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Refranero

sábado, 24 de diciembre de 2011

Capítulo 27: No temas a las orcas asesinas

Capítulo 27: No temas a las orcas asesinas
Salí de aquel lugar lo más rápido que pude. No podía aguantar más tanta desolación. Deseaba mil veces más enfrentarme yo sola contra toda la Uni, que seguir presenciando un segundo más aquella escena. Pero al parecer, sólo se cumplían los deseos que pensaba precipitadamente. Porque nada más entrar al edificio principal, como si lo estuviesen esperando, me hicieron una emboscada. Pero vi cómo se congregaban a mi alrededor, rodeándome en un círculo, por lo que salí corriendo antes de tiempo.
-¡A por ella! ¡Que no escape! -¿Pero qué había hecho esta vez? Y se me encendió la bombillita. Bryce me había puesto otra tarjeta roja por lo de esta mañana. Y así fue. Cuando pasé corriendo por al lado de la taquilla, la vi sobresaliendo por una rendija, igual que el primer día.
Me escondí durante unos momentos en las escaleras de la salida de emergencia. Pude ver desde la ventana como Aaron y Ashley iban, agarrados del brazo, camino del comedor. No te debilites ahora Valeria, tienes que ser fuerte para enfrentar a todos esos niñatos que te persiguen. Que por cierto, me encontraron en ese mismo momento. Empecé a correr escaleras arriba. Llegué al tercer piso. Se me salía el corazón por la boca. Pero arriba también había más gente, me estaban cortando el paso. En un momento llegarían a ese piso los de las escaleras y ya no tendría salida ¿Es que me habían estado acorralando para dirigirme como al ganado hasta donde ellos querían? No me quedó otra que saltar por una ventana y bajar deslizándome por una farola al modo bombero. En otro momento, ni se me habría ocurrido eso, pero desde hacía 5 minutos, lo que pasara conmigo ya me importaba poco.
-¡Vamos! ¡Hace lo mismo! ¡Si a ella no le ha pasado nada, a nosotros tampoco! –Los tipos estos no se rendían. ¿También iba a lanzarse al vacío por cogerme?
Abajo en el patio no me esperaba nadie. Seguí corriendo por afuera, porque los otros me venían pisando los talones. Tal vez debía dejarme coger. Así pagaría por mi error al enamorarme de quien no me pertenecía. Pero mi cuerpo me decía que no debía darme por vencida. Le di la vuelta al edificio. Y a la altura del comedor, al que daban grandes puertas cristaleras que mostraban la vista del exterior, me encerraron otro grupo de personas. ¿Pero cuántos eran? ¿Se avisaban por walkie-talkie? No me quedó más remedio que entrar dentro del comedor, donde desafortunadamente estaba el G4 sentando en una mesa con Ashley.
-Estáis todos guapísimos. Os habéis convertido en unos verdaderos hombres. –Dijo Ashley con su dulce voz.
-Nos alegramos tanto de nuevo, que estemos todos juntos de nuevo, como en los viejos tiempos. –Dijo Liam.
-Sí. Viejos amigos de la infancia por fin unidos después del tiempo. –Continuó Leo. Ashley sonrió.
-¿Y qué hay de vuestra hermana Rose? –Dijo mirando a Bryce y Aaron por igual.
-Se casó el año pasado. Ahora vive con su marido en Beverly Hills. –Aaron ni respondió. Sólo se limitaba a mirarla fijamente. Imagino que le costaría creer tanto como a mí que ella estuviese allí.
-Sí. ¡Y además hay una chica en esa universidad que se le parece un montón! –Dijo Leo muy emocionado. ¿A quién se refería?
-¡Cierto! –Continuó Liam. –Se llama Valeria Spinoza. -¡¿YO?! ¿Qué yo me parecía a la hermana de Aaron y Bryce? ¿Aquella espléndida mujer dibujada en el cuadro del salón de su casa? Imposible. Ni en el blanco de los ojos. Aunque claro, yo no conocía su personalidad. A lo mejor repudiaba a Bryce tanto como yo.
-¡Deja de nombrar y comparar a esa chusma con Rose! –Bryce salió como una serpiente. -¡Me pongo enfermo de sólo escuchar su nombre!
-¿Y tú Aaron? ¿Qué hay de ti? ¿Tienes novia? ¿Quieres que te presente a alguna chica modelo amiga mía? –Dijo Ashley cambiando de tema.
-No me interesa. –Dijo Aaron cortante, volviendo la cabeza hacia otro sitio.
-¡Sabía que dirías eso! –Su cara parecía especialmente contenta. –Sabes que tú eres sólo mío. –Dijo sacando la lengua a modo de juego. ¿Lo decía en serio o de broma? De cualquier modo, formaban una pareja ideal.

Estaba tan absorta mirándolos, que me olvidé de que me estaban persiguiendo. Me di cuenta cuando sentí que un cubo de agua fría se volcó sobre mi cabeza. Y no era un dicho, realmente me habían lanzado un cubo de agua.

