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Refranero

miércoles, 4 de enero de 2012

Capítulo 38: Universo paralelo

Capítulo 38: Universo paralelo
A pesar de que estaba nevando, yo seguía andando, estaba deseando volver a casa, darme una ducha caliente y que mis problemas se fuesen por el desagüe, pero tuve que pararme cuando empezó a nevar con más intensidad. Tenía ya la ropa empapada y en los zapatos, un charco o varios. Así que decidí resguardarme bajo lo primero que vi, una casa en construcción. Quedaban sólo diez minutos hasta casa, pero es que no quería resfriarme y tener fiebre de nuevo, no estaba yo como para perder más clases, porque Shelby sólo podía informarme de las tres en las que coincidíamos.

Debí haberme llevado paraguas. Pero claro, yo no sabía que eso iba a ocurrir, no era costumbre mía informarme sobre el tiempo. Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos. El viento empezó a soplar con mucha fuerza que ya la nieve caía de lado, y como no podía ser de otra forma, en dirección hacia la obra… tuve que meterme aún más para dentro, porque seguramente me mojaría menos estando fuera. Pero claro, yo, la que va por la vida sin mirar, no iba a hacer esta vez una excepción, y no me fijé en que debajo de esa obra, paraba un mendigo, por lo que le pisé una mano cuando estaba tumbado en el suelo… Con todos los metros cuadrados que podía haber, y yo tenía que pisar justo en el que se encontraba la mano de ese señor… Típico.


El hombre, que hasta hace unos segundos, estaba dormido, dio un grito de sobresalto y se levantó muy agresivamente. Estaba todo harapiento, sucio, con la ropa hecha jirones, y no podía verle bien la cara porque se la cubrían greñas. Más puntos a favor de tratarse de un psicópata.  Cogió un palo con un clavo que tenía a su vera, lo empuñó y me apuntó con él. Cuando se agachaba al suelo a cogerlo, me di cuenta de que se montaba muy bien el chiringuito, su pequeña colcha y su esterilla para dormir el lugar de cartones, su bolsa abultada llenar de ropa  que usaba como almohada… leches, incluso tenía arma propia a falta de pistola…hasta en estas cosas se distingue la gran diferencia de sociedad que hay entre España y EEUU. Aquí hasta los pobres eran más ricos que los de España. Y más peligrosos…

