genial, así Bryce estaría junto a mí todo el tiempo, o eso pensaba hasta que lo vi. Estaba luchando con todas sus fuerzas por mantener los párpados abiertos. Pero no lo conseguía. Me pareció muy gracioso y me pareció muy angustioso también. Nunca había visto a Bryce cansado. Sin fuerzas sí, la gripe que cogió por esperarme cuatro horas bajo la nieve no era para menos. Pero nunca cansado. ¿Qué diablos había pasado estos días? Y yo orgullosa sin querer saber nada de él...

De repente, sacó fuerza de voluntad de donde no la había, sacudió la cabeza y se levantó para ir al baño y lavarse la cara con agua fría. Se despertó más haciendo memoria por recordar dónde había dejado las muletas, que en sentir el agua congelada en las sensibles terminaciones nerviosas de la piel de su cara. Y eso que tenía las muletas bajo sus pies, en el suelo. Me rompía el alma verlo así. Él siempre ha podido con todo. Lo que sea que le estaba pasando, lo estaba dejando sin energías, y eso me disgustaba mucho, porque yo debería cargar con algo de su carga. Sólo podía prepararle un desayuno riquísimo. Cuando volvió, yo ya estaba echando la leche en la harina del bol.

-Lo siento. No dejes que me duerme. No puedo usar como argumento para convencerte, que me enfadaré mucho contigo. Porque tu sentimiento de satisfacción por haber hecho lo que pensabas que debías hacer, superaría al de desagrado por mi enfado. Pero sí puedo usar como argumento infalible que me enfadaré mucho conmigo mismo, y me lo estaré reprochando durante mucho tiempo, y eso sí que no te gustaría. -Oh. Me quedé impresionada. Tenía toda la razón. Nunca permitiría que se auto culpase por algo que fuese el caso que fuese, o era culpa mía o podría haberlo evitado.
-Está bien, está bien. Entonces te voy a poner a trabajar para que no te duermas. Pásame los huevos. -Y me los pasó. Se sentó en el sofá, pero está vez no en el centro, sino en el borde, al lado de mi silla. -¿Quieres azúcar? -Y me respondió entregándome el paquete de azúcar. -Voy a poner a calentar la sartén. Ve batiendo tú la masa. -Le entregué el bol, me levanté y me fui para la cocina cargando con las cosas que ya no servían para guardarlas. Cuando ya dejé todo listo, me asomé por la puerta para observarlo en secreto. Estaba con el bol apoyado en el regazo, descansando la espalda en el respaldo del sillón, peleándose con el batidor y la masa, totalmente entregado a la causa, poniendo todo su empeño. Me pareció lo más tierno del mundo. Me miró súbitamente, como si hubiese descubierto que alguien lo miraba a escondidas sin su permiso. Que era justo la realidad.
-¿Voy bien así? -Me preguntó interesado de verdad en la ciencia del batido de masas.
-Vas perfecto. Pero deja de pelearte con la mezcla, trátala con amor. -Me miró excéptico.
-Lo traduciré por un: trátala con delicadeza. -Agachó la cabeza y siguió en su oficio. Esta vez con movimientos lentos y suaves. Ains... Qué Bryce este. -Puedes volver y sentarte a mi lado. Te prometo que no te pegaré con el batidor ni te volcaré el bol encima. -Me miró sonriente. Animado. Me encanta verlo así. Ese sí era mi Bryce.