-¡Por fin te cogimos! ¿Acaso pensabas que escaparías a nosotros? -Y a continuación me echaron harina. Me habían embadurnado de harina. No me lo podía creer.

Por dios, no quería que Ashley me conociera así. Tierra trágame. Pero nadie en el comedor vino en mi ayuda. Todos se quedaron mirando. Riéndose. Y me hice aún más pequeñita. Lo último que miré fue la cara sorprendida de Aaron que me miraba con los ojos muy abiertos. Porque justo después me dejé hacer. Les permití que se echaran sobre mí. Que continuasen haciendo conmigo lo que quisieran, ya no importaba lo que le pasara  mi cuerpo y mi orgullo si mi pobre corazón estaba destrozado. No presté ni siquiera atención a lo que hacían. Pero creo que recordar que me cogieron de los pies y empezaron a arrastrarme fuera, al patio, para terminar la allí la faena conmigo. Creo también que me lanzaron más huevos. Vaya, sólo faltaba leche, levadura, hornearme, y tendrían un bizcocho. Era irónico, estaba llorando y eso era lo que se me ocurría pensar. Realmente era idiota. Pero las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos.

-¡¡VOSOTROS!! ¡¡DEJAD DE UNA VEZ DE ACOSARLA!! –Pasó algo inesperado. Un príncipe azul salió corriendo de dentro del comedor y había llegado hasta mí. Había apartado a todos con sus fuertes brazos y me había recogido del suelo. Era Aaron. Nunca lo había visto así. El apacible Aaron había guardado su lado pacífico para sacar el agresivo y rescatarme. Su voz me daba miedo incluso a mí. Más que Bryce cuando se enfadaba. Pero me mantenía suspendida en sus seguros brazos. Me sentía volar. Las lágrimas se me cortaron al momento. Tan rápido, como el tiempo que tardaron los tipos en salir de allí.
-¡¿Pero que haces Aaron?! ¡No vuelvas a desautorizarme! ¡La otra vez lo permití, pero ya no te dejo pasar esta! –Era Bryce. Gritaba como loco. Estaba fuera de sí. ¿Tanto me odiaba como para hacerme todo eso y encima enfrentarse a su propio hermano?
-Bryce. –La voz de Aaron sonaba ahora calmada, como siempre. –Déjalo.
-¿Pero es que sientes algo por este caso de asistencia social? –Le temblaba la voz de rabia. No podía ser. Era imposible que Aaron pudiera hacer eso porque sintiera algo por mí. Ya lo dijo una vez, es que no le gustaban estas cosas. Así que no te vuelvas a ilusionar Valeria, porque si subes otro escalón, luego la caída será más grande. Pero Aaron no decía nada. -¡¿ES QUE QUIERES SER EXPULSADO DEL G4?! –Hizo una pausa. -¡¿Es que no te enteras?! ¡He dicho que la sueltes! –Esto no podía estar pasando. Aaron, suéltame, no te metas en problemas con tu hermano por mi. Pero en ese momento, Bryce empezó a tirar de mí por las piernas. -¡SUÉLTALA!
Y empezaron a tirar. Esto era irreal. No podía estar pasando. Aaron hizo un rápido movimiento y giró. Me deshizo de Bryce. Y de espaldas a él, me soltó suavemente en el suelo, de pie.
-Escúchame bien Aaron. –Dijo Bryce señalándolo con un dedo. –Hasta aquí hemos llegado. Este es el fin de nuestra relación. Estás fuera del G4. No vuelvas a hablarme a mí ni a Leo o Liam nunca más. –Oh no. No podía permitirlo.
-¡Le tienes envidia a Aaron porque él es más hombre y más valiente que tú! ¡Reconócelo estúpido!  -La voz me temblaba.
-Cállate... Sé que no te mereces que me vuelva a preocupar por ti. Pero eso es algo que yo no puedo controlar. Todo esto es por tu culpa. Que lo sepas. –Toda la energía que había mostrado Bryce, se había disuelto en cuanto se giró a mí para hablarme. Sus ojos mostraban mucho dolor. Pero se lo merecía. Todo eso era por su culpa. No por la mía. Y nadie iba a convencerme de lo contrario. –Leo, Liam. Vámonos. Y lo siguieron. No pusieron pegas. Qué fuerte.

< ¡El G4 se ha roto! > < ¡No puedo creerlo! > < ¡Y todo por la mendiga esa! > La gente empezó a murmurar de inmediato que el nuevo G3 había salido por la puerta.
-Ven. Vamos al baño. Hay que limpiar toda esa porquería. –Ashley se había acercado a mí. Me estaba hablando. Me sentí hipnotizada por su mirada, su voz. Ahora comprendía por qué Aaron estaba enamorado de ella. Incluso yo podría hacerlo. Además, ahora que la tenía cerca, olí su aroma. Olía tan bien… Se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente cuando se giró, pero no dijo nada, tal vez estaría acostumbrada.

