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Refranero

martes, 28 de agosto de 2012

Capítulo 59: ¿Una señal?


Capítulo 59: ¿Una señal?
Queriendo creer que así era cómo debían estar las cosas por aquella hipótesis que saqué para no dejar a los niños solos en su casa y salir corriendo a buscarlo, subimos arriba. Sin mediar palabra, ellos se pusieron el pijama y yo me fui a la cocina a hacerles de cenar. Pusimos la calefacción y aquella estancia fría cobró vida. Les hice unos sándwiches de la crema de cacahuetes que a los americanos tanto los gusta y les freí unas croquetas que encontré en el congelador. A mí se me había cerrado el estómago y no tenía ganas de comer. La tele estaba puesta pero nadie prestaba atención. No era un silencio incómodo, era un silencio de ausencias. Ausencia de cosas que se pueden decir para animar…
Me llevé a los niños a mi casa mientras me duchaba. Aproveché para cambiarme las gasas cogidas con esparadrapo que Bryce me puso del botiquín de su coche. Me dolía más que no estuviera allí conmigo que el arrancarme el pegamento de la piel y los vellos de la cara. Pegué un tirón y me la quité de golpe. No quería ir lentamente, dolía durante más tiempo y me estaba poniendo enferma. Con la del cuello hice un tanto de lo mismo. Me las curé con mercurio y una gasa limpia. Me miraba en el espejo y reconocí un rostro apesadumbrado y sombrío que no reconocía en mí. Me las curé rápido y sin mucho empeño, queriendo escapar de aquella visión cuanto antes. Iba a dejarme cicatriz, pero no era eso lo que me preocupaba, sino recordar lo que tenía entonces y no tenía ahora… Salí ya vestida con el pijama, con estos niños no me atrevía a salir en toalla, que capaz y todo de volver a ocurrir una situación extraña. Cuando los llevé de vuelta a su casa, que estaba a tres puertas más allá de la mía en mi mismo bloque, y empecé a prepararles las camas, me dijeron que querían dormir conmigo. No les puse ninguna pega, es más, me alegré y todo. Hoy lo menos que quería era una cama vacía. No sabía el porqué de esa extraña petición, imaginé que tendrían todavía el miedo metido en el cuerpo por lo ocurrido hoy en el metro.
Pero me equivocaba, lo supe cuando tras arroparnos los tres en mi cama doble y ver que teníamos la posición más cómoda para dormir, Rafael me dijo <volverá, ya lo verás.> No eran ellos los traumatizados… Ya los había acostumbrado yo a encajar momentos “desagradables”. Supe que en el fondo estaban preocupados por mí y sabrían que no quería dormir sola. Estaba yo acariciándoles la cabeza a cada uno con cada mano para que se durmieran, sin saber que lo hacía para mí misma, para darme calor a mí misma, cuando me sorprendió diciendo eso. Di gracias por ello. Tal vez estos niños no me habían traído mala suerte al impedirme ir tras Bryce, tal vez estos niños habían sido una bendición para no permitir que esta noche yo me autodestruyera sola en mi cama. Lo que tenía que pasar, tenía que pasar, y no podía echarle la culpa a la presencia de estos niños.
Esa noche me dormí al momento, sin pensar en nada, sólo en no parar de mover las manos para acariciar sus pequeñas cabecitas. A la mañana siguiente me desperté a las ocho y media y me levanté sin molestarlos, con mucho trabajo, eso sí, puse a prueba toda mi habilidad en el contorsionismo, y les preparé el desayuno. Lo cual consistió levantar el brazo, abrir el armarito de la cocina que está en alto, subir el otro brazo, coger los vasos, bajar el brazo de los vasos, cerrar el armarito, bajar el brazo que lo mantenía abierto, girarme, dar un paso, levantar el brazo, abrir la puerta del frigorífico, coger la leche, sacarla, cerrar la puerta del frigorífico, girarme, dar otro paso, abrir la despensa, mover el brazo, coger galletas y magdalenas, ponerlas sobre la encimera, cerrar la despensa, coger la botella de leche, girar el tapón, abrirla, verter la leche en los vasos, girar el tapón, cerrarla, girarme, dar un paso, abrir la puerta del frigorífico, guardar la leche, cerrar la puerta, girarme, dar un paso, elevar el brazo, mover la mano, flexionar los dedos, coger las servilletas, coger con la mano libre la bandeja, ponerla en la encimera, soltar las servilletas encima, poner sobre la bandeja los vasos con leche, las galletas y las magdalenas, caminar hasta la mesa del salón, un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro paso…
Sí, me estaba obligando a mí misma en pensar todo lo que tenía que hacer en vez de dejarlo en modo automático mientras dejo volar libre mi cabeza porque no quería pensar en la noche de ayer. Y sí, se me estaba dando fatal. Y sí, no tenía nada mejor que ponerles de desayunar. La despensa estaba vacía, el frigorífico parecía un plato de ducha con rejillas y en mi monedero había un agujero negro.
-¡Venga! ¡A levantarse! Que no quiero que venga muestra madre y os encuentre durmiendo. No vaya a pensar que sois unos flojos. –Dije con más energía de la cuenta levantando la persiana de mi cuarto. Hablaba con fingida alegría y amabilidad. Como si fuera un payaso que intentara sacar sonrisas a los niños y congraciarse con ellos. Los niños se retorcían en la cama.
-¡Y qué más da que lo piense! ¡Lo somos! ¡Tarde o temprano tendrá que aceptarlo! –Mario se cubría los ojos con las manos.         
-¡Eso! No va a vivir engañada toda su vida, por eso cuanto antes se desengañe ¡mejor! –Rafael escondía la cabeza debajo de las sábanas. Si eran unos mocosos… ¿Qué iban a saber estos de aceptar la realidad y los desengaños de la vida? En esta sociedad cada vez se nace más viejo…
-Me da igual. Os he preparado el desayuno y tenéis que tomároslo. –Y puse los brazos en jarra esperando su respuesta. Abrieron un ojo cada uno, me miraron con desprecio y volvieron a esconder la cara.
-Nos caías mejor cuando te volvías loca al otro lado de la ventana… -Eso me dolió. Me quedé un rato callada, recordando. Aquellos tiempos me parecían ahora tan lejanos… Rafael no fue consciente de lo que me había dolido eso.
-Venga, que hay galletas y magdalena con leche. –Seguí hablando con mi buena cara como si no hubiese escuchado nada. –A mi me caíais mejor cuando pensaba que eráis unos niños obedientes. Me habéis decepcionado. –Opté por la psicología de la decepción a ver si tocando su fibra sensible conseguía algo. Y así fue, tras unos segundos de intenso debate interno entre salir de la calentita y acogedora cama para aguantar a alguien que no soportaban y comerse un desayuno de pobres a seguir durmiendo en aquel sitio donde tan a gusto estaban, se fueron a desayunar. Serían muy listos, pero seguían siendo unos niños. Me miraron somnolientos y pronto los tuve en la mesa comiendo. Un punto para mí.
-Nos levantamos para que no sigas dándonos la brasa, no pienses que ha funcionado tu táctica de hacernos sentir mal. –Dijo el pequeño Mario. Punto menos para mí. Pero mira que eran listos los mocosos estos… ¿Qué les daban de comer ahora? ¿Grand Suizze en vez de Petit Suizze?
-Vaya, gracias. –Dije sonriendo de oreja a oreja con los ojos cerrados. ¿Se me notaría mucho la cara de pésima actriz?

A las nueve y media acabamos de desayunar. En cuanto acabamos, nos fuimos a su casa y ahí estuvimos esperando hasta que Raquel llegó poco después antes de que dieran las diez. Yo estuve haciendo sudokus, Rafael dibujando y Mario viendo la tele cuando ella apareció al otro lado de la puerta. Mi encantadora vecina me lo agradeció enormemente. Le pregunté por la hermana y la operación. Me dijo que estaba bien por ahora pero que debían pasar unos días en observación antes de pasarla a planta para ver cómo evolucionaba. Eso la llevaría estar unas noches más fuera de casa. Yo le dije que no tenía problema y quedamos en que esa noche volvería a las nueve.

Ese domingo cuando me quedé sola en casa no supe qué hacer. Decidí que antes de arreglar mi vida, tenía que empezar arreglando mi casa. Si iba a volver a la normalidad con Bryce, si es que alguna vez la tuvimos, no pasaría nada si lo hacía unas horas más tarde después de hacer la compra y limpiar la casa. Si seguía así, las pelusas formarían un sindicato o una comunidad de vecinos. ¿En serio había podido estar viviendo así? Creo que la burbuja en la que me había encerrado el tiempo que estuve “peleada” con Bryce sólo me daba para respirar y no atragantarme con mi saliva. Porque a aquel estado ni podría llamársele “vivir”. Y es que ni darme cuenta de las condiciones en las que tenía la casa… Un milagro que me fuesen bien los exámenes, vamos.

Así que puse la radio, me arremangué las mangas, me puse la ropa más vieja que tenía y con una fregona en una mano y una bayeta en la otra me sentí la reina de la casa. A falta de mopa, bienvenida era una escoba. Se la pasé a todo el suelo de la casa sin dejar un hueco. Moví sillas, sofás, armarios, muebles, la mesa, la cama y hubiera levantado las losas para limpiar debajo si hubiera hecho falta también. La fregona dejó el suelo brillante y reluciente, casi podría haberme visto reflejada en él si le hubiera pasado una pulidora. En un momento me puse a hacer un solo de guitarra deslizándome de rodillas por el suelo después de arrojarme a él como una loca con la fregona en la mano. Movía la cabeza de arriba abajo. En ese momento miré hacia la ventana, esperaba encontrarme a los niños mirándome sorprendidos y pensando que ya no estaba deprimida. Me equivoqué. ¿De qué me sorprendía? Lo que planeo no me sale bien, y lo que me ocurre de la nada siempre es en el peor momento.

El cuarto de baño quedó reluciente. Me deslumbraba y todo al ver la luz de la bombilla reflejada en la superficie de mármol del lavabo. Ni un pelo a la vista, ni una mancha de jabón. En la cocina por limpiar hasta el recoveco más escondido, limpié hasta los filtros del extractor. Parecía una cocina nueva después de hacer pasar mi mano de hierro por ella. Ahora sólo me falta devolverle la vida a la despensa y al frigorífico… Y a mi monedero también. Me arreglé y salí a la calle dirección al banco para sacar dinero. Estar sola conmigo misma y mis pensamientos es muy duro. Estuve pensando en llamar a Bryce una vez colocase en casa todos los alimentos. Como estrictamente no tenía más motivos por los que preocuparme por ahora, despejé la mente cantando canciones para mí por la calle de camino al súper.

Como me atemorizaba marcar el número de Bryce y descubrir que no cogía el teléfono o colgaría, el tiempo que tardé en volver a casa después de las compras me pareció demasiado corto. Y eso que había puesto especial empeño en tomarme mi tiempo con todo. Mirando desde los ingredientes hasta la fecha de caducidad. Me llevé media tienda casi. Iba a almorzar y cenar en condiciones por una buena temporada. Mi monedero siguió dando pena, pero al menos ya mi cocina no. Llegó el momento. El momento de afrontar la realidad. Saqué el móvil del bolso, me fui a contactos, busqué su nombre y… me acordé de que no había comido nada desde mi pobre desayuno.

