adelgazar

Refranero

domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo 17: Siete velas negras

Capítulo 17: Siete velas negras
Entré al cuarto de baño. Intentando controlar mis emociones me lavé el pelo. Parecía muy fuerte exteriormente, por la valentía que demostraba. Pero cuantito me quedaba sola, se me venía el mundo encima. Pensé que debía abandonar la Uni de inmediato. Si ni un niño rico, con lo poderoso que son sus padres, había aguantado semejante tortura, yo que estaba sola en aquel lugar, ni siquiera podría plantearme, plantarles cara a todos yo sola. Decidí entonces salir de allí de una vez por todas para no volver.
Llevaba las manos mojadas no habérmelas secado. No es que no hubiera papel o secador. Había incluso toallas individuales. Vaya con los ricos estos, mucho dinero pero nada de conciencia. Pero es que tenía una prisa especial. Mientras salía, me concentré en no pensar, para que me colapsaran todas las emociones que estaba reprimiendo. Cuando iba por el pasillo se me escurrió de las manos el móvil, lo había cogido para mirar la hora. Mierda. Estaba en lo cierto, el cambio de clase iba a empezar en nada. Mierda otra vez. Se me había caído el móvil al suelo. Estos es lo que pasa por llevar prisas. Pero vi que otra mano aparecía en mi campo de visión. Cogió el móvil antes que yo.
-Toma. Ten más cuidado de secarte las manos la próxima vez. –Dijo mientras se incorporaba. Vaya, una persona amable en todo este campus por fin. Mejor tarde que nunca. Aunque me fuera para siempre y no pudiera volver a coincidir con ella. Levanté la cabeza para ver quién era. Increíble. No podía ser. Estaba soñando. Era demasiado bonito para ser verdad.
-¡ALAN! ¡ALAN! ¡ALAN! –grité con una separación justa para dar más énfasis a la siguiente exclamación. -¡Eres tú! ¡Oh Alan!
-¿Nos conocemos? –Dijo con cara de Ò_ô
-¿Hola? ¿Alan? ¿No te acuerdas de mí? Tú eres Alan Thompson, ¿verdad? –No podía creer que me equivocara. Aunque también era posible que viera visiones, causadas por los intentos fallidos de mi cerebro por salir de aquel pozo sin fondo. Aunque tampoco estaba preparada para recibir otro palo más. Y eso mi mente lo sabía, por lo que no podía haberme equivocado. Más le valía.
-Sí, soy yo… -Y parece que cayó en ese justo momento. Buf, que alivio. Sentí como mis constantes vitales volvían a ser constantes. -¡¿VALERIA?! ¡¿Tú eres Valeria Spinoza?! -¡Lo dijo con tanta alegría! Me puse realmente contenta. Nada en el mundo en ese momento podría haberme hecho tanta ilusión. Ni despertar de esta horrible pesadilla y darme cuenda de que lo había soñado todo.
-¡La misma! ¡¿Pero cómo no me habías reconocido?! –Dije en tono de indignada. Aunque estaba muchas cosas más aparte de indignada. Por ejemplo. Estaba aguantando las lágrimas que empezaban a brotar de mis ojos.

Y me abrazó. Y yo lo abracé. Ese abrazo cálido me transmitió muchas cosas. Tranquilidad. Alegría. Nostalgia. Felicidad. Miedo porque fuera una mala pasada de mi mente. Era como si hubiese encontrado mi puerto seguro después de un ciclón. Y me puse a llorar. Ya no podía seguir manteniendo mis lágrimas en los ojos. Y empezaron a salir a borbotones. Y me dio la risa. Llorar y reír. Cuantas emociones había estado viviendo mi menudo cuerpo esta semana y más este día. Estaba realmente falta. Nunca pensé que el abrazo de una persona pudiera hacer tanto en mí. Y más si había perdido la confianza que teníamos desde hace 11 largos años. Pero daba igual. Los abrazos no se miden por el tiempo que hace que no se reciben, sino por la intensidad de los mismos. Y para mí ese día, todo había sido demasiado intenso. Necesitaba un respiro. Y por fin pensé que había hecho algo bien desde que llegué a la Uni. Mirar el móvil con las manos mojadas. Así pude encontrar de nuevo a mi preciado amigo de la infancia. Porque si no, yo no me hubiera fijado en él ni él en mí.

