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Refranero

martes, 17 de septiembre de 2013

Capítulo 66: Gravedad

Capítulo 66: Gravedad

Yo seguía asimilando la idea de saltar desde 5000 metros... cuando llegamos a los 5000 metros.

-¿Preparada para saltar?
-No.
-¿Preparada para mi salto?
-Tampoco.
-Estonces estás preparada.

No supe por qué dijo que estaba preparada si no lo estaba ni para saltar ni para su salto, hasta que soltó las manos del borde del portón de la avioneta. Ninguno de los dos saltó. Nos dejamos caer. Para lo que tenía que estar preparada era para los 9,8 newtons de fuerza de aceleración que empezaron a empujar de nosotros hacia el suelo. En esa milésima de segundo que tardé en darme cuenta, me hice a la idea de saltar desde 5000 metros. Soy de las personas que no asimilan algo hasta que lo está viviendo. No obstante, podría ser peor, podría ser de las que siguen sin asimilarlo aunque lo estén viviendo.

Bryce estaba a mi espalda y yo estaba en su pecho. Atados por correas. El paracaídas salvador unido a su cuerpo. Empezamos a descender, aumentando de velocidad, cada vez más rápido. Nuestros corazones latiendo acelerados, tal vez el mío más que el suyo. Cortábamos el aire a más de 200 km/h. No me hacía especial ilusión con toda una carrocería blindada protegiéndome de todo golpe, y ahora me encontraba en la misma situación pero sin ninguna protección. Unida por unas inertes correas al hombre que llevaba una lona atada a unas cuantas cuerdas metidas en una bolsa de tela. Cerré los ojos y abrí la boca para chillar como una posesa, sólo que no llegué a gritar ni a abrir la boca como una posesa, el aire a 200 km/h se colaba por mis labios e intentaba atravesarme el cráneo intentando perforar mi pared bucal. Pero me alegré de ello. Eso me permitió cerrar la boca y abrir los ojos. No tragarme nada que pueda ir pululando y ver todo lo que ocurría a mi alrededor. Las gafas protectoras me lo permitían, impedían que alguna molécula gaseosa pudiera entrar o salir de ellas. Aunque poco podía ver. Las imágenes desaparecían tan rápido como aparecían. Aunque tampoco había que ver, sólo cielo azul desplazándose a mi alrededor.

Me di cuenta de que sentía mucho frío. A esa altura es normal, supongo. Y el viento se colaba por mi ropa, o lo intentaba. Me había abrochado el belcro de las mangas y de los bajos del pantalón, y aún así se las arreglaba para colarse y hacerme tiritar. Me costaba respirar. ¿Sería porque el miedo le impedía a lo que sea que hace que la respiración sea automática o porque a esa altura la presión parcial del oxígeno es muy pequeña?Intenté dejar mi miedo a un lado. Sentir el cuerpo de Bryce pegado al mío me tranquilizaba cantidad. Pero el agujero negro que tenía en el estómago no desaparecía. Seguía sintiendo mis vísceras chocar con la cara interna de mi espalda. Intenté llevar a cabo las instrucciones que Bryce me dio cuando estábamos aún en la avioneta, mientras nos poníamos el arnés: <no abras la boca, no cierres los ojos, disfruta de todas las sensaciones. Y no veas, mira.> Esas escuetas y concisas palabras. Dejé de ver par empezar a mirar. Las imágenes seguían apareciendo y desapareciendo borrosas, pero yo ahora miraba, no veía.

Parecía que desde esa altura podía ver la curvatura de la superficie esférica de la Tierra. Podía ver el océano Atlántico, la ciudad de Nueva York, pequeños pueblos de alrededor, carreteras secundarias, puntitos de colores circulando por ellas, campo, el río Hudson... todo a tamaño de ridícula maqueta. E iba descenciendo más... Central Park empezó a aparecer como un pequeño rectangulito verde ante mis ojos, adiviné la Estatua de la libertad como uno de los puntitos de la desembocadura del río, ¿ese punto reluciente por la luz del sol es el Empire State Building? Miré hacia donde podría estar OakVille. ¿Estará entre esa maraña de casitas entrelazadas mi casa? ¿Mi madre mirándome a través de la ventana? ¿Desde aquí podríamos vernos? No me di cuenta de cómo nos acercábamos al suelo si no fuera porque las cosas iban apareciendo con mayor nitidez ante mis ojos, porque mi campo de visión desde que dejamos la avioneta seguía abarcando la misma cantidad de tierra, no era capaz de adivinar la distancia a la que me encontraba del suelo. Me parecía estar igual de cerca todo momento.

El aire poco a poco se fue tornando menos frío. Todavía no era cálido. Aunque... ¿Qué esperaba en pleno diciembre? Demasiado que la tela del mono me mantenía a temperatura que permitía la vida humana. Dejé ese estúpido pensamiento y me abandoné. No sabía cuáno tiempo llevábamos bajando ni cuánto nos quedaba. Cerré los ojos un segundo, y cuando los abrí, sentí que volaba. De hecho, estaba volando. Extendí mis brazos, antes pegados a mi cuerpo, alcé la barbilla y me sentí ave. El sonido del viento me ensordecía por completo. Molesto por ser interrumpido por mi brusca y fugaz aparición, se quejaba. Yo, una intrusa pertubando su orden, deshaciendo sus planes de desplazamiento, separando para siempre a las moléculas amigas que viajaban juntas, desordenando todo a mi paso, había aparecido para irme sin despedida. Incluso sentí un poco de pena. No mucho. Atravesar nubes es demasiado guay como para dedicar mucha atención a otra cosa. Lo sabía porque de pronto empezaba a estar rodeada de niebla y de repente no. Y también porque respiraba agua casi. Mi pelo, más vivo que nunca, me acariciaba violentamente. Algún que otro rizo se escapaba rebelde para ondear muy rápido muy poco recorrido.

Cuando estaba ya totalmente ida, en un estado parecido al nirvana, sintiéndome libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar, Bryce inició sus maniobras de actuacción. Para mi sorpresa, realizamos un giro de 180º grados hacia la derecha. Los dos empezamos a caer de espaldas, yo sobre él. Ahora sí podía gritar, el aire no entraba en mi boca. Me di el gusto de gritar como una auténtica loca. Pero aquello duró unos escasos segundos. Terminamos el giro hacia la derecha hasta la posición inicial. Ahí ya tuve que cerrar la boca. Bryce, con los brazos extendidos, empezó a dar bandazos, meciéndonos de un lado a otro. Me estaba mareando. Empezó a encogerse, yo a inclinarme hacia delante. De pronto estábamos cayendo en picado, bocabajo. La velocidad de bajada podía rozar los 300 km/h en ese momento. Ahí tambié pude gritar, me desquité los pocos instantes que duramos así. Volvimos a nuestra posición inical con una vuelta de campana. Ahí ya estaba yo totalmente acurrucada. Con mis brazos unidos en el pecho, las piernas encogidas y los ojos nuevamente cerrados. Bryce me tocó el brazo con su mano, buscando mis manos. Me dejé llevar, odiándolo mucho pero segura de él. Entrelazó sus dedos con los míos. Estiré mis piernas y las puse en contacto con las suyas. Los dos extendimos los brazos. Los dos abrimos las piernas.

En ese momento, éramos uno. Dejé de prestar atención al viento, al frío, al paisaje, al nudo en el estómago, al cosquilleo del pelo rozándome. Todos mis sentidos se centraron en sentir el cuerpo de Bryce pegado al mío. Los dos arriesgando la vida juntos, confiando el uno en el otro, dejando la vida en otras manos. Cualquier mal movimiento, cualquier error, cualquier imprecisión, podría desviarnos hacia una corriente de aire, dañar el paracaídas o hacernos caer girando sin control, incapaces de volver a la estabilidad del equilibrio, de manejar la situación. Ahi sólo existíamos él y yo. Ya no tenía más miedo. El mundo observándonos bajo nosotros. Sintiéndonos dueños de todo. Sintiéndonos más unidos que nunca. Cuando caes... mientras estás cayendo, nada importa. Ni lo que hay esperándote abajo ni lo que has dejado arriba. Y otra vez, sintiéndome en un estado superior al nirvana, sintiéndome más libre que el ave que decidió volver a su prisión después de escapar para al fin volar, Bryce volvió a actuar. Destrenlazó sus dedos de la mano derecha de mi mano derecha, y se separo de ella. Me entristecí, pero la tristeza duró poco, le dio paso al shock. Tiró de algo y el paracaídas se desplegó. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en vertical, bajando cada vez menos rápido, pero no lento.

Menudo susto que me llevé con el tirón tan repentino y brusco que nos pegó al extenderse del todo y atrapar aire en su interior. Sentí que el corazón se me paraba ahí. De hecho, creo que se me paró. Tuve que darme unos leves golpecitos para volver a sentirlo latir al galope. Bryce devolvió su mano derecha a mi mano derecha y me rodeó con sus brazos. Me encontré abrazada a mí misma y a él abrazado a mí, con su cabeza escondida en mi cuello, en mi pelo. Bajábamos, ya sí lentamente. Podía ver nuestra sombra en el suelo haciéndose cada vez mayor.Todavía nos quedaban muchos metros. Mi corazón dismiyó su frecuencia de latido y yo me relajé. O estaba empezando a tolerar el chute de adrenalina que llevaba acumulando desde que dejé la avioneta o me había extasiado por completo y esta es la sensación última al desmayo. Creo que lo segundo, porque si no, no sé cómo me atreví a decirlo...

-Bryce, te quiero... -La repentina rigidez que adquirieron los músculos de Bryce ante la sorpresa activaron algo en mí. Empecé a absorberla, tanta adrenalina circulando por mis venas me estaba haciendo perder el control de mí misma en todos los sentidos. Al final no fui capaz. -... decir algo. -Silencio. Los músculos de Bryce seguían tensos todavía, tensos como el mármol. Y los míos flácidos por completo. -Gracias.

Fue todo lo que alcancé a decir. Bryce por fin disminuyó su tono muscular y se relajó. No dijo nada. Sólo me dio un cariñoso apretón, estrujándome más acurrucada por él, protegiéndome del frío, del miedo, de mí. Eso hizo que fuera incapaz de pensar, y fue lo que más agradecí. Enfrentarse a todo lo que me puede inundar en un momento te deja hecho polvo. Seguimos descendiendo un rato en silencio, dejándonos llevar por el viento. Aterrizamos sobre una gran explanada de hierba seca con total éxito.Tal y cómo me explicó Bryce cuando el suelo estaba ya demasiado cerca, extendí las piernas frente a mí formando un ángulo de 120º. La gravedad se encargó de que mis talones encontrasen el suelo sobre el que derrapar. Bryce no podía hacerlo por su pie derecho, y no es buena idea usar sólo una pierna. Todo dependía de mí. Y lo hice muy bien. Las botas de montaña protegieron mis pies en todo momento. Fue una experiencia muy excitante. Saber que todo dependía de mí, me hizo guardar la calma como nunca antes en todo el descenso, bueno... eso, y ver lo cerca que estaba el suelo. Aunque aterrizáramos revolcándonos por la tierra, ya estábamos fuera del peligro de muerte. Cuando todo acabó, y empecé a prestar atención a mi alrededor y no sólo a hacerlo bien, me di cuenta de que Bryce estaba sentado sobre el suelo y yo delante de él, rodeada por sus piernas, que las había puesto más arriba que las mías durante el aterrizaje para asegurarse de no tocar el suelo con ellas. Me invadió un golpe de euforia y empecé a chillar como no lo había hecho en todo el viaje.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!!!! ¡MENUDO SUBIDÓN! ¡QUÉ FLIPE! ¡¡¡GUAUUUUU!!! ¡DÍOS MÍO! ¡NUNCA ANTES HABÍA EXPERIMENTADO UNA SENSACIÓN PARECIDA A ESTA NI EN UNA DÉCIMA PARTE! -Seguía flipando en colores. Colores en fluorescente y con purpurina. Estaba pegando botes en el suelo agitando los brazos muy rápido, moviendo la cabeza al compás. Bryce me puso una mano en ella y me la sujetó para que no la moviese. Casi me da un tirón en el cuello al parármela tan bruscamente.
-¡Estáte quieta! ¡Llevo todo el camino comiéndome tus pelos! -Gritó irritado.
-¡Serás borde! -Me giré un poco para mirarlo enfadada. -¡Qué culpa tendré yo!
-Qué manía con la culpa... Nadie te ha echado la culpa... -Empezó a desbrocharse el arnés de mala gana. Sin mirarme. Yo me quedé sentada en el suelo, no iba a hacer lo mismo que él.
-Pero lo pago igual. -Lo miré levantarse con trabajo. Miró al cielo y empezó a hacer aspas con las manos, llamando a la avioneta para que viniese a recogernos antes de tiempo, supongo. Porque ya debería saber que tenía que recogernos allí. Me quedé mirándolo desde el suelo. Tenía que alzar mucho el cuello para verlo, pero lo perseguía con la mirada esperando que me mirase. No lo hacía. Me harté. El cuello empezó a dolerme. -¿Pero qué te pasa ahora? -Me levanté indignada, sin quitarme el arnés ni nada.
-Me pones de mal humor. -Empezó a andar cojeando, alejándose de mí. Poca a poco. Lo miré indignada. Todavía no me había mirado a la cara desde que quería que lo hiciese. Lo vi alejarse, esperando en vano que se girara en algún momento, esperando lo que tenía que decir a eso. Me volví a hartar. Salí corriendo hacia él, arrastrando el paracaídas conmigo. Iba a tardar más en quitarme el arnés, con lo apretado que lo llevaba, que en llegar a él ralentizada por la fricción.
-¡¿En serio?! ¿¡Todo eso por el pelo?! -Me estaba haciendo realmente daño en los hombros por tirar del pesado paracaídas. ¿Cómo puede pesar tanto un cacho de tela? -¡Venga ya! -PLAF. Me caí al suelo ipso facto. No iba corriendo tan rápido, pero me pilló pisando una piedra a la vez que el paracaídas se quedaba detenido enganchado a algo. Menos mal que llevaba guantes y un mono de tela anti arañazos, mi piel quedó intacta, pero el golpe me lo llevé y eso no hubo nada que me lo quitase. Ahí al menos conseguí que Bryce se dignase a mirarme. No era de la forma en que lo hubiese preferido, pero me valía.
-Sí, por todo el pelo que tienes en la lengua y que te impide hablar con sinceridad! -Empezó hablando muy sereno y acabó alterado, con la voz alzada. Me clavaba la mirada dolido. No podía verlo, pero lo sentía. Si me costaba mirarlo a la cara sentada, mucho más tendida. Me cogió de las manos y me ayudó a ponerme de pie sin esfuerzo, sólo en mantener el equilibrio. -Ibas a decirme <te quiero>, y lo transformaste en un <te quiero decir algo> -Me lo dijo ya sí clavándome la mirada directamente a la cara una vez que me había puesto de pie y me sostenía por mí misma. Quería que me mirase, pero así me estaba intimidando mucho. -No pienses que no me he dado cuenta. -Se quedó callado, mirándome expectante, esperando mi respuesta. ¿Y qué le decía ahora?
-Quédate con que lo siento, no con mi intento fallido de decirlo. -¿Se lo estaba diciendo sin decírselo? Ni siquiera sé cómo me atreví a dárselo a entender. No se lo estaba diciendo tal cuál, pero si lo estaba haciéndolo saber. Bryce me miró frustrado. Ya no me clavaba su mirada, ahora parecía derrotado. Dado por vencido.
-Qué voy a hacer contigo... -Lo dijo suspirando. Sacando todo el aire de sus pulmones. Qué voy a hacer yo conmingo... Me encogí de hombros ingenuamente. Bryce giró la cabeza de un lado a otro. Indignado.