-¡¿Por qué no te vas a molestar a tu puta madre?! –Dijo empuñando el palo con el clavo en una posición amenazadora. Indigente o no, americano era seguro, tenía el mismo pronto que todos. La violencia.
-¡Disculpe señor! ¡Ha sido sin querer! ¡No quería molestarlo ni mucho menos! –Estaba en pánico. Me había fijado mejor en el clavo y estaba oxidado. Si me golpeaba con eso, aparte de la herida cogería también alguna infección o enfermedad como el tétanos.
-¡Sal ahora mismo de aquí! –Este hombre estaba loco. O tenía ganas de repartir leña, nunca mejor dicho, o no escuchaba lo que acababa de decirle. Seguía empuñando el palo. Empecé a andar de espaldas, sin perder contacto visual con el hombre. Este era uno de esos momentos en los que me hubiera gustado haber aprendido defensa personal. -¡Venga! ¡Más rápido! –Su voz sonaba cada vez más irritada, mi pánico aumentaba, no hay nada más peligroso que un mendigo armado, loco e impaciente…Tal vez incluso le venía bien golpearme o matarme, así lo llevaría a la cárcel, donde por lo menos, le darían de comer y tendría higiene y lecho cálido. -¡ME ESTÁS PONIENDO NERVIOSOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! –Dios, ahora sí que sí, estaba oficialmente loco de remate. El <nervioso> lo acabó como si se tratase de una canción de heavy metal o rock duro, incluso lo acompañó con un zarandeo de cabeza y cuerpo. En mi pánico por salir de allí, empecé a correr de espaldas, seguía sin querer perder de vista al hombre. Y lo conseguí, no perdí de vista al hombre, seguía viéndolo, pero ahora no miraba sus ojos, sino sus rodillas. Con el susto mezclado con correr sin mirar el suelo y además de espaldas, me había caído. -¡VETEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! –Y levantó el palo de madera con el clavo, por encima de su cabeza. Estaba cogiendo impulso para golpearme. Pero a ver, alma de cántaro, si quieres que me vaya, no hagas eso, dame tiempo para levantarme y salir corriendo de allí, porque si me golpeas y me quedo inconsciente, no podré irme… ¡Pero joder!  ¡Que tampoco era para tanto! ¡Sólo le había pisado una mano! Aquí todo el mundo está muy susceptible, si tiene miedo de que lo quemen vivo o le den una paliza unas gamberros, yo no tengo culpa, pero ¡qué leches iba a hacerle una pobre chica indefensa! Aunque claro, a ese razonamiento lógico no iba a llegar un loco que a lo mejor estaba deseando ir a la cárcel…
-¡NOOOOOOOO! –Desde el suelo, levanté el puño para intentar parar con el brazo el trozo de madera que ya iba descendiendo. Aunque claro, hubiera sido más inteligente rodar por el suelo unos metros más al lado para evitar el golpe, pero da la casualidad, de que cuando estamos en peligro, la mente no piensa con claridad y no escoge siempre la mejor opción. Aunque eso me ocurría a mí diariamente, ya lo consideraba algo genético, natural mío, porque ni en peligro ni a salvo, pensaba con claridad para elegir la mejor opción.

Y se oyó un grito de guerra, un gemido de dolor y un chillido de sobresalto.  El grito de guerra era de Bryce…¿¿¡¡BRYCE!!?? ¿Por qué estaba allí? No lo sabía, ya le preguntaría, porque en ese momento sólo podía observar lo que ocurría a mi alrededor. Como dije, el grito de guerra era suyo, lo había hecho para coger fuerza o impulso, lo que fuese, algo como lo que hacen los tenistas cuando van a golpear la bola, que gritan para darle con más ímpetu. Lo que había hecho era golpear con su pierna en los tendones de la mano del hombre, que en un acto reflejo se vio obligado a soltar el trozo de madera con el clavo. El gemido de dolor era suyo. Y el chillido de sobresalto sólo podía ser mío. Porque no me esperaba que ocurriese, simplemente había visto aparecer un pie delante de mis narices, la cara de horror y dolor del hombre, y cómo el palo pasaba por encima de mi cabeza rozándome el pelo. Con dos palabras. IMPRE-SIONANTE.

El hombre entró en trance. Pero no un trance tranquilo, sino todo lo contrario, aún más violento. Era una mezcla de ataque epiléptico, con sobredosis de drogas alucinógenas, con ser poseído por un espíritu maligno y con la coreografía de una misa satánica. Se abalanzó sobre Bryce con los ojos vueltos, pasó por donde yo estaba, me quité del medio a tiempo para no ser arrollada. Bryce frenó su embestida como pudo, como si fueran forcado y toro. El hombre tenía que estar muy fuerte o Bryce muy débil, porque se llevaron unos segundos forcejeando, y retrocediendo o adelantando pasos hacia un lado u otro. Bryce sacó fuerza de lo más hondo y lo consiguió separar empujándolo y lanzándolo al suelo. Pero sólo sirvió para que volviese a levantarse aún más endemoniado. Vaya con el mendigo. Para no comer, tenía bastante energía. Volvieron al mismo forcejeo de antes, pero este duró menos, Bryce ya lo había visto venir, le hizo uno de esos movimientos de artes marciales que él sabía, le dio la vuelta y de un leve toque en el cuello con la mano, lo dejó caer al suelo inconsciente. Contuve el aliento toda la pelea hasta ese momento, que ya pude respirar, menos mal, unos segundos más y a la que deberían haber llevado al hospital, hubiera sido a mí, por falta de oxígeno.