-¿Pero qué te pasa chiquilla? Estás llorando y riendo a la vez. Sigues tan rara como siempre. Que yo también estoy contentísimo de verte, ¡pero no sabía que tú lo estabas tanto! –Dijo separándose un poco para mirarme a la cara. Tuvo que inclinarse un poco. Realmente estaba muy cambiado, había crecido mucho. Hasta el 1.80. Cuando jugábamos de pequeño yo le sacaba un buen cacho. Estaba muy guapo. Sus ojos color almendra seguían teniendo la misma expresión cálida y amigable que siempre había recordado. Oh Alan, mi Alan. Era él de verdad.

De repente sonó el timbre que indicaba el cambio de hora. Tenía que salir de allí ya.

-Alan, ¿tienes algo que hacer ahora? –Le pregunté apresuradamente. Mis lágrimas se habían secado ya y mi sentimiento de vulnerabilidad había desaparecido.
-No, me ha faltado un profesor y sólo venía a buscar a un amigo que está en este campus. ¿Por qué lo pregunt…

No le di tiempo a responder. Lo cogí de la mano y salimos pitando de allí por la puerta de atrás del comedor. Una vez afuera. A salvo de los salvajes de la Uni. Me relajé y le expliqué.

-Pero bueno, ¿qué pasa? ¿Once años sin vernos y sólo se te ocurre tirar de mí como si fuera un carro? –Que tiarrón este. No había cambiado nada. Siempre estaba de buen rollo y buen humor.  Nos pasábamos las horas bromeando.
-¿Once años sin vernos y se te olvida quién soy? Así que tu falta es mayor que la mía. Ja. –Dije victoriosa.
-Oh Valeria. No sabes cuánto te he echado de menos de verdad. Cuando me llamó mi padre diciendo que estaba tu familia de vuelta a Estados Unidos, no podía creérmelo. Pero aún puedo creerme menos que estemos en la misma universidad.
-Cierto. Pero me alegro mucho de esta pequeña coincidencia. –Y sonreí inconscientemente.
-Bueno, ¿y qué te pasaba antes? ¿Por qué llorabas así? No es posible que fuera por el reencuentro sólo. Me abrazaste de una manera sobrecogedora. Me entraron hasta escalofríos.
-Alan. –Me inundó la tristeza de nuevo. –Me alegro mucho de volver a verte de verdad. Pero voy a dejar esta universidad. Voy a buscarme dos trabajos y voy a pagarme yo una sola pública de cualquier manera. Agradezco mucho la beca de estudios pero no puedo seguir aquí.
-¿Pero qué dices? ¿Por qué vas a hacer eso? –Su expresión cambió radicalmente. Estaba muy angustiado ahora.
-No te preocupes porque nos veamos. Voy a seguir viviendo en Nueva York y podemos quedar algún fin de semana que tengamos libre. –Cada palabra que salí de mi boca, era como una cruda bofetada a la cara.
-¡No me refiero a eso mujer! No pensaba en mí cuando te lo decía. Pensaba en ti –y yo lo sabía, pasa que no sabía cómo abordar la explicación de mis problemas. -¿Qué puede hacer que la Valeria luchadora que siempre he conocido, deje de luchar? –Y era cierto, pero esa Valeria había empezado a formar parte del pasado hace 10 minutos.
-¿Te responde que te diga que el G4 me ha puesto una tarjeta roja?- Sabía que sí le respondería. Al parecer aquí la única que no sabía el poder de esta gente, era yo.
-Oh… Ya veo. ¿Por qué ha sido? –Su expresión pasó de la angustia a la desilusión.
-Me enfrenté a Bryce Domioyi. Le dijo cuatro verdades como puños. No podía seguir reprimiendo mi sentido de la justicia ni permitir que hicieran nada a mi amiga… -Mi voz se quebró al decir esto último.