Con el estómago vacío no hay quien afronte los problemas. Decidí entonces prepararme unas deliciosas empanadas para comer. No de las que vienen listas para freír. No. Me paré mi tiempo en hacer la masa de pan y de contenido. Iban a ser de pescado. Que también me molesté en preparar cuidadosamente. No había prisas. Bryce no iba a aceptarme o rechazarme porque tardara una o dos horas más. Sí, era una cobarde, y sí, retrasaba lo inevitable. Pero tenía hambre. Una vez sacié mi apetito gustosamente, me volví a convencer de que tenía que hacerlo. Cogí el móvil, me fui a contactos, busqué su nombre y le di al botón de llamar. No tuve que esperar mucho hasta obtener respuesta. Me salió el contestador. El móvil estaba apagado o fuera de cobertura me comunicó una voz de mujer robotizada. Vaya, había contado conque el móvil sonaría sin respuesta o me colgaría, pero no con el contestador. No podía quedarme esperando a que volviera, y fui al único sitio donde podía ir. Su casa.

No me llevó mucho tiempo tomar esa decisión. Hoy lo veía todo claro como el agua, como si fuese evidente y no pudiera ser de otra forma. No sabía por qué, pero no estaba triste. Cuando ocurrió todo estaba un poco incrédula, dolida, desanimada. Pero si pensaba que todo se solucionaría, lo más que podía tener era impaciencia porque eso ocurriese pronto… Y lo pensaba. Nada de preocupaciones o tristeza. Así con paso firme, volví a montarme sola en el metro, sin miedos, y pronto estuve en la mansión Domioyi. Que estaba a veinte minutos andando desde la parada. Sí, es lo que tienen los barrios residenciales ricos, que están muy lejos de todas partes. Sin pensármelo dos veces y sin necesidad de convencerme de que debía hacerlo, pulsé el botón del telefonillo con cámara en el que una vez Katy me prohibió entrar. Esperaba tener más suerte esta vez.

-Residencia de la familia Domioyi. ¿Qué desea? –Era el mismo saludo con el que me habían recibido la última vez que llamé al telefonillo. Solo que ahora no era la voz de teleoperadora que me recibió la prima vez, la de Katy. Esta era más cercana y amable. Me motivé y todo.
-Hola, soy Valeria Spinoza, venía a… -Y me la voz al otro lado del altavoz me cortó para hablar.
-Ah sí, pase, la estábamos esperando. –Y la pesada verga de hierro empezó a abrirse lentamente. ¿Que me estaban esperando? ¿Bryce estaba allí y había dicho que esperaba verme? No quería creer que se estaba haciendo el duro esperando a que fuera en su busca. No, debía ser otra cosa.

Caminé por el empedrado admirando el jardín por el que tantas veces había pasado y en el que tan pocas ocasiones había tenido de ver en condiciones y admirar en toda su grandeza. Fuentes de diferentes estilos, a cuál más bonita, varios quioscos de música, senderos entre arbustos laberínticos, setos podados imitando animales, zonas temáticas con plantas de distintas zonas climáticas, caminitos de piedras, lagos, estatuas… Nunca pararía de maravillarme. Me encantaba el jardín de la Uni, pero adoraba el de la casa Domioyi. Cuando me di cuenta, me encontraba ante las escaleras de la puerta principal. Los leones a cada lado ni siquiera me miraban. Pero molaban un huevo. Incluso dos. Subí cada peldaño de piedra y golpeé con el pomo. Una vez. Al segundo después me abrieron la puerta de madera como si me hubiesen estado esperando justo detrás. Una dama con el uniforme del servicio de la casa me esperaba con una cálida sonrisa detrás de la puerta. Con el pelo negro como el azabache y los ojos verdes como dos esmeraldas. Tendría sus treinta y pico años, ninguna cana a la vista y mucho menos un afloramiento de arrugas. Era guapísima. ¿Por qué  no hago nada más que toparme con bellas mujeres que me bajan la autoestima? Dimito…

-Buenas tardes señorita. Los señores la han estado esperando pero al ver que usted no venía, decidieron comenzar sin usted. Espero les perdone. –Me trataba con una amabilidad no forzada.

Era la primera vez en mi vida que recibía este trato. Con su cálida sonrisa, la mujer se excusó por todos y me invitó a seguirla. ¿Qué señores? ¿Empezar qué? Ahí había algo que se me escapaba. Había estado un par de veces en aquella casa y no había visto ni una quinta parte de lo que era. Al menos reconocí el gran salón en el que Bryce me ofreció una vez salir con él si lo manteníamos en secreto. Me reí para mis adentros. Qué lejos quedaba ya aquel tiempo… Han pasado tantas cosas desde entonces… La amable mujer me presentó al entrar y se marchó tras despedirse con otra cálida sonrisa. Allí estaban sentados alrededor de la mesa Liam, Leo y Tori. Ni uno más ni uno menos. ¿Me estaban esperando? Ahora sí que tenía seguro que me esta perdiendo algo.

-¡Hombre! ¡Benditos los ojos que te ven! –Leo se levantó de su asiento nada más verme aparecer por la enorme puerta de madera con cristales. Se encaminó hacia mí con los brazos abiertos a modo de “Aleluya”. Tuvo que rodear toda la alargada mesa.
-¡Te habíamos estado llamando pero no respondías las llamadas! Nos asustaste. - Liam se alegraba de verme, lo vi en su cara. Pero había reaccionado tarde para darme la bienvenida, así que decidió quedar en su asiento tras un amago de levantarse que hizo.
-¡Valeria! ¡Al fin! Sentimos no haberte esperado lo suficiente. Ya creíamos que no vendrías. -Tori estaba de espaldas a mí y se giró en su silla tras las voces de Leo. Ahora llevaba la brillante y abundante melena negra y lisa que le caía por toda la cabeza como una cascada infinita con la que la recordaba en sus fotos. Era muchísimo más guapa de lo que ya parecía en ellas.

Estaba más perdida con lo que estaba pasando que una letra en un sudoku. Por entonces, ya Leo había llegado hasta mí, y no había ido andando a paso lento, para exagerar su efusividad había ido ligerito, la verdad, pasa que la sala era bastante amplia. Había que ir con paciencia para desplazarse de un lado a otro. Me rodeó con sus brazos y me dio unas palmaditas en la espalda cortésmente. Se apoyó en el suelo con una rodilla, cogió mi mano delicadamente, hizo como que me iba a besar en los nudillos pero se besó su dedo gordo. Como los caballeros de la época victoriana. Qué le gusta a este chaval una escenita… Lo miré escéptica.
-Bienvenida, princesa. –Dijo con una voz empalagosa que me hacía sangrar los oídos.
-Dios, Leo, me has puesto los vellos de punta. –Dije con cara de asco. Mirándolo todavía en el suelo, agarrando mi mano con fingida cortesía.
-Ese es el plan. –Y me guiñó un ojo con el que me volvió a entrar otro repelús que me recorrió todo el cuerpo. Espeluznante.
-No creo que nos refiramos exactamente a la misma reacción. –Y no pude contener mi cara de repulsión hacia ese ser extraño al que estaba imitando. ò_ó ¡Era absurdo! ¡Estaba en esta casa para venir a buscar a Bryce porque me había dejado ayer por un cacao mental que él tenía en su cabeza y me encuentro con que me estaban esperando sin yo saberlo para que ahora Leo me lance indirectas en su juego sin comprensión!
-Eso está demás, bella flor, si consigo mi cometido. –Volvió a poner esa mirada de Don Juan que había perdido unos segundos intentando aguantar la risa ante mis expresiones. Con las cejas levantadas y la sonrisa picarona. Escalofriante.
-¿Ensayando para alguna obra de teatro? –No me extrañaría que afirmara. La verdad… Este es de los que no saben con qué sorprendente.
-Sí, para la de “Tomemos el pelo a Valeria” –Dijo levantándose del suelo y dejando caer mi mano mientras se daba la vuelta y volvía caminando a al mesa dándome la espalda como si tal cosa. Se giró a mitad de camino y me sacó la lengua juguetonamente. Típico. Yo intento dejarlo tirado y él lo aprovecha para dejarme tirada a mí…
-No le eches cuenta, Valeria. Ya lo conoces. Me ha estado contando cuánto le gusta estar contigo y lo mucho que se divierte con vuestras competiciones. –Dios… A saber lo que habrían contado… Tori se había levantado de su silla y se fue a mí para abrazarme tiernamente. En un segundo estaba sentada a la mesa junto a ellos. –Avisaré a Sarah para que te ponga de comer. –No se volvió a sentar, emprendió el camino al pasillo para avisar de la noticia una vez me acomodó en mi sitio.
-Espera, un momento Tori. Yo ya he comido. –Hablé rápidamente para que no tuviera que alejarse mucho y volver a recorrer la larga distancia del salón. Se paró en seco y me miró desilusionada.
-Oh vaya, quería que probaras la carne ensobrada sobre huevo agitado y astillas de pan y la pasta aserpentinada con tomates acebollados en fusión tan buenos que prepara Sarah… -Puso la vos tristona y los ojos y las cejas caídos mientras volvía a la silla. No me enteré de nada ¿Que quería que probara el qué? Aquellos nombres eran demasiado snob y sofisticados para mí. De restaurante caro pero de platos poco abundantes. Aunque no desconfié en ningún momento de que trajera gran cantidad, para saciar a Liam y Leo no es suficiente un exquisito sabor. -¿Seguro que no quieres nada? ¿Estás llena? ¿Algo de beber? –La miraba con cara de disculpa.
-No, lo siento Tori. –Me dolía rechazárselo con esa carita de ángel, pero no me apetecía nada. Mis deliciosas empanadas me habían llenado por completo.
-Bueno, no pasa nada, no te sientas obligada. –Dijo ocultando su desilusión tras una amplia sonrisa. Ahora que caía. ¿Sería Sarah aquella amable mujer que me había atendido al telefonillo, abierto la puerta y guiado hasta aquí? La había escuchado nombrar varias veces antes. Fue la que cuidó a Bryce y Aaron en ausencia de sus padres. Sin duda debía ser ella. Se le veía el amor y el cariño rebosante por todos lados. Sonreí tiernamente en mis pensamientos. Liam me sacó de ellos.
-Si llegamos a saberlo, no te esperamos tanto tiempo para comer… -Dijo Leo con cara de desprecio. Dios, algún día me gustaría verlo siendo él, sin actuar. Aunque tal vez no sería él si no actuara.
-Te has perdido un gran manjar Valeria. Sarah cocina de maravilla. Es una pena que no lo sepas, porque deberías arrepentirte por el resto de tus días. –Liam giraba la cabeza a modo de reproche.
-¡Pero si a mí nadie me ha avisado! Sé que me tenéis por una chica lista y tal, pero de ahí a adivina no llego. –Ya me había estresado tanta ignorancia. No tenía ni idea de lo que hablaban. Liam y Tori miraron a Leo acusatoriamente. Él parecía haber sido el encargado de avisarme. Y había fallado.
-¡Cómo que no! ¡Te he llamado varias veces y dejado varios mensajes! Yo no tengo culpa de que no eches cuenta al móvil. - Se estresó ante haber fallado en su responsabilidad. Se echó hacia adelante en la mesa, en la cual ya no había platos porque ya habrían sido recogidos, para mostrar más convicción.
-¿Y a qué número lo has hecho? Que yo sepa nunca te he dado el mío. –Respondí extrañada. ¿Él también lo había investigado de mi expediente en la Uni? No lo veía yo para tanto…
-Ya sé que no me lo has dado. Pero me llamaste una vez y lo guardé entonces. –Entonces comprendí todo. Ahora era yo la que había ganado el punto y ni siquiera había tenido que hacer nada. Empecé a reírme descabelladamente. Con descaro. No podía parar ni intentar ser menos escandalosa. Todos en la habitación me miraban como si estuviera loca. Hablé para que todos empezaran a reírse conmigo y fuera Leo el que mirara al resto desconcertado.
-Yo sólo te he llamado una vez en la vida, ¡y lo hice desde un teléfono público! Jajaja. –A pesar de recordar aquella vez en que yo buscaba desesperadamente a Bryce esperando como una loca tener noticias de él, no paré de reírme. -¡Has estado invitando a comer a una cabina telefónica! Jajaja. –Y tal y como supuse, Tori y Liam se unieron a mis carcajadas, viendo como Leo nos miraba pasmado. Cuando más lo miraba, más me reía. Tuve que secarme las lágrimas con las manos. Al fin calmé un poco. Tori y Liam seguían riendo. Todos a costa del fallo de Leo. -¿Recuerdas cuando me cambiasteis de tema descaradamente en el estanque antes de caerme para no decirme que me habíais visto en las revistas con Bryce? Esto es el karma. –Dije apuntándolo acusatoriamente con el dedo. –Ya te llegará a ti también. –Y desplacé el brazo para apuntar a Liam. Que me miró sin echarme demasiada cuenta.
-Bueno, y si no estás aquí por eso. ¿Por qué has venido? –Dijo enfadado encogiéndose en su silla. Que por cierto, tenía reposabrazos y era acolchada por la espalda y el asiento. Ostras, lo había olvidado por completo. Él quería cambiar de tema y lo había conseguido, ahora todos me miraban expectantes e intrigados.
-Ve apuntando mientras tu número en mi móvil. Que no me fio más de este personaje. –Liam me pasó su móvil y le echó una mirada graciosa a Leo. Era un SmartPhone enorme. Una pantalla gigante y táctil de una calidad increíble. Ni mis ojos ven los paisajes así. Qué triste… Me fui a los contactos y apunté mi número, sin prisas, ganando tiempo para pensar qué decir. Le entregué el móvil lentamente, disimulando que quería ganar tiempo al improvisar un desmesurado cuidado.
-Pues había venido a buscar a Bryce. –Dije tan pancha. Era la verdad. Sólo había omitido los motivos. Se me quedaron mirando sin saber qué decir, al igual que yo a ellos. Se miraron interrogativos. ¿Ninguno lo sabía?
-No lo sabemos. Nosotros sólo nos hemos presentado aquí de imprevisto para visitar a Tori. Te avisamos para que vinieras con nosotros sin saber quién había en la casa o no. –Respondió Liam sinceramente. Con cara pensativa. Leo asintió y Tori también. Guay. Bryce estaba en paradero desconocido. Lo que yo quería… Sentí que la alegría que me inunda siempre al ver a mis dos chicos preferidos, se desvanecía en un momento.
-¿Habéis montado una fiesta sin mí? –Una voz ronca, de recién levantado, emergió de la garganta de Aaron, al otro lado de la puerta por la que yo entré minutos atrás. Con cara de haber estado durmiendo mucho tiempo y todavía en pijama, se estaba frotando los ojos.  ¿Por qué estaba tan jodidamente irresistible? Para comérselo a besos.
-¡Aaron! Todavía no ha llegado la primavera, aun es invierno. Sigue hibernando, nosotros te avisamos. –Liam se levantó a darle unos golpecitos en el brazo para despertarlo. Y mira que hay distancia separándolos y tiempo en llegar hacia donde estaba él… Pues Aaron todavía seguía frotándose los ojos sin reaccionar. Se asustó incluso y se miró las manos desorientado. ¡Tan tierno!
-Bah… Me voy a dormir. Sólo venía a ver quién tenía tanto jaleo formado aquí abajo. Me habéis despertado con tanto escándalo. –Y se dio la vuelta adormecido todavía para volver a su nido. Qué propio él. Jajaja. Él no tiene nada que ver con nadie. A su bola él es feliz. Y eso es lo que me enamora de él.
-¡Quieto parao! –Y se paró. Más por flojera que por obediencia. Leo hablaba como un militar al mando desde la mesa. Se levantó y con paso firme se dirigió hacia él. Lo asió de los hombros y lo condujo a un asiento. Justo a mi lado. Lo sentó ayudado de Liam, que retiró la silla de la mesa. Me seguía resultando gracioso que siguiese aturdido. Abrió los ojos y miró sorprendido a su alrededor, como si no recordara nada de lo que había pasado y se hubiera teletrasnportado por arte de magia de la puerta a la silla. Qué Aaron este… Me miró reconociendo el lugar, giró la cabeza para seguir mirando, y volvió la vista a mí. Antes me había mirado, pero ahora me había visto.
-Hola. –Dijo como si nada. ¿No veía raro que estuviese allí? Aunque tal vez no estaba mentalmente despierto todavía como para darse cuenta de ello. Exacto, volvió a dormirse. Con los ojos abiertos. Dando cabezadas al aire. Impresionante.
-¿Cuántas horas lleva durmiendo? –Pregunté impresionada. Tori fue la que me respondió entre levantamientos de hombros que indicaban ignorar la respuesta a mi pregunta.
-Pues ayer estuvimos viendo una peli juntos y se quedó dormido a la mitad. Sobre las doce. Ya estoy acostumbrada, pero nunca dejaré de sorprenderme por guiarlo andando a la cama mientras está dormido para no recordar nada al día siguiente de eso. –Y lo miró maternalmente, con ternura en sus ojos de hermana mayor. Debía ser duro para ella vivir tan distanciado de ellos. Se palpaba en el ambiente que los quería con locura. –Pues yo creía que Bryce estaba contigo. Valeria. –Tori reanudó el tema que habíamos pospuesto por la aparición estelar de Aaron. A mí se me había olvidado ya.
-No… Por la noche nos separamos. –Seguía sin mentir. Sólo ocultando motivos. O al menos quería creer para sentir que tenía menos delito mi omisión de verdad.
-Aaron, despierta, Bryce no aparece desde ayer por la noche. ¿Sabes algo de él? –Tori se veía preocupada. Tenía entendido que eran normales las desapariciones de Bryce. Aaron reaccionó lento.
-No. Sabes que coge el coche o la moto y va a cualquier parte. Siempre que le pregunto dice sitios distintos. –Impresionante. Se despertó de repente y su cara dejó de mostrar rostros de adormecimiento mágicamente. Tori se acercó al teléfono fijo que había en una lujosísima cómoda y marcó lo que pensaba que era el móvil de Bryce. Yo esperaba incluso más expectante que ella. Para esperar otra negativa…
-No responde. Tiene puesto el contestador automático. –Su cara de desilusión antes de hablar ya me había quitado cualquier duda. Me levanté de la mesa. No muy seria ni preocupada, no quería alarmarlos.
-Pues nada. Me voy a casa. Quiero repasar unas cosas. Me quiero acercar mañana a la Uni a ver si me pueden hacer el examen que no pude hacer. Gracias por todo. –Me levanté de la mesa con una sonrisa de agradecimiento.
-Oh vaya, si es por eso te dejamos. Porque ahora íbamos a irnos a la sala de juegos a pasar la tarde. –Dijo Tori volviendo a su asiento.
-Sin problemas. Otro día que estemos todos me invitas y vamos. –Me disculpé con una sonrisa que le bastó por entonces.
-Buah, si viene Valeria yo no vengo. –Dijo Leo en tono pasota. Niño chico… Seguía mosqueado por lo de la cabina telefónica…
-¡Venga ya Leo! ¡Si seguro que ya estás buscando un día en el calendario para planearlo! –¡Vaya con Liam! ¡Él aprovecha para picar a cualquiera!
-¡Anda! ¡Cállate! –Y le lanzó una bola que hizo con la servilleta justo a la cara. ¡Diana! ¡Qué velocidad y precisión! Eso sí, en la mano de Liam que estaba justo delante del centro de su cara. Estos chicos son la monda.
-¡Casi! –Liam estaba en racha hoy. Jajaja. Los dos se levantaron para iniciar un forcejeo cariñoso. Los estuvimos observando unos segundos, pronto pasamos de ellos.
-No sé si ofrecerte un coche y un chofer para volver a casa. Gastón se quedó muy sorprendido cuando rechazaste que te llevara al trabajo. –Tori me miró dudosa y divertida. Oops, lo recordaba. Pobre chofer.
-Tú estabas dentro, montada, ¿verdad? –Seguro que era ella la sombra oscura que vi tras los cristales tintados.
-Sí. Era yo. Pensaba presentarme entonces allí y charlar juntas de camino al lugar. Como personas normales. Pero me pareció muy sospechosa tu reacción y se me ocurrió el plan de disfrazarme. Pensé que me conocerías por fotos. Por eso tardé tanto en llegar a la tienda. Ya había acabado tu turno casi. Pero tenía que camuflarme. – Sus ojos azules me parecieron más azules que nunca. –Ahora sé que puedo confiar en ti y que tus intenciones son sinceras y buenas. -Me sonrió confidencialmente. Era una chica muy peculiar, pero encantadora. A mí por lo menos me tenía encantada.
-Prefiero ir dando un paseo por la ciudad. Quiero despejar la mente. –Y con mi mejor sonrisa rechacé nuevamente su ofrecimiento. El día que verdaderamente necesitara un coche, no me lo ofrecerían y yo no sería capaz de pedirlo. Pero eso era un futuro hipotético, y yo vivía en un presente real. –Nos vemos otro día, chicos. Cuidaos y no os matéis en mi ausencia, me gustaría veros de nuevo. –Me paré en mitad del salón y los miré.
-Eso tendríamos que decirlo nosotros. Que seguro que los rasguños que traes han sido por una imprudencia. –Liam, que estaba retorciéndole el brazo a Leo, se paró por un momento y habló. -No te habrá dado por asaltar la jaula de los leones del zoo ¿No? –Liam sacó su sonrisa divertida.
-¿Para que necesito leones del zoo teniendo a la Uni enterita para mí? Ya me entreno allí como domadora de fieras. –Lo miré con una mueca. –No te preocupes. –Liam empezó a reírse.
-Tú no entiendes Liam. Eso o es que le ha pasado un camión por la cara o es genético. –Leo, que estaba agarrando la cabeza de Liam con las dos manos, también se paró un momento y habló.
-Gracias chicos, sé que siempre puedo confiar en vosotros para que me animéis. –y les sonreí irónicamente. Tori salió a mi encuentro.
-No les hagas caso. Estás guapísima como siempre. ¿A que sí Aaron? –Y lo miró esperando encontrar su apoyo en él. Por un momento se me paró el corazón al esperar su respuesta. Olvidé que seguía dormido. No hubo más respuesta por su parte que mirar a Tori desorientado. Como si no se hubiese enterado de nada. –De verdad… Que casa de locos… Voy a acompañarte. –Tori vino conmigo hasta la puerta principal a pesar de haberle dicho que no era necesario. Les hice un gesto con la mano a todos los habitantes del salón antes de irme. Una especie de saludo militar pero con sólo dos dedos. -Ven a verme pronto Valeria. Esta es tu casa. Le voy a coger tu número a Liam y te mando después un mensaje con el mío. –Me sonrió tiernamente Tori en la puerta principal. Nos abrazamos como amigas del alma. Con lo alta que es y lo bajita que soy, tuve que ponerme de puntillas y ella encogerse un poco. Si es que la belleza y la altura en esta familia viene en herencia…
-Y tú llámame cuando quieras. Si es en horario de metro, estoy en menos de una hora. –Y reí para darle gracia a mi chiste sin gracia. Una gracia que ella tampoco vio. ¿Es que esperaba que funcionara mi táctica y todo? Bah… Para qué me haré pregunta de las cuales no quiero saber la respuesta…
-Por supuesto. –Fue su respuesta.