-No está muerto, sólo lo he dejado inconsciente. –Dijo con la respiración muy agitada, se escuchaba por todas partes gracias al eco que había allí. -¿Por qué siempre tienes que meterte en problemas? No doy a bastos contigo. –Dijo sonriéndome. No sabía si la sonrisa era porque lo decía de broma o porque se sentía muy contenta y aliviado por haberme encontrado y que por fin estuviese a salvo. Iba a responderle, no sabía el qué, pero sabía que algo tenía que decirle. Aunque antes de decidirlo, se cayó al suelo.
-¡Bryce! –Aunque me encontraba en el suelo también, me moví con rapidez por el para amortiguar su caída con mi cuerpo. Lo cogí entre mis brazos. -¡¿Qué te pasa?!
-Si tú estás bien. Todo está bien. Yo estoy bien. –Dijo balbuceando con mucho trabajo. Y cerró sus ojos del todo.

Toqué su frente, estaba ardiendo y sudando. La fiebre estaba altísima, y todo por mi culpa. Lo había tenido esperando tanto tiempo empapado por la nieve y después buscándome por todas partes bajo una gran nevada, porque me había esfumado. Oh Dios, ¿qué podía hacer? El hospital me pillaba muy lejos y la boca de metro estaba más lejos que de lo que estábamos de mi casa. Así que decidí llevarlo a mi apartamento, donde tenía todavía medicinas contra la fiebre de mi gripe anterior y porque había escampado un poco. Eso valdría por ahora. Así que con todas mis fuerzas, que en ese momento no eran pocas, misteriosamente me habían vuelto a ver a Bryce en problemas, lo levanté en peso, pasé un brazo por mi hombro y como veía que estaba delirando medio consciente, le dije que hiciera fuerza por caminar, y así lo hizo. En quince minutos ya estábamos en el piso. Podría haber llegado antes si alguien se hubiese ofrecido por la calle a prestarme ayuda, pero al parece aquí, en este país, cada uno va a lo suyo, ni siquiera el día anterior a acción de gracias la gente hace obras de caridad.

Siempre subo a mi casa por las escaleras, hago ejercicio, quemo calorías y me ahorro de usar ascensor, que me da cosilla, pero esta vez era una emergencia, nos subimos los dos y en unos segundos ya estábamos frente la puerta de mi casa. Abrí como pude, buscando las llaves casi dejo caer a Bryce. Mi corazón se aceleró por unos momentos al ver que perdía el equilibrio y se iba hacia un lado, dejé caer el bolso en el suelo para tener las dos manos libres y sujetar a Bryce. Estaba fatal, decía palabras sin sentido. Tenía que entrar lo más rápido posible para darle la medicina. Pero eso de rápido cada vez estaba más complicado. El bolso estaba en el suelo, consecuentemente las llaves también están en el suelo, consecuentemente tengo que agacharme a cogerles, consecuentemente… ¿qué hago con Bryce? Le dije que se echara un momento contra la pared. No me oyó. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Más le valía al cielo existir, porque me lo tenía ganado a pulso, y no estaba dispuesta a quedarme sin él.

Lo apoyé contra la pared cuidadosamente, y con un ojo mirando al suelo y otro mirándolo a él, casi me quedo bizca… me agaché a coger las llaves, lentamente, no estaba segura de si se mantendría de pie o no, y no fue así, a mitad de camino del al suelo, vi como empezaba a inclinarse hacia delante, me levanté enseguida sólo para ver como el mismo se corregía para volver a apoyarse contra la pared. Zas en toda la cara. Bueno, al menos el sentido del equilibrio, a duras penas, todavía lo mantenía. Así que esta vez, con un movimiento ligero como la punta de un látigo, me agaché al suelo en un visto y no visto, y cogí el bolso, aunque las llaves no las encontré tan rápidamente. Típico momento que buscamos algo en el bolso con mucha prisa, y tardamos una eternidad en encontrarlo. Finalmente las encontré, estaba en un bolsillo interno cerrado con cremallera. Como para cogerlas rápido en una situación de emergencia. Por lo menos Bryce no se había caído. Me había apoyado de espaldas contra su pecho para mantenerlo de pie, mientras las había estado buscando.