-Bobo. No puedo llevarme el hornillo al salón. Si no, te freiría las tortitas ahí mismo.-Me acerqué hasta él y le cogí con cariño el bol de las manos. Me fijé en que las tenía muy agrietadas por el frío. -Vas a tener que intentar sobrevivir sin mí el tiempo que tarde en freirlas. Prometo que no tardaré mucho. -Le saqué la lengua juguetona y me la mordí. Me fui a la cocina y vertí con un cucharón lo que sería la primera tortita. Fui yo la que se sorprendió esa vez y se giró súbitamente al notar de repente una presencia en su espalda. No me había dado cuenta antes por estar cantando la canción que estaba sonando en la radio.
-No me vale con sobrevivir. Yo quiero vivir. -Y ahí estaba, apoyado sobre el marco de la puerta y casi rozando con la cabeza el borde superior, con sólo una muleta, y desentonando por completo con la mediocridad de todo a su alrededor.
-Eres masoquista. -Dije con una sonrisa en mi cara, volviéndome a la sartén.
-No, masoquista sería si me quedase en el sofá luchando inútilmente por no dormirme y perder el tiempo sin ti. -Era la tercera o cuarta vez que me hacía ver cuánto le urgía robarle tiempo al tiempo para estar conmigo. Me giré solemne y seria para que me respondiese, y lo hiciese con sinceridad.
-Bryce, sé que estás preocupado por eso que pasa y que no me quieres decir, que tal vez no podamos vernos más, o no como antes. E intento no decirlo porque sé que quieres que estemos como siempre, como si no pasase nada, porque no me lo quieres decir precisamente por eso. Pero este cansancio y esta desesperada forma de aprovechar minutos escasos, está empezando a preocuparme de veras. -Puse las manos en jarras y lo miré afligida. Bryce suspiró y agachó la cabeza. Se quedó unos instantes en silencio y habló.
-Me tienen que operar. -Contuve la respiración. ¿Me estaba diciendo aquello que no me había querido decir? Si me lo había estado ocultando... Si me he estado evitando pensarlo... No, ni siquiera ahora quiero pensarlo. -No es nada peligroso ni grave, es del pie. -Levantó la cara, me miró y vio mi expresión de horror. Tenía que tranquilizarme, no era ninguna enfermedad de vida o muerte. Solté todo el aire de los pulmones que había estado conteniendo. -Pensaba que el dolor al caminar era por el tobillo sólo, pero no, era también por el pie. Me había negado a ir al hospital porque estaba convencido de que no era más que un esguince, pero me salieron grandes hematomas y me dolía mucho. No he podido dormir a causa de eso. -Hizo una pausa. -Fui al hospital, me hicieron radiografías y vieron que tengo una fractura en estallido del calcáneo. - Lo había visto en clases. El astrágalo quiebra al calcáneo por compresión, como si estallase en varios pedazos. Tiene muy mal pronóstico y sólo tiene tratamiento quirúrgico. -Me iban a operar hoy mismo. Pero me negué. Creo que te puedes imaginar por qué. -Porque no podría ir conmigo a la montaña. Porque no sabe si podremos volver a estar así cuando vuelva de la montaña. Porque tal vez sólo teníamos hoy para estar juntos. Por eso hoy íbamos a hacer todas las cosas en una misma cita, que se deberían repartir en varias.

No era justo que él cargarse con todo el sufrimiento de la inminencia de lo que podía pasar mientras yo me dedicaba a no pensarlo mucho para no sufrir por algo que sólo existiría en mi mente hasta que él me lo dijese. Y aunque no era relativamente grave, no dependía su vida de esa operación, seguía igual de horrorizada. Horrorizada por ver cuánto se tuercen las cosas cuanto más deseo que vayan bien. Horrorizada porque, ni siquiera en esta situación, soy capaz de decirle cuánto pienso en él cuando no está, lo miserable que me siento cuando estamos mal, cuánto me gusta que me pique, lo loco que se pone mi corazón cada vez que toca, o lo en blanco que se queda mi mente cuando me mira; cuánto adoro su parte tierna y sincera... Decirle sólo cuánto lo necesito...

-Claro. ¡Porque querías probar mis deliciosas tortitas! -Apoyé el peso en una pierna, alargué con entusiasmo el brazo donde tenía la espátula en la mano, y lo dije con vigorosidad. De alguna forma tenía que disipar la tristeza...
-Pues como no vuelvas a ellas, en vez de deliciosas van a ser ceniciosas. -Y volvió la sonrisa a su rostro. Si tenía que quemar hasta las cortinas de la cocina para volver a verla, lo hubiera hecho. Me volví rápido a la sarté y le di la vuelta, las pompitas ya estaban por toda la tortita, que había ganado consistencia.
-¡Mira listo! ¡Está doradita! ¡En su punto! -Me giré para mirarlo reprochante, ofendida por su falta de confianza en mi capacidad culinaria. Se acercó lentamente, cojeando, seguía con una sola muleta, y se asomó a mirar. Reprimió una carcajada para no reírse en toda mi cara.
-Vale. Pero esa te la comes tú. -Y se fue riendo por lo bajini a sentarse en el único taburete que había en toda la cocina. Yo preferí no hacer comentarios al respecto y seguí a lo mío, no sin antes no quedarme tranquila tras haberle dedicado una asesina mirada. Estaba doradita, lo había hecho para meterse conmigo. Jmmm.