Fuimos a los cuartos de baños con ducha, que usan la gente que está apuntada a un club deportivo en esa universidad. Cuando salí, ella me estaba esperando fuera. Había traído un nuevo uniforme limpio.

-Se lo he pedido al director. Él y yo somos viejos amigos. –Me acerqué a cogerlo.
-Muchas gracias. No sé como agradecértelo. –Y fui al vestidor para ponérmelo.
-Sobre Aaron…-Empezó. –Es la primera vez que lo veo volverse tan emocional con una persona. Me pregunto si tal vez le gustes. -¡¿QUÉE!? Imposible. Ella estaba en un error.
-No...Ya me lo dijo otra vez, es que no le gustan las cosas injustas. Sabes perfectamente que la única para él eres tú. –Y era la verdad.
-Es posible. Pero sé que algún día llegará el momento en que lo deje ir. –Parecía melancólica cuando lo dijo. –Y se acercó mucho a mí. Alargó el brazo con su pañuelo para tocarme. Di un respingo. –Todavía tienes un poco de harina en el pelo. –Y me lo retiró suavemente, con mucha dulzura. El corazón me latía muy rápido. Es lo que suele pasar cuando se está al lado de una persona así. Era tan impresionante, que incluso no me dolía el alma cuando estaba con ella, aunque supiese que era la mujer de Aaron. Compararme a ella sería como comparar una gallina desplumada con un esbelto cisne blanco.
-Vaya, es un pañuelo realmente bonito. –Dije fijándome en el pañuelo. Además, también quería cambiar de tema.
-Sí que lo es. Siempre he pensado que los pañuelos son como una parte de nosotros. Los usamos tanto en los buenos momentos como en los malos. Igual te lo regalan, lo compras, lo encuentras perdido… Los usas para limpiarnos las lágrimas cuando reímos, cuando lloramos… -Hablaba embelesada en sus pensamientos. Ella estaba en un nivel muy superior al mío. Y en uno todavía más superior al de Ángela y las demás.
-Ashley, ¿crees que Bryce y Aaron arreglarán las cosas? –Mi voz sonaba preocupada, entrecortada.
-Por supuesto, no te preocupes por eso. He presenciado muchas peleas mucho más fuertes en la infancia. Y al momento, a Bryce se le olvidaba y estaban juntos de nuevo como siempre. –Se la veía tan tranquila y calmada. Ojalá yo pudiera ser como ella en ese aspecto. Yo siempre me comía la cabeza por todo. –El enfado que más le duró a Bryce fue de tres días. Y sólo porque Aaron se negó a hablarle porque él le había roto su peluche favorito. -¿Sería esta vez también una reconciliación pronta?

Salimos de allí. Me despedí de ella, se lo agradecí enormemente. Y fui camino del único sitio al que podía ir. Al estanque. Allí estaba Aaron, como siempre. Sentado mirando el agua. Todavía sentía en mi espalda y brazos, como me agarraba firmemente antes.

-Aaron. –Lo llamé suavemente. Él se giró y me miró. –Quería darte las gracias. –Agaché la mirada, me costaba mirarlo a los ojos desde aquel momento. –Siento que por mi culpa tienes ahora problemas con Bryce…Y…
-No sigas. Ni se te ocurra decir eso. –Me cortó. –No es tu culpa en absoluto. Yo hice lo que debía hacer. Además, él ya estaba irritado de antes.
-¿Por qué… -Iba a preguntarle por qué se enfrentó a todos por ayudarme. Necesitaba saberlo. ¿Tan grande era su sentido de la justicia, que incluso se había sacrificado a sí mismo? Tenía que preguntárselo para quedarme tranquila conmigo misma. Pero me sentí desfallecer.
-¡Valeria! –Fue lo último que escuché de la suave voz de Aaron. No me importaba sumirme en la profundidad mientras supiera que él estaba cuidando de mí. Era extraño, pero era el único con el que sentía paz en mi corazón, aunque me sintiese como una vulnerable foca rodeada de poderosas orcas asesinas. Pero foca, no temas a las orcas asesinas, ahora estás a salvo, Aaron te protege.



Y en mi inconsciencia, Aaron volvió a aparecer. Aunque no exactamente, porque él no salía en el sueño. Él se iba, se iba, no sabía durante cuanto tiempo, tal vez para siempre, y yo corría, y corría, quería despedirme de él, decirle algo, nada en particular, sólo verlo una última vez antes de despedirme de su rostro para siempre. Pero por más que corría, sentía como si fuese sin rumbo atravesando una capa de gelatina que me ralentizaba y me impedía avanzar con velocidad. Gritaba, lo veía muy lejos, como en el horizonte, pero no me escuchaba, o eso quería creer. 

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