Cuando bajé las escaleras de piedra de la puerta principal, que no era corta precisamente, entre los dos leones que la flanqueaban, me giré y me despedí por última vez con el brazo. Tenía curiosidad por saber por qué no me habían reparado antes en las vendas de mi cara. Tenía una tirita en la mejilla, pues la quemadura de la bala no abarcaba tanto espacio, y una gasa con esparadrapo en el cuello, que se escondía más por el pelo. Tal vez lo veían como un rasguño accidental, sin mayor importancia. Y es que era lo más normal pensar. ¿Cómo podría creer que adivinarían que habían intentado matarme de un disparo y eso era el rastro de la bala? Sí, saben que me pasan cosas poco frecuentes, pero de ahí a eso… Hay que tener la mente muy perversa. Y así, pensando en tonterías, hice los veinte minutos de camino hasta la estación de metro. Andando por aquel maravilloso barrio residencial de lujo. Mirando los castillos, palacios y palacetes a ambos lados de la carretera. Ocultos tras verjas de hierro, que permitían ver el interior, gigantes setos con flores que no permitían ver nada o vayas de madera finísima. Pero ninguna mansión por espectacular que fuera, lo era más que la Residencia Domioyi.

Y así, mientras mi consciente se quedaba hipnotizado con aquel lugar de ensueño, mi subconsciente estaba trabajando pluriempleadamente en aquello que más le traía por la calle de la amargura en ese momento. Bryce. Así, sin darme cuenta, de repente. Como cuando estás totalmente ido en algún sitio, ignorando todo, absolutamente todo a tu alrededor, pronuncian tu nombre, que es lo único que has captado de todo el exterior y te despiertas. Así fue como yo lo supe. Bryce se despidió de mí un sábado a las diez y diecisiete minutos de la noche. Yo supe dónde estaba el domingo siguiente a las cuatro y tres minutos de la tarde. ¿Cómo no me di cuenta antes? Si me lo había dicho el mismo día que desapareció… Con palabras textuales. <Si alguna vez desaparezco, búscame por algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más.> Sólo tenía dos cosas en mente en ese momento.  Primero. Tenía que hacerme con un plano de todos los McDonalds de la ciudad. Segundo. Esperaba que Bryce tuviera un apetito insaciable y no se hubiera llenado de helado todavía.

Y así, la vida, caprichosa como siempre, tentó mi voluntad. Tras echar a correr a toda velocidad hacia el metro para encontrar un ciber o una biblioteca para buscar la dirección de todos los McDonalds de Nueva York en algún ordenador con conexión a internet, decidida como si no hubiera estado tan segura de algo en mi vida, la casualidad quiso jugarme una mala pasada. Solo estaba esperando a que me determinara por algo para hacer que cambiara de opinión. Junto a la boca de metro. En su flamante coche. Como si la vida fuera bella y color de rosa. Sonriendo como si no hubiera un mañana y tan arrebatadoramente irresistible como nadie. Me estaba esperando, con el brazo apoyado sobre la ventanilla bajada y la otra mano en el volante. Mirándome con los ojos entornados; feliz y radiante, se encontraba el reclamo de mis sueños al otro lado de la acera. Aminoré el paso, andaba aturdida. No habría imaginado nunca encontrármelo ahí. En demasiado poco tiempo ya estaba a su lado. Y no sabía qué hacer. Había tomado una decisión, pero vida sin sentido se había encargado de complicarme la existencia una vez más. Ahora que ya no sentía nada más que ternura y cariño, me lo colocaba como por arte de magia ahí, frente a mí, como si él no tuviera nada más que ojos para mí y el resto del mundo desapareciera inundando yo todo sus sentidos.

-Te he estado esperando. -¿Debía tomarme esto como una señal? 

martes, 21 de agosto de 2012

Capítulo 58: Modo "pause"


Capítulo 58: Modo “pause”
Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios. ¡¡LA HERMANA DE BRYCE!! Era hermosa en fotos y cuadros, pero en persona era deslumbrante, sencillamente cegadora. ¡Y me había hecho un interrogatorio sobre mi relación con Bryce! ¿Y si había metido la pata? ¿Y si mis respuestas no le gustaron? ¿Haría todo lo posible para separarnos a los dos? ¿Y lo imposible? Aún peor… ¡Oh dios, cuanto más pensaba más me daba cuenta de la hipotética realidad que se podía hacer verdad y más motivos encontraba para salir corriendo de allí! ¿Y si quería que perdiera todo contacto con sus dos hermanos? Estaba viendo pasar por delante mi vida en ese segundo. Fue gracioso, porque en las múltiples ocasiones que he estado al borde de la muerte desde que llegué a Nueva York, nunca la había visto. Tal vez no era mi vida lo que más temía perder. Mi tiempo se acabó en cuanto me incorporé ayudada por su mano. Actué con total serenidad aunque por dentro estuviera estallando un volcán.

-Gracias. –Fui lo único que mi fingida serenidad me permitió decir. Algo era algo. ¿Qué diantres le decía? ¿Encantada de conocerte, yo soy Valeria? ¡Ya me conocía! ¿No hace falta que me presente pues ya me conoces, soy la dependiente de la tienda a la que has bombardeado hoy a preguntas? ¡Demasiado defensivo! ¿Hola? ¡No era suficiente! ¿Tú no eres la chica de hoy de la tienda? ¡Ese podía valer! Pero Bryce se me adelantó.
-¿Te has teñido el pelo de rubio? –Dijo él como si el hecho de que yo no me hubiese presentado no importase. Algo que agradecí. Solté la mano de Tori, que en mi ensimismamiento no lo había hecho todavía. Cierto, ahora que recordaba, en las fotos y cuadros siempre la había visto con una abundante melena negra como las pupilas de los ojos.
-Es una peluca. ¿Pero a que me sienta bien? –Y sonrió de oreja a oreja para guiñarle un ojo coquetamente. Yo flipaba en colores, no…, en fosforitos. –Anda, venga, te lo cuento en la mesa, que tengo hambre y seguro que Valeria también. –Me miró amablemente. Yo no sabía cómo mirarla. Le dejé el muerto al “como me saliera, salió”.

Tori era un completo torbellino. Llena de energía y vitalidad. Nos arrastró a Bryce y a mí hacia la mesa, sin darnos tiempo a hablar. Ella hablaba por los codos. ¿A quién se le ocurrió decir alguna vez que ella y yo nos parecíamos? No sé en qué éramos más diferentes, si en el físico o en la personalidad… Estaba eso todavía por descubrir. Él y yo permanecíamos callados observando todos sus pasos. Yo asombrada y Bryce en plan pasota, acostumbrado al hiperactivo modo de ser de su hermana. Hablaba de cómo le había ido el viaje, lo cansada que estaba y cuánto echaba de menos Nueva York. Sólo estaba alargando el tiempo de empezar la explicación que tenía pendiente. Fue pedir al camarero lo que queríamos comer y habló. Yo pedí un revuelto de setas con huevo, ajo y jamón. No me costó mucho decidirlo, nada más verlo, mi estómago se enamoró a primera vista.

-Bueno Valeria, creo que te debo una explicación. –Dijo apoyándose sobre sus dedos entrelazados, apoyada sobre sus codos. Me miraba suplicante. Se le había cambiado totalmente la expresión de la cara. Yo esperaba callada.
-¡Al fin dejaste de cotorrear como un loro para centrarte en algo importante! –Bryce si no lo decía, reventaba.
-¡Cállate de la boca! ¡¿Qué forma es esa de hablarle a tu hermana mayor?! –Y misteriosamente Bryce se calló. La miró asesinamente solo. Tori se sorprendió.
-¡Guau Valeria! ¡Me lo tienes domado! ¡Así! ¡Duro con él! Necesita un poco de disciplina. Es la primera vez que se calla sin rechistar o protestar. Creo que podré confiártelo con seguridad cuando me vaya. –Y sonrió rebosante de alegría y felicidad. Sabía que tanta efusividad no era fingida. Eso se nota. Y la suya era totalmente natural. Qué alegría ser así de feliz…
-Bueno, tampoco te pases. –Bryce ya había cogido su postura de <todo me importa una mierda>, la cuál era apoyarse con la axila en el respaldo de la axila y dejar caer el brazo por detrás.
-Vale, vale, lo pillo. –Dijo cerrando ahora los ojos al asentir de nuevo sonriendo. No paraba. –Lo que iba diciendo. Valeria, lo siento, perdóname. En cuanto vi las fotos de las revistas supe que esto era algo importante. –Dijo mirándome a mí, profundamente. Pero se giró para continuar con Bryce. –Pensé que debía venir cuánto antes para valorar yo misma la situación, así que esperé dos días a que mi marido volviera a salir de viaje de negocios para tomar el primer vuelo a Nueva York. –Bryce la miraba irritado. Para no variar. Ya sabía que estaba casada, pero la veía tan eternamente joven, que me parecía imposible que ya estuviera atada a un hombre. –Valeria. –Dijo volviendo a mí. –No te lo tomes a mal, no lo hice con mala intención, sólo quería saber si podía confiar en ti. Sé que mis preguntas pudieron ofenderte y estarás sorprendida por todo esto pero permíteme que te diga que aquí la sorprendida soy yo con tus respuestas. Espero que no estés enfadada. –Sus palabras eran sinceras. Tenía el rostro muy serio, se la veía preocupada. Aguantaba la respiración esperando mi respuesta.
-¿Por eso te has disfrazado de Barbie? ¿Para que no te reconociera? Me entero por el guarda de que has vuelto a casa esta mañana temprano sin avisar, salgo rápidamente a buscarte, no te encuentro y era porque estabas bombardeando a preguntas a Valeria en su trabajo para ver si es buena chica…Ya no sabes con qué sorprenderme… -Y Bryce dijo esto último moviendo la cabeza de un lado a otro en modo de reprobación. Estaba bromeando. Tori lo miró y pasó de él. ¡Con qué estilo lo hacía! Ella volvió a dirigir su mirada hacia mí.
-¿Qué me dices Valeria? –Desde el <gracias> que dije por ayudarme a levantarme y el nombre del plato que quería para comer, no había abierto más la boca. Creo que ahora tocaba el momento.
-Sí, todo fue muy chocante. Pero no me conocías, no puedo sentirme ofendida al creer que pensabas mal de mí cuando lo único que estabas haciendo era recabar información para poder pensar algo de mí. –Era cierto. No me había engañado ni mentido en ningún momento. Sólo ocultado información, eso no cuenta como mentira. –Es normal desconfiar, yo también lo haría. Aunque nunca se me habría ocurrido hacer eso. Mejor investigar descaradamente que dejarse llevar por prejuicios. –Vale, había dicho lo que pensaba en un modo muy suave. Y no me estaba quedando a gusto. Tenía que decírselo claro. –Pero también existe eso de conocer a las personas con el trato diario… Tú sabes, eso que suele hacer la gente. –Iba a acabar con un <la gente normal>, pero ella me había caído bien a pesar de lo raro de la situación, y no era yo precisamente la mas “normal” para decirlo.
-Ya… ¡Pero no es tan emocionante! –Ahí tenía razón. –Además, contaba con el factor sorpresa, si intentabas aparentar algo que no eres te había pillado sin un plan premeditado. –Dijo guiñándome un ojo amigablemente.
-Ya… Pero si soy una experta manipuladora el factor sorpresa no habría estado en mi contra, y habría clavado el papel. –Y sonreí a cambio. Bryce nos miraba alucinando aunque intentara ocultarlo, lo conocía demasiado bien ya como para no saber su estado real.
-Como mi madre… -Escuché decir a los dos a la misma vez. Lo dijeron para dentro, para sí mismo, en un tono casi inaudible, pero lo escuché. Sentí un escalofrío. No quería conocer a esa persona. Tantos comentarios y noticias negativas sobre ella… Nos quedamos un momento en silencio. Pero sólo por un momento.
-Me gustas Valeria. Y sé que eres sincera, que no finges. –Me lo dijo cálidamente, apoyada todavía sobre sus codos. Eso sí que no me lo esperaba. –Esas cosas se notan.

