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Refranero

sábado, 4 de febrero de 2012

Capítulo 44: Ozono

Capítulo 44: Ozono
El viernes no fui a la Uni por la mañana. No porque no quisiera o no tuviese ganas, es que había olvidado que al no tener móvil, tampoco tenía despertador, pero de eso no me di cuenta hasta un rato después... Cuando por fin me desperté, ya eran las tres de la tarde. Lo supe por el reloj de la mesita de noche, que por cierto, nunca me había dado por usarlo de despertador. Venía con la casa cuando la alquilé. Impresionante, nunca había dormido hasta tan tarde, ni siquiera los unos de enero después de la fiesta de noche vieja. Siempre he tenido la costumbre levantarme temprano para hacer cosas. Nada en especial, sólo que no me gusta perder el tiempo, a veces me ponía a dibujar, algo que considero un don,  hacer deberes, recados para la casa o simplemente leer, algo que me encanta. Y tenía que ser irónicamente hoy el primer día que me levantase tan tarde, cuando en realidad era el día que más motivos tenía para levantarme temprano… bueno, no tenía muchos motivos, tenía uno solo, pero más que suficiente. Contaba por más de uno, incluso más de diez. Bueno, al menos no estaba de mal humor, dormir toda la noche oliendo el atrayente aroma de Bryce, tenía efectos emocionales en mí.

Fue bastante gracioso el momento inmediatamente después al que me levanté. Si hubiera sido otra persona, me hubiese reído de mí misma a carcajada limpia. De repente abrí los ojos, bueno, primero uno y después el otro, y debo reconocer que con bastante trabajo, había demasiada luz como para que lo que estaba acostumbrada a ver cuando me levantaba a las siete de la mañana,  y eso mis ojos lo notaron y bastante. Tardé un tiempo con mi lentitud mental en darme cuenta de que algo extraño sucedía, además de en acostumbrar la vista a tanta luz. Parecía como si llevase una eternidad durmiendo. Me incorporé, me desperecé en la cama todavía y… bueno, no llegué a estirarme del todo, yo misma interrumpí ese acto al ver el despertador de la mesita, donde me quedé antes explicando, que mi móvil no estaba porque lo había perdido ese mismo día y que por eso el despertador no había sonado y yo seguía en mi casa en vez de llevar varias horas de clase en la Uni.
A continuación todo sucedió muy estrepitosamente. Grité, salté de la cama, me choqué contra la pared, mi dedo pequeño del pie casi se queda pegado a la pata de la cama, y yo con él, y salí corriendo de mi dormitorio camino del salón dispuesta a hacer algo ya y no seguir perdiendo más el tiempo.

Tardé en volver corriendo a mi habitación el tiempo que tardé en pararme para pensar que era lo que yo tenía que hacer en el salón, como una de esas veces que nos paramos para pensar mejor como si no pudiéramos hacer las dos cosas a la vez, sentir frío en el pecho, comprobar que iba semidesnuda, Pili y Mili pegando botes y los hijos de la vecina del piso de enfrente mirándome por la ventana. ¡¿Pero qué diantres?! ¡¡¿Es qué esos niños no tienen que ir al colegio?!! ¿No tienen otra cosa mejor que hacer que estar toda su vida observando por la ventana del patio comunal del edificio? Aunque claro… ¿acaso no tengo yo también otra cosa mejor que hacer como ponerme el sujetador nada más levantarme de la cama y pensar que es lo que tengo que hacer antes de salir corriendo despavorida como una loca para ningún lado? Porque es que caí en la cuenta de que nada había en el salón que yo buscara. Pero lo más triste de todo… es que ellos eran las primeras personas del sexo opuesto que me habían visto los pechos por primera vez… Mira el lado bueno Valeria, como ya los tienes acostumbrados a escenas extrañas, no se habrán asustado en exceso…

¿Pero es que es eso el lado bueno? No quise seguir poniéndolo en duda. Primero porque superé el trauma que duró en mí unos breves instantes y en el cuál no quería volver a caer, y segundo, prefería seguir pensando que por muy absurdo que pudiera ser, había un lado bueno. Porque no creo que esto sirviera ni para anécdota, no por nada, sino porque me daría mucha vergüenza contarlo. Sobre todo recordando sus caras de incredulidad, sus bocas abiertas, los ojos saliéndose de sus cuencas y dejando caer al suelo cuanto tenían en las manos. ¡Borra la imagen borra la imagen! Y seguí haciendo las cosas pertinentes para ir a las clases, o lo que quedase ya de ellas. Eso sí, primero con el sujetador puesto y Pili y Mili en casita, segundo, con coherencia, pensando lo que tenía que hacer antes de salir corriendo para cualquier lado precipitadamente, porque lo que hacía era retrasarme en vez de adelantarme.

Salí de casa corriendo. Sin desayunar, sin la lentilla, sin peinar, sin saber si llevaba dinero o no, sin haberme mirado en el espejo, sin ver qué hora era, sin vestir… no, no ¿pero qué digo? ¿Ya estoy desvariando otra vez? Bueno… y digo otra vez como si el desvariar ocurriera en casos puntuales cuando en realidad paso tres cuartos de mi vida así… porque el cuarto estoy durmiendo que si no… Pues eso, que vestida sí iba. Aunque tuve que mirar hacia abajo para asegurarme, mejor asegurarse ante la duda. Sí, llevaba el uniforme. Entonces todo estaba bien. Y fui corriendo hacia el metro, tenía que llegar a la Uni lo antes posible. No sé como no me multaron por ser un peligro público. Corría por la calle salteando transeúntes, me choqué con varios espejos retrovisores de coches (típico en mí, pero en esos cinco minutos con mayor frecuencia), empujar a personas por la acera, arrollar a niños pequeños que no veía o comerme los pósteres bajitos de las esquinas que impiden el aparcamiento. Aunque yo suponía un peligro también para mí misma. ¿Nadie iba a multarme por ello? No, prefería que la multa fuese menor a que se preocuparan también por mi propia integridad física. Aunque claro, todo esto era en el hipotético mundo de mis paranoias. Menos mal que para delirar no tenía que pararme como cuando lo tengo que hacer para pensar bien. Era algo ya espontáneo, como si imaginar chorradas fuera una actividad independiente de mi cerebro, y pensar cosas coherentes supusiera toda la actividad de su materia  gris. Que pena que no fuese al revés…