En ese momento la avioneta apareció en mi visión por el rabillo del ojo, se acercaba a mucha velocidad hacia nosotros. Sobrevolando la superficie sin tocarla pero arrancando las hierbitas del suelo por el aire que chupaba. Creando una gran escandalera a su paso. Los dos miramos hacia ella. La hélice del morro giraba precipitándose hacia nosotros, tan rápido que formaba un círculo gris en el que no se podían distinguir las aspas. Desplegó las ruedas, que pronto tocaron el suelo con un gran estrépito, creando una ola de polvo a su paso. Se paró a escasos dos metros de donde nos encontrábamos, despeinándonos, metiéndonos arenilla en los ojos, dejándonos paralizados. Todo duró un suspiro, pero fue casi tan intenso como toda la bajada en caída libre.

Me parece bien que algo inesperado interrumpa los momentos en los que ninguno de los dos sabe qué decir, pero dentro de una cierta lista de cosas medianamente aceptables. O que por lo menos no pongan en riesgo a nuestra capacidad de resistir paradas cerebrovasculares. Bryce reaccionó antes que yo, se acercó a mí y me desaflojo los cierres del arnés para que yo terminara de quitármelo. No terminé de quitármelo, él solo cayó al suelo por su propio peso. Ninguno dijimos nada al piloto sobre su temerario manejo de la avioneta. Si es que en verdad nos gusta vivir al límite... En un momento ya estábamos sobrevolando los cielos en dirección a lo que suponía debía ser el aeropuerto. Eso sí, el viaje de vuelta lo pasé relatándole al piloto lo fantástica que había sido la experiencia. Era incapaz de mirar a Bryce después de lo que dije. Sé que se dio cuenta, no se le escapa una, y menos una tan evidente. Sobre todo por el excesivo entusiasmo que ponía en relatarle el viaje al desconocido piloto, y lo esquiva que estaba con él. Pero mejor que se de cuenta y lo deje estar a que no e intente algo.

Es triste pero... ahora que la gravedad me atraía a ras de suelo y tenía la mente fría para pensar y actuar, no estaba tomando mejores decisiones que cuando tenía la mente en caliente atraída por la gravedad a ras de cielo. 

sábado, 20 de julio de 2013

Capítulo 65: Pececito

Capítulo 65: Pececito

Las ventanillas del Hummer que conducía estaban subidas. Era el mismo coche en el que sus secuaces me secuestraron y durmieron para llevarme a su mansión. El día en que me pagó todas esas terapias para la piel, vestidos, peinados y maquillaje sólo para convertirme en una chica “digna” de él. No hace tanto tiempo de eso, pero sí hace muchos momentos de eso. Circulábamos por una carretera de doble sentido de dos carriles hacia cualquier sitio. La calefacción puesta, calentando nuestra piel, aunque más bien impedía que se enfriara. No me di cuenta hasta entonces de cuánto frío hace fuera de la gran urbe. La radio llenaba el interior del coche con alguna canción de rock antiguo. Las muletas descansaban en los asientos traseros. Para andar le duele el tobillo, para conducir misteriosamente no. No había mucho tráfico y yo lo agradecí porque mi queridísimo conductor no estaba dispuesto a bajar la velocidad aunque se nos acercara de frente la estampida de ñus que mató a Mufasa. Bryce estaba demasiado pendiente en adelantar a los coches y yo en no adelantar la hora de mi muerte. Y lo mejor es que todavía no sabía a dónde me llevaba. No quería decírmelo. Sorpresa. Igual si le di alguna idea para practicar juntos un deporte de riesgo, consistía en el <squiving>... esquiving coches para no matarnos. Porque, aunque no tenía puesto el control de crucero para dejar la velocidad fija, tenía puesto el control de pedal. Lo que venía a ser el pie encima del acelerador con una precisión maestra. Sin dar acelerones pero sin disminuir la rapidez. Adelantando y esquivando con total maestría, sin giros bruscos de volantes o excesivas maniobras. Llevaba una sonrisa dibujada de oreja a oreja que no aguanto. Esa sonrisa de autosuficiencia y alarde. Conducía con las dos manos en el volante, a esa velocidad, un milímetro más o menos al girarlo puede ser el determinante del estrellato o el estrellazo. Sí que habíamos estado muy cerca de tocarnos con algún coche en frecuentes ocasiones, pero eso formaba parte del plan de Bryce. El riesgo. La adrenalina. El frenesí. La emoción. La intensidad. El peligro. Los 200 km/h. El éxito de la victoria de superar los retos que él mismo se propone. ¡Qué importan las multas! Él es Bryce Domioyi, él no paga esas cosas, para eso ya da al año una buena cantidad de dinero a la policía. ¡Qué importan los accidentes! Él es Bryce Domioyi, él lo tiene siempre todo controlado, nada le puede salir mal si eso depende de él. ¿Por qué estaba tan seguro de sí mismo? ¿Tantas veces hace esto? Y ahí caí en la cuenta... Las carreras de coche.

-¿Cuantás carreras de coche has ganado? -Me entró la curiosidad. Oye. Bryce se quedó un momento confuso. Como si hubiese olvidado que alguien iba a su lado. Desconcertado por la interrupción en su burbuja de la conducción.
-Todas. -Y la sonrisa de oreja a oreja que ya llevaba dibujada en la cara, se torció un poco para mostrar su orgullo y satisfacción. -La pregunta ofende. Pero te lo dejo pasar porque no puedes evitar intentar convencerte de que no soy tan perfecto como parezco. Lo comprendo. Sería demasiado frustrante ser consciente de ello. -.............................................

Lo dijo sin quitarle ojo a la carretera. Será todo lo chulo que quieras, pero sabe hacer las cosas bien. Y por eso siempre las ha ganado todas. Sin apartar la vista en todo momento de la carretera, con toda su concentración puesta en ella, manejando el volante a dos manos. No dejaba ninguna de lado por alardear vacilando aún más. Eso sí me gustó. No porque así me sienta más segura en el coche, que también, sino porque es consciente del peligro. El peligro de dejar alguno de sus cinco sentidos ocupado en otra cosa que no sea importante. Hacer locuras con cordura. Correr riesgos sin arriesgarse. ¿O lo hacía para seguir superando los retos que se proponía en vez de por seguridad? ¿Seguir adelantando coches, demostrando quién es el dueño del volante y de la carretera, en vez de no perder el control en ningún momento? Piensa bien Valeria, piensa bien. Lo hace por la seguridad. Deja de quedarte con las posibles malas interpretaciones de las cosas.

-¿No dices nada? -Dijo con la misma sonrisa de antes, aunque esta un poco menos ególatra. -Las chicas que iban a mi lado en las carreras nunca se cortaban un pelo.
-Las chicas que iban a tu lado en las carreras no tenían problema en aceptar lo perfecto que eres. A ellas no les frustraba ser consciente de ello. -Respondí con retintín. Giré la cabeza hacia la ventanilla derecha y apoyé la barbilla en el puño cerrado. ¿Intenta darme celos? No va a conseguirlo.
-Tonta... Ahora te has enfadado y te has puesto a mirar por la ventana. Pensaba que te haría ilusión conocer cosas de mí. De mi pasado.
-Eso es lo que tu quisieras, que me enfadase, así mostraría algo de interés. Pero me da igual a quién has montado en tu coche o no.  Miro por la ventana intentando averiguar por los carteles que leo, dónde me llevas. ¿Y conocer cosas sobre tu pasado? Pienso que la ignorancia me hará más feliz. -Intenté disimular mi voz despechada. Lo intenté...
-Jajajaja. ¿Tan oscuro piensas que fue? ¿Crees que era el típico matón que entraba en fiestas ajenas acompañado de su pandilla para acabar destrozando el lugar porque se aburrían? ¿Que iba por ahí con cinco tíos más a meterse con el primer desgraciado que viese y desquitarse con él porque se divierte maltratando a los más débiles? ¿Que se ha ganado el respeto a base de infundir miedo? ¿Qué disfruta tortuando animales callejeros? ¿Que se gastaba el dinero que le dan sus papis en vicios y cosas carísimas? ¿Que se emborracha y se droga y se acuesta con mil tías? ¿Que hacía peligrosas carreras de moto y de coche poniendo en peligro la vida de otras personas que le importaban una mierda? ¿Que chantajeaba a cualquiera del que quisiera algo con bajas amenazas? ¿Que apostaba dinero y propiedas en juegos estúpidos? ¿Pero que luego se libra de todo porque soborna con grandes cantidades de dinero a la policía y los jueces? ¿Que no respetaba ni a su propia familia y les hacía la vida un infierno? ¿Que no quiere a nadie, ni siquiera a sí mismo? -¿Se lo estaba inventado sobre la marcha con la poca capacidad de pensar en otras cosas que le permitía toda su atención ocupada en la carretera? ¿O estaba sólo haciendo memoria y recordando?
-Sí. Sólo que con la diferencia de no te acostabas con mil tías. Creo recordar que me dijiste que estabas esperando encontrar la especial. -Algún golpe bajo me tocaría dar a mí. ¿No?
-Jajajaja. ¡Qué capulla! -Empezó a reírse, moviendo la cabeza ligeramente de un lado a otro, sin quitar la vista de la carretera. No me había mirado desde que rebasamos los 150 km/h. -Yo hablaba de la diferencia de las drogas. Jajajaja. -Giré la cabeza rápidamente para mirarlo indignada. Con cara de circunstancia. Él desvió unos milisegundos los ojos en mi dirección sin mover la cabeza. Suficiente para adivinar mi rostro.
-¿Te has molestado porque no he desmentido que hiciera todas esas cosas o porque no he desmentido que me tiraba a mil tías? Bueno, te voy a ser honesto. No fueron tantas. En Nueva York no hay tantos antros dignos de mi presencia como parece. Jajajaja. -Me entraron ganas de coger las muletas de los asientos traseros para metérselas por los ojos de un solo golpe. Lo hubiera hecho si no fuera porque eso implicaba poder estrellarnos y morir. O peor, quedar lisiados de por vida. En su defecto, saqué mi faceta de intento fallido de buena actriz.
-¿Molesta? Para nada. Si me he girado así tan repentinamente es porque no encontraba mi móvil. Olvidé que lo había dejado en el bolsillo del chaquetón en vez de en el bolso. -¿Colaría?
-Anda, anda. Sigue prestando atención a la carretera, que ya dice dónde vamos y ni te has fijado. -Miré a través del parabrisas y ahí apareció un inmeso cartel en lo alto de la carretera que ponía AEROPUERTO. -¿Por qué no dices nada? ¿No tienes curiosidad por saber qué vamos a hacer allí? -Dijo Bryce tras haber pasado el tiempo de espera de cortesía para que dijese algo.
-A veces se es más feliz en la ignorancia. -Dije sin entonación. Sin expresión.
-Disfruta entonces de tu caduca felicidad. -Dijo de nuevo con esa sonrisa de ideas perversas que se guarda para sí mismo. Yo volví a mirar por el cristal derecho con la barbilla apoyada en el puño. Mi brazo descansaba en el recodo.

Me quedé muy intranquila. No sé si por no saber qué íbamos a hacer en el aeropuerto o por no saber qué parte de lo que había dicho Bryce era broma y qué verdad. No se qué me preocupaba más, si era cierto que se había acostado con muchas y que mintió al decirme que se reservaba para la elegida, o todas las fechorías que había hecho. Y no saber qué me preocupaba más, me preocupaba aún más. Empezó a sonar una canción que me gustaba en la radio y aproveché para darle volumen e intentar dejarme llevar. Scar tissue de los Red Hot Chili Peppers. Eso hizo que Bryce se emocionara aún más, lo que derivó en que su pie también se emocionara más, consecuentemente, el motor del coche también se emocionó más y alcanzamos los 220 km/h. Noté el empujón del coche, el acelerón, el aumento de potencia, el motor funcionando apresurado, la emoción de Bryce, la mayor tensión de mis músculos, la mayor rapidez con la que dejábamos los coches atrás, los movimientos cada vez más precisos y calculados, los altavoces del coche vibrando por toda la cabina. En ese momento sentía que podía notarlo todo. ¿Los Hummer siempre han sido tan veloces? A esta velocidad y con esta envergadura, parecía una máquina de destrucción masiva, algún vehículo de las fuerzas especiales de ataque del estado, súper mortífera e implacable. Pero me negaba a bajar el volumen, si iba a estrellarme, lo haría con estilo y escuchando una buena canción. No dijimos más nada en el resto del viaje. Tampoco es que haya durado mucho. A esa velocidad, las lejanías se convierten en cercanías. Y el aeropuerto en sí ya estaba muy cerca. No dijimos más nada porque los dos queríamos escuchar la canción, y la canción acabó justo cuando entramos en el parking. Apagué la radio antes de que empezara a sonar otra canción, no quería descubrir que la siguiente me gustaba e iba a quedarme sin poder escucharla.

-¿Tú pagando el parking? Creía que a los Domioyi les tendrían reservado un garaje exclusivo. Con azafatas esperando con una copita de champagne y una enorme sonrisa. -Bryce estaba maniobrando para aparcar semejante variante de tanque con ruedas. Curiosamente, la plaza en la que estaba aparcando era más grande que cualquier otra. Y tenía la puerta de salida justo al lado. Tendría que haberse quedado libre hace poco.
-Y tengo un garaje exclusivo. De hecho, todas estas plazas que ves son de la propiedad de mis padres. -Dijo mientras dábamos marcha atrás a demasiada velocidad. Lo fuerte fue que al frenar repentinamente para no chocar contra la pared, no nos paramos bruscamente, sino con suavidad. ¿Pero cómo lo consigue este chico? ¿O este coche? -Casi me atrevería a decir que me pagan por aparcar aquí. -Habló justo al terminar de levantar la palanca del freno de mano. Rio con descaro. ¿En qué momento le entró toda la majadería? Lleva un viajecito... Serán los aires del Hummer. Y yo no tengo ni coche... -¿Te ha gustado el viaje? Apenas hablaste. -Se quitó el cinturón de seguridad y me miró expectante.
-Se puede decir que lo he disfrutado pero no lo he pasado bien. -Me quité el cinturón y lo miré también expectante.
-Con lo fácil que es decir sí o no, y va y me dice me dice que sí pero no... -Puso cara de indignación y movió la cabeza de un lado a otra fingiendo desaprobación.
-Con lo fácil que es quedarse con la parte buena de las cosas, que he disfrutado, y va y se queda con la mala, que no lo he pasado bien. -Respondí imitándolo. Él se me quedó mirando fijamente. Ni serio ni alegre. A lo Bryce.
-De hecho, no es fácil. Quedarse con lo bueno es lo más difícil. -Seguía mirándome fijo. ¿Qué está pasando por su mente en este momento? Él mismo me estaba justificando por qué siempre me quedo con la mala posible interpretación de lo que hace. Pero seguía sin ser una justificación, no tenía, porque con el resto de personas siempre intento pensar en la buena. Seguía dándole vueltas a eso porque era algo que me comía por dentro.
-No te quito razón. Pero a veces pasa que gracias a no pasarlo bien, disfrutamos más de las cosas. Aunque eso es una vez que han acabado y reflexionas sobre lo ocurrido. -Ya estaba enrevesando esto demasiado. -¿Ves? Lo malo puede convertirse en bueno. Sólo hay que darle tiempo y no hacer un juicio anticipado. Nunca sabes si al mirarlo después, puedes sacar algo bueno que supera a todo lo malo. Entonces la valoración es positiva y te alegras de que haya sido así. -Bryce frunció el ceño y salió del coche. Yo me quedé mirándolo confusa. ¿Qué iba a hacer? Una vez fuera, me hizo señas con la mano para que yo también saliese... Ah... Vale... Que era para salir ya... Salí yo también del coche y él lo cerró con el mando a distancia. Me coloqué a su lado. Me estuvo mirando todo el rato hasta que llegué a él.
-Bueno, y ahora ¿podrías explicarlo para alguien que no está en tu mente y no entiende la vida como tú? -Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar. Yo a su lado.
-Claro. -Empecé hablando muy entusiasmada. -Yo estaba en continua tensión dentro del coche pensando que en cualquier momento nos matábamos. Ahí no lo estaba pasando bien. Pero al parar al fin el coche y ver que estaba sana y salva, me di cuenta de cuánto disfruté viajando en un Hummer a 220 km/h y la sensación de que nada podía con nosotros. -Bryce me miraba interesado. Como si las tonterías que estaba diciendo fueran importantes.
-¿Y no hubiera sido mejor que no hubieras estado en tensión durante el viaje? ¿Haberlo disfrutado durante que llegar a esa conclusión después de meditarlo? -Me sorprendió que su interés llegase incluso a pensar en mis palabras. No sé como aguanta que desvele los nudos que llevo en la mente. Me quedé pensando yo también en eso un momento.
-Sí, supongo que sí. Pero como no podía evitarlo, intento quedarme con la parte buena. ¿Ves? Al final si es fácil quedarse con ellas. -Y le dediqué mi mejor sonrisa. -¿Ves? Entonces, si es como tu dices, y has sacado algo bueno de todo lo malo que hace que la valoración sea positiva y te alegras de que haya sido así, -comenzó a hablar usando mis propias palabras, así podía apelar a ellas si yo objetaba algo al respecto de lo que iba a decir sobre ellas, -cuando te pregunté si gustó el viaje, realmente sí hubiera sido más fácil decir sí o no que sí pero no. En tu caso sí, porque después de tu reflexión, concluiste que lo bueno de disfrutarlo superó a lo malo de no pasarlo bien. -Seguía apretando las cejas, concentrando toda su concentración.
-No, no, perdona. Esa explicación era de un caso hipotético. Yo no he dicho que haya sacado una buena reflexión del viaje. -Me mata. Este me mata. Ya lo estoy mareando demasiado.