Mi corazón sintió paz. Tenía la aprobación de su hermana. En es momento la comida llegó, a los tres a la vez. Guau, para no hacer esperar a nadie mientras los demás ya tienen su plato. Aquí sí que saben. A mí casi se me caían dos lagrimones al ver ese suculento y maravilloso plato de setas revueltas. Era lo mejor que había comido e iba a comer en mucho tiempo. Tanto examen final me había dejado sin tiempo para elaborar una comida en condiciones. Se me quedaron mirando como si estuviese loca. Yo los miré como si los locos fueran ellos. Bryce puso los ojos en blanco, Tori se divertía y yo me moría de hambre. Lo probé y los dos lagrimones se me salieron de los ojos. No pude contenerlos por más tiempo. ¡Estaba exquisitamente delicioso! Pero no era por eso, es que estaba ardiendo y me quemé hasta el cielo de la boca. Tenía la lengua en llamas. Me bebí medio vaso de limonada, que era lo que había elegido para beber, y la acidez del limón me causó aún más dolor en la zona irritada por la quemadura. Lo que se llamaba echar ácido en las heridas… Eso sí, al menos dejó de quemarme y me lo pude tragar. Cuando mi boca quedó vacía al fin, me quedé encogida por completo y con las manos tapándome los labios. Las lágrimas me salían a borbotones. Por un momento sentí que podía expulsar fuego, lava y magma por la boca. Estaba muriendo lenta y dolorosamente entre terribles sufrimientos. 

-Quema, ¿no? Jajaja. –Fue el comentario bribón de Bryce. Que se estaba riendo de mí en mi cara. Yo lo miré lanzándole dardos venenosos por los ojos, pero los esquivó todos. Maldición… Tori me miraba angustiada sin saber qué hacer para aliviar mi dolor. –Tori, ahora que no puede hablar, aprovecha y cuéntame que dijo sobre mí cuando le preguntaste. –Lo decía para chincharme, con cara de granuja. Tenía tan mala leche por el dolor de paladar que tenía que cogí un cuchillo y lo clavé en el espacio que había entre los dedos de su mano, que estaba apoyada en la mesa. Se me quedó mirando atónito. Bien.
-No podré hablar, pero no me he quedado manca. –Dije a duras penas tapándome todavía la boca con la mano que me quedaba libre. Se me escuchó con dificultad y tardaron los dos unos segundos en reaccionar, no sé si por mi comportamiento o porque no entendieron lo que dije, pero el mensaje había llegado, que era lo que importaba. Aunque ahora que me paro a pensar, ¿y si he sido demasiado brusca y me he pasado? Tal vez había separado la línea de las bromas. Por un momento se me congelaron las constantes vitales, todo lo que había podido ganar con Tori hoy podía perderlo ahora en un segundo en el que no había pensado por mí misma y me había dejado llevar por un impulso. Los miré expectantes con un soplo de vida. 
-Valeria, por favor, resérvate, el número de los cuchillos es para esta noche cuando me tengas atado a la cama. –Bryce sabía que me sacaba de quicio que mis acciones no tuvieran las reacciones que esperaba. Por eso me saltó con esa broma. Además que lo hizo con una actuación maestra. Mirando de lado a lado, nervioso por que alguien de la sala se hubiese enterado. Lo había conseguido, me había puesto aún más de mala leche. 
-Jajaja. Jajaja. Jajaja. Jajaja. Jajaja. –Tori estalló en carcajadas. No eran escandalosas, vulgares o de mal gusto. Era una canción celestial escucharla reír así. Totalmente adorable. Con lo poco que la conocía, y ya me tenía enamorada, como Ashley. Recuperé el aliento, no me miraba mal por ello. De repente el dolor de boca se alivió y mi mala leche se esfumó. Risa que quita todos los problemas. Contagiosa y divertida. Pronto los tres estábamos riendo. Todos nos miraban raro, pero yo a eso ya estaba acostumbrada. –Sois fantásticos, chicos, de verdad. –Tras un rato, pudo calmarse. –Tranquila Valeria, nuestra conversación es secreto de sumario, no diré nada. –Volvió a sonreírme en esa manera cercana y cálida que tanto me gustaba. –Y ahora ten más cuidado al comer.
-Dios las cría y ellas se juntan… -Bryce se dio por vencido. Yo me sequé las lágrimas del dolor y la risa y soplé la siguiente cucharada antes de metérmela en la boca. -¿Quién más sabe que estás aquí?
-Sólo Aaron, madre y mi marido. Que por cierto, ¿por qué no ha querido venir Aaron? ¿No le dijiste que íbamos a comer todos juntos? –Vale, momento incómodo dónde los haya. Por muy hermano que fuera, Bryce no invitaría a de quien yo estaba enamorada.
-Él ha salido hoy con Ashley. Ella quería que lo acompañara a no sé dónde. – ¿Eso quería decir que lo habría invitado si hubiera podido o así evadía la respuesta de si lo había avisado…?
-Am. Así no lo encontré yo hoy al llegar a casa. Quedaré después para verlo. Tengo muchas ganas de estar con él. –Y Bryce, como preveía, evitó el tema con otra pregunta.
-¿Cuánto tiempo vas a quedarte? –No me gustaba el tono serio que había adquirido la conversación. Al menos yo me deleitaba profundamente con mis setas.
-¿Acabo de venir y ya quieres echarme? –Tori imitó una indignación ficticia. Dejó en el aire el tenedor con comida que iba a llevarse a la boca, lo miró consternada y se puso una mano en el pecho y todo.
-Sabes que no. Deberías venir más veces. Te eché de menos en Acción de Gracias. –Oh, esa espinita se me clavó a mí, más hondo de lo que ya estaba cuando me la clavé en su día.
-Lo siento. Teníamos la cena con la familia de Richard. -¿Richard? Si antes dijo marido, se referirá a él. Imagino. -¿Cómo fue? –Por favor, si continuábamos así la espinita que acabaría matando.
-Yo dormido con fiebre y Aaron con la familia de Ashley. –Au. Eso seguía doliendo aunque ya lo supiese. Bryce hablaba ahora frío como el hielo. Estaba presenciando el momento de vacío de dos miembros de la misma familia.
-Me quedaré aquí por un tiempo. Le diré a Richard que si quiere venir a pasar unos días aquí. Lo he decidido. –Vaya, eso la hacía muy grande. Bryce seguía con la mirada baja. No mostró alegría ni asombro. –No he venido solo como una hermana celosa a vigilar a su cuñada. –Dijo mordiéndose la lengua juguetonamente. Tan adorable. Sus ojos eran del mismo color que los de Bryce y Aaron. Idénticos. Y pensar que antes usó lentillas grises… Menudo sacrilegio.

En ese momento el camarero nos trajo la carta de postres. Todos habíamos terminado de comer. Yo estaba llena, pero al abrirla y ver las fotos, el estómago se me reorganizó para dejarle hueco a un suculento tiramisú. Ojalá el resto de partes de mi cuero fueran también tan inteligentes…

-Yo me voy ya. Tengo cosas que hacer. Le perdonaré la vida al guarda por chivarse de que estaba aquí. Si no, no habrías sabido de mi llegada y no me habrías invitado a comer con Valeria. –Dijo levantándose y colocándose bien la falda. Me miró tiernamente otra vez. Yo le gustaba. Se le notaba. Y eso me hacía muy feliz. Ella era un encanto. –Vuelvo a pedirte perdón nuevamente. No te crees una mala imagen de mí y piensas que todo lo que hago es una táctica para investigar y sacar información. De verdad, no soy así. –Si era como yo, la duda de si pensaba eso cuando estuviera con ella la perseguiría siempre. Pero no lo pensaba. Aunque si iba a andarme con pies de plomos a partir de ahora. Que no lo haga con la intención de investigar no significa que no recoja información al analizar lo que hago y digo. Debería estar muy nerviosa por ello, es lo normal cuando sabes que alguien te está analizando, pero con ella sólo me salía ser natural.
-No te preocupes. Y estás perdonada. –Tras mi aprobación, se despidió de Bryce y la vi marcharse por le caminito de piedras con unos tacones de infarto. Eso era estilo y lo demás tontería. Incluso andaba diferente a la tienda. Era una gran actriz. Lo patético es que yo me había caído estando totalmente plana.
-Bueno, ¿qué quieres hacer? –Bryce me miró. Tenía una expresión rara, ida, meditabunda. La última conversación lo había dejado sumido en sus pensamientos. Sentí que teníamos que salir de allí cuanto antes. Hoy no tomaría postre. Le mandé a mi estómago la orden de reorganizarse para volver a no dejar ni un hueco libre. Pero no me hizo caso. Eso es lo que se viene a llamar <ser listo cuando le interesa>.
-Demos una vuelta por la ciudad. –Sólo necesitaba despejarse. Asintió con la cabeza y salimos en silencio a la calle después de pagar.

El sonido de la ciudad embriaga todo el ambiente. El sonido de la bocina de los coches, algún que otro frenazo y acelerón, gente paseando por la acera. Parejas, grupos de amigos o gente solitaria que no tenía a nadie que lo esperara ni en casa ni fuera de ella. Muchas veces he ido por la calle imaginando adónde va la gente con la que me cruzo. En qué piensan, cómo es su vida y por qué van al sitio al que van. Antes yo formaba parte de ese grupo de gente a las que nadie espera. Ahora yo tenía a Bryce. Lo miré, salir afuera lo había distraído y ya no parecía estar tan decepcionado con la vida.

-¿Alguna vez has ido caminando solo por la calle y te has puesto a pensar en qué estarán pensando las personas con las que te cruzas? ¿Qué les preocupa o adónde van? –Le pregunté a Bryce por pura curiosidad, no por sacar un tema de conversación. Cuando me giré a hablarle descubrí que me estaba mirando muy serio y fijo. Ahora sí que me preguntaba yo en qué estaría pensando…
-No. –Respondió cortante sin quitarme la mirada de encima. ¿Qué mosca le había picado? Me estaba poniendo nerviosa… -Nunca he ido andando solo por la calle. Cuando lo he necesitado he cogido la moto o el coche. –Vaya, eso ya lo sabía. Me lo había dicho Aaron. Pero aun así me gusto escucharlo de los labios de Bryce. 
-¿Y adónde vas cuando desapareces? -Tenía muchas ganas de saberlo. ¿Se quedaba dando vueltas por toda la ciudad obligándose a sí mismo a no pensar por estar pendiente del tráfico o iba a algún sitio especial? Toda su vida me atraía enormemente. Lo miraba embelesada, estudiando cada gesto. 
-Si alguna vez desaparezco, -empezó a hablar sonriendo por primera vez en lo que me pareció mucho tiempo desde la última vez de hoy -búscame por algún McDonalds o alrededores, estaré en alguno comiendo McFlurrys con doble de chocolate y doble de galletas hasta que no me quepa ni una cucharada más. -Guau. Eso sí que no me lo esperaba. -Me gustan tanto porque me los tiene prohibido. Al igual que tú. -Recordé las palabras de Aaron cuando me explicó por qué no podían hacer las cosas que la gente corriente hace. Sonreí cálidamente. A veces era como un niño pequeño por el que sientes una necesidad irrefrenable de proteger. Hubiera dicho algo a su comentario sobre que me auto-prohibo hacia él, pero es que me dejó totalmente en blanco, no me lo esperaba. -¿Por qué lo preguntas? ¿Tú te quedas pensando en la vida de la gente que pasea por la calle cuando quieres estar sola? –Vaya, ahora se lo veía interesado. Parecía haber dejado de lado lo que lo oprimía. Pero sólo lo parecía, su cara de preocupación volvió al momento. Había vuelto a recordar lo que había olvidado por unos instantes.
-No, es lo que hago cuando camino sin preocupaciones. Sin nada en lo que ocupar mi mente. Es como una tregua que me da la parte autodestructiva de mi cerebro. -Estaba ocultándose el sol, no parecía que hubiésemos echado tanto tiempo en el restaurante, se me había pasado muy corto con Tori.
-Eres afortunada. Yo siempre tengo algo en lo que pensar. O mejor dicho. Siempre tengo algo que me obliga a no tener la mente liberada. –Dijo mirando las luces naranjas que coloreaban el cielo. Con la mirada perdida en algún punto del cielo. Me hizo gracia. -¿De qué te ríes ahora? Yo aquí hablando profundamente y abriéndote mi corazón y tu le encuentras el chiste. –Se frustraba conmigo al no recibir lo que él esperaba. Y yo nunca acertaba con lo que él quería. Eso también me frustraba a mí.
-Me parecía divertido verte a ti filosofando de esa manera, con la mirada perdida en la puesta de sol. –Sí, seguíamos en mitad de la acera enfrente del restaurante, obstaculizando la marcha de la multitud acelerada, pero al final de la infinita calle, se podía ver el río Hudson, y con ello la puesta de sol. –Te quedó muy bohemio.
-No estaba filosofando. –Dijo soltando todo el aire de golpe a modo de risa cansada. Empezó a andar dirección al río. Yo lo seguí.
-Dios, Bryce, ¿por qué estás así? No creas que no me he dado cuenta de que te has comportado extraño desde que Aaron salió en la conversación. –No lo dije en plan reproche ni mucho menos, estaba realmente preocupada. Pero él siguió andando como si lo que acababa de escuchar hubiera sido el viento. Eso me molestó. Yo intentando arreglar cosas y él pasando… -Bryce, por favor. Aclaremos las cosas, no quiero verte preocupado por nada… -Y seguía andando. Mirando al suelo. Serio como nunca. -¿Crees que para mí es fácil sacar el tema? Las cosas se solucionan hablando… -Me paré y él no se paró. Sólo aminoró el paso. Lo veía alejarse lentamente entre la gente. -¡Bryce! –Me salió decir por última vez. Menuda impotencia. Él se paró al fin. Se quedó quieto, callado, meditabundo… Sin respuesta emprendió la marcha y siguió andando.

Me rendí. Me di media vuelta y emprendí mi camino a casa. Mi intención no era en absoluto que él me siguiera corriendo en contra del sentido de marcha de la gente, detrás gritando mi nombre desesperado en plan película. Sabría que no me perseguiría y así fue. Sí, había cambiado, había podido comprobarlo, pero en el fondo la gente siempre vuelve a lo que una vez fue. Tantos años siendo de una manera no iban a desaparecer por completo, como si nunca hubiesen existido. Y él que decía que no quería dejarme sola por lo que pasó en el parquin… En fin… Compré mi billete y me senté en un banco del andén más alejado de por donde había entrado, esperando a que llegara el próximo metro en 3 minutos, según la pantalla. Minutos que pasé pensando en porqué Bryce me había dejado irme… No estaba enfadada ni tenía rencor, estaba dolida y tenía miedo. Mi futuro con Bryce volvía a escapárseme de entre los dedos de las manos como un anhelo inalcanzable. Por caprichos del destino, cuando me levanté para recibir mi tren, la puerta del vagón se abrió justo delante de mí dejando salir a mi vecina Raquel con sus dos adorables hijos a los que yo tanto quiero y aprecio, Rafael, el mayor, y Mario el menor.

-¡Ay qué alegría verte! ¡Ya pensaba que tendría que llevarme los niños al hospital! Mi hermana va a operarse y voy a pasar unas noches allí. Pensé que no tenía más remedio que llevármelos porque no puedo dejarlos en casa. Menos mal que te he encontrado. ¿Te importaría quedarte con ellos por las noches? Te pagaré por ello claro. –Raquel hablaba como si fuera una ametralladora. Llena de alegría por haberse encontrado conmigo. Nadie se había puesto nunca antes tan contento por ello, tristemente…
-No. –Dije tras dejar de estar perpleja por el apabullante saludo.
-Ay, si no te he preguntado si podías o no. Que a lo mejor tienes cosas que hacer y estás ocupada con los estudios o algo. Yo lo que no quiero es ponerte en un compromiso porque claro… -Le paré los pies. ¿De qué intentaba convencerme si ya había aceptado? Yo creo que lo que le pasaba es que tenía ganas de hablar español. Miré a los niños, miraban a cualquier parte menos a mí… Tan pequeños y ya mostrándome indiferencia...
-Sí puedo. No me importa quedarme con ellos. No se preocupe. –Dije paciente. La cara de alegría de mi vecina aumentó.
-¡Ay que contenta estoy! ¡Muchas gracias cariño! Mira, te confío las llaves del piso, que llevaba una copia por si acaso. –Vaya, como si lo tuviese planeado. Empezó a buscarlas en su bolso hippie y las sacó al momento… igualito que yo, pensé, cuando Bryce estaba delirando con fiebre y lo llevé a casa. –Toma. Puedes coger cualquier cosa del frigorífico. Los niños tienen que cenar, prepárales cualquier cosa, no te compliques mucho la vida. Ya están duchados. No los acuestes muy tarde y por la mañana llegaré yo cuando todavía estén dormidos. ¿Alguna duda? –Ya me estaba estresando esta mujer a mí… que yo venía muy tranquila para casa… deprimida pero tranquila…
-¿Adónde puedo llamarla si lo necesito? –Eso era una buena pregunta. Los niños seguían a su bola, cogidos cada uno de la mano de su madre.
-Mi móvil está apuntado encima de la mesita del elefante donde está el teléfono. No tengas reparos en llamarme sea la hora que sea si lo necesitas. –Mi imaginé a mí misma haciéndolo a las tres de la mañana. Jijiji. Por un segundo me entró la vena gamberra.
-Pues ya no tengo más preguntas.
-Muchas gracias mi niña. –Y me plantó dos besos, uno en cada mejilla mientras me pasaba la mano de los niños a mis manos. Esta me lo había hecho así de repente para que no me diera tiempo a reaccionar y evitarlo. –Rafael, Mario, portaos bien, no quiero ninguna queja de esta chica. Haceos caso de todo los que os diga Valeria. ¿Vale? Mamá va a estar esta noche con la tita y mañana por la mañana vuelve a casa. –Se agachó para hablar con los dos. Los besó y abrazó cariñosamente a cada uno, que la miraban imperturbables. ¿Habrían captado la parte de HACEOS CASO DE LO QUE OS DIGA VALERIA? Creo que no… Lo vi en sus diabólicas sonrisas.

Y así fue como me vi despidiéndome de la madre que desaparecía en una escalera mecánica ascendente, mientras estaba agarrada de la mano de nos críos con los que me iba a quedar cuidando esta noche sin comerlo ni beberlo. Había hasta perdido ese tren y todo, ahora tendría que esperar al siguiente, que vendría en cinco minutos. ¿Cómo me había metido en esta? Si es que no sé cómo lo hago… Sentía la manita pequeña y regordeta de cada uno escondida en las mías. ¿Qué hacía ahora? ¿Cómo empezaba? Menos mal que me empeñé en llevarme la mochila de la Uni al restaurante… si no ahora estaría en la calle sin llaves y con dos niños pequeños a los que cuidar. Miré hacia abajo buscando sus caras, me miraban aburridos. Yo les echaba diez y ocho años respectivamente… ¡Vaya! ¡Si había encontrado un tema de conversación y todo! Me senté de nuevo en el mismo banco de antes a esperar con ellos.

