adelgazar

Refranero

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Capítulo 1: Caperucita Roja

Capítulo 1: Caperucita Roja

Nunca pensé, en ningún momento, que la vida en Nueva York pudiera ser rutinaria y aburrida, y mucho menos cuando todavía no has tenido la oportunidad de disfrutar de la beca Erasmus, con la que siempre habías soñado, porque sólo llevas cinco días en la “la ciudad de la libertad y las oportunidades”.
Y ahí me encontraba yo, con mi gozo en un pozo. Te ves sola en medio de una muchedumbre para la cual, aparte de ser invisible, también eres incorpórea, porque además de pasar literalmente de mí, hay algunos que intentan atravesarme como si fuera aire. Sé que el camino más corto es el recto, y que se pierde tiempo dando un rodeo, pero no soy un tapón de alberca que es más fácil pasar por encima que por alrededor… En fin, al menos seguía con mis expectativas puestas en la universidad de aquí. Tenía entendido que iba la élite de la élite del país, algo de bueno tenía que tener, digo yo.
De momento, harta de pensar esto otro día más a la vuelta del trabajo, decidí que esta vez tiraría por un atajo. Uno que estuviese libre de muchedumbres aceleradas y me permitiese tener espacio en la cabeza para pensar cosas positivas, porque el aprisionamiento parecía ser también mental. Tenía prisas por llegar a casa, ducharme y desconectar de todo. Al día siguiente empezaban las clases y quería tener un aspecto saludable, aunque por ahora de saludable…sólo eran mis ganas. Me había venido una semana antes con mis padres para resolver todo el papeleo restante, ver dónde iba a alojarme, hacerme con el metro y transporte urbano de la ciudad y encontrar un trabajo con el que para pagar el piso. Puedo decir que satisfactoriamente todo había salido bien.
Mis padres también se han mudado a Estados Unidos. Imagino porque quieren, porque para verme a mí está complicado. Están a dos horas y media en autobús desde Nueva York, y con los exámenes, proyectos y trabajo, sólo sacaré tiempo para las fiestas más importantes y vacaciones. Y ya tenía planeado ir entonces a España. Pero bueno, si quieren venir, yo encantada.
Aunque en verdad era mi madre la que había puesto más empeño, y lo comprendo, ella es norteamericana. Por eso me atrevo a venir a estudiar mis últimos dos años de medicina a EEUU, porque sé inglés perfectamente. Ella me ha hablado siempre en inglés, aunque supiera perfectamente español. No quería que se me olvidara a mí el inglés. Y es que es normal, imagino que si a los diez años dejas de hablarlo, puede que se te olvide, ¿no? Y vale, en nuestras conversaciones no salían temas médicos, pero al menos conozco la lengua perfectamente, no tendré problemas, creo.
La historia de mis padres es como de película. Siempre me ha encantado contarla. No es la típica de “se conocieron en una discoteca”. Esta es como de más sentimiento, o al menos me gusta pensarlo así. Mi madre, Emma, conoció a mi padre, Antonio, en una visita turística a España. Él era guía, ambos se enamoraron y mi madre decidió quedarse a vivir allí tras pasar SÓLO UNA SEMANA JUNTOS, la semana que duró el viaje turístico. Y suspiré sin darme cuenta, ojalá encontrara yo un amor correspondido...
Es normal que ella quiera volver su tierra natal. Van a mudarse con Alex, mi hermano de 16, a la antigua casa donde vivíamos antes de mudarnos a España. Oakville, un pueblecito de Connecticut. Es un gran esfuerzo dejar toda una vida en España para cambiar de casa a otro país, y más si le sumamos el esfuerzo económico. Sobre todo cuando nunca hemos estado sobrados de dinero precisamente. Aunque me alegra saber que no me encuentro totalmente sola en el país, me queda el sentimiento de culpa. Aunque digan que lo hacen para cambiar de aires y que no les supone ningún trabajo, yo sé que en parte soy la responsable o tengo parte de responsabilidad de que hayan decidido hacer esto. Mi padre estaba en paro en España y hemos tenido que tirar de los ahorros de toda la vida para venir aquí.
Me siento mal cuando pienso que se mudan por mí y que le supongo tanto sacrificio. Pero vengo obligada por mi madre. Rechaza por completo la idea de que no aproveche la beca por ataduras familiares. Y alega que lleva tiempo queriendo volver a su tierra, y que papá podrá encontrar trabajo en el país de las oportunidades. A veces me lo creo para no sentirme excesivamente culpable. Sólo espero que encuentre trabajo pronto. El que yo tengo sólo me sirve para pagar el piso, la luz el agua y el transporte. La comida me la pagan ellos…Y yo sin poder ir a verlos por falta de tiempo y dinero… ¡Ah no espera un momento! ¡Al menos puedo ir a verlos en algún puente... ah no, que aquí no hay de esos… que sólo es en España…en fin, dejaré de pensar, que cuanto más lo hago más faltas le saco a mi vida.
Y ahí seguía yo, volviendo de la tienda de ropa donde trabajo. Lo bueno de esto de trabajar, ya que por ahora no le veía muchas cosas buenas porque nunca había trabajado antes puesto que siempre me había dedicado de lleno a mis estudios, es que hay una chica compañera mía de trabajo la mar de simpática. Se llama Karem, en estos cinco días hemos cogido mucha confianza. Se puede decir que es la primera amiga que he hecho al venir. Lo único bueno que tengo hasta ahora, porque ya ni las ilusiones…
Estaba tan ensimismada en mis paranoias mientras caminaba por la calle de vuelto al piso de 20m2, que tuvo que agarrarme una señora del hombro cuando iba cruzar la carretera. No había visto que un coche, que era de los súper pijos, súper caros, súper lujosos, súper chick, súper cool, había pasado en un visto y no visto, en mi caso, no visto, y que me habría atropellado si no fuera por su ayuda. Desgraciados niños ricos de papá, sólo se gastan dinero en hacer carreras ilegales por la ciudad. Nunca, nunca, never in the life, podría enamorarme de uno de esos niños mimados, que me partiese un rayo antes de tener que cumplir las excentricidades de esa basura de gente, no podía con ellos… Estaba harta de ver por la tele las excentricidades de los ricos. Me repateaba ver cómo derrochaban el dinero en grandes cantidades y cosas innecesarias y superficiales… Con la de gente necesitada que hay. Si yo tuviera dinero, por lo menos una parte lo usaría para acciones benéficas… ¡Un momento! Pensando esto fue ahí cuando me di cuenta de que cayeron mis altas expectativas puestas en la universidad élite… ¡Allí habría cientos de personas como esas a las que no aguanto! Oh Dios… Casi morir atropellada por uno de ellos por mi maravillosa idea de tirar por un atajo solitario a sabiendas de que nunca presto atención a nada cuando me meto en mis pensamientos, cosa que ocurre el 95% de las veces… no cuenta para perdonar a esos individuos.  
Estaba realmente enfadada, furiosa, cabreadísima, pero respiré profundo y me di la vuelta para darle las gracias a la señora cuando de repente ocurrió algo que yo había estado a punto de sufrir unos segundos atrás. Un señor que iba despistado igual que yo antes no tuvo mi misma suerte. Ocurrió todo muy precipitadamente, pero fue suficiente para verlo a cámara lenta. Cuando todavía no me había girado para agradecérselo a la señora, justo vi como el hombre fue a cruzar sin mirar y un ostentoso deportivo negro lo levantaba dos metros por los aires para salir huyendo a todavía más velocidad de la que llevaba. En esa milésima de segundo se me congeló el pulso y las constantes vitales. Sólo para volver con más fuerza y reaccionar para salvar una vida. En otra ocasión, en otras circunstancias, habría quedado en shock. Ahora su vida podía depender de mí. No había tiempo para un ataque de ansiedad. Miré antes de cruzar y corrí hacia él para apartarlo de la carretera, porque a continuación siguieron pasando más coches de los lujosos a toda pastilla.
Me encargué primero de mirar la matrícula del coche que se había dado a la fuga. Domioyi. Interesante las matrículas estas personalizadas de los americanos. Cuando llegué adonde estaba el hombre me encontré con una situación bastante crítica. A primera vista no podía determinar cuantos huesos podía tener rotos o cuantas hemorragias internas tenía. Pero respiraba, demasiado lento, pero eso indicaba que su corazón seguía latiendo. Le tomé el pulso. Tenía la tensión baja, pero tenía tensión. Tal y como creía, pero al menos no sufría tampoco un infarto, algo es algo. Rápidamente me aseguré de hacerle un torniquete en la pierna, estaba perdiendo bastante sangre, y lo coloqué de lado para que no se pudiera asfixiar por si vomitaba sangre. Le dije que se tranquilizara, que no se alterara o sería peor para su estado. No sé si me escuchó, pero esperaba que el mensaje llegara por lo menos a su subconsciente, y que él se encargara del resto.
Hecho esto llamé a la ambulancia, quise mirar en que calle me encontraba pero tristemente estaba sola. ¿Dónde se había metido la señora que me había ayudado? En esta ciudad nadie tiene nada que ver con nadie y me sentí afortunada de que por lo menos aquella mujer se hubiera tomado la molestia de levantar el brazo para impedir mi muerte… un detalle por su parte…
Pero el pobre hombre malherido balbuceó el nombre de la calle, Meryl Street, antes de caer inconsciente. Impresionan el poder de la mente en momentos de urgencia extrema. Había estado aguantando despierto como podía sólo para contribuir a su propia ayuda. En unos minutos llegó la ambulancia. Yo ya había cumplido mi misión, pensaba volver a casa para relajarme y olvidar el agobiante día. Aunque todavía sentía como la adrenalina circulaba por mis venas y el corazón me leía a un ritmo acelerado. Hoy tardaría en conciliar el sueño. Todavía tenía el susto en el cuerpo y no sabía cuando se iría de allí...
Los enfermeros salieron a toda prisa, llegaron también muy pronto para mi sorpresa. Que mal estoy acostumbrada… Como en España llegan a al hora que buenamente les viene bien… Mientras les estaba contando a los enfermeros lo que había estado haciendo para ayudar al hombre, uno de ellos se paró para interrumpirme. Acaban de meterlo en una camilla en la ambulancia.
-¿Cómo se llama usted señorita? -Me habló con unas palabras bastante frías y rutinarias, como si lo que acababa de ver fuera lo más monótono y aburrido del mundo.
-Valeria Spinoza. –Respondí sorprendida. Lo miré con los ojos muy abiertos, no daba crédito a lo que estaba escuchando. El hombre estaba ya fuera de peligro de muerte. Gravemente herido, sí, pero su vida no corría peligro. En el tiempo de espera no le había aparecido ningún moratón o vómito, lo que demostraba que no tenía hemorragias internas, por lo menos graves. Y la hinchazón solo apareció en articulaciones. El mayor problema era pues traumatológico. ¿Por qué tenía que ir al hospital? Yo ya había cumplido con mi labor…
-Muy bien Valeria, no se dé usted por realizada tan rápido. Tiene que venir con nosotros para rellenar el informe médico como testigo visual, de que este hombre ha sido atropellado, para que el conductor se encargue del pago del servicio médico. –Y no esperó ni a que aceptara. Se subió dentro y me miró para impaciente, para que no lo hiciera perder el tiempo. Ni me lo creía.
Y ni siquiera había podido decir la frase que siempre había soñado con decir algún día… <¡Que no cunda el pánico! Soy médico> No había nadie a mi alrededor aparte de el hombre semi-inconsciente para decir eso… Nunca antes un atajo había hecho la vuelta a casa tan larga y dificultosa. Ni siquiera en el cuento de Caperucita Roja. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario