Capítulo 54: Videoclub
Lo buscaba sin
saber dónde estaba. Lo ansiaba sin saber por qué. Corría de un lado a otro sin
rumbo. Mirando a todas partes. Notaba que había menos luz. A las seis y media
de la tarde en invierno ya empieza a oscurecer tristemente con el cambio de
hora. Me senté en un banco, desesperanzada. Lo había estado buscando suficientemente
tiempo como para rendirme. Y eso ya era decir. Me eché hacia delante con los
brazos sobre las rodillas. Desesperanzada. Para conformarme conmigo misma,
pensé que, ¿qué iba a decirle cuando lo viera? No se me ocurría nada. Así la
sensación de fracaso sería menor. O eso intentaba. De pronto, sentí que alguien
se sentaba a mi lado, pero sobre el respaldo del banco. Y por el rabillo del
ojo vi como unas piernas se colocaban junto a mí. Levanté la cabeza. Era él. Tan arrebatadoramente bello como él mismo. Me
miraba sin expresión. Si antes tuve alguna idea sobre qué decirle al verlo,
ahora todas se esfumaron. No podía pensar, sólo lo admiraba boquiabierta. La luz rojiza del
sol lo iluminaba de frente, dándole un tono diferente a su piel. Su pelo negro
se movía ligeramente con el viento. Sus ojos verdes se clavaban en los míos. El
banco se quedaba pequeño para él. Aunque en realidad, todo aquí se le quedaba insuficiente, incluso yo. Sin pensar, instintivamente, me levanté de mi sitio y me coloqué frente a
él. Fue girando la cabeza a medida que me movía para seguirme con la mirada. Yo sencillamente no tenía otra opción más que mirarlo, mi cuerpo no atendía a órdenes, y sólo pedía una cosa: Bryce.
-Hola. –Dijo. Sólo eso. Yo me quedé
mirándolo sin saber qué responder. Ni siquiera se me ocurrió que otro <Hola>
hubiera bastado. Seguimos mirándonos directamente a los ojos. Aunque yo
estudiaba los rasgos perfectos de su cara. Era inexpresiva pero para mí seguía
transmitiendo mucho. Había estado tanto tiempo sin ella… La cara de Aaron no es
comparable a la de Bryce. Sus expresiones son totalmente distintas. –He cogido
tu mochila del vestuario. No fuera a perderse de nuevo. –Dijo tras un rato de
silencio en el que tal vez esperaba una repuesta por mi parte a su saludo. Cada
movimiento de sus labios al hablar me hechizaba. Tuve que reaccionar.
-Gracias. –Dije al fin. Sin apartar mis
ojos de sus ojos. Aunque él si lo hizo. Se desperezó para quitarle hierro al
asunto. Y se apoyó sobre sus piernas con los brazos mirando a otro lado.
–Ahí la tienes. –Y la colocó sobre el banco
a su lado.
-No lo decía por la mochila. Que también.
Sino por haber confiado en mí aunque todas las pruebas estaban en mi contra.
Haber venido en mi ayuda al escuchar que estaba en problemas. Haberme protegido.
Haber… -No sabía que más decir. Bueno sí. Haber dejado de lado nuestra dolorosa
ruptura para venir a buscarme. Pero no quería recordarlo. Todavía dolía.
-No tienes que dármelas. Fallé otra vez. Como en todo lo que me propongo... -Y una parte de mi corazón se rompió al verlo tan infeliz. Y todavía no se había recompuesto tras nuestra charla en el ascensor. Estaba como sin vida. Suspiró y dejó un largo silencio. -Además, no lo hice por ti.
Lo hice por mí. –Y se giró a mirarme por fin. Llevaba un rato anhelando sus ojos. ¿Por él? Si la beneficiada era yo… Por mi
cara de no entender nada, habló. –Llevo varios días buscándote. Quería hablar
contigo. Escuché tu nombre por los altavoces y decidí entrar en el despacho, no
quería esperar más. –El corazón empezó a latirme intensamente. –No intervine para salvar tu futuro profesional o tu carrera universitaria...sino porque te quiero cerca. –Y se
calló. La luz roja solar era más intensa que nunca, y el viento soplaba con más
fuerza que antes. Su pelo le acariciaba la frente. –Aunque no me hables, aunque
me ignores o no me mires, o no te vea. Pero saber que estás cerca me relaja.