Me llamó lenta. Se quejó de que tenía hambre. Me volvió a llamar lenta. Y lo siguiente que pronunció fue la exigencia de ir comiendo las que iba haciendo y tuviesen mejor. pinta. Usé mi lado dialogador y comprensible e intenté hacerle ver que la espera sería recompensada con un gratificante desayuno sentado cómodo en el salón, comiendo los dos a la vez. Sólo le quitó la idea de comer en la cocina mientras yo cocinaba, porque siguió metiéndome prisa. Finalmente, por no escucharlo, le di un plato y le puse en la encima de al lado una bandeja con todo lo que podía echarle a la tortita. Y al final, no sé cómo, acabamos los dos comiendo en la cocina. Él sentado en el taburete, con el plato sobre sus muslos, y yo sentada con las piernas cruzadas frente a él, con el plato en otra bandeja apoyada sobre mis rodillas. Y fue genial. Parecíamos tan unidos rompiendo los convencionalismos sociales y las costumbres. Y era aun más genial cómo él se agachaba o yo me elevaba para darnos de probar nuestras propias combinaciones. Queso philadelphia con mermelada de arándanos, miel con rodajas de plátano, chocolate fundido, mermelada de albaricoque... y un riquísimo zumo de maracuyá que compré en el súper. En realidad, estaban más esponjosas las tortitas que comí en la casa de Ahsley, pero sin duda, estas fueron las que más disfruté.

-Ahora vuelvo. -Dije una vez que estuve segura de tener fuerza suficiente para levantarme. Bryce ni siquiera tenía fuerzas para decir algo. Comer con tanta gula y glotonería deja a uno agotado.

Volví con un bote de crema para las manos. Hunté crema en las mías y cogí las manos de Bryce. Las estuve mirando e inspeccionando. Estaban más agrietadas de lo que pensaba, y era por el frío. Y tenía durezas por culpa de soportar todo su peso sobre las muletas. Eché más crema en la palma de mis manos y empecé a deslizarlas por las suyas, hidratándolas, calentándolas, suavizándolas. Bryce dejó de tener las manos caídas y empezó a moverlas por las mías. Ninguno de los dos cerró los ojos, yo no podía perderme nada de él, y él no quería perderse nada de mí. Después de un rato comiéndonos a manoseos, acabamos con los dedos entrelazados, yo apoyada sobre su pierna izquierda y mi cabeza recostada en su regazo.

-Debes hidratarte las manos al menos dos veces al día, o llegará un momento en el que no podrás usar las muletas por todo lo que te dolerán. -Tenía los ojos cerrados, ahora sólo quería concentrarme en mis manos unidas a las suyas, y en su voz.
-No pienso estar mucho tiempo con las muletas. -Pero si van a operarle... ¿Puede salir caminando ya después de los días de recuperacón?


-Y te quedarán cicatrices. -Lentamente, con sumo cuidado, me apartó el pelo del cuello, me bajó el cuello alto y me besó en él. Fue como un roce cálido. Ascendió acariciando su mejilla con la mía, suavemente, y me volvió a besar en la mejilla. Fue como otro roce, pero menos cálido. Dudó sobre cual sería su próximo destino, y se decidió por volver a dejar al aire besar sus labios. Afortunado el aire de mi cocina. - Las cicatrices de la piel son las huellas de historias emocionantes o descuidos tontos. -Fui ahí cuando me di cuenta de que besó mis cicatrices. La de la vara metálica afilada que me hizo una línea en el cuello, y la solladura de la mejilla que me hizo la bala. Una historia, para mí parecer, no muy emocionante. Mi corazón palpitó casi tan rápido ahora cuando recorrió mi piel con su labios rozándome y besándome por el camino, que cuando pensaba que iba a morir degollada. Y en los dos casos me quedé igual de petrificada. -Las cicatrices son memoria. Y yo no quiero olvidar nada. Porque lo que soy es lo que recuerdo.