Por fin entré en el metro. Esta vez me senté, algo bastante poco frecuente cuando hay tanto apelotonamiento, porque siempre va abarrotado de gente que cogen los asientos antes que yo, pero en esta ocasión tenía yo tanto ímpetu, que nadie me arrebató la posibilidad de viajar sentada por una vez. Sin embargo, estaba el indicio que me decía que estaba muy lejos de ser la hora punta de ida al trabajo, más bien era la de vuelta de él. Me dio por fin por mirar la hora en el reloj. Vaya, no lo llevaba puesto. Y en el móvil tampoco podía mirarlo. Tenía la sensación de que ese día iba a darme cuenta de otros objetos olvidados en mi casa, o lo que no era mi casa…

-Perdone, ¿podría decirme la hora que es? –Le dije a una señora que iba sentada a mi lado. Sería de mediana edad, llevaba unos papeles en la mano, como si fuera un currículum o varios. ¿Estaría buscando trabajo? Tuvo el detalle de girar la cabeza para mirarme, sólo para después hacerme un barrido de arriba abajo y volver a mover la cabeza hacia otro lado en ademán de ignorancia total y rotunda. Típico. Yo despreciada por alguien de esta ciudad. Si no tenía hora, al menos podría haberlo dicho. Si no le iba bien en su vida, no tenía por qué pagarlo conmigo, yo le había hablado con mucho respeto. E intenté disimular mi cara de asombro ligada con incredulidad. Pobre inocente, todavía me impresionaban estas cosas… Una pone todo su entusiasmo en las relaciones sociales y sólo recibe desengaños. Que ni eso, porque todavía seguía esperando una respuesta buena…
-Las tres y diez. Casi. – Respondió un chaval que estaba sentado justo a mi otro lado. Guau, ¿sólo había tardado diez minutos en llegar hasta aquí desde que me levanté a las tres? Nuevo récord. Miré hacia mi izquierda para observarlo. Era realmente atractivo, porque no se podría decir que fuese guapo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que un chico como él estaba sentado a mi lado? Voy demasiado en mi mundo… Y estoy también demasiado ida… había pensado antes en lo atrayente que me parecía antes que en que era la primera persona en esta ciudad después de la mujer que me salvó la vida el día de la carrera ilegal de coches, que se dirigía a mí en actitud positiva. Pero yo seguía empecinada con su física, su cara me resultaba familiar. Creía haberla visto en otra parte. Imaginaciones mías. Estaba sonriendo, intentando disimular la risa que le habría provocado mi desprecio anterior. No lo juzgaría por eso, yo también me hubiera hecho gracia a mí misma si no hubiera sido la que lo padeció.
-Gracias. –Y ahí acabo nuestra conversación. Le sonreír y miré hacia abajo para empezar a hacer cuentas. En veinte minutos estaría en la Uni. En la hora anterior al segundo descanso. Ojalá me diera tiempo pudiera entrar en clase.

Y decidí volver a mis pensamientos, donde caí en la cuenta de que no me había puesto la lentilla. Para que no viese nadie las usaba, algo que ahora que lo pienso, era una tontería, porque ya debían haberme visto los ojos de distinto color, pero como ya estaba puesta en ello, agaché la cabeza hasta quedar a una cuarta de las rodillas para usar así mi pelo a modo de cortina y que no me viesen. Mientras me ponía la lentilla, sentí como en mi cadera izquierda alguien apoyaba algo y empezaba a moverlo, como si rebuscase. Me la terminé de poner rápidamente, bueno, tanto como pude, y miré a ver que pasaba.
-Oh, lo siento, estaba buscando algo en el macuto. –Respondió el mismo chico de la hora, claro, no se había cambiado de sitio. Había colocado su mochila en el hueco que había entre mi silla y la suya y con la mano estaba rebuscando algo dentro. Pero yo no estaba muy convencida, en esta ciudad no hay que fiarse de nadie. Hay ladrones muy profesionales. –Mira, mi mapa. –Y sacó un folleto pequeño con el mapa de Nueva York para enseñármelo y hacerme ver que era cierto que estaba haciendo eso. Cambié mi cara de escéptica. Claro, ¿qué iba a ser si no? ¿Iba a estar robándome en mis propias narices acaso? Soy una paranoica. Si ni siquiera llevaba dinero encima… si hubiera realmente metido la mano en mi bolsillo para coger algo, no hubiera podido llevarse nada de su interés. Aunque su voz, extrañamente, me resultó familiar, no lo noté antes cuando me dijo la hora, me pilló demasiado de improviso. Me recordó al chico que tenía mi móvil y con el que había quedado para que me lo devolviese. Tenían el mismo acento sureño, lo noté en las pocas palabras que dijo. Nah, debían ser coincidencias, esta ciudad era demasiado grande como para estar los dos en el mismo lugar por casualidad.

Volví entonces a mis pensamientos. Quería comprobar si tuve éxito en que aparte de él, que ya estaba segura de que me había visto, nadie más lo había hecho. Y en efecto, ninguna persona se estaba fijando en mí. Bien, al parecer, la gente tiene también el detalle de ignorarme cuando me conviene. Eso sí, me pareció ver que el atractivo chico que me dijo la hora, estaba disimulando una sonrisa, como la satisfacción por encontrar algo que quería. Sé que ya era repetitivo, pero debían ser suposiciones mías.