Por fin entramos. Nunca una vuelta a casa se había convertido en algo tan complicado. Lo senté con cuidado en el sofá y salí corriendo hacia la cocina para una nueva aventura... encontrar la caja de píldoras contra la fiebre. Bryce estaba temblando de frío todavía y tenía que darme prisa. Aunque con éstas tuve más suerte, no estaban metidas en un bolsillo interno cerrado con cremallera, sólo estaban detrás de una montaña de otras medicinas, al fondo del armarito. Llené un vaso con agua y fui rápidamente a donde estaba Bryce. Tuve que tomarme también el trabajo de incorporarlo, porque aunque lo había dejado sentado, él mismo se había tendido.

-Bryce, -dije entre susurros, mientras le ponía una mano en la espalda para ayudarlo a incorporarse. –Vamos, levántate, no te puedes tomar acostado la pastilla contra la fiebre. –La misma pastilla que me había comprado él a mí la otra vez que yo me desmayé. Bryce se incorporó con trabajo. Seguía diciendo cosas tan bajito, que ni yo misma podía oír. Pero atinó a tomarse la pastilla y beber agua.
No es bueno tomar medicamentos con el estómago vacío, pero esto era una emergencia. No iba a perder tiempo en medirle la fiebre, tenía que quitarle la ropa empapada de agua o no entraría en calor nunca. Fui corriendo a mi cuarto a buscar ropa ancha, aunque no encontré ninguna lo suficientemente holgada, el tamaño de su espalda y la mía, no eran comparables. Así que cogí sábanas, edredones y colchas. Lo senté como pude en una silla porque en el sofá estaba muy bajo, e iba a hacerme daño en la espalda, y empecé a quitarle la gabardina, cazadora, jersey, camisa y camiseta interior. Por dios, también iba a pasar frío, con la cantidad de ropa que tenía. Pero ni todas esas capas impidieron que llegara el frío. Tenía hasta la camiseta interior mojada. Me daba cosa quedarme a solas con él, excepto la vez del barco, había intentado besarme y quien sabe qué más si lo hubiera conseguido. Pero ahora tenía que arriesgarme por su bien. Contaba con la ventaja de que seguía delirando y, con suerte, no se acordaría de nada.

Cuando se quedó con el torso desnudo, no pude evitar como mujer, quedarme unos instantes admirándolo. Madre mía de mi alma. Sabía que este chico estaba como un queso, pero no tanto. Por lo menos, mi fuerza de voluntad llegaba a no aprovecharme de su inconsciencia para tocarlo. No se daría cuenta, miraba a un punto del infinito con la mirada perdida y los ojos entrecerrados. Pero mi conciencia me decía que no debía. Porque aunque yo no sintiese nada por él, ese cuerpo era un cuerpazo, y pedía guerra. Ahora comprendía por qué mis defensas se venían abajo cuando él se me acercaba. ¡Y a quién no! Además, su aroma corporal era muy muy MUY atrayente. Demasiado. Mis sentidos y mi mente estaban colapsados. Y en una ida de cabeza en la que el demonio de mi conciencia venció al angelito, rocé su pecho. Estaba muy frío, helado. Eso fue lo que me hizo reaccionar y volver en mí. Rápido, tenía que taparlo. Pero habló, y eso me dejó aturdida de nuevo.