Intenté mirarlo con cara de disculpa. Él sólo se desesperó algo más de lo que ya lo estaba. Lo veía en sus ojos, no sabía dónde ponerlos. Y en sus manos, no sabía dónde posarlas. El que siguiéramos andando, rodeados ya de un montón de gente, pues estábamos paseando en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy a las cinco de la tarde, ayudó a superar su frustración. Pues tenía que estar pendiente también de no chocarse con nadie y no sólo de cuánto lo agobio. Había mucho gentío, todo el intenso murmullo de la ciudad aumentado. Pues aunque aquello era tan grande como cuatro centros comerciales, los densos muros de hormigón armado no dejaban escapar ni una honda sonora. Parecía estar dentro de un enjambre de abejas. Sonidos de caída de objetos al suelo, de música de las tiendas, de máquinas registradoras, móviles que reciben mensajes o llamadas, flashes de cámaras de foto, voces altas, voces más bajas, algún que otro avión que se escucha a lo lejos despegar o aterrizar, los pasos de la gente al andar, el sonido de las platos y vasos cuando se dejan en las mesas, las ruedas de las maletas al girar, canciones que cantan pobres personas que intentan ganarse algunas monedillas... Me quedé inmersa en ese lugar. Había estado antes, pero nunca había ido con tan prisa para apreciarlo bien... Gente apresurada dispueta a no perder su vuelo, jóvenes con grandes mochilas echados cansados por los suelos esperando tal vez a un transbordo, gente comiendo en los bares de comida rápida o los caros restaurantes que cobraban por un ojo de la cara el suplemento de estar alojado dentro del aeropuerto, gente ojeando las tiendas, algunos comprando, niños entusiasmados por tal vez su primer vuelo en la vida, otros demasiado pequeños descansaban tranquilos en carritos de bebé o lloraban y gritaban con fuerza, algún que otro cuponero intentando vender algún cupón, algún que otro viajero pidiendo dinero para poder pagar su vuelo de regreso a casa, gente con buena pinta, gente con muy mala pinta, familias unidas, ejecutivos indiferentes al resto, parejas ilusionadas, solitarios aventureros, ancianos con el brillo de la juventud en los ojos, gente feliz de irse de viaje, gente que prefería no tener que viajar... La vida de miles de personas en ese lugar.  

-Valeria, de verdad, te lo prometo. ¡Te juro que intento entenderte! Comprender tu forma de ver las cosas... Pero no puedo... Cuando creo que lo consigo, cuando todas mis piezas encajan, acabas diciendo algo que me desmorona todo el puzzle. ¿Por qué no hablas claro y dices las cosas sin darle vueltas ni rodeos en vez de usar situaciones hipotéticas? -Bryce seguía frustrado, y no era para menos. Se habái sacado la mano de los bolsillos, y eso ya es decir. No me estaba regañando, pero me sentí igual. Siempre me siento así cuando tiene razón en lo que dice sobre las cosas que deberían ser de otra manera. -Me harías muy feliz. No sabes cuánto me agobia no saber qué piensas.
-Pero es que soy incapaz de decidir si es un sí o un no, o un bien o un mal. No es todo o nada. No puedo quedarme con el blanco o con el negro. -Yo también empcé a agobiarme. Conocía este problema mío. Pero normalmente dejo mis problemas conmigo misma en el cajón del olvido y no les presto demasiado atención para intentar resolverlos... Por eso mismo, porque me agobio. -Pero si puedo dejar de hablar de situaciones hipotéticas y limitarme a decir no lo sé cuando no lo sé. -Lo miré levantando el moflete derecho, intentado crear una sonrisa de conformismo.
-Supongo que me vale por ahora. -Hizo el ademán de cogerme de la mano en un acto reflejo, pero claro, no podía con las muletes. Me entristecí, pero era culpa mía, fui yo la que provocó que la bici lo atropellara... Ahora tenía que aguantarme. Bryce se miró la mano, me miró a mí, se encogió de hombros haciendo un mohín  y aceleramos el paso. Fuese lo que fuese lo que nos estaba esperando, debía dejar de esperarnos.

Habíamos estado hablando de nuestros mayores problemas, la falta de claridad a la hora de expresar las cosas, usando su pregunta de si me había gustado el viaje. Bueno, en realidad es mi mayor problema. Bueno, no el mayor, el segundo mayor. El primero es ser incapaz de decantarme por algo. Por eso tengo tantos líos mentales. Aunque, la cosa es... algo tan sencillo como eso, como decir sí o no como respuesta a su pregunta, había disparado esta conversación. Pero es sencillo si es sí o no, no es sencillo cuando es sí pero no. O no pero sí. De hecho, en ese caso es bastante difícil decir sí o no sólo. Pero no es todo o nada. No es blanco o negro. He quedado en que sería clara al decir que no lo sé cuando no lo sé todavía. Entonces, el decantarme por algo no es mi principal problema, pues al decir que no lo sé, todo queda claro. Mi principal problema es entonces el decir las cosas claras. Un claro y conciso <no lo sé> en lugar de inventarme una situación hipotética. Me lo apunto.

Estaba yo pensando en eso que ni me di cuenta cuando llegamos a la pista. Y eso que tuvimos que bajar por unas escaleras y pasar por un pasillo que parecía un tubo con forma de prisma todo hecho en metal.

-No sé si lo disfrutarás durante o te darás cuenta de que lo has disfrutado después, -Bryce empezó a hablar haciendo alusión a mis anteriores palabras. No lo decía con sorna ni con ningún tipo de malicia, pero no me gusta recordar lo que antes fueron temas de discusión. -Pero si te gustó el viaje en Hummer, ahora vas a fliparlo. -Hablaba muy entusiasmado. Fuese lo que fuese, lo excitaba muchísimo.
-No te he dicho que me gustase. -Lo miré desafiante. De broma. Me encanta discutir con él.
-¿Intento meterte miedo e intriga sobre lo que vamos a hacer ahora y tú te obstinas en llevarme la contraria? ¡Muy típico! -Lo miré agachando la cabeza y llevando los ojos hacia arriba, con cara de aburrida. Tenía que llevarme la contraria, no acabar en paz... -No hace falta que lo digas. Ya te he pillado el truco. Si es algo que me gustaría oír, no lo dices. Si es algo que no me gustaría oír, lo dices. -Me miró desafiante. Llevándose la pelota a su tejado. Bien. Esta es la mía.
-Siento que creas que elijo qué decir dependiendo de tu ilusión por oírlo. -Intenté recuperar la pelota, traerla de vuelta a mi tejado. ¿Me habría quedado demasiado borde? A veces no soy consciente de cuánto me paso en nuestras pequeños piques.
-No he dicho que lo elijas. -Me guiñó un ojo, con su sonrisa victoriosa. Sabía yo que no iba a conseguir la pelota... -De hecho, preferiría que fuera así. De ese modo podría averiguar los motivos. Pero todavía no he encontrado un subconsciente que se guíe por razones entendibles por el consciente. -Yo lo miraba asombrada. No me había dado cuenta, pero era cierto lo que había dicho. Se le ve tan convencido de lo que dice...
-Bueno, bueno. Yo no daría conmigo tantas cosas por sentado. -Intenté escaparme. No podía dejarle ver que me había dejado asombrada por saber algo sobre mí que yo no sabía.
-No eres tan complicada como te crees que eres. -En un impulso, se paró y me besó la frente. No me dio tiempo a predecirlo. -Sólo hay que cogerte el truco. -Y me sonrió ampliamente. Tan radiante como la luz del sol. Me dejó tan fascinada, que ni pude pensar en sus palabras. Algo dentro de mí se encogió. Hoy Bryce se parecía especialmente a Aaron. Sólo a él se le ocurre tener conversaciones así sobre la mente humana. ¿Es por eso que hoy me tenía tan absorta? ¿Tan incapaz de pensar con claridad?

Justo en ese momento entramos dentro de una gran nave perfectamente iluminada, con grandes ventanales formados por pequeños cuadraditos de cristal translúcido. Ni me había dado cuenta de que habíamos llegado allí. Había un montón de avionetas e hidroaviones dentro y un sin fin de otras aeronaves pequeñas. Todas colocadas perfectamente en batería. ¿Íbamos a dar un paseo en avión? ¡Guay!

-Todas estos aviones son de mi familia. Y no son todos. -Bryce comentó orgulloso. Yo no lo miraba a él, admiraba perpleja semejante colección. Debía haber miles de millones de dólares sólo dentro de esta nave. ¿De qué me asombro? Y poco será conociendo a esta gente... -Antes de montarnos tenemos que prepararnos aquí abajo. -Un hombre de unos 50 años, con el pelo y la barba canosa y con un mono marrón claro impecable se acercaba hacia nosotros.
-Buenas tardes, señorito Bryce. -Sigue pareciéndome raro que se dirijan así a él... Le ofreció la mano para estrechársela pero se la escondió de nuevo en un intento por disimular su error mirando hacia abajo. ¿Qué pasa? ¿Qué es un descaro atreviento intentar tocar a un Domioyi aunque sea en un cordial saludo? ¿Es indigno de ello?
-Oh, no se preocupe, me sostengo bien. No tema. Mis articulaciones son fuertes. Es sólo un esguince de tobillo. -Bryce dejó apoyada su muleta derecha en perfecto equilibrio sobre su cadera y alargó el brazo. Los dos estrecharon sus manos en un saludo... Me odié a mí misma. ¡Retrajo el brazo porque Bryce va en muletas! ¡No porque le haya negado los saludos en anteriores ocasiones! ¡Estúpida! ¡¿Por qué no puedo parar de pensar mal?! ¿¡¡¡POR QUÉ!!!?
-Está ya todo listo y preparado, tal y como me dijo por teléfono. -¿Teléfono? ¿Cuándo lo llamó? Se supone que esto no estaba previsto y que la idea se le ocurrió al escucharme decir barbaridades. Debió ser cuando fue en busca del Hummer, me dijo que lo esperara dónde estábamos.
-Muchas gracias. En seguida nos vestimos. -Le sonrió cortés y se giró hacia mí. -Vamos rápido, estoy deseando empezar.

Me colocó una mano en la espalda y me guió en dirección al cuartillo donde teníamos que vestirnos. No hice preguntas. Igual e íbamos en un avión muy veloz, a lo caza, y tenemos que llevar ropa de protección. Pero si él no me había dicho qué íbamos a hacer, yo no iba a preguntarle. No por orgullo. Es que si hubiese querido, ya me lo habría dicho. Me hacía ilusión averiguarlo por mí misma. Entramos en el cuartillo, perfectamente ordenado, con armarios de puertas metálicas en los que habría todo tipo de artilugios. Supongo que guantes, cascos, botas, chalecos, monos, gafas... No sé que se necesita para la aviación, pero imagino que cosas así. Bryce abrió una de las puertas metálicas. No necesitó llave. Aquella nave en sí ya estaba custodida por el guarda y otros sistemas de seguridad a prueba de todo.

-Esta es mi taquilla. -Había muchos trajes y diferente equipación, la que me había imaginado. ¿Cuántas actividades diferentes se puede hacer con aviones para requerir tantos? -Pensé que podrías usar algún traje de mi hermana o mi madre, pero ella son mucho más altas que tú. -Y se queda corto... No sé cómo es la madre, pero si es como la hermana, me saca una casi una cabeza... -Y ya ni hablamos de los que dejan aquí Leo y Liam... -Lo miré negando convencida con la cabeza con aire divertido. Imaginarme a mí dentro de alguna prenda de vestir que use Liam sería ridículo. Me saca casi 50 cm de alto... Que a mí no se me olvidan sus dos metros ocho... -Así que mejor te presto uno mío. Te va a quedar un poco más grande que los de mi hermana, pero estarás oliéndome todo el rato. -Y me guiñó un ojo brivón sonrindo pícaramente.
-No, si encima me estarás haciendo un favor... -Lo miré girando levemente la cabeza de izquierda a derecha sin quitarle un ojo de encima.

Bryce se reía silenciosamente mientras cogía de una percha un mono de una tela parecida a la de los corredores de fórmula 1 y me lo dio. Pesaba mucho más de lo que pensaba, el brazó pegó un descenso vertiginoso al cogerlo, no tenía los músculos preparados para tanto peso. ¿Y ahora qué hacía? ¿Me lo ponía encima de la ropa? ¿Me la quitaba? Miré a Bryce, él dejó las muletas sobre un banco de metal sin respaldo y empezó a quitarse el chaquetón. Me miró adivinando lo que pensaba.
-Te tienes que quitar el vestido. Quédate con las medias y el suéter que llevas debajo. -Ok. Me giré buscando un cambiador. No había ni uno en todo el cuartillo. Después de dar todo el giro, acabé volviendo a posar mis ojos en Bryce. Que volvió a leerme el pensamiento. -Sí, te tienes que cambiar aquí. -Me miró divertido. Sabiendo lo que eso significaba.
-¿Tanto dinero que tenéis y no os da por construir un cambiador? -Me apoyé sobre una pierna y lo miré enarcando las cejas.
-¿Quién ha dicho que no lo tengamos? -Osea... Que hay uno... Y bien grande seguro, con espejos, sillones y taquillas para guardar las cosas seguro. Será... Más se reía. Silenciosamente todavía. Como siga así, acabará por hacer ruido.
-Entonces tú lo que quieres es meter ojo. -Cambié el peso del cuerpo a la otra pierna. Lo miré con cara de <que te he pillado, que ya sé por dónde vas, chaval>.

Bryce ya se había quitado el jersey de lana que llevaba. Estaba empezando a desabrocharse la camisa. Su esbelto torso empezó a aparecer ante mí, a medida que botón y ojal se separaban. No pude evitar desear que la abetura de su camisa que se alargaba, me permitiera ver más. Me di cuenta de que había desviado la mirada demasiado tiempo. Me concentré en mirarlo a los ojos. Se había dado cuenta de mi lapsus, de la debilidad que sentía por su piel. Estuvo sosteniéndome la mirada. Sus ojos clavados en los míos. Mis ojos clavados en los suyos. No sé cuántos segundos pasaron hasta que me di cuenta de que había parado de desabrocharse la camisa. No miraba su pecho, estaba demasiado preocupada en no perder esta batalla de no apartar la mirada, pero distinguía los colores de alrededor, y no aparecía más color carne debajo del color blanco de su camisa. Por un milisegundo, bajé la mirada hacia su pecho, sus manos colgaban a ambos lados de su cuerpo y tres botones seguían estando abrochados, los mismos que le faltaban cuando empezamos a sostener la mirada. No estaba haciendo en absoluto fuerza, pero los vientres de los músculos de su abdómen sobresalían no precisamente tímidos. Estaba parado en la perfecta forma de su ombligo cuando me di cuenta de que había apartado la mirada. Devolví mi mirada a la suya. Él ya sonreía victorioso. Maldición... No debí haber vuelto a mirarlo a los ojos... Eso indicaba mi fallo, mi error al apartar la mirada. Tendría que haberla dejado donde estaba, demostrando que lo había hecho adrede, que no evitaba esta situación...

-¿Quieres tocar? -Dio un paso hacía mí. Cojeó un poco, ya había dejado las muletas, pero lo disimuló muy bien. Me miraba sonriendo orgulloso de él. Prepotente. -Porque aquí la única que quiere meter ojo, parece que también quiere meter mano. -Dio otros dos pasos más hacia mí. Esta vez sin cojear, sabe controlar el dolor.

Sus ojos ardiendo con fuerza en la victoria. Mis mejillas ardiendo con fuerza en la vergüenza. Sentí el calor saliendo a borbotones de mi cara. Toda la sangre concentrándose en los capilares bajo la piel de mis mofletes. Sin decir nada, le volví la cara con desprecio, intentando recuperar un poco de dignididad, y empecé a levantarme el vestido hacia arriba. Sin prisa, pero tampoco excesivamente lento. Como lo haría si estuviese en mi casa, quitándome la ropa después de llegar. Me olvidé de que estaba allí, no quería volver a caer en la tentación de mirar su pecho o su espalda y ponerme en evidencia de nuevo. Que yo mucho puritanismo físico pero mucha lujuria mental. Tenía los brazos extendidos hacia arriba y el vestido tapándome la cara en proceso de quitármelo cuando unas fuertes manos se agarraron a mi cintura, me levantaron sin esfuerzo unos potentes brazos y me colocaron suavemente sobre un musculoso hombro. Bryce empezó a girar sobre sí mismo. Yo no veía nada, la lana del vestido tenía pocos huecos por los que mirar. Empecé a patalear y a mover los brazos a la vez para dar golpes. No podía sacarlos del vestido, los tenía atrapados en él.

-¡El que está metiendo mano y ojo eres tú! ¡Que yo ni puedo ver ni puedo tocar! -Yo dando vueltas por los aires sobre los hombros de Bryce, enseñando las bragas a través de las medias, pataleando y agitando los brazos, secuestrados dentro de mi vestido de lana, tapando mi cabeza, y a mí se me ocurre limpiar así mi dignididad. ¡Ole yo!

Bryce a posta me dejó caer hacia abajo, el vestido se corrió de nuevo a su sitio por el roce entre su cuerpo y el mío. Pegué un grito asustada al ver que me pegaba un cabezazo contra el suelo, pero él me agarró justo a tiempo. Justo con mi cabeza a la altura de su entrepierna. Pero yo ya me había agarrado fuertemente con los brazos alrededor de su cadera y rodeado su cuello con mis piernas. Fue todo muy rápido. Ni me había dado cuenta, ni siquiera mandé la orden de aferrarme a él aunque fuese un clavo ardiendo. Tardé más en detectar la posición en la que me encontraba que ponerme en esa posición. Todo en mi intento por no caer. Notaba las vibraciones del vientre y todo el cuerpo de Bryce al reírse. Ya no era silenciosa su risa. Como era de preveer.

-Siempre andándote con indirectas. ¡Si sólo tienes que pedirlo! ¿Ves que fácil? Ya puedes ver y tocar. -Enfurecí de rabia. Podía aguantar su risa arrogante, pero no sus comentarios arrogantes. Desplacé mis piernas de su cuello a su cara y mis abductores hicieron el resto. Comencé a apretar para aplastar su cara entre mis rodillas. Liberando mi furia a través de cada fibra muscular que mantenía contraída.
-O me sueltas por las buenas, o me sueltas por las malas. -Por si acaso, seguía sujeta a su cadera con mis brazos, por si le daba por soltarme de golpe no pegarme el castañazo. Las tenía también preparadas para retorcerle su bonita piel en un furioso pellisco, arañarle la espalda o ponerme a pegarle puñetazos. Sabía que lo que más daño le haría sería el pellisco, mis uñas están cortas y toda la fuerza que pueda ejercer es ridícula para él. Así que dependiendo de cómo se comportase, había una cosa u otra. También contaba con mis dientes, no tenía muy claro dónde podía morderle, pero no dudaría en usarlos si los requería.
-Vale, vale. -Su voz sonaba a través de la risa y de la boca aplastada por mi abrazo mortal. Lo que hizo fue soltar sus brazos de alrededor de mi cintura. -Ya te he soltado. Eres tú la que no me sueltas a mí. -Capullo... Se había atenido a la literalidad de mis palabras cuando sabía que el mensaje era que me dejase en el suelo... Seguía riéndose... -Has dejado las indirectas pero sigues sin decir claro las cosas que quieres... -¿Por qué podía seguir hablando? Desde que había quedado colgando por mi misma, había apretado aún más las piernas para no caerme. Su boca debería estar cerrada. Hizo ese típico sonido de desaprobación, esa especie de <tni tni tni tni> y suspiró sonoramente. -Valeria, Valeria. Qué voy a hacer contigo... -No. Si ahora lo estará haciendo por mi bien, para ayudarme a superar mis problemas de comunicación...

Decidí salir de esta situación por mí misma. Solté mis piernas de su cabeza y las incliné hacia atrás. Apreté aún más mis brazos alrededor de su cadera. Por la propia fuerza de la gravedad, me fui doblando de espaldas. Cuando intuí que ya estaba a una distancia considerablemente cerca del suelo, me solté de brazos y caí mientras me incorporaba, doblando el resto de mi cuerpo para quedar erguida pero también con cuidado para no hacerme daño en el cuello al chocar mi barbilla con el pecho de Bryce. De un salto, quedé de espaldas a Bryce, liberada de aquella odiosa postura. Todo eso sucedió en un segundo, tampoco tenía tanta fuerza en mis brazos para sostener todo el peso de mi cuerpo. Y una vez en el suelo, con el sentido del equilibrio todavía en proceso de equilibrarse, me giré repentinamente hacia Bryce y le asesté un puñetazo en la barriga. Mi intención al hacerlo repentinamente era que a él no le diera tiempo de reaccionar. Pero claro, eso era ya mucho pedir. Es Bryce... ¿Qué espero? Él nació ya preparado. Los músculos de su abdomen ya estaban tensos, esperando el golpe impacientes. Me quedé absorta pensando que era la primera vez que tocaba la piel del pecho de Bryce, que era una pena que tuviera que ser así y no de otra manera, pues mis nudillos no pueden apreciar toda su perfección. La suavidad de su piel, el calor que mana de ella, el tacto del contorno de sus músculos... Pero ese pensamiento duró un segundo, el segundo que pasé mirando adónde dirigir mi puño. No se dio cuenta de mi mirada de deseo, mi cara no la expresó. Y él no vería nada raro en que mirase, nadie golpea que quiera dar un buen golpe lo hace sin mirar si tiene la oportunidad. Cuando nuestros ojos se encontraron, descubrí que los suyos estaban eran desafiantes, que su mirada era arrogante, de superioridad. Haciéndome sentir una tonta por pensar que podía salirme con la mía y pillarlo con la guardia baja. De repente, recordé que llevaba un anillo en el otro puño, en el derecho. Aprovechando que él ya había cantado victoria, encogí mi brazo izquierdo y alargué el derecho con toda la rapidez que pude. Era jugar sucio, pero él juega así siempre. La palma de su mano paró mi golpe. El ángulo de su brazo y sus potentes músculos amortiguaron la inercia. ¿Por qué no podía yo ganar alguna vez...? Pero aún así, mi picudo anillo hizo bien su función. Se lo había hincado en su tensa palma. Apartó su mano, agitándola en el aire, intentando disimular un tímido <¡Ah!> se la miró rápidamente, observó la hondonada que había dejado mi anillo en ella y después miró mi puño, en busca del culpable, mientras se llevaba la mano a la boca, para chupársela.  No era como lo había planeado, pero me servía así. Ahora era yo la que lo miraba triunfante y desafiante.

-¡Tramposa! ¡Llevabas un anillo! -Tenía el ceño fruncido. Le había dolido de verdad. Bien. Y encima se quejaba como si tuviera derecho a ello.
-¡Tramposo! ¡Llevabas tu superioridad en fuerza, peso y altura! -Dije imitando el tono de su voz. Y para rematar, me besé el anillo con aires de grandeza, sin dejar de mirarlo a los ojos. Ya me había pasado, ahora podía volver a actuar contra mí. Me miró enfadado y adelantó un paso hacia mí, torpe, se le había vuelto a olvidar su tobillo. Santo esguince, era la primera vez que me alegraba de habérselo provocado. Sé que está mal, pero no podía evitarlo.
-¡¡Eeeeeh eeeeh!! ¡Que ya estamos en paz! Mira que ya te he perdonado por la humillación. -Retrocedí un paso a la misma vez que él lo adelantó y me llevé las mano al frente en señal de STOP. Bryce se lo pensó un momento. Valorando la situación. No se qué se le ocurrió, la cuestión es que decidió dejarlo estar. Seguramente se desquitaría después, dudo mucho que su sentido de la equidad le haya hecho ver que ya era justo para los dos.
-¡Venga ya! ¡Humillación! ¡Pero si has disfrutado a mares! -Recuperó su postura y su expresión. Ahora volvía a sonreír pícaramente. Yo le dediqué mi mejor sonrisa y me mejor dedo, la hipócrita y el del corte de manga. Los dos volvimos a lo nuestro, él a terminar de quitarse la camisa y yo el vestido. Sin mirarnos más que de reojo. Me alegré de llevar mi anillo hecho de cable con una bolita que rueda atravesada por él. No sé cómo podría haberme desquitado si no, probablemente hubiera intentado otra cosa y me habría salido mal y ahora estaría más frustrada y con más rabia dentro de mí.

Estaba sorprendida conmigo misma. ¿Por qué no estaba enfadada con él por hacer uso de su superioridad para vapulear a los demás? Siempre ha sido muy impulsivo, pero siempre se ha controlado conmigo. ¿Qué le hacía tener hoy esos impulsos y además realizarlos? Hoy tenía un aura distinta, y ese aura estaba afectando a mi forma de recibir todo lo que hace. ¿Y qué tenía diferente Bryce? Entonces caí en la cuenta, justo cuando estaba desabrochando el mono para ponérmelo. Simplemente es que hoy Bryce está feliz. Tan sencillo como eso. Lo miré sin que me viese. Estaba de espaldas a mí, colocándose una camiseta de licra ajustada de manga larga que iba tapando poco a poca su espalda. Sonreí.

Él sabe dejar de lado las preocupaciones por un momento. Liberar la mente de cualquier cosa que pueda consternarle. Ojalá yo. Lo envidié por ello. Pero entonces pensé que, por qué si es capaz de hacer eso, no está tan contento otras veces. Y justo caí en la cuenta. Porque es nuestra primera cita. Es la primera vez que salimos a hacer cosas juntos. Que las cosas le salen bien. Porque me quiere. Me quiere mucho... Y por fin estamos cerca de ser una pareja normal. Una pareja que hace cosas juntas, que se sacrifica por estar juntos, que no tiene que medir lo que hace o dice, sino que es natural en todo. Y eso me alegra mucho. Pero, ¿por qué no puedo yo estar tan feliz como él? ¿Porque todo esto no me hace tan feliz como a él? Quiero creerle cuando dice que no soy tan complicada. Quizás no desde fuera. Pero es realmente difícil desde dentro.

-Estás muy chistosa. -Levanté la cabeza. Acababa de cerrar la cremallera con el mono ya puesto. Bryce me miraba divertido. Él también se había puesto su mono. Le quedaba como un guante. Estaba muy atractivo con él. Mucho. A mí por el contrario me sobraba tela por todos lados. Mangas demasiado largas, bajos demasiado largos,  todo demasiado ancho...
-Yo siempre estoy chistosa... -Lo miré encogiéndome de hombros. Resignada. Es la verdad, tenía que aceptarla tarde o temprano. Ahora era un buen momento.
-Cierto. -Rio levemente con la boca cerrada. Se giró dándome la espalda y se agachó al armario que ya tenía abierto. Buscando algo. Lo encontró y se levantó lanzándome algo al aire. Los cogí al vuelo a tiempo, eran dos botas de montaña.
-Toma, son las más pequeñas hay. Espero que te queden bien. Son de mi hermana cuando adolescente. -Eché a andar hacia el banco para ponérmelas, cuando me senté, algo chocó contra mi cara y se escurrió por ella hasta llegar al suelo. Era un par de calcetines. Miré fastidiada a Bryce. ¿Este quiere guerra otra vez? -No tengo culpa de que no estés atenta. -Le dediqué una mirada asesina y me volví a agachar para ponérmelos. Él hizo lo mismo.

Los calcetines son especiales para adherirse mejor a la superficie interna de la bota y evitar el rozamiento y la fricción. Y además son muy bonitos, se nota que los escogió el buen gusto de Tori. Me até los cordones y me levanté. Anduve unos pasos, me quedaban muy bien. Estaba muy cómoda con ellas. Empecé a saltar y mover los pies imitando el claqué con las manos en la cintura. Sí, realmente me quedaban muy bien y estaba muy cómoda con ellas. Bryce me miraba otra vez divertido. Pero eso no provocó que parase de hacerlo. No iba a cortarme, no iba a dejar de hacer lo que me salía de dentro por lo que él pudiese pensar o decir.

-Estás muy guapa. -Y sonrió cálidamente. Con la boca cerrada. Con los ojos brillantes. Ahí si paré de dar saltitos. Me quedé en blanco. ¿Qué le decía?
-Yo siempre estoy guapa. -Usé el mismo recurso de antes. Miré hacia abajo, intentando ocultar mi cara. Vi que Bryce sólo se había abrochado la bota del pie bueno, el izquierdo. La otra estaba desabrochada, holgada, sin aprisionar su tobillo. Ahí si me dio pena su esguince. Lo mío va a ratos. Vi cómo se levantaba, cogía sus muletas y comenzaba a andar hacia mí. Levanté la cabeza a la vez que él me plantaba un beso en la mejilla. No lo vi venir. Me pilló por sorpresa.
-Lo sé. Pero a veces se te olvida y hay que recordártelo. -Me lo dijo al oído. Eché de menos el contacto de sus labios contra la piel de mi mejilla, pero me sentí mejor al notar que se rozaban con mi oreja, acariciándome con el viento que salía de su boca. -Bueno, no, tengo que recordártelo. No me gustaría que te lo dijera nadie más. -No sé que me gustó menos, si su sobrado comentario o que separó sus labios de mi cara. Antes de que pudiera reaccionar, él actuó primero. -Venga, vamos, que el piloto nos está esperando. -Me ofreció su segura mano, la miré, lo miré, me hice un poco de rogar, él encogió un poco los dedos y los volvió a estirar en una sacudida un par de veces. Su mano llamando a mi mano. Bueno, me vale así. Se la cogí, me la apretó con cuidado y echamos a andar camino de la avioneta. Andando con sólo una muleta, la derecha. Y con su casco, el mío, sus gafas y las mías colgando enganchadas en mi brazo izquierdo. O llevaba él las cosas, o iba cogido de mi mano. Prefería yo cargar con todo e ir agarrada a él.

Salimos fuera de la nave, con todo el estilo del mundo, casi podía ver nuestra salida a cámara lenta en dirección a la avioneta. El sol me deslumbró por un momento, pero no podía llevarme la mano a la frente para poder ver bion. 21 años y todavía no me he acostumbrado a que mi ojo marrón lleva mejor el exceso de luz que el verde. Seguía siendo mareante ver dos imágenes a la vez, una con más saturación que la otra. El piloto, que se llamaba Robert, nos salió al encuentro. Nos ayudó a subir a Bryce y a mí. A mí me levantó con un tirón de brazo y mis piernas haciendo fuerza en el bordel del suelo de la máquina. Bryce no quería ayuda, pero vio que subiría más dignamente con otro fuerte tirón en vez de arrastrándose por la chapa en un intento de escalada por llegar al interior. Si no fuera por el tobillo, sería él el que nos estuviera esperando a nosotros dos para subir. Pero es que la avioneta está como a un metro y medio del suelo, unas potentes ruedas lo separan de él. Era marrón tierra, me recordaba a los aviones de la segunda guerra mundial que sobrevolaban las ciudades para dejar caer bombas sobre ella. Sólo que con una tecnología mucho más avanzada. Tenía una cabina muy amplia, con asientos acolchados y cinturones de seguridad.

Un cristal nos separaba de la cabina del piloto. Cerró el portón corredero con un empujón, nos sentamos, nos pusimos los cinturones y el avión arrancó motores. Sentí todo vibrar, las hélices girar, el viento rajándose al pasar a través de ellas... Busqué la mano de Bryce, que estaba sentado a mi lado, y se la apreté nerviosa. Nos miramos un momento y yo volví a concentrarme en sentir todo lo que ocurría a mi alrededor. Las ruedas empezaron a girar lentamente, Robert estaba moviendo la avioneta en dirección a la pista de despegue. Yo miraba por el gran ventanal que había en el portón. Los arbustos, matorrales, asfalto y otros aviones que por allí había aparcados iban desapareciendo poco a poco. No me di cuenta de cuándo enfiló la piesta hasta que las hélicess comenzaron a girar más y más rápido, los motores a rugir más y las ruedas a rodar con más velocidad. Cien metros antes de acabar la pista, la suavidad infinita se sintió por toda la avioneta, las ruedas ya no friccionaban con el suelo. Ahoro sólo nos acariciaba el viento.

-¡Hey hey! Menos mal que no tienes uñas, ¡porque me estás echando la mano abajo! -Era Bryce, me miraba entusiasmado, había olvidado que había estado apretando con toda mi fuerza su mano todo este tiempo. Se la solté demasiado, parecía que quería dejar de sostenerla, entonces, rápidamente, antes de que se notara el fallo y la correción, la volví a agarrar pero con más suavidad. Le dediqué una sonrisa a modo de disculpa y me dediqué a mirar por la ventana.

Íbamos subiendo en diagonal, podía sentirlo y podía verlo. Era genial. Había volado antes en avión, por supuesto, pero a este tamaño todo era más intenso. Había dejado de preguntarme para qué necesitábamos tanta protección... cuando obtuve la respuesta. La respuesta que respondía también a la pregunta de qué era exactamente lo que íbamos a hacer. Cuál era el plan de Bryce. Mis ojos descubrieron todo el entramado. Unos arneses unidos a un gran paquete. Una especie de mochila grande. Un paracaídas. Ahora todo tenía sentido. Decidí conservar la calma. Sin apartar la mirada de la mochila y los arneses, di unos pequeños golpecitos a la mano de Bryce con mi dedo índice y después lo usé para señalar aquello que estaba poniendo a prueba mi capacidad para guardar la calma.

-No estarás planeando lo que creo que estás planeando, ¿no? -El demasiado largo silencio de Bryce era la respuesta. SÍ.
-Creía que ya lo sabías. No me has preguntado en ningún momento lo que íbamos a hacer. -¿Intenta con esa respuesta quitarle hierro al asunto?
-¡¿Y cómo podía saberlo?! -Empecé a respirar descompasadamente. Recibiendo ataque de pánico.
-¡Oh! ¡Venga ya! No me digas que no se te ha ocurrido en todo este tiempo. Era evidente. Qué manía tuya también de engañarte a tí misma... -Empecé a no respirar. Ataque de pánico recibido.

Sí, era cierto que se me había ocurrido, pero descarté la idea. ¿Cómo diantres iba a pensar que Bryce tiene aviones privados en una nave privada en el aeropuerto de Nueva York? ¿Cómo leches iba a pensar que sin haberlo planeado, en el mismo momento en el que se le ocurría ir a hacer paracaidismo iba a poder hacerlo? ¿Cómo cojon... es iba a pensar que iba a decidirlo sin preguntarme? Nada más terminar de preguntarme esto, me di cuenta de evidente que era todo y de lo tonta que había sido... No debería haber descartado el paracaidismo por todos esos motivos. Ahora que lo pienso todo mucho mejor gracias a mi estado de pánico, lo raro sería que no tuviese aviones privados, o gente dispuesta a hacer todo cuanto el quiere y cuando lo quiere o contase conmigo para planear las cosas... Respiré. A mi cerebro ya le hacía falta oxígeno. Aunque parece que piensa con más claridad cuando le falta...

-¡¿Y si tengo vértigo?! ¡¿Y si tengo alguna enfermedad que me impide subir a grandes altitudes?! ¡¿Y si me da un ataque de pánico y me pongo a destrozar todo el avión?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! -Lo dije todo de una vez, sin necesidad de tragar más aire para terminar todo lo que tenía que decir. Lo dije muy alto. Estaba alterada. Bryce me miraba súper tranquilo. Tanta tranquilidad me alteraba aún más. Él pasaba de todo eso...
-Si tuvieras vértigo o alguna enfermedad que te impide subira a grandes altitudes, lo habrías dicho cuando viste que íbamos al aeropuerto. Y no podrías destrozar el avión, en todo caso te destrozaría él a ti. Y no te lo dije... porque no me preguntaste. Aunque, no te miento, no te lo pensaba decir, era sorpresa. -Y me sacó la lengua a modo de guiño. -Además, nada que no se pueda curar con un rápido descenso. -Y lo soltó tan pancho. Y yo tan pancha solté su mano. Me había mosqueado.

Estaba sentada en el asiento acolchada y me encontraba mareada, todo me daba vueltas. No es del vértigo, no lo tengo. Es por mi descontrol al respirar. Por el ataque que me había entrado. Cerré los ojos, relajé los músculos y me puse a pensar en la respiración, a controlarla conscientemente. Inspiración, espiración, inspiración, espiración, inspiracion, espiración... Poco a poco me fui calmando. Bryce me miraba divertido por todo eso. No lo había mirado para ver cómo me miraba, pero estaba segura de cómo lo hacía.

-Y ahora estarás cabreada conmigo porque no te lo pregunté antes. Sin embargo, si lo hago sin contar contigo pero te gusta, estás encantada de la vida. Si lo hago sin contar contigo pero no te gusta, se apoderan de ti los demonios. Eres imposible.  Y a mí me toca aguantar todas tu incoherencias porque soy el único que se arriesga. -La verdad de las palabras de Bryce llegaron a mí como bofetadas de realidad. No me había parado a pensarlo, pero tenía razón... ¿Será posible que me conozca él a mí mejor que yo a mí misma? Poco a poco el mosqueo se me fue yendo. Abrí los ojos y lo miré. Me miraba expectante.
-No estoy cabreada contigo. -Puso los ojos en blanco.
-Eso lo dices ahora. Ahora que te has parado a pensar lo que he dicho y has visto que es verdad. -Apoyó la espalda en su asiento y se puso mirar hacia el frente, cruzó los brazos frente a su pecho.
-Vale... Lo siento... Permíteme al menos que me altere un poco al descubrir que estoy montada en una avioneta para saltar al vacío desde... ¿cuántos? ¿3000 metros de altura? -Pero no dijo nada, no se movió. Permaneció enfurruñado con los brazos cruzados, mirando al frente.
Tiene razón. Él es el que se arriesga a todo por mí. Es un valiente al atreverse conociendo mi temperamento. Y saber eso me llenó de ternura. Intenté hacer las paces con un beso. Un beso en la mejilla. Me acerqué a él, dudosa. Entorné mis labios, pero una fuerza independientemente de mí, me detuvo, impidiendo que avanzara. Era el cinturón de seguridad. Diablos... Para ese momento, Bryce ya se había girado y me había visto con los labios como los de un pececito buscando desesperadamente bocanadas de oxígeno fuera del agua. Diablos y demonios... Rió en silencio y para no hacerme pasar más vergüenza, acercó su mejilla a mis labios antes de que recuperara mi posición inicial. Todo lo que le permitió el cinturón de seguridad. Y aún así, nos quedamos a un dedo de distancia. Yo intenté estirar el cinturón, intenté que diera un poco más de sí, Bryce también. Pero aún así no fue posible. Agaché la cabeza derrotada. Diablos, demonios y bestias que lanzan fuego por la boca nadando en ríos de lava en el infierno... El universo se adelanta a mis propósitos. Antes de que me proponga algo, él ya se ha encargado de que todo a mi alrededor esté listo para impedirlo.

-Anda, pececito, ya me lo das cuando lleguemos al suelo sanos y salvos. Que son 5000 metros de altura. -Bryce siguió riéndose en silencio mientras yo miraba pasmada cómo seguíamos subiendo en diagonal.

domingo, 16 de junio de 2013

Capítulo 64: Genes familiares

Capítulo 64: Genes familiares

-Valeria... -Se atrevió a decir Mario pasados diez minutos de los veinte que se necesitan para llegar al metro. Lo dijo con miedo.

Yo iba caminando un metro por delante de ellos. Yo dando zancadas largas y ellos corriendo para cogerme el ritmo. Me paré y me giré para mirarlo. Los dos se habían parado. Tenía que calmarme, la mirada que le eché al pronunciar mi nombre, no es de una persona que disfruta de una buena salud mental... Me di cuenta por el encogimiento que experimentó su pequeño cuerpo al verme tan enfadada. -¿Estás así por nuestra culpa? -Dijo asustado.
-Lo sentimos. No era nuestra intención causar problemas. Sólo que no queremos compartirte con Bryce. -Continuó hablando Rafael. También asustado. -De hecho, no queremos compartirte con nadie. Y vi cómo Rafael también se hizo más pequeñito al decirlo.
Suspiré profundamente, expulsé todo el aire de mis pulmones y toda la tensión acumulada en mí. Toda la noche intentándolo y lo consigo ahora con un suspiro... ¿Pero qué me pasa? Esta no soy yo... Yo nunca estoy tan irritable... Me acerqué a ellos y me agaché para colocar mi cara a su altura.

-No, no es culpa vuestra. Es culpa mía. Por no morderme la lengua cuando tengo que hacerlo, por actuar en caliente y no esperar a calmarme y pensar con la mente fría, por no disculparme cuando debo... -Agaché la cabeza, no para mirar al suelo, sino para no mirarlos a ellos. -Anoche discutí con Bryce... Ellos se quedaron en silencio, esperando que continuase, pero viendo que no lo hacía, me dieron un empujoncito para que siguiera.
-¿Por Aaron? -Dejó caer Rafael. Son listos estos niños.
-No... Ya os dije que él y yo sólo somos amigos. Pero a mí antes me gustaba. -Voy a omitir el que ahora también. -Y Bryce lo sabe. Por eso no sé cómo va a tomarse el saber que Aaron se quedó a dormir en mi casa. -Les debía una explicación. Pero nadie dijo que tenía que ser a todo lujo de detalles. -Sólo eso. Nada de las películas que vosotros os montáis en vuestra mente. -Y tenía razón... Esto supera la ficción... -Lo de anoche es por una estupidez... Un choque de opiniones que tan frecuentes son en nosotros... Vosotros estáis de por medio, como siempre, pero no soys los culpables. No os preocupéis. -Levanté la cabeza y les sonreí. Sí, realmente es una gilipollez. Aunque no iba a usar esa palabra con los niños. Él se alteró, yo me alteré, se juntó vinagre con cloruro de sodio y explotó el volcán. Una vez más.

Estos pequeñajos se echaron sobre mí y me dieron un abrazo grupal. Realmente son súper tiernos cuando se lo proponen.

-Bueno, bueno, que ya te estás poniendo demasiado contenta. En verdad lo de no compartirte es porque te tenemos como un objeto de nuestra propiedad. -Y en contra de todo pronóstico, lo que dijo Rafael para intentar quitarle sentimentalismo al momento, le añadió más todavía. Se veía tan tierno abrazándome, intentando quitarle importancia al asunto a la vez que intenta hacerme reír.
-No te pienses que es porque nos ponemos celosos por verte con otros chicos. -¡OUUU! Las palabras de Mario me sacaron unas lagrimillas. Si es que por mucho que me indigne con ellos, sólo puedo quererlos. Me había quedado muy falta de cariño en una sóla noche, pero ya era demasiado sentimentalismo incluso para mí.
-Bueno, venga, andando que tenemos que llegar a casa antes de que llegue vuestra madre. -Me puse en pie de sopetón, me di la vuelta, me sequé con la manga del jersey la tonta lagrimilla y reemprendimos el camino al metro. Yo agarrada de las dos manos a ellos, caminando a su lado, sin prisas y sin pausas.

Yo seguía pensando que no iba a ser un buen día a pesar de que había mejorado. Bryce ocupaba toda mi mente. Pero siempre es preferible un mal día tras una discusión, que un día en el que él no está, y no hablo de cuerpo presente, hablo de un día sin él.

Agradecí mucho el ambiente distendido que pululaba a nuestro alrededor a la vuelta. Los sentimientos negativos son como una toxina para mí. No puedo vivir mucho rato con ellos, mi cuerpo comienza a rechazarlos con respuestas que me dejan destrozada.