El metro paró por fin en mi parada. El viaje se me hizo eterno. Cuán relativo es el tiempo dependiendo de si se tiene prisa o no. Aunque se me hizo también mas largo porque estaba empezando a estresarme de verdad. Mi inmensa habilidad como montañista me iba a tener ocupada bastante tiempo esta tarde-noche. Montañas de ropa por recoger y lavar, montañas de plato por guardar en los armarios, montañas de toallas por el cuarto de baño… Sólo veía cosas que me quitaban tiempo por todos lados. Soy un desastre.

Cuando salí esta vez a la calle, no tuve que esquivar a nadie mientras corría. Era la zona de universidades, y estaba todo más o menos vacío. Algún que otro estudiante saltándose las clases o yéndose ya porque habían terminado. Y cuán relativo puede ser la peligrosidad de una persona corriendo dependiendo de si hay mucha o poca gente por las calles. Cuando puse el pie en territorio Uni, justo sonó el timbre que indicaba el final de quinta hora y el comienzo de sexta. Al menos podría asistir a una clase aunque sea. Que era precisamente la de Inmunología, donde coincidía con Shelby. Así podría preguntarle al menos por las dos clases en las que coincidíamos antes del segundo descanso.  La estuve buscando entre la gente. Ya no iba corriendo por los pasillos, quien sabe qué podrían hacerme si me chocaba con alguno. La encontré ya dentro de clase. Entré justo detrás del profesor. Buf, estuvo cerca. Perdí mucho tiempo en la taquilla para coger los libros, porque no encontraba la llave. La tenía en el bolsillo del uniforme. Con las prisas había olvidado que siempre las guardaba ahí. Pero no pude sentarme con ella. Los asientos ya estaban pillados. Tendría que esperar hasta el final para poder hablar.

En la clase no estuve muy atenta. Me la pasé todo el rato pensando en Bryce. Si habría venido a clases o no. O qué pensaría de mí al no haberlo llamado en todo este tiempo. Si estaría enfadado conmigo. Cómo podría ponerme en contacto con él si no tenía su número de móvil… Y de repente, mi subconsciente se activó para mandar una señal a mi inconsciente para que empezara a estar consciente de verdad. Había escuchado algo importante que estaba diciendo el profesor, y volví al mundo real.

-Os recuerdo que el martes, y os lo digo hoy porque el lunes nos tenemos clases, que tenéis que entregar el trabajo de investigación que os mandé sobre las vacunas como medio para prevenir tumores. -¡¡NO!! ¡Lo había olvidado! ¡El martes de esta semana había mandado el trabajo! ¡Se me fue la cabeza porque me enfadé con Bryce! ¡Después tuvimos la cita y al día siguiente era Acción de Gracias y no pude hacer nada porque tampoco me acordé! Además, tenía que comprar el regalo de Alan, buscar a Bryce para hablar con él, trabajar, recoger el móvil más la comida de rencuentro de antiguos alumnos. Maldición. ¿Algo más? ¡Ah sí! ¡Se me olvidaba! Recoger las montañas de cosas tiradas por mi leonera de casa… Sólo me quedaba no dormir por las noches para acabarlo, porque no iba a cambiar ver a Bryce por el trabajo. ¿Por qué todo es tan difícil?  

Cuando sonó el timbre indicando el comienzo del segundo descanso, me dirigí rápidamente hacia Shelby.
-¿Qué tal Shelby? –Estaba de espaldas a mí. Ya estábamos saliendo por la puerta.
-Hola. –Se giró a mirarme como si tal cosa.
-Buf, acabo de llegar ahora. Sólo he podido entrar a esta clase porque me quedé dormida. –Continué yo. Siempre me esforzaba en tener conversaciones con ella. Pero como no fueran de moda, cotilleos o fiestas, ella nunca ponía de su parte.
-¿Ah sí? No me había dado cuenta. –Y giró de nuevo la cabeza para mirar al frente. ¿En serio? ¿No se había dado cuenta? ¿Tan poco se fija en mí? Podría haberlo disimulado por lo menos. Aunque prefería pensar que no se había dado cuenta. Cuando no nos damos cuenta de algo, no es nuestra culpa. No es algo que decidamos nosotros mismos.
-Se me perdió el móvil y por eso no me sonó el despertador. –Silencio por su parte. Estaba empezando a sentirme incómoda. Vale, si no le interesaba el tema, pues no le interesaba, ¿pero como amigas que éramos no debería? –Bueno, ¿y han mandado algún trabajo en Histología o Patología? –Le pregunté. Si ella no estaba inspirada en continuar una conversación, al menos una pregunta si estaría para responder. Digo yo.
-No, no han mandado nada. Sólo lo del trabajo ese sobre las vacunas que dijo el martes pasado. –A esa clase si había asistido… ¿Tampoco se había dado cuenta? Al menos le agradecí que estuviera pendiente de avisarme…
-Por cierto, ¿qué tal tu cena de Acción de Gracias? –Ya estábamos en las taquillas. Íbamos a dejar los libros.
-Nada en especial. –Respondió secamente. Como siempre, yo era única de nosotras dos que se preocupaba en llevar adelante nuestra relación de amistad.
-¿Te pasa algo? No te veo muy animada hoy. –No podía ser que estuviera tan poco receptiva sin ningún motivo. No tanto en comparación con otras veces.
-Nada… es sólo que hoy no ha venido Br… -Y se cayó ahí, no terminó la frase, dejó de mirarme a mí para volverme la cara y mirar al suelo. ¿Qué iba a decir? Lo primero que se me vino a mí a la cabeza fue Bryce. Pero eso es porque no pensaba en nadie más en ese momento, ella no tenía por qué pensar también en él. Podría referirse a Bryan, Brad, Bruce, Brent… Había muchos nombres que empezaban así, conocía a varios chicos que se llamaban así. Una cosa… ¿estaba depre porque no había venido un chico? ¿Es que le gustaba alguien? Eso me enterneció. Nunca había llegado a pensar que a Shelby le gustase nadie. No es que fuera imposible, sólo que nunca me lo había planteado.

Abrí mi taquilla. Algo que usé como excusa para pensar qué responderle a eso. No quería ser cotilla y entrometer para saber a quién se refería, si no quería decírmelo, era su decisión y la respetaba. Pero mis pensamientos se desviaron cuando encontré dentro de la taquilla una nota. No la había visto antes cuando cogí los libros para entra en clase. ¿Estaba ahí desde entonces y no la había visto con las prisas o me la habrían metido en ese tiempo? No lo sabía, tampoco era importante. La cogí dispuesta a leerla, pero algo se interpuse en el camino de mi campo de visión. Unas manos aparecieron para taparme los ojos. Me estremecí por un momento. Nadie dijo nada, ni una palabra fue pronunciada para darme una pista sobre quién se trataba. ¿Quién podría acercarse a mí por la espalda y darme una sorpresa así? ¿Bryce? ¿Alan? No me atrevía a decir ninguno de los dos, por si me equivocaba, no tener que meterme en problemas. Me salté por las ramas. Algo que se me daba bastante bien.

-¿El monstruo de las galletas? –Dije palpando las manos y separándolas cuidadosamente de mis ojos para ver quién era. Me giré. Mi corazón dio un vuelco al ver la cara de Bryce. Pero no era él, era Aaron, la única persona que podría tener su cara sin serlo. Lo sabía, no por mis métodos raros como Bryce dijo, que sólo me sirven para reconocerlos cuando no puedo ver la expresión de sus caras y distinguirlos, sino precisamente por eso, porque podía ver su expresión, y era claramente el rostro pacífico y desenfadado de Aaron. Me alegré mucho de verlo. Saber que era el que había venido a buscarme a mí en vez de esperar a que yo fuera a él. Me alegré tanto que el sentimiento de desilusión al ver que no era Bryce, quedó camuflado. ¿Pero debía sentir tanta felicidad al ver a Aaron ahora que me había propuesto desenamorarme de él para hacerlo de Bryce? No tenía en ese momento la respuesta a esa pregunta. Quedó también camuflada por mi instantánea alegría.
-¡Casi! –Dijo mirándome sonriente. Todavía lo tenía agarrado de las manos. Ya había confianza para estar así, pero me daba cosa que nos vieran los demás así, y más Shelby, que era la que podría preguntarme y meterme en el compromiso de responderle con algo. Y ahí fue cuando caí en la cuenta de que la había olvidado por completo. Solté las manos de Aaron rápidamente y miré a mi derecha. Ella ya no estaba. Se había ido. ¿Dónde? ¿En qué momento? Ni me había dado cuenta. Si es que cuando me ensimismo, me ensimismo bien pero bien bien. Ya que había perdido el contacto visual con Aaron, aproveché para coger la nota, ahora que había salido de mi burbuja feliz para volver al mundo real, porque sabía que cuando volviera a mirarlo, volvería a entrar en ella para olvidarme de todo. Aunque esperaba que esta vez no de todo, porque implicaría que voy progresando en mi cometido de dejar de sentir amor por Aaron.
-Pues no te creas eh… Si te fijas bien, os dais un cierto aire. –Dije bromeando mientras cerraba la taquilla. Le hizo gracia ver mi sonrisa pícara. Y a mi me enganchó de nuevo ver la suya. Proceso de volver a mi burbuja feliz, completado.
-¡¿Ah sí?! ¿Con que esas tenemos? Pues no te voy a decir a qué te pareces tú… -Dijo haciendo aquello que más me encantaba en esta vida, siguiéndome el juego. No me di cuenta, pero estábamos caminando.
-¿Qué no? ¡Atrévete a decirlo! –Ahora me había entrado curiosidad. Aunque muy probablemente lo dijo por dejarme con la intriga cuando en realidad no tenía nada pensado.
-A un algodón de azúcar. – Dijo parándose para mirarme directamente a la cara. ¿Un algodón de azúcar? Empecé a sentir calor en las mejillas, estaba ruborizándome. Pues vaya, me había equivocado, si que tenía algo pensado. Porque no tardó nada en decirlo. Yo y mis equivocadas predicciones… Eso sí, si cada vez que me equivoco al creer algo, me encuentro con que la realidad es algo como esto, dios quiera que mi vida sea una equivocación tras otra.
-¿Un algodón de azúcar? ¿Por qué? –Estaba intrigada. Incluso más que cuando no tenía ni idea sobre a qué iría a decirme.
-Tu pelo me recuerda a eso. –No supe qué cara poner. ¿Debía tomármelo a bien o a mal? Si venía de Aaron, entonces a bien. Pero no estaba de acuerdo. Los rizos de mi pelo eran muy definidos, eran bucles, tirabuzones… no una maraña de algodón… Espera un momento, ahora sí sabía que cara poner, una de horror, era consciente de que no me había parado hoy a peinarme ni mirarme en el espejo por las prisas, pero no lo fui acerca de que mi pelo podría ser un completo desastre. Maldición. Él tan perfecto como siempre y yo con estos pelos…
-¡Ahora vengo! –Dije saliendo corriendo dirección al cuarto de baño. Necesitaba un espejo urgentemente y lo necesitaba ya. Pero inesperadamente él me cogió de la mano. Mi corazón dio un vuelco. No me lo esperaba en absoluto.
-Espera, ¿adónde vas? –Dijo mirándome relajado. Este hombre era la tranquilidad personificada.
-Emm… -No sabía qué responderle. Me daba corte decirle que al cuarto de baño a arreglarme los pelos. Podría pensar que era demasiado presumida y estirada, pero es que esto era una ocasión de emergencia.
-No irás a buscar un espejo al cuarto de baño…-Me había pillado. ¿Tan predecible soy?
-Pues…-Seguía sin saber qué responderle. Aunque no me dejó mucho tiempo en ese estado de apuro. Respondió el mismo la pregunta.
-Oh venga ya, lo decía de broma. No lo tienes enmarañado como el algodón de azúcar si era lo que pensabas. Lo dije porque fue lo primero que se me ocurrió, al igual que a ti lo del monstruo de las galletas. –Hasta ahora no fui consciente de que seguíamos cogidos de la mano, nuestros brazos estaban estirados, no era para nada un gesto romántico, pero aun así, no quitaba que las manos no estuviesen unidas igualmente. Y hasta entonces, tampoco fui consciente de que la gente nos miraba asustados, como si fuera un sacrilegio que alguien como yo estuviese hablando con alguien como él. Pero sinceramente, a estas altura, lo que los demás pensasen de mi me importa lo mismo que nada. Y más si eran ese tipo de gente con malas intenciones, de las que se trataban.
-Mmmm, bueno. –Dije al final después de poner una cara de pensativa como si deliberase sobre creerlo o no. Le solté la mano con cuidado. No quería que pensase que no me gustaba que me la cogiera. Aunque sentí el gesto de que aun me la sostuviese. Seguimos andando, él inició la marcha. Era consciente de que él también se había dado cuenta de que el resto nos observaba atónitos, y volví a sentir el gesto de que le diese igual. ¿Con quién pensaría la gente que estaba? ¿Con Aaron? ¿Con Bryce? Bah, me daba igual. En ese momento yo seguía a Aaron, donde fuese que fuera.
-Aunque no te creas eh… Si te fijas bien, os dais un cierto aire. –Dijo con picardía en venganza a lo que yo le había dicho antes sobre el monstruo de las galletas. Se mordía el labio.