-Y esa ya no es tu amiga…-No era una pregunta. Era una afirmación.
-No. –Dije mientras agachaba la cabeza.
-Tú siempre tan buena y tan tonta Valeria. Antes también te pasaba lo mismo. Yo te decía que no te fiaras de nadie, y al final nunca me hacías caso y escapabas mal. ¿Cómo se te ocurrió hacer eso? Un momento de desahogo emocional no compensa todo lo que te ha caído encima por tus actos deliberados de ese momento. –Su voz era dura. Pero estaba diciendo la cruda realidad. Realidades como puños. Y cada una se clavaba en mi corazón.
-Lo sé –dije mientras seguía mirando al suelo. Ni siquiera me sentía con fuerzas para alzar la cabeza y aceptar la verdad de sus palabras. -¿Pero qué puedo hacer? Lo hecho está hecho. Como tú también me decías.
-¿Te arrepientes? –Dijo mientras levantaba mi cabeza con un movimiento dulce y suave de su mano bajo mi barbilla. Me miró fijamente a los ojos.
-No. No me arrepiento. Porque en ese momento que le planté cara a Bryce, pensaba, no, sabía, que eso era lo que debía haber. –Y no lo decía en un intento fallido por auto convencerme. Lo decía porque lo pensaba realmente.
-Pues muy bien. Eso era lo que quería oír. Sabía que no me decepcionarías. Eres la misma Valeria que había conocido. Sólo que ésta está guapísima. Más que nunca. –Oh. ¿Y qué debía decir a esto? Menos mal que siguió hablando. –Bueno. Lo que quiero decirte es que tú eres fuerte, y yo no te voy a dejar sola.
-¿En qué estás pensado?
-En que tú no vas a dejar esta universidad. De entre todos los que están aquí. Tú eres la que más se merece este puesto. Yo estoy en el campus de Biomedicina. Pero en cada descanso voy a venir a buscarte. En los cambios de clase, simplemente intenta salir a la misma vez que el profesor y evita estar sola. Sé que la gente no se quedará sin hace nada, pero siempre habrá alguno que dé la cara, aunque sea por lo bajini para avisar al gerente.
-No sé Alan… No creo que pueda. –Dije volviendo la cara. No podía mirarle a los ojos mientras reculaba.
-¡Claro que puedes! Estoy seguro de que el destino ha hecho que nos encontremos justo hoy. No voy a dejar que esa panda de desgraciados acabe con tu alegría. –Sus palabras me emocionaron. Asentí con la cabeza, aunque no estaba muy convencida todavía. Seguía faltando la confianza en mí misma que había perdido hace ya 15 minutos.

El resto del día lo pasamos por ahí. Dando un paseo y después almorzando en un burguer. No volvimos a sacar el tema. Estuvimos hablando de nuestras respectivas vidas durante estos once años de separación. Él había tenido dos novias. Las dos le habían destrozado el corazón. Lo dejaron porque era demasiado bueno para ellas, y se buscaron un mamarracho como novio. ¿Por qué a las mujeres les gustan los tipos malos? Alan parecía ser el tipo de chico que todas las madres quieren para sus hijas, pero que ninguna hija quiere como novio. Yo le pude contar bien poco de mi vida. Sólo que nunca me había enamorado y que tampoco era popular entre los chicos. Por eso no había tenido novio todavía. Dijo que lo que acababa de decir era una tremenda gilipollez. Pero era de verdad. ¿Si no cómo explica que tuviera 21 años y no tuviera ninguna experiencia en el amor?