-¿Y qué vas a hacer ahora? -Preguntó Mario sentado en el metro, moviendo sus piernecitas hacia delante y hacia atrás, todavía no le llegan al suelo. Los dos estaban sentados juntos y yo en frente de ellos, protegiéndolos con mi cuerpo de cualquier mal.
-Voy a ir a vender droga. -Voy a tomarle un rato el pelo a estos dos. Aunque eso se me ocurrió después de decir ese disparate... Lo reconozco, no soy nadie sin decir tonterías. Por suerte, las diminutas probabilidades de que haya alguien que entienda español en un vagón de 10 metros cuadrados me permitió decir eso. Aunque... para qué vamos a engañarnos... lo hubiera dicho igualmente. Rafael me miró acusativo, inclinando la cabeza hacia un lado y frunciendo el cejo.
-¿Te crees que porque nos lleves más de diez años de diferencia puedes engañarnos como si fuéramos unos ingenuos? -Típica respuesta de Rafael. Y... Au, eso de los más de diez años de diferencia dolió. Me hizo parecer muy muy vieja. Diantres... Que son unos preciosos 21 años... la flor de la vida...
-Ah, ¿no te lo crees? ¿piensas que miento? -Me hice la sorprendida e indignada ante la duda.
-Sin duda alguna. -Se cruzó de brazos para decirme con lenguaje corporal que no iba a aceptar nada de lo que le dijese. Y ahí, se me encendió la bombilla del hijoputismo.
-Y si te enseño esto... -Y cuando me aseguré de que los dos estaban con los cinco sentidos en lo que estaba haciendo, me metí la mano libre que no estaba agarrando la barra del metro para no caerse en el bolsillo del chaquetón. Recordé que llevaba una bolsita con chucherías. Al ver la bolsa de plástico aparecer por mi bolsillo, los dos abrieron tanto los ojos, que casi se les salen de las órbitas.
-¡No! ¡No lo saques aquí! -Rafael, mi pequeño ingenuo, saltó de su asiento corriendo a por mi mano para que la volviera a meter en el bolsillo. Su cara de desesperación fue lo mejor.
-El qué, ¿las chuches que tengo para vosotros? -Llegó a meterme la bolsa en el bolsillo, pero en mi segundo intento, fui más rápida y ágil. Al ver lo que realmente era, Mario abrió la boca más que los ojos y Rafael directamente se quedó petrificado. Su ego quedó muy muy herido.
-¿Qué decías? ¿Que no eras un ingenuo? -No podía desperdiciar este momento de verdadera victoria. A veces pienso, que yo soy más infantil que ellos. Lo miré victoriosa, sonriendo de oreja a oreja mostrando mi felicidad. Mario se levantó a coger el paquete de chuches de mi mano para empezar a comerlas. Él no pintaba en esta historia.
-No me lo había creído. Estaba actuando. -Rafael se sentó se cruzó de brazos más que antes y frunció el cejo más que antes. Miró hacia otro lado para evitar cruzar la mirada conmigo. Estaba intentando recuperar su ego. Casi me da penita por un instante.
-Ya...... Claaaaroooo......Sí, sí. Sin ninguna duda. -Eso se llama, hurgar en la herida. ¿O hurgar en el ego? JAJAJA qué mala leche. Mario se cruzó todavía más de brazos y frunció todavía más el ceño, si era incluso posible más. -¿Por qué te enfadas entonces si no te lo has creído? -Me miró por un momento, me lanzó dardos por los ojos y volvió a voltearme la cabeza. -¡Oh! ¡Venga ya! ¡No seas tan orgulloso! ¡Vosotros os mofáis de mí constantemente y si tuviera que enfadarme por cada vez que lo hacéis, viviría de brazos cruzados! -La que se viene a quejar... -Coge chuches tú también. -Me miró por un momento, dándome la posibilidad de deliberar la opción de aceptar lo que yo decía. Y ahí usé el factor sorpresa. Le toqué con la yema del dedo índice, con total delicadeza, el centro de la frente con mucho cariño. Sonriente. -Venga. Estamos en paz. -Rafael me miró muy sorprendido. Se puso muy colorado y disimuló mirando hacia otro lado, quitándole el paquete de chuches a Mario. Que no le quitaba mano.
-Bueno, que no has dicho al final que vas a hacer. -Dijo Mario cuando se quedó sin chuches. No puso pegas, ya se había hartado en grandes cantidades. ¿Pero entonces no lo preguntó para comenzar una conversación amena? ¿Lo quería saber de verdad? Ains.... Nunca conseguiré despistarlos de su propósito... Me quedé pensativa un rato.
-Pues no sé. Imagino que me quedaré en casa haciendo el tonto y luego me iré a trabajar. -Cómo si tuviera todo un abanico de divertidísimas posibilidades entre las que poder elegir...
-Para seguir haciendo el tonto allí. -Y ese comentario típico de Rafael, salió de los labios de Mario. El primero seguía callado comiendo chucherías y mirándonos atentamente. Pues sí que se había quedado tocado... sí...
-Exactamente, tú lo has dicho. -Y chasqueé los dedos para apuntarlo después con el índice. Para qué me voy a molestar por las verdades que dicen... verdades son, debería molestarme en todo caso por no ser unas verdades que me gusten o de las que pueda sentirme orgullosa. -No puedes pedirle a los olmos que entreguen peras. -No pueden pedirme que deje de hacer estupideces todo el rato.
-Ni a ti valor. ¿Te quejas de que soy un orgulloso y no piensas hablar con Bryce? -¡ZAS! Cualquier día, me ha hablar del sentido de la vida, y voy a tener que darle la razón. Rafael dice verdades como templos, y como puños.
-Lo llamaré. Pero tengo que convencerme de ello antes... -Y antes de que pudieran decir algo más. Llegamos a nuestra parada de metro. Las puertas se abrieron y nosotros salimos a la calle arrastrados por la aplastante multitud que salía también con nosotros.

-Bueno, ¿y qué vais a hacer vosotros? -Esto se parecía mucho a la típica conversación que tienes con alguien con el que no sabes de qué hablar. Como no nos estemos echando los trastos unos a otros, nos quedamos en blanco. Íbamos caminando sin ir agarrados de las manos. Ahora había demasiada gente andando por la calle que podría vernos, y eso heriría el orgullo de hombre de los niños. En el barrio rico no estaba ni el Tato.
-Nos quedaremos con mamá. Se tiene que ir a trabajar en una hora. -Mario lo dijo con penita.
-Sí... Después nos quedaremos solos. Como siempre.. -Vale. Ahí se me partió el alma.
-¿Como que siempre? -No daba crédito a lo que acababa de oír. Intenté no alzar mucho la voz, pero estaba demasiado consternada.
-¿Con quién pensabas que nos quedábamos entonces cuando mamá trabaja? -Preguntó Mario inocentemente. Y entonces, recordé que siempre me lo había preguntado pero nunca había averiguado la respuesta. En todas las ocasiones que me habían visto por la ventana.
-No lo sé... Siempre me lo había preguntado... -Dije bajando el tono de voz con cada palabra que decía. -No me gusta que os quedéis solos. Veníos a mi casa siempre que no esté vuestra ma...
-No necesitamos tu compasión ni que te sientas obligada a hacer cosas que no te incumben. -Rafael, con una frialdad digna de un adulto, me tajó cortante.
-No lo he dicho por obligación, lo he dicho porque no quiero que os quedéis solos. Y cuida tus palabras, Rafael, a veces hieren. -Eso me dolió. Mario nos miraba preocupado.
-Siempre nos la hemos apañado solos y nunca hemos necesitamos ayuda de nadie. Te quedas con nosotros sólo porque mamá no quiere que durmamos solos. -Su tono de voz fue un poco menos tajante que antes. Aunque sus palabras hirieron igual.
-Ya sabéis donde vivo. -Sí, podría haber dicho algo más. Como un <buscadme cuando queráis> o <estoy ahí para lo que queráis> y similares. Pero eso ya lo daba a entender con la frase que dije.

Continuamos el camino en silencio hasta casa. Llegamos a las nueve y siete al piso. Estábamos entrando en su casa para esperar en ella a Raquel cuando ella apareció por al momento subiendo las escaleras mientras yo buscaba las llaves de la casa en el bolso.

-¡Ay! ¡Hola! ¿Cómo estáis tesoros? -Y se agachó para recibir un abrazo de oso de los dos pequeños, que salieron corriendo nada más verla. Realmente la quieren un montón. Nunca he visto ese entusiasmo al ver a una madre cuando la ves todos los días en ninguna otra persona. Los tres con los ojos cerrados, sonrientes y felices me parecieron lo más bonito del mundo. Era lo que menos podía dejar de mirar y adorar después del helecho de verde clorofila del pasillo de anoche.
-Buenos días, Raquel. ¿Cómo estás? -Dije acercándome a ella cuando se levantó. Nos dimos dos besos de saludo y un abrazo reconfortante después de todos los duros momentos. Se la veía tan joven pero tan cansada... Ojeras marcadas, cara pálida y muy delgada, labios violáceos, voz débil, pelo desaliñado, ropa dejada... ¿Cómo no me he fijado antes? Lo ha tenido que pasar realmente mal por su hermana.
-Bueno... Muy contenta. Le dan el alta hoy a mi hermana. Pero he tenido que venirme, quería ver a mis niños antes de entrar a trabajar. -Y les acarició la cabeza a los dos mirándolos con amor. Cada uno estaba a un lado de ella. Con una mano apoyada en su cadera o pierna.
-¡Qué bien! Me alegro mucho por tu hermana y por ti, de verdad. -Y le dediqué mi más cálida sonrisa. -Ahora lo que tienes que hacer, es descansar al máximo. Debes estar agotada. -Y le apreté la mano sutilmente, intentando transmitir toda la fuerza y energía posible.
-¡Ay que va! ¡Yo no puedo permitirme ese lujo! Le han dado el alta, pero sigue débil. Tengo que hacer algunas cosas por ella todavía en casa. Pero no te preocupes, que voy a dormir todas las noches aquí. ¡Ay! Cierto, entra, entra, ¿qué hacemos aquí en el rellano? Qué cabeza la mía. Venga, que tengo que pagarte. -Eso sí, sus ganas de hablar no habían cambiado en nada, cosas que me dejaba realmente contenta. Comenzó a buscar inquietamente las llaves en el bolso. Yo ya las tenía preparadas en la mano, abrí y se las entregué después.
-Gracias, no recordaba que tú también las tenías y estabas en proceso de entrar. -Me eché a un lado para que pasaran adentro ella y los niños, que no se separaron de ella ni un milímetro.
-Pero entra chiquilla, entra, que tengo que darte lo tuyo. -Dijo tan dicharachera como siempre. ¿De dónde saca esta mujer tanta alegría?
-No. Muchas gracias Raquel, pero no puedo aceptarlo. Me he ocupado de sus hijos con mucho gusto. No me han supuesto ninguna molestia, en absoluto, me ha encantado pasar tiempo con ellos. -Estaba tan convencida de que tenía que pagarme, que me miró súper extrañada.
-¡Pero qué dices! ¡Anda chiquilla! ¿Cómo no voy a pagarte? Venga entra que tengo el dinero dentro. -Y comenzó a andar hacia adentro, dejando el bolso en el mueble de la entrada y llevando a los niños con ella. Entré en la casa porque se estaba yendo y no quería desaparece así. Pero no iba a aceptar dinero ninguno. Cuando entré, ya tenía una cartera en la mano y estaba buscando dinero en ella.
-En serio Raquel. Te portaste muy bien ese día que yo necesitaba hacer una llamada por teléfono. Y no me conocías de nada. Yo conociéndote, no voy a pedirte nada a cambio. Tómatelo así. -Era una excusa. No lo hacía por eso. Ni por pena por el tiempo que estos chicos pasan solos y el que ella pasa trabajando. Que también. Pero es que realmente me alegraba mucho mucho haber pasado esas noches con los niños. Había empezado a quererlos. No podía permitir recibir dinero por eso.
-Que no, mujer. Si no me dices cuánto, te daré yo lo que me parezca. -Y como sabía que no le diría nada. Dicho esto, no me dejó tiempo a pensar una cantidad que decirle y se acercó a mí con dinero en mano que obligarme a coger. Me llevé las manos a la espalda y me las cogí allí.
-No, Raquel, de verdad que no. -Y di dos pasos atrás. Rafael y Mario me miraban muy raro. Callados desde su sitio. Les había dicho muchas cosas bonitas, era comprensible.
-Valeria. Me voy a enfadar contigo como no lo cojas. -Lo dijo ya seria. ¡Qué estrés!
-Pues nada. Me invitas a tomar café un día y así te quedas más tranquila. Pero no voy a cobrar por hacer algo que lo he hecho con todo el cariño del mundo y sin ánimo de lucro. -Y dicho esto. Raquel se lo pensó un momento, soltó el dinero en la mesa y se acercó a mí con los brazos abiertos para darme un abrazo. Abrazo que correspondí encantada.
-Bueno, ya has dicho lo del café. No vale arrepentirse o cambiar de opinión. -Dijo cálidamente a pesar de que estaba muy fría. Me estaba preocupando realmente su estado de salud. Como no la viera mejor en dos días, iba a hablar seriamente con ella.
-Lo prometo. -Nos apretamos un poco más en ese momento y terminamos de abrazarnos. -Bueno, me voy, no os molesto más. Que tendréis que hacer cosas. -Fui retrocediendo de espaldas hacia la puerta de la casa. Me despedí con la mano de los niños, no me atrevía a hablarles. Me respondieron con el mismo gesto, mirándome todavía raro, los dos.

Salí de la casa y no había entrado en la mía todavía cuando ya empecé a echarlos de menos. No porque quisiera seguir estando con ellos justo en ese momento, necesitaba tiempo para organizar mi casa y mi vida. Pero el no saber cuándo iba a volver a verlos, me hacía extrañarlos enormemente. Lo primero que hice al llegar a casa fue quitarme la lentilla. Había pasado ya un mes y tenía que renovarla. Pero no iba a ponerme una nueva para estar en casa, dejaría el ojo descansar y ya me colocaría una para el trabajo. Me dejé caer de espaldas a la cama y me puse a pensar en todo lo que me habían dicho los niños y en cómo había encontrado a Raquel hoy. Tengo que hacerles entender que pueden contar conmigo cuando quieran. Le he cogido demasiado cariño a esa familia como para quedarme sin hacer nada. Y decidido esto, busqué entre los contactos de mi móvil a Bryce para llamarlo. Sin pensarlo. Sin tener nada preparado para decirle. Pero no lo llamé. Si pienso, busco motivos para no hacer las cosas que debo hacer pero a las que no me atrevo. Y no puedo evitar pensar. Esta vez, la excusa fue que estaría durmiendo todavía.

Decidí echarme una pequeña siesta antes de comer. Entro a trabajar a las cuatro. Todavía me quedan unos preciados minutos de sueño, si tengo la suerte de disfrutarlos. Estaba remuerta. Afortunadamente, me dormí al momento. Parece que mi conciencia se quedó tranquila al estar convencida de que enmendaría lo que había hecho mal, y eso le sirvió para dejar de atormentarme y permitirme dormir. Acabé soñando. Desde hacía mucho tiempo. Soñé con Aaron. ¿Por qué siempre que sueño, sueño con él? Me estaba pidiendo perdón. Que lo sentía. ¿Pero el qué? ¿Por qué se disculpaba? Me sonrió tan, tan, tan triste... ¿Eso es porque se iba? ¿Era esta la continuación de todos mis sueños con él? Ains... ni soñando tengo un respiro... Me levanté con la almohada completamente babeada. Mi maravillosa consejera estaba húmeda... Vale, chistes aparte. Miré la hora. Eran las dos menos siete. Bien, me levanté y me cogí uno de los tupper con comida de ese día que cociné en cantidades industriales para tampoco llamar a Bryce. Hoy tocaba ensalada de pasta. Tocaba que Bryce no me cogiese el teléfono las tres veces que lo llamé. Y tocaba que me amargase en el trabajo sin mi Karem. Fue una tarde sin chispa. Sin nada que recordar. Gente entrando sin ropa, gente saliendo con ropa, gente saliendo tal y como entró. Yo sin entrar ni salir...

Cuando llegué a casa a las nueve y media, estaba tan re-remuerta, que me dejé caer en la cama sin quitarme la lentilla. Volví a marcar el número de Bryce. Volví a no obtener más respuesta que unos irritantes y continuos <piiiiii> al otro lado del auricular. Por tres veces. Otra vez. Afú... Resoplé. Relajé todos los músculos de mi cuerpo quedándome sin fuerza ninguna. Estaba ya tirada en la cama, pero como si me hubiese tirado de nuevo. Me derriba todo esto. ¿Por qué diantres no coge el teléfono? ¿Le habrá pasado algo? ¿Sigue enfadado? ¿Lo tiene en silencio y no se entera? ¿Se le ha perdido? ¿Es en realidad el móvil un transformer y se ha convertido en una cafetera? ¿Una aspiradora tal vez? Pero... las aspiradoras no tienen línea telefónica... Qué tonterías pienso... No puede haberse convertido en una... aunque no descarto la teoría de la cafetera, tengo entendido que ya vienen con manos libres algunas. Creo. Afú... Resoplé y volví a relajar todos los músculos de mi cuerpo, quedándome de nuevo sin fuerzas. Si no fuera por la cama y el suelo, estaría ya en la primera planta.

Tenía que ducharme... y cenar... y recuperarme de lo de ayer. Y por tener, tengo hasta que salvar el mundo si me pongo así. Tenía tantas cosas que hacer, que se me fue la prisa. Me quedé revolcándome en mi cama, sin ganas de nada. Le echaré las culpas al sueño que tengo por no haber dormido nada anoche. Estúpido día raro... Sí, ahora me siento mejor, ahora que le he echado las culpas a otra cosa. 

Estaba yo todavía con la cara aplastada contra la almohada, que se había secado ya, cuando me entró la urgente necesidad de hacer algo productivo. Creo que esa urgencia derivaba de lo incómoda que estaba por la postura con la que me había quedado al caer, y es que estaba tan en <mododespojohumanoON#>, que si llego a estar cómoda, no tengo alma para conseguir levantarme o tan siquiera planteármelo. Y es que había quedado bocabajo, con las piernas unidas, los brazos pegados al cuerpo, las palmas de las manos mirando al techo y mi cara hacia la pared. Totalmente inerte. Totalmente incómoda. Y ya respirar costaba. Así, arrastrando los pies y el alma me encaminé al baño. Me duché, cené con la tele puesta, que, aunque no le prestase atención, no tener la habitación en silencio me reconfortaba algo, y me acosté.

Me dormí con la lentilla, se me había olvidado quitármela... Bien... Eso lo descubrí cuando por la mañana era incapaz de abrir mi ojo izquierdo. Para mejorar las cosas, era la lentilla que tenía que desechar porque ya tenía un mes y que se me había olvidado tirar antes y coger una nueva. Yupi... Y para mejorar aún más las cosas si cabe, me la había regalado Bryce junto con el paquetito de seis meses. Me quedaban otras tres, pero el ojo no lo tenía yo como para ponerme otra lentilla en ese momento. Demasiado que pude abrir el ojo y conseguir despegármela, porque parecía que había echado raíces hasta la nuca. Dolió al tirar de la conjuntiva... Auch. Encima de inyectado en sangre, pegajoso y medio cerrado, ahora también me lloraba salado, para que escociese también. Lo peor, es que a pesar de todo esto, este iba a ser uno de mis mejores días comparado con otros tantos peores que había tenido... Aunque con la media que llevo en puntuación para calificar mis días, superar esa media ni es considerado tener un día bueno.

Pues nada, o llevo gafas de sol o me paso por una óptica antes de ir a trabajar para comprar lentillas verdes. Al evaluar el precio con la pena que valía gastarme el pastón en lentillas, más me valía ponerme un parche y e inventarme la historia más ridícula posible... como que me había ulcerado el ojo porque cortándome las uñas me había entrado una en él. Opté por las gafas de sol. Responderé que pasé una mala noche y tengo los ojos fatal, lo cual es cierto pero no toda la verdad. Todo eso se me ocurrió durante el desayuno, mi mente no se había encendido del todo para pensar con claridad y rapidez. Los procesos mentales que requieren ingenio son muy lentos en esos momentos. Decidí no llevarlas puestas por la calle, total, nadie depara en mi existencia, ¿quién iría a darse cuenta? Odio llamar la atención, por muy irónico que pueda parecer por decirlo yo. Al menos, iba muy mona vestida, así parecía menos ridícula. Llevaba un vestidito de lana blanco con un cinturón marrón alrededor de mi cintura, a juego con las medias. Y un gorro de lana a juego con mi chaquetón beige, y botas.

Y así, me encaminé hacia el trabajo. Llamé una vez más a Bryce al salir del metro, antes de entrar, pues llegaba con bastante antelación. Pero una vez más, los desagradables <piiii> me saludaban mezquinamente. Si no puedes con el enemigo, únete a él... la próxima vez los imitaré yo con mi propia voz. Con la suerte que tengo, alguien descolgará al otro lado para hacerme pasar vergüenza. Y justo al levantar la cabeza del móvil para mirar hacia la entrada de la tienda, vi a Bryce apoyado en la pared de ella, mirando su móvil, con una muleta a cada lado y con la pierna del esguince flexionada. En un acto reflejo, me coloqué las gafas de sol y me quedé parada. Estábamos a pocos metros. ¿Por qué siempre tiene que aparecer de golpe y sin previo aviso? Suerte que llegaba con quince minutos de adelanto a trabajar. Continué andando hacia él y me coloqué a su lado. Él también llevaba unas gafas de sol, así que no sabía cómo me estaba mirando. Estaba irresistiblemente guapo. Sabe que su mera presencia hace que cambie todas las cosas de las que estaba 100% segura cuando no está. Sabe que tiene ese poder en mí. Y lo estaba aprovechando. Pero no me rendiría tan fácil.

-Te he estado llamando. Podrías haber contestado alguna vez. -No se lo dije enfadada a pesar de que fuese un reproche. Bryce levantó la cabeza y me miró sorprendido. No esperaba encontrarme tan de repente allí. Esperó unos segundos, se metió las manos en los bolsillos y respondió.
-Lo sé. Pero cuando llamas, es porque estás preparada para decir algo. Algo que se ha creado en tu mente en un ambiente no muy de mi agrado y un poco alejado de otras perspectivas y puntos de vista. Por eso preferí esperar a que se te fuera la intensidad de defensa de esas ideas, y presentarme sin avisar, no fuera a ser que si aviso, te diera tiempo a volver a formar tu frente de batalla. El factor sorpresa siempre deja al otro unos momentos desprevenido, y ahí es cuando yo puedo atacar. -Pero acabo de llamarte, si tuviera sentido todo lo que estás diciendo, seguiría con esas ideas sin fundamento en la cabeza de las que tu hablas, y con las que dices que podría atacarte. -Nuestra conversación no tenía sentido, yo no iba a llamarlo para echarle nada en cara. Lo llamaba para arreglar las cosas.
-Por eso, el que ha sido pillado de sorpresa y sin previo aviso, he sido yo. Ahora yo soy el desarmado frente a tu ejército de pensamientos. -Y se quitó las gafas de sol, como mostrando vulnerabilidad y son de paz.
-No sé por qué estás diciendo esas cosas, Bryce, yo te llamaba para arreglar la discusión de antes de ayer. No a iniciar una pelea. -Dije ya un poco molesta. Encima que era él el que la inició y el que no ha respondido mis llamadas y se presenta ahora conocedor del poder de su presencia física sobre mí para salirse con la suya.
-No tengo la menor duda. Pero sé que piensas que la culpa fue mía, que no te lo niego, que tengo la cara tan dura de no llamarte ni responder tus llamadas y que encima soy un impresentable que aparece sin avisar diciéndote la verdad que no quieres aceptar, a la cara, y jugando sucio porque sabes que tengo razón al decir que juego con ventaja usando el factor sorpresa. -Se le había olvidado decir que también estaba usando con ventaja el factor <presencia física>. O tal vez no quería decirlo. Porque saberlo, lo sabía.
-¿Y acaso no es así? -Revalorando lo que había dicho, tenía razón en todo. Pensé en ese momento que él me conoce mejor a mí que yo misma. Me entró un escalofrío, para disimular, cambié el peso del cuerpo de mi pierna derecha, a mi pierna izquierda. Iba a cruzar los brazos, pero prefería que no, en el lenguaje corporal, eso indica que estás cerrada a aceptar otras ideas externas a las tuyas.
-Sí. Así es. Pero creo que tal vez no tuviste algo en cuenta. -La gente que pasaba por la calle nos miraba descaradamente. El famoso y guapísimo Bryce, codiciado por todas las chicas de la alta sociedad, con la espantapájaros de su... pensarían que novia, a la puerta de su trabajo. Los dos estábamos en silencio en ese momento, él esperando a decir lo que tuviera que decir, y yo esperando a que lo dijese. -Si yo te pidiese ahora que no fueses al trabajo y que pasases todo el día conmigo. ¿Aceptarías? -Dijo irguiéndose, desapoyándose de la pared. Aproximándose a mí. A mí su pregunta me dejó totalmente confusa. ¿Me lo está pidiendo o sólo pregunta? Yo retrocedí un paso, tanta cercanía me dejaba aún más confusa.
-Bryce, yo vivo del dinero que gano trabajando. Si no soy seria en mi trabajo, podrían despedirme, y necesito ese dinero. No puedo faltar así porque sí. -Y aunque no era la respuesta que él esperaba, era la excusa que yo irremediablemente le di. -Y no puedes decirme que si dejo el trabajo o me echan, tú me pagarías. No puedo depender de otras personas para vivir. -Bryce suspiró. Vale, eso último que había dicho sobraba. Soy una asquerosa bocazas.

-Nunca te hubiera ofrecido eso, Valeria... Ahí demuestras lo poco que me conoces... -Hablaba mirando al suelo, con la cabeza agachada. Diablos, ¿por qué estaba tan triste? Hoy se le veía tan apagado y sin fuerzas.
-¿Entonces por qué me pides que hoy no vaya a trabajar? -Prometo que no entiendo a dónde quiere llegar. Eché todo el peso del cuerpo en mis dos piernas, las estiré y me acerqué hacia él. Me estaba frustrando, aunque él ya lo estaba. Recogí sus mejillas en mis manos y levanté su cara para que me mirase. Pero sus ojos no me miraban a mí, miraban hacia la profundidad. Moví mi cabeza hacia ese punto al que miraba, y sus ojos se encontraron con los cristales negros de mis gafas.
-No te lo he pedido. Te lo he preguntado. El problema es que siempre malinterpretas todo lo que digo. El problema es que haga lo que haga, y diga lo que diga, tú siempre te vas a quedar con la posible mala interpretación que pueda tener, y si no la tiene, tú cerebro la inventa. Porque no confías en mí, no porque pienses que puedo traicionarte, sino porque para ti siempre seré el mismo Bryce egoísta, pasota, manipulador, calculador, egocéntrico y prepotente que fui. -Su mirada era muy intensa, y el cristal negro de mis gafas no era cristal anti intensidad de mirada. En cualquier caso, intensificador.

Me quedé callada, sin saber qué decir. Porque tenía razón. Si puedo, siempre me tomo a mal todo lo que viene de él. No sabía por qué se había comportado así con los niños, ni por qué no había contactado conmigo antes aunque fuese con su mismo plan de aparición por sorpresa. No sabía nada. Y aun así, pensaba que era por motivos egoístas suyos... Y eso me disgustaba, deseaba que no fuese así, deseaba no pensar de eso modo. Pero no puedo evitarlo. ¿Qué le digo? ¿Que lo siento y después entro a la tienda y lo dejo? Esa simple idea me dejó destrozada por unos momentos. Nos seguíamos mirando. Tuve claro que ese día no podía dejarlo solo. Y que ese día yo tampoco podía quedarme sola.

-Supongo que conoces esa parte en mí que si tú dices que haga algo, se niega, pero si esa misma cosa se lo propone hacer esa parte en mí, lo hace. -Intenté comenzar a hablar diciendo lo más correcto que me parecía decir. Ahora era yo la que miraba hacia el suelo, no podía seguir manteniendo la mirada con él, me dejaba totalmente en blanco, y si quería decir algo, tenía que mirar hacia otro lado.
-Demasiado bien. -Soltó una carcajada irónica sin fuerzas.
-Odio su existencia, al igual que odio la de la otra parte que desconfía de la ausencia de malos motivos de tus acciones. -Me tomé un momento para levantar la cabeza y mirarlo de nuevo. -Quiero pasar el día contigo, si puedes. Y no porque tú quieras pasarlo conmigo, ya sabes por qué... te he hablado de esa parte 1 de mi cerebro... sino porque yo quiero pasarlo contigo. -Bryce se colocó de nuevo las gafas de sol, que las llevaba en la cabeza. Con cuidado de no dejar caer las muletas ni a él mismo y aun así, con mucho estilo.
-Sólo si es lo que de verdad quieres. -Dijo sabiendo que se arriesgaba a que lo dudara un segundo, y negarse entonces a aceptar que pasemos el día juntos por el hecho de haberlo dudado. -No quiero que después te arrepientas y pienses que te manipulé o cualquier otra cosa que se puede inventar la parte 2 de tu mente. -No podía verle los ojos, pero sí las cejas, y las tenía fruncidas. Eso le preocupaba de verdad.
-No. No lo pensaré. Y para asegurarme, ya no te debo más recompensas. Esta cita se cobra la que te debía. Así, engañaré a esas partes de mi mente que funcionan independientemente de lo que yo quiero, para que piensen era mi obligación hacerlo y que no tenía otra. -Le sonreí. Claro que no iba a pasar el día con él y faltar al trabajo para así dejar de tener que deberle una recompensa. Lo de la recompensa es un juego nuestro. Y tampoco lo usaba para engañar a mi mente. Es sólo que quería dejar ya atrás este momento triste con Bryce e iniciar el día con él con nuestros típicos juegos.
-Juegas sucio. ¿Vienes conmigo porque quieres y encima me cobras un vale de recompensa para usarlo en tu beneficio y no en el mío? -Bryce me dedicó esa sonrisa doblada y pícara que tanto me gusta. La tristeza comenzó a abandonar mi cuerpo instantáneamente.
-Me has descubierto. -Me mordí el labio sonriendo en un intento por parecer sexy.
-Te aprovechas porque sabes que no puedo resistirme a ti cuando estás presente.

Y su sonrisa, mostró ahora todos sus dientes, blancos, brillantes, perfectos. Tal vez me he estado equivocando y no es que él no haya querido decirlo o se le ha olvidado, sino que no sabe en realidad que eso es exactamente lo que me pasa a mí con él, que cuando está conmigo no puedo evitar sucumbir a todo lo que antes me había negado.

-Pero si lo aceptas sabiendo que es injusto, entonces no es tan sucio mi juego.-Tenía que decir algo en mi defensa.
-Valeria, tú y tu infinita inocencia. Si alguien acepta sin rechistar algo sabiendo que es injusto, o tiene muy poco espíritu o está ocultando algo. Algo que lo beneficia.-Dijo subiéndose las gafas de sol haciéndose el interesante.
-¿Y qué ocultas tú? Porque espíritu te sobra. -Dije subiéndome las gafas con el dedo índice imitándole. A él le queda tan interesante todo lo que hace cuando intenta hacerse el interesante, que cuando yo también lo intento, no puedo evitar sentirme ridícula sabiendo que no lo consigo.
-Ahora mismo lo sabrás. -Y se bajó las gafas y me guiñó un ojo por encima de ellas. Me da coraje que estas cosas me afecten tanto como a las mojabragas de la Uni, pero es que... ¡Dios! ¿Por qué es tan RQPYTOIRSHLKXMBV? Al menos yo, no iba a demostrarle su efecto en mí.
-Bueno, pues déjame antes avisar en el trabajo de que hoy no puedo venir. A ver qué me invento... -Levanté la mano que guardaba el móvil, que seguía ahí desde que lo saqué del bolso para llamarlo. Pero no llegué a levantar la mano hasta arriba del todo, Bryce me lo impidió antes tocando mi mano sosteniendo el móvil, con la suya.
-No hace falta. Ya saben que no vas a venir a trabajar. -¿Cómo? Excuse me? -He mandado a una empleada de casa para que vaya a trabajar por ti. Llamé diciendo que te encontrabas con una gripe muy severa y contagiosa, y que no podrías ir en unos días, que te estábamos cuidando en mi casa. -WHAT? Las caras que iba yo poniendo, expresaban mejor cualquier cosa que pudiese gesticular. -Claro está, tu jefa se quedó un poco escéptica, pero en cuanto le dije que era Bryce Domioyi, aceptó con demasiada buena gana. -Dijo mostrando una sonrisa orgulloso de ello. - Se quedó tan suave, que puedes venir drogada a trabajar y ponerte a insultar a los clientes, que no te despediría. JAJAJAJA. -...................................................................
-¡¿Y POR QUÉ LO HACES SIN CONSULTARME?! -Empecé a golpearlo con el bolso. Lisiado o no, se lo merecía.
-¡Porque era una sorpresa! -Decía colocando los brazos en la trayectoria del bolso hacia su pecho. Riéndose. -¡Así ya puedes venir sin problema a la casa de montaña de Ashley, recuerda que este viernes estamos todos citados para pasar el finde allí! Además de unos diíllas libres, mujer. Que estás en vacaciones de Navidad y estás aquí trabajando en vez de estar con tu familia. -Las muletas, que estaban apoyadas en la pared, se cayeron al suelo. Y Bryce dio varios traspiés a la pata coja. Decidí parar, a ver si me iban a multar por agresión pública a un tullido, con un aumento de pena por tratarse de Bryce Domioyi. Así que me coloqué dignamente el bolso en el hombro, con el móvil dentro, y salí andando, indignada.
-Vamos, y viene aquí haciéndose la víctima, preguntándome con cara de pena que si puedo pasar el día con él, usando la lástima a su favor para convencer o hacerme sentir mal en el caso de que me niegue, sintiéndome peor por pensar mal de él y convenciéndome de lo contrario... ¿Qué pasa? ¿Me estabas poniendo a prueba a ver qué hacía o qué? -Dejé de hablar porque Bryce se había colocado frente a mí y casi me choco con él. ¿Cómo es tan rápido? ¡Si tenía que recoger las muletas del suelo, colocárselas bien y adelantarme usando sólo un pie! En fin...
-No empieces a confundir las cosas, Valeria. -Extendió los brazos a cada lado de su cuerpo para detenerme, sosteniendo en ellos las muletas, aguantando el equilibrio en su pierna izquierda. Casi le da un muletazo a una señora, no es buena idea ocupar tanto espacio en las abarrotadas aceras de Nueva York. Si antes llamábamos la atención, ahora mucho más... ¡BIBAH! -Si no hubieses querido pasar el día conmigo, me hubiese ido y hubieras entrado a trabajar con total normalidad, porque tu jefa no pisa la tienda en su vida como para notar tu presencia. -Dijo muy serio, casi enfadado. Cualquier atisbo de risa se le había esfumado. -No te estaba probando. No me dedico a hacerte exámenes a ver si los apruebas. Confío en que lo que haces, lo haces porque realmente tienes buenos argumentos a favor, y si me jodo porque preferiría que fuese de otra manera, me jodo, como he hecho siempre. -Hablaba muy dolido, tal y como me estuvo hablando antes. -Sí, puede que sea un manipulador y utilice a la gente para conseguir cualquier cosa que me de la gana. Vale. Pero no soy un manipulador contigo. Quiero que las cosas que haces por mí las hagas porque tú quieres hacerlas de verdad, no tendrían ningún significado para mí si me las das bajo engaños y manipulaciones. -No paraba de hablar, las palabras salían una tras otra de su boca, sin cesar. Realmente sentía todo lo que decía. -Ojalá te dieses cuenta ya de como soy con el resto y como soy contigo.

