Prólogo
No son pocas las mañanas que me despierto con el sueño de aquel recuerdo, para mi gusto demasiadas, con la sensación de que me aprisionaran el cuello me despierto bruscamente jadeando como si me fuera incapaz inhalar aire. Ese recuerdo que queda ya bastante lejos pero que, sinceramente, no sé por qué últimamente lo sueño con tanta frecuencia. Quizás sea una de esas etapas de la vida en la que los traumas infantiles salen a la luz para complicarnos aún más la existencia.
Tanto que dicen que la mente es sabia… ¡y una mier… pues eso… Si no, no me echaría en cara cada noche el día en que mis sueños se frustraron… O quizás es sólo mi mente la que es defectuosa, que tampoco me extrañaría, la verdad. Porque es estando despierta ahora mismo y todavía lo veo como si lo estuviese viviendo en ese mismo momento…
Las personas se equivocan, se contradicen, se enfadan con una misma, con el mundo, con la vida… por eso hay que ser fuerte, para superar los problemas que la propia debilidad mental le suma a nuestros intentos por sobrevivir en un mundo injusto y lleno de problemas. ¿Y que pasa cuando una mente no es fuerte? ¿Vale con engañarse a una misma haciéndola pensar que es fuerte cuando en realidad no lo es? Al menos en la práctica sirve. Por lo menos a mí. Porque aunque por el día puedo echarle muchas agallas a la vida, por la noche, en la libertad sin límites de mi subconsciente, ese sueño vuelve para volver a poner a prueba a la mañana siguiente la capacidad de mi consciente para cubrir las debilidades que tan numerosas son en mí.
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