-Valeria, no me odies… -Ahora sí pude oír lo que había estado susurrando desde que llegó. Lo había dicho en un tono audible. Oh. Me llenaron de ternura sus palabras. En sus delirios, era yo la que ocupaba sus pensamientos, y estaba preocupado porque pensaba que lo odiaba. Pero en mi agradable sentimiento, un atisbo de susto apareció. ¿Sería consciente de la escena anterior? Ojalá que no…
-No te odio…- Y yo no lo odiaba, es sólo que no sobrellevo muy bien sus ataques de egoísmo. Su aroma me seguía embriagando y aturdiendo mis sentidos. Contuve la respiración o sería imposible contenerme por más tiempo, y lo tapé con todo lo que había traído de mi cuarto.

Lo senté de nuevo en el sofá. Estuve pensando si cambiarle los pantalones. Buf. Dios mío, ayúdame. ¿¡Qué debo hacer!? Decidí dejarlo tal como estaba. Yo no tenía pantalones para él y me negaba dejarlo en calzoncillos sólo tapado con varias mantas. Lo único más que le quité fueron los zapatos y los calcetines, que también estaban chorreando. Le puse unos calentadores que yo tenía y lo metí debajo de la manta camilla. Que le calor de la estufa hiciera lo posible por secarle los pantalones.

Con una velocidad de récord, me fui a la cocina y preparé una sopa calentita, con cuadraditos de pan tostado. Era una sopa de caldo de pollo con fideos de las de toda la vida de dios, venía en un sobre, sólo tuve que añadir agua y calentar. Ya sabía que no era un manjar de los que estaba acostumbrado a tomar, pero para quitar el frío es de lo mejor que hay. Desde la cocina oí como Bryce me hablaba.     < ¡Valeria! >. ¿Había recuperado la consciencia? Volví al salón y me senté a su lado. Por lo menos ya había dejado de murmurar. Parecía que los efectos de la pastilla empezaban a aparecer.