Llegó la hora de irme a trabajar. Me acompañó hasta la propia puerta de la tienda. Nos despedimos con un fuerte abrazo y quedamos en vernos el próximo día en la puerta principal de la universidad de medicina a la hora del descanso. Tal vez se llevaría una decepción al ver que no estaría allí. Aunque me doliera en lo más profundo del alma. Lo había pasado realmente bien ese día con él. Recordando viejos tiempos y riéndonos a carcajadas en muchas ocasiones. No quería que ese fuera la primera y la última vez. Pero la confianza no había vuelto a mí.                                                                                            

-¡Eeeeh! ¿Quién era ese pivón al que acabas de abrazar? –Preguntó Karem con una sonrisa juguetona en la cara. Había llegado a la misma vez que yo y había presenciado toda la escena. Vaya corte.
-Quita esa cara de pícara, ¡boba! Es sólo un amigo de la infancia al que me acabo de encontrar hoy después de 11 años.
-Ya… claro… SÓLO un amigo de la infancia. Por supuesto. Nadie piensa lo contrario. Es obvio que es SÓLO un amigo de la infancia. –Jajaja. Si es que esta chiquilla es una crack, hasta en un momento así es capaz de sacarme una carcajada cuando empieza con la tontería.
-¡Venga ya! ¡No mal pienses tanto! Es cierto. Sólo somos amigos. Lo único que siento por él es una gran amistad. Y punto.
-Pues que desilusión se va a llevar él. Tú no te habrás fijado, pero yo he visto cómo se daba la vuelta para ver si cruzabais las miradas después de despediros. –Dijo levantando las cejas en un movimiento insinuativo y con muchas indirectas.
-Eso no quiere decir nada. ¬¬ -Y acabado el tema. Agaché la cabeza. Volví a mi anterior estado de tristeza.
-¿Qué te pasa? ¡Oh venga! ¡Estaba de broma! –Dijo intentando arreglar las cosas.
-No es eso… -Dije continuando mirando al suelo.
-No me digas más. Problemas en la Uni. –Estaba en lo cierto. Agradecía mucho que supiera qué pasaba en cada momento sin tener que decir nada. Me ahorraba mucho esfuerzo.

Le conté lo del día de hoy. Se sorprendió mucho. Al igual que a mí. Para ella todo eso era también nuevo.

-¡Ah no! Estoy totalmente de acuerdo con tu amigo Alan. Tú no eres la Valeria que yo conocí. La Valeria que yo conocí, movía cielos y tierra por conseguir lo que se proponía. Y cuántos más palos recibía, más se creía ella. ¿Acaso se echó atrás con alguno de los que intentaron pisotearla? Pues esa es la Valeria a la que quiero ver. Sé que va a ser duro. A lo mejor yo no sería capaz de soportarlo. Pero yo no tengo mucho que perder. Tú sí. Y además Tú eres más fuerte que nadie. ¡Si te veo recular un paso, que sea para coger impulso! Por si acaso se te ha olvidado. Sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa.

De repente, una neurona conectó con otra, y el chip de mi cabeza cambió. Karem tenía razón. No me había echado atrás al plantarle cara al policía corrupto, a los desgraciados de la discoteca, al propio G3, al hombre del hospital y por último a los mierdas esos del pasillo. Había estado a punto de que esos desgraciados me sometiesen a sus crueldades, y me había salvado Aaron. Aaron… Él me había ayudado a riesgo de ponerse en contra de su hermano. Y ahora además, me apoyaban Alan y Karem, aparte de mis padres, que no lo sabían, pero sé que son incondicionales conmigo. Nada más había que fijarse en que se habían mudado todos por mí. No podía dejar de luchar por ellos.

Ellos habían decido prestarme su ayuda, por algún motivo u otro, da igual, pero ayuda era. Y la mejor manera de agradecérselos era hacerles ver que no habían perdido el tiempo ni las ganas en vano. Lucharía contra viento y marea, aunque Bryce Domioyi fuera peor que todo eso junto, por mis padres, por mi hermano, por Karem, Alan, por Aaron y por mí. Si los endeblitos niños ricos no habían podido soportar eso, por muy poderosa que fuera su familia, yo si iba a soportarlo, por mi pobre que fuera la mía. Iba a demostrarles el poder de la clase baja trabajadora. Ni siete velas negras podrían pararme ahora o hacer que retrocediera. Si retrocedía, sería para coger impulso. Tal y como había dicho Karem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario