Capítulo 7: La piedra
Me puse, como pude desde el suelo, en posición de ataque preparada para cuando alguno me tocara. Pero no fue necesario. De repente, la última persona en la que hubiera pensado que aparecería, apareció. Ahí estaba el, con la expresión arrogante característica suya. Creyéndose más que nadie. Con sus aires de grandeza. Como si pelear contra cinco tíos fuera pan comido. Como si no hubiera nada que él no pudiera hacer. Sí. Es quién pensáis. Bryce Domioyi. No pude verlo a la primera, tuve que girar la cabeza porque estaba a mi espalda. Aunque hubiera reconocido su voz en cualquier parte. La misma voz fría y desganada, con tono de nada es suficientemente bueno y excitante para complacerme, de siempre.
-Hey, vosotros. –Dijo entrando en el círculo mientras apartaba, como si nada, a uno de los tipos por el hombro. -¿Quién os ha dado permiso para molestar a esta chica? ¿No sabéis que el que me manda en eta ciudad soy yo?
-Piérdete gilipollas. ¿O quieres recibir tú también tu merecido? ¿Quién te crees que eres para venir a meterte en nuestros asuntos? –dijo el que parecía llamarse Kevin.
-¿Qué quién soy? –Y dicho esto, con su mano cogió el hombro de quién había hablado y lo apretó tanto, que el tipo empezó a retorcerse entre gritos de dolor. –Yo soy Bryce Domioyi. El dueño de Nueva York. Póstrate ante mi como tu amo que soy. –Soltó el hombro del tal Kevin y éste cayó al suelo de rodillas.
-¡VOY A PARTIRTE EL CUELLO CABRÓN! –dijo Kevin desde el suelo llorando de dolor y con la voz rota.
Acto seguido se abalanzaron sobre él como perros rabiosos directos al cuello. Ni siquiera me puse a pensar por qué estaba allí y por qué decidió ayudarme. Sólo tenía por él. Eran cinco tipos, que podían estar armados, ya que en EEUU todo el mundo tiene un arma. Y él era uno. Por dios que no le pasara nada.
En un visto y no visto, se los quitó a todos de encima como si hubiera salido de debajo de una montaña de cojines. En cuanto se incorporó el primero, en otro visto y no visto, alzó una pierna hasta la altura de 1.80, para golpear en la mandíbula de uno de los tipos con una precisión nuclear, y derribarlo. Todo esto mientras daba un giro en el aire para deshacerse del que se le había subido a la espalda por detrás. Impresionante. Ambos cayeron al suelo y Bryce aterrizó sobre el suelo como si levitase. El que recibió la patada en la mandíbula no se movió del suelo, había quedado inconsciente. Uno menos.
El otro que cayó fue sólo una manera de hacer tiempo mientras Bryce esquivaba la embestida de otro que iba con una navaja directo a su pecho. Bryce pegó un salto y se colgó de una de estas escaleras de emergencia típicas americanas, de las que van por fuera de los edificios y se corren hacia abajo para usarlas. Quedó colgando de la escalera, la cual por su peso cedió y llegó hasta el suelo, como una bandera que ondea a todo viento. Y con todo el impulso que pudo, que era algo físicamente imposible para cualquier persona corriente, saltó sobre la cabeza del tipo de la navaja, que sirvió para “amortiguar” la llegada al suelo, porque no podría llamarse caída a ese impresionante salto de gimnasta. Ni que decir que el tipo quedó inconsciente al momento. Dos menos.
La eliminación del tercero no fue tan espectacular. Pero sí igualmente impactante. Cuando ya se había dado la vuelta para empezar a correr, Bryce lo alcanzó de una zancada con sus enormes piernas, lo cogió del brazo y se lo retorció hasta que el tipo tuvo que tirarse al suelo para dejar de sentir. Cuando ya estaba en el suelo, lo cogió del pelo, le levantó la cabeza y le soltó tal rodillazo en la cara, que ni los mejores médicos de cirugía plástica podrían hacer nada para remendar su nariz. Tres menos.
Se giró para ver dónde estaban los otros dos que quedaban. Cuando recibió en el hombro un golpe con un bate de béisbol que Dios sabe de dónde sacó aquel tipo. Menos mal que lo vio a tiempo para esquivarlo, porque el bate iba directo a su cabeza. Pero Bryce se las arregló para golpear en los tendones de la muñeca del que llevaba el bate, en su próxima embestida. Así en el acto reflejo tuvo que saltar dicho bate. Hubo un momento de confusión del tipo, que intentó coger el bate con su otra mano, momento que aprovechó Bryce para golpear su barriga con una estocada de la pierna tan veloz, que ni un esgrimista con su florete habría podido ejecutar. El tipo cayó al suelo vomitando sangre. Tal vez le hubiera roto algún intestino. Cuatro menos.
El quinto, un poco más inteligente y menos orgulloso, ya llevaba unos metros de distancia desde donde estábamos, estaba huyendo. Pensé que Bryce lo dejaría ir, yo ya estaba a salvo, pero no fue así. Hizo el mismo camino en la mitad de tiempo que el otro y lo alcanzó en tres segundos. Saltó sobre su espalda sin ningún tipo de dificultad y le giró el cuello de una manera, que el crujido que sonó me puso los vellos de punta. Mientras el cuerpo inconsciente caía al suelo, lo reconocí, era el tal Kevin, el cabecilla y “portavoz” del grupo. ¿Habría muerto? No creo que, Bryce parecía un luchador de artes marciales profesional. Un arma blanca. Tendría la capacidad más que suficiente para girar el cuello de tal manera que dejara al tipo inconsciente pero no muerto. Si quería, claro…
Ya no quedaba ninguno más. Tsss menuda basura el Kevin, como ya dije en su momento. Pero ladrador, poco mordedor. Pero ¿por qué había dicho Bryce su nombre y apellido? Después de esta paliza podían denunciarlo… Oh vaya. Error. Vaya pregunta tonta, hace media hora que acaba yo de venir de comprobar que es lo que pasaba en ese casos…
Se acercó a mí. Ni siquiera estaba jadeando o respirando apresuradamente. Impresionante. Acababa de machacar a cinco tipos y derribarlos de un solo golpe y estaba tan normal. Yo seguía en el suelo. Impactada por varias cosas. Impactada por la pelea propia de película de acción de mayores de 18 años, que acababa de presencia. E impactada porque aquél tipo que me había despreciado hace menos de 24 horas, pateando mis libros por el suelo, me había salvado de la merced de aquellos violadores. Mientras pensaba eso, al acercarse a mí fue porque estaba en su camino de salida a la calle. Literalmente, pasó de mí. Pasó de mí como si fuera una piedra del camino a la que no se le echa cuenta. Nadie presta atención a las piedras del suelo. Pues me sentí como una en ese momento. Ni siquiera me tendió la mano para ayudarme a levantar del suelo. Pero aunque me jodiese en lo más profundo de mi alma, tenía que decirlo.
-Gracias. –Lo había dicho… Y estaba empezando a arrepentirme, porque hubo un momento de silencio bastante incómodo.
-Tsss pobre ilusa. No te creas que lo haya hecho por ti. Hoy estaba un poco malhumorado. Llevo malhumorado un tiempo por el comienzo de las clases y ayer no pasó nada con lo que poder desquitarme. Porque no iba a golpear a una chica por chocarse conmigo. No hubiera tenido con qué justificarlo.
¡¿CÓMO?! Ahora sí que me había arrepentido totalmente. Menudo engreído. No podía con los tipos así. Ni siquiera me había reconocido el muy desgraciado. Yo era aquella chica con la que no pudo desquitar su mal humor el día anterior. Y me lo había dicho en la cara como si tal cosa. Aunque creo que si hubiera sabido que era yo, tampoco le hubiera importado soltarlo. No pensaba cambiar mi opinión hacia él en absoluto. Era sólo un matón que no sabía cómo hacer ver a los demás su poder.
Aparecieron en la esquina de la calle Leo y Liam a medida que la calle se iba llenando ya de luz. Estaba amaneciendo.
-¡Hey Bryce! ¿Dónde diantres te habías metido? Fue salir del club, andar dos pasos y desapareciste corriendo, ni siquiera vimos por donde tiraste.
-Bah, nada importante. Había visto unos tipos con mala pinta por ahí que estaban haciendo trastadas y decidí pegarme el gusto de desquitarme con ellos. Ahora me encuentro de mucho mejor humor. –Dijo esto mientras seguía andando hasta la salida de la calle.
-Oh, ahí en el suelo hay una chica. –Dijo Leo.
-Es cierto. ¿No es esa la pelirroja tan guapa que despreciaste ayer a la entrada de la Uni? -¿Había dicho pelirroja guapa? Vaya, no sabía que me veía así.
-¿Anda? ¿Esa es con la que me estuviste dando el por culo todo el día diciéndome que cómo podía haberme portado así con semejante bellezón? ¿Leo? -¿Bellezón? ¿Hola? ¿Enserio se refería a mí? Ò_ô
-Sí, la misma, tío. Pero ¿qué hace ahí tirada? Déjala. Todo está bien. –Y se giró hacia mí con intención de que me enterase de que lo iba a decir a continuación. –No es más que la típica piedra que estorba con la que uno se tropieza dos veces. Y esta es la segunda vez. –Y sacó su sonrisita de suficiencia para girarse otra vez y desaparecer los tres de mi vista.
Había pasado de ser la piedra del suelo a la que no se le echa cuenta, a la piedra que está siempre en medio estorbando y con la que te tropiezas varias veces. Interesante.
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