-Bryce, echa cuenta ahora, que te he preparado una sopa y no es plan que te ahogues porque no tragues bien. –Dije con sumo cariño mientras le colocaba un paño de cocina en el pecho.
-¿Qué? Yo no quiero esa mierda de comida para pobres. –Dijo hablando con mucho esfuerzo. Vaya que bien. Mi pregunta quedaba resuelta, oficialmente había recuperado la consciencia.  Aunque solo un poco, lo suficiente como para chapurrear. No vocalizaba todavía bien, dejaba mucho tiempo entre palabra y palabra y se veía que pronunciaba con dificultad.
-¡Pues te la vas a tomar porque yo lo digo! ¡Para eso te la he preparado! ¡Y no hay nada más que decir! –Dije en un tono firme e irrebatible. No rechistó más. Puso cara de molesto e hizo por coger la cuchara y llenarla, pero le temblaba el pulso todavía. –De verdad… que te tenga que dar yo de comer también… Jajaja, así pareces de todo menos el grandioso líder del G4. Si te vieran los de la Uni que pensarían… Tu reputación caería en picado. Jajaja. –Dije con una leve risa, no eran carcajadas.
-¡No te rías! ¡¿Cómo te atreves?! ¡Es lo mínimo que debes hacer siendo como eres la culpable! –Dijo tras tragarse la cucharada de sopa. Que mala era, había aprovechado a decirle eso cuando no podía hablar. Volvió a fruncir el ceño. Algo muy habitual en él cuando había algo que no le gustaba.
-Lo siento… Me declaro culpable por todo esto. Por mi culpa estás así. Te dejo vengarte si quieres… -Me había pillado en un momento de debilidad. Cómo de relativa pueden ser las cosas dependiendo del momento en que ocurran… En la vida hubiera dicho eso con el enfado que tenía cuando nos vimos en la plaza. Pero ahora era todo muy diferente. Había visto la gravedad del asunto y estaba muy cerca de él. Tanto que no pensaba lo que decía. Como siempre me había pasado.
-Tonta… ¿Cómo podría vengarme de ti por esto? –Dijo mirando hacia otro lado. Vaya, como si nunca me hubiera echo nada malo en venganza… -Si tenías razón cuando lo dijiste antes. La culpa era mía por no haber pensado en ti al planear esto. Entiendo que estés enfadada conmigo y que me odies por todo lo que te he hecho… –Cogió el plato con mucho cuidado para sorber lo que quedaba. Al final, por mucho que quisiera negármelo, la sopa le había encantado. –Nunca había probado esta clase de sopa con esos cuadraditos marrones. -¿Cuadraditos marrones? Jajaja. Cambió de tema descaradamente, pero le había salido muy bien.
-Jajaja, no son cuadraditos marrones, ¡es pan tostado! Si es que eres muy testarudo. Siempre te niegas, pero cuando decides hacerte caso de los demás, te alegras por ello. –Dije levantándome y recogiendo las cosas para llevarlas a la cocina. Yo hacía rato que me había terminado el plato de sopa, pero él había tardado más.
-¿Dónde vas? –Dijo tirando de mi mano. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. En el parque me cogió varias veces por la mano y el brazo para impedir que me fuera, y no sentí nada. Pero aquí, a solas los dos, tan cerca, y en un ambiente tranquilo, todo se sentía por triplicado o más.
-A lavar los platos. –Dije girándome a mirarlo. Su cara parecía angustiada. Realmente no quería que me fuese.
-No te vayas. –Me apretaba la mano con fuerza. Mi corazón empezó a latir con fuerza. –Lávalos mañana.
-Ok, ok, pero al menos los pondré sobre la encima, me pongo mala de ver tantos cacharros por medio. –Se lo pensó unos segundos, como si creyera que le mentía y que no volvería. Pero al final me soltó la mano. <No tardes> Me dijo. Al momento me encontraba de nuevo sentad en el sofá a su lado. -¿Ves? Sólo he tardado unos segundos. Impaciente. –Dije mirándolo moviendo la cabeza como si estuviese reprochándole algo a un niño pequeño.
-Tonta. No te creas importante, es que tenía frío y contigo al lado siento tu calor. Y como estoy enfermo y a los enfermos se les da todo lo que piden. Así que abrázame. –Dijo mirándome muy seriamente. Casi prefería que siguiera delirando, su mirada tan intensa, lo era demasiado, y me costaba mantenerla o resistirme a lo que me pedía. Y sabía que volvía a decirlo a modo de orden, como si yo fuese una subordinada. Algo que detestaba. Pero no me negué. En el fondo, pienso que yo también quería abrazarlo. Todavía recordaba sus firmes brazos protegiéndome del exterior y de mí misma, en el barco. Ahora era mi turno darle calor. Aunque en ese fondo que me decía que lo hiciera, también había otra parte que me decía que volvería a herirme. Aunque ya buscaría una solución más adelante.
-¿Mejor? –Puse unos cojines en el brazo del sofá y me apoyé mi espalda sobre ellos. Abrí las piernas para dejarle un hueco a Bryce, que usó para acomodar su cabeza sobre mi pecho. Mis brazos rodeaban el suyo. Antes de recostarse, se encargó de que la manta camilla lo tapara por completo, aunque tuve que encogerse bastante, la manta no era muy grande y el sofá tampoco, y Bryce ocupaba mucho espacio.
-Mucho mejor. –Dijo por fin. Cogiendo mis manos con sus manos y acariciándolas dulcemente. Mi corazón seguía palpitando estrepitosamente. Noté que sus pantalones ya no estaban mojados. Menos mal, poner el brasero al máximo había servido para secarlos. Las cuatro o cinco mantas que lo tapaban eran de franela. No había modo ninguno de que ahora tuviese frío.
-Deberías llamar a tu casa para avisar de que estás aquí. Tu madre estará preocupada. –Bryce soltó unas carcajadas irónicas.
-Mi madre sólo se preocupa de ella misma y del imperio Domioyi. Hace dos años que no veo a mis padres. Mi padre vive en Washington DC y mi madre en Alemania. Donde se encarga de los negocios con toda Europa. Nunca se preocuparon por Aaron, Tori o por mí. Desde pequeños, fue nuestra ama de llaves, Sarah, las que nos cuidó. -¿Cómo? Debían de manejar cantidades desorbitadas de dinero, si los padres habían renunciado al cuidado de sus hijos.  –Y Aaron cuando se acuesta, cae muerto en la cama y no se despierta ni aunque haya un terremoto. –Su voz sonaba ahora sombría. Como otras veces la había notado. Aunque no tanto como la recordaba. Este debía ser un tema que más o menos tenía medianamente superado. –Tranquila, nadie se preocupa por mí como para que tenga que avisar a alguien de que hoy no pasaré la noche en casa.