–Me estremecí. No por el viento, sino por sus palabras. Sentí unas ansias
gigantescas por abrazarlo, estrecharlo contra mí. Pero no se puede hacer todo
lo que se desea. No podía complicar más las cosas. Un momento muy intenso. -¿Ves? Sigo siendo un egoísta.
No he podido cambiar eso a pesar de todos mis esfuerzos… Voy de fracaso en fracaso. -Y agachó la cabeza para mirar al
suelo derrumbado. Me hería verlo así. -Siento una impotencia... -Cada palabra me mataba por dentro. Me dañaba verlo así, autocastigándose, sufriendo y más si era mi culpa.
-¡No digas eso! La egoísta he sido yo. Lo siento. Te he
estado evitando todo este tiempo. No sabía qué cara ponerte al verte de nuevo y por eso no me atrevía a encontrarte. No estaba preparada...–Y yo agaché también la cabeza para mirar mis manos. Las tenía cogidas y jugaba
nerviosa con mis dedos. -La culpa también es mía. -De eso estaba totalmente segura. Me quedé callada esperando a que Bryce dijera algo. Lo miraba a escondidas. Sin que se diera cuenta. Y de pronto sentí como mi fracturado corazón empezó a recomponerse poco a poco. Lentamente.
-¿Por qué no me dijiste que viniste a mi
casa a buscarme y me encontraste dormido? ¿Por qué no me dijiste que te
denegaron el paso? ¿Por qué? Ahora todo podría ser tan distinto… -Hablaba sin
fuerzas. Sin energía. Como si tuviera un gran peso sobre sí. Vi cómo tensaba
los puños para contener la rabia. La impotencia. Sabía cómo se sentía. A mi
tampoco me gustaba como estaban las cosas ahora. Nada de nada.
-¿Por qué no me preguntaste por lo que
había pasado antes de actuar? ¿Sabes? Aquello podría haber sido sólo una
discusión. Un mero acto desesperado. Estabas alterado, enfadado, y las cosas
en caliente no se ven con claridad. Podría haberlo comprendido y haberlo
olvidado. Pero no fue sólo un caldeamiento pasajero. –Y me senté a su lado. Su
rodilla flexionada llegaba a la misma altura de mi cabeza. Él seguía sentado
sobre el respaldo del banco.
-¿Qué falló? Quiero saberlo. –Sentí cómo me
miró, pero yo estaba observando un punto perdido entre los árboles. Haciendo
memoria. No quería hablar de la ruptura, pero sentía que debía hacerlo.
-Porque no te importaron mis sentimientos.
Tú sólo querías salvar la relación a toda costa por cualquier motivo que sólo te convenía a ti. Pensé que si me querías de
verdad, debiste haberte preocupado por ellos. –Hasta me estaba doliendo a mí lo
que le estaba diciendo. Si es que soy autodestructiva. No me atrevía a mirarlo.
-Comprendo…-Y sin tener que mirarlo, supe
que dejó de mirarme. Sentí anhelo. Mi piel notaba la ausencia de sus ojos. Se
le notaba tan desilusionado… -Debí haberte preguntado primero por lo que
significaban las fotos que me llegaron antes de iniciar la pelea. Haberme
enterado antes de los problemas que tuviste esos días para buscarme y no haber
pensado que te daba igual. No haberte obligado a acompañarme cuando querías
estar con Alan… Tantas cosas… -Suspiró de una manera casi inaudible.
-Bryce, no toda la culpa es tuya ni mía. Yo
también debí haber preguntado por qué sabías mis pasos antes de creer que me
habías contratado un detective porque desconfiabas de mí. –Y antes de seguir
hablando, me interrumpió.
-¿Un detective? ¿Yo? No. Nunca quise espiar
tus pasos. –Y ahí nos miramos los dos a la vez. Él parecía consternado por la
idea. –Lo sabía porque me llegaron unas fotos anónimas tuyas con otros chicos.
Quería confiar en ti, y de hecho lo intentaba, pero no soporté verte en una
fiesta cuando yo lo estaba pasando tan mal… Me llevaban los demonios creer que
era yo el único que sufría mientras tu te divertías con otros. Pero en ningún momento pensé en una traición o infidelidad.
-Lo pasé realmente mal Bryce. Muy mal. Y
quiero decir que creo que alguien estaba intentado separarnos. ¿Por qué si no
iban a enviarte fotos mías para que empezáramos una pelea? –Inquirí.
-Ya lo sabía… Pero créeme, una ruptura
depende de la pareja, no de las personas de fuera que intentan separarlos. Le
doy más importancias a los actos tuyos que a los de un extraño que intenta
molestar. –Y se endureció la expresión de su cara. Tenía razón, y yo pensaba
igual, pero ese no era el kid de la cuestión.
-Lo que intento decir es que te mandaron
una foto de Aaron saliendo de mi casa. Te escuché decirlo. Y no fue así, en
todo ese tiempo Aaron no pisó mi piso. A ver, la cuestión es que alguien no nos
quiere juntos, y tenía esa foto guardada de cuando Aaron vino a visitarme
cuando tenía fiebre para usarla en el momento que más daño hiciera. Lo único
que digo es que tengamos cuidado en no creer en nada más que en nuestra
explicación. –No estaba entiendo a dónde quería llegar. Lo notaba en su
expresión. Iba a tener que decirlo directamente. Antes de verlo no sabía que
decirle, pero ahora lo tenía muy claro. No quería volver a pasar más ni un día
como los de estas últimas semanas. Ni uno más.
-¿Adónde quieres llegar a parar? –Preguntó
antes de que me diera tiempo a decirlo yo.
-Quiero que empecemos de nuevo. Como dos
personas que se conocen por primera vez. Sin malos recuerdos. Pero sé que
volverá a pasar algo que nos querrá poner en contra, hay alguien que no nos
quiere juntos. Y no quiero volver a sufrir. Por eso te decía que sólo creamos nuestras palabras, y no lo que
parece… -Me puse de pie en el banco, era la primera vez que estaba más alta que
Bryce. Él levantó la cabeza para seguir mirándome. No dijo nada. Le temblaban los puños, que los seguía apretando con
fuerza. Su inexpresividad desapareció para dejar paso a la sorpresa. Abrió los
ojos mucho y la boca un poco. Contuvo la respiración unos instantes y exhaló el
aire con calma. Dejó de tensar los puños y abrió las manos. Tenía ganas de
abrazarlo, incluso más ganas que antes, pero tenía que seguir cuidando mis
actos. No debía ilusionarlo demasiado. Quería ir poco a poco. Conocerlo más
antes de empezar de nuevo otra relación. No daba esa opción por perdida. Pero
no quería que fuera algo precipitado. Por primera vez en mucho tiempo vi la luz
del sol, aunque estuviera a punto de ocultarse.
-Hola. Me llamo Bryce. Encantado de
conocerte. –Dijo finalmente tras una larga pausa de intensos intercambios de
miradas.
Extendió su mano derecha abierta para
recibir la mía. Me sorprendí. No me esperaba esa respuesta. Estaba poniendo de
su parte y eso me gustó. Sentí que lo nuestro no estaba tan perdido y por una vez en mucho tiempo, sentí paz en mi interior. Sin pensar, instintivamente, como un acto reflejo le cogí la
mano y se la estreché dulcemente. El tacto de su piel con la mía. Lo había
olvidado. Recordé aquella noche, los dos abrazados en mi cama. Su perfume, lo
olí de nuevo al acercarme a él y no pude evitar realizar algo que llevaba queriendo hacer desde hace mucho tiempo. Me
acerqué lentamente a su perfecto rostro sin perder el contacto visual y le di
un beso en una mejilla y otro en la otra. Sin prisas, disfrutando la cercanía
de nuestras caras. Sus labios se veían tan tentadores… Tuve que poner toda mi fuerza de voluntad en no rozarlos siquiera. Sentía su aliento en mi oreja y me puso los vellos de punta. Estaba aturdida, ida por su olor. Y todavía no los había
besado… El beso robado tras la persecución al perder el control no lo
conté como uno.
-Yo soy Valeria y así es como se saluda a
la gente en España tras una presentación. –Y sonreí sin reparos tras alejarme de él. Estaba feliz.
Mis problemas habían desaparecido. Y mis preocupaciones, por ahora, también. Él
me miró extrañado, sorprendido, irritado y molesto. Esa expresión que siempre
me había puesto de mala leche pero que me he dado cuenta de que he extrañado
mucho.
-No sé cómo lo haces, pero siempre
consigues irritarme. –Dijo resoplando mientras se sentaba por fin bien. Bueno…
Retiro lo dicho, se sentó a lo pasota, con las piernas estiradas y encorvado
sobre el respaldo.
-¡Y ahora qué! ¡Nunca te sienta nada bien!
¡Contigo no hay quien acierte! –Y me tiré del banco hasta llegar al suelo de un
pequeño y ligero salto. Me puse junto a él. Tenía los ojos abiertos mirando el
rojizo cielo, cada vez más oscuro.
-¡¿Cómo puedes ir saludando a los chicos
así?! ¡Aquí no estamos acostumbrados a eso! –Y volvió a resoplar. Lo dijo sin
desviar la mirada. Yo buscaba ansiosamente sus ojos. Me senté a su lado, lo
suficiente para quedarme satisfecha con la proximidad pero tampoco ser muy
descarada. Mi cuerpo echaba de menos su olor.
-No los voy saludando así. ¿Por qué me has tomado? –Y me callé,
para pensar si debía decir lo que quería decir. Tras unos segundos de profunda
discusión interna, me decidí por atreverme. –Es sólo que me apetecía darte un
beso en la mejilla y no se me ocurrió otra excusa mejor. Tómalo como un
agradecimiento. –Ops. Eso último lo improvisé. Me salió hablando pero no era
verdad. Lo quería besar porque en ese momento me salió de lo más profundo de mi ser, y no por un
gesto amable o cordial. ¿Por qué diantres lo dije? Ni yo sabía por qué.
-Pues si te metes en problemas, no dejes
que te ayuden si no soy yo. No quiero que nadie más se lleve tus
agradecimientos. –Y finalmente dejó de mirar el cielo, se colocó en una postura
atenta y me miró a los ojos fijamente. Volví a sentirme completa con su mirada.
–Ya me has hecho adicto a ellos. –Y me guiñó un ojo. Se levantó, cogió mi mochila,
se la colgó de un brazo y echó a andar mientras yo me quedaba pasmada. Me sentí flotar. Ese guiño de ojos me dejó totalmente desarmada. Vulnerable. Sentí como en ese momento perdí
inteligencia de la cara tan embobada que se me quedó.
-¿Adónde vas? –Pregunté todavía sentada en
el banco. Reaccioné porque por cada paso que daba alejándose de mí, aumentaba mi desasosiego. Sino, hubiera seguido ensimismada pensando en su guiño. Y es que lo
había tenido lejos demasiado tiempo como para tomarme a bien que se alejara lo
más mínimo. ¿En qué momento empecé a necesitarlo tanto? Hasta aquella noche en mi cama yo
pasaba totalmente de él.
-¡Mec! –Hizo un sonido de los que se
escuchan en los concursos de la tele cuando la respuesta es incorrecta. –Pregunta
errónea. La correcta es: ¿Adónde vamos? –Se paró para hablarme, se giró. El
ocaso tras él le daba un aura especial. Realmente el rojo le sentaba de una
manera que me dejaba sin aliento.
-¿Adónde vamos? –Me levanté de un respingo
del asiento. Como diera un paso más, no podría evitar más quedarme en el mismo
sitio.
-No lo sé. ¿Adónde irían dos chicos que
acaban de conocerse? –Y sonrió para volver a cortarme la respiración. No era
comparable a la sonrisa de Aaron. Ambas eran mundos opuestos. Ambos eran
hermanos gemelos opuestos. Pero descubrí una nueva sensación nunca antes
experimentada con Aaron. El poder de la sonrisa de Bryce. La primera vez que lo
veía sonreír. Siempre lo había visto serio, irritado, enfadado o desilusionado.
Pero nunca sonriente y alegre. Él había recuperado la ilusión y yo mis ganas de
vivir.
-Dos chicos que se acaban de presentar no
van solos a algún lugar. Esperan a que la relación cuaje. –Y no era una excusa
para no ir con él. Lo deseaba más que otra cosa, sólo era la introducción a lo
que iba a decir a continuación. –Pregunta mejor adónde van dos locos de remate
sin planes. –En serio, no podía quitarle los ojos de encima. La imagen estaba
hecha para el perfecto chico para el perfecto anuncio de perfumes de hombre. O
mejor.
-Se me acaba de ocurrir uno. –Y sin dejar
de sonreír, torció la sonrisa a hacia un lado. El corazón dejó de latirme por
unos instantes. -¿Por qué no vamos a un sitio dónde puedas meterte en
problemas? -¿Meterme en problemas? ¡Ah! ¡Vale! ¡Ya lo pillé!
-Me gusta ese plan. -Sonreí sin darme
cuenta. Inconsciente. –Pero por favor, que no haya víctimas mortales. –Y le
saqué la lengua un segundo. El tiempo que duró dar el primer paso para
acercarme a él. Me encantaba mirarlo en esa puesta de sol, pero olerlo era algo
que tampoco podía parar de desear.
-Pero sólo porque me lo pides tú. –Terminó
cuando me coloqué por fin a su lado. Tenía que levantar mucho la cabeza para
mirarlo a la cara. Había olvidado lo alto que era y el buen trecho que me
sacaba. Me miró, lo miré, y no tuvimos que decir más nada. El momento era
perfecto. Los dos empezando de nuevo, sin rencores, sin malas rollos, sin
problemas. Esta vez no podía fallar nada.
Me monté con él a solas en su coche por
primera vez. Íbamos a ir a algún sitio. O tal vez dar vueltas sin rumbo por la
Gran Manzana. Me di cuenta de que había estado en la misma situación con Aaron
antes, pero era todo tan distinto con Bryce. Con Aaron siempre estoy relajada.
Con Bryce no puedo evitar estar nerviosa todo el tiempo. Inquieta. Ansiosa. Yo
me senté en el asiento del copiloto. Yo misma me abrí la puerta. Él no era tan
educado como Aaron. Me senté y me mareé con el aroma del interior. Parecía que
Bryce había derramado su bote de perfume en él. Casi levitaba. Estaba ida. Y
en ese oportuno momento me sonó el teléfono móvil. Me molestó esa interrupción. Apunto estuvo de arrancar el
coche. Que por cierto, tenía marchas, no era automático como acostumbran en
EEUU.
-¿Diga? –Ni siquiera miré la pantalla del
teléfono para ver quién era. Sólo quería acabar rápido con la conversación para
seguir en mi mundo.
-Valeria. Soy Karem. Ashley me ha recordado
que te diga que alquiles una película para esta noche en la fiesta. La
encargada era yo pero se me ha olvidado. –Escuchaba la risa disimulada de
Ashley de fondo. ¿Ya estaban juntas? ¿Pero la fiesta de pijamas no empezaba a
las 8? Miré el reloj. Las siete y cuarto. En 45 minutos empezaba. Hacía quince
minutos que todo el mundo había abandonada la Uni y yo ni me había enterado.
Parece ser que la vida sigue y el tiempo no se detiene cuando estoy con Bryce. –No
te importa hacerlo tú, ¿no? Cualquiera basta, no te comas mucho el coco.
-De acuerdo, déjamelo a mí. Pero luego no
quiero quejas. –Respondí condescendiente mientras miraba mi mano derecha
jugando con las tablas de la falda del uniforme.
-¡Te debo una! ¡Muchas gracias! Y no te
preocupes, a las personas que tenemos en un altar no se les dedican quejas. –Y se
rio. Escuché como Ashley de fondo también.
-Anda, anda. Que pronto vas a tener que
rezarme y todo. Ahora nos vemos. Hasta luego. –Y colgamos a la vez. Vacilé un
segundo y miré a Bryce, que todavía no había arrancado el coche esperando un
cambio de planes. Me miró expectante. Quería saber.
-¿Cuánto de peligroso puede ser un
videoclub? –Dije sonriente. Él se extrañó un momento. Y sonrió otra vez de esa forma tan exquisita. Si un videoclub es inofensivo, estaba segura de que encontraría la manera de volverlo un arma de destrucción masiva. Y no podía gustarme más la idea.
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