En ese momento, un hombre que caminaba muy apresurado, empujó a Bryce en su intento por esquivarlo y le hizo perder el equilibrio. En un segundo, reaccioné y di un paso hacia él para agarrarlo. Las muletas acabaron de nuevo en el suelo, él sobre mí y yo intentando no caerme por el balanceo de su aterrizaje en mis brazos. Todo fue muy rápido. Cuando quiso incorporarse una vez estabilizado, para enderezarse, lo apreté fuertemente con mis brazos alrededor de su pecho para que no lo hiciese. Lo estaba abrazando. No quería que se fuese de mi lado, quería que siguiese así, yo cobijada en su pecho y rodeada por sus brazos. Él se dio cuenta y me apretujó también después de colocarse de forma que nuestra posición le resultase cómoda.

-Lo siento. Tienes razón. Tienes toda la razón. Perdóname. -Se lo dije suave al oído. Susurrándole. Con los ojos cerrados y la mejilla escondida entre sus ropas.

Colocó su cabeza a la altura de la mía, nuestros ojos alineados. Y apoyado sobre una pierna, fue llevando sus dos manos desde mi espalda hacia mi cara. Me quitó con cuidado las gafas de sol y me las colocó en la cabeza. Yo estaba paralizada, era incapaz de impedir que me hiciese lo que quisiese. Incluido si quería besarme en ese momento. Porque yo también quería, y agradecía estar paralizada para no evitarlo en algún acto reflejo estúpido. Me miraba. Sólo me miraba. Muy serio. ¿Iba a decirme algo y estaba esperando a prepararse para decirlo, o iba a besarme y también estaba esperando para asegurarse de que no le hiciese el movimiento de la cobra? En cualquier caso... ¿por qué tiene que esperar? ¡Lánzate hombre!

Comenzó a aproximar sus labios hacia mí, lento, cerré los ojos y separé un poco los míos. Para mi sorpresa, me besó en un ojo. En mi ojo derecho. En mi ojo marrón. Fue tan dulce, tan delicado, tan tierno... Mejor que cualquier otro beso en cualquier otra parte. Si antes no podía moverme, ahora no podía ni siquiera respirar bien. Estaba totalmente electrizada. Con una mano, me recogió el pelo detrás de la oreja, y sin separar sus labios de mi piel, llevó su boca hasta el centro de mi frente. Allí volvió a besarme mientras escondía la mano que antes me había recogido el pelo, entre mis rizos. La otra me la pasó por los hombros y me acercó un poco más a él.

Había olvidado por completo que al quitarme las gafas iba a verme los ojos así. Y me alegré por ello. Seguía feliz porque fuese sólo él el que lo supiese. O al que yo se lo había mostrado conscientemente al menos. Con Aaron siempre he tenido mucho cuidado en las veces que ha dormido en mi casa, esto es sólo de Bryce y mío.

-Yo también lo siento. Siento que estemos así. Siento no poder darte más que pequeños ratos en los que acabo enfadándome porque te quiero sólo para mí. -Bryce comenzó a hablar. Sus labios rozaban mi piel al hacerlo. Me estremecía con cada movimiento. Tuve que concentrarme mucho en prestar atención a sus palabras, porque mi cuerpo ya se había separado de mi mente. -Y sé que le debo una disculpa a tus vecinos. Pero de pensar que ellos me estaban robando nuestro momento a solas cuando ellos van a pasar todo el tiempo que quieran junto a ti y yo no voy a poder porque... -Dejó de hablar. Se calló lo que iba a decir a continuación. Eso que no quiere decirme hasta que se sepa seguro lo que va a pasar, para no vivir preocupada el tiempo que pasa hasta que se sepa. Eso que puede separarnos para siempre. Eso que se me había olvidado por completo el otro día cuando discutí con Bryce por ser maleducado con los niños. Diablos... ¿Por qué lo olvidé? Entonces me hubiese acercado a Bryce a pedirle perdón por tener que estar con los niños y a darle las gracias por haberlo aceptado...

Bryce tiene toda la razón del mundo... Mi primer impulso es tomarme la interpretación mala de todo lo que viene de él... Me puse muy triste. Yo no quería que fuese así... Mi parálisis se fue lo justo para rodearlo de nuevo con mis brazos y apretarlo todo lo que pudiese contra mí. Nuevamente unidos en un cálido abrazo. Algunas persona de la ajetreada muchedumbre giraban la cabeza para mirarnos, otros se paraban a mirarnos bien durante unos segundos y después continuaban con su camino. Otros comentaban la escena. Igual y había hasta paparazzi haciendo fotos. ¿Quién no reconoce a Bryce Domioyi aunque tenga su cabeza escondida entre una maraña de pelos? Me da igual. Ese momento era nuestro, y nadie iba a quitárnoslo. Y me sentí orgullosa de haber decidido quedarme con Bryce en vez de ir a trabajar sin recordar que posiblemente sólo nos queden días. Porque, aunque tenga ese acto reflejo negativo a todo lo que hace, tengo total seguridad en que realmente quería estar con él porque quiero estar con él, no por el sentimiento de obligación de aprovechar el poco tiempo que tengo a su lado.

-Bueno, venga. Que después me sacan fotos los paparazzi contigo y me va a odiar más gente de la que ya lo hace. -Sé que es muy brusco para parar un momento tan bonito, pero soy alérgica al excesivo sentimentalismo. No puedo evitarlo. Empecé a darle palmaditas en la espalda con las manos para acuciarle. Bryce se separó y yo me agaché a recogerle las muletas.
-Pero pobres chicas. Es comprensible. Si yo también fuese una, también querría salir conmigo, y odiaría a cualquiera que se interpusiese. -Dijo colocándose las muletas. Sonriendo a lo malote. No dijo nada de mi brusco corte. Él es otro alérgico como yo.
-No te emociones tú tan rápido. -Dije colocándome las gafas de sol para tapar de nuevo mis ojos. -Lo decía porque todas van a ver esta cara y esta belleza y van a odiarme por tenerla. -Respondí yo muy dignamente. Me puse la mano en la barbilla en un intento por parecer interesante y comencé a mover mi dedo índice arriba y abajo mientras hablaba. Que en verdad lo dije en el sentido en que Bryce lo tomó, pero no iba a darle la razón, obviamente.
-Jajajajajajaja. -Bryce comenzó a andar calle abajo. La gente seguía mirándonos. Con descaro además. Ojalá estuviese acostumbrada, pero no... -Ahora se pondrá de moda el pelo naranja y rizado y los ojos de distinto color. Todas tiñéndose y comprando lentillas de colores. -Me miró con su sonrisa torcida esperando encontrarse con la mía. Pero no. No había tenido gracia. Me quedé parada, me crucé de brazos y comencé a mirarlo mal. Que seguramente no me veía los ojos a través del cristal negro, pero yo igualmente lo miraba mal. Él suspiró, puso los ojos en blanco y retrocedió unos metros hacia mí. -Sabes que me encantan, y que no los cambiaría por nada. Así que no te pongas así. Que estoy totalmente de acuerdo en que todas te envidien por eso. -Y con una mano me volvió a colocar las gafas de sol en la cabeza. -Ya que por algún motivo las estrellas se han alineado hoy para que me encuentre con tus ojos, no me prives de ellos. Por favor. -Lo miré enfurruñada durante unos segundos, sólo por no darle la victoria tan rápido, porque sólo por cómo me había estado mirando mientras lo decía, ya me había convencido. Y acordarme de cuando me besó en el ojo fue ya el detonante....
-Bueno, pero no te acostumbres. Es sólo porque dormí toda la noche con la lentilla puesta porque se me olvidó quitármela, y no veo nada con las gafas de sol. -Toda mi vida ocultándolos... TODA MI VIDA, y ahora me viene un tío diciéndome que no lo haga, y le hago caso. Y yo que pensaba que nunca me resistiría a ninguno y que siempre sería fiel a mis “firmes” convicciones... Tenía al menos que conservar algo de dignidad o todas las otras “firmes” convicciones que tengo van a sentirse también traicionadas. Bryce suspiró. Yo comencé a sonreírle angelicalmente y comenzamos a andar.
-Cabezota... has aceptado porque yo te lo he pedido. -Dijo sin mirarme. Mirando hacia el frente con cuidado de no chocarse con nadie de la ajetreada muchedumbre. Con una expresión de satisfacción y autosuficiencia de total convencimiento de lo que decía. Si hubiera sido otro, lo hubiese dicho dejándolo caer a ver si mi respuesta le da una pista sobre si es verdad lo que ha dicho o sólo es verdad en su mente. Pero Bryce estaba seguro de ello. Y me encantaba.
-¡Naaah! Eso es porque a parte de alinearse las estrellas, también se han alineado los planetas. No te creas que es por otra cosa. -Y le enseñé sutilmente la lengua. Juguetona. Intentando alargar este momento de pique mutuo que tanto me gusta.
-Ains... Hace falta más que una simple alineación de astros para que algún día tú te tragues tu orgullo y reconozcas las cosas abiertamente. -Dijo moviendo su cabeza levemente de un lado a otro. Quejándose de mi cabezonería y disfrutando de este momento. No podía evitar disimular mal su media sonrisa.
-Bueno, ¿y adónde me llevas? Porque no me creo que tuvieras planeado que saldría contigo y no el sitio al que ir. -Dije mirándolo estirando los brazos a mi frente, poniendo cara mona. Me quité las gafas de la cabeza y las metí en el bolso.
-Pues a ningún sitio. Sólo iba hacia la papelera a tirar el pañuelo con mocos que llevo cargando desde hace diez años. -Y tal y como lo dijo, se acercó a la papelera de la esquina que yo antes había doblado para tirar en él un pañolito arrugado que sacó del bolsillo del chaquetón... ¡OC! Si es que me llevo tantos palos por hablar tanto... Sube el petróleo cada vez que abro la boca... -Iba a preguntarte que quieres hacer tú. No he tenido tiempo para organizar nada estos días... -Dijo girándose para mirarme después de arrojar el papel a la oscura profundidad de la bolsa de plástico negro de la papelera.
-No te preocupes. Confío en que pronto se solucione, me cuentes qué era y podamos disfrutar los dos de que lo superaste. Aunque sienta no decir que lo superamos, porque no me dejas. -Y le mandé una pequeña indirecta a ver si por fin me contaba. El miedo había vuelto a meterse en mi cuerpo desde que me lo recordó esta mañana. Con lo de la otra noche y las terribles ansias de contactar con él lo había olvidado por completo. Pero mientras estoy con él me parece todo muy irreal e increíble. En el momento en el que volviese a quedarme sola, estaba segura de que no lo vería tan lejos. Soy subnormal... Él haciendo todo lo posible por que todo vaya bien y no tenga que separarse de mí, y yo mosqueada por tonterías... Y va a seguir sin decírmelo a pesar de esta pequeña indirecta. Hace que me preocupe más por su gravedad...
-Valeria... En serio. Yo me he metido en esto, y yo tengo que sacarme de esto. No quiero que volvamos a tener la conversación sobre que es una decisión egoísta. -Iba a continuar hablando, pero vio la expresión de mi cara. No sabía cuál era, ni me había dado cuenta de cómo lo había puesto, sólo pensaba en cuánto deseaba que las cosas fuesen de otra manera... Que él pudiera estar conmigo sin inconvenientes, que yo no mal pensase tanto de él, que pudiéramos disfrutar de nuestro tiempo juntos sin astillitas clavadas en la memoria, sin tensión por todo lo que desconocemos que pasará... -Valeria, por favor. No me pongas esa cara tan triste. No sé si mañana o pasado, pero este día es nuestro. No te he dicho nada por esto mismo, por no ver estas caras... -Pero yo seguía con la expresión que tenía puesta y que seguía sin saber cuál era... Lo sé porque no moví ni un músculo. -Venga, que te compro un helado después. -Y con su mano me dio dos suaves golpecitos en la cabeza como si fuese un niño que acaba de tropezarse, caerse y abierto una herida que pudiera calmarse con un helado. Tuve que reírme. Se me escapó una risa cansada y triste que no pude ocultar. -¿Ves? Te has reído. Sabía que todavía quedaba algo de la Valeria que me gusta a mí ahí adentro. Aunque esta que se pone triste y se preocupa por mí también me gusta, ¡eeeh! -Bryce y su capacidad para eliminar todo lo que hay en mi mente anterior al momento en el que él la ocupa por completo.
-¿Y quién ha dicho que me haya puesto triste? Estaba pensando en qué podemos hacer... -Dije mirando hacia otro lado y pasándome una mano por los ojos. Se me habían mojado un poco. ¡Joder! Me sentía tan mal conmigo misma... Tan inútil... Sólo podía hacer una cosa. Y era intentar disimular todo lo que llevaba dentro. -Pues mira. Podemos hacer todo lo que hacen las parejas normales y corrientes. Lo típico, vamos. Dije girándome para volver a mirarlo. Ahora era él el que tenía la expresión de preocupado. Supongo que yo antes había puesto una como esa. Intenté hacer lo mismo que él, y sacarle una sonrisa con algo loco. -Puenting desde el Empire State Building, escalar la Estatua de la Libertad y merendar en su corona, conducir un Monster Truck por plena avenida e ir pasando por encima a todos los coches, paracaidismo y aterrizaje sobre una lancha en movimiento en el río Hudson, o en su defecto, hacer ski acuático y luego ser recogidos con unas escalerillas en un helicóptero que nos lleve de visita turística aérea colgando por toda New Jersey. Pero no me quedaré conforme con ninguna opción si no me compras el helado. -Y le sonreí feliz. Ya no estaba triste. Había decidido posponerlo hasta que me quedase sola otra vez. Bryce me miró muy pensativo. ¿No sería que estaba considerando de verdad alguna de mis ideas? El plan era hacerlo reír y olvidar la mala situación...
-Pues no son malas ideas. -........ Típico. Yo proponiéndome cosas que no salen como las había planeado. -¡Vamos! ¡Ya sé que vamos a hacer!


Y salió con las muletas apresurado hacia el coche. Yo con toda mi capacidad para caminar, tenía dificultades para igualar su ritmo. ¿Pero adónde piensa llevarme? Lo más asequible, por no decir lo único, de todo lo que he dicho... ¡era el helado! Este e igual le da por hacer una locura pensando que le queda poco tiempo de buena vida. ¡Ay Dios! ¡Que hoy va a ser oficial que va a ser mi hermano el que haga perdurar nuestros genes familiares!