Ahora entendía el porqué de su terrible carácter. Tanto de hoy como de siempre. Hoy, porque mañana era el Día de Acción de Gracias, cuando todas las familias se reúnen al completo, padres, tíos, hermanos, abuelos, primos, sobrinos, nietos… Y él lo había pasado siempre solo con Aaron o Tori, y ahora que ella no estaba, tampoco. Me costaba mantener el rencor, por eso se me pasó todo el enfado de esta tarde de momento, pero ahora lo que sentía era tristeza. No sabía lo que era el calor de un hogar. Aunque es increíble como ante una misma situación, se pueden desarrollar dos personalidades totalmente opuestas. Aaron se había inclinado al lado introvertido, tranquilo, pacífico, que no se preocupaba por los problemas de los demás… y Bryce se había inclinado al lado extrovertido, brusco, violento, precipitado, irascible, egoísta…Uno se metía en su burbuja para evadir esa realidad, y otro la evitaba haciéndole la vida imposible a los demás, para sentirse mejor pensando que la vida de los otros era peor que la suya.

Ahora comprendía muchas cosas. Bryce era un incomprendido. Si desde el principio hubiera sabido esto, lo habría mirado con otros ojos. No hubiera pensado que lo hacía por pura maldad, sino por una salida desesperada de su vida vacía en la que el cariño y amor de un hogar era suplido por frío y superficial dinero.

-Entonces tienes que haberte sentido solo. –Dije rompiendo el silencio.
-Solo… no uses esa palabra tan patética…Ahora que estoy contigo, ya no me siento solo nunca más. -Y en un arrebato imparable por mimar a esa persona que sentía tan sola. Lo apreté aún más contra mí y lo besé en el pelo. Ninguno de los dos dijimos nada.

Todo siguió como antes, mi corazón latiendo al galope, y él acariciando tiernamente mis manos. Aunque de vez en cuando le daba por alargar el brazo y coger un mechón de pelo para olerlo. Al momento se durmió. Me di cuenta porque dejó de acariciarme. Me quedé un rato así, tenía miedo de moverme y despertarlo. Pero yo también tenía que acostarme. Cuando vi que no había peligro, intenté salir de debajo de él con sumo cuidado y delicadeza. Algo que me llevó bastante tiempo, porque pesaba mucho y porque me movía muy lentamente para no despertarlo. Fui al baño, me quité la lentilla, me lavé los dientes y me puse el pijama.

Lo miré una vez más antes de irme a la cama. Lo escuché pronunciar mi nombre en sueños. Sonreí. Soñaba conmigo, y además eran sueños bonitos, lo sabía por la forma tan tierna en que pronunció mi nombre. Creo que esa tarde habían cambiado muchas cosas entre Bryce y yo. Y aunque había renunciado a seguir intentándolo con Aaron, todavía él ocupaba mi corazón. Sin embargo, en momentos como este, pensaba que era muy fácil enamorarme de Bryce. Pero quien sabe… Tal vez, en un universo paralelo, él y yo nos amábamos y éramos felices juntos.

Me fui a la cama. A pesar de todo, no me costó nada conciliar el sueño, al momento caí dormida.



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