Era una costumbre en estos gemelos que me hacía perder la cordura. Estaban bárbaros cuando se ponían así. Aunque yo me sentía de una manera u otra dependiendo de cuál de los dos lo hiciera. Lo miré con cara de indignada y consternada, también me encantaba seguirle el juego. Y me guiñó un ojo mientras seguía mordiéndose el labio. ¿Se puede ser más irresistible? Como también me gustase su hermana, empezaría a pensar que mi atracción hacia ellos era cuestión de genética.

Ahora veía una locura el pensamiento que tuve una vez de que tendría que disimular que yo era una simple amiga cuando Ashley era algo más. Porque cuando estoy con Aaron, todo es tan natural como el respirar. No tenía que disimular nada, todo discurría con una fluidez tan reconfortante, que pensar que nuestra relación podría haber cambiado a peor si le hubiese confesado mi amor y me hubiese rechazado, me parecía ahora una aberración. Cuando volví al mundo real, estábamos ya en el estanque de las ardillas. Seguían igual de simpáticas que siempre. Es decir, antipáticas. Ellas se acercaban a Aaron con tal pasión, que les faltaba adorarle con ofrendas… ah no… que ya lo hacían, si le traían hasta flores y todo… en fin, de mí  pasaban como de la mier…………coles.

-¿Y Bryce? ¿No ha venido hoy? ¿Cómo está? –Con tanto desvariar desde un principio, había olvidado que eso era lo primero que tenía que preguntarle. Aunque no me refería precisamente al desvariar de nuestra extraña conversación. Sino de mis propios desvaríos mentales.
-Está en casa. No ha venido. Sigue con fiebre. –Respondió sin mirarme mientras se sentaba en la zona de las piedras pulidas de río.
-¿Podría pasarme hoy por vuestra casa? –Quería verlo. Podía estar en una burbuja que sólo me hacía pensar en Aaron, cuando estaba con él, pero salir por mí misma, a voluntad para pensar en Bryce, era algo de lo que me enorgullecía.
-¿Es una proposición indirecta? –Dijo volviendo a mirarme con su mirada juguetona. Hoy estaba demasiado juguetón creo yo, ¿no? Pues que no me tentara algo, o le diría algo de lo que podría arrepentirme después.
-Sí, es que no sé como decirte de otra manera que estoy enamorada de ti, a no ser que sea a base de indirectas sutiles. –Oops. Le había confesado irónicamente la verdad. Y lo gracioso es que no lo había visto de ese modo hasta que lo había dicho. Al principio sólo lo veía como una respuesta al juego extraño que teníamos hoy. Pero era cierto, todavía no creía lo que acababa decir, le había dicho toda la verdad en una manera que era totalmente mentira… ¡Soy una crack! No, no lo soy… Era patética. Que tenga que recurrir a semejante idiotez para sincerarme con él… Aunque ni siquiera había recurrido, fue mera coincidencia… ¿O tal vez no? ¿Y si fue una mala pasada de lo que en el fondo realmente mi subconsciente quería? Bah, da igual, en esos momentos en lo último que debía pensar era en lo maravilloso que era Aaron y cuanto me gustaba, si quería olvidarlo para querer a Bryce. Realmente era eso lo que quería.
-Jajaja. –Y la respuesta de Aaron fue la risa. Me sentí aliviada, no se lo había tomado en serio. –Por eso me gustas tanto… ¡Eres tan imprevisible! -¿Imprevisible? ¿Yo? Debía ser para él, que no tendrá la costumbre de adelantarse a los pasos de los demás… porque si se parase a pensar un segundo, debería saber que era muy muy muy predecible. De todas formas, su comentario me agradó. En exceso, demasiado para lo que debería.
-Bueno, bueno. En serio, decía lo de ir a vuestra casa para ver a Bryce. Quiero saber cómo está. –Y contarle que había estado preocupada por él pero que no había podido llamarlo. Hacía un gran intento por salir de mi burbuja, pero cada vez ésta se hacía más densa. No le pregunté por cómo le había ido la cena de ayer. No quería ponerlo a él también el aprieto de decir que la pasó sin su familia. Algo que tal vez no quisiera contarme.
-¡Claro! Sin problema. –dijo cogiendo una ardilla en su mano para juguetear con ella. Qué envidia… yo también quería hacer eso. Aproveché que él las tenía para acercarme y comprobar si seguían rechazándome aun cuando estaban con él. Empecé a llevar mi mano lentamente hacia ella. No me estaba mirando, si la pillaba por sorpresa no podría despreciarme porque no lo sabría.
-¿Quieres tocarla? –Dijo Aaron dejando de observar a la ardilla, a la cual acariciaba la cola, para mirarme a mí. Dejé mi mano parada en el aire cuando empezó a hablarme.
-Es mi intención. Pero siempre que me acerco me rechazan. No sé como hacer para que no me desprecien… -Dije cabizbaja. No era ya una cuestión de empecinamiento en conseguir algo que no podía. Era ya una cuestión de seguridad en mí misma. Quería comprobar si con esfuerzo y constancia, el rechazo podía convertirse en aceptación cuando se conoce bien a la persona.
-Pues no deberías acercarte por la espalda, cuando no te ve, así sólo conseguirás asustarla porque creerá que vas a escondidas para hacerle daño. Ofrécele tu mano cuando la esté viendo. –Tenía razón. Tenía más razón que un sabio. A lo mejor, a parte de la seguridad en mí misma, también había un poco de empecinamiento infantil en conseguir algo que no podía. ¡Aunque ganaba más lo primero! Esta vez me aseguré de que la adorable criaturita de Dios me miraba a mí, aunque fue complicado, movía la cabeza rápidamente de un lado ahora. Dichosa inquietud innata de las ardillas… Fui acercando la mano lentamente. –Ponla extendida, en gesto de que quieres que se pose sobre ella. Si ve que quieres tocarla, puede pensar que quieres agarrarla para hacerle algo. –No me jodas, ¿existe un protocolo que seguir con las ardillas? No tienen leyes los bichos estos… ¡No Valeria! ¡No! ¡No pagues tu rechazo, discriminación y desprecio contra ellas! ¡Son animales! ¡Se guían por instintos! ¡Seguro que la culpable eres tú por haberles transmitido mala energía! Dichosa ley de transmisión de energía del mundo animal… -Así, sigue así, lo estás haciendo muy bien. –Dijo Aaron, llevaba razón, la ardilla no se había ido o había puesto mala cara, se quedó mirando mi mano, pensando si saltar de al de Aaron a la mía. Vaya, por lo menos se lo estaba pensando, ya era un gran paso. Aunque tal vez fuese ese mi problema, que no me acercaba en el modo adecuado a la gente y por eso me rechazaban… No. Ni se te ocurra pensar eso en ningún momento. Yo no era una mala persona que quisiera aprovecharse de los demás y estar a su costa. Si los demás pensasen eso, gente maravillosa como Karem, Aaron, Ashley, Alan, incluso Leo y Liam no me habrían brindado su amistad. Aunque claro, luego está también la cuestión de porqué ellos me habían aceptado en tan poco tiempo, y toda la gente que conocía en España, no… Bah, no pensaba destruir los cimientos de mi vida social por unas ardillas engreídas instintivas que me rechazan más que respiran. Seguro que era porque desde el principio me había emocionado mucho al verlas, porque nunca las había visto antes, y se asustaron, y me guardan el susto. Sí, debía ser eso. Modo auto-convencimiento ON.
-¿El qué? ¿Qué es lo que está haciendo muy bien y que por eso tiene que seguir así? –Justo cuando la ardilla tras unos segundos de intensa deliberación consigo misma, tanteando las posibilidades de peligro y calculando porcentajes sobre qué le convenía más o menos, además de discusiones internas entre su conciencia mala y su conciencia buena, pareció decidirse por saltar a mi mano, vino Leo con su comentario fuera de lugar, a pillarme de improvisto, asustarme y espantar a la ardilla con mi respingo… Por ahora, gracias a él, la seguridad en mí misma seguía por el subsuelo… Al menos no me había disgustado con que rompieran el momento a solas de Aaron y mío. Eso significaba progreso en mi propósito, ¿no?
-Nada, sólo que tenía bien puesta la mano y que la movía con la velocidad justa. –Respondió Aaron a Leo y Liam que se estaban sentando a nuestro lado. Mi propia incredulidad se hacía notar en mi cara, todavía me costaba creer que esas palabras habían salido de Aaron. Iban con segundas intenciones. Nunca me lo hubiera esperado. No creía que fuese así. Pero no me disgustaba. Era sólo sorpresa por algo inesperado. De todas todas, él era un tío, no debía olvidarlo. Que ya lo sé, que estaba generalizando, pero ahora tenía motivos.
-Ah claro, para que la ardilla salte a su mano, ¿no? –Respondió Leo su propia pregunta.
-¿En qué habías pensado, Valeria? Tu cara te delata, eres demasiado expresiva. –Continuó Liam mirándome con cara de “mente lasciva, no mal pienses”. A continuación miró a Leo con cara de “éxito, hemos conseguido tomarle el pelo”. Y yo los miré a los dos con expresión de “sois unos capullos por quedaros conmigo de esta manera”. Nuestra conversación gestual la acabó Aaron con su mirada de “¿me estoy perdiendo algo?”. Vale, desde un primer momento él había tomado las palabras de Leo como decentes y sin segundas intenciones… Conclusión, tengo una mente calenturienta y soy tonta, primero por creer que mis previsiones de Leo y Liam son acertadas, y segundo, por seguir haciendo generalizaciones cuando siempre me equivoco… Como suelo decir en estos casos… ¡viva el lenguaje corporal!
-¡Traemos comida! –Dijo Leo poniendo en el centro del círculo que ahora habíamos formado en el que ellos estaban entre Aaron y yo, que quedaba a mi frente; unas bolsas con comida dentro. Lo había olvidado. Tenía hambre. Eran las 4.40 y yo con la barriga vacía desde la cena de PanPizza de la noche anterior. Mi cara se iluminó por unos momentos, el tiempo en que tardé en darme cuenta de que era aprovecharme de ellos dos. Seguía con mi inseguridad sobre si pensarían que era una convenida o no. No quería que pensaran cosas que no eran.
-¡Anda! ¡Qué bien! –Dijo Aaron contento mientras abría ansiosamente la bolsa. -¡Kebabs! -¿Kebabs? ¿Eso se vendía en el comedor? Si traían bolsas en vez de elegantísimas cajitas para guardar la comida, entonces tenían que haber salido a la calle a comprarlo. Pero realmente, nunca había visto ningún Kebab por aquí…
-¡Guau! ¿Habéis comido en el primer descanso y ahora también? ¿Cómo quemáis las grasas? –Estaba flipando. Ya habían abierto el papel de plata y empezando a comer. Eso sí, estaba anonadada, para ser una comida tan pringosa, donde todo sobra por todos lados, la comían con una elegancia, buen gusto y nivel de educación impresionante. Normalmente se me olvidaba que pertenecían a familias realmente ricas.
-¿Realmente quieres saber como las quemamos? –Dijo Leo levantando y bajando las cejas varias veces mientras acercaba su cara hacia la mía y me miraba fijamente también. Intentaba hacerse el interesante, tal vez con otra chica sí, pero eso conmigo no valía. Pues ahora no iba a caer en su trampa de doble filo. Seguro que pensaba que mal pensaría. Pues esta vez no iba a darle el gusto de acertar.
-¿Haciendo mucho deporte? ¿Baloncesto? ¿Fútbol? –Dije con mi mayor cara de inocente. Aaron nos miraba divertidos.
-No exactamente… -Continuó Liam haciéndose el interesante. –Digamos que nos gusta encestar de otra manera y meter otro tipo de goles… -¡Zas! Yo y mis suposiciones fallidas… Si es que eso es lo que tiene una navaja de doble filo, si no te caes por un lado, te caes por el otro…
-Jajajajajajajajajaja. –Los dos empezaron a reírse cuando me vieron chocar la palma de mi mano contra mi frente en gesto de “en fin…”. No necesitaban ponerse de acuerdo sobre qué decir y como decirlo para dejarme tirada… era ya como algo espontáneo que surgía. La risa leve que escuchaba de fondo, era la de Aaron. Vaya, por lo menos él también se lo estaba pasando bien.
-Bueno, que en verdad también hacemos deporte. Y come también Valeria, que hay otro kebab para ti también. Ya luego te buscas tú la vida como puedas para quemar las grasas–Dijo Leo por fin, terminando sus últimas carcajadas. Realmente me sentía como el juguete de ellos dos… Aunque eso no me disgustaba.
-No gracias, no tengo hambre… no soy tan voraz como vosotros…-Dije con mirada acusatoria. Aunque realmente tenía mucha hambre. Lo que hay que hacer por que no te juzguen el lado malo en vez del bueno…
-¡Vengativa! –Dijo Liam en su defensa. –Para que veas que no tenemos nada en tu contra, íbamos a decirte antes que cogieras, pero como pensábamos que ya había confianza, no tendríamos que decirte nada. –Eso no tenía ningún sentido. Yo no sabía que había comida de sobra, por lo que no se me habría ocurrido pedir. –Y no te enfades, si quieres hacemos una excepción contigo y ¡te ayudamos a perder las calorías! –Era una tras otra. Se libraban porque me caían bien. ¡Pero que no abusaran! No que va…
-No enserio, no os preocupéis, si yo no… -Y mi cuerpo me delató. Mi tripa sonó tan hueca como una habitación vacía… sólo le faltaba tener eco. –No he dicho nada. Gracias por el detalle. –Dije finalmente rindiéndome y cogiendo el delicioso kebab que llevaba llamándome desde hacía tiempo ya.
-¡Que va mujer! ¡Si no era para ti! Era para Bryce, le encargamos a nuestro asistente personal que nos comprara cuatro, pero como él ha faltado, pensamos que era una obra de caridad ofrecerle comida a los pobres. – Leo volvió a quedarse conmigo. Y además… ¿cuándo han hecho ellos una obra de caridad alguna vez?
-Exacto, además, es una pena tirar la comida. –Y Liam a seguirlo. ¡Serán capullos! Además, también me indignó el hecho de pensar que lo habían comprado ellos en la calle cuando en realidad lo había traído su asistente personal… Que ya lo sé, que él no tenía culpa de mis deducciones equivocadas, pero no tenía ganas de pagarlo otra vez conmigo… ya llevaba toda mi vida así, echándomelo en cara y sin aprender la lección sobre que deducir no es mi fuerte… que ni eso, porque ni fuerte ni flojo, mi deducir era completamente nulo.
-¡Oh vamos! ¡Que descaro! –Los tres seguían riéndose. Pero yo hice el ademán de dejar el kebab e irme. Esperaba que alguien me detuviese. Era mero paripé para que reconocieran algo, lo que fuese, pero algo. Con que dijeran que era broma, me conformaba. Que ya sabía que no lo era, que realmente me estaba comiendo las sobras, pero me valía.
-¡Venga ya Valeria! ¡No te vayas! –Dijo Aaron cogiéndome de la mano como antes. Era la segunda vez que evitaba que me separase de él en el día. Yo lo veía como separación, aunque él seguramente lo veía en plan <no te molestes>. Qué relativo puede ser un mismo gesto. – ¡Si sabes que en el fondo te quieren! ¡Fíjate en como no le hablan a ninguna otra chica de la Uni que no seas tú! –Vaya, ahora que lo dijo y que yo me ponía a pensar, era cierto. No me había dado cuenta antes. De repente, mi indignación desapareció y pasó a ser emoción. No sabía los motivos que tendrían. Sólo me llegó que yo fuera la única en algo para ellos dos por primera vez. Me giré para mirarlos, me miraban con cara de perrito en vacaciones. Me infundieron ternura. Y volví a sentarme en mi sitio.
-¡Ay que ver que enfadosa eres eeeh! –Dijo Liam pasándome el brazo por los hombros y atrayéndome hacia sí. –Si sabes que no sabemos demostrarte el cariño de otra manera.
-Bueno, bueno, tampoco te pases. Que te queremos pero muy en el fondo. Que tú eres la única a la que hablamos porque sabemos que no tendremos nunca nada contigo. Es que no nos gusta que las chicas con las que estamos sean de nuestro entorno. –Ea, ya Leo tenía que ponerle el puntito a la i. Aunque también se acercó a mí pasándome el brazo por los hombros. Ahora nos mecíamos los tres juntos de un lado a otro en gesto “cariñoso”. Aaron nos miraba riéndose todavía. Esta escena ya la había vivido antes, pero de un modo muy diferente, fue cuando intentaban convencerme con sus encantos de seductores, que fuera a la fiesta de bienvenida de Ashley. Aunque en aquel momento tenían unas intenciones muy distintas a las de ahora.
-¡Claro! ¡Ahora lo entiendo todo! ¡Porque si las chicas fueran de vuestro entorno, sabrían como sois en realidad y no saldrían con vosotros nunca! -¡¡VENDETTA!! Sí, lo reconozco, soy un poco vengativa. Todavía no había olvidado que les debía otra venganza a Angela, Stephanie y Cindy.
-Jajajajajajaja. ¡Qué personajillo estás hecha! –Dijeron ya soltándome a la vez para reírse los dos al compás nuevamente. Aunque ahora los acompañamos Aaron y yo.

Nunca había visto a estos tres juntos. Leo y Liam tan habladores, bromistas y mujeriegos, y Aaron tan callado, en su mundo e introvertido… No es que pensara que se llevaran mal o simplemente no se llevaran. Para ser amigos de la infancia desde hacía tanto tiempo, no podía ser ninguna de esas dos cosas. Aunque tampoco es que no llegara a pensar eso por esa obviedad. Simplemente nunca me había imaginado como actuarían cuando estuviesen juntos. Veía a Bryce tan diferente de Aaron, que pensaba que la relación que tenía Bryce con ellos sería totalmente distinta. Pero ya veía que no. Era totalmente normal, de las que puede haber entre chicos veinteañeros de universidad. Exceptuando a Leo y Liam. Los cinco, junto con Aaron, Bryce y Ashley, no debía olvidarme de ella… Eran todos tan diferentes. Con personalidades tan distintas. Estaba asombrada de como podían haberse juntado y llegar a ser incluso los mejores amigos de la infancia. Lo normal sería que el grupo podría haberse desvanecido por la diferencia de intereses… que ya lo sé, que eso es superficial, que lo que importa es el compromiso de amistad de cada persona, pero es que en la realidad, lo que ocurre es eso, por eso existen grupos definidos claramente… los góticos, los punki, los raperos, los frikis, los pijos, los deportistas, los sin estilo definido… ¿Y a qué categoría pertenecía este? Cuatro chicos y una chica. Uno introvertido, uno impulsivo, uno mete baza, otro pacificador, un ángel…

Nunca había conocido nada igual. Yo en España ni siquiera podía decir que perteneciera a algún grupo…Tal vez por eso me asombraba más de verlos juntos. No había llegado a pensar eso cuando los vi a los cinco juntos en el barco el día de la fiesta… Imagino que aquella vez tenía demasiadas cosas en la cabeza como para pensar eso. Pero es que la verdad, tampoco era tan extraño en el fondo. ¿Acaso no existen sustancias en la naturaleza que son muy inestables pero que en ciertas condiciones son totalmente necesarias y precisas? Realmente me sentía muy feliz por pertenecer ahora también a este grupo. Ellos me habían aceptado tal y como era. Por mucho que desde el principio había estado declarándoles la guerra, me habían aceptado. Habían venido a verme a mi casa cuando estaba con gripe, sin ningún compromiso, yo no los esperaba en absoluto, ahí supe que me habían aceptado. Me habían invitado por decisión propia de ellos a la fiesta de la que era ahora también mi amiga, Ashley, porque me habían aceptado. Y ahora estábamos aquí los cuatro comiendo, riendo, y metiéndonos los unos con los otros de cachondeo sabiendo que todo son demostraciones de confianza y cariño. Porque esa cosas con un desconocido o una persona insignificante para uno no se hacen. Otra muestra más de que pensar que me habían aceptado, no era sólo otra suposición errónea mía más. No necesitaba que reconocieran que lo de antes era una broma. Yo también actuaba formando parte de nuestros piques amistosos. Piques que me encantaban en verdad.

Éramos como el ozono. Una sustancia que se desintegra a temperatura ambiente, pero que a altas temperaturas se encuentra de forma natural. Me sentía realmente feliz y agradecida, aunque todo lo que dijese acerca de lo que sentía fuese insuficiente, de pertenecer a este grupo. Un nuevo grupo. El de nosotros.  

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