-Bueno, y ¿cuántos años tenéis? –Les pregunté animada. Los miraba esperando una respuesta que nunca llegó. Ellos me miraban aburridos, como pensando <¿qué le pasa a esta tía?> Me hervía la sangre. -¿Tú diez y tú ocho? –Tiré por lo alto, que la otra vez se enfadó porque lo había llamado Rafa y eso era de niño pequeño.
-Yo tengo nueve y él siete. –Respondió Rafael con los ojos caídos de puro aburrimiento. Eso ya me estaba fastidiando. Señaló con el dedo a Mario sin mirarlo siquiera.
-¡Anda! ¡Qué bien! ¡Ya estáis hechos todos unos hombrecitos! –Le estaba poniendo en peño, de verdad, pero no me sale ser así con los niños pequeños. No tengo ningún afán por divertirlos, entretenerlos o hacerlos reír. Si no me sale no me sale. Y punto. Pero la situación era tan incómoda que me veía obligada a hacerlo.
-Sí, sí, tú dices eso, pero nos tratas como a niños pequeños. –Dijo Mario. Sería el pequeño, pero de tonto no tenía un pelo. No supe qué decir. Tenía razón… Un niño de siete años dejándome callada de un Zas… Qué bajo he caído.
-¡Anda mira! ¡Ya está aquí el metro! ¡Vamos! –Dije cambiando totalmente de tema, levantándome y guiándolos de las manos al borde del andén. Salvada por el metro. Hay cosas para las que uno es totalmente un negado, yo nací para serlo con el trato con los niños. Conseguí encontrar dos sillas juntas y los senté a los dos. Yo me quedé frente a ellos agarrada a la barra de metal que pendía horizontal sobre sus cabezas. Me miraban como si ellos fueran los mayores y yo la niña pequeña. Me hervía la sangre, principalmente porque tenían motivos. –Seis paradas y llegamos. –Seis paradas para no estar sola frente a los peligros de la noche de Nueva York con dos niños pequeños a mi cargo y mi mala suerte a la espalda. Que pronto se hizo ver.

Un tipo borracho de unos veinti-muchos años entró en el mismo vagón que yo a una parada de la mía, armando jaleo por quejarse de la vida a grito pelado. Hablaba carraspeando, con trabajo, con la voz ronca y trabucándosele las palabras. No tenía por qué asustarme. Todos los días me encontraba con gente con muy malas pintas en el metro y nunca me pasaba nada. Aunque claro soy de las que, si algo tiene que pasar, pasa en el peor momento posible, cuando más daño pueda hacer y más pueda doler. Y así fue, no me equivoqué. El tipo se vino hacia mí tras un traspié que pegó causa de su pedo y no haber estado agarrado cuando aquello empezó a moverse. A pesar de haber estado agarrada fuertemente a la barra de metal del techo, cayó con tanta fuerza sobre mí que me solté de manos y los dos caímos al suelo. Él sobre mí. Grité de dolor y sorpresa. Me había clavado hasta la última cosa punzante en mi mochila.

Me cayó encima como una roca gigante. Su olor a alcohol, tabaco y otras drogas además de sudor y suciedad me estaba asfixiando aparte de que me estaba estrujando los pulmones, que habían liberado por completo todo el aire en su interior. Abrí la boca por completo para respirar todo lo posible. Me estaba ahogando. Intenté apartarlo de encima de mí como pude, o por lo menos echarlo a n lado, pero era un peso muerto y yo no tenía fuerza suficiente. ¿No había nadie que fuera a ayudarme en ese vagón? Tsss… ¿Qué esperaba? Desde que llegué me había acostumbrado a no recibir ayuda de nadie de la calle, no sé por qué pensé que ahora sería diferente. Tal vez porque en los momentos de verdadera necesidad siempre se piensa eso como solución desesperada. Busqué desesperada la mirada de los niños, estaban asustados y me miraban con miedo. Casi podía ver mi propia cara en la de ellos.

-Vaya… Perdón chica. No era mi intención abalanzarme así. -El tipo empezó a hablar echándome en la cara su apestoso aliento que mataría al árbol más fuerte y robusto. ¿Podía quedarme ya tranquila al ver que la cosa no iba a pasar de accidente? Me había inventado toda una película mental sobre miles de alternativas terribles sobre qué ocurriría después de la caída. No lo pude evitar… la verdad… -Pero ahora que me fijo, eres bastante bonita. ¿Viajas sola guapa? –Sus ojos llenos de morbo y lujuria me miraban desnudándome. Sentí verdadero asco y repugnancia.

Con su sonrisa de salido se acercaba a mi cuello. Cerré los ojos de puro shock. Me quedé bloqueada, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Me raspó la mejilla con su sucia barba, su aliento fétido me llegaba al oído, sus labios asquerosos tocaron mi piel y me lamió con su lengua el cuello. Un escalofrío horrible de pavor me recorrió todo el cuerpo. Una gota de sudor frío me recorrió la frente buscando un camino hacia abajo. Como un perro baboso, ansioso y jadeante empezó a chuparme la piel de mi cuello. Ahí reaccioné y grite. <¡¡DÉJAME!!> fue lo único que me salió. Estaba llorando. Estaba intentando violarme ahí mismo, delante de dos chicos inocente y nadie iba a quitarme a ese tipo de encima. Miré a mi alrededor llorando, con los ojos encharcados en lágrimas, tanto que ni podía ver. Pidiendo ayuda con la mirada, pero nadie respondió a mi llamado. Ya no podía ver. Las lágrimas me lo impedían. Sólo oía gritos de gente pidiendo ayuda para que alguien me ayudase. El tipo empezó a meterme mano por debajo de la falda y por encima del pecho. Ahí ya no pude más. Sin saber cómo, una fuerza sobrehumana vino a mí de la nada justo en el momento en que sus manos tocaron mi cuerpo. Y pude apartarlo de mí empujándolo.

-¡¡DESGRACIADO!! –Grité mientras hacía el momento de mayor fuerza. El tipo cayó sentado hacia atrás perturbado. Con la mirada perdida. Sin entender qué había pasado. Me levanté en un segundo y con los ojos todavía irritados por la sal de mis lágrimas, recuperé la visión también misteriosamente, así como la puntería y el equilibrio. -¡¡OJALÁ Y TE PUDRAS!! -Le asesté una patada con el talón de la bota en toda la boca. Chocó con la nuca en la barra de metal vertical que había en medio del pasillo para que la gente se apoyase. La boca empezó a sangrarle y se desorientó más que antes. ¿Es que seguía consciente? O pateo como una nenaza o si a este no lo tumba el alcohol con la barbaridad que debía tener en sangre, no lo tumbaba ni dios. Me entró la vena asesina y descargué todo mi odio, impotencia, rabia e ira acumulados en siete segundos sobre él, que eran suficientes para acabar con todo un país. –¡Aprende a respetar a las chicas! –Y le di un puñetazo en la barbilla que le levantó la cabeza al máximo. Para mí, el resto del mundo dejó de existir en ese momento. Yo no estaba en un vagón de metro cuidando de dos niños pequeños camino de casa rodeada de completos desconocidos que sólo gritaban intentando ayudar. Yo estaba a solas con el tipo que había abusado de mí.
-Así me gustan, las chicas difíciles y guerreras. No las nenazas cursis. Me pones como un tren guapa. –Eso me dolió más que otra cosa que pudiera haberme dicho.

La sangre me hervía debajo de la piel. Tenía el corazón a mil, la respiración a dos mil y la presión a tres mil. Incluso sentía el pulso en el cerebro. Como si me golpease contra las cabezas del cráneo. Cogí carrerilla para asestarle un rodillazo en la barriga cuando vi que se empezó a levantar lentamente con su cara de sádico, riéndose como si disfrutase con aquello… Perdón, DISFRUTABA con aquello. En ese momento cogí carrerilla para asestarle un rodillazo en la barriga, que todavía estaba a una altura accesible. Asombrosamente, el tipo lo esquivó con total maestría, no era un tropiezo por el vaivén del metro o la falta de coordinación por la borrachera. Me cogió de la pierna, me la dobló y caí al suelo de boca. Eso sí que no me lo esperaba. Ni siquiera me dolió. En situaciones de total emergencia el cuerpo está preparado para no sentir dolor. Aunque siempre había tenido serias dudas sobre que mi cuerpo fuese inteligente, ahí sí que no me había abandonado.

-Si buscas guerra, gatita, te la daré encantado. –Y se me echó encima con la cara de obseso que tenía. Babeando y con los ojos salido de las cuencas. Ahora yo ya pensaba con la cabeza fría.

¿Pero qué esperaba este? ¿Pretendía violarme en el metro? ¿Pero es que no sabía que tarde o temprano un guardia o algún ciudadano ejemplar vendría a ayudarme con actos y no con palabras y me libraría de él? ¿O su intención es que esperaba que fuera más tarde que temprano y así le diera tiempo? Definitivamente no. Era evidente que alguien me salvaría si empezase a desnudarme. Quería creer. Yo en sí luchaba por quitármelo cuanto antes de encima, no por miedo a una violación, que tampoco había descartado al 100%, la verdad, viendo el panorama de que todavía estaba sola ante el peligro. Pero antes de que el tipo pudiera volver a manosearme o chuparme de nuevo, desapareció de mi espalda. Escuché un ruido metálico y me giré. Sólo una única persona podría haber estado allí para salvarme, y esa sólo podía ser Bryce.

Lo había levantado a pulso y lanzado de cara contra la barra de metal. Justo en la nariz. Que junto con la boca, también le sangraba. El tipo todavía no perdió el conocimiento. Era duro de pelar. Vi muerte en la mirada de Bryce. Totalmente inexpresivo miró al tipejo, que se revolcaba de dolor por el suelo con las manos en la cara. Ese golpe sí le había dolido. La última vez que había visto a Bryce así, fue cuando me tiró al suelo y me robó un beso aquel día en la Uni por la tarde. Iba a matarlo si no se lo impedía.

-¡Bryce! ¡No lo mates! –Dije levantándome corriendo aferrándome a su brazo.

Él se había dado la vuelta y caminaba implausible, como Terminator hacia su víctima mortal. Se paró, me miró y no me vio. Levantó el brazo y me sostuvo en alto, colgando de él, cargando con todo el peso de mi cuerpo como si fuera una pluma. Ahora estaba mucho peor que aquella vez. Sólo tenía una posibilidad y así lo hice. Me solté cuando volvió a enfocar su blanco en el tipo. Corrí hacia él y me puse frente á él, con los brazos abiertos. Llorando de pavor. Temiendo por Bryce y por las consecuencias de sus actos.

-Valeria, apártate, no quiero hacerte daño. Voy a matar a este tipo que te ha hecho eso. –Dijo atravesándome con la mirada llena de odio. No le temblaba ni un músculo, y eso que se estaba conteniendo.
-¡No! Estás descontrolado y no eres consciente de lo que puedes hacerlo. ¡Puedes ir a la cárcel! –Grité desesperada viendo que seguía acercándose a mí. Me cogió por el cuello de la camisa del uniforme y me apartó como si fuese una basura.
-Te lo advertí. –Dijo sin ni siquiera mirarme a los ojos. En ese momento cogió al tipo por el cuello, lo levantó un metro del suelo.
-¡NOO! –Grité con todas mis fuerzas, pero le plantó el puño en la cara con una fuerza nuclear.

La cara de terror de aquel cretino no tenía comparación con la mía. Cayó dos metros más atrás. Varias personas salieron corriendo gritando de allí pidiendo auxilio. Y yo también habría hecho lo mismo si hubiera tenido un 0.01% de certeza de que eso valiese para detenerlo. El borracho perdió por fin el conocimiento. Pero eso a Bryce no le bastó. Pues seguía andando el pasillo, acortando la distancia entre los dos, tranquilo, sin prisa. No había motivo, pues el otro no iba a moverse de allí y nadie era físicamente capaz de pararlo. Él no decía nada, nada tenía que gritar. Todo lo que tenía que liberar para desahogarse lo hacía por medio de la fuerza. Esta vez preparó la pierna para asestarle una patada. Me levanté como pude y me abalancé sobre él para subirme a su espalda. Pataleé, grité, lo golpeé y nada. Le tapé los ojos con las manos y de una sacudida volví a caer al suelo. La bofetada con todas mis fuerzas que le había dado en la cara no sirvió de nada. Como todo lo demás.

De la patada que recibió el pobre desgraciado en su estómago contra el suelo, vomitó sangre incluso estando inconsciente. Ahí supe que ya no podía perder más tiempo. En ese justo momento se me paró el corazón, pero había bombeado suficiente sangre para permitirme escurrirme como pude por el suelo y sin saber cómo, llegar a tiempo para interponerme entre los dos. Recibí toda la fuerza del puño de Bryce sobre mi cara. En ese justo momento en que sus nudillos entraron en contacto con mi labio, él volvió en sí de su trance endemoniado. Vi su cara de horror y sus ojos. Los suyos. Los que tanto quería y buscaba. Ahora era Bryce y no un cuerpo vacío y sin alma. Milagrosamente no me desmayé ni perdí el conocimiento, sino que mi corazón volvió a latir. No con normalidad, pero sí a latir. Una milésima de segundo antes de golpearme, una parte de su cerebro se había dado cuenta a tiempo de que era yo para no matarme. Suficiente para reducir la fuerza lo justo. No sé cuánto tiempo pasamos así, él mirándome a mí y yo mirándolo a él. Clavándonos las pupilas mutuamente. A mí me pareció un segundo, pero sé que fueron muchos más. El tren se paró después, habíamos llegado a mi estación.

Yo lo miré aliviada, limpiándome la sangre que había empezado a salirme a borbotones del labio superior, que pronto se me hinchó y comenzó a quemarme por dentro. Él me miraba horrorizado. Con los ojos muy abiertos, incrédulo. Odiándose a sí mismo y despreciándose infinitamente. Se lo veía en los ojos. Me levanté como pude del suelo, completamente dolorida. El golpe lo había recibido en la cara, pero me sentó como un mazazo en cada hueso del cuerpo. Fui a por los niños, le di mi mano a Rafael, que también se la tenía dada Mario. Con mi otra mano cogí el brazo de Bryce, que todavía estaba parado, de pie, sin reaccionar, en shock. Y sin mayor esfuerzo lo saqué afuera del vagón, guiándolo mientras se miraba las manos, que le temblaban todo lo que no le habían temblado antes. Salí de aquel lugar sin mirar a nada ni a nadie. Una vez afuera, pude respirar, acongojada y entrecortadamente, pero al menos respiraba. Bryce reaccionó entonces.
-Lo siento. –Dijo sin mirarme a la cara. Seguía pendiente de sus temblorosas manos. Es lo que pasa cuando un chute inhumano de adrenalina abandona tu cuerpo instantáneamente. –Salí en tu busca cuando te fuiste. Te vi entrar por el último vagón del tren, y para no perderlo tuve que entrar por el primero. –Lo busqué con la mirada pero me la apartó. Era incapaz en ese momento de mirarme. –Fui por todos los vagones hacia el tuyo. En cada uno pensaba <en el siguiente estará>, pero no era así. Te buscaba en la cara de la gente y no te encontraba. –Le temblaban los ojos. Le temblaba todo el cuerpo. Y su cara mostraba un profundo dolor. –Escuché gritos. Tu voz pidiendo ayuda. –Ahí se paró. Le dolía recordar. Lo veía en sus expresiones, su forma de hablar y de mirar. Necesitaba tiempo para concentrarse. Yo lo miraba como si nadie nos estuviese observando allí. –Te vi a través del cristal que separaba a los dos vagones. Nadie hacía nada por ayudarte. Solo correr gritando por la cabina. Y tú estabas ahí… sola…llorando… con ese tipo… -Hizo una mueca de dolor. Revivir ese momento aunque sólo fuese como un recuerdo, lo estaba matando por dentro. Nunca lo había visto así. Me dolía más a mí verlo así que cuando viví aquello. –Casi no destrozo el tren al ver que se había atascado la puerta que nos separaba y que no se abría… -Seguía mirándose las manos, temblaba más que antes. Yo no sabía qué decir, pero algo me salió en ese momento. No soportaba verlo un segundo más así.
-Bryce, ya ha pasado todo. No pasa nada. Ya todo está bien. No te comas más la cabeza. Salgamos de aquí. Necesitamos que nos dé el aire. –Y sin decir nada, sin pronunciar una palabra, lo cogí del brazo y salimos a la calle. Caminamos hacia mi casa en completo silencio entre él y yo.

Rafael y Mario me miraban asustados. Aquello había sido demasiado traumático para ellos. Les pregunté si estaban bien, los dos respondieron con la cabeza. Les dije que no había nada que temer, que ya estábamos a salvo y que pronto llegaríamos a casa. Y así fue, en diez minutos eternos ya estábamos plantados en el portón de la calle de mi bloque de pisos. Me paré a sacar las llaves y abrir la puerta. Entramos. Pero sólo los niños y yo. Bryce se quedó afuera, en la calle, mirándome en un modo que no supe averiguar.

-¿Por qué no entras? Quédate conmigo esta noche, por favor. –Dije suplicante. Me temía que eso no iba a ser así. Él me miraba callado. Pensando algo que tampoco supe adivinar. Su mirada era todo un enigma que me estaba matando. 
-¿Por qué dices que no pasa nada? ¿Que todo está bien? ¡Sí que ha pasado! ¡Y no, nada está bien! –Él seguía anclado en mis palabras en la estación. No se había recuperado emocionalmente de lo ocurrido. ¿Qué era lo que pensaba? ¿Qué lo comía por dentro? Sentía que lo que lo había estado preocupando esta tarde era el causante de todo. Que lo del metro había solo un pequeño empujoncito hacia la barbarie de pensamientos que debían estar inundándolo ahora. ¿Había estado pensando en eso todo el camino? La respuesta era una afirmación evidente.
-¿Qué quieres que te diga? Yo estoy bien, tú estás bien. ¡Ese incidente forma ya parte del pasado! –Estaba muy asustada. Aquello sonaba a despedida. Y no me estaba equivocando. 
-¿Qué estás bien? ¡¡¿Qué estás bien?!! ¿Te has visto la cara? ¡Tienes el labio destrozado! Y es por mi culpa. ¡Todo es por mi culpa! Me prometí que te protegería, que no te dejaría sola. ¡Pero por ser un cobarde que no quiso afrontar sus problemas te dejé que te fueras! –Tristeza y desesperación se dibujaban claros en su rostro. No estaba gritando, ni hablaba levantando la voz, pero su desgana al hablar y sus ojos horrorizados mientras me miraba recordando eran una tortura. Prefería que se hubiera puesto a gritarme como un loco en mitad de la calle. Así se habría desahogado y no tendría esta sensación de despedida. –Si no fuera como soy no te habría pasado esto. ¡No te habrían atacado porque ni siquiera te hubieras montado porque no te habría dado motivos para irte a casa! ¡Y si mi puto orgullo no fuera como es, habría ido por ti mucho antes y hubiera estado contigo, a tu lado en ese momento, y a este tipo no se le habría ocurrido tocarte…! –Cada palabra que pronunciaba, pesada como el plomo, me desgarraba el alma. Y a él también. Como un puñal se clavaba en donde más dolía. –Y encima, además de llegar tarde, más que defenderte te hago daño… -Finalizó abatido, sin fuerzas para hablar o vivir. Yo no pude decir nada durante todo ese tiempo. Sólo mirarlo pensando que se equivocaba.
-No es así. Bryce, tú no puedes estar siempre pegado a mí vigilando que estoy sana y salva y que no me pasa nada. ¡No puedes contratarme un guardaespaldas que me persiga día y noche! Tengo una vida y tengo que seguir con ella adelante. ¡No puedo quedarme encerrada en casa por miedo a que un atracador o un borracho se me echen encima! –De pronto me vi gritando desesperada viendo que lo estaba perdiendo y no podía hacer nada por evitarlo. -¡Tú no tienes la culpa de eso! -Y no lo decía para autoconvencerme, no era algo que pensara, era algo que sabía.
-¡Y qué mas da! ¡Qué mas da que no hubiera pasado nada en el metro! ¡Qué más da que te hubiese encontrado apoyada plácidamente sobre la barra! ¡¿Hubiera estado mejor todo lo que he hecho?! ¡Esto sólo me ha abierto los ojos! No te conviene estar conmigo. Hay muchas cosas que no sabes de mí. Yo no soy bueno para ti. –Y agachó la cabeza para no seguir sosteniendo mi mirada. Tenía los puños cerrados a cada lado. Le temblaban. Estaba conteniendo muchos sentimientos que yo no pude controlar.
-Eso no lo sabes. ¡Bryce! ¡A mí no me importa lo que hicieras en el pasado! ¡No te quiero por lo que eras con los demás, te quiero por lo que eres conmigo! -Me quedé callada, esperando una respuesta por su parte, una respuesta que nunca llegó. -Esto no es una despedida. ¿Verdad que no? Estábamos bien. ¡Prometimos volver a intentarlo! ¡Estábamos muy bien! ¡Déjame demostrarte que te equivocas! Que eres bueno para mí… Bryce… Por favor… -Empecé hablando muy alto, gritándole a ver si mi alto tono de voz tenía mayor efecto en él, pero a medida que veía que no levantaba la cabeza para mirarme, me fui convenciendo de que todo estaba perdido. Hasta que mi voz se quedó en un hilo casi inaudible. 
-Lo siento. –¿Quería una respuesta? pues toma, ahí la tenía. Esas fueron sus últimas palabras antes de girarse para echar a andar alejándose de mí, de todos mis sueños y esperanzas.

No dije nada, no pronuncié su nombre aunque un grito silencioso me desgarrara el pecho, luchando por salir. Me limité a mirar su esbelta figura que ahora se me antojaba menguada, alejarse entre una muchedumbre ajena al dolor incluso físico que empezó a sentir mi corazón. Con cada paso que daba lo echaba más de menos. No recuerdo cuánto tiempo me quedó mirando a la gente pasar, esperando encontrar su cara entre la de los completos desconocidos que caminaban por la acera, buscándome arrepentido para decirme que había dicho una locura, que lo olvidase todo y que quería estar conmigo. Pero eso no pasó. 

Si no hubiera estado al cargo de dos niños pequeños, habría salido corriendo detrás de Bryce, lo hubiera perseguido hasta el fin del mundo y lo habría hecho entrar en razón. Pero por suerte o por desgracia, la casualidad había querido que me encontrara a mi vecina entre más de ocho millones de habitantes en una estación de metro de las más de cuatrocientos cincuenta que hay en el mismo momento de los mil cuatrocientos cuarenta minutos que hay en el día. Tal vez no era una casualidad, era demasiado improbable para ello. Tal vez era una jugada del destino. Tal vez algo que se me escapa de las manos había dispuesto las cosas así para dejarlo estar. Tal vez era así como debíamos estar. Él ya se había dado cuenta, ahora sólo tenía que darme cuenta yo.Todo mi mundo se quedó en modo “pause” en ese momento.