Capítulo 1: Caperucita Roja
Nunca
pensé, en ningún momento, que la vida en Nueva York pudiera ser rutinaria y
aburrida, y mucho menos cuando todavía no has tenido la oportunidad de
disfrutar de la beca Erasmus, con la que siempre habías soñado, porque sólo
llevas cinco días en la “la ciudad de la libertad y las oportunidades”.
Y ahí
me encontraba yo, con mi gozo en un pozo. Te ves sola en medio de una
muchedumbre para la cual, aparte de ser invisible, también eres incorpórea, porque
además de pasar literalmente de mí, hay algunos que intentan atravesarme como
si fuera aire. Sé que el camino más corto es el recto, y que se pierde tiempo
dando un rodeo, pero no soy un tapón de alberca que es más fácil pasar por
encima que por alrededor… En fin, al menos seguía con mis expectativas puestas
en la universidad de aquí. Tenía entendido que iba la élite de la élite del
país, algo de bueno tenía que tener, digo yo.
De
momento, harta de pensar esto otro día más a la vuelta del trabajo, decidí que
esta vez tiraría por un atajo. Uno que estuviese libre de muchedumbres aceleradas
y me permitiese tener espacio en la cabeza para pensar cosas positivas, porque
el aprisionamiento parecía ser también mental. Tenía prisas por llegar a casa,
ducharme y desconectar de todo. Al día siguiente empezaban las clases y quería
tener un aspecto saludable, aunque por ahora de saludable…sólo eran mis ganas.
Me había venido una semana antes con mis padres para resolver todo el papeleo
restante, ver dónde iba a alojarme, hacerme con el metro y transporte urbano de
la ciudad y encontrar un trabajo con el que para pagar el piso. Puedo decir que
satisfactoriamente todo había salido bien.
Mis
padres también se han mudado a Estados Unidos. Imagino porque quieren, porque
para verme a mí está complicado. Están a dos horas y media en autobús desde
Nueva York, y con los exámenes, proyectos y trabajo, sólo sacaré tiempo para
las fiestas más importantes y vacaciones. Y ya tenía planeado ir entonces a
España. Pero bueno, si quieren venir, yo encantada.
Aunque
en verdad era mi madre la que había puesto más empeño, y lo comprendo, ella es
norteamericana. Por eso me atrevo a venir a estudiar mis últimos dos años de
medicina a EEUU, porque sé inglés perfectamente. Ella me ha hablado siempre en
inglés, aunque supiera perfectamente español. No quería que se me olvidara a mí
el inglés. Y es que es normal, imagino que si a los diez años dejas de
hablarlo, puede que se te olvide, ¿no? Y vale, en nuestras conversaciones no
salían temas médicos, pero al menos conozco la lengua perfectamente, no tendré
problemas, creo.
La
historia de mis padres es como de película. Siempre me ha encantado contarla.
No es la típica de “se conocieron en una discoteca”. Esta es como de más
sentimiento, o al menos me gusta pensarlo así. Mi madre, Emma, conoció a mi
padre, Antonio, en una visita turística a España. Él era guía, ambos se
enamoraron y mi madre decidió quedarse a vivir allí tras pasar SÓLO UNA SEMANA
JUNTOS, la semana que duró el viaje turístico. Y suspiré sin darme cuenta,
ojalá encontrara yo un amor correspondido...
Es normal
que ella quiera volver su tierra natal. Van a mudarse con Alex, mi hermano de
16, a la antigua casa donde vivíamos antes de mudarnos a España. Oakville, un
pueblecito de Connecticut. Es un gran esfuerzo dejar toda una vida en España
para cambiar de casa a otro país, y más si le sumamos el esfuerzo económico. Sobre
todo cuando nunca hemos estado sobrados de dinero precisamente. Aunque me
alegra saber que no me encuentro totalmente sola en el país, me queda el
sentimiento de culpa. Aunque digan que lo hacen para cambiar de aires y que no
les supone ningún trabajo, yo sé que en parte soy la responsable o tengo parte
de responsabilidad de que hayan decidido hacer esto. Mi padre estaba en paro en
España y hemos tenido que tirar de los ahorros de toda la vida para venir aquí.
Me
siento mal cuando pienso que se mudan por mí y que le supongo tanto sacrificio.
Pero vengo obligada por mi madre. Rechaza por completo la idea de que no
aproveche la beca por ataduras familiares. Y alega que lleva tiempo queriendo
volver a su tierra, y que papá podrá encontrar trabajo en el país de las
oportunidades. A veces me lo creo para no sentirme excesivamente culpable. Sólo
espero que encuentre trabajo pronto. El que yo tengo sólo me sirve para pagar
el piso, la luz el agua y el transporte. La comida me la pagan ellos…Y yo sin
poder ir a verlos por falta de tiempo y dinero… ¡Ah no espera un momento! ¡Al
menos puedo ir a verlos en algún puente... ah no, que aquí no hay de esos… que
sólo es en España…en fin, dejaré de pensar, que cuanto más lo hago más faltas
le saco a mi vida.
Y ahí
seguía yo, volviendo de la tienda de ropa donde trabajo. Lo bueno de esto de
trabajar, ya que por ahora no le veía muchas cosas buenas porque nunca había
trabajado antes puesto que siempre me había dedicado de lleno a mis estudios, es
que hay una chica compañera mía de trabajo la mar de simpática. Se llama Karem,
en estos cinco días hemos cogido mucha confianza. Se puede decir que es la
primera amiga que he hecho al venir. Lo único bueno que tengo hasta ahora,
porque ya ni las ilusiones…
Estaba
tan ensimismada en mis paranoias mientras caminaba por la calle de vuelto al
piso de 20m2, que tuvo que agarrarme una señora del hombro cuando
iba cruzar la carretera. No había visto que un coche, que era de los súper pijos,
súper caros, súper lujosos, súper chick, súper cool, había pasado en un visto y
no visto, en mi caso, no visto, y que me habría atropellado si no fuera por su
ayuda. Desgraciados niños ricos de papá, sólo se gastan dinero en hacer
carreras ilegales por la ciudad. Nunca, nunca, never in the life, podría
enamorarme de uno de esos niños mimados, que me partiese un rayo antes de tener
que cumplir las excentricidades de esa basura de gente, no podía con ellos…
Estaba harta de ver por la tele las excentricidades de los ricos. Me repateaba
ver cómo derrochaban el dinero en grandes cantidades y cosas innecesarias y
superficiales… Con la de gente necesitada que hay. Si yo tuviera dinero, por lo
menos una parte lo usaría para acciones benéficas… ¡Un momento! Pensando esto
fue ahí cuando me di cuenta de que cayeron mis altas expectativas puestas en la
universidad élite… ¡Allí habría cientos de personas como esas a las que no
aguanto! Oh Dios… Casi morir atropellada por uno de ellos por mi maravillosa
idea de tirar por un atajo solitario a sabiendas de que nunca presto atención a
nada cuando me meto en mis pensamientos, cosa que ocurre el 95% de las veces…
no cuenta para perdonar a esos individuos.
Estaba
realmente enfadada, furiosa, cabreadísima, pero respiré profundo y me di la
vuelta para darle las gracias a la señora cuando de repente ocurrió algo que yo
había estado a punto de sufrir unos segundos atrás. Un señor que iba despistado
igual que yo antes no tuvo mi misma suerte. Ocurrió todo muy precipitadamente,
pero fue suficiente para verlo a cámara lenta. Cuando todavía no me había
girado para agradecérselo a la señora, justo vi como el hombre fue a cruzar sin
mirar y un ostentoso deportivo negro lo levantaba dos metros por los aires para
salir huyendo a todavía más velocidad de la que llevaba. En esa milésima de
segundo se me congeló el pulso y las constantes vitales. Sólo para volver con
más fuerza y reaccionar para salvar una vida. En otra ocasión, en otras circunstancias,
habría quedado en shock. Ahora su vida podía depender de mí. No había tiempo
para un ataque de ansiedad. Miré antes de cruzar y corrí hacia él para
apartarlo de la carretera, porque a continuación siguieron pasando más coches
de los lujosos a toda pastilla.
Me
encargué primero de mirar la matrícula del coche que se había dado a la fuga. Domioyi. Interesante las matrículas
estas personalizadas de los americanos. Cuando llegué adonde estaba el hombre
me encontré con una situación bastante crítica. A primera vista no podía
determinar cuantos huesos podía tener rotos o cuantas hemorragias internas
tenía. Pero respiraba, demasiado lento, pero eso indicaba que su corazón seguía
latiendo. Le tomé el pulso. Tenía la tensión baja, pero tenía tensión. Tal y
como creía, pero al menos no sufría tampoco un infarto, algo es algo. Rápidamente
me aseguré de hacerle un torniquete en la pierna, estaba perdiendo bastante
sangre, y lo coloqué de lado para que no se pudiera asfixiar por si vomitaba
sangre. Le dije que se tranquilizara, que no se alterara o sería peor para su
estado. No sé si me escuchó, pero esperaba que el mensaje llegara por lo menos
a su subconsciente, y que él se encargara del resto.
Hecho
esto llamé a la ambulancia, quise mirar en que calle me encontraba pero
tristemente estaba sola. ¿Dónde se había metido la señora que me había ayudado?
En esta ciudad nadie tiene nada que ver con nadie y me sentí afortunada de que
por lo menos aquella mujer se hubiera tomado la molestia de levantar el brazo
para impedir mi muerte… un detalle por su parte…
Pero
el pobre hombre malherido balbuceó el nombre de la calle, Meryl Street, antes de caer inconsciente. Impresionan el poder de
la mente en momentos de urgencia extrema. Había estado aguantando despierto
como podía sólo para contribuir a su propia ayuda. En unos minutos llegó la
ambulancia. Yo ya había cumplido mi misión, pensaba volver a casa para
relajarme y olvidar el agobiante día. Aunque todavía sentía como la adrenalina
circulaba por mis venas y el corazón me leía a un ritmo acelerado. Hoy tardaría
en conciliar el sueño. Todavía tenía el susto en el cuerpo y no sabía cuando se
iría de allí...
Los
enfermeros salieron a toda prisa, llegaron también muy pronto para mi sorpresa.
Que mal estoy acostumbrada… Como en España llegan a al hora que buenamente les
viene bien… Mientras les estaba contando a los enfermeros lo que había estado
haciendo para ayudar al hombre, uno de ellos se paró para interrumpirme. Acaban
de meterlo en una camilla en la ambulancia.
-¿Cómo
se llama usted señorita? -Me habló con unas palabras bastante frías y
rutinarias, como si lo que acababa de ver fuera lo más monótono y aburrido del
mundo.
-Valeria
Spinoza. –Respondí sorprendida. Lo miré con los ojos muy abiertos, no daba
crédito a lo que estaba escuchando. El hombre estaba ya fuera de peligro de
muerte. Gravemente herido, sí, pero su vida no corría peligro. En el tiempo de
espera no le había aparecido ningún moratón o vómito, lo que demostraba que no
tenía hemorragias internas, por lo menos graves. Y la hinchazón solo apareció
en articulaciones. El mayor problema era pues traumatológico. ¿Por qué tenía
que ir al hospital? Yo ya había cumplido con mi labor…
-Muy
bien Valeria, no se dé usted por realizada tan rápido. Tiene que venir con
nosotros para rellenar el informe médico como testigo visual, de que este
hombre ha sido atropellado, para que el conductor se encargue del pago del
servicio médico. –Y no esperó ni a que aceptara. Se subió dentro y me miró para
impaciente, para que no lo hiciera perder el tiempo. Ni me lo creía.
Y ni
siquiera había podido decir la frase que siempre había soñado con decir algún
día… <¡Que no cunda el pánico! Soy
médico> No había nadie a mi alrededor aparte de el hombre semi-inconsciente
para decir eso… Nunca antes un atajo había hecho la vuelta a casa tan larga y
dificultosa. Ni siquiera en el cuento de Caperucita Roja.
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